La nada como plenitud. Lecciones hinduistas en un poemario de

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La nada como plenitud. Lecciones
hinduistas en un poemario de Clara Janés
Rosalía Pérez González
Jawaharlal Nehru University
E
n Clara Janés, acaso la poeta española más importante de la literatura
española contemporánea, la nada vacía y angustiosa de sus primeros
años universitarios, una nada vinculada a la muerte y al “afán defraudado de
vencer la finitud”, pasa a ser una nada vivida como plenitud. “Ser nada con
la nada / es mi designio” (Janés, 1996, 110), le hace pronunciar a Machnún
–alter ego de la poeta– en su poemario Diván del ópalo de fuego y ella misma
se da muerte en la coda final del libro para “avanzar hacia el silencio”, dice,
y así unirse con los legendarios amantes árabes (Layla y Machnún) cuya
historia de amor se había narrado a lo largo de la obra. La nada es evocada
en el espacio que sigue al poema, la página en blanco, donde se ha dado
la unión de todos los personajes del libro. El poemario que aquí vamos a
trabajar, Los secretos del bosque, también termina en “desaparición”.1 Así
dice su último poema que lleva por título “Vita Nuova”:
Ascendemos a la desaparición
en el abandono del peso
y las ondas del aire
en cerco de alegría.
Que no es olvido,
que no es olvido
ese despojamiento:
se esboza un hueco
y el que acude
penetra como un pájaro
en la prístina acogida
mientras cruzan
los espejos interiores
los rostros todos del amor
y la delgada línea del horizonte
dice: no hay forma
1
El estudio de este poemario está más extensamente elaborado en mi libro Clara Janés. La luz y el
prisma (en prensa).
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HISPANISMOS DEL MUNDO: DIÁLOGOS Y DEBATES EN (Y DESDE) EL SUR
en el más allá,
ni fuga
no hay sombra,
ni luz,
ni concreción (Janés, 2002, 75).
En la contraportada de este poemario, se advierte al lector que esta obra
remite a la etapa de desasimiento que se narra en la Gran Upanisad del
Bosque. Se trata de una de las cuatro etapas de la vida del hombre: tras la
etapa de castidad (como modelo de vida de soltero) y la etapa de casado,
comienza un “vagar por el bosque” (etapa de vanaprastha), que es donde
se sitúa el libro.
Sin embargo, esta no es la única tradición espiritual que el poemario
señala. Así, el trasfondo alquímico, que subyace a lo largo de toda la obra,
es el que más ha llamado la atención de la crítica. Mariarosa Scaramuzza,
por ejemplo, describe el poemario como un viaje nocturno e iniciático que
parte de la oscuridad de la nigredo hasta llegar a la blancura del alba en la
albedo. No le falta razón a la estudiosa pues a lo largo del libro se da cuenta
de un proceso de transformación alquímica de base amorosa. Pero esto se
apoya en temas no siempre explícitos en el referente alquímico. Hay pues
que acudir a la Gran Upanisad del Bosque, tan desatendida por la crítica,
para entender más completamente el poemario de Clara Janés.
El Brihadāranyaka, la más antigua de las Upanisads, se considera el
apéndice del Sathapata Brāhmana, o tratado de los cien caminos. A los
Brāhmana, tratados filosóficos y rituales que suelen terminar en enseñanzas
sapienciales, se les llama enseñanzas del bosque (āranyaka), pues se concibieron para ser leídos en el retiro de la naturaleza. Y es que el bosque es,
en la tradición hindú, lugar de reflexión y contemplación. Esta Upanisad es
esencialmente un “bello compendio de sabiduría” que consta de tres libros.
El primero lleva el nombre de Madhu-kānda o “tratado sobre la miel”. El
tratado comienza así:
La cabeza del caballo del sacrificio es el amanecer, su ojo es el sol, su energía
vital es el aire, su boca abierta es el fuego llamando Vaisvānara, y el cuerpo
del caballo es el año. Su espalda es el paraíso, su tripa el cielo, su pezuña
la tierra, sus lomos los cuatro puntos cardinales, sus costillas los puntos
cardinales intermedios, sus miembros las estaciones, sus articulaciones los
meses y quincenas, sus pies los días y noches, sus huesos las estrellas, y su
carne las nubes. Su comida medio digerida es la arena, sus vasos sanguíneos
los ríos, su hígado y bazo las montañas, sus pelos las hierbas y los árboles. Su
parte delantera es el sol ascendiente, su parte trasera el sol descendiente, su
bostezo es el rayo, su sacudida del cuerpo es el trueno, su orina es la lluvia,
y su relincho es la voz (I.I.1).
