Capítulo II HACIA UNA TEORÍA SOBRE EL TRABAJO

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Capítulo II
HACIA UNA TEORÍA SOBRE EL TRABAJO
INTELECTUAL Y EL TRABAJO MANUAL
Lo intelectual o "académico" es "para los
añorantes de la pirámide de castas, lo sublime,
lo sagrado, lo intangible, lo que sale de la boca
de Visnú, el privilegio de los bramanes. Lo
«laboral», lo subalterno, lo vil, lo que emana,
maloliente, de los pies del dios, el castigo de los
parias".
Wenceslao Roces
Como se sabe, la economía política registró un vuelco en el momento mismo
en que, entre otras tesis, Marx consideró la fuerza humana de trabajo como una
mercancía. La comercialización, el "inmenso arsenal de mercancías", abarcaba,
según él, no sólo los productos destinados al cambio, no sólo el dinero como el
intermediario universal de diferentes coágulos de trabajo humano indistinto, sino
también la fuerza humana de trabajo. Marx escribe: "Para convertir el dinero en
capital, el poseedor del dinero tiene, pues, que encontrarse en el mercado, entre las
mercancías, al obrero libre".1
En el capitalismo existen, como se comprende, dos modalidades fundamentales de mercancía: la objetiva (los productos destinados al cambio y el dinero que
funge como intermediario) y la subjetiva (la fuerza humana de trabajo). A pesar de
las diferencias entre una y otra, pueden ser clasificadas dentro del género común de
mercancías porque poseen las tres (los productos, el dinero y la fuerza humana de
trabajo) una misma estructura, como después veremos. Es importante subrayar, al
llegar a este sitio, que si bien Marx trató suficientemente la mercancía objetiva (su
producción, su valoración, su intercambio, etcétera), a nuestro parecer trató de
manera menos profunda la mercancía subjetiva (la fuerza humana de trabajo), lo
cual no debe interpretarse en el sentido de que las tesis que proporciona al respecto
sean falsas, sino en el sentido de que son tan sólo esbozos, verdaderamente
geniales desde luego, pero faltos del desarrollo profundo que exigen.
No obstante, las afirmaciones de Marx sobre la fuerza humana de trabajo, pese
a su formulación esquemática, son la base obligatoria para hacer progresar un
examen minucioso del problema en cuestión. A nuestro modo de ver las cosas,
Marx analiza el carácter mercantil de la fuerza humana de trabajo principalmente
por tres razones: a) para poner en claro el valor de las mercancías (objetivas), b)
para esclarecer la masa y la cuota de plusvalía, y c) para aclarar el valor de la
mercancía subjetiva (el salario). No vamos a examinar aquí, porque lo damos por
1
Carlos Marx, El Capital, T. I, FCE, 1947, p.186.
37
supuesto, la segunda y la tercera razones; pero sí nos gustaría aludir brevemente a
la primera. Marx aclara que el valor de una mercancía, de un producto destinado al
cambio, no puede ser sino capital constante (c) + capital variable (v) + plusvalía
(p). Es interesante hacer notar, entonces, que el valor de la fuerza humana de
trabajo (o sea y) entra todo él en el valor de la mercancía objetiva. La mercancía
subjetiva es, en términos de valor, una parte del valor de la mercancía objetiva
(productos o dinero). A Marx apenas le interesa el carácter o el tipo de trabajo que
asume la fuerza humana de trabajo al ponerse en acción en el proceso productivo.
Lo que le preocupa sobre todo en este punto es que el valor de la fuerza humana de
trabajo (esto es, el trabajo socialmente requerido para producir los medios fundamentales destinados a la manutención del obrero y su familia, etcétera) reaparece
en la mercancía objetiva, junto con el capital constante (que se transfiere) y la
plusvalía (que "valoriza el valor"). Él piensa, además, que "para los efectos del
proceso de valorización, es de todo punto indiferente el que el trabajo apropiado
por el capitalista sea trabajo simple, trabajo social medio, o trabajo complejo,
trabajo de peso específico más alto que el normal:2
En todo esto salta a la vista la diferencia entre la mercancía objetiva y la
subjetiva: la objetiva comprende a la subjetiva. Marx echa mano de la abstracción
y engloba dentro de y todo tipo de trabajo asalariado, el simple y el complejo, el
manual y el intelectual. Pero Marx no ignora la existencia de las diferentes modalidades que puede asumir, y asume constantemente, la fuerza humana de trabajo. A
pesar, por eso mismo, de lo breve y embrionario del análisis marxista respecto a la
mercancía subjetiva, conviene tener muy en cuenta los siguientes puntos de vista
de Marx:
a) La fuerza humana de trabajo posee, como toda mercancía, un valor de uso,
un valor de cambio y un valor.
b) La fuerza humana de trabajo se desdobla en dos aspectos esenciales, en lo
que a su tipo o carácter se refiere: trabajo simple y trabajo complejo.
c) La fuerza humana de trabajo mantiene relaciones esenciales con la contradicción entre el trabajo abstracto y el trabajo concreto.
Examinemos punto por punto.
a) A la fuerza humana de trabajo debemos considerarla como una mercancía
más porque posee, como los productos y el dinero, una estructura más que similar
idéntica: se trata, en efecto, de algo destinado al cambio, que posee un valor de uso
(una utilidad), un valor de cambio (que implica una determinada proporción en que
se intercambia por otras mercancías) y un valor. El valor de la fuerza humana de
trabajo, o la sustancia de su valor de cambio, nos muestra que, al igual que
cualquier mercancía, se descompone en c+v+p, ya que aquello que lo determina es
el trabajo socialmente necesario para producir ciertas mercancías: las que necesita
el obrero por término medio para su supervivencia y reproducción.
El valor de uso de la fuerza humana de trabajo no es otra cosa, como se sabe,
que el trabajo, esto es, la actividad que despliega en general un obrero en una
jornada completa. El valor de cambio, por su lado, es la cotización de la fuerza
2
El Capital, Ibid., p.220.
38
humana de trabajo en el mercado, cotización que equivale a su salario. La diferencia entre el valor de uso de la fuerza humana de trabajo y su valor de cambio
nos habla de la plusvalía, y nos habla de ella porque el valor de la fuerza humana
de trabajo, esto es, el fundamento de su valor de cambio, es reproducido en una
parte de una jornada completa, dejando a la otra parte como el tiempo de trabajo
que produce un excedente de valor (p).
b) Marx formula la distinción, esencial para analizar el tipo o el carácter de la
fuerza humana de trabajo, entre el trabajo simple y el trabajo complejo. Digámoslo
con sus propias palabras: "El trabajo humano es el empleo de esa simple fuerza de
trabajo que todo hombre común y corriente, posee en su organismo corpóreo, sin
necesidad de una especial educación. El simple trabajo medio cambia, indudablemente, de carácter según los países y la cultura de cada época, pero existe siempre,
dentro de una sociedad dada. El trabajo complejo no es más que el trabajo simple
potenciado o, mejor dicho, multiplicado; por donde una pequeña cantidad de
trabajo complejo puede equivaler a una cantidad grande de trabajo simple".3
Anotemos el hecho, antes de pasar adelante, que aunque en general el trabajo
simple es trabajo manual y el trabajo complejo trabajo intelectual, puede darse el
caso de un trabajo complejo manual y de un trabajo simple intelectual. Anotemos
también el hecho de que, visto en términos de valor, la fuerza humana de trabajo
dotada de un trabajo simple es remunerada de acuerdo con el valor (como
promedio) de su fuerza humana de trabajo, en tanto que la fuerza humana de
trabajo complejo o calificado es retribuida salarialmente de acuerdo con una tasa
que excede a la media salarial con que se paga el valor medio de la fuerza humana
de trabajo. Dice Marx: "En todo proceso de creación de valor, el trabajo complejo
debe reducirse siempre al trabajo social medio, verbigracia, un día de trabajo
complejo a «x» días de trabajo simple".4 El trabajo simple es vendido en general,
por consiguiente, a menor valor que el trabajo complejo, y hasta puede darse el
caso, frecuente en países altamente industrializados, en que el trabajo manual complejo sea mejor pagado que el trabajo intelectual simple.
c) La fuerza humana de trabajo, como toda mercancía, se vincula esencialmente con el trabajo abstracto y el trabajo concreto. Como se recordará, el valor de
uso de una mercancía es la base material de su valor de cambio, lo que, visto
desde otro ángulo, significa que el trabajo concreto, cualitativamente diverso, que
da a luz a esa mercancía (a la que es inherente una utilidad determinada) representa, al mismo tiempo, una cierta cantidad de trabajo humano indistinto o de trabajo
abstracto; esta es la razón por la cual dos mercancías diferentes cualitativamente,
en el mercado pueden equipararse cuantitativamente en determinada proporción.
Digámoslo de esta manera: los productos de dos trabajos concretos y distintos son
intercambiables entre sí, porque poseen, como común denominador, el mismo
tiempo de trabajo socialmente necesario para producirlos o, lo que es igual, la
misma cantidad de trabajo abstracto. La oposición del trabajo abstracto y el trabajo
concreto es una contradicción cuya función esencial consiste en ligar la esfera de la
producción (trabajo concreto) y la esfera de la circulación (trabajo abstracto).
3
4
El Capital, ibíd., p.49.
El Capital, ibíd., p.222.
39
Sin tomar en cuenta, por ahora, la comunidad primitiva, la sociedad humana,
históricamente considerada, siempre ha articulado dos tipos de antítesis: la antítesis
entre la clase poseedora y la clase desposeída (de medios materiales de
producción) y la antítesis entre el trabajo intelectual y el trabajo manual. A la
primera podríamos designarla provisionalmente como antítesis económica y a la
segunda como antítesis técnico-funcional.5 Estas dos antítesis tienen su fundamento en la infraestructura económica. La primera se basa en las relaciones
sociales de producción esencialmente en las relaciones de propiedad a ellas
aparejadasen tanto que la segunda se funda en las fuerzas productivas, ya que en
éstas hay que comprender, a más de los medios de producción y el objeto de
trabajo, la fuerza humana de trabajo. La división del trabajo, generada a partir de
las relaciones técnicas de producción (esto es, del vínculo necesario que se
establece entre los medios de producción y la fuerza humana de trabajo) es la
realidad económica que sirve de base a la antítesis entre el trabajo intelectual y el
trabajo manual.
Pero conviene dejar en claro, desde ahora, que en general y en última
instancia, la antítesis económica subordina a la antítesis técnico-funcional. La
económica representa la contradicción principal y la técnico-funcional la
contradicción secundaria. La segunda vive "a la sombra" de la primera. Y esto es
así porque, de acuerdo con la interpretación materialista de la historia, la propiedad
privada de los medios de producción materiales (que caracteriza a la antítesis económica) tiene un peso específico mayor, en fin de cuentas, que la propiedad
privada de los medios de producción ideales (características de la antítesis técnicofuncional.
En el producto de valor (v+p), las relaciones sociales de producción y las
fuerzas productivas producen diferente efecto distributivo. En el modo de
producción capitalista, en efecto, las relaciones sociales de producción, basadas en
la propiedad privada de las condiciones materiales de la producción, hacen que el
trabajo excedente (p) vaya a parar al capitalista y el trabajo necesario (v) sirva para
reproducir el valor de la fuerza humana de trabajo. En el mismo régimen social, las
fuerzas productivas, basadas en la existencia de diversos tipos de trabajo, hacen
que "v" se desdoble en trabajo simple y trabajo complejo, trabajo manual y trabajo
intelectual.
La mercancía fuerza humana de trabajo simple es aquella en que no se invierte
un trabajo especial en la obtención de mayor capacidad productiva. Por no existir
un trabajo en el trabajo excepcional, se trata, como dice Marx, del "empleo de esa
simple fuerza de trabajo que todo hombre común y corriente, posee en su organismo corpóreo, sin necesidad de una especial educación". La remuneración del
trabajo simple es necesariamente menor, en términos de valor, que la del trabajo
complejo precisamente por el hecho de que tiene cristalizado en su mercancía
(subjetiva) una menor cantidad de trabajo en el trabajo. El trabajo simple no es
Respecto a la antítesis técnico-funcional basada en la posesión o no de medios intelectuales de
producciónquerríamos hacer esta aclaración: estos medios intelectuales de producción no hacen alusión
sólo a la producción material, no se trata sólo del trabajo intelectual que interviene en el proceso
económico, sino a todo tipo de producciones o prácticas: artísticas, científicas, ideológicas, etcétera.
5
40
exactamente el trabajo más elemental imaginable, sino el trabajo en el trabajo
promedio: la media de trabajo simple. De ahí que Marx asiente: "El simple trabajo
medio cambia, indudablemente, de carácter según los países y la cultura de cada
época, pero existe siempre, dentro de cada época". La fuerza humana de trabajo
compleja es aquella en la que se invierte más trabajo en el trabajo que la media
simple y vale, por consiguiente, más en el mercado de la mano de obra.
Aunque existe una diferencia cualitativa entre el trabajo intelectual o
complejo y el trabajo físico o simple, en términos de valor se reducen a una
diferencia cuantitativa. De ahí que asiente Marx: "El trabajo complejo no es más
que el trabajo simple potenciado o, mejor dicho, multiplicado; por donde una
pequeña cantidad de trabajo complejo puede equivaler a una cantidad grande de
trabajo simple". Dicho de otra manera: si multiplicamos el trabajo simple
conseguimos el trabajo complejo y si dividimos el trabajo complejo obtenemos el
trabajo simple. El mecanismo por medio del cual se puede multiplicar el trabajo
simple hasta convertirlo en trabajo complejo, es lo que hemos denominado trabajo
en el trabajo. Lo que hace que la mercancía (subjetiva) fuerza humana de trabajo
aumente de valor (lo cual se manifiesta en el monto del salario individual) es, en
efecto, la incorporación de trabajo en el trabajo. "El trabajo considerado como
trabajo más complejo, más elevado que el trabajo social medio dice Marx, es la
manifestación de la fuerza de trabajo que representa gastos de preparación
superiores a los normales, cuya producción representa más tiempo de trabajo
simple".6
Si no hay una instrucción especial o una experiencia excepcional (la
experiencia puede sin lugar a dudas potenciar el trabajo), se trata de un trabajo
simple. Podríamos afirmar, después de conducir la ley del valor-trabajo desde las
mercancías objetivas a la mercancía subjetiva de la fuerza humana de trabajo, que
hay un trabajo socialmente necesario para trabajar el trabajo en el nivel de la
media social y obtener el trabajo simple. Podríamos afirmar, asimismo, que si hay
una instrucción especial y una experiencia importante, este trabajo en el trabajo
convierte a la mercancía fuerza de trabajo en trabajo complejo, el cual, como se
comprende, se cotiza más alto en el mercado de la fuerza humana de trabajo. E.
Mandel escribe que en el mercado de la fuerza de trabajo intelectual, este último
"adquiere un precio que fluctúa conforme a las leyes del mercado, es decir,
conforme a las leyes de la oferta y la demanda".7 Nos parece que esta observación
olvida que, por debajo del precio de la mercancía fuerza humana de trabajo, existe
un valor a partir de cual surgen las fluctuaciones. Ya Marx establece el embrión de
esta teoría al destacar la diferencia entre un trabajo complejo y un trabajo simple.
