TEMA 1. Apartado 1.2.2. Continuación de los apuntes de clase. MORAL. A diferencia de las normas éticas, las normas morales son normas particulares de una cultura o un grupo, dentro del cual el individuo es una parte atributiva. Las normas morales, como las éticas, afectan a los individuos, pero solo en tanto que forman parte de un determinado grupo social. Por eso, mientras que las normas éticas tienen por objeto la preservación del sujeto humano en cuanto tal, las normas morales buscan, en cambio, la preservación y mantenimiento de ciertos grupos de sujetos humanos (familias, clanes, hermandades, sectas, confesiones religiosas, empresas, asociaciones comerciales, bandas criminales, sociedades secretas, gremios, clases sociales, sindicatos, partidos políticos, etc.) en cuanto tales grupos. Todo el mundo, en virtud de su origen familiar, su sexo, su lengua, su profesión, su edad, su educación, sus creencias religiosas, etc., pertenece, de forma inevitable, a ciertos grupos (“el hombre es un animal social”). Cada grupo tiene sus propios intereses, sus propias costumbres (moral viene del latín mores, que significa costumbres) y sus propias normas de funcionamiento interno, que hacen posible su preservación y progreso (cada grupo es como un “individuo compuesto” que “se esfuerza por perseverar en el ser”). Nos referimos a esas normas como “normas morales”. Este uso del término “moral” se encuentra en expresiones comunes como “moral victoriana”, “moral cristiana” o “moral burguesa”, y también en el análisis de Nietzsche de la “moral del amo y del esclavo”. La burguesía victoriana, los cristianos, o “los amos y los esclavos” son grupos de personas con intereses diferentes. Las virtudes éticas no pueden ser aplicadas a la moral, ni tampoco a la política (de ésta nos ocupamos en el siguiente apartado). No tiene sentido hablar de la firmeza, en sentido moral (o político), de un grupo o de un Estado (a lo sumo, podrá hablarse de la firmeza de sus miembros). El equivalente de esa firmeza hay que ponerlo, en el terreno moral (o político), en el grado de cohesión de ese grupo y su capacidad para mantenerse como tal. En este sentido, la lealtad y solidaridad entre los miembros del grupo, así como el estricto cumplimiento de sus normas y el ajuste (justicia) de sus partes (cada parte -cada miembro- dando y recibiendo según le corresponde) son las virtudes morales cardinales (lo mismo puede decirse, mutatis mutandi, de las virtudes políticas). Es fundamental desligar estas virtudes morales de cualquier connotación ética. Una banda de ladrones es, por su misma naturaleza, una “aberración ética” pero, en cambio, puede ser virtuosa, en sentido moral, si es capaz de perseverar en el ser, gracias a la lealtad y solidaridad entre sus miembros (“hay honor entre los ladrones”). En cuanto a la generosidad, menos sentido tiene aún tratar de referirla a la moral (o a la política), dado que los destinatarios de esa supuesta “generosidad” son, en principio, competidores o enemigos del grupo de referencia, por lo que la generosidad con ellos podría menoscabar la capacidad de supervivencia del propio grupo. La generosidad ética carece de todo análogo en la vida moral (o política), porque los actos que suelen interpretarse como tales (ayudas a países vecinos, etc.) no son actos de generosidad desinteresada, sino de cálculo político orientado al fortalecimiento de la propia cohesión. Son, en general, actos de “solidaridad” contra terceros. Conflicto ética / moral. En muchos casos, las normas éticas y las morales no entran en conflicto, sino que, al contrario, coexisten de forma pacífica y se complementan. En otros casos, sin embargo, el conflicto es objetivo y resulta inevitable, puesto que las normas morales están diseñadas para salvaguardar el grupo, aun cuando esto suponga sacrificar las vidas o intereses de algunos de sus miembros (ni qué decir tiene las de los de fuera). Los principios éticos universales chocan, muy a menudo, con normas morales vigentes en muchos grupos y culturas tribales o preestatales: mutilación genital femenina, infanticidio femenino, sacrificios humanos rituales, canibalismo, deformaciones corporales dañinas, 1 esclavitud culturalmente institucionalizada, etc. Este