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Por un lado, este pasaje, que por cierto Clara Janés cita por completo en
su libro Espacios translúcidos, describe el rito védico del caballo sacrificial.
Durante la época védica, este sacrificio-ofrenda (yagna), el más difícil de
llevar a cabo por sus muchos requisitos, se realizaba para proclamar a un
rey como dueño de un territorio. El periodo védico, centrado en la ejecución
mecánica de rituales externos y conocido como karma kanda (“era de los
rituales”), desemboca con las Upanisads en gyan kanda (“la era de especulación”). El sacrificio se hace entonces interno, el conocimiento se vuelve
más importante que la acción mecánica y el ritual se convierte en meditación.
Así, en la Gran Upanisad del Bosque, el rito del caballo sacrificial (conocido
como ásva-medha) simboliza el desasimiento total que tiene que hacer el
sujeto para tomar conciencia de lo real. El ser humano se ofrece por entero y
ofrece el universo bajo la forma de un caballo. Por otro lado, este texto ya nos
señala que la multiplicidad del universo parte de un mismo principio común
y que por ello en cada aspecto de la naturaleza ya sea el sol, las estaciones,
los puntos cardinales, los ríos o los árboles, es posible vislumbrar “el rostro
oculto de Dios”, el rostro Brahma, que es la energía vital.
En este tratado, también se expresa, de manera concisa, la enseñanza
más preciosa: “Yo soy Brahmā” (I.IV.10). La miel (madhu) hace referencia
a algo preciado y agradable, y “esta instrucción (upadesa) es la miel de las
enseñanzas upanisádicas” (Martín, 2002, 14). La verdadera identidad del
ser individual (ātman) es el de lo absoluto, el ser total (Brahmā) o, dicho de
otra manera, el microcosmos humano tiene su contrapartida en el inmortal
macrocosmos divino.
Importa notar que, cuando Janés cita esta Upanishad, lo hace de la edición
de Consuelo Martín, quien traduce el libro con los comentarios de Sánkara,
el filósofo expositor del advaita vedanta o vedanta no-dualista. Para el sabio,
quien ha alcanzado la liberación (moksha) no vislumbra dualidad alguna. De
ahí que no exista ninguna diferencia entre la más alta divinidad (Brahmā)
y la esencia más profunda del hombre (atman).
Con estas lecciones de alta sabiduría, regresemos de nuevo a Los secretos del bosque. Nos encontramos en un espacio lleno de naturaleza (linces,
lémures, abubillas, mariposas y cigüeñas son sólo algunos de los muchos
animales que el protagonista se encuentra en su recorrido). Estos seres son
teofanía del amado (“Toco una piedra/ y es tu mano lo que mi mano toca”,
Janés, 2002, 44). El sujeto protagonista se identifica y transmuta en los elementos de la natura (“Soy sucesivamente tierra, fuego/ aire, agua. Y de nuevo
tierra, fuego….”, Janés, 2002, 59) y para él resulta imperioso el desasimiento:
(“nada, nada, nada/ nada esperes/ y súmete en la nada”, Janés, 2002, 54).
Estos temas cobran todo su sentido a la luz de la Gran Upanisad del Bosque.
Desde el primer poema, aparece el protagonista poético vagando solo
por los bosques (Janés, 2002, 7). A ese lugar poblado de matas y árboles ha
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tenido que retirarse, en soledad, como hacían los sabios hindúes para poder
contemplar la verdad. Pronto se expresa el objeto de ese vagar:
tú, cuyo objeto es vagar entre los pinos
cediendo lastre
hasta la desnudez.
El abandono de la materia
es tu meta,
pura disolución (Janés, 2002, 9).
El bosque, en el hinduismo, es lugar de desasimiento. Cerca del final de
la vida, el creyente hindú tiene que partir al bosque para desprenderse de
toda atadura. Es la etapa del vanaprastha (“el que ha partido al bosque”)
que implica abandonar toda posesión material y toda “vida mundana” preparándose así a la vida espiritual. Este bosque húmedo (lleno de pantanos,
lodo, musgo y charcos) por el que vaga la protagonista, cumple la misma
función que desempeñaba el desierto en la tradición judeocristiana, en cuanto
“espacio de desposesión, renuncia y vaciamiento” (Gorga López, 2008, 92).
