Las patadas del corazón de Anselmo… Hay contadas ocasiones en las que los fanáticos del fútbol llegan a sentir en persona los latidos del fútbol. Esta historia es una de aquellas pocas. Bajaron del coche y entraron a una gran construcción. El mareo le estaba venciendo, había tenido quimioterapia hace poco. A los once años hay menos de media docena de asuntos que le interesen a un niño, aparte de jugar. Y cuando el juego se llama fútbol, y es en Medellín, Colombia, cuna del “Rey de Copas” Atlético Nacional, hay pocas cosas que paren a uno de estos pequeños de patear la pelota. Una de ellas se llama Sarco Nasofaríngeo. La luz del sol lo cegó al volver a salir. Poco a poco se comenzó a dibujar un escenario que ya había visto mil veces al salir de su casa: gente jugando fútbol. Justo en aquél instante las lágrimas pudieron haber escapado sus ojos, ¿de quién había sido la mala broma de traerlo hasta acá para ver lo que podía ver desde su patio? Pero algo frenó el llanto y el mareo y todo el malestar que pudiera sentir en aquél momento. No eran guaduas por lo que entraba el balón una y otra vez, sino postes de verdad, y los uniformes eran verdes con rayas blancas. ¡Estaba viendo a los Verdolagas! ¡El Atlético Nacional en vivo! Así es, Anselmo Paz Torres tiene cáncer. Todos los días al salir de su casa y ver a todos sus amiguitos anotar goles entre dos guaduas como postes en Chigorodó, su pueblo, debe seguir sus pasos y no detenerse a ver si a algún equipo le falta algún jugador. Tiene que ir a quimioterapia. Sus padres, Don Anselmo y Doña Emperatriz, lo más que podían hacer por acercar a su hijo al fútbol, era sentarse a ver junto a él todos los partidos del gran Atlético Nacional. Era en este equipo, el de los “Verdolagas”, en el que jugaba el magnífico jugador admirado con exaltación por el pequeño Anselmo: Edixon Perea. El jugador que con apenas una veintena de años ya había conseguido el tercer lugar de la Copa Mundial de la Juventud y estaba en uno de los mejores equipos del país, el Atlético Nacional. Anselmo quería ponerse aquella camiseta y patear aquél balón, y por qué no, darle un pasesito a Edixon de vez en cuando. Cada que la pantalla mostraba que Edixon tocaba el balón, el corazón de Anselmo daba un tun-tun más fuerte. De pronto Anselmo oyó un disparo que supo diferenciar de todo el resto de balonazos que daban. Tuntun. Edixon Perea metía un gol en el ángulo. Anselmo no se lo creyó, hasta que tuvo puesta la camiseta firmada por todos los jugadores, y con el balón autografiado por los mismos hizo un pase hacia Edixon con una patada que hizo latir los corazones de todos los presentes. Este raro fenómeno cardiaco fue descubierto por Soñar Despierto, y no tardaron en armar una estrategia para que continuaran estos tun-tuns, por mucho, mucho más tiempo. Anselmo estaba en tratamiento de quimioterapia, Edixon jugando la Copa Mustang en el Atlético Nacional. No era una misión fácil. Lo siguiente que supo Anselmo fue que estaba en un automóvil, haciendo miles de paradas, frenado por policías y yendo muy lejos de su pequeño Chigorodó. Era uno de esos días de noviembre, que no parece que circule ni el viento. Ahora, cada vez que los jugadores del Atlético Nacional de Medellín, y en especial Edixon Perea, patean la pelota a gol, les suena a latido de corazón, ese corazón que oyeron el día que conocieron a Anselmo Paz Torres.