Capítulo II HACIA UNA TEORÍA SOBRE EL TRABAJO INTELECTUAL Y EL TRABAJO MANUAL Lo intelectual o "académico" es "para los añorantes de la pirámide de castas, lo sublime, lo sagrado, lo intangible, lo que sale de la boca de Visnú, el privilegio de los bramanes. Lo «laboral», lo subalterno, lo vil, lo que emana, maloliente, de los pies del dios, el castigo de los parias". Wenceslao Roces Como se sabe, la economía política registró un vuelco en el momento mismo en que, entre otras tesis, Marx consideró la fuerza humana de trabajo como una mercancía. La comercialización, el "inmenso arsenal de mercancías", abarcaba, según él, no sólo los productos destinados al cambio, no sólo el dinero como el intermediario universal de diferentes coágulos de trabajo humano indistinto, sino también la fuerza humana de trabajo. Marx escribe: "Para convertir el dinero en capital, el poseedor del dinero tiene, pues, que encontrarse en el mercado, entre las mercancías, al obrero libre".1 En el capitalismo existen, como se comprende, dos modalidades fundamentales de mercancía: la objetiva (los productos destinados al cambio y el dinero que funge como intermediario) y la subjetiva (la fuerza humana de trabajo). A pesar de las diferencias entre una y otra, pueden ser clasificadas dentro del género común de mercancías porque poseen las tres (los productos, el dinero y la fuerza humana de trabajo) una misma estructura, como después veremos. Es importante subrayar, al llegar a este sitio, que si bien Marx trató suficientemente la mercancía objetiva (su producción, su valoración, su intercambio, etcétera), a nuestro parecer trató de manera menos profunda la mercancía subjetiva (la fuerza humana de trabajo), lo cual no debe interpretarse en el sentido de que las tesis que proporciona al respecto sean falsas, sino en el sentido de que son tan sólo esbozos, verdaderamente geniales desde luego, pero faltos del desarrollo profundo que exigen. No obstante, las afirmaciones de Marx sobre la fuerza humana de trabajo, pese a su formulación esquemática, son la base obligatoria para hacer progresar un examen minucioso del problema en cuestión. A nuestro modo de ver las cosas, Marx analiza el carácter mercantil de la fuerza humana de trabajo principalmente por tres razones: a) para poner en claro el valor de las mercancías (objetivas), b) para esclarecer la masa y la cuota de plusvalía, y c) para aclarar el valor de la mercancía subjetiva (el salario). No vamos a examinar aquí, porque lo damos por 1 Carlos Marx, El Capital, T. I, FCE, 1947, p.186. 37 supuesto, la segunda y la tercera razones; pero sí nos gustaría aludir brevemente a la primera. Marx aclara que el valor de una mercancía, de un producto destinado al cambio, no puede ser sino capital constante (c) + capital variable (v) + plusvalía (p). Es interesante hacer notar, entonces, que el valor de la fuerza humana de trabajo (o sea y) entra todo él en el valor de la mercancía objetiva. La mercancía subjetiva es, en términos de valor, una parte del valor de la mercancía objetiva (productos o dinero). A Marx apenas le interesa el carácter o el tipo de trabajo que asume la fuerza humana de trabajo al ponerse en acción en el proceso productivo. Lo que le preocupa sobre todo en este punto es que el valor de la fuerza humana de trabajo (esto es, el trabajo socialmente requerido para producir los medios fundamentales destinados a la manutención del obrero y su familia, etcétera) reaparece en la mercancía objetiva, junto con el capital constante (que se transfiere) y la plusvalía (que "valoriza el valor"). Él piensa, además, que "para los efectos del proceso de valorización, es de todo punto indiferente el que el trabajo apropiado por el capitalista sea trabajo simple, trabajo social medio, o trabajo complejo, trabajo de peso específico más alto que el normal:2 En todo esto salta a la vista la diferencia entre la mercancía objetiva y la subjetiva: la objetiva comprende a la subjetiva. Marx echa mano de la abstracción y engloba dentro de y todo tipo de trabajo asalariado, el simple y el complejo, el manual y el intelectual. Pero Marx no ignora la existencia de las diferentes modalidades que puede asumir, y asume constantemente, la fuerza humana de trabajo. A pesar, por eso mismo, de lo breve y embrionario del análisis marxista respecto a la mercancía subjetiva, conviene tener muy en cuenta los siguientes puntos de vista de Marx: a) La fuerza humana de trabajo posee, como toda mercancía, un valor de uso, un valor de cambio y un valor. b) La fuerza humana de trabajo se desdobla en dos aspectos esenciales, en lo que a su tipo o carácter se refiere: trabajo simple y trabajo complejo. c) La fuerza humana de trabajo mantiene relaciones esenciales con la contradicción entre el trabajo abstracto y el trabajo concreto. Examinemos punto por punto. a) A la fuerza humana de trabajo debemos considerarla como una mercancía más porque posee, como los productos y el dinero, una estructura más que similar idéntica: se trata, en efecto, de algo destinado al cambio, que posee un valor de uso (una utilidad), un valor de cambio (que implica una determinada proporción en que se intercambia por otras mercancías) y un valor. El valor de la fuerza humana de trabajo, o la sustancia de su valor de cambio, nos muestra que, al igual que cualquier mercancía, se descompone en c+v+p, ya que aquello que lo determina es el trabajo socialmente necesario para producir ciertas mercancías: las que necesita el obrero por término medio para su supervivencia y reproducción. El valor de uso de la fuerza humana de trabajo no es otra cosa, como se sabe, que el trabajo, esto es, la actividad que despliega en general un obrero en una jornada completa. El valor de cambio, por su lado, es la cotización de la fuerza 2 El Capital, Ibid., p.220. 38 humana de trabajo en el mercado, cotización que equivale a su salario. La diferencia entre el valor de uso de la fuerza humana de trabajo y su valor de cambio nos habla de la plusvalía, y nos habla de ella porque el valor de la fuerza humana de trabajo, esto es, el fundamento de su valor de cambio, es reproducido en una parte de una jornada completa, dejando a la otra parte como el tiempo de trabajo que produce un excedente de valor (p). b) Marx formula la distinción, esencial para analizar el tipo o el carácter de la fuerza humana de trabajo, entre el trabajo simple y el trabajo complejo. Digámoslo con sus propias palabras: "El trabajo humano es el empleo de esa simple fuerza de trabajo que todo hombre común y corriente, posee en su organismo corpóreo, sin necesidad de una especial educación. El simple trabajo medio cambia, indudablemente, de carácter según los países y la cultura de cada época, pero existe siempre, dentro de una sociedad dada. El trabajo complejo no es más que el trabajo simple potenciado o, mejor dicho, multiplicado; por donde una pequeña cantidad de trabajo complejo puede equivaler a una cantidad grande de trabajo simple".3 Anotemos el hecho, antes de pasar adelante, que aunque en general el trabajo simple es trabajo manual y el trabajo complejo trabajo intelectual, puede darse el caso de un trabajo complejo manual y de un trabajo simple intelectual. Anotemos también el hecho de que, visto en términos de valor, la fuerza humana de trabajo dotada de un trabajo simple es remunerada de acuerdo con el valor (como promedio) de su fuerza humana de trabajo, en tanto que la fuerza humana de trabajo complejo o calificado es retribuida salarialmente de acuerdo con una tasa que excede a la media salarial con que se paga el valor medio de la fuerza humana de trabajo. Dice Marx: "En todo proceso de creación de valor, el trabajo complejo debe reducirse siempre al trabajo social medio, verbigracia, un día de trabajo complejo a «x» días de trabajo simple".4 El trabajo simple es vendido en general, por consiguiente, a menor valor que el trabajo complejo, y hasta puede darse el caso, frecuente en países altamente industrializados, en que el trabajo manual complejo sea mejor pagado que el trabajo intelectual simple. c) La fuerza humana de trabajo, como toda mercancía, se vincula esencialmente con el trabajo abstracto y el trabajo concreto. Como se recordará, el valor de uso de una mercancía es la base material de su valor de cambio, lo que, visto desde otro ángulo, significa que el trabajo concreto, cualitativamente diverso, que da a luz a esa mercancía (a la que es inherente una utilidad determinada) representa, al mismo tiempo, una cierta cantidad de trabajo humano indistinto o de trabajo abstracto; esta es la razón por la cual dos mercancías diferentes cualitativamente, en el mercado pueden equipararse cuantitativamente en determinada proporción. Digámoslo de esta manera: los productos de dos trabajos concretos y distintos son intercambiables entre sí, porque poseen, como común denominador, el mismo tiempo de trabajo socialmente necesario para producirlos o, lo que es igual, la misma cantidad de trabajo abstracto. La oposición del trabajo abstracto y el trabajo concreto es una contradicción cuya función esencial consiste en ligar la esfera de la producción (trabajo concreto) y la esfera de la circulación (trabajo abstracto). 3 4 El Capital, ibíd., p.49. El Capital, ibíd., p.222. 39 Sin tomar en cuenta, por ahora, la comunidad primitiva, la sociedad humana, históricamente considerada, siempre ha articulado dos tipos de antítesis: la antítesis entre la clase poseedora y la clase desposeída (de medios materiales de producción) y la antítesis entre el trabajo intelectual y el trabajo manual. A la primera podríamos designarla provisionalmente como antítesis económica y a la segunda como antítesis técnico-funcional.5 Estas dos antítesis tienen su fundamento en la infraestructura económica. La primera se basa en las relaciones sociales de producción esencialmente en las relaciones de propiedad a ellas aparejadasen tanto que la segunda se funda en las fuerzas productivas, ya que en éstas hay que comprender, a más de los medios de producción y el objeto de trabajo, la fuerza humana de trabajo. La división del trabajo, generada a partir de las relaciones técnicas de producción (esto es, del vínculo necesario que se establece entre los medios de producción y la fuerza humana de trabajo) es la realidad económica que sirve de base a la antítesis entre el trabajo intelectual y el trabajo manual. Pero conviene dejar en claro, desde ahora, que en general y en última instancia, la antítesis económica subordina a la antítesis técnico-funcional. La económica representa la contradicción principal y la técnico-funcional la contradicción secundaria. La segunda vive "a la sombra" de la primera. Y esto es así porque, de acuerdo con la interpretación materialista de la historia, la propiedad privada de los medios de producción materiales (que caracteriza a la antítesis económica) tiene un peso específico mayor, en fin de cuentas, que la propiedad privada de los medios de producción ideales (características de la antítesis técnicofuncional. En el producto de valor (v+p), las relaciones sociales de producción y las fuerzas productivas producen diferente efecto distributivo. En el modo de producción capitalista, en efecto, las relaciones sociales de producción, basadas en la propiedad privada de las condiciones materiales de la producción, hacen que el trabajo excedente (p) vaya a parar al capitalista y el trabajo necesario (v) sirva para reproducir el valor de la fuerza humana de trabajo. En el mismo régimen social, las fuerzas productivas, basadas en la existencia de diversos tipos de trabajo, hacen que "v" se desdoble en trabajo simple y trabajo complejo, trabajo manual y trabajo intelectual. La mercancía fuerza humana de trabajo simple es aquella en que no se invierte un trabajo especial en la obtención de mayor capacidad productiva. Por no existir un trabajo en el trabajo excepcional, se trata, como dice Marx, del "empleo de esa simple fuerza de trabajo que todo hombre común y corriente, posee en su organismo corpóreo, sin necesidad de una especial educación". La remuneración del trabajo simple es necesariamente menor, en términos de valor, que la del trabajo complejo precisamente por el hecho de que tiene cristalizado en su mercancía (subjetiva) una menor cantidad de trabajo en el trabajo. El trabajo simple no es Respecto a la antítesis técnico-funcional basada en la posesión o no de medios intelectuales de producciónquerríamos hacer esta aclaración: estos medios intelectuales de producción no hacen alusión sólo a la producción material, no se trata sólo del trabajo intelectual que interviene en el proceso económico, sino a todo tipo de producciones o prácticas: artísticas, científicas, ideológicas, etcétera. 5 40 exactamente el trabajo más elemental imaginable, sino el trabajo en el trabajo promedio: la media de trabajo simple. De ahí que Marx asiente: "El simple trabajo medio cambia, indudablemente, de carácter según los países y la cultura de cada época, pero existe siempre, dentro de cada época". La fuerza humana de trabajo compleja es aquella en la que se invierte más trabajo en el trabajo que la media simple y vale, por consiguiente, más en el mercado de la mano de obra. Aunque existe una diferencia cualitativa entre el trabajo intelectual o complejo y el trabajo físico o simple, en términos de valor se reducen a una diferencia cuantitativa. De ahí que asiente Marx: "El trabajo complejo no es más que el trabajo simple potenciado o, mejor dicho, multiplicado; por donde una pequeña cantidad de trabajo complejo puede equivaler a una cantidad grande de trabajo simple". Dicho de otra manera: si multiplicamos el trabajo simple conseguimos el trabajo complejo y si dividimos el trabajo complejo obtenemos el trabajo simple. El mecanismo por medio del cual se puede multiplicar el trabajo simple hasta convertirlo en trabajo complejo, es lo que hemos denominado trabajo en el trabajo. Lo que hace que la mercancía (subjetiva) fuerza humana de trabajo aumente de valor (lo cual se manifiesta en el monto del salario individual) es, en efecto, la incorporación de trabajo en el trabajo. "El trabajo considerado como trabajo más complejo, más elevado que el trabajo social medio dice Marx, es la manifestación de la fuerza de trabajo que representa gastos de preparación superiores a los normales, cuya producción representa más tiempo de trabajo simple".6 Si no hay una instrucción especial o una experiencia excepcional (la experiencia puede sin lugar a dudas potenciar el trabajo), se trata de un trabajo simple. Podríamos afirmar, después de conducir la ley del valor-trabajo desde las mercancías objetivas a la mercancía subjetiva de la fuerza humana de trabajo, que hay un trabajo socialmente necesario para trabajar el trabajo en el nivel de la media social y obtener el trabajo simple. Podríamos afirmar, asimismo, que si hay una instrucción especial y una experiencia importante, este trabajo en el trabajo convierte a la mercancía fuerza de trabajo en trabajo complejo, el cual, como se comprende, se cotiza más alto en el mercado de la fuerza humana de trabajo. E. Mandel escribe que en el mercado de la fuerza de trabajo intelectual, este último "adquiere un precio que fluctúa conforme a las leyes del mercado, es decir, conforme a las leyes de la oferta y la demanda".7 Nos parece que esta observación olvida que, por debajo del precio de la mercancía fuerza humana de trabajo, existe un valor a partir de cual surgen las fluctuaciones. Ya Marx establece el embrión de esta teoría al destacar la diferencia entre un trabajo complejo y un trabajo simple. ¿A qué se debe el hecho de que el trabajo complejo valga más que el trabajo simple? A que la fuente del valor es en todos los casos el trabajo humano indistinto, lo mismo el cristalizado en la mercancía objetiva que el plasmado en la subjetiva. Puede decirse, por consiguiente, que el valor del trabajo potenciado (el El Capital, ibid., pp.220-221. Tomando en cuenta la diferencia que hace Marx entre trabajo y fuerza de trabajo, en sentido estricto nuestro concepto de trabajar el trabajo debería formularse como trabajar la fuerza de trabajo. 7 E. Mandel, Conferencias, Esc. de Filosofía y Letras, Universidad Autónoma de Puebla, 1973, p.16. 