DENTRO DE LA HISTORIA Libertad y Política en Sta. Catalina de Siena Contemplativa y también mujer de acción. Su obra de pacificación tuvo repercusiones a nivel europeo. La importancia de la voluntad. “Fanática” del libre arbitrio. Las relaciones entre el pensamiento de Santo Tomás y el de nuestra Sienesa. Según la concepción tomista, la política es “Scientia civilis”. Para Tomás de Aquino, el verdadero bien individual, no alcanza su realización sino en la sociedad. Maria Francesca Carnea (texto original en italiano) Un Magisterio de libertad y de política Podemos preguntarnos en nuestro tiempo qué tipo de intervención ha podido realizar una mujer tan sencilla como Catalina y qué tareas pudieron serle confiadas. La respuesta se encuentra – quien nos dice entre otras, la grandeza del hombre de fe- en un pasaje del Evangelio de Meto: “Yo te bendigo Padre(...) porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y las has revelado a la gente sencilla” (Mt 11,25). Cierto que nuestra Sienesa, sin haber tenido “maestro” humano, fue enriquecida de tal manera por Dios de los “dones de sabiduría y de ciencia”, que llegó a ser una maestra de vida extremadamente influyente. No fue solo una gran contemplativa que vivió las experiencias místicas más elevadas, sino que se mostró al mismo tiempo como mujer de acción, inclinada a comprometer todos sus dones de inteligencia, de corazón y de voluntad, en múltiples actividades sociales. Era al mismo tiempo mujer de oración y mujer de acción, de un tipo de acción verdaderamente insólita para una mujer de pueblo de la Edad Media; en efecto, no solo hizo obras de asistencia o de caridad, sino que se dedicó también a intervenciones de pacificación entre pueblos, en tratos diplomáticos entre la Santa Sede y los Gobiernos. Su pensamiento político tuvo como base y punto de partida el reconocimiento del valor y la dignidad de la persona humana, y del papel de instrumento que juega la sociedad en cuanto al destino eterno de la persona. Según Catalina, la sociedad civil debe construirse en función y al servicio Santa Catalina de Siena, entrega la Regla a las Terciarias Dominicas, obra de Cosimo Rosselli (1439-1507). 23 del hombre, y es por lo que ella no le ve otra finalidad que la de favorecer y hacer posible el completo desarrollo de la persona. Para ella la sociedad no tiene como objetivo el interés de algunos, de un grupo, de una facción, de un partido, sino el bien “universal y común” que debe permitir que se garantice un desarrollo ordenado para la vida social. La primera e indispensable cualidad que exige a los gobernantes es, la capacidad de gobernarse a sí mismos. Es por lo que para Catalina la caridad y la justicia son las virtudes importantes. Entre los numerosos protagonistas de la historia, nuestra dominica ocupa un lugar de primer orden, ella “que se ocupó en llevar a cabo una obra de carácter no in- mediatamente religioso” sino más bien político, una obra de reconciliación y de paz. Pasó por encima de todas las convenciones sociales de su época, comprendidas diversas formas de estrechez de espíritu (incluso eclesiásticas) respecto de la mujer, y se encontró en todos los frentes donde el hombre luchaba por la verdad, la justicia y la paz, sin que su condición de mujer de pueblo y además analfabeta, le hiciera tomar cualquier tarea como imposible o difícil o no conveniente para tal condición. Santa Catalina de Siena puso su afán en una vasta obra de pacificación. Como dijo Juan Pablo II, entendió en verdad “la Palabra de la reconciliación”, y la pronunció en un tiempo difícil para la Iglesia y para el mundo. Su obra de conciliación y de paz tuvo como campo de acción, no solamente Siena E Italia, sino que se puede decir que toda Europa. Lo que es cierto es, que nuestra dominica se situó en su misión con una gran largueza de espíritu, con una mentalidad “europea” que Catalina había respirado desde la infancia en su ciudad natal. Para nosotros, hombres del siglo XXI, sujetos a la mentalidad de los nacionalismos exasperados, de fronteras políticas hechas barreras, no es fácil imaginar una Europa donde todos se consideraban en cierta manera, ciudadanos de