¿A qué se debe el hecho de que el trabajo complejo valga más que el trabajo
simple? A que la fuente del valor es en todos los casos el trabajo humano
indistinto, lo mismo el cristalizado en la mercancía objetiva que el plasmado en la
subjetiva. Puede decirse, por consiguiente, que el valor del trabajo potenciado (el
El Capital, ibid., pp.220-221. Tomando en cuenta la diferencia que hace Marx entre trabajo y fuerza de
trabajo, en sentido estricto nuestro concepto de trabajar el trabajo debería formularse como trabajar la
fuerza de trabajo.
7
E. Mandel, Conferencias, Esc. de Filosofía y Letras, Universidad Autónoma de Puebla, 1973, p.16.
6
41
trabajo especializado de un intelectual o de un obrero manual), a diferencia del
trabajo simple, equivale a una mayor cantidad de trabajo simple, tanto si lo
medimos con el trabajo no complejo que emplea la clase obrera por término medio
para producir una cantidad determinada de mercancías, y que se objetiva en ellas,
como si lo equiparamos con su propio status precedente de trabajo simple, sin
instrucción especial. Para comprender cabalmente lo anterior, conviene poner en
relación la antítesis técnico-funcional, a la que nos venimos refiriendo, con otras
dos contradicciones: la que existe entre el trabajo abstracto y el trabajo concreto y
la que se establece entre el trabajo productivo y el trabajo improductivo.
Más arriba decíamos que la contradicción entre el trabajo concreto y el trabajo
abstracto posee, como función esencial, vincular la esfera de la producción
(cualitativa) y la esfera de la circulación (cuantitativa). Esto es así, en virtud de que
dos mercancías objetivas pueden intercambiarse entre sí (a través del dinero)
porque, aun siendo cualitativamente distintas o, lo que es igual, poseyendo un
diverso valor de uso y siendo producto de diferentes trabajos concretos, son
susceptibles de cambiarse en determinada proporción porque hallan, en lo que a su
valor de cambio se refiere, un común denominador cuantitativo (el trabajo
abstracto o el desgaste medio de trabajo humano) que posibilita su mutación. El
trabajo abstracto no es otra cosa, por consiguiente, que el trabajo humano en general que entra, en forma de coágulos de tiempo determinados, en los diversos
trabajos concretos. Dos trabajos concretos son, entonces, intercambiables cuando
incorporan en la mercancía el mismo tiempo de trabajo abstracto. Tanto el trabajo
simple como el trabajo complejo producen mercancías objetivas. Pero el trabajo
complejo difiere del simple porque, como consecuencia de trabajar el trabajo,
hace que en el trabajo concreto haya más trabajo abstracto que en el simple
trabajo común y corriente. Y esto no sólo puede verse, como lo hemos hecho, por
el lado del objeto mercantil, del producto destinado al cambio o del dinero, sino
también de la fuerza humana de trabajo, ya que, al trabajar el trabajo se está
autocapacitando el individuo trabajador de tal modo que introduce más trabajo
abstracto en el trabajo concreto con el que potencia o multiplica su fuerza humana
de trabajo. De ahí que diga Marx: "Esta fuerza de trabajo superior al normal se
traduce, como es lógico, en un trabajo superior, materializándose, por tanto,
durante los mismos periodos de tiempo, en valores relativamente más altos."8
Pero es indispensable poner igualmente en relación la antítesis ténicofuncional con la oposición del trabajo productivo y el trabajo improductivo.
Estamos convencidos de que debe considerarse como trabajo productivo todo
trabajo concreto, independientemente de que sea simple o complejo, intelectual o
manual, que se requiere forzosamente para la elaboración de tal o cual mercancía.
La mercancía realizada, en efecto, nos habla, por así decirlo, de los tipos de trabajo
o de combinación técnica entre ellos que fueron indispensables para producirla. El
trabajo productivo puede ser directo (el trabajo concreto, intelectual o manual, que
interviene en la esfera productiva) o indirecto (el trabajo, intelectual o manual, que
aunque no intervenga directamente en la esfera productiva, la posibilita). Marx
8
El Capital, ibíd. p.221.
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escribe a propósito de esto: "un maestro de escuela es obrero productivo si, además
de moldear las cabezas de los niños, moldea su propio trabajo para enriquecer al
patrono. El hecho de que éste invierta su capital en una fábrica de enseñanza en
vez de invertirlo en una fábrica de salchichas, no altera en lo más mínimo los
términos del problema".9 Es un trabajo improductivo, por lo contrario, el que se
lleva a cabo fuera de la esfera de la producción, incluyendo el que se realiza en las
esferas de la circulación y los servicios. Se podría decir que este trabajo (de los
comerciantes, banqueros, etcétera), no es productivo; pero sí un trabajo realizador,
que posee un carácter económico porque es indispensable para la realización de las
mercancías en el mercado. El trabajo que se lleva a cabo al margen de la esfera de
la producción y de las esferas de la circulación y los servicios es, en cambio, un
trabajo no económico. Todo lo anterior puede ser esquematizado del siguiente
modo:
económico
trabajo
productivo
(esfera de la
producción)
improductivo
(esferas de la
circulación y
los servicios)
no económico (improductivo)
Es bien sabido que, aunque el capital comercial no es otra cosa que una parte
de la plusvalía generada en la esfera industrial o agrícola, las leyes del sueldo comercial se rigen por las leyes del salario económico o, lo que es igual, se rigen por
el valor de la fuerza humana de trabajo. En la esfera de la circulación y los
servicios (comercios, bancos, etcétera) no sólo operan las relaciones sociales de
producción de tal modo que la ganancia comercial va a parar al dueño del capital
comercial inicial, y el sueldo a los empleados de comercio, sino también las
fuerzas productivas que desglosan a la fuerza humana de trabajo en dos
modalidades esenciales: en el trabajo simple (manual) de comercio y en el trabajo
complejo (intelectual) de comercio, lo cual trae como consecuencia que el sueldo
del técnico, etcétera, sea mayor que el del simple empleado. En el trabajo
económico, de carácter improductivo (realizador) reaparece, pues, la antítesis
técnico-funcional, la diferencia entre dos tipos de trabajo: el simple manual y el
complejo intelectual. Debe rechazarse de modo definitivo la reducción del trabajo
manual y físico a trabajo productivo y el trabajo intelectual a trabajo improductivo.
Esta concepción, basada en una ideología manualista, olvida que hay trabajo
productivo intelectual (el de un químico, un administrador, etcétera, que opere en
la esfera productiva) y hay trabajo improductivo manual (el de un mozo bancario,
etcétera). Es necesario subrayar, por otro lado, que el trabajo manual o físico no
9
El Capital, ibíd., p.560.
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excluye del todo el trabajo intelectual (y viceversa). Quien cree que sólo el
trabajador manual es trabajo productivo, olvida que el obrero manual va generando, en el curso de su destreza productiva, cierto trabajo intelectual rudimentario
(experiencia) que es indispensable para la elaboración de los productos.
El desdoblamiento y oposición del trabajo productivo en trabajo intelectual y
trabajo físico se explica por la confluencia de dos niveles determinados diversos,
pero estrechamente vinculados: las relaciones técnicas de producción y el trabajo
en el trabajo. Marx ha puesto en claro, al hablar de la composición técnica del
capital, que entre el trabajo muerto y el trabajo vivo, entre "c" y "v", se establecen
siempre ciertas relaciones técnicas forzosas, relaciones que no sólo hacen alusión
al número de operarios que se requiere para manejar ciertos medios de producción
o a la división del trabajo con que opera la manufactura o la gran industria, sino
también al carácter o tipo de trabajo que se necesita para producir ciertas
mercancías en la cantidad y calidad deseadas. Las relaciones técnicas de
producción conforman la demanda de fuerza humana intelectual que les es
indispensable para la reproducción ampliada del capital. Constituyen, por eso
mismo, la determinación teleológica de la antítesis técnico-funcional. El trabajo
productivo se desdobla en los dos tipos de trabajo enumerados con el objeto de
satisfacer las necesidades técnicas de la producción (de la circulación y de los
servicios). Teniendo en cuenta lo anterior, reparando en la existencia de una
demanda de fuerza humana intelectual, un conjunto de seres humanos, provenientes de distintas clases y grupos sociales, autocapacitan su trabajo en la direccionalidad y el sentido prefijados por las relaciones técnicas de producción. Se trabaja el
trabajo, en consecuencia, para cumplir las exigencias que emanan de la esfera
productiva. El trabajo en el trabajo aparece, por ende, frente a la demanda de
fuerza humana intelectual implícita en las relaciones técnicas de producción, como
una oferta de fuerza humana intelectual. Si las relaciones técnicas de producción
operan como la determinación teleológica de la antítesis productiva, el trabajo en
el trabajo lo hace como la determinación eficiente de dicha antítesis. Aunque la
determinación eficiente (el trabajo en el trabajo) se lleva a cabo en función de la
determinación teleológica (las relaciones técnicas de producción), dicha relación
no puede verse exenta de contradicciones. Se trata de las contradicciones entre la
oferta y la demanda. Si las relaciones técnicas de producción se desarrollan al
grado de aumentar la demanda, en una rama económica cualquiera, de fuerza
humana intelectual, mientras que la oferta de esta última no varía (o aun
disminuye), la fuerza humana intelectual eleva su precio y viceversa.
Marx no sólo nos dice que la fuerza humana de trabajo es una mercancía, sino
que califica a la escuela de una "fábrica de enseñanza". Sobre la base de estas dos
afirmaciones, podemos decir, en términos generales, que la institución que sirve en
la sociedad capitalista para potenciar el trabajo simple, para trabajar el trabajo,
para poder cristalizar más tiempo de trabajo abstracto en el trabajo concreto, es la
universidad o la escuela en general. Los jóvenes se inscriben en la escuela, en
efecto, con el propósito de multiplicar su capacidad productiva y poder venderla a
una más alta cotización en el mercado de la mano de obra intelectual, ya que, como
44
dice Mandel, "la proletarización del trabajo intelectual implica la aparición de un
mercado del trabajo intelectual".10
La fuerza humana de trabajo recibe un tratamiento preescolar que la convierte
de materia bruta en materia prima. Tal transformación se lleva a cabo en la familia.
La familia burguesa y pequeño-burguesa no es otra cosa que lo que nos gustaría
llamar una incubadora no sólo de la ideología y del modus vivendi capitalista o
pequeño-burgués, sino también de la ideología y del modus vivendi de la antítesis
(técnico-funcional) entre el trabajo intelectual y el trabajo manual. Basta tomar en
cuenta cómo el padre se dedica a un cierto trabajo intelectual mientras la madre
lleva a cabo funciones manuales y físicas (en la cocina, las alcobas, etcétera),
cómo, en lo que a los descendientes se refiere, los hijos trabajan menos físicamente
que las hijas, cómo, en algunos sitios, el hijo mayor tiene privilegios intelectuales
frente a los demás hermanos, etcétera. La familia no es sólo una "escuela de
servilismo" (Reich), sino una incubadora, que dijimos, cuya función es preparar la
materia prima fuerza humana de trabajo para que entre a la industria de
transformación de la "fábrica de intelectuales" o "fábricas gigantescas de producción de conocimientos científicos" (Mandel).
La familia obrera presenta similares condiciones. Pero por compensación. No
sólo el explotado económicamente (el obrero) es "explotador" en su casa,
convirtiéndose compensativamente de dominado en dominante, sino el que trabaja
manualmente es el que en casa trabaja "intelectualmente" (lee el periódico, juega a
los naipes,' ve la televisión, etcétera, mientras la mujer y las hijas trabajan
físicamente barriendo la casa, preparando la comida, etcétera). La familia obrera
también es una incubadora, pero no, en general, destinada a transformar una
materia bruta en materia prima que pasará a la escuela, sino una incubadora de una
ideología intelectual que ve como natural y eterna la división entre el trabajo
manual y el trabajo intelectual.
Una vez que la familia-incubadora ha preparado (en la burguesía y la pequeña
burguesía) la materia prima, ésta pasa a la escuela, a la instrucción que tiene como
una de sus funciones primordiales trabajar el trabajo.
La escuela no sólo es un taller en que se crean técnicos indispensables para la
producción capitalista en expansión, sino que también es una "fábrica de intelectuales", una institución que tiene como uno de sus objetivos principales
generar trabajo intelectual complejo por medio de un sistemático trabajo en el
trabajo. Es una fábrica de intelectuales de tres tipos: de educación inferior, de
educación media y de educación superior. Una vez que la "fábrica de enseñanza"
(Marx) ha manufacturado esta fuerza humana de trabajo compleja, ella entra en el
mercado de la mano de obra, cotizándose de acuerdo, en general, a su grado de
complejidad o de trabajo en el trabajo.
La escuela tiene un pasado y también un futuro, los estudiantes vienen de una
familia y una clase social determinada y van a satisfacer las necesidades técnicas
del capital. La procedencia social y familiar del educando puede ser diversa. En
una época sólo la aristocracia, la gran burguesía, etcétera, enviaban a sus hijos a la
10
E. Mandel, Conferencias, ibíd., p.16.
45
escuela, por lo cual la clase poseedora era, en términos generales, la clase dueña
también de los medios de producción intelectual. Pero en otra época, en otros
países capitalistas, en otra situación, también la pequeño-burguesía y hasta ciertas
capas del proletariado pueden financiar el trabajo en el trabajo de sus hijos.
Mandel (pensando en Francia y otros países industrializados) lo dice de esta forma:
"Antes de la primera guerra mundial la abrumadora mayoría de los estudiantes
tenía un origen aristocrático, burgués y, en el mejor de los casos, de la burguesía
media; los hijos de la pequeña burguesía, para no hablar de las capas privilegiadas
del proletariado, jamás llegaban a la universidad. En la actualidad, los hijos de la
aristocracia y de la gran y mediana burguesía se han vuelto una minoría (en
algunos países incluso una pequeña minoría) de los estudiantes universitarios".11
De lo anterior no podemos concluir, sin embargo, como lo hace Mandel, que
"la proletarización del trabajo intelectual que hoy parece el triunfo más grande del
neocapitalismo puede demostrarse una etapa acelerada hacia su derrocamiento"
porque "al proletarizar el trabajo intelectual el capitalismo integra en el proletariado una capacidad decuplicada de rebelión consciente contra la explotación y
la opresión".12 Y no podemos aceptar esta conclusión, a pesar de los elementos de
verdad que contiene, no sólo por el optimismo espontaneísta que supone la
afirmación de que la llamada proletarización de los intelectuales capacita al
proletariado para la toma del poder (cuando lo decisivo en este punto es la práctica
partidario-organizativa), sino también por el olvido o la ceguera consistente en no
advertir que el intelectual "proletarizado" o el hijo "intelectualizado" de un obrero,
no se identifican sin más con la clase obrera manual, con sus intereses, su
conciencia de clase, su destino histórico. El intelectual, venga de donde venga,
tiene una actitud política ambigua e inestable, y la tiene porque pertenece a una
clase dominante (en sentido técnico-funcional) y dominada (en sentido económico). Y aun suponiendo si es que nos instalamos en el mejor de los casosque
aparezca en un país determinado una coyuntura revolucionaria, la intelectualidad
"asalariada", devenida en "revolucionaria", pugnará por un "socialismo" burocrático-tecnocrático, es decir, por un modo de producción intelectual. Pero dejemos
aquí las cosas, a reserva de tratarlas más adelante con mayor detenimiento y
profundidad.