6 41 trabajo especializado de un intelectual o de un obrero manual), a diferencia del trabajo simple, equivale a una mayor cantidad de trabajo simple, tanto si lo medimos con el trabajo no complejo que emplea la clase obrera por término medio para producir una cantidad determinada de mercancías, y que se objetiva en ellas, como si lo equiparamos con su propio status precedente de trabajo simple, sin instrucción especial. Para comprender cabalmente lo anterior, conviene poner en relación la antítesis técnico-funcional, a la que nos venimos refiriendo, con otras dos contradicciones: la que existe entre el trabajo abstracto y el trabajo concreto y la que se establece entre el trabajo productivo y el trabajo improductivo. Más arriba decíamos que la contradicción entre el trabajo concreto y el trabajo abstracto posee, como función esencial, vincular la esfera de la producción (cualitativa) y la esfera de la circulación (cuantitativa). Esto es así, en virtud de que dos mercancías objetivas pueden intercambiarse entre sí (a través del dinero) porque, aun siendo cualitativamente distintas o, lo que es igual, poseyendo un diverso valor de uso y siendo producto de diferentes trabajos concretos, son susceptibles de cambiarse en determinada proporción porque hallan, en lo que a su valor de cambio se refiere, un común denominador cuantitativo (el trabajo abstracto o el desgaste medio de trabajo humano) que posibilita su mutación. El trabajo abstracto no es otra cosa, por consiguiente, que el trabajo humano en general que entra, en forma de coágulos de tiempo determinados, en los diversos trabajos concretos. Dos trabajos concretos son, entonces, intercambiables cuando incorporan en la mercancía el mismo tiempo de trabajo abstracto. Tanto el trabajo simple como el trabajo complejo producen mercancías objetivas. Pero el trabajo complejo difiere del simple porque, como consecuencia de trabajar el trabajo, hace que en el trabajo concreto haya más trabajo abstracto que en el simple trabajo común y corriente. Y esto no sólo puede verse, como lo hemos hecho, por el lado del objeto mercantil, del producto destinado al cambio o del dinero, sino también de la fuerza humana de trabajo, ya que, al trabajar el trabajo se está autocapacitando el individuo trabajador de tal modo que introduce más trabajo abstracto en el trabajo concreto con el que potencia o multiplica su fuerza humana de trabajo. De ahí que diga Marx: "Esta fuerza de trabajo superior al normal se traduce, como es lógico, en un trabajo superior, materializándose, por tanto, durante los mismos periodos de tiempo, en valores relativamente más altos."8 Pero es indispensable poner igualmente en relación la antítesis ténicofuncional con la oposición del trabajo productivo y el trabajo improductivo. Estamos convencidos de que debe considerarse como trabajo productivo todo trabajo concreto, independientemente de que sea simple o complejo, intelectual o manual, que se requiere forzosamente para la elaboración de tal o cual mercancía. La mercancía realizada, en efecto, nos habla, por así decirlo, de los tipos de trabajo o de combinación técnica entre ellos que fueron indispensables para producirla. El trabajo productivo puede ser directo (el trabajo concreto, intelectual o manual, que interviene en la esfera productiva) o indirecto (el trabajo, intelectual o manual, que aunque no intervenga directamente en la esfera productiva, la posibilita). Marx 8 El Capital, ibíd. p.221. 42 escribe a propósito de esto: "un maestro de escuela es obrero productivo si, además de moldear las cabezas de los niños, moldea su propio trabajo para enriquecer al patrono. El hecho de que éste invierta su capital en una fábrica de enseñanza en vez de invertirlo en una fábrica de salchichas, no altera en lo más mínimo los términos del problema".9 Es un trabajo improductivo, por lo contrario, el que se lleva a cabo fuera de la esfera de la producción, incluyendo el que se realiza en las esferas de la circulación y los servicios. Se podría decir que este trabajo (de los comerciantes, banqueros, etcétera), no es productivo; pero sí un trabajo realizador, que posee un carácter económico porque es indispensable para la realización de las mercancías en el mercado. El trabajo que se lleva a cabo al margen de la esfera de la producción y de las esferas de la circulación y los servicios es, en cambio, un trabajo no económico. Todo lo anterior puede ser esquematizado del siguiente modo: económico trabajo productivo (esfera de la producción) improductivo (esferas de la circulación y los servicios) no económico (improductivo) Es bien sabido que, aunque el capital comercial no es otra cosa que una parte de la plusvalía generada en la esfera industrial o agrícola, las leyes del sueldo comercial se rigen por las leyes del salario económico o, lo que es igual, se rigen por el valor de la fuerza humana de trabajo. En la esfera de la circulación y los servicios (comercios, bancos, etcétera) no sólo operan las relaciones sociales de producción de tal modo que la ganancia comercial va a parar al dueño del capital comercial inicial, y el sueldo a los empleados de comercio, sino también las fuerzas productivas que desglosan a la fuerza humana de trabajo en dos modalidades esenciales: en el trabajo simple (manual) de comercio y en el trabajo complejo (intelectual) de comercio, lo cual trae como consecuencia que el sueldo del técnico, etcétera, sea mayor que el del simple empleado. En el trabajo económico, de carácter improductivo (realizador) reaparece, pues, la antítesis técnico-funcional, la diferencia entre dos tipos de trabajo: el simple manual y el complejo intelectual. Debe rechazarse de modo definitivo la reducción del trabajo manual y físico a trabajo productivo y el trabajo intelectual a trabajo improductivo. Esta concepción, basada en una ideología manualista, olvida que hay trabajo productivo intelectual (el de un químico, un administrador, etcétera, que opere en la esfera productiva) y hay trabajo improductivo manual (el de un mozo bancario, etcétera). Es necesario subrayar, por otro lado, que el trabajo manual o físico no 9 El Capital, ibíd., p.560. 43 excluye del todo el trabajo intelectual (y viceversa). Quien cree que sólo el trabajador manual es trabajo productivo, olvida que el obrero manual va generando, en el curso de su destreza productiva, cierto trabajo intelectual rudimentario (experiencia) que es indispensable para la elaboración de los productos. El desdoblamiento y oposición del trabajo productivo en trabajo intelectual y trabajo físico se explica por la confluencia de dos niveles determinados diversos, pero estrechamente vinculados: las relaciones técnicas de producción y el trabajo en el trabajo. Marx ha puesto en claro, al hablar de la composición técnica del capital, que entre el trabajo muerto y el trabajo vivo, entre "c" y "v", se establecen siempre ciertas relaciones técnicas forzosas, relaciones que no sólo hacen alusión al número de operarios que se requiere para manejar ciertos medios de producción o a la división del trabajo con que opera la manufactura o la gran industria, sino también al carácter o tipo de trabajo que se necesita para producir ciertas mercancías en la cantidad y calidad deseadas. Las relaciones técnicas de producción conforman la demanda de fuerza humana intelectual que les es indispensable para la reproducción ampliada del capital. Constituyen, por eso mismo, la determinación teleológica de la antítesis técnico-funcional. El trabajo productivo se desdobla en los dos tipos de trabajo enumerados con el objeto de satisfacer las necesidades técnicas de la producción (de la circulación y de los servicios). Teniendo en cuenta lo anterior, reparando en la existencia de una demanda de fuerza humana intelectual, un conjunto de seres humanos, provenientes de distintas clases y grupos sociales, autocapacitan su trabajo en la direccionalidad y el sentido prefijados por las relaciones técnicas de producción. Se trabaja el trabajo, en consecuencia, para cumplir las exigencias que emanan de la esfera productiva. El trabajo en el trabajo aparece, por ende, frente a la demanda de fuerza humana intelectual implícita en las relaciones técnicas de producción, como una oferta de fuerza humana intelectual. Si las relaciones técnicas de producción operan como la determinación teleológica de la antítesis productiva, el trabajo en el trabajo lo hace como la determinación eficiente de dicha antítesis. Aunque la determinación eficiente (el trabajo en el trabajo) se lleva a cabo en función de la determinación teleológica (las relaciones técnicas de producción), dicha relación no puede verse exenta de contradicciones. Se trata de las contradicciones entre la oferta y la demanda. Si las relaciones técnicas de producción se desarrollan al grado de aumentar la demanda, en una rama económica cualquiera, de fuerza humana intelectual, mientras que la oferta de esta última no varía (o aun disminuye), la fuerza humana intelectual eleva su precio y viceversa. Marx no sólo nos dice que la fuerza humana de trabajo es una mercancía, sino que califica a la escuela de una "fábrica de enseñanza". Sobre la base de estas dos afirmaciones, podemos decir, en términos generales, que la institución que sirve en la sociedad capitalista para potenciar el trabajo simple, para trabajar el trabajo, para poder cristalizar más tiempo de trabajo abstracto en el trabajo concreto, es la universidad o la escuela en general. Los jóvenes se inscriben en la escuela, en efecto, con el propósito de multiplicar su capacidad productiva y poder venderla a una más alta cotización en el mercado de la mano de obra intelectual, ya que, como 44 dice Mandel, "la proletarización del trabajo intelectual implica la aparición de un mercado del trabajo intelectual".10 La fuerza humana de trabajo recibe un tratamiento preescolar que la convierte de materia bruta en materia prima. Tal transformación se lleva a cabo en la familia. La familia burguesa y pequeño-burguesa no es otra cosa que lo que nos gustaría llamar una incubadora no sólo de la ideología y del modus vivendi capitalista o pequeño-burgués, sino también de la ideología y del modus vivendi de la antítesis (técnico-funcional) entre el trabajo intelectual y el trabajo manual. Basta tomar en cuenta cómo el padre se dedica a un cierto trabajo intelectual mientras la madre lleva a cabo funciones manuales y físicas (en la cocina, las alcobas, etcétera), cómo, en lo que a los descendientes se refiere, los hijos trabajan menos físicamente que las hijas, cómo, en algunos sitios, el hijo mayor tiene privilegios intelectuales frente a los demás hermanos, etcétera. La familia no es sólo una "escuela de servilismo" (Reich), sino una incubadora, que dijimos, cuya función es preparar la materia prima fuerza humana de trabajo para que entre a la industria de transformación de la "fábrica de intelectuales" o "fábricas gigantescas de producción de conocimientos científicos" (Mandel). La familia obrera presenta similares condiciones. Pero por compensación. No sólo el explotado económicamente (el obrero) es "explotador" en su casa, convirtiéndose compensativamente de dominado en dominante, sino el que trabaja manualmente es el que en casa trabaja "intelectualmente" (lee el periódico, juega a los naipes,' ve la televisión, etcétera, mientras la mujer y las hijas trabajan físicamente barriendo la casa, preparando la comida, etcétera). La familia obrera también es una incubadora, pero no, en general, destinada a transformar una materia bruta en materia prima que pasará a la escuela, sino una incubadora de una ideología intelectual que ve como natural y eterna la división entre el trabajo manual y el trabajo intelectual. Una vez que la familia-incubadora ha preparado (en la burguesía y la pequeña burguesía) la materia prima, ésta pasa a la escuela, a la instrucción que tiene como una de sus funciones primordiales trabajar el trabajo. La escuela no sólo es un taller en que se crean técnicos indispensables para la producción capitalista en expansión, sino que también es una "fábrica de intelectuales", una institución que tiene como uno de sus objetivos principales generar trabajo intelectual complejo por medio de un sistemático trabajo en el trabajo. Es una fábrica de intelectuales de tres tipos: de educación inferior, de educación media y de educación superior. Una vez que la "fábrica de enseñanza" (Marx) ha manufacturado esta fuerza humana de trabajo compleja, ella entra en el mercado de la mano de obra, cotizándose de acuerdo, en general, a su grado de complejidad o de trabajo en el trabajo. La escuela tiene un pasado y también un futuro, los estudiantes vienen de una familia y una clase social determinada y van a satisfacer las necesidades técnicas del capital. La procedencia social y familiar del educando puede ser diversa. En una época sólo la aristocracia, la gran burguesía, etcétera, enviaban a sus hijos a la 10 E. Mandel, Conferencias, ibíd., p.16. 45 escuela, por lo cual la clase poseedora era, en términos generales, la clase dueña también de los medios de producción intelectual. Pero en otra época, en otros países capitalistas, en otra situación, también la pequeño-burguesía y hasta ciertas capas del proletariado pueden financiar el trabajo en el trabajo de sus hijos. Mandel (pensando en Francia y otros países industrializados) lo dice de esta forma: "Antes de la primera guerra mundial la abrumadora mayoría de los estudiantes tenía un origen aristocrático, burgués y, en el mejor de los casos, de la burguesía media; los hijos de la pequeña burguesía, para no hablar de las capas privilegiadas del proletariado, jamás llegaban a la universidad. En la actualidad, los hijos de la aristocracia y de la gran y mediana burguesía se han vuelto una minoría (en algunos países incluso una pequeña minoría) de los estudiantes universitarios".11 De lo anterior no podemos concluir, sin embargo, como lo hace Mandel, que "la proletarización del trabajo intelectual que hoy parece el triunfo más grande del neocapitalismo puede demostrarse una etapa acelerada hacia su derrocamiento" porque "al proletarizar el trabajo intelectual el capitalismo integra en el proletariado una capacidad decuplicada de rebelión consciente contra la explotación y la opresión".12 Y no podemos aceptar esta conclusión, a pesar de los elementos de verdad que contiene, no sólo por el optimismo espontaneísta que supone la afirmación de que la llamada proletarización de los intelectuales capacita al proletariado para la toma del poder (cuando lo decisivo en este punto es la práctica partidario-organizativa), sino también por el olvido o la ceguera consistente en no advertir que el intelectual "proletarizado" o el hijo "intelectualizado" de un obrero, no se identifican sin más con la clase obrera manual, con sus intereses, su conciencia de clase, su destino histórico. El intelectual, venga de donde venga, tiene una actitud política ambigua e inestable, y la tiene porque pertenece a una clase dominante (en sentido técnico-funcional) y dominada (en sentido económico). Y aun suponiendo si es que nos instalamos en el mejor de los casosque aparezca en un país determinado una coyuntura revolucionaria, la intelectualidad "asalariada", devenida en "revolucionaria", pugnará por un "socialismo" burocrático-tecnocrático, es decir, por un modo de producción intelectual. Pero dejemos aquí las cosas, a reserva de tratarlas más adelante con mayor detenimiento y profundidad. La universidad es un Aparato Ideológico de Estado (Althusser) en un doble sentido: no sólo en el de propagar la ideología burguesa y de crear técnicos para la clase capitalista, sino en el de propagar la ideología intelectual y de crear trabajo complejo. En la universidad nos hallamos diferentes modalidades de trabajo intelectual complejo: el del ala técnica (que recibe su proceso de transformación para acabar por incorporarse a la industria o la agricultura capitalista) y el del ala humanista (que comprende tanto un tipo de trabajo improductivo no económico como un trabajo productivo en un sentido más o menos indirecto). El trabajo complejo e intelectual que se genera en el ala técnica está destinado a poseer un carácter económico (productivo si ingresa en la esfera de la producción, o improductivo si se adhiere a la esfera de la circulación y los servicios); pero, 11 12 E. Mandel, Conferencias, ibíd., p.27. E. Mandel, Conferencias, ibíd.. p.92. 