El niño Tenoch Cuento Héctor G. Legorreta El niño Tenoch Héctor G. Legorreta / Rodrigo A. Legorreta ¡Hola! Mi nombre es Tenoch y les contare una historia que pasó hace mucho, mucho tiempo. Vivíamos en un lugar llamado Aztlan, donde vivía con mi familia integrada por mi padre Tonatiuh y mi madre Tonatzin, y mis hermanos Cuauhtémoc y Xochitl. Un día soleado mí familia y yo despertamos con el canto de los ruiseñores y demás aves del cielo. Recuerdo claramente que fue el día Ce Cipactli (uno lagarto), del mes Izcalli (casa) del año 1 Tecpatl (1 pedernal) y los Sumos Sacerdotes nos llamaron porque debíamos buscar una señal que el dios Huitzilopochtli les había encomendado durante un sueño. - ¿Que señal es esa? - le pregunté a mi padre. Al instante se oyó la voz del sacerdote mayor: - El dios Huitzilopochtli nos ha encomendado que asentemos una ciudad para nuestro pueblo. La señal que nos ha dado es que donde asentemos la ciudad debe haber un águila posada en un nopal devorando una serpiente.Después de haber dicho esto, partimos hacia el sur, con dirección a Colhuacan. Pasando dicho lugar llagamos a Cuahuitzintla, donde estuvimos 5 días, tiempo en que se hizo presente el dios Tláloc, pues cayó una lluvia lo cual nos dio un buen augurio para el resto del viaje. Continuamos nuestra travesía pasando por Cuechtecatl Ichocayan, donde no nos detuvimos a sugerencia del Sacerdote Mayor. Cayó la noche y llegamos a Cuatlicamac-Coatepec, donde nos dispusimos a dormir. En ese lugar nos reunió a todos los niños de mi edad el Sacerdote Mayor. Para entonces yo ya me había echo muy buen amigo de Ilancueitl y de Acamapichtli. El Sacerdote Mayor en aquella noche en que se veía resplandeciente la Luna acompañada de sus hermanas las Estrellas, nos contó la historia de Tecusciztecatl y Nanahuatzin, los dioses que se sacrificaron antes de la creación del mundo y que ahora son el Sol y la Luna en el lugar conocido como Teotihuacan. Al día siguiente, cuando despertamos, nos vimos rodeados de un precioso valle, donde cerca había un riachuelo; las montañas alrededor nos permitían estar seguros de ataques de otras posibles tribus. Entonces los Sumos Sacerdotes convocaron a todos los que íbamos caminando y nos preguntaron si nos quedábamos durante un breve periodo en ese lugar, lo cual se convirtió en años. Dado el largo periodo de tiempo que estuvimos en ese lugar, llego la conmemoración del primer Fuego Nuevo desde nuestra salida de Aztlan. Esto aconteció en el año Ome Acatl. La conmemoración del fuego nuevo es la renovación de un nuevo siglo que equivale a 52 Xiuhpohualli (calendario solar de 365 días), en el cual se celebraba una ceremonia donde los Sacerdotes, los ofrendadores del fuego, enviaban mensajeros hacia todas partes: les daban el encargo los ofrendadores del fuego de México. Y hacia todos los lejanos rumbos parten los mensajeros, los corredores, cada uno de los que habían sido elegidos, el ligero de pies, el que corre como viento. Así, rápido, harán llegar el fuego hasta sus pueblos. 