203 Diplomacia al servicio de la libertad, de Gérard Malgat Por Pedro González Olvera* Por fortuna cada vez se conoce más sobre la obra de Gilberto Bosques1 en torno al auxilio que dio a miles de refugiados españoles y perseguidos políticos de otras latitudes, al finalizar la Guerra Civil Española y algunos de los años que duró la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, lo que se diga no es suficiente para tener una dimensión exacta y hacer justicia a esa enorme labor que realizó en su calidad de representante diplomático de México en Francia en horas aciagas no sólo para los españoles derrotados, sino para la humanidad en su conjunto. Por ignorancia, suele comparársele con personajes de otras latitudes para alabar su trabajo (por ejemplo llamándolo el “Schindler mexicano”), sin tener en cuenta que no se requieren esas comparaciones para darse cuenta de las dimensiones de lo que hizo Gilberto Bosques para salvar vidas, no sólo de personalidades importantes de la Segunda República, sino también de hombres y mujeres que creyeron en este proyecto nacional para España y que lucharon desde las trincheras para conseguir su permanencia. Por ello, resulta de interés primordial el libro que se reseña en esta nota de la autoría del estudioso francés Gérard Malgat, quien realizó una acuciosa investigación en archivos de México y de otros lares para dar cuenta precisa de los alcances del trabajo de Gilberto Bosques en su carácter de cónsul de México, primero en París y luego en Marsella, a donde se vio obligado a trasladar la sede del consulado en una consecuencia de la invasión alemana a Francia y la instalación del gobierno colaboracionista del mariscal Petain. Como se sabe, ante la derrota de la República, miles y miles de sus partidarios se vieron obligados a salir de su patria ante la amenaza de cárcel o pena de muerte que se cernía sobre sus cabezas y se dirigieron en busca de refugio al país en el que pen* Licenciado en Relaciones Internacionales por la UNAM. Miembro de carrera del Servicio Exterior Mexicano. Correo electrónico: pedrogolvera@gmail.com 1 Al respecto, se recomienda la película (documental) Visa al paraíso, de Lillian Liberman (guión y dirección), producida por Herb Nanas, Michael Grillo y Roberto Grand, con música de Jacobo Lieberman, estrenada el 22 de marzo de 2010 y disponible en varios sitios electrónicos. Véase http:/ /www.fulltv.com.ar/peliculas/visa-al-paraiso.html Revista de Relaciones Internacionales de la UNAM, núm. 119, mayo-agosto de 2014, pp. 203-208. Revista de Relaciones Internacionales de la UNAM, núm. 119, mayo-agosto de 2014, pp. 203-208. 204 Pedro González Olvera saron que iban a encontrar, si no paz y sosiego, al menos formas de sobrevivencia digna. No fue así; contra la tradición liberal y humanitaria de Francia, el gobierno de Petain, en franca colaboración con el ejército sublevado y en vías de convertirse en gobierno nacional, y con el ejército alemán invasor, impidió primero su ingreso y luego los mandó a campos de concentración, en los cuales muchos fueron víctimas mortales del clima y las enfermedades. Para evitar que eso se convirtiera en un genocidio, los diplomáticos mexicanos acreditados en Francia, destacando Bosques, en consonancia con las instrucciones del presidente Lázaro Cárdenas, desde el principio del conflicto claramente identificado con los republicanos, pusieron en marcha, según nos narra Malgat, toda una serie de mecanismos que llevaran a preservar la vida de los refugiados españoles: Cito in extenso, por la pertinencia del resumen, lo que hicieron el cónsul de México y sus colaboradores: Comisionados por el presidente Lázaro Cárdenas para llevar ayuda solidaria a los cientos de miles de republicanos que llegaron a a refugiarse a Francia, Gilberto Bosques y sus asistentes del consulado de México realizaron una inmensa tarea. Mediante su contacto con los dirigentes republicanos exiliados, hicieron llegar apoyos económicos y materiales