46 aunque se ponga al servicio de la burguesía, no pierde, frente a la clase capitalista, su propia fisonomía. Generalizando podemos afirmar que la intelectualidad formada en las universidades está puesta al servicio del establecimiento burgués; pero ello no le impide tener su propio carácter, su estructura específica. Si un proletario le paga a su hijo los estudios que se requieren para ser profesionista, y si este nuevo intelectual vende su fuerza de trabajo a un empresario o al Estado, ofrece, respecto a su padre, dos diferencias: primero, la salarial, que proviene de su tipo de trabajo complejo; segundo, el contraste entre su tipo de trabajo intelectual frente al trabajo manual paterno. En el supuesto caso de que su padre, por su experiencia o por estudios técnico-industriales realizados, obtuviera un salario igual al de su hijo, la segunda diferencia proseguiría. Lo cual nos lleva a la aseveración de que, si comparamos el caso extremo de un trabajo intelectual simple (y por tanto mal remunerado) con un trabajo manual complejo (y por ende bien remunerado) no deja de haber cierta diferencia de clase entre ambos. En el ala humanista de la universidad se gesta también un tipo de trabajo intelectual que no es ni productivo ni económico. Muchos médicos, abogados, artistas, científicos pertenecen a esta categoría. Para entender el origen, el carácter y la función de esta fuerza humana intelectual, hagamos una aclaración imprescindible. El trabajo en el trabajo, la obtención de mayor calificación productiva, puede generar tres modalidades de fuerza humana intelectual: el trabajo económico productivo (en la industria y la agricultura), el trabajo económico improductivo (en la circulación y los servicios) y el trabajo no económico (improductivo). Las dos primeras modalidades están determinadas por las relaciones técnicas de la producción, el intercambio y los servicios. El trabajo económico productivo y el trabajo económico improductivo están determinados por las exigencias técnicas de esas tres esferas. Se hallan, por consiguiente, determinados teleológicamente por las necesidades de la infraestructura económica. El trabajo intelectual que no es ni productivo ni económico carece, en cambio, de esta determinación teleológica. No está destinado ni a la producción ni al intercambio. Tiene, sí, una determinación eficiente; pero su teleología no es económica. La fuerza humana intelectual tiene, por lo tanto, dos orígenes (en tanto finalidad) diversos: uno, que se refiere al trabajo intelectual económico, directamente orientado hacia la infraestructura; otro, que hace alusión al trabajo intelectual no económico, que no se halla encauzado a las esferas que conforman la infraestructura. Este trabajo intelectual destina sus obras, de conformidad con la época y el lugar en que aparezca, a un mecenas, a la Iglesia, al Estado o a la venta.13 Aunque la fuerza humana intelectual puede asumir, de acuerdo con esta diferente determinación teleológica, dos modalidades diversas, una vez gestadas éstas, se identifican, por una comunidad de intereses, en un "grupo social relativamente homogéneo" que no sólo se contrapone al trabajo físico, sino que se define, a diferencia de otros sectores de la sociedad, por ser dueño, en la forma de la propiedad privada, de ciertos medios espirituales de producción. A través de la 13 Los productos de la fuerza humana intelectual suelen entrar, en el capitalismo, a la esfera de la circulación, y venderse de acuerdo con un precio que resulta del juego de la oferta y la demanda. Tal el caso de la venta de cuadros, esculturas, etcétera. 47 historia han coexistido estas dos formas de la fuerza humana intelectual. Pero no ha sido una coexistencia indeterminada, sino que en ella ha ido ganando terreno poco a poco el trabajo intelectual económico sobre el no económico, a tal grado que, como dice Mandel, "en lugar del abogado privado se forman firmas de consejeros jurídicos, en lugar del médico familiar omnipráctico surge el equipo de especialistas en torno a la policlínica. La mecanización penetra en la esfera artística con el cine, la televisión y mañana por los video-cassettes".14 Se trata de un proceso en que la fuerza humana intelectual se coloca en los puestos de mando esenciales, desde el punto de vista técnico, de toda la vida económica de un país. ¿Qué ha sucedido con el trabajo intelectual económico y el no económico a través de la historia? Responder a esta pregunta requeriría una investigación y un desarrollo que no se han hecho hasta hoy. Podemos, no obstante, aventurar algunas observaciones. "Para los griegos escribe R. Garaudy, el trabajo manual es cosa únicamente de los esclavos, en tanto que el pensamiento es patrimonio de hombres libres."15 Si esto fuera cierto, si se pudiera tomar al pie de la letra, querría decir que en Grecia todo el trabajo intelectual sería trabajo no económico (ni productivo). Pero no hay tal cosa. Y no la hay, porque en Grecia existe tanto un trabajo intelectual libre (de la democracia esclavista: mercaderes, campesinos, etcétera) cuanto, en mínimo grado, un trabajo intelectual esclavo (capataces, vigilantes, etcétera); pero, independientemente de tal imprecisión, parece indudable que el trabajo intelectual de los griegos, al menos el trabajo verdaderamente calificado, se orientaba probablemente menos a la infraestructura económica que a otros ámbitos de la cultura. En la Edad Media hay algunos cambios dignos de atención y de estudio. En los talleres artesanales, por ejemplo, hay casi siempre ciertos aprendices que, guiados por maestros y oficiales, trabajan su trabajo durante cierto tiempo para pasar a ocupar posteriormente un lugar en el proceso productivo. La determinación teleológica es palpable en este caso. Por otra parte, el trabajo intelectual económico, pero no productivo, se halla representado aquí, como en el mundo greco-latino, por los mercaderes. Los comerciantes llevan a cabo, en efecto, el trabajo intelectual simple que en términos generales los caracteriza (salvo en las épocas en que se complican extraordinariamente las labores de la esfera de la circulación). En la Edad Media, sin embargo, sigue teniendo probablemente una gran significación el trabajo intelectual no económico, un trabajo (artístico, filosófico, "científico") puesto al servicio de la Iglesia. Sólo con el advenimiento del capitalismo y su "sistema de mercancías" (Marx) se inicia el proceso, basado en la determinación teleológica, que terminará por otorgarle un franco predominio, en los países capitalistas altamente industrializados, a la fuerza humana intelectual económica sobre la fuerza humana intelectual no económica. Otra observación. Hay un tipo de trabajo intelectual que se presenta como desligado de la vida económica y que, sin embargo, forma bloque con ella y está preñado de significación infraestructural: aludimos al trabajo intelectual ideológico. Somos de la opinión de que la ideología es en general un trabajo intelectual económico y productivo, si bien, desde luego, en un sentido 14 15 E. Mandel, Conferencias, ibíd., p.15. R. Garaudy, Humanismo marxista, "Sobre los intelectuales", Ediciones Horizonte, B. Aires, p.205. 48 ostensiblemente indirecto. La fuerza humana intelectual dedicada a elaborar ideologías se presenta como si fuera algo objetivo y, por lo tanto, desligado de las necesidades de la producción capitalista; pero u esencia, su contenido real, es el de una actividad posibilitante de la producción y reproducción capitalistas. De la misma manera que la antítesis económica (poseedores y desposeídos), la técnico-funcional, está conformada por dos polos antagónicos: el trabajo intelectual y el trabajo manual. Pero la diferencia entre ambas antítesis o polaridades clasistas salta a la vista: una se basa en la propiedad privada de las condiciones materiales de la producción, otra en la propiedad privada de las condiciones espirituales de la misma. Por razones que después veremos, a los dos polos de la antítesis productiva vamos a darles el nombre, como a los dos polos de la antítesis económica, de clases sociales. Sin embargo, para no caer en un equívoco homológico, a las clases sociales basadas en las relaciones sociales de producción las llamaremos clases sociales en sentido económico y a las clases sociales basadas en las fuerzas productivas las llamaremos clases sociales en sentido técnicofuncional. Es frecuente advertir, en el campo de la investigación científica, que una patente diferencia entre dos objetos oculte lo que, desde el punto de vista estructural, pueden tener en común. La evidente distinción entre el productor y el producto, evidente, por obvia, tanto para los economistas vulgares como para la mentalidad común, veló el hecho, capital para la economía política científica, de que tanto el operario como el resultado de su trabajo tienen, en el capitalismo, la misma estructura: se trata de mercancías. Pero este "ocultamiento" del común denominador estructural no es un problema sólo epistemológico, sino también ideológico-político ya que mientras no fuera comprendido este carácter común de mercancías, no era posible entender, en las condiciones capitalistas, cómo se gesta la plusvalía y, por ende, cómo se lleva a cabo la explotación del trabajo ajeno. Algo semejante ocurre respecto al binomio de la teoría y la práctica. Resulta tan evidente la diferencia entre un tipo de actividad y otra que esta distinción ha sido una de las causas fundamentales de que no se haya vislumbrado, durante mucho tiempo, el común denominador estructural que poseen. Althusser ha aclarado, sin embargo, que la teoría, a pesar de las diferencias visibles que posee con la práctica, mantiene la misma estructura esencial que ella. La distinción no debe desorientarnos. No se trata, desde luego, de desconectarla o de borrar, malintencionadamente, las fronteras. No. Se trata de mostrar que algo puede ser, simultáneamente, diferente e idéntico, como las mercancías objetiva y subjetiva de Marx. Sólo es posible mostrar adecuadamente las diferencias si destacamos las identidades. Althusser desentrañó, con su teoría de las diferentes prácticas, no solamente un velamiento epistemológico sino también ideológico. La teoría de las diferentes prácticas (que nos habla de la práctica teórica y de la práctica empírica, etcétera) no sólo combate todo reduccionismo (de lo teórico a lo práctico: practicismo, historicismo; o de lo práctico a lo teórico: teoricismo, formalismo), no sólo combate todo indeterminismo (la práctica determina a la teoría y la teoría a la práctica), sino que convierte en objeto de análisis el modo específico de operar de cada práctica diferenciada. 49 Lo mismo que en el caso de la mercancía y del binomio de teoría y práctica, la diferencia entre la antítesis económica y la antítesis técnico-funcional, ha ocultado el común denominador estructural de ambas. Como veremos más adelante, el esclarecimiento de este común denominador estructural impide seguir dando el nombre a los polos de la antítesis técnico-funcional de estratos, "capas sociales" (Lenin), etcétera, del mismo modo que después de la aclaración de Marx sobre el carácter mercantil de la fuerza humana de trabajo y de la aclaración de Althusser sobre el carácter práctico de la teoría, resulta inadecuado teóricamente y conservador en sentido político olvidar el común denominador estructural que mantienen con su polo opuesto. La articulación de los dos pares de clases (las económicas y las técnicofuncionales) podría ser conceptualizada como la contradicción de dos contradicciones y ello es así porque no sólo hay una lucha de clases (que desde luego es la principal) entre el trabajo y el capital, por un lado, y una lucha de clases (que es la secundaria) entre el trabajo manual y el trabajo intelectual, por otro, sino una lucha de clases (también secundaria) entre la clase dominante técnico-funcional (o sea la intelectual) y la clase dominante económica (o sea la burguesa). Pero prosigamos explicando la articulación de estas dos polaridades clasistas. En un sentido muy general hay, o parece haber, una cierta coincidencia entre la clase dominante en sentido económico y la clase dominante en sentido técnicofuncional. Una parte de los señores esclavistas, feudales o burgueses, tiene la posibilidad de calificar su trabajo, de volverlo más productivo, y ser no sólo una parte de la clase dominante en sentido económico, sino también una parte de la clase dominante en sentido técnico-funcional. La coincidencia entre la clase dominada en sentido económico (el obrero asalariado, desposeído de los medios materiales de producción) y la clase dominada en sentido técnico-funcional (el mismo obrero, desposeído de los medios intelectuales de producción) es una coincidencia todavía más evidente y completa. Pero, en lo que a la articulación de estas dos polaridades clasistas se refiere, existe una clase "mixta" a la que podríamos caracterizar, como ya lo hicimos, de dominante-dominada. Hacemos alusión al intelectual asalariado. Es una clase dominante frente a la clase manual dominada, y es una clase dominada frente a la clase burguesa dominante. Es una clase dominada porque, a diferencia de la clase burguesa, carece de medios materiales de producción, lo cual la obliga a vender su fuerza humana de trabajo, desde luego compleja, al capitalista. Es una clase dominante porque, a diferencia de la clase manual, posee medios intelectuales de producción, lo cual la llena de privilegios socioeconómicos frente al simple trabajo del obrero manual. En resumidas cuentas: es dominada en sentido económico y dominante en sentido técnico-funcional. El obrero manual, en la sociedad capitalista, es, en términos generales, una clase dominada por partida doble: padece, frente al burgués, de una dominación económica, y padece, frente al intelectual, de una dominación técnico-funcional. De ahí que la lucha del proletariado manual consciente tenga que desenvolverse en dos frentes: contra la clase burguesa y contra la clase intelectual. Con la revolución económica, con la socialización de los medios materiales de la producción, la clase obrera no tiene otra cosa que perder sino sus cadenas eco50 nómicas. Con la revolución cultural proletaria, la clase obrera manual no tiene otra cosa que perder sino sus cadenas productivas (su trabajo simple, su ignorancia). La revolución socialista que debe articular adecuadamente la revolución económica y la revolución culturalrepresenta, por ello mismo, la emancipación no sólo del obrero asalariado sino del proletariado manual. Estamos convencidos de que nuestro concepto de clase intelectual nos puede servir extraordinariamente para analizar, como lo hicimos en el primer capítulo, la noción de "clase media". La mitología que existe al respecto, sin duda debe disiparse a partir de un análisis que disuelva la homologuización o ambigüedad con que se emplea habitualmente tal término. Nosotros pensamos, recuérdese, que, aunque bajo el concepto de "clase media" se suele agrupar, junto con la fuerza de trabajo intelectual, al pequeño-burgués (capitalista), al pequeño-comerciante y al artesano (sectores definidos por el nexo que guardan con las relaciones sociales de producción), el grupo más importante de esa "clase media" importante no sólo numéricamente sino también económica y políticamentees la clase intelectual. Clase que abarca no sólo a la intelectualidad en transición (el estudiantado) sino al magisterio, los profesionistas, los burócratas, etcétera. Es importante subrayar, al llegar a este punto, que no sólo existe una ideología generada por las clases en sentido económico, sino también otra dada a luz por las clases en sentido técnico-funcional. La ideología no es otra cosa que una falsa conciencia que, presentándose como conciencia verdadera, tiene la tendencia a cohesionar a la sociedad de acuerdo con los intereses de una clase social determinada. No sólo hay una ideología burguesa, sino también una ideología intelectual. No sólo hay una ideología proletaria, sino también una ideología de la clase obrera manual. La ideología dominante, en una sociedad determinada, es la ideología de la clase dominante o, lo que es igual, de la clase dominante de la polaridad clasista principal. La ideología intelectual es, en la sociedad capitalista, y