conflicto es negado, no obstante, por quienes afirman que no existe una ética universal, sino muchas éticas (tantas como pueblos o culturas), todas igualmente válidas dentro de sus propias coordenadas, y que esa pretendida ética universal no es otra que la ética occidental, autoerigida en canon ético supremo. Pero esta postura, a la que podríamos calificar de “relativismo ético”, en tanto que expresión del relativismo cultural, no tiene en cuenta el hecho de que los derechos éticos elementales de la persona humana son universales por su estructura, a pesar de que hayan sido construidos originariamente en la cultura occidental. No hay, por tanto, más de una ética. Hay solo una, y es universal. Lo que sucede con algunas de esas culturas tribales no es, pues, que tengan una ética propia, sino que la ética (la única que hay) esta “secuestrada” por su moral o, de otro modo, que su moral es, en algunas de sus manifestaciones, incompatible con la ética. El relativista cultural soluciona estos conflictos en favor de la moral particular de esas culturas, en favor del punto de vista propio de cada uno de esos pueblos. Nosotros suponemos, en cambio, que los principios éticos fundamentales son inviolables, y que solo pueden saltarse en ocasiones muy excepcionales (por ejemplo, cuando la supervivencia del grupo exija arriesgar la vida de algunos de sus miembros). El conflicto entre las normas éticas y las morales está presente también en el seno de las democracias parlamentarias modernas. La prohibición de los Testigos de Jehová de recibir transfusiones sanguíneas puede conducir a la muerte de alguno de sus miembros, en contra del mandato ético fundamental de preservar la existencia de los sujetos humanos. La lealtad política puede llevar a los miembros de un partido a quebrantar el deber ético de evitar el perjurio y la difamación. Los miembros de una asociación profesional (médicos, políticos, jueces) pueden, en contra de la ética, protegerse unos a otros (en defensa de la moral de su grupo), ante ataques externos. Conflicto entre normas morales. Las normas morales de un grupo pueden chocar con las de algún otro grupo, ya que los distintos grupos no tienen por qué compartir las mismas normas morales. En ocasiones, el conflicto puede afectar a una misma persona que pertenece a dos grupos diferentes, como cuando la solidaridad del juez, del policía o del profesor con su grupo familiar choca con sus deberes profesionales. En otros casos, el conflicto se debe a la confrontación entre dos grupos con intereses y “morales” incompatibles: cristianos y talibanes, militares y pacifistas, etc. POLÍTICA. A la hora de caracterizar la esfera de lo político, es aconsejable distinguir dos acepciones diferentes del término “política”. Por un lado, cabe considerar la política en un sentido amplio. En ese sentido, serían relaciones políticas las relaciones relativas de poder y dominación que se dan en los grupos de animales no humanos (la “política de los chimpancés” de la que habla Frans de Waal en su libro del mismo título) y también en ciertos grupos humanos preestatales o tribales. En su sentido estricto o restringido, la política hace referencia a todo lo que contribuye a la buena marcha de un Estado realmente existente. Los Estados son instituciones específicamente antropológicas e históricas cuya estructura es parecida a una biocenosis en la que diferentes comunidades conviven y se enfrentan entre sí. En la sociedad política en sentido estricto, diversos grupos, entre las que puede haber divergencias objetivas (grupos económicos, sociales, de edad, gremios, organizaciones, etc.), quedan englobados en un único Estado que ejerce un poder, por lo general legalmente encauzado, aunque no necesariamente (arcana imperii), destinado a mantener la buena marcha del conjunto (eutaxia). Esa sociedad política es una estructura cuya dinámica solo puede evaluarse considerando periodos largos, periodos que, muchas veces, están por encima del horizonte biográfico de los sujetos que los protagonizan. Los proyectos políticos (la colonización de América, la Revolución de Octubre, la carrera espacial, etc.), solo pueden concebirse y evaluarse en esa perspectiva de la larga duración. Es la perspectiva