1 Web Oficial de HgLc© | http://hglc.asp25.com/ El niño Tenoch Cuento Héctor G. Legorreta Lo primero que preparaban, arreglaban la tea, la llamada mazo de teas. Y esta traía los ofrendadores del fuego. Primero la subían, la llevaban directamente a la cumbre del templo, allá donde se guarda la imagen de Huitzilopochtli. La pongan en el fogón, luego la esparcían, le derramaban polvo de copal blanco. En seguida bajan. Primero llevan el fuego, lo llevan directamente al calmecac, al llamado Calmecac de México. Después cunde, ese encendido el fuego en todos los calmecac, en los calpulco. En seguida van a todos los Tepochcalli. Era cuando todos los hombres del pueblo pisoteaban se arrojaban al suelo, se ampollaban al cojer el fuego. Cuando en esta forma se había distribuido el fuego, se tranquilizaban los corazones. Así lo hacían los ofrendadores del fuego en todos los pueblos. Así conducían, llevaban el fuego, se daban mucha prisa, aguijaban a los portadores. Así lo hacían llagar rápidamente a sus casas, salía uno para darlos a otros, así hacíamos relevos. Sin pérdida de tiempo, sin intromisión, en poco tiempo hacían llegar, hacían resplandecer el fuego. Solo en poco tiempo por todas partes asentaban el surgir del fuego, hacían que abrieran sus corolas. También lo llevaban primero allá, lo conducían directamente a su templo, a su calmecac, a su calpulco. Después se esparcían el fuego por todas las demarcaciones y por las casas. Esta ceremonia del fuego nuevo siempre me ha gustado, y en aquella ocasión lo disfrute con mis padres, mis hermanos y mis amigos Ilancueitl y Acamapichtli. Un día me despertó mi hermano Cuauhtémoc porque los Sumos Sacerdotes decidieron que era el momento de partir. Nos dirigimos a Tula, donde aprendí a jugar el juego de pelota. Eran impresionantes los juegos entre Cuauhtitlán y esta ciudad, al igual que lo eran aquellas estatuas gigantes en el Templo de Tlahuizcalpantecuhtli, donde según contaban que aquellas estatuas habían sido construidas por nuestros antepasados. No es porque yo lo diga, pero mientras duro nuestra estancia en Tula, fui de los mejores jugadores en el arte del juego de pelota, tanto que los habitantes de esa ciudad, cuando llego el momento de proseguir nuestro camino, trataron de convencerme de quedarme a vivir con ellos. Continuamos nuestra travesía hacia Atlitlalaquian, donde no paso nada interesante a pesar de habernos quedado un breve periodo de tiempo. De ahí llegamos a Tlemaco y de ahí nos fuimos a Atotolonilco, lugar famoso por sus aguas termales, (en las cuales le jugamos una broma a mi hermana Xochitli entre Cuauhtémoc, Ilancueitl, Acamapichtli y yo, donde casi terminamos ahogando a mi hermana por la temperatura de las aguas, y por lo cual mi padre nos reprendió como nunca antes lo había hecho). Después de mucho andar, llegamos a Apazco, donde encendimos el segundo Fuego Nuevo. Cabe destacar que para este punto mi padre ya estaba cansado y enfermo, por lo cual dado el afecto que tenían los Sumos Sacerdotes nos quedamos un breve periodo de tiempo. Continuamos nuestro andar pasando por Tzompanco, donde murió mi padre. Lo sepultaron con los honores de un guerrero. Lo que mas recuerdo son sus ultimas palabras: “No dejes a la deriva todo lo que has aprendido y lo que aprenderás. Algún día tú guiarás este pueblo, el cual es un gran 2 Web Oficial de HgLc© | http://hglc.asp25.com/ El niño Tenoch Cuento Héctor G. Legorreta pueblo. No los abandones” De ahí nos fuimos a Xaltocan, pasamos por Acalhuacan, y llegamos a Ehecatepec, donde empezamos a tener problemas con la gente que vivía ahí. De ahí surgió la necesidad de los Sacerdotes de enseñarnos el arte de la guerra. Como no estábamos lo suficientemente adiestrados, continuamos hacia el sur llegando a Tulpetlac, ya a orillas del lago de Texcoco. Después nos desplazamos a Cuatlitlán, donde estuvimos algunos años más. Ahí fui condecorado con el grado de caballero jaguar al mando del grupo de elite, lo cual para mi fue muy importante porque los Sacerdotes y el resto del pueblo en general tenia una actitud de