al imponerse sobre el manualismo, la ideología dominante de la polaridad clasista secundaria. Es interesante anotar el hecho de que el "gran intelectual", el aristócrata del pensamiento, no sólo se opone con frecuencia al industrial o al comerciante porque son mezquinos o presas de un vulgar espíritu lucrativo, sino también porque son "pequeños-intelectuales" que, aunque no trabajen físicamente, poseen tan sólo un mediocre trabajo simple. El burgués aparece ante el "gran intelectual" como ignorante, burdo, ubicado casi en el mismo nivel que la "vulgar" mano de obra física, igualmente ayuna de "conocimientos", de cultura. Y este "sentimiento de superioridad" cultural del "gran intelectual" se ve reafirmado, en ocasiones, por el "sentimiento de inferioridad" cultural del pequeño-intelectual. La lucha de clases que implica la antítesis técnico-funcional es, a través de toda la historia (hasta el capitalismo inclusive), como dijimos, una lucha de clases subordinada a la lucha de clases económica. La razón fundamental de ello es que la propiedad privada sobre los medios intelectuales de producción no puede imponerse sobre la propiedad privada de los medios materiales de producción. Para entender la génesis de la contradicción entre el trabajo intelectual y el trabajo manual, es indispensable examinar con detenimiento la conformación es51 tructural de las fuerzas productivas al mismo tiempo que su evolución histórica. Las fuerzas productivas están formadas, como se sabe, por la fuerza humana de trabajo, por los medios de producción y por el objeto de trabajo. La vinculación entre la fuerza humana de trabajo, y los medios de producción es uno de los aspectos esenciales para entender la historia, el desenvolvimiento de las distintas fases económicas. Marx lo dice de esta manera: "Cualesquiera que sean las formas sociales de producción, sus factores son siempre los medios de producción y los obreros. Pero tanto unos como otros son solamente, mientras se hallan separados, factores potenciales de producción. Para poder producir, en realidad, tienen que combinarse. Sus distintas combinaciones distinguen las diversas épocas económicas de la estructura social".16 Quizá convenga señalar que las "distintas combinaciones" en que pueden vincularse la fuerza humana de trabajo y los medios de producción no son otra cosa que las relaciones técnicas de la producción. Si una máquina, pongamos un ejemplo de la sociedad capitalista, exige, para su empleo, de un número determinado de operarios, y no de una mayor o menor cantidad de ellos, tal cosa alude a una relación técnica específica que se establece entre el trabajo muerto y el trabajo vivo. Las relaciones técnicas de producción exigen, desde una edad bastante temprana en la historia de la humanidad, que no todo el trabajo sea predominantemente manual, sino que aparezca un cierto trabajo productivo intelectual inserto en un proceso de trabajo en que haya "directores y ejecutores" (Engels). Es de subrayarse, por otro lado, que no hay nada semejante a un trabajo manual o un trabajo intelectual químicamente puros. Todo trabajo manual implica cierto trabajo intelectual y viceversa. En este sentido, hay que hacer notar que la práctica reiterada genera experiencia, y ésta conlleva necesariamente un cierto trabajo intelectual. El propio trabajador es, en cierto sentido, una constante síntesis de trabajo intelectual y trabajo manual. De ahí que diga Marx que "hay algo en que el peor maestro de obras aventaja, desde luego, a la mejor abeja, y es el hecho de que, antes de ejecutar la construcción, la proyecta en su cerebro. Al final del proceso de trabajo, brota un resultado que antes de comenzar el proceso existía ya en la mente del obrero; es decir un resultado que tenía ya una existencia ideal. 17 Pero el mismo proceso de producción exige, al llegar a determinada etapa, el desglosamiento, frente al trabajo físico, de un trabajo preferentemente intelectual: de vigilancia, coordinación, conteo. En la sociedad primitiva no solamente existe, al llegar a determinada etapa, un desdoblamiento, a nivel social, entre el trabajo manual y el trabajo intelectual (no productivo ni económico), sino también un desdoblamiento, dentro del trabajo productivo, entre un tipo de trabajo preferentemente físico y otro preferentemente intelectual. Tanto el trabajo intelectual económico (productivo o no) como el no económico (artístico, filosófico, etc.) deben su existencia a un cierto desarrollo de las fuerzas productivas; en el caso del económico, se la deben, como acabamos de explicar, a ciertas necesidades técnicas exigidas por la producción y la división social del trabajo; en el caso del no económico a la existencia de excedentes que se destinan al cambio y que crean un sistema mercantil más o menos rudimentario que posibilita el que una parte de 16 17 Marx, El Capital, ibíd., T. II. p.45. Marx, El Capital, ibíd., T. p.200. 52 la comunidad (sacerdotes, artistas, etc.) posean el ocio indispensable para dedicarse parcial o totalmente al trabajo intelectual. Del mismo modo que los clásicos del marxismo hablan de unas relaciones sociales de producción que poseen, como su secreto, su clave generativa, ciertas relaciones de propiedad (de propiedad sobre los medios materiales de producción), creemos que puede hablarse de unas relaciones sociales de productividad, que implican, a diferencia de las primeras, ciertas relaciones de propiedad sobre los medios intelectuales de producción. En la esfera productiva, las relaciones técnicas de la producción engendran estas relaciones sociales de productividad, las cuales se traducen en el hecho de que el trabajo intelectual acaba por contraponerse al trabajo físico, hasta devenir en una polaridad clasista, la única existente antes de que surgiera, con la propiedad privada material, la polaridad clasista económica. La generación de un plusproducto, de un excedente económico, es la causa, entonces, no sólo de la aparición de la propiedad privada sobre los medios materiales de la producción y, por ende, de las clases sociales en sentido económico, sino también, y antes de ello, de la propiedad privada sobre los medios intelectuales de la producción y de las clases en sentido productivo. La aparición de las clases en sentido económico trae aparejada una doble acción sobre la antítesis del trabajo intelectual y el trabajo manual: a) en primer lugar consolida y sustantiva los dos polos de la polaridad clasista productiva; b) en segundo lugar desplaza la antítesis productiva o técnicofuncional a un segundo plano, hasta convertirla, frente a la contradicción principal de las clases en sentido económico (subordinantes) en una contradicción secundaria. Desde que existe la propiedad privada sobre los medios intelectuales de la producción, hay una lucha de clases: la lucha de clases en sentido técnicofuncional; pero esta lucha se halla supeditada, subordinada a la lucha de clases en sentido económico. La razón esencial de ello es que la propiedad privada sobre los medios intelectuales de la producción no se traduce, por el solo hecho de existir, en poder material, a diferencia de la otra forma de propiedad. Ya decía Marx, en En torno a la Crítica de la Filosofía del Derecho, que "la teoría se convierte en poder material tan pronto como se apodera de las masas",18 lo cual significa que, separada la teoría de las masas, no es un poder material. La antítesis técnico-funcional no puede imponerse sobre la antítesis económica de la misma manera en que el poder espiritual no puede imponerse sobre el poder material. Sólo la alianza de la clase intelectual con el proletariado, de la ideología intelectual "socialista" con la clase obrera (sin la conciencia de ser un proletariado manual) ha creado el poder material suficiente para eliminar la antítesis económica y convertir a la polaridad clasista técnico-funcional, dentro del "modelo soviético" de creación del "socialismo", en la antítesis clasista fundamental, sin concurrentes o competidores importantes. Según Engels, en el Origen de la familia, la propiedad privada y el Estado, en la sociedad primitiva (concretamente en la fase de la barbarie) pueden distinguirse, tras la división puramente natural del trabajo, tres grandes divisiones sociales del trabajo: la primera tuvo lugar cuando "las tribus de pastores se destacaron del resto Marx y Engels, "En torno a la crítica de la filosofía del derecho de Hegel", en La Sagrada Familia, Editorial Grijalbo, México, 1958, p.9. 18 53 de la masa de los bárbaros".19 La segunda "cuando los oficios se separaron de la agricultura, con lo cual nació el contraste entre la ciudad y el campo".20 La tercera cuando aparece "una clase que no se ocupa de la producción, sino únicamente del cambio de los productos: los mercaderes".21 Engels no menciona aquí la división entre el trabajo intelectual y el trabajo manual. No obstante ello, nos parece indudable que la contradicción entre un tipo de trabajo y el otro es también una división social del trabajo. Somos de la opinión, además, de que este período amplísimo por ciertoque abarca las tres divisiones sociales del trabajo es el período de gestación de la antítesis técnico-funcional. Nos parece, por otro lado, que la sucesión entre las tres divisiones sociales del trabajo no es rigurosamente cronológica, no es una sucesión que excluya ciertos entreveramientos, adelantos y simultaneidades. Cuando nos dice Engels: "El trabajo mismo se diversificaba y perfeccionaba de generación en generación, extendiéndose cada vez a nuevas actividades. A la caza y a la ganadería vino a sumarse la agricultura, y más tarde el hilado y el tejido, la elaboración de metales, la alfarería y la navegación. Al lado del comercio y de los oficios aparecieron, finalmente, las artes y las ciencias",22 no debe interpretarse este pasaje en el sentido de que el trabajo intelectual las artes y las cienciashayan nacido después y solamente después de todo el desarrollo económico enumerado y que no es otra cosa que el despliegue, en la sociedad bárbara, de las tres divisiones sociales del trabajo. No. El arte y los balbuceos científicos aparecen con anterioridad, o mejor, se van gestando poco a poco durante este largo período. La enumeración de las diversas modalidades de la división social del trabajo nos parece, como la enumeración de las diversas formas del valor hasta el dinero que hace Marx en El Capital, más un enlistamiento lógico que crono-lógico. Si tomamos en cuenta lo anterior, podemos considerar la antítesis técnico-funcional como la cuarta división social del trabajo; pero una cuarta división que se va gestando a lo largo de las tres primeras divisiones. La historia de la gestación de la contradicción entre el trabajo intelectual y el trabajo manual se extiende, aproximadamente, desde la primera división social del trabajo hasta la aparición de la propiedad privada sobre los medios materiales de la producción. Cuando surgen las clases en sentido económico, sobredeterminan a las clases en sentido técnico-funcional. Lo cual significa que entre ambos juegos de contradicciones existe una articulación de subordinación. Pero el hecho de que las clases en sentido económico subordinen a las clases en sentido técnico-funcional, no quiere decir ni que se trate de un solo proceso, de un todo aestructurado, ni que pierdan cada una de ellas su especificidad. Esclarecer la existencia, peculiaridad, dinámica propia de la antítesis técnicofuncional, poner de relieve la presencia histórica no sólo de las clases sociales en 19 Marx y Engels, Obras escogidas en dos tomos, Ediciones en Lenguas Extranjeras, Moscú, 1955. T. I, p.287. 20 Marx y Engels, ibíd., p.290. 21 Marx y Engels, ibíd., p.293. 22 Engels, El trabajo en la transformación del mono en hombre, Obras Escogidas en dos tomos, T. II, p.78. 54 el sentido tradicional del término, sino de las otras dos clases que, teniendo la misma estructura general que las anteriores difiere en algunos aspectos esenciales (el carácter ideal de sus medios de producción, su papel de contradicción secundaria y subordinada, etc.) modifica nuestra visión de la historia y enriquece, en elevado grado, la historiografía científica. Nuestro punto de vista se contrapone tajantemente al reduccionismo que caracteriza a la tesis habitual que concibe a las dos antítesis de las que hemos venido hablando, como un todo aestructurado. Nos parece erróneo, en efecto, reducir la antítesis entre el trabajo intelectual y el trabajo manual a la polaridad clasista entre los poseedores y los desposeídos, por que la relación de una antítesis con otra no es de determinación o dependencia sino de una modalidad específica de articulación estructural: la subordinación. El polo estructurante de la antítesis técnico-funcional no reside en la antítesis económica, sino en el carácter y el grado de desarrollo de las fuerzas productivas, esto es, de la infraestructura económica. La relativa independencia de la antítesis técnicofuncional respecto a la antítesis económica, al mismo tiempo que la subordinación de la primera respecto a la segunda, se expresa en el hecho, ya visto con anterioridad, de que las relaciones técnicas de producción constituyen la determinación teleológica (y por tanto fundamental) de la antítesis, en tanto que el financiamiento del trabajo en el trabajo, que recae en las clases en sentido económico, es tan sólo la determinación eficiente. La forma en que habitualmente se expresa el reduccionismo estriba en la caracterización de la antítesis técnicofuncional como un juego de estratos, o capas intermedias, etcétera. El reduccionismo (basado en la concepción, más o menos consciente, de la antítesis de las dos antítesis como un todo aestructurado) es, a nuestro modo de ver las cosas, una concepción que puede y debe disolverse echando mano de esa parte de la teoría de las diferentes prácticas que es, o debe ser, la teoría de las diferentes clases. Si la teoría de las diferentes prácticas es la teoría que examina el modus operandi de cada nivel de la realidad histórica, a más de la forma peculiar en que se relaciona con los demás, si combate, por eso mismo, la concepción aestructurada del binomio teoría-práctica (tal como lo entiende habitualmente la "filosofía de la praxis"), la teoría de las diferentes clases es la teoría que examina el modus operandi de las dos antítesis clasistas que conforman el devenir histórico, a más de la forma peculiar en que se vincula una con la otra, por lo cual combate la concepción aestructurada de la contradicción de las dos contradicciones. Decíamos un poco atrás que nuestro punto de vista modifica la visión habitual de la historia y enriquece, en elevado grado, la historiografía científica. Pongamos dos ejemplos, uno filosófico y otro literario: Las historias marxistas de la filosofía se caracterizan en general por lo que hemos llamado una actitud reduccionista. Reducen la complejidad del discurso filosófico, la complejidad de un sistema de pensamiento, a la posición de clase, en el sentido económico de la expresión. Cada filósofo queda constreñido hasta devenir un defensor, más o menos solapado, de los intereses de una clase. Los hay que expresan los intereses de la aristocracia esclavista (Parménides), de la democracia esclavista (Demócrito), del feudalismo (Santo Tomás), de la burguesía ascendente (Descartes), de la burguesía reaccionaria (Nietzsche), del proletariado (Marx). Es cierto que, con frecuencia, se 55 arguye (para no caer en el mecanicismo) que dichos filósofos expresan esos intereses o esa posición de clase "en última instancia". Pero este concepto que más que un conocimiento en sentido escrito es la cobertura de un vacíono nos salva del reduccionismo clasista, porque todo pensador importante es, a fin de cuentas, la expresión de los intereses de una clase en el sentido económico de la expresión. Nosotros no estamos en desacuerdo con esto. Lo que ponemos en entredicho es que cada filósofo refleje, en última instancia, tan sólo estos intereses económicos. Somos de la opinión de que, con más frecuencia de lo que se supone, hay filósofos que expresan no sólo simultáneamente los intereses de la clase poseedora y de la clase intelectual, sino inclusive, preferentemente los intereses de esta última. Probablemente la filosofía es el terreno teórico donde ha expresado