en la que 2 están pensadas las leyes, por ejemplo, las constituciones, que están “hechas para durar”. Es también la perspectiva en la que están dadas las instituciones: el ejército, los centros de enseñanza, los tribunales, los parlamentos, etc., todas ellas “hechas para durar” (el Estado vendría a ser, pues, como un “individuo compuesto” que se esfuerza por perseverar en el ser). Relaciones entre ética, moral y política. El conflicto entre las normas éticas y morales, y entre las normas morales de los diferentes grupos, se resuelve, dentro del Estado, a través del ordenamiento jurídico, que fija dichas normas, dándoles forma legal, y coordina sus relaciones. De este modo, la fuerza de obligar de las normas éticas y morales queda respaldada, en cuanto normas legales, por el poder ejecutivo del Estado, y sus conflictos son encauzados a través del “arbitraje jurídico”. Ahora bien, las leyes de un Estado (aun cuando se trate de un Estado democrático de Derecho) no tienen por qué ser compatibles, siempre y en todos sus puntos, con las normas éticas y morales que ellas coordinan: algunas de las leyes del Estado pueden (y deben) ser inmorales (contra los intereses de determinados grupos) o antiéticas (contra la “Humanidad” misma) y ello, aun cuando las normas jurídicas hayan sido “democráticamente establecidas”. Además, las normas políticas de un Estado pueden entrar en conflicto con las de algún otro Estado. De todo ello nos ocupamos en los siguientes apartados. Conflicto ética / política: Al igual que ocurre con las normas morales, hay muchas normas políticas que conviven pacíficamente con las normas éticas, y que incluso las fortalecen pero, en ciertas ocasiones, las normas políticas y éticas chocan. Lo que ocurre es que, con frecuencia, la buena marcha del Estado (la razón de Estado) exige suspender ciertas normas éticas o, al menos, restringir el radio de su aplicación. Las normas de la ética pedirían socorrer a todos los menesterosos del mundo y acogerlos para mejorar sus condiciones de vida. Sin embargo, si el gobierno de un Estado tomara esa exigencia ética como norma política prioritaria pondría en peligro la viabilidad del propio Estado y el bienestar de sus nacionales. Las fronteras, los guardacostas, la vigilancia policial, los confinamientos y las repatriaciones son medidas dolorosas pero imprescindibles para la buena marcha del Estado. Si una nación como España abriera de par en par sus fronteras para acoger a los millones de desposeídos de África se pondrían en grave riesgo su propia viabilidad política y su sistema de bienestar (educación, seguridad social, pensiones, centros culturales, salubridad pública, etc.). Por eso, un Estado nacional como España tiene que suspender la universalidad de los derechos éticos y contentarse con el objetivo más modesto de hacerlos posibles dentro de sus fronteras. Hay situaciones en las que el gobierno de una nación tiene que promover el mal ético para lograr el bien político. Una nación que se ve involuntariamente involucrada en una guerra defensiva, tendrá que movilizar a su población y llevar a algunos de sus nacionales a la muerte en los campos de batalla, si de ese modo se salva la soberanía y la independencia de la nación. En línea con lo anterior está también el problema de la objeción de conciencia al servicio de armas. Un ciudadano que reclamara su derecho a rechazar el servicio militar podría fundar su objeción de conciencia en argumentos éticos sobre la maldad intrínseca de matar a otra gente. Pero, a pesar de la validez formal de sus razones, un rechazo tal podría llegar a constituir, bajo ciertas circunstancias, una traición a su país. En tiempos de guerra, la objeción de conciencia es un mal político muy grave, pues un Estado sin un ejército adecuado es un Estado a merced de sus enemigos. Alguien tiene que hacer el trabajo sucio. Por tanto, las normas y decisiones políticas tienen que estar, en ocasiones, “más allá del bien y del mal éticos”, y no solo en las tiranías degeneradas y propensas a la violencia, sino también en las democracias parlamentarias modernas. En todos los casos, ese es el coste de la buena marcha del Estado. Es muy importante no perder de vista que la política, aunque en ocasiones