El protagonista de Los secretos del bosque, pronto es despojado de sus
bienes más preciados (su simbólica “bolsa de monedas”) por un misterioso
personaje sólo caracterizado por su mirada luminosa (Janés, 2002, 13), unos
ojos de luz que aprisionan el corazón del protagonista. De la misma manera,
en Brihadāranyaka se refiere al Brahma condicionado, esto es, al Dios personal creador de todas las criaturas, como Virāj, literalmente “el que brilla”
(Cf. Martín, 2002, 41) y lo identifica en numerosas ocasiones con la luz.
Tras el robo, el sujeto desaparece inmediatamente. Comienza, entonces,
una búsqueda que va a estar caracterizada por una renuncia constante. A
la desposesión material le sigue la sensorial (“perder el sentido/ es lo que
espero ante su imagen”, Janés, 2002, 64), la intelectual (“ausencia de saber”,
70) y la identitaria (“y se borró mi nombre/ en mi memoria”, 46). En medio
del camino, descubre que sus monedas se hallan en las profundidades (“y
vi allá mis monedas / en la sima, entre el musgo y el lodo”, 14). A ese lugar
profundo, lo invitan para recuperarlas:
Oí una voz que me decía:
no hay profundidad
para ti inalcanzable,
no hay abismo cuyo reto
pueda amedrentarte (14).
Este camino interior hacia lo más hondo de uno mismo no es camino
fácil. A veces el protagonista poético se asombra del poder que ha ejercido
en él la belleza luminosa del sujeto:
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¿Por qué de tal modo
aquella imagen
me lanzó a la carrera
entre charcos embarrados,
troncos secos,
la trampa de los pantanos…? (16)
La muerte, además, acecha:
Este es el reto:
nos hemos de enfrentar
a vida o muerte,
cuerpo a cuerpo (65)
Sin embargo, como se expone en la Gran Upanisad del Bosque y como
nuestro protagonista descubrirá más adelante, la muerte conlleva la vida.
Comenta Consuelo Martín en una nota al pie:
La muerte (Aditi) y la vida (Hiranyagarbh) son una misma cosa. Y quien
comprende que ambas son él mismo, quien no se siente un ser separado
sino una misma cosa con la Vida total que es muerte total, ha trascendido su
“yo”, ilusorio, personal. A esto se denomina en este texto hacer el sacrificio
del caballo. El yo individual y el universo entero son lo ofrecido en sacrificio
como una muerte (Martín, 2002, 46).
El protagonista interpela a la naturaleza en su búsqueda de aquel que le
robó unas monedas y, con ellas, el corazón, como otrora hiciera la esposa
del “Cántico” de San Juan de la Cruz: “¿dónde se oculta, decidme / ramas
desnudas / el que me huye?” (Janés, 2002, 34). La respuesta no se hace
esperar: “lo sabe vuestro corazón”. No sólo le están contestando que el
conocimiento es por vía amorosa, sino que le desvelan que es en lo más
profundo de su ser donde su objeto de anhelo se ha escondido. En el Madhukānda, el maestro védico Yajnavalkya también le insta a su esposa Maitreyī
a buscar el conocimiento en el Yo (en el Ser): “Querida Maitreyī, se debe
tomar conciencia del Ser, se debe escuchar, reflexionar y meditar en Él. Al
escuchar, reflexionar y meditar en el Ser todo se comprende” (II.IV.5).
Al final del poemario, asistimos al ansiado encuentro, igual de sorprendente que aquel que presenciaron las aves de Attar en busca del Simurg:
cuando “él separó las ramas, / vi que su rostro el mío era, / y supe que el suyo
era mi rostro” (Janés, 2002, 72). Observador y observado son idénticos, y
el buscador y el objeto de búsqueda resultan una misma cosa. Las mismas
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monedas que habían caído en la profundidad le son ahora devueltas desde
el cielo:
Nació la aurora,
y el cielo se llenó
de doradas monedas (Janés, 2002, 74).