La universidad es un Aparato Ideológico de Estado (Althusser) en un doble
sentido: no sólo en el de propagar la ideología burguesa y de crear técnicos para la
clase capitalista, sino en el de propagar la ideología intelectual y de crear trabajo
complejo. En la universidad nos hallamos diferentes modalidades de trabajo
intelectual complejo: el del ala técnica (que recibe su proceso de transformación
para acabar por incorporarse a la industria o la agricultura capitalista) y el del ala
humanista (que comprende tanto un tipo de trabajo improductivo 
no económico
como un trabajo productivo en un sentido más o menos indirecto). El trabajo
complejo e intelectual que se genera en el ala técnica está destinado a poseer un
carácter económico (productivo si ingresa en la esfera de la producción, o
improductivo si se adhiere a la esfera de la circulación y los servicios); pero,
11
12
E. Mandel, Conferencias, ibíd., p.27.
E. Mandel, Conferencias, ibíd.. p.92.
46
aunque se ponga al servicio de la burguesía, no pierde, frente a la clase capitalista,
su propia fisonomía. Generalizando podemos afirmar que la intelectualidad
formada en las universidades está puesta al servicio del establecimiento burgués;
pero ello no le impide tener su propio carácter, su estructura específica. Si un
proletario le paga a su hijo los estudios que se requieren para ser profesionista, y si
este nuevo intelectual vende su fuerza de trabajo a un empresario o al Estado,
ofrece, respecto a su padre, dos diferencias: primero, la salarial, que proviene de su
tipo de trabajo complejo; segundo, el contraste entre su tipo de trabajo intelectual
frente al trabajo manual paterno. En el supuesto caso de que su padre, por su
experiencia o por estudios técnico-industriales realizados, obtuviera un salario
igual al de su hijo, la segunda diferencia proseguiría. Lo cual nos lleva a la
aseveración de que, si comparamos el caso extremo de un trabajo intelectual simple
(y por tanto mal remunerado) con un trabajo manual complejo (y por ende bien
remunerado) no deja de haber cierta diferencia de clase entre ambos.
En el ala humanista de la universidad se gesta también un tipo de trabajo
intelectual que no es ni productivo ni económico. Muchos médicos, abogados,
artistas, científicos pertenecen a esta categoría. Para entender el origen, el carácter
y la función de esta fuerza humana intelectual, hagamos una aclaración
imprescindible. El trabajo en el trabajo, la obtención de mayor calificación
productiva, puede generar tres modalidades de fuerza humana intelectual: el
trabajo económico productivo (en la industria y la agricultura), el trabajo
económico improductivo (en la circulación y los servicios) y el trabajo no
económico (improductivo). Las dos primeras modalidades están determinadas por
las relaciones técnicas de la producción, el intercambio y los servicios. El trabajo
económico productivo y el trabajo económico improductivo están determinados
por las exigencias técnicas de esas tres esferas. Se hallan, por consiguiente,
determinados teleológicamente por las necesidades de la infraestructura
económica. El trabajo intelectual que no es ni productivo ni económico carece, en
cambio, de esta determinación teleológica. No está destinado ni a la producción ni
al intercambio. Tiene, sí, una determinación eficiente; pero su teleología no es
económica. La fuerza humana intelectual tiene, por lo tanto, dos orígenes (en tanto
finalidad) diversos: uno, que se refiere al trabajo intelectual económico,
directamente orientado hacia la infraestructura; otro, que hace alusión al trabajo
intelectual no económico, que no se halla encauzado a las esferas que conforman la
infraestructura. Este trabajo intelectual destina sus obras, de conformidad con la
época y el lugar en que aparezca, a un mecenas, a la Iglesia, al Estado o a la
venta.13 Aunque la fuerza humana intelectual puede asumir, de acuerdo con esta
diferente determinación teleológica, dos modalidades diversas, una vez gestadas
éstas, se identifican, por una comunidad de intereses, en un "grupo social
relativamente homogéneo" que no sólo se contrapone al trabajo físico, sino que se
define, a diferencia de otros sectores de la sociedad, por ser dueño, en la forma de
la propiedad privada, de ciertos medios espirituales de producción. A través de la
13
Los productos de la fuerza humana intelectual suelen entrar, en el capitalismo, a la esfera de la
circulación, y venderse de acuerdo con un precio que resulta del juego de la oferta y la demanda. Tal el
caso de la venta de cuadros, esculturas, etcétera.
47
historia han coexistido estas dos formas de la fuerza humana intelectual. Pero no
ha sido una coexistencia indeterminada, sino que en ella ha ido ganando terreno
poco a poco el trabajo intelectual económico sobre el no económico, a tal grado
que, como dice Mandel, "en lugar del abogado privado se forman firmas de
consejeros jurídicos, en lugar del médico familiar omnipráctico surge el equipo de
especialistas en torno a la policlínica. La mecanización penetra en la esfera artística
con el cine, la televisión y mañana por los video-cassettes".14 Se trata de un proceso
en que la fuerza humana intelectual se coloca en los puestos de mando esenciales,
desde el punto de vista técnico, de toda la vida económica de un país.
¿Qué ha sucedido con el trabajo intelectual económico y el no económico a
través de la historia? Responder a esta pregunta requeriría una investigación y un
desarrollo que no se han hecho hasta hoy. Podemos, no obstante, aventurar algunas
observaciones. "Para los griegos escribe R. Garaudy, el trabajo manual es cosa
únicamente de los esclavos, en tanto que el pensamiento es patrimonio de hombres
libres."15 Si esto fuera cierto, si se pudiera tomar al pie de la letra, querría decir que
en Grecia todo el trabajo intelectual sería trabajo no económico (ni productivo).
Pero no hay tal cosa. Y no la hay, porque en Grecia existe tanto un trabajo
intelectual libre (de la democracia esclavista: mercaderes, campesinos, etcétera)
cuanto, en mínimo grado, un trabajo intelectual esclavo (capataces, vigilantes,
etcétera); pero, independientemente de tal imprecisión, parece indudable que el
trabajo intelectual de los griegos, al menos el trabajo verdaderamente calificado, se
orientaba probablemente menos a la infraestructura económica que a otros ámbitos
de la cultura. En la Edad Media hay algunos cambios dignos de atención y de
estudio. En los talleres artesanales, por ejemplo, hay casi siempre ciertos aprendices que, guiados por maestros y oficiales, trabajan su trabajo durante cierto
tiempo para pasar a ocupar posteriormente un lugar en el proceso productivo. La
determinación teleológica es palpable en este caso. Por otra parte, el trabajo
intelectual económico, pero no productivo, se halla representado aquí, como en el
mundo greco-latino, por los mercaderes. Los comerciantes llevan a cabo, en efecto,
el trabajo intelectual simple que en términos generales los caracteriza (salvo en las
épocas en que se complican extraordinariamente las labores de la esfera de la
circulación). En la Edad Media, sin embargo, sigue teniendo probablemente una
gran significación el trabajo intelectual no económico, un trabajo (artístico,
filosófico, "científico") puesto al servicio de la Iglesia. Sólo con el advenimiento
del capitalismo y su "sistema de mercancías" (Marx) se inicia el proceso, basado en
la determinación teleológica, que terminará por otorgarle un franco predominio, en
los países capitalistas altamente industrializados, a la fuerza humana intelectual
económica sobre la fuerza humana intelectual no económica.
Otra observación. Hay un tipo de trabajo intelectual que se presenta como
desligado de la vida económica y que, sin embargo, forma bloque con ella y está
preñado de significación infraestructural: aludimos al trabajo intelectual
ideológico. Somos de la opinión de que la ideología es en general un trabajo
intelectual económico y productivo, si bien, desde luego, en un sentido
14
15
E. Mandel, Conferencias, ibíd., p.15.
R. Garaudy, Humanismo marxista, "Sobre los intelectuales", Ediciones Horizonte, B. Aires, p.205.
48
ostensiblemente indirecto. La fuerza humana intelectual dedicada a elaborar
ideologías se presenta como si fuera algo objetivo y, por lo tanto, desligado de las
necesidades de la producción capitalista; pero u esencia, su contenido real, es el de
una actividad posibilitante de la producción y reproducción capitalistas.
De la misma manera que la antítesis económica (poseedores y desposeídos), la
técnico-funcional, está conformada por dos polos antagónicos: el trabajo intelectual y el trabajo manual. Pero la diferencia entre ambas antítesis o polaridades
clasistas salta a la vista: una se basa en la propiedad privada de las condiciones
materiales de la producción, otra en la propiedad privada de las condiciones
espirituales de la misma. Por razones que después veremos, a los dos polos de la
antítesis productiva vamos a darles el nombre, como a los dos polos de la antítesis
económica, de clases sociales. Sin embargo, para no caer en un equívoco
homológico, a las clases sociales basadas en las relaciones sociales de producción
las llamaremos clases sociales en sentido económico y a las clases sociales basadas
en las fuerzas productivas las llamaremos clases sociales en sentido técnicofuncional.
Es frecuente advertir, en el campo de la investigación científica, que una
patente diferencia entre dos objetos oculte lo que, desde el punto de vista estructural, pueden tener en común. La evidente distinción entre el productor y el
producto, evidente, por obvia, tanto para los economistas vulgares como para la
mentalidad común, veló el hecho, capital para la economía política científica, de
que tanto el operario como el resultado de su trabajo tienen, en el capitalismo, la
misma estructura: se trata de mercancías. Pero este "ocultamiento" del común
denominador estructural no es un problema sólo epistemológico, sino también
ideológico-político ya que mientras no fuera comprendido este carácter común de
mercancías, no era posible entender, en las condiciones capitalistas, cómo se gesta
la plusvalía y, por ende, cómo se lleva a cabo la explotación del trabajo ajeno.
Algo semejante ocurre respecto al binomio de la teoría y la práctica. Resulta tan
evidente la diferencia entre un tipo de actividad y otra que esta distinción ha sido
una de las causas fundamentales de que no se haya vislumbrado, durante mucho
tiempo, el común denominador estructural que poseen. Althusser ha aclarado, sin
embargo, que la teoría, a pesar de las diferencias visibles que posee con la práctica,
mantiene la misma estructura esencial que ella. La distinción no debe desorientarnos. No se trata, desde luego, de desconectarla o de borrar, malintencionadamente,
las fronteras. No. Se trata de mostrar que algo puede ser, simultáneamente,
diferente e idéntico, como las mercancías objetiva y subjetiva de Marx. Sólo es
posible mostrar adecuadamente las diferencias si destacamos las identidades.
Althusser desentrañó, con su teoría de las diferentes prácticas, no solamente un
velamiento epistemológico sino también ideológico. La teoría de las diferentes
prácticas (que nos habla de la práctica teórica y de la práctica empírica, etcétera)
no sólo combate todo reduccionismo (de lo teórico a lo práctico: practicismo,
historicismo; o de lo práctico a lo teórico: teoricismo, formalismo), no sólo combate todo indeterminismo (la práctica determina a la teoría y la teoría a la práctica),
sino que convierte en objeto de análisis el modo específico de operar de cada
práctica diferenciada.
49
Lo mismo que en el caso de la mercancía y del binomio de teoría y práctica,
la diferencia entre la antítesis económica y la antítesis técnico-funcional, ha
ocultado el común denominador estructural de ambas. Como veremos más
adelante, el esclarecimiento de este común denominador estructural impide seguir
dando el nombre a los polos de la antítesis técnico-funcional de estratos, "capas
sociales" (Lenin), etcétera, del mismo modo que después de la aclaración de Marx
sobre el carácter mercantil de la fuerza humana de trabajo y de la aclaración de
Althusser sobre el carácter práctico de la teoría, resulta inadecuado teóricamente y
conservador en sentido político olvidar el común denominador estructural que
mantienen con su polo opuesto.
La articulación de los dos pares de clases (las económicas y las técnicofuncionales) podría ser conceptualizada como la contradicción de dos contradicciones y ello es así porque no sólo hay una lucha de clases (que desde luego es
la principal) entre el trabajo y el capital, por un lado, y una lucha de clases (que es
la secundaria) entre el trabajo manual y el trabajo intelectual, por otro, sino una
lucha de clases (también secundaria) entre la clase dominante técnico-funcional (o
sea la intelectual) y la clase dominante económica (o sea la burguesa).
Pero prosigamos explicando la articulación de estas dos polaridades clasistas.
En un sentido muy general hay, o parece haber, una cierta coincidencia entre la
clase dominante en sentido económico y la clase dominante en sentido técnicofuncional. Una parte de los señores esclavistas, feudales o burgueses, tiene la posibilidad de calificar su trabajo, de volverlo más productivo, y ser no sólo una parte
de la clase dominante en sentido económico, sino también una parte de la clase
dominante en sentido técnico-funcional. La coincidencia entre la clase dominada
en sentido económico (el obrero asalariado, desposeído de los medios materiales
de producción) y la clase dominada en sentido técnico-funcional (el mismo obrero,
desposeído de los medios intelectuales de producción) es una coincidencia todavía
más evidente y completa. Pero, en lo que a la articulación de estas dos polaridades
clasistas se refiere, existe una clase "mixta" a la que podríamos caracterizar, como
ya lo hicimos, de dominante-dominada. Hacemos alusión al intelectual asalariado.
Es una clase dominante frente a la clase manual dominada, y es una clase
dominada frente a la clase burguesa dominante. Es una clase dominada porque, a
diferencia de la clase burguesa, carece de medios materiales de producción, lo cual
la obliga a vender su fuerza humana de trabajo, desde luego compleja, al
capitalista. Es una clase dominante porque, a diferencia de la clase manual, posee
medios intelectuales de producción, lo cual la llena de privilegios socioeconómicos
frente al simple trabajo del obrero manual. En resumidas cuentas: es dominada en
sentido económico y dominante en sentido técnico-funcional.
El obrero manual, en la sociedad capitalista, es, en términos generales, una
clase dominada por partida doble: padece, frente al burgués, de una dominación
económica, y padece, frente al intelectual, de una dominación técnico-funcional.
De ahí que la lucha del proletariado manual consciente tenga que desenvolverse en
dos frentes: contra la clase burguesa y contra la clase intelectual. Con la
revolución económica, con la socialización de los medios materiales de la
producción, la clase obrera no tiene otra cosa que perder sino sus cadenas eco50
nómicas. Con la revolución cultural proletaria, la clase obrera manual no tiene
otra cosa que perder sino sus cadenas productivas (su trabajo simple, su
ignorancia). La revolución socialista 
que debe articular adecuadamente la revolución económica y la revolución culturalrepresenta, por ello mismo, la emancipación no sólo del obrero asalariado sino del proletariado manual.
Estamos convencidos de que nuestro concepto de clase intelectual nos puede
servir extraordinariamente para analizar, como lo hicimos en el primer capítulo, la
noción de "clase media". La mitología que existe al respecto, sin duda debe
disiparse a partir de un análisis que disuelva la homologuización o ambigüedad con
que se emplea habitualmente tal término. Nosotros pensamos, recuérdese, que,
aunque bajo el concepto de "clase media" se suele agrupar, junto con la fuerza de
trabajo intelectual, al pequeño-burgués (capitalista), al pequeño-comerciante y al
artesano (sectores definidos por el nexo que guardan con las relaciones sociales de
producción), el grupo más importante de esa "clase media" importante no sólo
numéricamente sino también económica y políticamentees la clase intelectual.
Clase que abarca no sólo a la intelectualidad en transición (el estudiantado) sino al
magisterio, los profesionistas, los burócratas, etcétera.