a los refugiados, quienes se hallaban encerrados en campos improvisados, insalubres y desprovistos de instalaciones básicas. Organizaron visitas de inspección para comprobar las degradantes condiciones que padecían los internos y para darles a conocer la disponibilidad de México para recibirlos. Garantizaron su protección diplomática mediante el otorgamiento de visas y organizaron el embarco de miles de ellos para su traslado a México.2 De hecho este párrafo constituye el núcleo del libro, el cual, según su autor, fue hecho para que lectores franceses conocieran a fondo este episodio de su historia del que casi no se habla, tal vez por vergüenza, y para evitar que los ilegales que llegan en la actualidad a ese país sean tratados al igual que lo fueron en ese entonces los refugiados españoles. Malgat no escatima juicios severos contra los gobernantes que condujeron a Francia en ese entonces: “En el libro negro de la historia contemporánea de Francia, esos años durante los cuales la Libertad, la Igualdad y la Fraternidad se perdieron”,3 existen acciones y hombres que mantuvieron la resistencia y la esperanza: a estos últimos pertenece Gilberto Bosques. 2 Gérard Malgat, Gilberto Bosques. La diplomacia al servicio de la diplomacia. París-Marsella (1939-1942), Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, Vanilla Planifolia, México, 2013, pp. 29-30. 3 Ibidem, p. 29. UNAM, Tal vez esté dirigido en principio para los lectores franceses, pero no sobra para que los mexicanos y nacionales de otras latitudes podamos constatar de lo que fue capaz un diplomático mexicano bien pertrechado de principios personales como la honestidad, la compasión, amor a la justicia y respeto a las mejores causas de la humanidad, entre muchos otros. De este modo, el autor del libro nos narra paso a paso la forma en que Gilberto Bosques no se limitó a entregar las visas y los documentos requeridos para que los refugiados pudieran salir lo antes posible hacia México o, incluso, ya desatada la Segunda Guerra Mundial, para que antifascistas de países afectados por la invasión de la Alemania hitleriana y sus cómplices, pudieran integrarse a la lucha por la liberación de sus respectivas patrias. Si sólo esto fuese el aporte del diplomático mexicano, ya tendría suficiente para que pasara a la historia por su labor humanitaria, pero fue mucho más allá: en colaboración (no siempre fácil) con organismos de ayuda a los republicanos, entregó fondos para la subsistencia de los refugiados, provenientes del gobierno mexicano y, a veces hasta de su propio bolsillo, sacó personalmente por instrucciones suyas a varios de ellos de las cárceles del gobierno de Petain, entre ellos al escritor Max Aub; organizó la salida hacia México de los barcos con miles de refugiados, concretó un acuerdo con ese gobierno, insólito y gran logro, para solucionar los problemas que le representaba la presencia de los refugiados españoles en su territorio y se comprometió a recibirlos en el de México. Adicionalmente, Bosques logró la formación de un Consejo Permanente que se encargara de velar que los acuerdos se aplicaran. Mientras tanto, sin dejar de trabajar en la elaboración documental, en los últimos meses de 1940 Gilberto Bosques y su equipo se dedicaron a buscar las condiciones necesarias para que los refugiados pasen en definitiva de la deplorable situación de los campos de concentración y de los hoteles en donde la legación mexicana los había hospedado, a residir en algún lugar con un entorno mucho más favorable tanto en el sentido de vida diaria como en el de protección contra el acecho de sus enemigos, acentuado por las presiones del gobierno franquista. Además, la cada día más numerosa cantidad de refugiados así lo obligaba. Encuentran, para tal efecto, dos espaciosos castillos, el de La Reynard, ubicado al Oeste de Marsella, rodeado de bosques y prados y con antiguas instalaciones militares utilizadas por el ejército inglés durante la Primera Guerra Mundial, pero en un estado de gran deterioro que suponía un enorme trabajo para dejarlo de nuevo habitable. El segundo castillo, a poca distancia de La Reynard, se denomina Montgrand o de SaintMenet, mismo que se encontraba en mejor situación estructural que el primero. Ambos castillos se pusieron bajo la jurisdicción del consulado mexicano, por lo que al menos técnicamente representaron parte de las instalaciones para que éste funcionara. La Reynard se constituyó en alojamiento masculino y sus huéspedes se núm. 119, mayo-agosto de 2014, pp. 203-208. 