315 CINE EL DISCRETO ENCANTO DE LA BURGUESÍA O UN INFIERNO PARA EL REFINAMIENTO Invento de Luis Buñuel Rafael Otano El día que Buñuel decida cambiar la cámara por las zapatillas y diga adiós al cinc, los aguafuertes de Coya se desvanecerán de nuevo en los muscos, Dalí se corlará con tristeza sus bigotes, habrá un minuto de silencio en alguna inexistente Cinelandia y muchos fantasmas europeos podrán otra vez pasearse por el mundo sin temor a que nadie los identifique y ponga en ridículo. Buñuel es lodo cine. La cámara es en é! una prolongación de su persona. Es la plasmador* de un cerebro obsesionado. La llave de un castillo de imposibles, el pasaporto bacía la magia. Es el Novum Organun Ü Nueva Lógica (o Ilógica) del Sueño, de la Realidad por Arriba y por Abajo, del Acá hecho Allí y del Más Allá convertido en Más Aquí. Esa cámara mezcla los espacios y los tiempos, los niveles de la vida y de la conciencia, de la surrealidad y la ultrarrealidad. Y todo se inlegra como espontáneamente, logrando forma y continuidad artística, en brazos de una imagen que se impone por su implacable nitidez y cromatismo. Buñuel y su cámara, todo uno, como caballero con su lanza. Una cámara exacta, milimétrica que se niega al capricho, y sin embargo, se entrega orgiásticamente a las obsesiones. El celuloide de Buñuel todo lo aguama, hace todo verosímil. Sumerge al espectador en una especie de hipnosis. Y con todo, lo mantiene en un continuo sobresalto ante la inminencia de lo insólito que puede filtrarse a través del más nimio detalle cotidiano. Buñuel no es tan difícil. No es tan hermético como se ha dicho y repelido. Buñuel es un mundo. Y por cierto, tan arquitrabado y exigente como el del cineasta o artista más riguroso. Pero sus argumentos no son historias (o al menos puramente historias) . sino parábolas. Y no parábolas mecánicamente transformables en categoría conceptuales o literarias, como burdas alegorías. Son imaginerías un erupción, iconostasios que >.' lum echado a andar entre mundos y trasmundos mislcriusos. Buñuel explica la imagen por la imagen, un movimiento es prolongación o antítesis o reflejo de Otro movimiento. La cámara no es en él. pues, un sustituto de la pluma o el pincel. Es cámara a secas. Su cine. más aún, si cabe, que el de Fellini. el de Bergman o el de Losey, es cine y punto. Ese es su mundo. Cuando ciertos episodios han logrado el climax y el público espera su desenlace, se nos presentan como sueños, como puras fantasías . . . Es una tomadura de pelo, sin duda. Una humorada de este Buñuel temperamental. Y sin embargo, el film mantiene una perfecta coherencia e intención. A bandazos o a tropezones, el retrato, entre sartriano y daliniano, de la burguesía se va perfilando con primor. Las apárenles arbitrariedades resultan entonces virtuosismos de orfebre. No hay imagen, movimiento o alusión que no nos esté introduciendo sutilmente en esa selva de ritualidades y convenciones que es el modus burgués, su estilo, su latido más íntimo e infranqueable. El juego de Buñuel élite de Viejo Continente. No hay niños, ni ingenuidad, ni ilusión, ni siquiera bellaquería. Sólo existe el refinamiento supcrexquiEito, la gran Buñuel Sí. Es verdad. Este film se podría considerar quizá como un juego o como una magnifica tomadura de pelo. Secuencia tras secuencia, !a posible línea narrativa se lopa con algún impasse imprevisto, entre divertido y desconcertante. Los invitados a una cena de amigos se llevan la desagradable sorpresa de que se han equivocado de día. Deciden entonces ir a un restorán, pero cuando se disponen a elegir los platos del menú, ven que en el mismo comedor se está velando el cadáver del dueño que había muerto aquel día de un síncope cardíaco. En un elegante salón de té, se han acabado, por exceso de público, las existencias de té y de café. LJn obispo de formas afables pide ser admitido como jardr ñero. Una cita galante es interrumpida por la intempestiva visita del marido burlado que nada sospechaba. recrea una atmósfera de estala elegante, el decadentismo tan charmant . . . Los personajes están os en una especie de ballet colectivo de miradas, gestos, rictus, desplazamientos que tejen la compleja reticulación del ambiente burgués. El Gran Mundo se revela así como una Gran Coreografía en que cualquier pato en falso supone el desastre de toda la mise-en-scene. Y ese paso en falso se da en la obra con tal frecuencia y maesiria que sirve paradójicamente coliio de hilo Invisible de unificación. Es magnífico este despliegue del Buñuel observador que no pierde ningún detalle significativo y encuentra el