TEMA 7 LA MUERTE DE JESÚS

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Revista de Pastoral Juvenil 484 noviembre 2012
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TEMA 7
LA MUERTE DE JESÚS
José Serafín Béjar Bacas1
1. Presentación del tema
No siempre coinciden las razones por las cuales matan a un hombre, con las
razones por las cuales un hombre se deja matar. Se establece así un doble nivel que es
necesario contemplar. Por un lado, tenemos el escenario de la historia. En efecto, este
escenario apunta a una historia de libertades que se cruzan, de intereses encontrados, de
un conflicto generado en el corazón de aquella sociedad profundamente religiosa, de los
hombres que sentencian y ejecutan una condena a muerte. Pero, al mismo tiempo, y sin
contradicción, existe otro nivel de comprensión de los hechos que apunta a las
profundidades de conciencia de Jesús. Los hechos de la vida siempre dejan una huella
en nosotros y, si somos honestos con nuestra propia historia personal, necesitamos
integrar esos hechos para ser nosotros los que vivamos los acontecimientos y no los
acontecimientos los que nos vivan a nosotros. De esta manera, podemos distinguir entre
“matar” y “morir”. Dos verbos que nos aportan el ritmo interno de la presente reflexión
y que, de un modo natural, dan lugar a dos preguntas: la primera, ¿por qué mataron a
Jesús?; y la segunda, ¿por qué murió Jesús?, o, ¿cómo entendió Jesús su propia muerte?
¿Por qué mataron a Jesús? En el escenario de la historia de pasión, los
evangelios nos hablan de un doble juicio; uno de carácter religioso y otro de carácter
político. Este doble juicio pone de manifiesto uno de los hechos más incontestables de
la vida de Jesús: el conflicto. En efecto, la trama narrativa de los evangelios se articula
en torno al conflicto que el ministerio público de Jesús generó con las autoridades
religiosas de aquel tiempo. En este sentido, es interesante arrancar de nosotros ideas
1 Profesor de Cristología y Antropología Teológica. Facultad de Teología de Granada.
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comúnmente aceptadas donde, la muerte de Jesús, es contemplada como la realización
de un designio eterno de salvación querido por Dios Padre. No es Dios Padre el que
quiere la muerte de su Hijo, sino que fueron los dirigentes religiosos del judaísmo del
siglo I los que provocaron la muerte de Jesús. ¿Por qué? Porque la pretensión de este
judío marginal les parecía intolerable y blasfema. Decidirse por Dios, aquí y ahora, en la
persona de este carpintero venido de la Galilea era algo, simple y llanamente,
inadmisible. Que la causa de Dios fuera la causa de Jesús, ponía de manifiesto una lucha
de dioses: el Dios de Jesús no era el Dios de la religión oficial. Esta es la atmósfera que
se respira en el juicio religioso que Jesús tiene ante el Sanedrín. Detrás de las preguntas
y de los silencios, que encontramos relatados en los evangelios, se percibe la
constatación de una irritante pretensión, peligrosa para el sostenimiento de aquel
sistema religioso: “Por eso los judíos tenían aún más ganas de matarle, porque no solo
no observaba el mandato sobre el sábado, sino que además se hacía igual a Dios al decir
que Dios era su propio Padre” (Jn 5,18); “Los judíos le contestaron: –No vamos a
apedrearte por ninguna cosa buena que hayas hecho, sino porque tus palabras son una
ofensa contra Dios. Tú, que no eres más que un hombre, te haces Dios a ti mismo” (Jn
10,33). Una vez celebrado el juicio ante el Sanedrín, se hacía necesario reconvertir la
acusación religiosa en claves políticas. La astucia de los dirigentes religiosos del pueblo
logra arrinconar a Pilato ante una disyuntiva magistralmente formulada: “si sueltas a
éste no eres amigo del César; todo el que se hace rey se enfrenta al César” (Jn 19,12).
“César” y “Rey de los judíos” son dos absolutos que se excluyen recíprocamente y, ante
los cuales, se hace inevitable optar. En el juicio político, Pilato tendrá clara su elección:
“Entonces Pilato les entregó a Jesús para que lo crucificaran” (Jn 19,16).
¿Por qué muere Jesús? Jesús no pretendió la muerte como el horizonte de
sentido de su existencia. Su presencia entre los hombres estaba al servicio de un Dios de
vida: “Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia” (Jn 10,10). Un
Dios de felicidad que se hacía presente en la persona de Jesús creando un espacio nuevo
de sanación y de salvación para todos los hombres. Hay una certeza que guía a Jesús en
la explicitación de este ministerio: Dios actúa por mí y en mí. Ahora bien, este
ofrecimiento de salvación que otorga Jesús, comienza a generar conflicto y a chocar con
la incomprensión y resistencia de sus contemporáneos: “Desde entonces dejaron a Jesús
muchos de los que le habían seguido, y ya no andaban con él” (Jn 6,66). Jesús previó su
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muerte, había acontecimientos que la anunciaban. Pero no fue un espectador pasivo ante
ella, sino que compaginó internamente dicha muerte con su misión: “Nadie me quita la
vida, sino que la doy por mi propia voluntad” (Jn 10,18). En efecto, si Jesús se
comprendió a sí mismo como cumplimiento de la presencia de Dios, y esta presencia
era entendida como amor incondicionalmente ofrecido, la posibilidad de un final trágico
no podía imponerse a su misión. Jesús siguió viviendo en ese amor que bendice y
perdona, incluso a los enemigos: “Amad a vuestros enemigos, haced bien a los que os
odian, bendecid a los que os maldicen, orad por los que os insultan” (Lc 6,27s). Así, si
este amor incondicional del Abbá era salvación y vida ante los poderes que, en este
mundo, aniquilan al hombre y le restan felicidad (sufrimiento, enfermedad,
injusticia…), también el Abbá, pensaba Jesús, habrá de imponerse al poder negador de
lo humano por excelencia: la muerte. Jesús camina hacia la cruz seguro de que la muerte
no puede detener la salvación: “porque os digo que no volveré a beber del fruto de la
vid hasta que venga el reino de Dios” (Lc 22,18).