más nítidamente la clase intelectual su ideología (por ejemplo el idealismo), una ideología que se contrapone no sólo, como hemos dicho, al trabajo manual o físico, al que se considera vulgar y denigrante, impropio de hombres libres, sino a la clase poseedora. Es de observarse, entre paréntesis, que al concepto "burgués" no sólo se le da la connotación económica marxista, sino que, empleado desde el siglo pasado por algunos artistas e intelectuales, tiene también el sentido de lo mezquino y "materialista", lo ajeno, en una palabra, a la aristocracia intelectual. Nosotros dudamos, para retomar el tema que veníamos tratando, de que lo mayormente característico de filósofos como Kant, Hegel o Husserl sea que lleven a cabo una defensa, más o menos disfrazada, de la clase burguesa. O Platón de la aristocracia esclavista. No estamos en contra, desde luego, de que tal defensa se encuentre en su producción teórica; pero no nos parece lo más relevante. Hay algo todavía más patente. Más trascendental. Más insoslayable. Nos referimos a que todos ellos son la expresión, en última instancia, de una "weltanschaung" intelectualista. Veamos el caso d e Hegel. No se puede negar que es un filósofo burgués. No se puede hacer de lado que en muchas obras (por ejemplo en su Filosofía del Derecho) sanciona la propiedad privada y tiene, como Adam Smith, una concepción burguesa de la división del trabajo. No se puede olvidar todo ello. Pero eso no es ni lo más característico de Hegel ni lo que lo distingue de los demás. Hegel es uno de los más evidentes defensores de la ideología intelectual y no sólo, como afirma Marx, porque "tenía ideas muy heterodoxas sobre la división del trabajo", lo cual lo llevaba a decir, en su Filosofía del Derecho que "por hombres cultos debemos entender ante todo aquellos que son capaces de hacer todo lo que hacen otros",23 sino, fundamentalmente, por la esencia misma de su filosofía. Porque ¿cuál es, ciertamente, el fundamento último de ésta? No es, como se sabe, sino la Idea, y la realidad (tanto la natural como la social) no son otra cosa que manifestaciones u objetivaciones de esta Idea. Adviértase que lo que entiende Hegel por Idea es el trabajo intelectual absolutizado. Hegel realiza, por así decirlo, la última canonización del espíritu. Ya no sólo considera el trabajo intelectual como lo relevante, el motor de la historia (como los enciclopedistas), sino que avanza hasta el grado de abstraer el trabajo intelectual del trabajador intelectual y a colocarlo en el centro mismo de su concepción del mundo. Este trabajo intelectual 23 Marx. El Capital, T. I, ibíd., p.403, nota 51. 56 sin trabajador nos parece ser una de las características más palpables de la filosofía hegeliana. Pero dejemos aquí las cosas. Y dejémoslas porque lo que parece ponerse de manifiesto en todo lo anterior es la necesidad de enfocar la historia de la filosofía con una nueva iluminación. Con la historia de la literatura ocurre otro tanto. Las concepciones de Plejanov, Lukacs, Goldmann, etcétera, por importantes que sean, son claramente reduccionistas. Se pretende definir a un autor (Balzac, Flaubert, Mann, Kafka) por su "posición de clase" y, desde luego, llevando a cabo esta definición de manera "dialéctica" y "en última instancia". Pero no se tematiza en qué medida mantienen ciertas discrepancias con el régimen burgués, con la clase poseedora, con el trabajo manual. En una palabra: no se aprecia en ese reduccionismo economizantelo que real y efectivamente significa un autor determinado. Cuando estos historiadores marxistas se encuentran con algunas afirmaciones anticapitalistas en los escritores o artistas que analizan, pasan rápidamente sobre ellas, como sobre brasas, para concluir que no obstante ello, en "última instancia" son escritores burgueses o pequeño-burgueses, etcétera. En verdad, la necesidad de revisar críticamente su proceso histórico no es privativo de la filosofía, sino también de la literatura, del arte y de la cultura en general. Pero volvamos a nuestro tema. La clase intelectual carece del poder económico que caracteriza a la clase poseedora. Sus miembros no son, en general, propietarios de medios materiales de producción. Son intelectuales asalariados. Viven como Haydn respecto al príncipe de Esterhazya la sombra de un mecenas, o de la venta de sus producciones, etcétera. La carencia de poder material lleva a los intelectuales, por regla general, a ponerse al servicio de la clase poseedora en el poder. Le venden al capital, por ejemplo, su fuerza humana de trabajo compleja. Con toda decisión hay que decirlo: mientras exista la propiedad privada sobre los medios materiales de producción y, con ella, la polaridad clasista económica, la clase intelectual no puede adueñarse del poder material. A pesar de sus privilegios frente a la clase manual, es una clase subsidiaria, desvalida y relegada. Ésta es la razón por la cual se ve en la necesidad de cerrar filas, en general, con la clase poseedora dominante. Es claro que, en ocasiones, por ejemplo en épocas de crisis o en vísperas de una eclosión revolucionaria, ciertos sectores importantes de la intelectualidad se divorcian de la clase económica en el poder y se hacen partícipes de la nueva clase económica ascendente. Pero esto tiene, en cierto modo, el sentido de pasar de un amo a otro. Cuando los intelectuales que vivían en el régimen feudal o absolutista (como los enciclopedistas) abandonaron los intereses feudales y aristocráticos y se hicieron copartícipes del "tercer estado", no obtuvieron, porque era imposible, su auto-emancipación, sino que cayeron en una nueva supeditación: ya no eran intelectuales feudales, sino intelectuales burgueses. Podríamos decir que la clase intelectual pasa, en tanto subordinación, de una clase poseedora a otra, porque carece de poder material. Pero este proceso llega a su fin, en el momento mismo en que dicha clase halla en el proletariado su brazo fuerte: la clase que, en unión con los campesinos, dará al traste con la razón económica fundamental de su carácter desvalido y subordinado. Con el "modelo soviético" de creación del "socialismo" suena la hora en que la clase intelectual conquista el poder material, no en el 57 sentido de convertirse en dueña de los medios materiales de la producción, sino en el de ser dueña del único poder real que se reconoce en la nueva sociedad: el de la propiedad privada sobre los medios intelectuales de la producción y todo lo que esto (en lo económico, político y social) supone. Pero una cosa bien distinta ocurre con la clase manual. Es, en términos generales, y como hemos ya explicado, una clase que sufre una doble servidumbre: la económica y la técnico-funcional. La única clase explotada capaz de emanciparse económicamente es, como se sabe, el proletariado. Pero es falso que su liberación económica conlleve necesariamente su liberación técnico-funcional. Si se deja llevar por los ideólogos "socialistas" que plantean la necesidad de una revolución económica, pero no una revolución cultural, si se deja llevar por un "socialismo intelectual" que silencia la necesidad de poner, desde el principio del proceso revolucionario, las premisas para dar al traste con la antítesis técnicofuncional, estará sirviendo a los intereses a fin de cuentas de la autoemancipación de una nueva clase (la intelectual) que obtiene, por primera vez en la historia, su poder material. Desde el punto de vista de la clase intelectual, la marcha hacia la conquista del poder material, pasa necesariamente por la alianza de los intelectuales (convertidos provisionalmente en "socialistas") con un proletariado del que se destaca su carácter económico de asalariado pero no su carácter productivo de trabajador manual. Hemos llegado a un punto en que se impone aclarar por qué hemos decidido dar el nombre de clases a los dos polos de la antítesis técnico-funcional. No se trata, como se deduce de todo este capítulo, de poner en el mismo rango la antítesis técnico-funcional que la económica. No se trata tampoco de socavar el principio materialista histórico de la preeminencia del ser social sobre la conciencia social. No se trata, por último, de borrar las diferencias entre un tipo de polaridad y otro. Se trata, más bien, del hecho de que si analizamos objetivamente ambas antítesis advertimos que poseen la misma estructura, el mismo común denominador estructural. Repárese que decimos la misma estructura y no una estructura similar. La antítesis técnico-funcional, en efecto, tiene en común con la económica: 1. Su origen económico infraestructural. 2. Su carácter mercantil. 3. Su propiedad sobre ciertos medios de producción. 4. Su carácter antagónico y 5. Su campo generador de ideologías. Claro que entre una antítesis y otra existen diferencias; pero para que se aprecien mejor éstas, analicemos punto por punto los elementos que poseen en común ambas polaridades. 1. Su origen económico, infraestructural. Recordemos que el trabajo intelectual puede asumir dos modalidades: la económica (aplicada en las esferas de la producción, la circulación y los servicios) y la no económica. En sentido estricto solamente es productivo, además del trabajo manual, el trabajo intelectual que opera en la esfera de la producción o que sirve indirectamente a ella. Bajo este aspecto podemos asentar que el trabajo intelectual productivo es generado por las exigencias técnicas de la producción, su origen hay que buscarlo, como hemos 58 explicado, en las fuerzas productivas o, dicho de manera más concreta, en las relaciones sociales de productividad que ellas implican. La ley económica que esclarece el valor de la mercancía subjetiva empleada en la esfera de la producción, explica, al propio tiempo, el valor de la fuerza humana de trabajo que se utiliza en las esferas de la circulación y los servicios. Ésta es la razón por la cual todo el trabajo intelectual o manual económico, de carácter improductivo, se halla determinado, a fin de cuentas, por lo que sucede en la esfera de la producción. El trabajo simple de comercio, verbigracia, se retribuye corno el trabajo simple industrial. Y otro tanto ocurre con el trabajo complejo del comercio, la banca, las finanzas, etcétera. ¿Qué sucede, por otro lado, con el trabajo intelectual no económico? ¿Qué pasa, por ejemplo, con ciertas manifestaciones de trabajo artístico, científico, filosófico, etcétera, que no tienen, al menos directamente, vinculación con las partes constitutivas de las relaciones de producción? Creemos que la singularidad, la idiosincrasia, la calificación de este trabajo es tal que escapa de la valoración económica, lo cual no quiere decir que, en lo que a los productos de tal trabajo se refiere, carezcan de precio, y en ocasiones de un elevadísimo precio en el mercado. Como carecen de valor, pero tienen precio, la ley que explica la cotización que les confiere el mercado no puede ser otra, nos parece, que la del juego de la oferta y la demanda. Hay artistas que viven de lo que producen y su nivel de vida depende del buen o mal éxito que obtengan en el mercado de productos artísticos. Hay intelectuales, entonces, que viven no de vender su fuerza humana de trabajo compleja a los industriales, comerciantes, banqueros, etcétera, sino de colocar los productos (en que se materializa su trabajo intelectual personalísimo) en la esfera de la circulación. Aunque alejado del trabajo productivo y aun del trabajo económico no productivo, el trabajo intelectual no económico ni productivo también hinca sus raíces en el sistema económico feudal, capitalista, etcétera. La razón de ello es que se le paga o financia con un valor generado en la esfera de la producción. En el supuesto caso una hipótesis puramente metodológicade que desapareciera o mermara seriamente el trabajo manual, el intelectual, de la índole que fuese, no podría subsistir. El trabajo intelectual reposa, por así decirlo, en las espaldas del trabajo manual. El trabajo intelectual no económico, desde el punto de vista de las relaciones socioeconómicas, cumple un papel menos trascendental en términos generales que el trabajo intelectual económico. Y, dentro de este último, el trabajo intelectual productivo, juega un papel más importante en lo fundamental que el trabajo intelectual improductivo (aplicado a las esferas de la circulación y los servicios). 2. Su carácter mercantil. Como se sabe, la esfera de la circulación es la condición posibilitante para que el valor de las mercancías, generado en la esfera de la producción, se realice. La reproducción incesante de la clase burguesa y de la clase obrera se lleva a cabo a través del mercado. En efecto, al venderse una mercancía (objetiva) que incluye, en lo que a su valor se refiere, además del capital constante (que no es un nuevo valor y, por tanto, se concreta a transferirse en determinada proporción al producto), el capital variable y la plusvalía, estas dos 59 últimas partes están destinadas, una a pagar el valor de la fuerza humana de trabajo y la otra a reproducir de manera ampliada el capital. La antítesis técnico-funcional también se reproduce a través del mercado. La esfera del intercambio, el mercado de la mano de obra, es la que remunera al trabajo calificado de modo más cuantioso que al trabajo simple. Ambas polaridades clasistas, en consecuencia, se reproducen a través del mercado, que no es otra cosa que la esfera donde se realiza el valor. 3. Su propiedad sobre ciertos medios de producción. La antítesis económica debe su existencia, dentro de la infraestructura económica, a las relaciones de propiedad, esto es, al aspecto fundamental de las relaciones sociales de producción. La existencia de la propiedad privada sobre los medios materiales de producción, tiende una línea de demarcación entre los dueños y los desposeídos de tales medios. Ahora bien, en el lado de los desposeídos, la propiedad privada de los medios de producción intelectuales, tiende una segunda línea de demarcación: entre los poseedores de dichos medios intelectuales y los desposeídos. 4. Su carácter antagónico. Del mismo modo que podemos decir que hay capital porque hay trabajo, hay poseedores porque hay desposeídos, nos es dable afirmar que hay trabajo intelectual porque hay trabajo manual y que hay trabajo complejo porque hay trabajo simple. Una relación de este tipo no es otra que la de unidad y lucha de contrarios. En una palabra: se trata de una relación antagónica. Como en toda relación antagónica, no es posible imaginar la disolución de la antítesis por medio de la absolutización de un polo. No puede haber capital sin trabajo (asalariado) ni trabajo (asalariado) sin capital, en la misma medida en que es imposible imaginar una reorganización de la sociedad en que hubiera trabajo intelectual sin trabajo manual o trabajo manual sin trabajo intelectual. La solución de un antagonismo no puede ser otra que la disolución de la causa fundamental de la polaridad. Si la causa de la polaridad clasista económica es la propiedad privada sobre los medios materiales de la producción, no hay otro camino para disolver dicha contradicción, para destruirla, que socializar los medios materiales de la producción. Lo mismo hay que decir de la polaridad clasista técnico-funcional. Si la causa de ella es la propiedad privada sobre los medios intelectuales de la producción, el camino para resolver esta antítesis no puede ser otro que el de socializar los medios intelectuales de la producción. Hay, desde luego, diferencias y muy importantesentre un tipo de socialización y otro. Tan diferentes que en un caso se trata de una revolución económica y en otro de una revolución cultural. Dos revoluciones que deben hallarse articuladas, ya que si es verdad que sin la revolución económica no puede haber revolución cultural, sin esta última la revolución económica no puede gestar un modo de producción socialista sino, como después veremos, un modo de producción intelectual (burocráticotecnocrático). 