Es importante subrayar, al llegar a este punto, que no sólo existe una ideología
generada por las clases en sentido económico, sino también otra dada a luz por las
clases en sentido técnico-funcional. La ideología no es otra cosa que una falsa
conciencia que, presentándose como conciencia verdadera, tiene la tendencia a
cohesionar a la sociedad de acuerdo con los intereses de una clase social
determinada. No sólo hay una ideología burguesa, sino también una ideología
intelectual. No sólo hay una ideología proletaria, sino también una ideología de la
clase obrera manual. La ideología dominante, en una sociedad determinada, es la
ideología de la clase dominante o, lo que es igual, de la clase dominante de la
polaridad clasista principal. La ideología intelectual es, en la sociedad capitalista, y
al imponerse sobre el manualismo, la ideología dominante de la polaridad clasista
secundaria.
Es interesante anotar el hecho de que el "gran intelectual", el aristócrata del
pensamiento, no sólo se opone con frecuencia al industrial o al comerciante porque
son mezquinos o presas de un vulgar espíritu lucrativo, sino también porque son
"pequeños-intelectuales" que, aunque no trabajen físicamente, poseen tan sólo un
mediocre trabajo simple. El burgués aparece ante el "gran intelectual" como
ignorante, burdo, ubicado casi en el mismo nivel que la "vulgar" mano de obra
física, igualmente ayuna de "conocimientos", de cultura. Y este "sentimiento de
superioridad" cultural del "gran intelectual" se ve reafirmado, en ocasiones, por el
"sentimiento de inferioridad" cultural del pequeño-intelectual.
La lucha de clases que implica la antítesis técnico-funcional es, a través de
toda la historia (hasta el capitalismo inclusive), como dijimos, una lucha de clases
subordinada a la lucha de clases económica. La razón fundamental de ello es que
la propiedad privada sobre los medios intelectuales de producción no puede
imponerse sobre la propiedad privada de los medios materiales de producción.
Para entender la génesis de la contradicción entre el trabajo intelectual y el
trabajo manual, es indispensable examinar con detenimiento la conformación es51
tructural de las fuerzas productivas al mismo tiempo que su evolución histórica.
Las fuerzas productivas están formadas, como se sabe, por la fuerza humana de
trabajo, por los medios de producción y por el objeto de trabajo. La vinculación
entre la fuerza humana de trabajo, y los medios de producción es uno de los
aspectos esenciales para entender la historia, el desenvolvimiento de las distintas
fases económicas. Marx lo dice de esta manera: "Cualesquiera que sean las formas
sociales de producción, sus factores son siempre los medios de producción y los
obreros. Pero tanto unos como otros son solamente, mientras se hallan separados,
factores potenciales de producción. Para poder producir, en realidad, tienen que
combinarse. Sus distintas combinaciones distinguen las diversas épocas económicas de la estructura social".16 Quizá convenga señalar que las "distintas combinaciones" en que pueden vincularse la fuerza humana de trabajo y los medios de
producción no son otra cosa que las relaciones técnicas de la producción. Si una
máquina, pongamos un ejemplo de la sociedad capitalista, exige, para su empleo,
de un número determinado de operarios, y no de una mayor o menor cantidad de
ellos, tal cosa alude a una relación técnica específica que se establece entre el
trabajo muerto y el trabajo vivo. Las relaciones técnicas de producción exigen,
desde una edad bastante temprana en la historia de la humanidad, que no todo el
trabajo sea predominantemente manual, sino que aparezca un cierto trabajo
productivo intelectual inserto en un proceso de trabajo en que haya "directores y
ejecutores" (Engels). Es de subrayarse, por otro lado, que no hay nada semejante a
un trabajo manual o un trabajo intelectual químicamente puros. Todo trabajo
manual implica cierto trabajo intelectual y viceversa. En este sentido, hay que
hacer notar que la práctica reiterada genera experiencia, y ésta conlleva
necesariamente un cierto trabajo intelectual. El propio trabajador es, en cierto sentido, una constante síntesis de trabajo intelectual y trabajo manual. De ahí que diga
Marx que "hay algo en que el peor maestro de obras aventaja, desde luego, a la
mejor abeja, y es el hecho de que, antes de ejecutar la construcción, la proyecta en
su cerebro. Al final del proceso de trabajo, brota un resultado que antes de comenzar el proceso existía ya en la mente del obrero; es decir un resultado que tenía ya
una existencia ideal. 17 Pero el mismo proceso de producción exige, al llegar a determinada etapa, el desglosamiento, frente al trabajo físico, de un trabajo preferentemente intelectual: de vigilancia, coordinación, conteo. En la sociedad primitiva no
solamente existe, al llegar a determinada etapa, un desdoblamiento, a nivel social,
entre el trabajo manual y el trabajo intelectual (no productivo ni económico), sino
también un desdoblamiento, dentro del trabajo productivo, entre un tipo de trabajo
preferentemente físico y otro preferentemente intelectual. Tanto el trabajo intelectual económico (productivo o no) como el no económico (artístico, filosófico,
etc.) deben su existencia a un cierto desarrollo de las fuerzas productivas; en el
caso del económico, se la deben, como acabamos de explicar, a ciertas necesidades
técnicas exigidas por la producción y la división social del trabajo; en el caso del
no económico a la existencia de excedentes que se destinan al cambio y que crean
un sistema mercantil más o menos rudimentario que posibilita el que una parte de
16
17
Marx, El Capital, ibíd., T. II. p.45.
Marx, El Capital, ibíd., T. p.200.
52
la comunidad (sacerdotes, artistas, etc.) posean el ocio indispensable para dedicarse
parcial o totalmente al trabajo intelectual. Del mismo modo que los clásicos del
marxismo hablan de unas relaciones sociales de producción que poseen, como su
secreto, su clave generativa, ciertas relaciones de propiedad (de propiedad sobre
los medios materiales de producción), creemos que puede hablarse de unas
relaciones sociales de productividad, que implican, a diferencia de las primeras,
ciertas relaciones de propiedad sobre los medios intelectuales de producción. En la
esfera productiva, las relaciones técnicas de la producción engendran estas
relaciones sociales de productividad, las cuales se traducen en el hecho de que el
trabajo intelectual acaba por contraponerse al trabajo físico, hasta devenir en una
polaridad clasista, la única existente antes de que surgiera, con la propiedad
privada material, la polaridad clasista económica. La generación de un plusproducto, de un excedente económico, es la causa, entonces, no sólo de la
aparición de la propiedad privada sobre los medios materiales de la producción y,
por ende, de las clases sociales en sentido económico, sino también, y antes de
ello, de la propiedad privada sobre los medios intelectuales de la producción y de
las clases en sentido productivo. La aparición de las clases en sentido económico
trae aparejada una doble acción sobre la antítesis del trabajo intelectual y el trabajo
manual: a) en primer lugar consolida y sustantiva los dos polos de la polaridad
clasista productiva; b) en segundo lugar desplaza la antítesis productiva o técnicofuncional a un segundo plano, hasta convertirla, frente a la contradicción principal
de las clases en sentido económico (subordinantes) en una contradicción
secundaria. Desde que existe la propiedad privada sobre los medios intelectuales
de la producción, hay una lucha de clases: la lucha de clases en sentido técnicofuncional; pero esta lucha se halla supeditada, subordinada a la lucha de clases en
sentido económico. La razón esencial de ello es que la propiedad privada sobre los
medios intelectuales de la producción no se traduce, por el solo hecho de existir, en
poder material, a diferencia de la otra forma de propiedad. Ya decía Marx, en En
torno a la Crítica de la Filosofía del Derecho, que "la teoría se convierte en poder
material tan pronto como se apodera de las masas",18 lo cual significa que, separada
la teoría de las masas, no es un poder material. La antítesis técnico-funcional no
puede imponerse sobre la antítesis económica de la misma manera en que el poder
espiritual no puede imponerse sobre el poder material. Sólo la alianza de la clase
intelectual con el proletariado, de la ideología intelectual "socialista" con la clase
obrera (sin la conciencia de ser un proletariado manual) ha creado el poder
material suficiente para eliminar la antítesis económica y convertir a la polaridad
clasista técnico-funcional, dentro del "modelo soviético" de creación del
"socialismo", en la antítesis clasista fundamental, sin concurrentes o competidores
importantes.
Según Engels, en el Origen de la familia, la propiedad privada y el Estado, en
la sociedad primitiva (concretamente en la fase de la barbarie) pueden distinguirse,
tras la división puramente natural del trabajo, tres grandes divisiones sociales del
trabajo: la primera tuvo lugar cuando "las tribus de pastores se destacaron del resto
Marx y Engels, "En torno a la crítica de la filosofía del derecho de Hegel", en La Sagrada Familia,
Editorial Grijalbo, México, 1958, p.9.
18
53
de la masa de los bárbaros".19 La segunda "cuando los oficios se separaron de la
agricultura, con lo cual nació el contraste entre la ciudad y el campo".20 La tercera
cuando aparece "una clase que no se ocupa de la producción, sino únicamente del
cambio de los productos: los mercaderes".21 Engels no menciona aquí la división
entre el trabajo intelectual y el trabajo manual. No obstante ello, nos parece
indudable que la contradicción entre un tipo de trabajo y el otro es también una
división social del trabajo. Somos de la opinión, además, de que este período

amplísimo por ciertoque abarca las tres divisiones sociales del trabajo es el
período de gestación de la antítesis técnico-funcional. Nos parece, por otro lado,
que la sucesión entre las tres divisiones sociales del trabajo no es rigurosamente
cronológica, no es una sucesión que excluya ciertos entreveramientos, adelantos y
simultaneidades. Cuando nos dice Engels: "El trabajo mismo se diversificaba y
perfeccionaba de generación en generación, extendiéndose cada vez a nuevas
actividades. A la caza y a la ganadería vino a sumarse la agricultura, y más tarde el
hilado y el tejido, la elaboración de metales, la alfarería y la navegación. Al lado
del comercio y de los oficios aparecieron, finalmente, las artes y las ciencias",22 no
debe interpretarse este pasaje en el sentido de que el trabajo intelectual las artes y
las cienciashayan nacido después y solamente después de todo el desarrollo
económico enumerado y que no es otra cosa que el despliegue, en la sociedad
bárbara, de las tres divisiones sociales del trabajo. No. El arte y los balbuceos
científicos aparecen con anterioridad, o mejor, se van gestando poco a poco
durante este largo período. La enumeración de las diversas modalidades de la
división social del trabajo nos parece, como la enumeración de las diversas formas
del valor hasta el dinero que hace Marx en El Capital, más un enlistamiento lógico
que crono-lógico. Si tomamos en cuenta lo anterior, podemos considerar la
antítesis técnico-funcional como la cuarta división social del trabajo; pero una
cuarta división que se va gestando a lo largo de las tres primeras divisiones. La
historia de la gestación de la contradicción entre el trabajo intelectual y el trabajo
manual se extiende, aproximadamente, desde la primera división social del trabajo
hasta la aparición de la propiedad privada sobre los medios materiales de la
producción.
Cuando surgen las clases en sentido económico, sobredeterminan a las clases
en sentido técnico-funcional. Lo cual significa que entre ambos juegos de
contradicciones existe una articulación de subordinación. Pero el hecho de que las
clases en sentido económico subordinen a las clases en sentido técnico-funcional,
no quiere decir ni que se trate de un solo proceso, de un todo aestructurado, ni que
pierdan cada una de ellas su especificidad.
Esclarecer la existencia, peculiaridad, dinámica propia de la antítesis técnicofuncional, poner de relieve la presencia histórica no sólo de las clases sociales en
19
Marx y Engels, Obras escogidas en dos tomos, Ediciones en Lenguas Extranjeras, Moscú, 1955. T. I,
p.287.
20
Marx y Engels, ibíd., p.290.
21
Marx y Engels, ibíd., p.293.
22
Engels, El trabajo en la transformación del mono en hombre, Obras Escogidas en dos tomos, T. II,
p.78.
54
el sentido tradicional del término, sino de las otras dos clases que, teniendo la
misma estructura general que las anteriores difiere en algunos aspectos esenciales
(el carácter ideal de sus medios de producción, su papel de contradicción
secundaria y subordinada, etc.) modifica nuestra visión de la historia y enriquece,
en elevado grado, la historiografía científica. Nuestro punto de vista se contrapone
tajantemente al reduccionismo que caracteriza a la tesis habitual que concibe a las
dos antítesis de las que hemos venido hablando, como un todo aestructurado. Nos
parece erróneo, en efecto, reducir la antítesis entre el trabajo intelectual y el trabajo
manual a la polaridad clasista entre los poseedores y los desposeídos, por que la
relación de una antítesis con otra no es de determinación o dependencia sino de
una modalidad específica de articulación estructural: la subordinación. El polo
estructurante de la antítesis técnico-funcional no reside en la antítesis económica,
sino en el carácter y el grado de desarrollo de las fuerzas productivas, esto es, de
la infraestructura económica. La relativa independencia de la antítesis técnicofuncional respecto a la antítesis económica, al mismo tiempo que la subordinación
de la primera respecto a la segunda, se expresa en el hecho, ya visto con
anterioridad, de que las relaciones técnicas de producción constituyen la
determinación teleológica (y por tanto fundamental) de la antítesis, en tanto que el
financiamiento del trabajo en el trabajo, que recae en las clases en sentido
económico, es tan sólo la determinación eficiente. La forma en que habitualmente
se expresa el reduccionismo estriba en la caracterización de la antítesis técnicofuncional como un juego de estratos, o capas intermedias, etcétera. El reduccionismo (basado en la concepción, más o menos consciente, de la antítesis de las dos
antítesis como un todo aestructurado) es, a nuestro modo de ver las cosas, una
concepción que puede y debe disolverse echando mano de esa parte de la teoría de
las diferentes prácticas que es, o debe ser, la teoría de las diferentes clases. Si la
teoría de las diferentes prácticas es la teoría que examina el modus operandi de
cada nivel de la realidad histórica, a más de la forma peculiar en que se relaciona
con los demás, si combate, por eso mismo, la concepción aestructurada del
binomio teoría-práctica (tal como lo entiende habitualmente la "filosofía de la
praxis"), la teoría de las diferentes clases es la teoría que examina el modus
operandi de las dos antítesis clasistas que conforman el devenir histórico, a más de
la forma peculiar en que se vincula una con la otra, por lo cual combate la
concepción aestructurada de la contradicción de las dos contradicciones.
Decíamos un poco atrás que nuestro punto de vista modifica la visión habitual
de la historia y enriquece, en elevado grado, la historiografía científica. Pongamos
dos ejemplos, uno filosófico y otro literario: Las historias marxistas de la filosofía
se caracterizan en general por lo que hemos llamado una actitud reduccionista. Reducen la complejidad del discurso filosófico, la complejidad de un sistema de
pensamiento, a la posición de clase, en el sentido económico de la expresión. Cada
filósofo queda constreñido hasta devenir un defensor, más o menos solapado, de
los intereses de una clase. Los hay que expresan los intereses de la aristocracia
esclavista (Parménides), de la democracia esclavista (Demócrito), del feudalismo
(Santo Tomás), de la burguesía ascendente (Descartes), de la burguesía
reaccionaria (Nietzsche), del proletariado (Marx). Es cierto que, con frecuencia, se
55
arguye (para no caer en el mecanicismo) que dichos filósofos expresan esos
intereses o esa posición de clase "en última instancia". Pero este concepto 
que
más que un conocimiento en sentido escrito es la cobertura de un vacíono nos
salva del reduccionismo clasista, porque todo pensador importante es, a fin de
cuentas, la expresión de los intereses de una clase en el sentido económico de la
expresión. Nosotros no estamos en desacuerdo con esto. Lo que ponemos en
entredicho es que cada filósofo refleje, en última instancia, tan sólo estos intereses
económicos. Somos de la opinión de que, con más frecuencia de lo que se supone,
hay filósofos que expresan no sólo simultáneamente los intereses de la clase
poseedora y de la clase intelectual, sino inclusive, preferentemente los intereses de
esta última. Probablemente la filosofía es el terreno teórico donde ha expresado
más nítidamente la clase intelectual su ideología (por ejemplo el idealismo), una
ideología que se contrapone no sólo, como hemos dicho, al trabajo manual o
físico, al que se considera vulgar y denigrante, impropio de hombres libres, sino a
la clase poseedora. Es de observarse, entre paréntesis, que al concepto "burgués"
no sólo se le da la connotación económica marxista, sino que, empleado desde el
siglo pasado por algunos artistas e intelectuales, tiene también el sentido de lo
mezquino y "materialista", lo ajeno, en una palabra, a la aristocracia intelectual.