Por tanto, Jesús entenderá su propia muerte como fidelidad al Dios Abbá.
Precisamente porque su Dios es el Fiel, siempre incondicionalmente ofrecido a este
mundo, más allá de la aceptación o el rechazo que los hombres le profesan. Y por esta
fidelidad, Jesús entenderá su muerte como el último servicio que puede prestar para la
salvación de todos los hombres, para el alumbramiento de un nuevo modo de ser, para
la salida de la inconsciencia, para la cura de la ceguera. El abandono de su misión, aun
cuando su propio pueblo iba a darle muerte, hubiera significado la desacreditación del
Dios que actuaba por Él y en Él.
2. Textos de profundización
La muerte tuvo lugar en un viernes, sin que podamos precisar si este viernes era el día
de la Pascua solemne o era por el contrario la víspera de Pascua. Tampoco aquí la
cronología de los Sinópticos y de San Juan coinciden, ya que ambos tienen intereses
distintos y dan primacía a unas u otras dimensiones de la realidad de Jesús: los
sinópticos a los hechos vividos por Jesús; San Juan, en cambio, a la significación
universal de estos hechos […] La conclusión generalizada es que murió el 14 o 15,
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viernes, del llamado mes de Nisán (mes de la primavera), y que tal ejecución tuvo lugar
en torno al año 30 de nuestra era. En la cronología romana correpondía al año 783 de
la fundación de la Urbs (Ab Urbe condita). La edad de Jesús era aproximadamente de
unos treinta años. (Texto tomado de O. GONZÁLEZ
DE
CARDEDAL, La entraña del
cristianismo, Salamanca 1998, 537)
La Patria ha entrado en el exilio: ¡ésta es la buena noticia de la cruz! A partir de
ahora, no habrá jamás situación de dolor, de miseria o de muerte en la que la criatura
humana pueda sentirse abandonada de Dios. Si el Padre ha tenido entre sus brazos al
Abandonado del Viernes santo, tendrá entre sus brazos a todos nosotros, cualquiera
que sea la historia de pecado, de dolor o de muerte de la que vengamos. A todo el que
advierta el peso del dolor o de la muerte, el Evangelio de la Cruz, necedad para los
griegos y escándalo para los judíos, le dice que no está solo. (Texto tomado de B.
FORTE, Trinità per atei, Milano 1996, 59. La traducción es nuestra)
3. Algunas cuestiones para profundizar
1. Sería interesante trabajar las versiones de Juan y de los Sinópticos a
propósito de la muerte de Jesús, estableciendo paralelismos y diferencias. Ya
hemos indicado, en el texto anteriormente propuesto, cómo las cronologías
son diferentes. De hecho, es interesante constatar que la perspectiva de
acercamiento de los Sinópticos y la de Juan se ubican en planos
diferenciados de realidad.
2. En la presentación del tema y en los dos textos reseñados intentamos hablar
de la historia externa y de la historia interna, da matar y de morir, del porqué
condenan a muerte a Jesús y del porqué Él mismo se deja matar. ¿Percibes
dos niveles distintos de realidad? ¿Aportan algo a tu experiencia vital?
3. Intenta responder, a partir de la presentación de este tema, a la siguiente
pregunta: ¿cómo entendió Jesús su propia muerte?
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4. Comenta la siguiente frase: “El causante directo de esa muerte (se refiere a la
de Jesús) no es por consiguiente ni la naturaleza, ni Dios, ni Jesús mismo
sino los hombres, unos hombres” (GONZÁLEZ DE CARDEDAL, Ibid., 546).
5. Materiales complementarios
- S. Béjar, Dios en Jesús. Evangelizando imágenes falsas de Dios, Ed. San
Pablo, Madrid 2008 (especialmente páginas 149-177)
- B. Sesboüé, Creer. Invitación a la fe católica para las mujeres y los hombres
del siglo XXI, Ed. San Pablo, Madrid 2001 (especialmente páginas 311-348)
Videoforum
El Gran Torino, es una película dirigida y protagonizada, en 2008, por Clint
Eastwood. Sería interesante el visionado de este film en clave cristológica,
concretamente referida al sentido de la muerte de Jesús. En la película se ponen
de manifiesto dos formas de reacción ante el mal de nuestro mundo. Una
primera forma reacciona con violencia ante la violencia, creando una espiral de
odio. Una segunda forma responde a la violencia con la entrega de la propia
vida. Paradójicamente, la entrega de la vida logra detener la espiral del mal y
crear un orden objetivamente nuevo y distinto.
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