5. Su campo generador de ideologías. Cuando se afirma habitualmente que "toda ideología es ideología de clase", se hace alusión a la clase en el sentido económico de la expresión. No cabe duda, en efecto, que las clases económicas producen ideologías, concepciones en las que, con una cierta fachada de veracidad (o haciendo uso, inclusive, de ciertos elementos verdaderos) defiende sus intereses 60 de clase frente a las otras clases sociales. El liberalismo es una ideología burguesa, el anarquismo una ideología pequeño-burguesa, el economismo una ideología proletaria. La antítesis técnico-funcional también genera ideologías. Ideologías en que se disfrazan los intereses o sentimientos de la clase intelectual o de la clase manual. La actitud que desdeña el trabajo manual o menosprecia el trabajo que no sea espiritual, el teórico al cual se le ponen los pelos de punta al oír hablar de una revolución cultural, no es otra cosa que la derivada de la ideología intelectualista. La actitud que desdeña el verdadero ejercicio intelectual, que desprecia la ciencia, que ridiculiza la teoría, es una ideología manualista, por darle algún nombre. De lo anterior podemos concluir, en consecuencia, que la frase citada en un principio debe ser complementada del siguiente modo: "toda ideología es ideología de clase, ya sea de la clase en sentido económico, ya sea de la clase en sentido técnicofuncional". Si las dos antítesis tienen, por consiguiente, un origen económico, infraestructural; un carácter mercantil, una propiedad privada sobre ciertos medios de producción, un carácter antagónico y un campo generador de ideologías, poseen, en realidad, el mismo común denominador estructural. Las dos antítesis pueden ser agrupadas en el mismo género estructural. Es claro que mantienen diferencias, y diferencias de primera importancia. El elevar a ambas antítesis al mismo género estructural no debe hacernos olvidar su especie estructural. Cuando decimos que ambas antítesis constituyen polaridades clasistas estamos aludiendo al género estructural; cuando añadimos que una polaridad clasista es económica, en tanto que la otra es técnico-funcional, hacemos alusión a su diferencia específica estructural. No basta, sin embargo, con destacar sus "identidades" y sus diferencias, sino también el tipo de vinculación que existe entre una clase de antítesis y otra. Ya hemos aclarado cuál es la forma esencial que asume ésta. Ya hemos aclarado que se trata de una relación de subordinación por medio de la cual una contradicción aparece como principal y la otra como secundaria. Conviene explicar, respecto a esto último, que aunque el modo de producción de cada período histórico modela de algún modo la forma concreta que asume la antítesis técnico-funcional (de tal manera que la situación particular que presenta esta antítesis en el feudalismo, difiere de la que guarda en el capitalismo, etcétera) podemos asentar que la antítesis técnico-funcional posee la misma estructura, en su aspecto más general, a través de toda la historia, o mejor, desde el momento en que se genera (siendo la cuarta división social del trabajo) hasta el modelo soviético de construcción del "socialismo". La periodicidad histórica, en el sentido común de la expresión, tiene su fundamento en la polaridad clasista económica (y en la base infraestructural que le sirve de soporte). La diferencia esencial entre el esclavismo, el feudalismo y el capitalismo nos habla del desplazamiento de unas clases (en el sentido económico del término) por otras. La periodización histórica se explica a partir, en lo fundamental, de las relaciones sociales de producción y de las relaciones de propiedad en ellas implicadas. Desde el punto de vista de la polaridad clasista económica hay, como se sabe, cinco modos de producción: el comunista primitivo, el esclavista, el feudal, el capitalista y el habitualmente considerado como 61 "socialista". Pero junto con esta periodicidad, a la que podríamos designar con el nombre de periodicidad histórica económica, hay otra que se da articulada, entreverada, vinculada con ellay a la que podemos llamar periodicidad histórica técnico-funcional. Si la primera se explica a partir de las relaciones sociales de producción, la segunda lo hace a partir de las fuerzas productivas. En este sentido podemos asentar que, de acuerdo con la periodicidad histórica técnico-funcional, la historia ha atravesado por tres etapas: la de la génesis de la oposición entre el trabajo intelectual y manual, la de su desarrollo y la de su culminación o absolutización. La primera fase se extiende desde una edad muy primitiva de la historia hasta la aparición, con la propiedad sobre los medios materiales de producción, del esclavismo. La segunda abarca, además de este régimen social, los modos de producción feudal y capitalista, y la tercera comprende el llamado "régimen socialista" y que nosotros preferimos designar, por las razones ya expuestas, y otras que vendrán más adelante, modo de producción intelectual o dictadura del proletariado intelectual. Repárese en que la manera de desplegarse (a través de toda la historia) la periodicidad histórica técnico-funcional se diferencia radicalmente de la económica; la razón de ello estriba en que mientras las fuerzas productivas constituyen una constante (en movimiento) las relaciones sociales de producción conforman una variable. Dicho de otro modo: independientemente del régimen social de que se trate, hay trabajo intelectual y trabajo manual. Las clases sociales en sentido económico se desplazan las unas a las otras. La oposición entre el trabajo intelectual y el trabajo físico perdura, se desarrolla, se amplía y, finalmente, se absolutiza. Es claro que la periodicidad histórica económica subordina a la periodicidad histórica técnico-funcional; pero la subordina en tanto va creando la posibilidad real de su absolutización. El resultado de la articulación objetiva de las dos formas de periodización histórica es que, a lo largo del sucesivo desplazamiento de unas clases económicas por otras, se va ampliando, fortaleciendo, consolidando el carácter de la polaridad clasista técnico-funcional, hasta llegar en el modo de producción intelectual, a su regencia absoluta. La síntesis de las dos formas de periodización nos muestra, por consiguiente, una marcha hacia la absolutización de la polaridad clasista técnico-funcional. Nos parece que en esta marcha hacia la absolutización de la oposición entre el trabajo intelectual y el trabajo manual, la antítesis técnico-funcional va recibiendo una configuración histórica especial de acuerdo con el modo de producción económico de que se trate. La oposición trabajo intelectual-trabajo manual no es idéntica en el esclavismo, en el feudalismo y en el capitalismo. No es idéntica tampoco en el capitalismo incipiente y en el capitalismo desarrollado. El status económico supedita, como hemos aclarado hasta la saciedad, al status técnico-funcional, y lo hace de acuerdo con el carácter y el grado de desarrollo de la infraestructura. La marcha hacia la absolutización de la antítesis técnicofuncional (marcha que tiende a desembocar en el modo de producción intelectual) llega a la antesala de su destino o desembocadura en la sociedad capitalista altamente desarrollada. Creemos poder explicar adecuadamente esto, si llevamos a cabo un comentario crítico de las ideas de E. Mandel a propósito de la "proletarización" del 62 trabajo intelectual en el "neocapitalismo". 24 De acuerdo con el socialista francés, el modo de producción capitalista ha atravesado tres fases esenciales (definidas por mutaciones tecnológicas importantes): "en tanto que la primera revolución tecnológica giraba en torno al motor de vapor y la segunda al motor eléctrico", la tercera "tiene como eje la automatización, la electrónica y la energía nuclear".25 Nuestro autor asienta que, a partir de 1940, hay una aceleración de la innovación tecnológica en los EE.UU. y otros países industrializados. Los gastos de investigación y desarrollo se incrementan notablemente. "Estos gastos han pasado en EE.UU. de 101 millones de dólares en 1928, 5 mil millones de dólares en 1953, a 12 mil millones de dólares en 1959 y 21 mil millones de dólares en 1970.26 Éste crecimiento "implica un aumento no menos sensacional del personal encargado de la investigación y sus aplicaciones tecnológicas".27 La importancia que adquiere, para la esfera productiva del "neocapitalismo", el trabajo intelectual, lleva a Mandel a desdeñar de algún modo la importancia jugada por el mismo en las etapas capitalistas anteriores. De ahí que afirme: "Mientras que en las fases precedentes del capitalismo, el trabajo intelectual se limitó a la esfera de la supraestructura social, actualmente está orientado, cada vez más, hacia la infraestructura de la sociedad.28 La primera parte de esta afirmación nos parece errónea. No sólo existe trabajo intelectual vinculado a la esfera productiva en la etapa de las dos primeras revoluciones tecnológicas del capitalismo, sino también, como producto de las relaciones sociales de productividad, en etapas precapitalistas. Pero independientemente de lo falso o exagerado de dicha apreciación, es indiscutible que en la actualidad, en lo que a los países capitalistas desarrollados se refiere, el trabajo intelectual se ha orientado masivamente hacia la infraestructura económica. Un ejemplo de esto lo hallamos en el hecho de que "la industria japonesa de construcción naval, que ha logrado conquistar más del 50% de los pedidos mundiales de este sector, emplea un personal del cual más de la mitad tiene formación universitaria o semiuniversitaria".29 Mandel hace notar que al "neocapitalismo" le es necesario poner bajo su control "los grandes medios de comunicación, los mass media (televisión, radio, prensa, publicidad), la enseñanza, incluso la burocracia sindical. Todos deben ser organizados de tal modo que manipulen al máximo las convicciones, necesidades, esperanzas y sueños de los trabajadores, de orientarlos de tal manera que sirvan a las exigencias de la reproducción ampliada del capital... Pero aquí se revelan una vez más, los límites del régimen... Todas estas técnicas de integración cuya eficacia relativa y temporal está fuera de duda, no pueden ser aplicadas más que a condición de transformar cada vez más a los intelectuales en trabajadores asalariados, es decir, a extender de manera prodigiosa la amplitud del sistema asalariado, es decir, de incrementar considerablemente la masa y la calificación del proletariado. La tendencia a la ampliación constante del trabajo intelectual calificado tanto en la esfera de la 24 Ernest Mandel, ibíd., pp.9-15. E. Mandel, ibid., p.9. 26 E. Mandel, ibíd., p.12. 27 E. Mandel, ibíd., p.12. 28 E. Mandel, ibíd., p.12. 29 E. Mandel, ibíd., p.13. 25 63 producción como en la reproducción y la supraestructura, tendencia característica del neocapitalismo, es al mismo tiempo la tendencia a la proletarización creciente del trabajo intelectual". 30 Mandel emplea el concepto de proletarización, como se puede advertir en el largo pasaje reproducido, de modo bastante ambiguo y que se presta a serias confusiones teórico-políticas. El término de proletarización usado en este contexto aparece con dichas características en virtud de que habla del carácter de asalariado que asume el trabajo intelectual; pero no destaca dos hechos: a) que dicha "proletarización" no conlleva en términos generales una concientización proletaria, sino que genera constantemente una clase dominante-dominada que se vende, literalmente hablando, al mejor postor. Salvo algunos sectores minoritarios de la intelectualidad, o de momentos críticos del sistema, el trabajador intelectual, como grupo, como clase, se halla puesto al servicio material e ideológicamente de la burguesía; b) que dicha "proletarización" hace referencia única y exclusivamente al hecho de que el trabador intelectual se ve en la necesidad de vender su fuerza humana de trabajo a cambio de un salario; pero no subraya el que la conquista de su status de trabajador intelectual asalariado lo diferencia esencialmente del trabajador manual asalariado. La mayor parte de los trabajadores intelectuales empleados en la esfera de la producción capitalista adolece de una conciencia aburguesada; una minoría se politiza y de modo más o menos inconsciente entrevé la posibilidad de la emancipación de la clase a la que pertenece (en el modo de producción intelectual). Tal vez sea ésta una de las razones de la afluencia cada vez mayor de ciertos intelectuales a los partidos comunistas (europeos). Lo que resulta verdaderamente excepcional es el intelectual anti-intelectualista, el intelectual que, por así decirlo, condujera la proletarización a sus últimas consecuencias: a no sólo combatir en contra de la propiedad privada de los medios materiales de la producción, los cuales lo convierten en asalariado, sino también en contra de la propiedad privada de los medios espirituales de producción, los cuales lo rodean, frente al trabajador común y corriente, de privilegios y poder decisorio. Mandel prosigue: "Por esta naturaleza de la industrialización general de toda actividad humana bajo el neocapitalismo, todos los rasgos tradicionales de la proletarización del trabajo que, en el pasado, se aplicaban ante todo al trabajo de la gran fábrica moderna, se aplican ahora cada vez en mayor medida al trabajo intelectual".31 Un ejemplo de ello es que, según nuestro autor, "la proletarización del trabajo intelectual implica su especialización, incluso su parcelamiento, su atomización al extremo". 32 Añade Mandel: "Semejante trabajo intelectual parcelado, fragmentario, que ha perdido toda visión de conjunto de las actividades en que está inserto no puede ser sino un trabajo enajenado".33 Es interesante la afirmación anterior por varias razones. En primer lugar, porque nos muestra el carácter y el grado de desarrollo de la explotación capitalista de la mano de obra intelectual. En segundo lugar, porque nos pone de relieve una de las causas de la E. Mandel, ibíd., pp.14-15. E. Mandel, ibíd., p.16. 32 E. Mandel, ibíd., p.16. 33 "La rebelión estudiantil", dice más adelante Mandel, "es esencialmente contra las consecuencias enajenantes de la proletarización del trabajo intelectual en una sociedad mercantil" (ibíd., p.19). 30 31 64 rebelión estudiantil del 68 en Francia y en otras partes del mundo.34 En tercer lugar, porque nos evidencia que la "desenajenación" del trabajo intelectual no consiste tan sólo en desembarazarse de la explotación capitalista sino también de la división enajenadora del trabajo. La solución no se halla sólo a nivel de las relaciones sociales de producción, sino, también, de las fuerzas productivas. Detengámonos un poco en este punto. Poner fin a las esclavitudes del hombre significa no sólo socializar los medios de producción materiales, no sólo colectivizar, gradual y planificadamente, los medios de producción espirituales, sino también liberarse de toda división enajenadora del trabajo, de toda parcelación forzosa del mismo. Mandel asienta al respecto que "conocer a fondo un sector minúsculo de una rama científica, sin tener sino datos demasiado vagos acerca de toda esta rama y careciendo de toda noción acerca de las otras ramas científicas: es la suerte a la que está condenado cada vez más el trabajo intelectual".35 Meditemos, sin embargo, que esto no es privativo de la sociedad "neocapitalista" sino también del modo de producción intelectual. Si entendemos por revolución tecnológica de la fuerza de trabajo la lucha, debidamente planificada, por liberar al trabajo intelectual (y al manual) de toda fragmentación obligatoria, caemos en cuenta que esta revolución debe hallarse debidamente articulada con las otras revoluciones: la económica y la cultural. Mandel subraya que "la proletarización del trabajo intelectual implica la aparición de un mercado del trabajo intelectual".36 "En dicho mercado la fuerza de trabajo intelectual añade nuestro conferenciantese compra y se vende como una mercancía vulgar de igual modo que ha ocurrido con la fuerza de trabajo manual desde los orígenes del capitalismo". 37 Finalmente asienta Mandel, "la fuerza de trabajo intelectual adquiere un precio en el mercado que fluctúa conforme a las leyes del mercado, es decir, conforme a las leyes de la oferta y la demanda".38 Sobre estos pasajes nos vemos en la necesidad de hacer dos aclaraciones: 1) La de que, aunque el mercado de la mano de obra intelectual se consolida y amplía notablemente en el "neocapitalismo" actual, nace con el capitalismo altamente industrializado. Aun en las etapas incipientes del capital premonopólico hay un mercado de la fuerza humana de trabajo que cotiza las diferentes modalidades de trabajo de acuerdo con su calificación o grado de trabajo en el trabajo. De ahí, por ejemplo, que Marx se vea en la necesidad de hablar de un trabajo simple y de un trabajo complejo. 