Nosotros dudamos, para retomar el tema que veníamos tratando, de que lo
mayormente característico de filósofos como Kant, Hegel o Husserl sea que lleven
a cabo una defensa, más o menos disfrazada, de la clase burguesa. O Platón de la
aristocracia esclavista. No estamos en contra, desde luego, de que tal defensa se
encuentre en su producción teórica; pero no nos parece lo más relevante. Hay algo
todavía más patente. Más trascendental. Más insoslayable. Nos referimos a que
todos ellos son la expresión, en última instancia, de una "weltanschaung"
intelectualista. Veamos el caso d e Hegel. No se puede negar que es un filósofo
burgués. No se puede hacer de lado que en muchas obras (por ejemplo en su
Filosofía del Derecho) sanciona la propiedad privada y tiene, como Adam Smith,
una concepción burguesa de la división del trabajo. No se puede olvidar todo ello.
Pero eso no es ni lo más característico de Hegel ni lo que lo distingue de los
demás. Hegel es uno de los más evidentes defensores de la ideología intelectual y
no sólo, como afirma Marx, porque "tenía ideas muy heterodoxas sobre la división
del trabajo", lo cual lo llevaba a decir, en su Filosofía del Derecho que "por
hombres cultos debemos entender ante todo aquellos que son capaces de hacer
todo lo que hacen otros",23 sino, fundamentalmente, por la esencia misma de su
filosofía. Porque ¿cuál es, ciertamente, el fundamento último de ésta? No es, como
se sabe, sino la Idea, y la realidad (tanto la natural como la social) no son otra cosa
que manifestaciones u objetivaciones de esta Idea. Adviértase que lo que entiende
Hegel por Idea es el trabajo intelectual absolutizado. Hegel realiza, por así decirlo,
la última canonización del espíritu. Ya no sólo considera el trabajo intelectual
como lo relevante, el motor de la historia (como los enciclopedistas), sino que
avanza hasta el grado de abstraer el trabajo intelectual del trabajador intelectual y a
colocarlo en el centro mismo de su concepción del mundo. Este trabajo intelectual
23
Marx. El Capital, T. I, ibíd., p.403, nota 51.
56
sin trabajador nos parece ser una de las características más palpables de la
filosofía hegeliana. Pero dejemos aquí las cosas. Y dejémoslas porque lo que
parece ponerse de manifiesto en todo lo anterior es la necesidad de enfocar la
historia de la filosofía con una nueva iluminación.
Con la historia de la literatura ocurre otro tanto. Las concepciones de
Plejanov, Lukacs, Goldmann, etcétera, por importantes que sean, son claramente
reduccionistas. Se pretende definir a un autor (Balzac, Flaubert, Mann, Kafka) por
su "posición de clase" y, desde luego, llevando a cabo esta definición de manera
"dialéctica" y "en última instancia". Pero no se tematiza en qué medida mantienen
ciertas discrepancias con el régimen burgués, con la clase poseedora, con el trabajo
manual. En una palabra: no se aprecia 
en ese reduccionismo economizantelo
que real y efectivamente significa un autor determinado. Cuando estos historiadores marxistas se encuentran con algunas afirmaciones anticapitalistas en los
escritores o artistas que analizan, pasan rápidamente sobre ellas, como sobre
brasas, para concluir que no obstante ello, en "última instancia" son escritores
burgueses o pequeño-burgueses, etcétera. En verdad, la necesidad de revisar
críticamente su proceso histórico no es privativo de la filosofía, sino también de la
literatura, del arte y de la cultura en general. Pero volvamos a nuestro tema.
La clase intelectual carece del poder económico que caracteriza a la clase
poseedora. Sus miembros no son, en general, propietarios de medios materiales de
producción. Son intelectuales asalariados. Viven como Haydn respecto al
príncipe de Esterhazya la sombra de un mecenas, o de la venta de sus producciones, etcétera. La carencia de poder material lleva a los intelectuales, por regla
general, a ponerse al servicio de la clase poseedora en el poder. Le venden al
capital, por ejemplo, su fuerza humana de trabajo compleja. Con toda decisión hay
que decirlo: mientras exista la propiedad privada sobre los medios materiales de
producción y, con ella, la polaridad clasista económica, la clase intelectual no
puede adueñarse del poder material. A pesar de sus privilegios frente a la clase
manual, es una clase subsidiaria, desvalida y relegada. Ésta es la razón por la cual
se ve en la necesidad de cerrar filas, en general, con la clase poseedora dominante.
Es claro que, en ocasiones, por ejemplo en épocas de crisis o en vísperas de una
eclosión revolucionaria, ciertos sectores importantes de la intelectualidad se
divorcian de la clase económica en el poder y se hacen partícipes de la nueva clase
económica ascendente. Pero esto tiene, en cierto modo, el sentido de pasar de un
amo a otro. Cuando los intelectuales que vivían en el régimen feudal o absolutista
(como los enciclopedistas) abandonaron los intereses feudales y aristocráticos y se
hicieron copartícipes del "tercer estado", no obtuvieron, porque era imposible, su
auto-emancipación, sino que cayeron en una nueva supeditación: ya no eran
intelectuales feudales, sino intelectuales burgueses. Podríamos decir que la clase
intelectual pasa, en tanto subordinación, de una clase poseedora a otra, porque
carece de poder material. Pero este proceso llega a su fin, en el momento mismo en
que dicha clase halla en el proletariado su brazo fuerte: la clase que, en unión con
los campesinos, dará al traste con la razón económica fundamental de su carácter
desvalido y subordinado. Con el "modelo soviético" de creación del "socialismo"
suena la hora en que la clase intelectual conquista el poder material, no en el
57
sentido de convertirse en dueña de los medios materiales de la producción, sino en
el de ser dueña del único poder real que se reconoce en la nueva sociedad: el de la
propiedad privada sobre los medios intelectuales de la producción y todo lo que
esto (en lo económico, político y social) supone.
Pero una cosa bien distinta ocurre con la clase manual. Es, en términos
generales, y como hemos ya explicado, una clase que sufre una doble servidumbre:
la económica y la técnico-funcional. La única clase explotada capaz de emanciparse económicamente es, como se sabe, el proletariado. Pero es falso que su
liberación económica conlleve necesariamente su liberación técnico-funcional. Si
se deja llevar por los ideólogos "socialistas" que plantean la necesidad de una
revolución económica, pero no una revolución cultural, si se deja llevar por un
"socialismo intelectual" que silencia la necesidad de poner, desde el principio del
proceso revolucionario, las premisas para dar al traste con la antítesis técnicofuncional, estará sirviendo a los intereses a fin de cuentas de la autoemancipación
de una nueva clase (la intelectual) que obtiene, por primera vez en la historia, su
poder material. Desde el punto de vista de la clase intelectual, la marcha hacia la
conquista del poder material, pasa necesariamente por la alianza de los
intelectuales (convertidos provisionalmente en "socialistas") con un proletariado
del que se destaca su carácter económico de asalariado pero no su carácter
productivo de trabajador manual.
Hemos llegado a un punto en que se impone aclarar por qué hemos decidido
dar el nombre de clases a los dos polos de la antítesis técnico-funcional. No se
trata, como se deduce de todo este capítulo, de poner en el mismo rango la antítesis
técnico-funcional que la económica. No se trata tampoco de socavar el principio
materialista histórico de la preeminencia del ser social sobre la conciencia social.
No se trata, por último, de borrar las diferencias entre un tipo de polaridad y otro.
Se trata, más bien, del hecho de que si analizamos objetivamente ambas antítesis
advertimos que poseen la misma estructura, el mismo común denominador
estructural. Repárese que decimos la misma estructura y no una estructura similar.
La antítesis técnico-funcional, en efecto, tiene en común con la económica:
1. Su origen económico infraestructural.
2. Su carácter mercantil.
3. Su propiedad sobre ciertos medios de producción.
4. Su carácter antagónico y
5. Su campo generador de ideologías.
Claro que entre una antítesis y otra existen diferencias; pero para que se
aprecien mejor éstas, analicemos punto por punto los elementos que poseen en
común ambas polaridades.
1. Su origen económico, infraestructural. Recordemos que el trabajo intelectual puede asumir dos modalidades: la económica (aplicada en las esferas de la
producción, la circulación y los servicios) y la no económica. En sentido estricto
solamente es productivo, además del trabajo manual, el trabajo intelectual que
opera en la esfera de la producción o que sirve indirectamente a ella. Bajo este
aspecto podemos asentar que el trabajo intelectual productivo es generado por las
exigencias técnicas de la producción, su origen hay que buscarlo, como hemos
58
explicado, en las fuerzas productivas o, dicho de manera más concreta, en las
relaciones sociales de productividad que ellas implican.
La ley económica que esclarece el valor de la mercancía subjetiva empleada
en la esfera de la producción, explica, al propio tiempo, el valor de la fuerza
humana de trabajo que se utiliza en las esferas de la circulación y los servicios.
Ésta es la razón por la cual todo el trabajo intelectual o manual económico, de
carácter improductivo, se halla determinado, a fin de cuentas, por lo que sucede en
la esfera de la producción. El trabajo simple de comercio, verbigracia, se retribuye
corno el trabajo simple industrial. Y otro tanto ocurre con el trabajo complejo del
comercio, la banca, las finanzas, etcétera.
¿Qué sucede, por otro lado, con el trabajo intelectual no económico? ¿Qué
pasa, por ejemplo, con ciertas manifestaciones de trabajo artístico, científico,
filosófico, etcétera, que no tienen, al menos directamente, vinculación con las
partes constitutivas de las relaciones de producción? Creemos que la singularidad,
la idiosincrasia, la calificación de este trabajo es tal que escapa de la valoración
económica, lo cual no quiere decir que, en lo que a los productos de tal trabajo se
refiere, carezcan de precio, y en ocasiones de un elevadísimo precio en el mercado.
Como carecen de valor, pero tienen precio, la ley que explica la cotización que les
confiere el mercado no puede ser otra, nos parece, que la del juego de la oferta y la
demanda. Hay artistas que viven de lo que producen y su nivel de vida depende del
buen o mal éxito que obtengan en el mercado de productos artísticos. Hay
intelectuales, entonces, que viven no de vender su fuerza humana de trabajo
compleja a los industriales, comerciantes, banqueros, etcétera, sino de colocar los
productos (en que se materializa su trabajo intelectual personalísimo) en la esfera
de la circulación.
Aunque alejado del trabajo productivo y aun del trabajo económico no
productivo, el trabajo intelectual no económico ni productivo también hinca sus
raíces en el sistema económico feudal, capitalista, etcétera. La razón de ello es que
se le paga o financia con un valor generado en la esfera de la producción. En el
supuesto caso una hipótesis puramente metodológicade que desapareciera o
mermara seriamente el trabajo manual, el intelectual, de la índole que fuese, no
podría subsistir. El trabajo intelectual reposa, por así decirlo, en las espaldas del
trabajo manual. El trabajo intelectual no económico, desde el punto de vista de las
relaciones socioeconómicas, cumple un papel menos trascendental en términos
generales que el trabajo intelectual económico. Y, dentro de este último, el trabajo
intelectual productivo, juega un papel más importante en lo fundamental que el
trabajo intelectual improductivo (aplicado a las esferas de la circulación y los
servicios).
2. Su carácter mercantil. Como se sabe, la esfera de la circulación es la
condición posibilitante para que el valor de las mercancías, generado en la esfera
de la producción, se realice. La reproducción incesante de la clase burguesa y de la
clase obrera se lleva a cabo a través del mercado. En efecto, al venderse una mercancía (objetiva) que incluye, en lo que a su valor se refiere, además del capital
constante (que no es un nuevo valor y, por tanto, se concreta a transferirse en
determinada proporción al producto), el capital variable y la plusvalía, estas dos
59
últimas partes están destinadas, una a pagar el valor de la fuerza humana de trabajo
y la otra a reproducir de manera ampliada el capital.
La antítesis técnico-funcional también se reproduce a través del mercado. La
esfera del intercambio, el mercado de la mano de obra, es la que remunera al trabajo calificado de modo más cuantioso que al trabajo simple. Ambas polaridades
clasistas, en consecuencia, se reproducen a través del mercado, que no es otra
cosa que la esfera donde se realiza el valor.
3. Su propiedad sobre ciertos medios de producción. La antítesis económica
debe su existencia, dentro de la infraestructura económica, a las relaciones de propiedad, esto es, al aspecto fundamental de las relaciones sociales de producción. La
existencia de la propiedad privada sobre los medios materiales de producción, tiende una línea de demarcación entre los dueños y los desposeídos de tales medios.
Ahora bien, en el lado de los desposeídos, la propiedad privada de los medios de
producción intelectuales, tiende una segunda línea de demarcación: entre los
poseedores de dichos medios intelectuales y los desposeídos.
4. Su carácter antagónico. Del mismo modo que podemos decir que hay
capital porque hay trabajo, hay poseedores porque hay desposeídos, nos es dable
afirmar que hay trabajo intelectual porque hay trabajo manual y que hay trabajo
complejo porque hay trabajo simple. Una relación de este tipo no es otra que la de
unidad y lucha de contrarios. En una palabra: se trata de una relación antagónica.
Como en toda relación antagónica, no es posible imaginar la disolución de la
antítesis por medio de la absolutización de un polo. No puede haber capital sin
trabajo (asalariado) ni trabajo (asalariado) sin capital, en la misma medida en que
es imposible imaginar una reorganización de la sociedad en que hubiera trabajo
intelectual sin trabajo manual o trabajo manual sin trabajo intelectual. La solución
de un antagonismo no puede ser otra que la disolución de la causa fundamental de
la polaridad. Si la causa de la polaridad clasista económica es la propiedad privada
sobre los medios materiales de la producción, no hay otro camino para disolver
dicha contradicción, para destruirla, que socializar los medios materiales de la
producción. Lo mismo hay que decir de la polaridad clasista técnico-funcional. Si
la causa de ella es la propiedad privada sobre los medios intelectuales de la
producción, el camino para resolver esta antítesis no puede ser otro que el de
socializar los medios intelectuales de la producción. Hay, desde luego, diferencias

y muy importantesentre un tipo de socialización y otro. Tan diferentes que en
un caso se trata de una revolución económica y en otro de una revolución cultural.
Dos revoluciones que deben hallarse articuladas, ya que si es verdad que sin la
revolución económica no puede haber revolución cultural, sin esta última la
revolución económica no puede gestar un modo de producción socialista sino,
como después veremos, un modo de producción intelectual (burocráticotecnocrático).