alma o sinalma de una clase social lan compleja, por los recovecos más diminutos de su cuotidianidad. pero teniendo como, telón de fondo 316 Un vivir sin metas sus fantasmas, sus frustraciones y sus enormes ridiculeces. Presentemos, pues, al grupo protagónico. Rafael Acosla, Embajador d i un Eslado • ficción sudamericano. El matrimonio Sencchal y el malrimonio Thevenot y, por último, Floren ce, hermana de Madamc Thevenot. Todos de tu alta burguesía del dinero y el negocio turbio. Todos correctos. Todos eumpliundo su papel en la farsu. que transcurre en el París Meca de la Elegancia. Un grupo a la deriva Uuñuel nos da la clave de la película. Como leitmüiiv de su obra intercala en tres ocasiones una marcha insólita. 1-1 conjunto de los seis protagonistas caminando y caminando sin resuello. Van en grupo, pero tomo individuos paralelos, completamente aislados y sin comunicación. Caminan eun apuro. Parecen personas que perennemeníe están pendientes de !a salida del tren, del horario de la oficina i> de la puntualidad a la eita con un amante. El paisaje que les rodea es ralo, chato, majaderamente insulso. Sin fin a lo largo y a lo ancho. bs una marcha por una cinta asfaltada sin desde dónde, por dónde, ni hacia dónde. Una procesión sin santo y sin ermita. Caminan y caminan sin nada que hacer y nada que comunicar. Están llenos de tics (uno s.- ajusta el cuello, olro juega con el bastón, otra revuelve denlro de su bolso...) que revelan un tiempo neurótico, lleno de nada. Sus miradas están perdidas, dominadas por pür un terrible trance que les obliga a avanzar y avanzar sin avanzar hacia ninguna parle. Al fondo, ruido d; potentes motores que incitan a la prisa y a la angustia. Y el paisaje ralo y chato. Infinito que acoge y absorbe a esa extraña caravana que va de circulo en circulo, comida por el tiempo, destruyendo el tiempo, estirando el tiempo, perdiendo el liempo. consumiendo el tiempu. repitiendo el tiempo, muriendo el liempo . . . Si hubiera que resumir en una frase el desargumento de esta obra se podría decir: la cena, tantas veces iniciada, pero que nunca fue, la cena que se detuvo Fatalmente en el aperitivo. La cena entrabada, repetición circular del tiempo. No es arbitraria esta obsesión gastronómica del film. Lévi-Strauss ve en el -paso de la carne cruda u la cocida teon la mediación de la cocina) una de las metáforas más profundas del tránsito histórico de la naturaleza u la cultura, de lo animal a lo humano. Así también el paso de lo cocido y cocinado a lo sibarítico representa el salto de la cultura a la exquisitez, al perfeccionismo decadente. V aquí tumbién los exi remos se tocan y Síbaris hace Frontera con la selva y el cubil de los leones. Recuérdense si no las comilonas romanas o La Grande líouffe (f'l Hartazgo) que señala este paso del delicioso rebuscamiento a una nuevn barbarie, por medio de la metáfora gastronómica. t i saber comer y beber es consi derado, pues, como el mejor índice de status burgués, de refinamiento (que no se lu puede exigir a un chofer, que "tniga" y no "masca" un determinado cóctel). Una cena es el rilo sucial supremu. Implica la invitación, la elección del vestuario, la llegada, la recepción, el aperitivo, la conversación, los píalos, los comentarios . . . Todo con ese toque de gran mundo que es como la vaselina de hipocresía que suaviza un ambiente de bajos intereses, Buñuel logra darnos la sensación de una mmidu quu es una cierna u presentación, de una vida entre comida y comida, „•>> decir, entre rilo y rilo, entre falsedad y falsedad. La auténtica unión de esas personas está cimentada en el negocio con drogas de los tres varones. Lo demás es cascara, pose de distinción y decencia que contradice los sentimientos y aetiludes más profundos. La comedia burguesa El lour de forcé de Buñuel o puníu eliminante de la obra es sin duda el momento en q-.ie se descubre, en una inolvidable secuencia, que esta vida burguesa es pura representación, comedia en que todos engañan a todos sin que nadie crea en la máscara de nadie. Hay que reconocer que el golpe de efecto del director aragonés es tan brillante, dentro úc SU sobriedad, que el espectador, ya sumergido en le dinámica bufiueliana, siente que se le caen las últimas vendas de los ojos. La secuencia ñus presenta, para variar, una comida en casa de un coronel. El grupo de protagonistas se ha sentado a la mesa. Y cuando lodos han entrado en el rilo, la cámara da repentinamente la vuelta y aparece un telón, hasta enlone.es invisible, que se descorre aparatosamente. De pronto los seis amigos se ven en un escenario haciendo una