Los espacios se han desplomado y el “arriba” y el “abajo”, como dice la
Tabula Smaragdina, se confunden. La inquietante mirada del desconocido
ya había identificado el microcosmos del protagonista con el macrocosmos universal: “Fue un compás su mirada/ que medía mi corazón/ con
la amplitud del orbe” (Janés, 2002, 14). El enigma que ansiaba conocer
(Janés, 2002, 61) se ha desvelado: el sol celeste ha sido encontrado en el
corazón del protagonista a la vez que alumbra el cielo, tras la aurora. El
proceso alquímico ha terminado y las monedas son devueltas al protagonista
al final de la obra, convertidas en oro. Recordemos que el sujeto anhelado
había sido descrito meramente por su cualidad luminosa y, en ocasiones,
identificado con el sol (Janés, 2002, 61). Las monedas, identificadoras del
ser del protagonista, regresan desde el cielo permeadas de sol, es decir, se
transforman alquímicamente en monedas de oro. La unión con el anhelado
ha metamorfoseado todo metal.
Ya no hay cabida para la dualidad, como pregonaba Sánkara. Los límites
entre los personajes se han borrado: comparten un mismo cuerpo (“el aire
recorría su cuerpo / que era el mío”, Janés, 2002, 46), un mismo aliento (“y
yo respiraba sólo por su boca”, 49) y también un mismo rostro-identidad (“vi
que su rostro el mío era / y supe que el suyo era mi rostro”, 72). También
se han borrado las coordenadas espacio-temporales: “El instante dejó de
ser instante, / el lugar era nuestra mirada” (73). Todo es acogido por el ser.
Como leemos en otra Upanishad, esta vez la Shvetaashvatara:
¿De dónde venimos? ¿Por qué vivimos? ¿Dónde al fin hallaremos paz?...
Los sabios, en las profundidades de la meditación, vieron en su interior al
Señor del Amor, que habita en el corazón de cada criatura…Él es uno. Él
es quien gobierna el tiempo, el espacio y la causalidad (I.1 & 3, citado en
Nagler, 2005).
Como vemos, era imprescindible leer la Gran Upanishad del Bosque
para entender este poemario janesiano que describe un camino de renuncia
hasta llegar a la plenitud de la nada. Es más, podríamos decir que la lección
ontológica que exponen los versos de este libro, es una auténtica enseñanza
“del bosque”. Este poemario de Clara Janés, Los Secretos del Bosque, es
pues un Brihadāranyaka, un Upanishad contemporáneo escrito en español.
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Bibliografía
Gorga López, Gemma, 2008. “Ecos sanjuanistas en la poesía última de Clara Janés”, Cuadernos de Filología Hispánica, 26: 83-100.
Janés, Clara, 1996. Diván del ópalo de fuego.
Murcia: Editora Regional de Murcia.
Janés.”, separata en C. Janés. Los secretos
del bosque. Madrid: Visor.
Martín, Consuelo, ed., 2002. Gran Upanisad
del Bosque. Madrid: Trotta.
Nagler, Michael, 2005. “Las Upanishads”
Revista sufí, 9: 18-25, [en línea], http://
www.nematollahi.org/revistasufi/leertex.
php?articulo=120 (fecha de consulta 6-5
Scaramuzza Vidoni, Mariarosa, 2002. “Alqui-2013)
mias poéticas en algunos versos de Clara
—————, 2002. Los secretos del bosque.
Madrid: Visor.
Resumen:
El poemario Los secretos del bosque (2002) de Clara Janés hace una constante referencia a la
etapa del vanaprastha. El protagonista debe vagar solo por los bosques, como hacían aquellos
sabios hindúes que ansiaban alcanzar la verdad. Durante el camino acontece un proceso de
despojamiento material, sensorial, intelectual y hasta identitario, proceso necesario para poder
contemplar el verdadero Ser. La lectura de algunos pasajes de Gran Upanisad del Bosque nos
hará entender mejor este libro de poemas galardonado con el premio Jaime Gil de Biedma.
Palabras clave:
Clara Janés, Upanisad, poesía española, vanaprastha.
Abstract:
The book of poems The Secrets of the Forest (2002) by Clara Janés makes a constant reference
to the stage of vanaprastha. The protagonist must wander alone in the woods, as the Hindu
sages who longed to reach the Truth used to do. Along the path it occurs a process of stripping
that includes material, sensory, intellectual stripping but also an abolishment of the identity; a
process, by the way, necessary to contemplate the true Self. The reading of some passages of
Brihadāranyaka will let us better understand this book awarded by Jaime Gil de Biedma prize.
Keywords:
Clara Janés, Upanishad, Spanish poetry, vanaprastha.
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