2) La de que la fuerza de trabajo intelectual no sólo tiene un precio sino también, como lo hemos ya dicho, un valor. Es indudable que el precio de esta fuerza de trabajo intelectual "fluctúa conforme a las leyes del mercado", "conforme a las leyes de la oferta y la demanda"; pero esta cotización gira en torno, por arriba o por debajo, del valor de la fuerza humana de trabajo. La diferencia entre precio y valor, la determinación del precio a partir del juego de la oferta y la demanda y la determinación del valor a partir del trabajo socialmente 34 E. Mandel, E. Mandel, 36 E. Mandel, 37 E. Mandel, 38 E. Mandel, 35 ibíd., p.16. ibíd., p.16. ibíd., p.16. ibíd., p.16. ibíd., p.16. 65 necesario para producir una mercancía, y la mostración, finalmente, de que el precio gira en torno del valor, no sólo son tesis que convienen a la mercancía objetiva, sino también a la fuerza humana de trabajo. La fuerza humana de trabajo llega al mercado poseyendo un valor (una determinada cantidad de trabajo en el trabajo); una vez ahí, recibe las perturbaciones de la oferta y la demanda. Sabemos que, en efecto, a mayor demanda de la fuerza humana de trabajo mayor precio y a menor demanda menor precio de ella. Pero estas oscilaciones tienen lugar a partir de un valor preestablecido: el que confiere a la fuerza de trabajo intelectual su grado de calificación. Ciertos ideólogos burgueses Shults, Galbraithante la evidente remodelación de la fuerza de trabajo intelectual por la infraestructura "neocapitalista", han exagerado la importancia de la "tecnoestructura". Galbraith, por ejemplo, junto con otros, ha "deducido apresuradamente de la importancia creciente de los trabajadores científicos en las empresas que es indiscutiblela posición predominante que esta «tecnoestructura» ocuparía actualmente en el seno de la sociedad neocapitalista".39 Pero, aclara Mandel, "ningún asalariado de una empresa capitalista, por elevada que pueda ser su posición dentro de la jerarquía y por valedera que pueda ser su calificación, tiene ninguna seguridad de mantener su empleo".40 Esta ley que podría formularse como la ley de la creación de un ejército intelectual de reservase confirma con "la experiencia dolorosa que actualmente atraviesan los administradores, sabios, ingenieros del sector espacial en EE.UU., junto con decenas de miles de desocupados, con viejos y antiguos directores de fábricas obligados a vivir de la asistencia pública (Welfare) para poder dar de comer a sus hijos, con el envío de víveres de Japón, hacia Seattle, el centro más afectado por el paro intelectual".41 Después de todas las citas anteriores, nos hallamos en posibilidad de resumir las ideas de Mandel respecto a la fuerza de trabajo intelectual en la sociedad "neocapitalista" del siguiente modo: a diferencia de las etapas anteriores del capitalismo la que empleaba el vapor y la que empleaba la electricidad la actual que utiliza la fuerza nuclear, etcéteratiende a proletarizar la fuerza de trabajo intelectual. Proletarización ésta que consiste en poner al servicio de la burguesía monopolista un trabajo intelectual que antes permanecía más o menos independiente de la esfera productiva. Esta proletarización masiva del trabajo acarrea consecuencias similares a la proletarización precedente del trabajo manual: genera un mercado de la fuerza de trabajo intelectual, parcela y fragmenta cada vez más al trabajador del intelecto y rodea de inseguridad, de inestabilidad a los intelectuales (ingenieros, administrado-dores, etcétera) que trabajan para una determinada empresa capitalista. Todo lo anterior nos muestra el papel que juega la polaridad clasista técnicofuncional en una etapa histórica determinada. El papel de los intelectuales en la sociedad "neocapitalista" contemporánea nos devela con la mayor elocuencia E. Mandel, ibíd., p.17. E. Mandel, ibíd., p.17. 41 E. Mandel, ibíd., p.17. 39 40 66 posible dos cosas: 1) la inutilidad del capitalista en cuanto tal, y 2) la capacidad de la clase intelectual para dirigir "eficientemente" todo el proceso productivo de un país altamente desarrollado. Haciendo una paráfrasis de la famosa parábola de Saint Simon (aquella en que demostraba, ante la hipótesis de la desaparición de grandes sectores de la sociedad francesa, cómo la extinción de la nobleza, el clero, etcétera, no traería ningún cambio importante en el país, en tanto que el exterminio de los industriales, trabajadores, artistas, etcétera, sería una pérdida irreparable) podríamos asentar que, tanto desde un punto de vista objetivo cuanto desde el punto de vista de un intelectual perspicaz e inteligente, el capitalista, el dueño de los medíos de producción, sale sobrando. Y salen sobrando también las relaciones sociales de producción capitalistas. La sociedad altamente industrializada puede subsistir (y desarrollarse, incluso, más libre y racionalmente) sin el modo de producción capitalista. La extinción de los "propietarios", en una situación en que los intelectuales ya llevan la rienda como administradores, planificadores, técnicos, etcéterade la producción económica global, no significa, en realidad, prácticamente nada. En este sentido aunque tal cosa no debe ser vista de manera mecánicala sociedad "neocapitalista" se halla en vísperas del modo de producción intelectual. La fuerza de trabajo intelectual se encuentra, entonces, en la antesala de su absolutización. El anticapitalismo de ciertos intelectuales no es necesaria, desde luego, la participación de toda la clase intelectual, aliado a la clase obrera, puede dar al traste con el modo de producción capitalista. Si no se trata de intelectuales anti-intelectualistas, lo que es más probable, con la toma del poder, la intelectualidad "revolucionaria" socializará los medios materiales de producción, erradicando el capitalismo; pero, por dejar intacta la división entre el trabajo intelectual dirigente y el trabajo manual dirigido, modelará la estructura burocrático-tecnocrática del modo de producción intelectual. Se trata, por consiguiente, de una posibilidad. Aún más: de una ley de tendencia. El "neocapitalismo" "tiende" al modo de producción intelectual, en la Misma medida (pero sin soslayar las diferencias) en que el feudalismo "tendía" al capitalismo. La ausencia en el marxismo de una teoría sobre la polaridad clasista técnico-funcional viene en auxilio de tal cosa. Por todo lo anterior, podemos concluir, por consiguiente, que la oposición trabajo intelectual-trabajo manual es una oposición de clase. Es una polaridad clasista porque, como hemos dicho ya, no forma parte de un mismo proceso con las clases en sentido económico, sino que se trata de dos procesos distintos, pero articulados. No ligados mecánicamente, sino constituyendo una totalidad orgánica que engloba la acción recíproca de sus componentes. La calificación de estratos, capas sociales, etcétera, dada con frecuencia a estas clases, vela lo que realmente importa: la especificidad de la operación histórica de la antítesis técnico-funcional. El disfraz, el ocultamiento del carácter clasista de la oposición del trabajo intelectual y el trabajo manual y todo lo que ello implica e implica mucho: obstaculizar el advenimiento de la revolución cultural, es una de las piezas fundamentales de la ideología intelectualista. Así corno la burguesía pretende ocultar su dominación de clase negando el carácter clasista de su Estado, su derecho, etcétera, otro tanto ocurre con la ideología intelectualista y ¿qué mejor 67 para ocultar la existencia de la polaridad clasista y de los privilegios del polo dominante que sustentar la tesis de que se trata sólo de estratos, sectores o capas que forman de tal modo bloque con la antítesis económica que cuando sea erradicada ésta, se extinguirán lenta pero inexorablemente? La teoría de las diferentes clases, en consecuencia, aclara que la antítesis trabajo intelectual-trabajo manual no se reduce a la polaridad clasista económica, prueba de ello es que: 1) Existía antes de las clases en sentido económico (siendo la cuarta división social del trabajo); 2) Es una constante frente a una variable. Dice Marx que el trabajo es "la condición natural eterna de la vida humana, y por tanto, independiente de las formas y modalidades de esta vida y común a todas las formas sociales por igual".42 Como la diferencia entre el trabajo simple y el trabajo complejo, el trabajo manual y el trabajo intelectual brota de las exigencias técnicas de la producción; puede decirse que, desde el momento en que se genera la antítesis técnico-funcional hasta el momento en que se disuelve (disolución que no significa la desaparición del trabajo intelectual y del trabajo manual, sino la anulación de la pertenencia obligatoria de un tipo de trabajo a una clase y otro tipo de trabajo a la otra), esta polaridad clasista aparece y reaparece a través de toda la historia. Si tomamos en cuenta, por otro lado, y utilizando estos términos en su sentido más radical, que no puede haber trabajo manual química-mente puro ni trabajo intelectual al margen de cierto trabajo físico, si tomamos en cuenta, asimismo, que en el comunismo subsistirá la diferencia entre un tipo de trabajo y otro (aunque no polarizado en clases) podemos afirmar que la diferenciación entre el trabajo intelectual y el manual, como el trabajo en general o las fuerzas productivas, es "la condición natural eterna de la vida humana". Este carácter constante de la antítesis técnico-funcional difiere ostensiblemente del carácter variable de las relaciones sociales de producción. Mientras que desde que se gesta la polaridad clasista técnico-funcional hasta el socialismo inclusive, existe esta polaridad clasista, y hay una clase intelectual contrapuesta a una clase manual, en lo que se refiere a la antítesis económica (que se origina en las relaciones sociales de producción) advertimos que cada modo de producción trae consigo nuevas polaridades clasistas: el señor feudal y el siervo de la gleba sustituyen al amo y al esclavo y el burgués y el obrero sustituyen al señor feudal y al siervo de la gleba; 3) Puede existir, en el modelo soviético, sin la antítesis económica. Insistamos ¿por qué llamar a esta antítesis técnico-funcional polaridad clasista? Porque, al deshacer la tesis del todo aestructurado de la antítesis de las dos antítesis, nos explica la especificidad de la antítesis técnico-funcional y su relación peculiar con la otra. Nos esclarece la forma especial de operar de ella frente a las clases económicas y su posibilidad y realidad de convertirse en el lado absoluto de la sociedad URSS y democracias populares. Además, la consideración de tal antítesis como una polaridad clasista, nos abre todo un campo de investigación en la historia, la cultura, la filosofía y, sobre todo, en la caracterización del socialismo. 42 Marx., El Capital, T. I. ibíd., p.206. 68 ¿Cómo conceptualizar, en efecto, la nueva realidad social que existe en la Unión Soviética? No es, como opinan los propios rusos, un régimen socialista, con un Estado y un partido que expresan los intereses de todo el pueblo y que está sentando las bases para crear el comunismo. No es tampoco un Estado Obrero, degenerado por la burocracia, como opinan los trotskystas. No es tampoco un régimen en que se ha restaurado el capitalismo y en que predomina el "socialimperialismo", como asientan los chinos. O un régimen en que se ha entronizado el capitalismo de Estado, como creía el "comunismo de izquierda" (Pannekoek, Korsch, etc.) y tantos otros. El error de todas estas concepciones estriba, entre otras razones, en que pretenden caracterizar al nuevo régimen a partir de la polaridad clasista económica. Desde luego que para una evaluación correcta del significado histórico de la URSS hay que partir del hecho innegable de que en ella se han socializado, en lo fundamental, los medios materiales de la producción. Si el socialismo consistiera sólo en eso (y todas sus implicaciones) la Unión Soviética sería socialista. Todos los que niegan la existencia de una "socialización económica" en la URSS tergiversan malintencionadamente las cosas y ocultan una nueva realidad. El modo de producción soviético es más avanzado que el capitalista (e imperialista), en la misma medida en que el capitalismo lo es más que el feudal. Pero la nueva realidad que supone el modo de producción soviético no puede aprehenderse con un sistema de conceptos caduco, hecho para el conocimiento de otra fase histórica. El modelo soviético del "socialismo" no puede ser considerado como un modelo socialista (sin comillas) porque lejos de sentar las bases para la desaparición de las clases sociales, de todo tipo de clases sociales, se finca en la sustantivación, consolidación y predominio de la polaridad clasista técnico-funcional. Se trata del reinado, por así decirlo, de la antítesis clasista entre el trabajo intelectual y el trabajo manual. No es que, en la Unión Soviética, por haberse socializado los medios de producción, los "estratos" o "capas" del trabajo intelectual y el trabajo manual tiendan poco a poco a extinguirse. No hay tal cosa. Lo que sucede es al revés. Por haberse socializado los medios materiales de producción, dejándose intacta la antítesis técnico-funcional, ésta se ha consolidado y tiende a reproducirse (sobre la base económica de la divisa esencial de este nuevo modo de producción: "a cada quien según su trabajo", etc.) de manera prácticamente ilimitada. Una "revolución económica" sin una revolución cultural crea un nuevo régimen social: un régimen social en que la clase explotadora es la clase intelectual y la clase explotada la clase obrera manual. No se trata tampoco de un Estado Obrero, degenerado por la burocracia, como dirían los trostkystas. El problema fundamental de la Unión Soviética no ha sido la degeneración (aunque en ella exista cierto revisionismo, etc.) y no lo ha sido porque el modelo a partir del cual se creó ese nuevo régimen social no ha sido traicionado, y ese modelo llevaba necesariamente a la instauración de un orden social que difiere radicalmente tanto del capitalismo cuanto, como después veremos, de un verdadero régimen socialista. Más que haber una degeneración, en la Unión Soviética se ha consolidado un nuevo régimen que ha barrido con la esclavitud económica del mundo capitalista y de la sociedad de clases (económicas) en general; pero que ha absolutizado la antítesis técnico-funcional. Una 69 burocracia, además, no tiene en términos generales ni siquiera en un régimen bonapartista o dictatorialla capacidad de degenerar a todo un sistema o de ponerse por encima de las clases. No hay burocracia al margen de las clases. Es decisivo, por eso, preguntarse por el carácter de la burocracia soviética. Esta última no es otra cosa que una burocracia (estatal Y partidaria) puesta al servicio de la clase que está en el poder. Se trata de la burocracia intelectual, de la burocracia que, frente al proletariado manual, defiende los intereses del trabajo calificado, de la intelectualidad "socialista". No es tampoco un régimen que haya restaurado el capitalismo o que se caracterice por poseer una nueva política imperialista (o "socialimperialista"). Y no lo es porque ha socializado los medios materiales de producción y porque las razones económicas últimas de su política exterior de gran potencia ya no se basan, a pesar de las similitudes que puedan presentar con los grandes países capitalistas, en las necesidades expansionistas del capital. El régimen soviético no es otra cosa que un nuevo modo de producción: el modo de producción intelectual (burocrático-tecnocrático). La reinterpretación de la antítesis técnico-funcional como una polaridad clasista lleva necesariamente a dos conclusiones: 1) a caracterizar a la URSS como un nuevo modo de producción, y 2) a definir de otro modo la noción del socialismo. Le damos el nombre de modo de producción intelectual, en virtud de que la calificación de un modo de producción determinado, aquello que, desde la designación, lo diferencia de otros, proviene de la clase que está en el poder en su sistema. De ahí que hablemos de los modos de producción esclavista, feudal o capitalista. La clase que está en el poder en la URSS es la clase intelectual, la clase que, aunque no es dueña de los medios materiales de la producción (porque ellos se encuentran socializados), sí lo es, y en la forma de la propiedad privada, de los medios intelectuales de la producción. Se trata, en consecuencia, de un modo de producción intelectual. ¿Por qué considerarlo así? Es un nuevo modo de producción porque tiene fronteras de delimitación estructural hacia atrás y hacia adelante, y porque, en su esencia conformativa, presenta una estructuración (clasista, estatal, institucional, etc.) que difiere radicalmente de todos los otros modos de producción, incluyendo el capitalista y el socialista. Tiene fronteras con el capitalismo, porque en el modo de producción intelectual ya no existe, en lo fundamental, la propiedad privada sobre los medios materiales de la producción y, por consiguiente, la polaridad clasista económica propia de los países capitalistas. Tiene fronteras con el socialismo, porque en el modo de producción intelectual no existe una política que exprese los intereses históricos de la clase obrera manualdestinada, con la revolución cultural proletaria, a socializar los medios intelectuales de la producción. Se trata, pues, de un régimen con "revolución económica" y sin revolución cultural y esto hace que se diferencie del capitalismo y del socialismo. Hay que subrayar que el modelo soviético del "socialismo" es un modo de producción separado, un modo de producción con sus leyes específicas43 que no pueden ser reducidas ni a las capitalistas ni a las socialistas, porque no llevan de por sí, en la forma de la continuidad, al socialismo, por las mismas razones por las que la antítesis entre el 43 De las cuales, desde luego, hay que realizar un estudio profundo y detallado. 