representación en que el apuntador, desde la tradicional concha, les dicta lo que lienen que decir, para responder a las expectativas del público. Se sienten sorprendidos en su trampa, ridículos e impotentes, Hu- 317 yen unos lias otros Iras las bambalinas, como ratones asustados. Al final, sólo queda ücnechal que siente la rechifla del público por su impostura. Así. Buñuel, al hacer teatro tic la vida artificiosa de sus protagonistas, los ha sorprendido in fraganti. ha denunciado su vaciedad. Poco importa que. a la postre, esta secuencia resulte una pura Tabulación onírica. En el Fondo, Uufuiel nos ha presentado su tisis sobre ln hipocresía de la vida burf. Es más. esa misma dimensión de ensueño del film le dará motivo para la más profunda critica a esa burguesía: su realidad irreal, su cuolidianidod onírica. Desde Freud y los surrealistas se ha insistido mucho sobre el contenido de realidad profunda que poseen los sueños, pero no se ha enfatizado tanto en lo mucho de sueño que tiene la vida. El continuo paso, en la obra, del sueno a la vigilia nos hace perder la cuenta, al final, de la vereda exacta en que nos encontramos. Quizá, en resumen, todo el film sea un gran sueño de estómagos llenos, pero un sueño que nos revela más que todas las vigilias el sinsenlido de una clase social. El ataque a las instituciones ciliar es un crue! sacasmo. Para Buñuel, la Iglesia no ha cambiado de verdad. Cambia de vestido, pero una vieja hipocresía secular la sigue rt>yendo por dentro. La Iglesia ha robada ¡i Cnsto del corazón de los pobres, H.T hecho de él un objeto de oil i,;. I i razón, según Huñuel, es elara: sus ministros predican urwi cosa y hucen utra. Su corazón es pagano. l.a secuencia del obispo que. JCÍpués de dar la absolución al moriribundo y perdonarle los pecados en nombre de Cristo misericordioso, a renglón seguido Ic descerraja un tiro, porque aquel hombre había sido el asesino de sus pudres, es para Huiiuel el símbolo de lodo el comportamiento eclesiástico-clerical. Evidentemente nos encontramos ante un carácter extremoso. Además lo excelente plástica de la secuencia da a la crítica un sólido fundamento t'ílmíco. Pero, a pesar de la exageración, no deja de admirarnos el profundo aprecio h;iei» el Evangelio de que nace o t a mordacidad demoledora. Buñuel nos presenta a un obispo lacayo de los burgueses, que se siente a gusto con ellos y que es en el fondo un elemento decorativo y justificador de sus crímenes, iLsu paganismo radical. Buñuel es un viejo luchador de! cine. Su raigambre anarquista le hace impugnar las instituciones que considera pilares de cualquier tipo de coacción contra el individuo: el Estado, el Ejército, y la Iglesia que son blanco de su mordacidad ibérica. Es líi Iglesia la que queda más malparada. La figura del obispo post-con- Terminamos esta peregrinación. Preguntamos: ¿qué hay debajo de la superexquisita y refinada élite burguesa? Veamos: del piam> de concierto salen asquerosas cucarachas. de la valija diplomática se extraen paquetes de cocaína, el pectoral del obispo está sombreado por un fusil, la sonrisa del amigo al amigo encu- bre el adulterio con su mujer, el veslido correctísimo eslá moteado por algunas briznas y cómico arranque de íCMiiilidail descontrolada. H Ministro del interior ordena sin razar alyuna la libertad de los traficantes tlu d™¡;a^ detenidos. Miranda es una nación digna y respetable en que las corrupciones son ya cosas del pasado . . . Y suman y siguen las falsedades. Sólo una joven revolucionaria aparece, bajo el prisma do Buñuel, como un hito de pureza contra el que nada pueden hts solicitaciones o amenazas del Embajador delincuente. Mientras tanto, el grupo tic protagonistas sigue caminando por hi carretera psfaltada, con el horizonte pelado y sin relieve. Siguen caminando con un raudo galope. Les persiguen sus frustraciones, sus complejos, ÍUS amarguras, sus remordimientos. Les persiguen sus sueños y sus fantasmas. Les atenazan los lies. Último subproducto de su individualidad deshumanizada. Caminan y caminan: les espera la comida, el negocio, la cita... Y van dando vueltas •i su propio vómito. Buñuel nos los deja caminando. Los vamos a despedir caminando. Sin fin. Con los motores de la civilización y del progreso a toda marcha, como lúgubre música de fondo. Seguramente dirán que son felices y que no tienen por qué rebelarse contra nada. Buñuel los condena a caminar eternamente sin dirección e inventa así un nuevo círculo de IB fiemo para esa nueva clase social (de dos siglos tan sólo), encarcelándola en su encanto, en su discreto, discretísimo encanto.