respeto hacia mi familia. Después de pasar por Huexachtitlan, encendimos el tercer Fuego Nuevo en Tecpayocan. Continuamos nuestra travesía por Pantitlan, Amalinalpan, regresamos a Pantitlan, proseguimos nuestro rumbo por Acolnahuac, de ahí a Popotlan, donde existe la fama de que crecen árboles gigantescos llamados ahuehuetes, los cuales se dice que tienen desde que comenzó el mundo. Bordeamos nuevamente el lago para llegar a Techcaltitlan, Atlacuihuayan, y nos asentamos algunos años más en Chapultepec, donde encendimos nuestro último Fuego Nuevo. Cabe destacar que desde lo alto del cerro se tiene una vista preciosa del valle de Anahuac y del valle de Texcoco. Para entonces yo ya había sido adiestrado en la ciencia y en el arte de la guerra. Al morir el Sacerdote Mayor, el peregrinaje de mi pueblo quedó a mi cargo. Nos dirigimos a Acolco, de ahí a Contitlan, e íbamos de regreso al norte del lago cuando de pronto vi a lo lejos, en una peña en medio del lago, un espectáculo maravilloso: en aquel islote crecía un nopal hermoso y floreciente, con tunas rojas lo suficientemente maduras como para ser degustadas en aquel momento. En el horizonte, se divisaban los volcanes Popocatepetl e Iztaccihuatl, donde según cuenta la leyenda moran la mujer dormida y el gran guerrero, que algún día despertaran para vengarse de aquellos que se opusieron a su amor. De frente a los rayos del Sol, un águila real devoraba sobre ese nopal una serpiente. Su plumaje relucía con el sol, y al vernos inclinó su cabeza en señal de reverencia. En ese momento supimos que esa era la señal que nos había dado el dios Huitzilopochtli, supimos que ese debía ser el lugar donde fundaríamos la ciudad de nuestro pueblo. En ese momento también supimos que esa sería una gran nación, la gran México-Tenochtitlan. Cuando nos establecimos finalmente en el lugar indicado por el dios Huitzilopochtli. Pero ahora llego el momento de decidir quien guiaría los destinos de nuestro pueblo. Para tal efecto los Sumos Sacerdotes convocaron al pueblo para decidir quien gobernaría la naciente ciudad. El pueblo decidió que yo fuera el primer Huey Tlatoani (gobernante), de lo que seria, al cabo de los siglos, una nación gloriosa. Actualmente ya estoy viejo, no sé en realidad cuantos años han pasado. He visto como mi pueblo se dejó engañar por un falso dios y fue casi aniquilado, vi como mi pueblo expulso a estos falsos dioses siglos después, he visto como otras naciones han querido invadirnos, y no lo han logrado. 3 Web Oficial de HgLc© | http://hglc.asp25.com/ El niño Tenoch Héctor G. Legorreta Cuento Así mismo he visto como mi pueblo se ha opuesto a la tiranía y la dictadura de malos gobernantes, he visto las luchas de mi pueblo para ser mejor y glorificar la tierra que pisan sus pies. Con tristeza he visto su depredación por la naturaleza incluyendo todo lo que era sagrado para nosotros: plantas, animales, árboles, agua, tierra, aire y todo lo que han podido tocar. Esto no ha sido producto de su imaginación o de su forma de ser. Al igual que antes, hay falsos dioses que hacen cometer locuras a mi pueblo sin que se de cuenta. Pero se que llegara el día en el cual, al igual que lo hicieron una vez, volverán expulsar a estos falsos dioses. Actualmente mi pueblo no olvida la señal que nos dio el dios Huitzilopochtli, y es el estandarte con el cual se identifica mi pueblo, del cual estoy orgulloso por que sé que darían su vida por defenderlo: el escudo de la Nación Mexicana. FIN TENOCH: Tuna de piedra. 4 Web Oficial de HgLc© | http://hglc.asp25.com/