lo que era o había sido un único Imperio, donde el hombre pasaba libremente de un país al otro. Siena era una de esas numerosas ciudades-estado de la época que, por su comercio, había establecido relaciones con los mayores centros europeos. El latín era todavía la lengua oficial común en todo Occidente, a pesar del progreso de las lenguas vernáculas. La cultura europea era unitaria, a despecho de las divisiones políticas y las rivalidades entre Comunes. Los hombres del siglo XIV, aunque cada uno conservaba su nacionalidad, -que, por otra parte, comenzaban a acentuarse- no se consideraban todavía como extranjeros los unos en relación a los otros; se sentían más bien “embarcados” hacia un mismo destino y no tenían dificultades para la convivencia. Catalina se encontraba frente a una Europa dividida políticamente, pero unida por una misma cultura, que los siglos precedentes Santa Catalina de Siena con el beato Raimundo de Capua y otros jóvenes (bajorrelieve del Instituto Sto. Tomás de Aquino, San Jean de Luz – Francia) 24 habían construido en su dimensión humana y en su especificidad cristiana. En un siglo muy difícil y cargado de acontecimientos que destruían desde el interior hasta las estructuras eclesiásticas, Catalina supo indicar los caminos del orden y la conciliación. En cierto modo su doctrina fue, si se puede hablar así, una filosofía política; así pues, se nota hoy en día más que nunca la necesidad de redescubrir la pureza de la ética, de la política, de la filosofía. Catalina enseñó y exhortó a vivir la política con una profunda pureza de intención, una gran fuerza moral, un espíritu abierto a amplios horizontes, un elevado sentido del bien común. “Se diría que Dios le inspira para que esté llena de dignidad y fuerza dialéctica, es decir polémica, muy combativa, a veces exasperadamente rigurosa hacia los poderes de la tierra, para obtener resultados que sirvieran a la causa de la Iglesia, de la sociedad, del mundo, del buen gobierno de la colectividad”. Matizando esta convicción en cada carta, exalta la memoria, el intelecto, el corazón, y también los sentimientos del hombre. Todos estos factores, elementos de la personalidad espiritual del hombre, terminan por relativizarse frente a otro factor, que es la volición, que Catalina exaltará y alzará como sobre un pedestal. Catalina está tan totalmente sumergida en su profunda convicción en el tema del libre albedrío del hombre, que termina por ser extremadamente rigurosa en el plano del juicio moral: no acepta nada más que un hombre totalmente libre- porque tal lo quiso su Creador- , ella no puede sino hacerle responsable de sus faltas por todas sus desviaciones mora- les. Un juicio moral riguroso pues, cuando, frente al arrepentimiento y la conversión, se la ve indulgente hasta sufrir por ello hasta el extremo. Sublimando todo, nuestra Sienesa, sublima también la acción en cuanto proyección activa de la voluntad: hija de esta última y madre de las obras de la acción. Cada cual tiene los talentos que recibe y de los que responde, y de nada más. En consecuencia, no existe para la perfección una unidad de medida que sería la misma para todos. Sino, al contrario, hay para cada uno un máximo que es común en lo concreto de la condición humana específica en la que se encuentra. El pensamiento de Catalina tiene aquí una insistencia: una concepción realista del compromiso de cada uno en su propia perfección. A veces, Catalina nos puede parecer absolutista, integrista y en algún caso también altanera, es decir arrogante; en realidad está impregnada por una profunda humildad y por un gran sentido de la realidad de la condición humana. Puede dar la impresión de ser utópica, cuando en verdad expresa su ambición sin límites para el hombre, porque quiere que todos, cada persona en su singularidad dé lo mejor de si misma, bajo el látigo de la voluntad. Su voz insiste en la necesidad de darse. Cada cual debe actuar según sus fuerzas: es un deber de la criatura humana sacar partido de sus propios talentos. Nos encontramos entonces con el mito de la voluntad: no es una sencilla intención otro punto de atención- más bien es una intención continuada