5. Su campo generador de ideologías. Cuando se afirma habitualmente que
"toda ideología es ideología de clase", se hace alusión a la clase en el sentido económico de la expresión. No cabe duda, en efecto, que las clases económicas
producen ideologías, concepciones en las que, con una cierta fachada de veracidad
(o haciendo uso, inclusive, de ciertos elementos verdaderos) defiende sus intereses
60
de clase frente a las otras clases sociales. El liberalismo es una ideología burguesa,
el anarquismo una ideología pequeño-burguesa, el economismo una ideología
proletaria. La antítesis técnico-funcional también genera ideologías. Ideologías en
que se disfrazan los intereses o sentimientos de la clase intelectual o de la clase
manual. La actitud que desdeña el trabajo manual o menosprecia el trabajo que no
sea espiritual, el teórico al cual se le ponen los pelos de punta al oír hablar de una
revolución cultural, no es otra cosa que la derivada de la ideología intelectualista.
La actitud que desdeña el verdadero ejercicio intelectual, que desprecia la ciencia,
que ridiculiza la teoría, es una ideología manualista, por darle algún nombre. De lo
anterior podemos concluir, en consecuencia, que la frase citada en un principio
debe ser complementada del siguiente modo: "toda ideología es ideología de clase,
ya sea de la clase en sentido económico, ya sea de la clase en sentido técnicofuncional".
Si las dos antítesis tienen, por consiguiente, un origen económico,
infraestructural; un carácter mercantil, una propiedad privada sobre ciertos medios
de producción, un carácter antagónico y un campo generador de ideologías,
poseen, en realidad, el mismo común denominador estructural. Las dos antítesis
pueden ser agrupadas en el mismo género estructural. Es claro que mantienen
diferencias, y diferencias de primera importancia. El elevar a ambas antítesis al
mismo género estructural no debe hacernos olvidar su especie estructural. Cuando
decimos que ambas antítesis constituyen polaridades clasistas estamos aludiendo al
género estructural; cuando añadimos que una polaridad clasista es económica, en
tanto que la otra es técnico-funcional, hacemos alusión a su diferencia específica
estructural. No basta, sin embargo, con destacar sus "identidades" y sus
diferencias, sino también el tipo de vinculación que existe entre una clase de
antítesis y otra. Ya hemos aclarado cuál es la forma esencial que asume ésta. Ya
hemos aclarado que se trata de una relación de subordinación por medio de la cual
una contradicción aparece como principal y la otra como secundaria. Conviene
explicar, respecto a esto último, que aunque el modo de producción de cada
período histórico modela de algún modo la forma concreta que asume la antítesis
técnico-funcional (de tal manera que la situación particular que presenta esta
antítesis en el feudalismo, difiere de la que guarda en el capitalismo, etcétera)
podemos asentar que la antítesis técnico-funcional posee la misma estructura, en
su aspecto más general, a través de toda la historia, o mejor, desde el momento en
que se genera (siendo la cuarta división social del trabajo) hasta el modelo
soviético de construcción del "socialismo".
La periodicidad histórica, en el sentido común de la expresión, tiene su
fundamento en la polaridad clasista económica (y en la base infraestructural que le
sirve de soporte). La diferencia esencial entre el esclavismo, el feudalismo y el
capitalismo nos habla del desplazamiento de unas clases (en el sentido económico
del término) por otras. La periodización histórica se explica a partir, en lo
fundamental, de las relaciones sociales de producción y de las relaciones de
propiedad en ellas implicadas. Desde el punto de vista de la polaridad clasista
económica hay, como se sabe, cinco modos de producción: el comunista primitivo,
el esclavista, el feudal, el capitalista y el habitualmente considerado como
61
"socialista". Pero junto con esta periodicidad, a la que podríamos designar con el
nombre de periodicidad histórica económica, hay otra que se da articulada,
entreverada, vinculada con ellay a la que podemos llamar periodicidad histórica
técnico-funcional. Si la primera se explica a partir de las relaciones sociales de
producción, la segunda lo hace a partir de las fuerzas productivas. En este sentido
podemos asentar que, de acuerdo con la periodicidad histórica técnico-funcional,
la historia ha atravesado por tres etapas: la de la génesis de la oposición entre el
trabajo intelectual y manual, la de su desarrollo y la de su culminación o
absolutización. La primera fase se extiende desde una edad muy primitiva de la
historia hasta la aparición, con la propiedad sobre los medios materiales de producción, del esclavismo. La segunda abarca, además de este régimen social, los
modos de producción feudal y capitalista, y la tercera comprende el llamado "régimen socialista" y que nosotros preferimos designar, por las razones ya expuestas,
y otras que vendrán más adelante, modo de producción intelectual o dictadura del
proletariado intelectual. Repárese en que la manera de desplegarse (a través de toda
la historia) la periodicidad histórica técnico-funcional se diferencia radicalmente de
la económica; la razón de ello estriba en que mientras las fuerzas productivas
constituyen una constante (en movimiento) las relaciones sociales de producción
conforman una variable. Dicho de otro modo: independientemente del régimen
social de que se trate, hay trabajo intelectual y trabajo manual. Las clases sociales
en sentido económico se desplazan las unas a las otras. La oposición entre el
trabajo intelectual y el trabajo físico perdura, se desarrolla, se amplía y, finalmente,
se absolutiza. Es claro que la periodicidad histórica económica subordina a la
periodicidad histórica técnico-funcional; pero la subordina en tanto va creando la
posibilidad real de su absolutización. El resultado de la articulación objetiva de las
dos formas de periodización histórica es que, a lo largo del sucesivo
desplazamiento de unas clases económicas por otras, se va ampliando,
fortaleciendo, consolidando el carácter de la polaridad clasista técnico-funcional,
hasta llegar en el modo de producción intelectual, a su regencia absoluta. La
síntesis de las dos formas de periodización nos muestra, por consiguiente, una
marcha hacia la absolutización de la polaridad clasista técnico-funcional.
Nos parece que en esta marcha hacia la absolutización de la oposición entre
el trabajo intelectual y el trabajo manual, la antítesis técnico-funcional va recibiendo una configuración histórica especial de acuerdo con el modo de
producción económico de que se trate. La oposición trabajo intelectual-trabajo
manual no es idéntica en el esclavismo, en el feudalismo y en el capitalismo. No es
idéntica tampoco en el capitalismo incipiente y en el capitalismo desarrollado. El
status económico supedita, como hemos aclarado hasta la saciedad, al status
técnico-funcional, y lo hace de acuerdo con el carácter y el grado de desarrollo de
la infraestructura. La marcha hacia la absolutización de la antítesis técnicofuncional (marcha que tiende a desembocar en el modo de producción intelectual)
llega a la antesala de su destino o desembocadura en la sociedad capitalista
altamente desarrollada.
Creemos poder explicar adecuadamente esto, si llevamos a cabo un
comentario crítico de las ideas de E. Mandel a propósito de la "proletarización" del
62
trabajo intelectual en el "neocapitalismo". 24 De acuerdo con el socialista francés, el
modo de producción capitalista ha atravesado tres fases esenciales (definidas por
mutaciones tecnológicas importantes): "en tanto que la primera revolución
tecnológica giraba en torno al motor de vapor y la segunda al motor eléctrico", la
tercera "tiene como eje la automatización, la electrónica y la energía nuclear".25
Nuestro autor asienta que, a partir de 1940, hay una aceleración de la innovación
tecnológica en los EE.UU. y otros países industrializados. Los gastos de
investigación y desarrollo se incrementan notablemente. "Estos gastos han pasado
en EE.UU. de 101 millones de dólares en 1928, 5 mil millones de dólares en 1953,
a 12 mil millones de dólares en 1959 y 21 mil millones de dólares en 1970.26 Éste
crecimiento "implica un aumento no menos sensacional del personal encargado de
la investigación y sus aplicaciones tecnológicas".27 La importancia que adquiere,
para la esfera productiva del "neocapitalismo", el trabajo intelectual, lleva a
Mandel a desdeñar de algún modo la importancia jugada por el mismo en las
etapas capitalistas anteriores. De ahí que afirme: "Mientras que en las fases
precedentes del capitalismo, el trabajo intelectual se limitó a la esfera de la
supraestructura social, actualmente está orientado, cada vez más, hacia la
infraestructura de la sociedad.28 La primera parte de esta afirmación nos parece
errónea. No sólo existe trabajo intelectual vinculado a la esfera productiva en la
etapa de las dos primeras revoluciones tecnológicas del capitalismo, sino también,
como producto de las relaciones sociales de productividad, en etapas precapitalistas. Pero independientemente de lo falso o exagerado de dicha apreciación, es
indiscutible que en la actualidad, en lo que a los países capitalistas desarrollados se
refiere, el trabajo intelectual se ha orientado masivamente hacia la infraestructura
económica. Un ejemplo de esto lo hallamos en el hecho de que "la industria
japonesa de construcción naval, que ha logrado conquistar más del 50% de los
pedidos mundiales de este sector, emplea un personal del cual más de la mitad
tiene formación universitaria o semiuniversitaria".29 Mandel hace notar que al
"neocapitalismo" le es necesario poner bajo su control "los grandes medios de
comunicación, los mass media (televisión, radio, prensa, publicidad), la enseñanza,
incluso la burocracia sindical. Todos deben ser organizados de tal modo que
manipulen al máximo las convicciones, necesidades, esperanzas y sueños de los
trabajadores, de orientarlos de tal manera que sirvan a las exigencias de la reproducción ampliada del capital... Pero aquí se revelan una vez más, los límites del
régimen... Todas estas técnicas de integración cuya eficacia relativa y temporal
está fuera de duda, no pueden ser aplicadas más que a condición de transformar
cada vez más a los intelectuales en trabajadores asalariados, es decir, a extender de
manera prodigiosa la amplitud del sistema asalariado, es decir, de incrementar
considerablemente la masa y la calificación del proletariado. La tendencia a la
ampliación constante del trabajo intelectual calificado tanto en la esfera de la
24
Ernest Mandel, ibíd., pp.9-15.
E. Mandel, ibid., p.9.
26
E. Mandel, ibíd., p.12.
27
E. Mandel, ibíd., p.12.
28
E. Mandel, ibíd., p.12.
29
E. Mandel, ibíd., p.13.
25
63
producción como en la reproducción y la supraestructura, tendencia característica
del neocapitalismo, es al mismo tiempo la tendencia a la proletarización creciente
del trabajo intelectual". 30 Mandel emplea el concepto de proletarización, como se
puede advertir en el largo pasaje reproducido, de modo bastante ambiguo y que se
presta a serias confusiones teórico-políticas. El término de proletarización usado en
este contexto aparece con dichas características en virtud de que habla del carácter
de asalariado que asume el trabajo intelectual; pero no destaca dos hechos: a) que
dicha "proletarización" no conlleva en términos generales una concientización
proletaria, sino que genera constantemente una clase dominante-dominada que se
vende, literalmente hablando, al mejor postor. Salvo algunos sectores minoritarios
de la intelectualidad, o de momentos críticos del sistema, el trabajador intelectual,
como grupo, como clase, se halla puesto al servicio material e ideológicamente de
la burguesía; b) que dicha "proletarización" hace referencia única y exclusivamente
al hecho de que el trabador intelectual se ve en la necesidad de vender su fuerza
humana de trabajo a cambio de un salario; pero no subraya el que la conquista de
su status de trabajador intelectual asalariado lo diferencia esencialmente del
trabajador manual asalariado. La mayor parte de los trabajadores intelectuales
empleados en la esfera de la producción capitalista adolece de una conciencia aburguesada; una minoría se politiza y de modo más o menos inconsciente entrevé la
posibilidad de la emancipación de la clase a la que pertenece (en el modo de
producción intelectual). Tal vez sea ésta una de las razones de la afluencia cada
vez mayor de ciertos intelectuales a los partidos comunistas (europeos). Lo que
resulta verdaderamente excepcional es el intelectual anti-intelectualista, el
intelectual que, por así decirlo, condujera la proletarización a sus últimas
consecuencias: a no sólo combatir en contra de la propiedad privada de los medios
materiales de la producción, los cuales lo convierten en asalariado, sino también en
contra de la propiedad privada de los medios espirituales de producción, los cuales
lo rodean, frente al trabajador común y corriente, de privilegios y poder decisorio.
Mandel prosigue: "Por esta naturaleza de la industrialización general de toda
actividad humana bajo el neocapitalismo, todos los rasgos tradicionales de la
proletarización del trabajo que, en el pasado, se aplicaban ante todo al trabajo de la
gran fábrica moderna, se aplican ahora cada vez en mayor medida al trabajo
intelectual".31 Un ejemplo de ello es que, según nuestro autor, "la proletarización
del trabajo intelectual implica su especialización, incluso su parcelamiento, su
atomización al extremo". 32 Añade Mandel: "Semejante trabajo intelectual
parcelado, fragmentario, que ha perdido toda visión de conjunto de las actividades
en que está inserto no puede ser sino un trabajo enajenado".33 Es interesante la
afirmación anterior por varias razones. En primer lugar, porque nos muestra el
carácter y el grado de desarrollo de la explotación capitalista de la mano de obra
intelectual. En segundo lugar, porque nos pone de relieve una de las causas de la
E. Mandel, ibíd., pp.14-15.
E. Mandel, ibíd., p.16.
32
E. Mandel, ibíd., p.16.
33
"La rebelión estudiantil", dice más adelante Mandel, "es esencialmente contra las consecuencias
enajenantes de la proletarización del trabajo intelectual en una sociedad mercantil" (ibíd., p.19).
30
31
64
rebelión estudiantil del 68 en Francia y en otras partes del mundo.34 En tercer lugar,
porque nos evidencia que la "desenajenación" del trabajo intelectual no consiste
tan sólo en desembarazarse de la explotación capitalista sino también de la división
enajenadora del trabajo. La solución no se halla sólo a nivel de las relaciones
sociales de producción, sino, también, de las fuerzas productivas. Detengámonos
un poco en este punto.
Poner fin a las esclavitudes del hombre significa no sólo socializar los medios
de producción materiales, no sólo colectivizar, gradual y planificadamente, los
medios de producción espirituales, sino también liberarse de toda división
enajenadora del trabajo, de toda parcelación forzosa del mismo. Mandel asienta al
respecto que "conocer a fondo un sector minúsculo de una rama científica, sin
tener sino datos demasiado vagos acerca de toda esta rama y careciendo de toda
noción acerca de las otras ramas científicas: es la suerte a la que está condenado
cada vez más el trabajo intelectual".35 Meditemos, sin embargo, que esto no es privativo de la sociedad "neocapitalista" sino también del modo de producción
intelectual. Si entendemos por revolución tecnológica de la fuerza de trabajo la
lucha, debidamente planificada, por liberar al trabajo intelectual (y al manual) de
toda fragmentación obligatoria, caemos en cuenta que esta revolución debe
hallarse debidamente articulada con las otras revoluciones: la económica y la
cultural. Mandel subraya que "la proletarización del trabajo intelectual implica la
aparición de un mercado del trabajo intelectual".36 "En dicho mercado la fuerza de
trabajo intelectual 
añade nuestro conferenciantese compra y se vende como una
mercancía vulgar de igual modo que ha ocurrido con la fuerza de trabajo manual
desde los orígenes del capitalismo". 37 Finalmente asienta Mandel, "la fuerza de
trabajo intelectual adquiere un precio en el mercado que fluctúa conforme a las
leyes del mercado, es decir, conforme a las leyes de la oferta y la demanda".38
Sobre estos pasajes nos vemos en la necesidad de hacer dos aclaraciones: 1) La de
que, aunque el mercado de la mano de obra intelectual se consolida y amplía
notablemente en el "neocapitalismo" actual, nace con el capitalismo altamente
industrializado. Aun en las etapas incipientes del capital premonopólico hay un
mercado de la fuerza humana de trabajo que cotiza las diferentes modalidades de
trabajo de acuerdo con su calificación o grado de trabajo en el trabajo. De ahí, por
ejemplo, que Marx se vea en la necesidad de hablar de un trabajo simple y de un
trabajo complejo. 2) La de que la fuerza de trabajo intelectual no sólo tiene un
precio sino también, como lo hemos ya dicho, un valor. Es indudable que el precio
de esta fuerza de trabajo intelectual "fluctúa conforme a las leyes del mercado",
"conforme a las leyes de la oferta y la demanda"; pero esta cotización gira en
torno, por arriba o por debajo, del valor de la fuerza humana de trabajo. La
diferencia entre precio y valor, la determinación del precio a partir del juego de la
oferta y la demanda y la determinación del valor a partir del trabajo socialmente
34
E. Mandel,
E. Mandel,
36
E. Mandel,
37
E. Mandel,
38
E. Mandel,
35
ibíd., p.16.
ibíd., p.16.
ibíd., p.16.
ibíd., p.16.
ibíd., p.16.