es “un lobo para la ética”, por lo general la garantiza. Por eso su defensa es tan importante. En efecto, la fuerza de obligar de las declaraciones de derechos éticos (como la Declaración Universal de los 3 Derechos Humanos de 1948) está asegurada por los Estados, por sus sistemas judiciales y por las fuerzas de seguridad que ejecutan esas resoluciones judiciales. Esto es tanto como reconocer que si un ciudadano español tiene los derechos humanos reconocidos y amparados no es, de hecho, en cuanto miembro del “género humano” sino en cuento que es “ciudadano español”, pues ese mismo hombre, si hubiera nacido en otro Estado, podría no tener esos derechos (como no los tienen efectivamente los ciudadanos de muchos otros países). Conflicto moral / política: Igualmente conflictiva es la relación entre las normas políticas y las normas morales. Un Estado sano debe luchar de forma incansable contra el crimen organizado. La necesidad de un ejército para defender el Estado desaconseja el crecimiento de los grupos pacifistas por encima de un cierto nivel. Los ejemplos se pueden multiplicar. Conflicto entre normas políticas: Las normas políticas de diferentes Estados también pueden ser incompatibles. Fue el ideal político nazi de una Europa unificada bajo el dominio de la “raza aria” lo que condujo a la Segunda Guerra Mundial. Los ejemplos se pueden multiplicar. Relativismo moral o político: Las normas éticas, en la medida en que se refieren a todos los seres humanos sin considerar el grupo o Estado al que pertenecen, deben ser entendidas como universales y marcan, por tanto, uno de los límites del relativismo cultural. Las normas morales y políticas, sin embargo, en la medida en que se refieren a ciertos grupos y Estados particulares, sí pueden quedar sujetas al razonamiento relativista. El relativismo moral o político (como expresión del relativismo cultural) postula la equivalencia moral (en adelante, sobreentiéndase siempre moral o política) de los diversos sistemas morales. En efecto, si los grupos o sociedades A₁, A₂, A₃..., con sistemas morales diversos, se suponen aislados (situación distributiva), manteniendo cada uno su cohesión interna, habrá que decir que sus sistemas morales son equivalentes. Ahora bien, si los grupos o sociedades A₁, A₂, A₃... se encuentran en una situación de contacto o confrontación mutua (situación atributiva), los postulados del relativismo se oscurecen, pues ya no será posible mantener la tesis de la equivalencia moral de los sistemas morales enfrentados. Si el grupo A₁, al enfrentarse con A₂, manteniendo sus normas morales, llega a ser aplastado, habrá que concluir, en contra de todo relativismo, que las normas morales de A₂ son superiores a las de A₁. CONCLUSIÓN. Ética, moral y política representan tres dominios distintos de la acción humana. La distinción entre ellos se basa en el hecho de que las personas humanas, en su día a día, se esfuerzan por garantizar su propia existencia y la de sus semejantes, así como también por mantener los marcos sociales en que dichas existencias son posibles. Esta pluralidad de objetivos es la que determina la distinción entre los puntos de vista ético, moral y político. El esfuerzo ético busca preservar la existencia e integridad de los sujetos humanos. En función de este propósito se definen el bien y el mal en sentido ético, las virtudes y los vicios éticos, y los derechos y deberes éticos. El esfuerzo moral busca la preservación y mantenimiento de ciertos grupos de sujetos humanos. En función de este propósito se definen el bien y el mal en sentido moral, las virtudes y los vicios morales, y los derechos y deberes morales. El esfuerzo político busca la preservación y mantenimiento del Estado como un “individuo complejo” en cuyo seno conviven, de forma problemática, grupos de sujetos humanos con intereses divergentes. En función de este propósito se definen el bien y el mal en sentido político, las virtudes y los vicios políticos, y los derechos y deberes políticos. Nota: Tomado de Gustavo Bueno (El sentido de la vida) y David Alvargonzález (La clonación, la anticoncepción y el aborto en la sociedad biotecnológica; y “Alzheimer’s Disease and the Conflict between Ethics, Morality and Politics”). 4