de un comportamiento que compromete; y no solo el comportamiento exterior, ya de por si importan- Sta. Catalina de Siena, óleo de Dina Mosca, 1972, Convento de los Frailes Dominicos de Bari. Italia te, sino ante todo la profunda actitud interior del espíritu y del corazón, esto es lo que tiene una importancia inigualable. Se trata de señalar cómo lo que permite al hombre la elecciónpor medio de la razón y del libre albedrío- es la razón unida a la fe. La razón como luz del hombre, explica su eficacia en el dominio de lo empírico, de lo contingente. En sintonía con el pensamiento de Tomás de Aquino, es un punto que volveremos a tratar, Catalina no mortifica sino que exalta el valor de la razón de tal manera, que cuando el hombre trasciende lo empírico y contingente, para ella como para el de Aquino, es la fe la que interviene para ayudarle a subir. Es por lo que Catalina hablará de la libertad como de “un tesoro que Dios ha dado al alma”; Catalina nos indica cómo el hombre es libre en su obrar, lo que le hace protagonista de su historia. El alma es libre en sus opciones: “porque el alma que está hecha 25 de amor y creada por amor a imagen y semejanza de Dios, no puede vivir sin amor; y no amaría sin lua. Si ella quiere amar, es preciso que vea”. Así pues, Catalina “fanática” del libre albedrío, lo es también de la”meritocracia”. Está convencida de la absoluta libertad personal y moral del hombre; al mismo tiempo, como ella misma hace la experiencia, está convencida de la tesis del libre albedrío y también, como todos los pensadores de este tipo, está enamorada del tema de la responsabilidad moral del hombre, obligado a dar cuenta en el plano existencial, de sus méritos como de sus deméritos. Según Catalina, el hombre es el constructor de su propia vida, con la ayuda, claro está, de la gracia divina. En la economía general de la construcción de la persona humana, nuestro Señor pone el acento en el momento del querer. Esto es típico en los intervencionistas, de los que tienen el culto de la acción, de los adoradores de la intervención del hombre sobre el mundo. Toda su vida lo reafirma, y en esto, su decisión de emprender su viaje a Aviñón, a fin de “encontrarse allí con el Papa” es particularmente chocante. La libertad que Dios da al hombre se presenta al espíritu de Catalina como un acto de bondad sin medida y de una responsabilidad extrema. Señala que nada ni nadie, y sobre todo ni el mismo demonio, puede obligar a alguien a cometer un pecado mortal si la criatura no lo quiere; con una gran sabiduría , hace decir idealmente a Dios, como una indicación moral: “El que te ha creado sin ti, no te salva sin ti”. 26 Paralelo entre el pensamiento político de Catalina de Siena y de Tomás de Aquino De las cartas de Catalina sobresale la medida según la cual la dignidad personal del hombre es el fundamento, la seguridad y el valor de su habilidad política. La sociedad esta deducción es clara – no es una realidad en si, sino que está constituida por la unión- Unitas Ordinis, diría Santo Tomás de Aquino (Politicorum I, I) de los individuos, de las criaturas que preceden a la sociedad y la forman. Para Catalina, la libertad es un atributo esencial de la persona: “… este dulce Padre, cuando creó el alma, le dio el tesoro del tiempo y el libre albedrío de la voluntad, para que ésta le enriqueciese”. Es condición de su vida moral, entendida no como una ausencia de obligaciones o de lí- mites, sino como una liberación para el hombre “de la servidumbre del pecado” que le da la capacidad de realizar positivamente el bien. En los escritos caterinianos, se encuentra frecuentemente la invitación a “elevarse por encima de uno mismo”, a sentarse “en la sede de la conciencia” y a ”reflexionar bien”, casi como un Juez en el tribunal. El hombre es el primer juez de si mismo, porque la luz de la razón, ayudada por la luz de la fe, le permite distinguir el bien del mal; es igualmente responsable frente a la sociedad, porque su contribución al bien común pasará de lo negativo a lo positivo en función del uso que haya hecho de su libertad. Tal principio está anunciado desde el comienzo del Diálogo: ”El alma no puede ser