65
necesario para producir una mercancía, y la mostración, finalmente, de que el
precio gira en torno del valor, no sólo son tesis que convienen a la mercancía
objetiva, sino también a la fuerza humana de trabajo. La fuerza humana de trabajo
llega al mercado poseyendo un valor (una determinada cantidad de trabajo en el
trabajo); una vez ahí, recibe las perturbaciones de la oferta y la demanda. Sabemos
que, en efecto, a mayor demanda de la fuerza humana de trabajo mayor precio y a
menor demanda menor precio de ella. Pero estas oscilaciones tienen lugar a partir
de un valor preestablecido: el que confiere a la fuerza de trabajo intelectual su
grado de calificación.
Ciertos ideólogos burgueses 
Shults, Galbraithante la evidente remodelación de la fuerza de trabajo intelectual por la infraestructura "neocapitalista", han
exagerado la importancia de la "tecnoestructura". Galbraith, por ejemplo, junto con
otros, ha "deducido apresuradamente de la importancia creciente de los trabajadores científicos en las empresas 
que es indiscutiblela posición predominante que
esta «tecnoestructura» ocuparía actualmente en el seno de la sociedad neocapitalista".39 Pero, aclara Mandel, "ningún asalariado de una empresa capitalista, por
elevada que pueda ser su posición dentro de la jerarquía y por valedera que pueda
ser su calificación, tiene ninguna seguridad de mantener su empleo".40 Esta ley

que podría formularse como la ley de la creación de un ejército intelectual de
reservase confirma con "la experiencia dolorosa que actualmente atraviesan los
administradores, sabios, ingenieros del sector espacial en EE.UU., junto con
decenas de miles de desocupados, con viejos y antiguos directores de fábricas
obligados a vivir de la asistencia pública (Welfare) para poder dar de comer a sus
hijos, con el envío de víveres de Japón, hacia Seattle, el centro más afectado por el
paro intelectual".41
Después de todas las citas anteriores, nos hallamos en posibilidad de resumir
las ideas de Mandel respecto a la fuerza de trabajo intelectual en la sociedad "neocapitalista" del siguiente modo: a diferencia de las etapas anteriores del
capitalismo 
la que empleaba el vapor y la que empleaba la electricidad la
actual que utiliza la fuerza nuclear, etcéteratiende a proletarizar la fuerza de
trabajo intelectual. Proletarización ésta que consiste en poner al servicio de la
burguesía monopolista un trabajo intelectual que antes permanecía más o menos
independiente de la esfera productiva. Esta proletarización masiva del trabajo
acarrea consecuencias similares a la proletarización precedente del trabajo
manual: genera un mercado de la fuerza de trabajo intelectual, parcela y
fragmenta cada vez más al trabajador del intelecto y rodea de inseguridad, de inestabilidad a los intelectuales (ingenieros, administrado-dores, etcétera) que
trabajan para una determinada empresa capitalista.
Todo lo anterior nos muestra el papel que juega la polaridad clasista técnicofuncional en una etapa histórica determinada. El papel de los intelectuales en la
sociedad "neocapitalista" contemporánea nos devela con la mayor elocuencia
E. Mandel, ibíd., p.17.
E. Mandel, ibíd., p.17.
41
E. Mandel, ibíd., p.17.
39
40
66
posible dos cosas: 1) la inutilidad del capitalista en cuanto tal, y 2) la capacidad de
la clase intelectual para dirigir "eficientemente" todo el proceso productivo de un
país altamente desarrollado. Haciendo una paráfrasis de la famosa parábola de
Saint Simon (aquella en que demostraba, ante la hipótesis de la desaparición de
grandes sectores de la sociedad francesa, cómo la extinción de la nobleza, el clero,
etcétera, no traería ningún cambio importante en el país, en tanto que el exterminio
de los industriales, trabajadores, artistas, etcétera, sería una pérdida irreparable)
podríamos asentar que, tanto desde un punto de vista objetivo cuanto desde el
punto de vista de un intelectual perspicaz e inteligente, el capitalista, el dueño de
los medíos de producción, sale sobrando. Y salen sobrando también las relaciones
sociales de producción capitalistas. La sociedad altamente industrializada puede
subsistir (y desarrollarse, incluso, más libre y racionalmente) sin el modo de
producción capitalista. La extinción de los "propietarios", en una situación en que
los intelectuales ya llevan la rienda como administradores, planificadores,
técnicos, etcéterade la producción económica global, no significa, en realidad,
prácticamente nada. En este sentido aunque tal cosa no debe ser vista de manera
mecánicala sociedad "neocapitalista" se halla en vísperas del modo de producción intelectual. La fuerza de trabajo intelectual se encuentra, entonces, en la
antesala de su absolutización. El anticapitalismo de ciertos intelectuales 
no es
necesaria, desde luego, la participación de toda la clase intelectual, aliado a la
clase obrera, puede dar al traste con el modo de producción capitalista. Si no se
trata de intelectuales anti-intelectualistas, lo que es más probable, con la toma del
poder, la intelectualidad "revolucionaria" socializará los medios materiales de
producción, erradicando el capitalismo; pero, por dejar intacta la división entre el
trabajo intelectual dirigente y el trabajo manual dirigido, modelará la estructura
burocrático-tecnocrática del modo de producción intelectual. Se trata, por consiguiente, de una posibilidad. Aún más: de una ley de tendencia. El "neocapitalismo"
"tiende" al modo de producción intelectual, en la Misma medida (pero sin soslayar
las diferencias) en que el feudalismo "tendía" al capitalismo. La ausencia en el
marxismo de una teoría sobre la polaridad clasista técnico-funcional viene en
auxilio de tal cosa.
Por todo lo anterior, podemos concluir, por consiguiente, que la oposición
trabajo intelectual-trabajo manual es una oposición de clase. Es una polaridad
clasista porque, como hemos dicho ya, no forma parte de un mismo proceso con
las clases en sentido económico, sino que se trata de dos procesos distintos, pero
articulados. No ligados mecánicamente, sino constituyendo una totalidad orgánica
que engloba la acción recíproca de sus componentes. La calificación de estratos,
capas sociales, etcétera, dada con frecuencia a estas clases, vela lo que realmente
importa: la especificidad de la operación histórica de la antítesis técnico-funcional.
El disfraz, el ocultamiento del carácter clasista de la oposición del trabajo
intelectual y el trabajo manual y todo lo que ello implica e implica mucho: obstaculizar el advenimiento de la revolución cultural, es una de las piezas
fundamentales de la ideología intelectualista. Así corno la burguesía pretende
ocultar su dominación de clase negando el carácter clasista de su Estado, su
derecho, etcétera, otro tanto ocurre con la ideología intelectualista y ¿qué mejor
67
para ocultar la existencia de la polaridad clasista y de los privilegios del polo
dominante que sustentar la tesis de que se trata sólo de estratos, sectores o capas
que forman de tal modo bloque con la antítesis económica que cuando sea
erradicada ésta, se extinguirán lenta pero inexorablemente? La teoría de las
diferentes clases, en consecuencia, aclara que la antítesis trabajo intelectual-trabajo
manual no se reduce a la polaridad clasista económica, prueba de ello es que:
1) Existía antes de las clases en sentido económico (siendo la cuarta división social
del trabajo); 2) Es una constante frente a una variable. Dice Marx que el trabajo es
"la condición natural eterna de la vida humana, y por tanto, independiente de las
formas y modalidades de esta vida y común a todas las formas sociales por igual".42
Como la diferencia entre el trabajo simple y el trabajo complejo, el trabajo manual
y el trabajo intelectual brota de las exigencias técnicas de la producción; puede decirse que, desde el momento en que se genera la antítesis técnico-funcional hasta el
momento en que se disuelve (disolución que no significa la desaparición del
trabajo intelectual y del trabajo manual, sino la anulación de la pertenencia
obligatoria de un tipo de trabajo a una clase y otro tipo de trabajo a la otra), esta
polaridad clasista aparece y reaparece a través de toda la historia. Si tomamos en
cuenta, por otro lado, y utilizando estos términos en su sentido más radical, que no
puede haber trabajo manual química-mente puro ni trabajo intelectual al margen de
cierto trabajo físico, si tomamos en cuenta, asimismo, que en el comunismo
subsistirá la diferencia entre un tipo de trabajo y otro (aunque no polarizado en
clases) podemos afirmar que la diferenciación entre el trabajo intelectual y el manual, como el trabajo en general o las fuerzas productivas, es "la condición natural
eterna de la vida humana". Este carácter constante de la antítesis técnico-funcional
difiere ostensiblemente del carácter variable de las relaciones sociales de
producción. Mientras que desde que se gesta la polaridad clasista técnico-funcional
hasta el socialismo inclusive, existe esta polaridad clasista, y hay una clase
intelectual contrapuesta a una clase manual, en lo que se refiere a la antítesis
económica (que se origina en las relaciones sociales de producción) advertimos
que cada modo de producción trae consigo nuevas polaridades clasistas: el señor
feudal y el siervo de la gleba sustituyen al amo y al esclavo y el burgués y el
obrero sustituyen al señor feudal y al siervo de la gleba; 3) Puede existir, en el
modelo soviético, sin la antítesis económica.
Insistamos ¿por qué llamar a esta antítesis técnico-funcional polaridad
clasista? Porque, al deshacer la tesis del todo aestructurado de la antítesis de las
dos antítesis, nos explica la especificidad de la antítesis técnico-funcional y su
relación peculiar con la otra. Nos esclarece la forma especial de operar de ella
frente a las clases económicas y su posibilidad y realidad de convertirse en el lado
absoluto de la sociedad URSS y democracias populares. Además, la consideración
de tal antítesis como una polaridad clasista, nos abre todo un campo de investigación en la historia, la cultura, la filosofía y, sobre todo, en la caracterización
del socialismo.
42
Marx., El Capital, T. I. ibíd., p.206.
68
¿Cómo conceptualizar, en efecto, la nueva realidad social que existe en la
Unión Soviética? No es, como opinan los propios rusos, un régimen socialista, con
un Estado y un partido que expresan los intereses de todo el pueblo y que está
sentando las bases para crear el comunismo. No es tampoco un Estado Obrero,
degenerado por la burocracia, como opinan los trotskystas. No es tampoco un régimen en que se ha restaurado el capitalismo y en que predomina el "socialimperialismo", como asientan los chinos. O un régimen en que se ha entronizado el
capitalismo de Estado, como creía el "comunismo de izquierda" (Pannekoek,
Korsch, etc.) y tantos otros. El error de todas estas concepciones estriba, entre otras
razones, en que pretenden caracterizar al nuevo régimen a partir de la polaridad
clasista económica. Desde luego que para una evaluación correcta del significado
histórico de la URSS hay que partir del hecho innegable de que en ella se han
socializado, en lo fundamental, los medios materiales de la producción. Si el
socialismo consistiera sólo en eso (y todas sus implicaciones) la Unión Soviética
sería socialista. Todos los que niegan la existencia de una "socialización
económica" en la URSS tergiversan malintencionadamente las cosas y ocultan una
nueva realidad. El modo de producción soviético es más avanzado que el
capitalista (e imperialista), en la misma medida en que el capitalismo lo es más
que el feudal. Pero la nueva realidad que supone el modo de producción soviético
no puede aprehenderse con un sistema de conceptos caduco, hecho para el conocimiento de otra fase histórica. El modelo soviético del "socialismo" no puede ser
considerado como un modelo socialista (sin comillas) porque lejos de sentar las
bases para la desaparición de las clases sociales, de todo tipo de clases sociales, se
finca en la sustantivación, consolidación y predominio de la polaridad clasista
técnico-funcional. Se trata del reinado, por así decirlo, de la antítesis clasista
entre el trabajo intelectual y el trabajo manual. No es que, en la Unión Soviética,
por haberse socializado los medios de producción, los "estratos" o "capas" del
trabajo intelectual y el trabajo manual tiendan poco a poco a extinguirse. No hay
tal cosa. Lo que sucede es al revés. Por haberse socializado los medios materiales
de producción, dejándose intacta la antítesis técnico-funcional, ésta se ha
consolidado y tiende a reproducirse (sobre la base económica de la divisa esencial
de este nuevo modo de producción: "a cada quien según su trabajo", etc.) de
manera prácticamente ilimitada. Una "revolución económica" sin una revolución
cultural crea un nuevo régimen social: un régimen social en que la clase
explotadora es la clase intelectual y la clase explotada la clase obrera manual.
No se trata tampoco de un Estado Obrero, degenerado por la burocracia,
como dirían los trostkystas. El problema fundamental de la Unión Soviética no ha
sido la degeneración (aunque en ella exista cierto revisionismo, etc.) y no lo ha
sido porque el modelo a partir del cual se creó ese nuevo régimen social no ha sido
traicionado, y ese modelo llevaba necesariamente a la instauración de un orden
social que difiere radicalmente tanto del capitalismo cuanto, como después
veremos, de un verdadero régimen socialista. Más que haber una degeneración, en
la Unión Soviética se ha consolidado un nuevo régimen que ha barrido con la
esclavitud económica del mundo capitalista y de la sociedad de clases (económicas) en general; pero que ha absolutizado la antítesis técnico-funcional. Una
69
burocracia, además, no tiene en términos generales ni siquiera en un régimen
bonapartista o dictatorialla capacidad de degenerar a todo un sistema o de
ponerse por encima de las clases. No hay burocracia al margen de las clases. Es
decisivo, por eso, preguntarse por el carácter de la burocracia soviética. Esta última
no es otra cosa que una burocracia (estatal Y partidaria) puesta al servicio de la
clase que está en el poder. Se trata de la burocracia intelectual, de la burocracia
que, frente al proletariado manual, defiende los intereses del trabajo calificado, de
la intelectualidad "socialista". No es tampoco un régimen que haya restaurado el
capitalismo o que se caracterice por poseer una nueva política imperialista (o
"socialimperialista"). Y no lo es porque ha socializado los medios materiales de
producción y porque las razones económicas últimas de su política exterior de
gran potencia ya no se basan, a pesar de las similitudes que puedan presentar con
los grandes países capitalistas, en las necesidades expansionistas del capital.
