Barrotes de cristal Eran las dos de la madrugada, llevaba horas dando vueltas en la cama y, por más que contaba ovejas, no conseguía que se cerrara ninguno de mis agotados párpados. Había discutido con mi madre, como la mayoría de los días, y me había afectado bastante. Lo único que rondaba mi inquieta mente era: “¿Por qué no seré libre?” Tras toda la noche pensando y analizando el quid de la cuestión me quedé profundamente dormida. Estoy con mis amigas pasándolo bien un sábado. Bailamos y bailamos perdiendo la noción del tiempo. De pronto alguien llega y me dice: “¿No tenías que ir a casa antes de las once?”. Asiento sin levantar sospecha alguna, dando por hecho que serán las diez o diez y media. Noto una vibración en el bolsillo del pantalón, deslizo mi mano y consigo alcanzarlo sin que se me caiga al suelo. ¡Hoy la gente no para de darme empujones! Cuando por fin he desbloqueado mi móvil veo que el mensaje es de mi hermana: “¡¿Dónde demonios estás, Ana?! ¡Estás poniendo a mamá frenética!” Hora del mensaje: 23:23h ¡No! No me puedo creer que sea tan tarde, mi padre se pondrá hecho una furia… Salgo corriendo sin apenas despedirme de nadie y cinco minutos después estoy en casa. Suerte que está dos calles más abajo… ¡Uff! Cómo me duelen los pies…esto de correr, más bien galopar, con tacones no es buena idea. Por el camino me ha dado tiempo a inventarme una historia y cuando llego a casa les monto la escena a mis padres. La verdad es que con esto del teatro me podría ganar la vida. Les cuento una historia sobre lo que le ha pasado a mi amiga Celia, se la han intentado llevar unos universitarios… No controlo muy bien adónde llega mi imaginación, la mezcla del alcohol y el agitado sprint que he tenido que hacer para llegar a casa me han aturdido un poco. Finalmente, mis padres me creen y me voy a la cama. Despierto vertiginosamente, oigo voces. Veo un cuerpo difuminado en mi puerta, tiene voz femenina… ¡Es mi madre! Me levanto y veo cómo arranca los objetos personales de mi cuarto. Me coge el móvil, el portátil, todas las revistas y libros…En menos de un minuto ha pasado de parecer la habitación de un adolescente a la de una casa en venta. 1 Por un momento me planteo preguntarle el porqué de lo que está haciendo, pero enseguida me doy cuenta de que habrá hablado con la madre de Celia y… no hace falta que continúe. Me sobresalto por culpa de su torrencial voz cuando dice: -¡Te enjaulas en tus propias mentiras, Ana! Siento un escalofrío en lo más profundo de mi interior y cierro los ojos… No reconozco la luz que me golpea a rayas, no reconozco el hierro de los barrotes. Lo que pensé que era mi hogar…hoy es mi jaula, yo misma, atrapada. Solo soy un pájaro cualquiera, perdido en una fecha de algún año olvidado. Grito en susurros, en silencios que desgarran. Es un dolor de espinas de titanio, como si alguien pasease por mi corazón con zapatos de alfileres. Me ahogo, quizás en recuerdos pasados. Y lo encuentro, me encuentro. Y se abre, de repente soy libre. Y como poseída, empiezo a llorar y a narrarle a mi madre la auténtica verdad. Nunca me había sentido tan libre. Y de repente caigo en la cuenta. Mi pregunta a “¿Por qué no seré libre?” se ha visto resuelta. Me despierto. Me levanto y trato de asimilar que todo ha sido un sueño. Anoche conseguí dormirme y mi cuestión ha sido contestada por mí misma. Millones de ideas vagan por mi mente, deambulan. Apenas recuerdo imágenes difusas y escenas de mi sueño, pero me acuerdo sencillamente del final. Cuando dije la verdad era como si me hubieran quitado un peso de encima, sentía que mis más oscuras sombras habían sido liberadas. Mi madre tiene razón, llevo todo este tiempo en mi propio circo de mentiras, acorralada dentro de la jaula de un canario. Siempre contando pequeñas mentiras para librarme de riñas y castigos, pero en tensión y sufriendo por miedo a que algún día se destaparan. Y llego a la conclusión de que yo, Anastasia Lugea, soy libre y cuando hago el bien me encuentro liberada. Miles de ejemplos pasean por mi ágil mente, me he dañado mucho en los últimos años aunque por suerte, mi moralidad no ha sido deformada, sé cuándo estoy actuando bien y cuándo no lo estoy haciendo. Me siento furiosa al pensar cuántos errores he cometido y por qué tonterías…En un par de meses seré mayor de edad y no soy capaz ni de cuidar 2 de mí misma, de mi propia persona. Me he perjudicado, al igual que a mis amistades. Las he corroborado en falsedades que les han contado a sus padres, las he encubierto, he criticado sobre otras personas sin ni tan siquiera haberme cerciorado de si era cierto lo que estaba diciendo. He cometido auténticas barbaridades. Al fin he abierto los ojos, llevo mucho tiempo en mi propio mundo. Creo que la verdad hace madurar, una persona que no es sincera es una persona que no ha madurado en su interior. Me alegro del momento de lucidez que acabo de tener. Procuraré ser más sincera, por mí y por los que me rodean. La franqueza y la falsedad batallan en mi interior, dudando en la mayoría de los casos cuál elegir, es una lucha que debo ganar, un auténtico reto. Y este sacrificio de sinceridad me perjudicará, en ocasiones, pero me hará más libre y más feliz. Y me propongo a partir del día de hoy ser una persona más… más… ¡Auténtica! Sí, esa es la palabra. Alguien en que confiar plenamente, alguien dichosa, alguien que se siente realizada. Feliz. Jimena González Zabala 3