205 Revista de Relaciones Internacionales de la Diplomacia al servicio de la libertad Revista de Relaciones Internacionales de la UNAM, núm. 119, mayo-agosto de 2014, pp. 203-208. 206 Pedro González Olvera multiplicaron con rapidez, pues en Marsella se corrió la voz de su apertura. Se estaba entonces ante la necesidad de organizar su adecuado funcionamiento, por lo que se nombraron administradores y se dividieron las labores en sectores (administración, agricultura y granja, obras y talleres, salud, cultura, deportes y vigilancia, abastecimiento). Por otra parte, en el de Monard, se instalaron mujeres y niños, equipados con una organización adecuada para la convivencia diaria de las personas alojadas. El mantenimiento corría por cuenta del consulado, con el apoyo de las organizaciones de la República española en el exilio, pero destaca que pronto quedaría claro que a las tierras de los castillos se les podía sacar provecho con labores agrícolas, mismas que bien planificadas (por ejemplo, se construyeron canales de irrigación), producirán verduras y frutos destinadas al consumo de los habitantes de los castillos. Sin buscarlo de manera expresa, Gilberto Bosques contribuyó a la formación de dos comunas, de corta vida si se quiere debido a las presiones externas de agentes franquistas, policía francesa y la Gestapo, pero ejemplares en su organización y, sobre todo, en la disciplina de sus integrantes, al grado que su éxito es visto hasta con envidia por los habitantes de los poblados que rodean a los castillos. Algunas cifras son reveladoras de los logros de lo que este reseñista, no el autor del libro, ha llamado “comunas”: durante el tiempo de su funcionamiento (12 meses y medio), en La Reynard se sirvieron 229 412 desayunos, 299 167 comidas y 301 167 cenas. Mientras, de diciembre de 1941 a junio de 1942, en el otro castillo se ofrecieron al menos 100 mil comidas. Más allá de estas actividades de apoyo y protección a los refugiados, Bosques y su equipo armaron todo un entramado de cooperación con las distintas organizaciones, que hoy se llamarían organizaciones no gubernamentales, en particular con aquellas que se dedicaron a ayudar y a emigrar a los judíos, por lo que muchos de ellos fueron beneficiados con las labores del consulado mexicano. Por si esto fuera poco, el diplomático mexicano organizó un sistema de información noticioso de los acontecimientos mundiales. Con la colaboración de varios periodistas españoles republicanos y un pequeño radio produjo un boletín diario en el que se consignaba lo más esencial del acontecer cotidiano en el mundo, y permitía al cónsul estar al día sobre la evolución de la guerra mundial y otros eventos de carácter internacional. Al lado de este sistema informativo, Bosques decidió ir más allá de los límites que en su tarea le imponía la Secretaría de Relaciones Exteriores, que no había dejado de ser presionada desde los tiempos del presidente Lázaro Cárdenas y más todavía en los del presidente Manuel Ávila Camacho por la derecha mexicana para que el gobierno de México dejara de favorecer a los republicanos españoles. Así, “trasmite a sus colaboradores la consigna de conceder inmediatamente la condición de emigrante y de otorgar una visa a todo aquel que exprese su deseo de 4 5 6 Ibidem, p. 258. Ibidem, p. 262. Ibidem, p. 267. UNAM, adquirir la nacionalidad mexicana, sin dudar en contravenir las normas en vigor a la