El régimen soviético no es otra cosa que un nuevo modo de producción: el
modo de producción intelectual (burocrático-tecnocrático). La reinterpretación de
la antítesis técnico-funcional como una polaridad clasista lleva necesariamente a
dos conclusiones: 1) a caracterizar a la URSS como un nuevo modo de producción,
y 2) a definir de otro modo la noción del socialismo. Le damos el nombre de modo
de producción intelectual, en virtud de que la calificación de un modo de
producción determinado, aquello que, desde la designación, lo diferencia de otros,
proviene de la clase que está en el poder en su sistema. De ahí que hablemos de los
modos de producción esclavista, feudal o capitalista. La clase que está en el poder
en la URSS es la clase intelectual, la clase que, aunque no es dueña de los medios
materiales de la producción (porque ellos se encuentran socializados), sí lo es, y en
la forma de la propiedad privada, de los medios intelectuales de la producción. Se
trata, en consecuencia, de un modo de producción intelectual. ¿Por qué
considerarlo así? Es un nuevo modo de producción porque tiene fronteras de
delimitación estructural hacia atrás y hacia adelante, y porque, en su esencia
conformativa, presenta una estructuración (clasista, estatal, institucional, etc.) que
difiere radicalmente de todos los otros modos de producción, incluyendo el
capitalista y el socialista. Tiene fronteras con el capitalismo, porque en el modo de
producción intelectual ya no existe, en lo fundamental, la propiedad privada sobre
los medios materiales de la producción y, por consiguiente, la polaridad clasista
económica propia de los países capitalistas. Tiene fronteras con el socialismo,
porque en el modo de producción intelectual no existe una política que exprese
los intereses históricos de la clase obrera manualdestinada, con la revolución
cultural proletaria, a socializar los medios intelectuales de la producción. Se trata,
pues, de un régimen con "revolución económica" y sin revolución cultural y esto
hace que se diferencie del capitalismo y del socialismo. Hay que subrayar que el
modelo soviético del "socialismo" es un modo de producción separado, un modo
de producción con sus leyes específicas43 que no pueden ser reducidas ni a las
capitalistas ni a las socialistas, porque no llevan de por sí, en la forma de la
continuidad, al socialismo, por las mismas razones por las que la antítesis entre el
43
De las cuales, desde luego, hay que realizar un estudio profundo y detallado.
70
trabajo intelectual y el trabajo manual no forma un solo proceso con la antítesis
económica. Quien sostiene, entonces, la tesis de que la antítesis entre el trabajo
intelectual y el trabajo manual es una polaridad clasista, se ve en la necesidad, si
quiere ser coherente, de afirmar la existencia de un nuevo modo de producción: el
intelectual (tecnocrático-burocrático).
Es un modo de producción, decimos, tecnocrático-burocrático. Y lo afirmamos en este sentido preciso: se trata de un régimen en el que la clase intelectual en
el poder tiene dos estratos sobresalientes: uno en sentido fundamentalmente
económico (tecnócratas, profesionistas, hombres de ciencia, técnicos, administradores, etc.) otro en sentido fundamentalmente político (los burócratas del partido y
del Estado).
El sistema soviético genera un nuevo tipo de ideología que difiere de la
ideología intelectualista del pasado. Ese sistema ideológico intelectualista presenta
como cara externa de la ideología nada menos que el marxismo (el materialismo
dialéctico y el materialismo histórico), aunque su cara interna consiste en defender
solapadamente los intereses de la clase intelectual en el poder en general y de la
burocracia y/o de la tecnocracia en particular.
Son falsas las dos tesis que borran las fronteras que tiene este modo de
producción intelectual hacia atrás y hacia adelante. No es un régimen en el cual se
continúe el capitalismo. No es tampoco un régimen de transición hacia el
socialismo. La tesis que ve a la Unión Soviética como un régimen de transición
maneja, de manera más o menos consciente, el supuesto de que la antítesis técnicofuncional forma bloque con la económica, de tal modo que si se socializan los
medios materiales de la producción, ello hace que se establezca la posibilidad real
de ir, por continuidad, pacíficamente, al socialismo. Pero esto es lo que resulta
falso. Para dar un paso adelante, se requiere de una nueva revolución: la revolución
cultural proletaria. La caracterización del régimen soviético como un estado de
transición, si lo interpretamos como lo hemos hecho con anterioridad, no es otra
cosa que la ideología de la clase intelectual "socialista". Pero probablemente se
pueda interpretar la tesis del "estado de transición" en el sentido de un régimen que
sin ser ya capitalista no es todavía socialista. Sobre esto se precisa aclarar que: o
bien este "estado de transición" posee esencia propia, encarnada entre las dos
fronteras de delimitación estructural y en ese caso es un modo de producción
diferenciado y el nombre de "estado de transición" es inadecuado, o bien se
considera un "estado de transición" que tiende, en forma de continuidad al socialismo, y entonces es una ideología intelectualista.
La noción de modo de producción es, como se sabe, una categoría abstracta,
una abstracción científica en la que se recogen los elementos, los requisitos, el
funcionamiento que caracteriza a un régimen social a diferencia de otros. El
concepto de formación social alude, en cambio, a la situación específica que
presenta ese modo de producción en una parte del mundo y en una fase histórica
determinada, amén de la relación que mantenga en su interior con otros modos de
producción subordinados. No insistiremos sobre el particular. Añadamos tan sólo
una cosa. En la actualidad ya podemos hacer una diferencia entre el modo de
producción intelectual y la formación social intelectual. Entre la República De71
mocrática Alemana, Checoslovaquia, la Unión Soviética, etc., hay diferencias en
tanto formaciones sociales; pero todas poseen el mismo común denominador
estructural: pertenecen, en efecto, a un idéntico modo de producción intelectual.
Es importante subrayar, aunque sea de pasada, el hecho de que la ideología
posee una estructura que resulta inconsciente en general para sus agentes y portadores. Los grandes precursores de la Revolución Francesa, cuando hablaban de la
libertad o de la igualdad, no sospechaban, en términos generales, que esas grandes
consignas no eran otra cosa que las piezas esenciales de la ideología burguesa; otro
tanto ocurre con la ideología intelectual "socialista". Los clásicos del marxismo no
podían sospechar a pesar de ciertos vislumbres geniales al respectoque la
omisión en ellos de la necesidad imperiosa de articular a la "revolución
económica" la revolución cultural, conllevaba a la ideología propia del modo de
producción intelectual.
Hablemos con algún detenimiento de la relación entre la "revolución
económica" y la revolución cultural proletaria. Pero antes de ello, y para abordar
mejor el tema, distingamos tres tipos de teoría: la teoría de las diferentes prácticas,
la teoría de las diferentes clases y la teoría de las diferentes revoluciones. Estas tres
teorías conllevan una rebelión contra la concepción aestructurada de ciertos
conjuntos. La teoría de las diferentes prácticas nace, como hemos dicho, de una
impugnación al binomio teoría-práctica, si por él se entiende, como suele
entenderse, no dos prácticas (vinculadas esencialmente, sí; pero diversas estructuralmente) sino un solo proceso. No sólo la actividad empírico-política es práctica
sino también lo es la teoría, y lo es porque participa de la misma estructura que
posee la práctica económica (y toda práctica) o sea la de que, empleando ciertos
medios de producción, trabaja una materia prima determinada para obtener un
producto. No basta, sin embargo, destacar el común denominador estructural que
tienen la teoría y la práctica, esto es, el ser ambos prácticas, sino que es
indispensable también subrayar sus diferencias. De ahí que sea necesario hacer ver
que se trata de una práctica teórica vinculada a una práctica empírica. En el
momento en que afirmamos tal cosa nace la teoría de las diferentes prácticas la
cual tiene por objeto articular (o apropiarse de la articulación objetiva) de los dos
tipos de práctica enumerados (y todas las otras prácticas que puedan entrar en
consideración), respetar sus diferencias, tematizar la forma en que una se relaciona
con la otra, y rechazar la concepción de un todo aestructurado. El binomio teoríapráctica, tal como lo exponen habitualmente los partidarios de la "filosofía de la
praxis", oculta este análisis: vela la especificidad de la operación de la práctica
teórica y la especificidad de la práctica empírico-política, vela la especificidad de
la relación de la primera sobre la segunda y la manera heterológica en que
repercute la segunda en la primera, de acuerdo con el lugar y el momento histórico
en que se desenvuelvan.
La teoría de las diferentes clases es asimismo una rebelión contra la idea de
que la antítesis económica y la antítesis técnico-funcional constituyen un solo
proceso, como lo hemos explicado suficientemente con anterioridad. La teoría de
las diferentes clases se funda en la teoría de las diferentes prácticas, ya que cada
polaridad clasista tiene su práctica, y no puede reducirse la práctica de la antítesis
72
técnico-funcional a la práctica de la antítesis económica. La aplicación de la teoría
de las diferentes prácticas al problema de las clases sociales ha dado por
resultado la teoría de las diferentes clases.
Por otro lado, si la teoría de las diferentes clases se funda en la teoría de las
diferentes prácticas, la teoría de las diferentes revoluciones se funda en la teoría de
las diferentes clases. Estamos ya en la posibilidad y en la necesidad de asentar que
las esclavitudes del hombre no van a desaparecer por medio de una revolución
(concebida fundamentalmente como "económica"), y que lo demás la extinción
de la antítesis técnico-funcional del Estado, de la familia autoritaria, de la
sexualidad reprimida, etcéteravendrá por añadidura; las esclavitudes del hombre
van a desaparecer por medio de varias revoluciones diversas, articuladas y
jerarquizadas. El objeto de la teoría de las diferentes revoluciones, por consiguiente, tendrá que ser el examen de la especificidad, de la jerarquización, del
ritmo, del nexo, de la diferenciación de las diversas revoluciones que se requieren
para dar al traste con las esclavitudes del hombre. Una parte, Pero sólo una parte,
de la teoría de las diferentes revoluciones o de la tesis de la revolución articulada
(nombre que también podemos emplear para designar la teoría y la práctica de los
diferentes procesos revolucionarios que se requiere vincular para transformar la
sociedad hacia una perspectiva socialista y comunista), es lo que hemos expuesto
en estas páginas. La justa evaluación de la antítesis técnico-funcional, su
calificación de polaridad clasista, la caracterización, derivada de lo anterior, del
modelo soviético de creación del "socialismo" como un modo de producción
intelectual y finalmente, la reinterpretación de la noción misma de socialismo
(como la articulación, entre otras cosas, de la revolución económica y la revolución
cultural proletaria) constituyen un inicio de la teoría de las diferentes revoluciones.
La clase de relación que debe existir entre la revolución económica y la
revolución cultural es una revolución permanente de nuevo tipo. Recuérdese que la
tesis de la revolución permanente, expuesta por Marx y Engels y recreada, con
algunas diferencias, por Parvus y Trotsky44 tiene como esencia borrar la frontera
entre el programa mínimo y el programa máximo, lo cual significa que el proceso
revolucionario no debe enfocarse como estando conformada por dos revoluciones
consecutivas, separada tajantemente la una (democrático-burguesa) de la otra
(socialista), sino como un proceso ininterrumpido consistente en el hecho de que
desde la "primera" revolución se van poniendo las premisas para la "segunda". La
revolución permanente es la impugnación contra ese gradualismo social apoyado
en el esquema político que supone que se precisa volcar toda la energía política en
la consecución de la "primera" revolución (democrático-burguesa o nacionalliberadora) y que sólo después de consolidada ésta hay que reemprender la lucha
para conquistar la "segunda" revolución. Borrar las fronteras entre las dos
eclosiones sociales no significa "simultanear las revoluciones", sino articularlas y
jerarquizar-las. Repárese en el hecho de que la tesis de la revolución permanente,
de innegable importancia en el marxismo, se mueve esencialmente en el seno de la
lucha de clases en el sentido económico del término: su contenido consiste en
44
No nos interesa analizar aquí las diferencias entre Trotsky y Marx, si es que existen, sobre el tema en
cuestión.
73
afirmar que no basta emancipar a la clase burguesa de sus enemigos feudales o
imperialistas, sino sentar las bases, desde el momento mismo en que se emprende
la lucha,45 para socializar posteriormente los medios materiales de la producción.
La revolución permanente de nuevo tipo de que hablamos no es otra cosa que un
aspecto esencial de la revolución articulada a que hemos hecho referencia. Es
también un borrar las fronteras; pero no entre dos revoluciones "económicas", sino
entre una revolución económica y otra cultural. La revolución permanente de
nuevo tipo tiene como su característica esencial luchar también contra el
gradualismo social consistente en la idea de que primero hay que gestar la
revolución "económica" y después, y sólo después de consolidada ésta, crear la
revolución cultural proletaria.46 No. Su concepción se orienta en otro sentido: en el
de que al mismo tiempo de realizar la revolución económica se sientan las
premisas para llevar a cabo la socialización paulatina, planificada, constante, de
los medios intelectuales de producción, proceso éste que implica la proletarización
(manual) de la clase intelectual y la concientización de las grandes masas populares.
Todo lo anterior nos lleva a la conclusión de que no está condenada la lucha
anticapitalista a dar a luz el modo de producción intelectual (burocrático-tenocrático). La posibilidad de evitar tal cosa reside en la asimilación por parte de los
revolucionarios y las masas Populares de la teoría de las diferentes revoluciones.
Pero esta asimilación (o lo que es lo mismo: la aceptación de la revolución
permanente de nuevo tipo) implica muchas, pero muchas cosas: modificar la
concepción del partido-vanguardia de la clase obrera en el sentido de que debe ser
el partido de la clase obrera manual; modificar la tesis de la dictadura del
proletariado a favor, como se comprende, de la concepción de la dictadura del
proletariado manual, y combatir, tanto a nivel nacional como internacional, no
sólo contra la clase burguesa (detentadora de los medios materiales de la
producción) sino también contra la clase intelectual (monopolizadora de los
medios intelectuales de la producción). La anterior afirmación no niega, como es
lógico, la necesidad imperiosa de una adecuada política de alianzas. La
intelectualidad "socialista", los ideólogos del modo de producción intelectual, no
constituyen, en la sociedad capitalista, el enemigo principal de un proletariado
manual consciente. Los partidarios de la teoría de las diferentes revoluciones
pueden y deben aliarse críticamente con esta clase intelectual no burguesa, con esta
intelectualidad que busca su autoemancipación a través de la lucha anticapitalista;
pero en esta alianza no deben perder nunca su fisonomía y contenido: la fisonomía
y contenido de una revolución articulada.
Es importante hacer notar que de la misma manera que frente a la ideología
burguesa se yergue la ideología proletaria (el economismo, el obrerismo vulgar),
frente a la ideología de la clase intelectual (o intelectualismo), en la que hemos
puesto el acento en las páginas precedentes, se levanta el manualismo, la ideología
de la clase manual. A. Gramsci decía adecuadamente que "si se afirma la
necesidad del contacto entre intelectuales y simples no es para limitar la actividad
45
46
Bases, por otro lado, que implican la independencia política de la clase obrera, etcétera.
Y la rebelión antiautoritaria y la revolución sexual, etcétera.
74
científica y mantener la unidad al bajo nivel de la masa, sino precisamente para
crear un bloque intelectual-manual que haga posible un progreso intelectual de la
masa y no únicamente a reducidos grupos intelectuales".
El marxismo no es la ideología ni del proletariado ni del proletariado manual sino
que es una teoría basada en la conciencia verdadera que, además de apropiarse de
la realidad social tal cual es, expresa los intereses anticlasistas tanto del obrero
asalariado cuanto del proletariado manual.
75
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