70 trabajo intelectual y el trabajo manual no forma un solo proceso con la antítesis económica. Quien sostiene, entonces, la tesis de que la antítesis entre el trabajo intelectual y el trabajo manual es una polaridad clasista, se ve en la necesidad, si quiere ser coherente, de afirmar la existencia de un nuevo modo de producción: el intelectual (tecnocrático-burocrático). Es un modo de producción, decimos, tecnocrático-burocrático. Y lo afirmamos en este sentido preciso: se trata de un régimen en el que la clase intelectual en el poder tiene dos estratos sobresalientes: uno en sentido fundamentalmente económico (tecnócratas, profesionistas, hombres de ciencia, técnicos, administradores, etc.) otro en sentido fundamentalmente político (los burócratas del partido y del Estado). El sistema soviético genera un nuevo tipo de ideología que difiere de la ideología intelectualista del pasado. Ese sistema ideológico intelectualista presenta como cara externa de la ideología nada menos que el marxismo (el materialismo dialéctico y el materialismo histórico), aunque su cara interna consiste en defender solapadamente los intereses de la clase intelectual en el poder en general y de la burocracia y/o de la tecnocracia en particular. Son falsas las dos tesis que borran las fronteras que tiene este modo de producción intelectual hacia atrás y hacia adelante. No es un régimen en el cual se continúe el capitalismo. No es tampoco un régimen de transición hacia el socialismo. La tesis que ve a la Unión Soviética como un régimen de transición maneja, de manera más o menos consciente, el supuesto de que la antítesis técnicofuncional forma bloque con la económica, de tal modo que si se socializan los medios materiales de la producción, ello hace que se establezca la posibilidad real de ir, por continuidad, pacíficamente, al socialismo. Pero esto es lo que resulta falso. Para dar un paso adelante, se requiere de una nueva revolución: la revolución cultural proletaria. La caracterización del régimen soviético como un estado de transición, si lo interpretamos como lo hemos hecho con anterioridad, no es otra cosa que la ideología de la clase intelectual "socialista". Pero probablemente se pueda interpretar la tesis del "estado de transición" en el sentido de un régimen que sin ser ya capitalista no es todavía socialista. Sobre esto se precisa aclarar que: o bien este "estado de transición" posee esencia propia, encarnada entre las dos fronteras de delimitación estructural y en ese caso es un modo de producción diferenciado y el nombre de "estado de transición" es inadecuado, o bien se considera un "estado de transición" que tiende, en forma de continuidad al socialismo, y entonces es una ideología intelectualista. La noción de modo de producción es, como se sabe, una categoría abstracta, una abstracción científica en la que se recogen los elementos, los requisitos, el funcionamiento que caracteriza a un régimen social a diferencia de otros. El concepto de formación social alude, en cambio, a la situación específica que presenta ese modo de producción en una parte del mundo y en una fase histórica determinada, amén de la relación que mantenga en su interior con otros modos de producción subordinados. No insistiremos sobre el particular. Añadamos tan sólo una cosa. En la actualidad ya podemos hacer una diferencia entre el modo de producción intelectual y la formación social intelectual. Entre la República De71 mocrática Alemana, Checoslovaquia, la Unión Soviética, etc., hay diferencias en tanto formaciones sociales; pero todas poseen el mismo común denominador estructural: pertenecen, en efecto, a un idéntico modo de producción intelectual. Es importante subrayar, aunque sea de pasada, el hecho de que la ideología posee una estructura que resulta inconsciente en general para sus agentes y portadores. Los grandes precursores de la Revolución Francesa, cuando hablaban de la libertad o de la igualdad, no sospechaban, en términos generales, que esas grandes consignas no eran otra cosa que las piezas esenciales de la ideología burguesa; otro tanto ocurre con la ideología intelectual "socialista". Los clásicos del marxismo no podían sospechar a pesar de ciertos vislumbres geniales al respectoque la omisión en ellos de la necesidad imperiosa de articular a la "revolución económica" la revolución cultural, conllevaba a la ideología propia del modo de producción intelectual. Hablemos con algún detenimiento de la relación entre la "revolución económica" y la revolución cultural proletaria. Pero antes de ello, y para abordar mejor el tema, distingamos tres tipos de teoría: la teoría de las diferentes prácticas, la teoría de las diferentes clases y la teoría de las diferentes revoluciones. Estas tres teorías conllevan una rebelión contra la concepción aestructurada de ciertos conjuntos. La teoría de las diferentes prácticas nace, como hemos dicho, de una impugnación al binomio teoría-práctica, si por él se entiende, como suele entenderse, no dos prácticas (vinculadas esencialmente, sí; pero diversas estructuralmente) sino un solo proceso. No sólo la actividad empírico-política es práctica sino también lo es la teoría, y lo es porque participa de la misma estructura que posee la práctica económica (y toda práctica) o sea la de que, empleando ciertos medios de producción, trabaja una materia prima determinada para obtener un producto. No basta, sin embargo, destacar el común denominador estructural que tienen la teoría y la práctica, esto es, el ser ambos prácticas, sino que es indispensable también subrayar sus diferencias. De ahí que sea necesario hacer ver que se trata de una práctica teórica vinculada a una práctica empírica. En el momento en que afirmamos tal cosa nace la teoría de las diferentes prácticas la cual tiene por objeto articular (o apropiarse de la articulación objetiva) de los dos tipos de práctica enumerados (y todas las otras prácticas que puedan entrar en consideración), respetar sus diferencias, tematizar la forma en que una se relaciona con la otra, y rechazar la concepción de un todo aestructurado. El binomio teoríapráctica, tal como lo exponen habitualmente los partidarios de la "filosofía de la praxis", oculta este análisis: vela la especificidad de la operación de la práctica teórica y la especificidad de la práctica empírico-política, vela la especificidad de la relación de la primera sobre la segunda y la manera heterológica en que repercute la segunda en la primera, de acuerdo con el lugar y el momento histórico en que se desenvuelvan. La teoría de las diferentes clases es asimismo una rebelión contra la idea de que la antítesis económica y la antítesis técnico-funcional constituyen un solo proceso, como lo hemos explicado suficientemente con anterioridad. La teoría de las diferentes clases se funda en la teoría de las diferentes prácticas, ya que cada polaridad clasista tiene su práctica, y no puede reducirse la práctica de la antítesis 72 técnico-funcional a la práctica de la antítesis económica. La aplicación de la teoría de las diferentes prácticas al problema de las clases sociales ha dado por resultado la teoría de las diferentes clases. Por otro lado, si la teoría de las diferentes clases se funda en la teoría de las diferentes prácticas, la teoría de las diferentes revoluciones se funda en la teoría de las diferentes clases. Estamos ya en la posibilidad y en la necesidad de asentar que las esclavitudes del hombre no van a desaparecer por medio de una revolución (concebida fundamentalmente como "económica"), y que lo demás la extinción de la antítesis técnico-funcional del Estado, de la familia autoritaria, de la sexualidad reprimida, etcéteravendrá por añadidura; las esclavitudes del hombre van a desaparecer por medio de varias revoluciones diversas, articuladas y jerarquizadas. El objeto de la teoría de las diferentes revoluciones, por consiguiente, tendrá que ser el examen de la especificidad, de la jerarquización, del ritmo, del nexo, de la diferenciación de las diversas revoluciones que se requieren para dar al traste con las esclavitudes del hombre. Una parte, Pero sólo una parte, de la teoría de las diferentes revoluciones o de la tesis de la revolución articulada (nombre que también podemos emplear para designar la teoría y la práctica de los diferentes procesos revolucionarios que se requiere vincular para transformar la sociedad hacia una perspectiva socialista y comunista), es lo que hemos expuesto en estas páginas. La justa evaluación de la antítesis técnico-funcional, su calificación de polaridad clasista, la caracterización, derivada de lo anterior, del modelo soviético de creación del "socialismo" como un modo de producción intelectual y finalmente, la reinterpretación de la noción misma de socialismo (como la articulación, entre otras cosas, de la revolución económica y la revolución cultural proletaria) constituyen un inicio de la teoría de las diferentes revoluciones. La clase de relación que debe existir entre la revolución económica y la revolución cultural es una revolución permanente de nuevo tipo. Recuérdese que la tesis de la revolución permanente, expuesta por Marx y Engels y recreada, con algunas diferencias, por Parvus y Trotsky44 tiene como esencia borrar la frontera entre el programa mínimo y el programa máximo, lo cual significa que el proceso revolucionario no debe enfocarse como estando conformada por dos revoluciones consecutivas, separada tajantemente la una (democrático-burguesa) de la otra (socialista), sino como un proceso ininterrumpido consistente en el hecho de que desde la "primera" revolución se van poniendo las premisas para la "segunda". La revolución permanente es la impugnación contra ese gradualismo social apoyado en el esquema político que supone que se precisa volcar toda la energía política en la consecución de la "primera" revolución (democrático-burguesa o nacionalliberadora) y que sólo después de consolidada ésta hay que reemprender la lucha para conquistar la "segunda" revolución. Borrar las fronteras entre las dos eclosiones sociales no significa "simultanear las revoluciones", sino articularlas y jerarquizar-las. Repárese en el hecho de que la tesis de la revolución permanente, de innegable importancia en el marxismo, se mueve esencialmente en el seno de la lucha de clases en el sentido económico del término: su contenido consiste en 44 No nos interesa analizar aquí las diferencias entre Trotsky y Marx, si es que existen, sobre el tema en cuestión. 73 afirmar que no basta emancipar a la clase burguesa de sus enemigos feudales o imperialistas, sino sentar las bases, desde el momento mismo en que se emprende la lucha,45 para socializar posteriormente los medios materiales de la producción. La revolución permanente de nuevo tipo de que hablamos no es otra cosa que un aspecto esencial de la revolución articulada a que hemos hecho referencia. Es también un borrar las fronteras; pero no entre dos revoluciones "económicas", sino entre una revolución económica y otra cultural. La revolución permanente de nuevo tipo tiene como su característica esencial luchar también contra el gradualismo social consistente en la idea de que primero hay que gestar la revolución "económica" y después, y sólo después de consolidada ésta, crear la revolución cultural proletaria.46 No. Su concepción se orienta en otro sentido: en el de que al mismo tiempo de realizar la revolución económica se sientan las premisas para llevar a cabo la socialización paulatina, planificada, constante, de los medios intelectuales de producción, proceso éste que implica la proletarización (manual) de la clase intelectual y la concientización de las grandes masas populares. Todo lo anterior nos lleva a la conclusión de que no está condenada la lucha anticapitalista a dar a luz el modo de producción intelectual (burocrático-tenocrático). La posibilidad de evitar tal cosa reside en la asimilación por parte de los revolucionarios y las masas Populares de la teoría de las diferentes revoluciones. Pero esta asimilación (o lo que es lo mismo: la aceptación de la revolución permanente de nuevo tipo) implica muchas, pero muchas cosas: modificar la concepción del partido-vanguardia de la clase obrera en el sentido de que debe ser el partido de la clase obrera manual; modificar la tesis de la dictadura del proletariado a favor, como se comprende, de la concepción de la dictadura del proletariado manual, y combatir, tanto a nivel nacional como internacional, no sólo contra la clase burguesa (detentadora de los medios materiales de la producción) sino también contra la clase intelectual (monopolizadora de los medios intelectuales de la producción). La anterior afirmación no niega, como es lógico, la necesidad imperiosa de una adecuada política de alianzas. La intelectualidad "socialista", los ideólogos del modo de producción intelectual, no constituyen, en la sociedad capitalista, el enemigo principal de un proletariado manual consciente. Los partidarios de la teoría de las diferentes revoluciones pueden y deben aliarse críticamente con esta clase intelectual no burguesa, con esta intelectualidad que busca su autoemancipación a través de la lucha anticapitalista; pero en esta alianza no deben perder nunca su fisonomía y contenido: la fisonomía y contenido de una revolución articulada. Es importante hacer notar que de la misma manera que frente a la ideología burguesa se yergue la ideología proletaria (el economismo, el obrerismo vulgar), frente a la ideología de la clase intelectual (o intelectualismo), en la que hemos puesto el acento en las páginas precedentes, se levanta el manualismo, la ideología de la clase manual. A. Gramsci decía adecuadamente que "si se afirma la necesidad del contacto entre intelectuales y simples no es para limitar la actividad 45 46 Bases, por otro lado, que implican la independencia política de la clase obrera, etcétera. Y la rebelión antiautoritaria y la revolución sexual, etcétera. 74 científica y mantener la unidad al bajo nivel de la masa, sino precisamente para crear un bloque intelectual-manual que haga posible un progreso intelectual de la masa y no únicamente a reducidos grupos intelectuales". El marxismo no es la ideología ni del proletariado ni del proletariado manual sino que es una teoría basada en la conciencia verdadera que, además de apropiarse de la realidad social tal cual es, expresa los intereses anticlasistas tanto del obrero asalariado cuanto del proletariado manual. 75