La Fiesta de las Fallas La Fiesta de las Fallas valencianas son originarias de los barrios medievales, donde los carpinteros tenían sus talleres. En estas epocas estos artesanos trabajaban principalmente en las calles, bajo la luz del sol. Cuando los días se hacían más cortos, se retiraron a sus tupidos talleres, mal iluminados por lámparas de aceite. Por lo general, lo hicieron en septiembre, el día de San Miguel, porque fue él quien, con sus propias manos, habia derrotado a Satanás y sus malas fuerzas. Él los ayudaría por el período oscuro. Seis meses trabajaban en el interior pero en primavera barrieron el aserrín, las virutas y la suciedad de fuera y el 19 de marzo, el día de San José, quien finalmente también era carpintero, quemaron todo en una fiesta a la vuelta de la luz. Poco a poco esta costumbre se extendió a través de la ciudad, la región y la provincia. Estas hogueras modestas de entonces de aserrín y madera crecieron hasta impresionantes obras de arte, de a veces veinte metros de altura en madera y pintado de cartón piedra celebrando la luz como vencedor al oscuro. Así son Las Fallas de Valencia, el bueno haciendo salir al malo o el fuego dando la luz a un futuro nuevo. En una intersección de dos calles estrechas se encuentra una ‘falla’ impresionante. Presenta una chica de 20 metros de altura. Tiene un esqueleto de vigas, una piel de cartón pintado y está rodeada por la oscuridad, los desafíos de la vida. La niña está vestido con un traje regional e iluminado con focos fuertes pero recuerda a Blancanieves en el mismo dibujo animado. Todo está elaborado hasta el mínimo detalle, hasta el rubor en sus mejillas. A su lado está la mala madrastra. Con una cara verde y con un peinado formado de dos cuernos retorcidos, susurra a su protegida todo tipo de tentaciones. La niña tiene los ojos cerrados y no responde, aún sonriendo un poco. Tal vez porque alrededor de su cabeza flotan tres pequeñas hadas madrinas buenas que parecen protegerla. A sus pies se agrupan figuras más pequeñas representando más proverbios. Está la gallina de los huevos de oro, y veo al encantado príncipe rana. El real anfibio verde lleva una coronita. En un pilar alto detrás de la niña un grupo de chimpancés vestidos de diablos con mejillas regordetas soplan largas trompetas de plata. Pero la niña sigue soñando y parece que nada o nadie la impresiona. La intersección está bloqueado con vallas pero los visitantes con entradas adquiridas en una taquilla improvisada pueden pasar por ellas para admirarlo de cerca. Fuera de las vallas nosotros, los menos afortunados, corremos en vueltas lentas alrededor de la impresionante escena. Cámaras parpadean, la gente apunta y unos empujan a otros cuando reconocen algo nuevo. Pero se sienten desanimados. Es como todo el mundo se da cuenta que en un par de horas de esta chica gigante no quedará nada más que un montón de cenizas. De repente hay un traqueteo continuo de petardos. A lo largo de un alambre estirado cae una lluvia de chispas hacia abajo entrando en la imagen. Poco mas tarde un humo espeso negro y de grasa se echa a la plaza y vemos llamas rojas que empiezan a digerir la imagen desde el interior. El fuego se dispara y sentimos un calor intenso. El aire huele a agrio, al acrílico, humo y pólvora. En la resplandor anaranjado del fuego, vemos que la silueta de la chica soñadora colapsa lentamente. Valencia esta en llamas. ¡La ciudad parece en guerra! En todas partes podemos ver el resplandor naranja-rojo de centenares de incendios. Encima de nuestras cabezas rompen fuegos artificiales gigantescos. En cada plaza de cada barrio estallan enormes bolas de chispas. Balas luminosas rojas, azules y verdes disparan al aire, explotan y graciosamente descienden a la tierra. Cohetes de luz plateados se alzan hacia arriba siseando y chirriando. El sonido sordo de explosiones de morteretes rebota contra las paredes. En las calles la gente enciende explosivos y buscapies y asi completa el aparente cerco. Durante media hora tiembla y retumba la ciudad. Entonces se detiene, la ofensiva parece rechazada. La densa humareda sobre la ciudad se disuelve. San José ha tenido su día, las Fallas han pasado. La suciedad está quemada, la luz ha expulsado a la oscuridad y los carpinteros ya pueden salir a la calle. Doce horas más tarde ya no se nota nada del infierno ardiente. La ciudad está limpia. Las plazas e intersecciones donde esta noche ardió un fuego y donde hizo un estado de guerra, están vacías y barridas. Ya no hay rastro de la chica de ensueño, su malvada madrastra y los chimpancés musicales. Pero el año proximo, en las mismas plazas, en las mismas intersecciónes de la ciudad surgirán otras, otras Fallas y de nuevo celebrarán la victoria de la luz sobre la oscuridad. (c) Pieter Hildering, Amsterdam 2012