verdaderamente útil para su prójimo(…) si no lo es primeramente consigo La Virgen con el Niño, entre los Santos Domingo y Tomás de Aquino, (1424/30), obra del Beato Angélico conservada al Hermitage de San Petersburgo (Rusia) Obra de Francesco Bayeu y Subias: Santo Tomás de Aquino en las disputas teológicas (1559-60). Museo di Saragozza misma, si no intenta poseer y adquirir la virtud por ella misma…” Para que el hombre construya el camino hacia su plenitud, no tiene necesidad de apoyos exteriores, sino que debe elevarse sobre su propia base de “criatura del amor”, inteligente y libre, “Dios ha hecho al hombre libre y poderoso por encima de si mismo”. Pasemos al pensamiento de Santo Tomás, al que más de una vez nuestra Sienesa parece referirse por caminos misteriosos, sobre el que el especialista mismo no puede investigar lo más mínimo. El de Aquino, que se presenta de manera conmovedora por sus reflexiones de un hombre de fe, no escribió obra alguna donde se pueda encontrar expuestas de manera orgánica, todos juntos, reunidos, los argumentos concernientes a su doctrina social, porque no fue un “político” en sentido estricto. No dejó ningún tratado de doctrina política ni de “ciencias sociales” en el sentido moderno de la expresión. Puede sin embargo deducirse. al menos de cuatro de sus obras fundamentales, un cuadro suficientemente claro del pensamiento político de Santo Tomás: el Comentario a la Etica y a la Política de Aristóteles, el opúsculo Regimine Principum y la Suma Teológica. Según la concepción tomista, la política aparece como Scientia civilis; pertenece al dominio de la filosofía práctica, en otros términos, al “sector de las ciencias morales”, es decir de “las ciencias del obrar”. Santo Tomás de Aquino en la línea de una larga tradición que proviene de Aristóteles, concibe al hombre como un ser político y social por naturaleza: este principio que considera así, como natural el carácter social y político del hombre, enuncia que los seres humanos, se asocian de hecho a las exigencias de su naturaleza: carácter social y carácter político, son connaturales al ser humano. Dicho de otro modo, las formas esenciales de la vida en sociedad son necesarias para el hombre, para perfeccionar su naturaleza humana a todos los niveles: físico, moral y espiritual. Siendo por naturaleza “animales sociales y políticos”, los seres humanos se organizan en sociedad para realizar el bien común, es decir la finalidad de su sociedad. Esta convivencia natural de los hombres no disminuye en nada su racionalidad, sino que, al contrario, va a su favor. Gracias a ella, toda persona puede salir del encierro de su propio egoísmo, ir más allá de sus instintos e inclinarse hacia un bien común para toda la comunidad en la que vive. Este estímulo natural a la apertura, a la finalidad común de la sociedad, garantiza a todos los individuos la plena realización de su propia vocación como persona. El hecho de que el verdadero bien del individuo no puede realizarse más que a través de la sociedad, es un elemento de gran importancia en el pensamiento de Santo Tomás. No existe bien individual que no esté inserto en el bien común. De esta forma, para que toda la comunidad se ponga en obra, el bien común, siendo común, debe ser considerado como un bien personal, como el bien de cada uno de nosotros. Es solamente así como puede ser deseado y amado por todos y cada uno como “su bien”, y en consecuencia, realizado en verdad y plenamente como bien común para todos. De la persona de Catalina sobresale una continua atención a los hechos y acontecimientos cotidianos, en la Iglesia, en los Estados italianos, en Europa, en el Mediterráneo en aquel entonces expuesto a la piratería y a las incursiones de los Turcos; en ella, el sentido del “deber ser”, está extremadamente vivo y ella tiene fe en las posibilidades de traducir en actos, por el bien de los ciudadanos, la permanencia del Estado y “la Reforma misma de la Iglesia”, con la ayuda de la gracia. 2a parte - continua La versión original de este estudio, con todas las grandes críticas, está disponible en italiano en la página web de la Congregación. Maria Francesca Carnea 27