sazón dentro de su país”.4 Otorgó visas a refugiados de distintas partes de Europa, consciente incluso que no venían a México, sino a integrarse desde la clandestinidad a luchar en contra del fascismo; se elaboraron documentos y credenciales de identidad falsos y dio alojamiento y algo de dinero a quienes veía en peligro. Él y su equipo se pusieron en peligro al no dudar en establecer comunicación con aquellas organizaciones que habían sido declaradas fuera de la ley por el gobierno de Vichy y cuyos integrantes eran hostigados y perseguidos por nazis y huestes de Francisco Franco, incluso el Partido Comunista Español y anarquistas españoles, políticos alemanes presos para evitar su deportación a Alemania, y a yugoslavos e italianos que recibieron documentación no para ir a México, sino para escapar del asedio y la cárcel y entrar en la clandestinidad. En voz de Laura Bosques, hija del diplomático, entrevistada por el autor del libro: “no todo mundo llegó a México, pero si contaban con una visa estaban protegidos”.5 Es cierto que no todo fue favorable, pues hubo deserciones y delaciones en contra de las actividades de Gilberto Bosques, que complicaron y casi asfixiaron las actividades del consulado entero, pero aun así mantuvo sus contactos con personas que asumieron “valerosamente en sus puestos su parte de trabajo y de riesgo para facilitar los apoyos, las evasiones y las acciones clandestinas”.6 Organizó, de manera paralela, y más en el marco de la ley, un servicio jurídico que auxilió a republicanos solicitados por las autoridades franquistas para que fueran extraditados a su patria, en donde con toda seguridad serían pasados por las armas. Evitó, con muchos, que tal situación se presentara, no lo consiguió en otras, pero de nuevo quedó patente el esfuerzo de un diplomático comprometido con la justicia. Todo este trabajo se interrumpió, las residencias fueron clausuradas, los barcos con refugiados dejaron paulatinamente de salir conforme las fuerzas fascistas se apoderaron del continente europeo y, en un acto totalmente contrario al derecho internacional, Gilberto Bosques, su familia y su equipo de colaboradores, fueron detenidos y luego llevados hasta Alemania, previo cumplimiento de la instrucción de romper relaciones diplomáticas con el gobierno francés de Vichy, que le garantizó la salida sin problemas hacia México, promesa no cumplida por la prepotencia de las fuerzas de ocupación. En Alemania, la familia Bosques y los funcionarios mexicanos fueron considerados prisioneros de guerra, hasta que en marzo de 1944, después de 13 meses de confinamiento, el gobierno mexicano aceptó un inusual intercambio de núm. 119, mayo-agosto de 2014, pp. 203-208. 207 Revista de Relaciones Internacionales de la Diplomacia al servicio de la libertad Revista de Relaciones Internacionales de la UNAM, núm. 119, mayo-agosto de 2014, pp. 203-208. 208 Pedro González Olvera prisioneros y el grupo de mexicanos encabezados por Gilberto Bosques retornó a su patria recibidos con honores por aquellos a quienes les había salvado la vida. Concluyó así una historia de novela, que Gérard Malgat se encarga de narrar justo casi en ese tenor, en un libro que recuerda uno de los episodios más prestigiosos de la diplomacia mexicana, para que aquí y ahora lo tengamos siempre presente. De la misma forma en que en la realidad Bosques no escatimó esfuerzos para ayudar a los damnificados de la Guerra Civil Española y a salvar víctimas del nazi-fascismo, Malgat no escatimó esfuerzos en su investigación a fin de entregar a sus lectores un excelente estudio, que acompaña de una rica iconografía. Su libro es imperdible para los estudiosos e interesados en el estudio de la historia de la diplomacia mexicana a través de sus grandes constructores. Gérard Malgat, Gilberto Bosques. La diplomacia al servicio de la diplomacia. París-Marsella (1939-1942), Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, Vanilla Planifolia, México, 2013, 378 pp.