COSMOLOGÍA Y COSMOVISIÓN ARISTOTÉLICA El cosmos aristotélico puede ser descrito como un sistema cerrado y finito, teleológicamente ordenado. El principio rector reza así: "todo lo que se mueve es movido por otra cosa". En la cúspide del sistema encontramos el motor inmóvil, Acto puro, que mueve eróticamente (todas las cosas ansían parecerse a él). No puede, pues -a pesar de algunas vacilaciones del propio Aristóteles-, estar en contacto con el mundo: es el mundo el que tiende a él como a su fin último. Por debajo se encuentra el primer motor, que pone en movimiento la esfera de las estrellas fijas. Esta, a su vez, mueve la esfera de Saturno (Saturno, Júpiter, Marte, Venus, Mercurio y la Luna), y así sucesivamente, hasta el orbe lunar. Estas esferas están constituidas de una sustancia, el éter, en la que se equilibran perfectamente la materia y la forma: su movimiento es, pues, circular. Esa sustancia es denominada, también, "quinta essentia", en alusión a las otras cuatro terrestres. Los planetas son, también ellos, dioses -en el medievo se entenderían movidos por potencias angélicas-. Por debajo del orbe sublunar se encuentra la estática Tierra, en el centro del universo, estructurada según los cuatro elementos. Las alternancias calor-frío y seco-húmedo, producidas por el movimiento del Sol con su inclinación variable sobre el horizonte, perturban continuamente a los cuatro cuerpos elementales. El movimiento natural será la pugna de los cuerpos por volver a la esfera elemental correspondiente. Agua y tierra son por naturaleza graves: tienden a descender. Aire y agua son livianos: tienden a ascender. El movimiento rectilíneo vertical es el movimiento natural del orbe sublunar. Los movimientos horizontales, oblicuos o compuestos son siempre movimientos violentos. Son debidos a una fuerza actuante sobre ellos, y cesan cuando cesa de aplicarse la fuerza. Aristóteles, en base a los principios de su física, no podía admitir ni el espacio vacío ni el movimiento libre de un cuerpo en el vacío. Adoptó y materializó el sistema ideal de esferas homocéntricas ideado por dos matemáticos contemporáneos suyos: Eudoxio (27 esferas) y Calipo (33 esferas). Esta hipótesis estaba destinada, en sus orígenes, a "salvar los fenómenos" celestes sin renunciar a la esfera y el círculo, como Platón había recomendado a sus discípulos. Aunque Aristóteles aumentó el número de esferas a 55 basándose en consideraciones físicas y matemáticas. El sistema aristotélico presentaba grandes ventajas para la mentalidad medieval: tras los esfuerzos de Tomás de Aquino, suministraba una poderosa apoyatura a la teología cristiana. Además estaba acorde con el sentido común (vemos girar los cielos mientras nosotros estamos quietos) y se acomodaba con bastante precisión a los datos entonces disponibles. Pero ya en el s.VI, Juan Filopón, comentarista de la Física de Aristóteles, señalaba dos fenómenos que iban a convertirse en la "crux" del aristotelismo: el movimiento violento de los proyectiles y la caída natural de los graves. La explicación aristotélica sobre el movimiento de los proyectiles se basaba en el aire desplazado por el proyectil. Pero en tal caso la flecha no debería descender ya que el aire no se acaba nunca. Por otro lado, la piedra que cae va más deprisa según se va acercando al suelo, lo que indica una fuerza cada vez más potente. Además del aire, en este caso se adujo también el ansia del móvil para reunirse con su elemento; pero si el cuerpo en el elemento está en reposo, entonces el movimiento debería ir reduciéndose a medida que se acercara el móvil a su elemento natural, y no al contrario, como sucede. LA TEORÍA DEL ÍMPETU: Ya en el S.XIV, filósofos como Juan Buridano (muerto hacia 1358) y Nicolás de Oresme (muerto en 1382) propusieron como alternativa su teoría del ímpetus. Con ella, decía Buridano, no serían necesarias las inteligencias (ángeles) para mover los cuerpos celestes. Oresme llegaría, incluso, a decir que Dios podría haber puesto en funcionamiento el universo en un principio y abandonarlo después a sus solas fuerzas, para que actuara como un mecanismo. Habría que esperar, sin embargo, más de dos siglos para el establecimiento de la ley de la inercia, aquí prefigurada. En síntesis, la teoría afirmaba que el proyectil se ponía en movimiento por un traspaso de fuerza desde el proyector. Esta fuerza obraba como un ímpetu que se iba gastando según avanzaba el móvil. Así podía explicarse el movimiento de la flecha, pero no el de los graves. Para este caso, se imaginaba que, a cada descenso, íbase añadiendo al móvil un "ímpetus accidentalis", extraído del medio circundante. Se llegó, incluso, a describir la masa de un cuerpo como la relación entre ímpetus y velocidad (traduciendo respectivamente "fuerza" y "aceleración", la fórmula es correcta). Sin embargo, los teóricos del ímpetu no pudieron -o no quisieron, presas de su aristotelismomatematizar sus descripciones. Además, suponían que, agotado el ímpetu, la flecha debería caer verticalmente, lo cual estaba lejos de la realidad (por Galileo sabemos que todo proyectil describe una parábola). Una de las razones por la que la teoría no prosperó se debió a que corregía puntos particulares del sistema, pero no lo sustituía por un nuevo marco teórico. Eran meros remiendos para un edificio que se cuarteaba. Sin embargo, el influjo de esta teoría llegaría en el S.XVI a la Universidad de Padua, en la que Galileo estudiaba. Este hecho, y la traducción latina de las obras de Arquímedes (1543: fecha de la aparición de De Revolutionibus de Copérnico), suministrarían los materiales de dinámica sobre los que Galileo levantaría su nueva ciencia. Los materiales en astronomía le vinieron suministrados por Copérnico (no por Kepler).