Obediencia sin condiciones

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¿Obediencia sin condiciones?
Por Bernabé Tierno
Un niño es obediente si se somete sin rechistar a la autoridad de sus padres y de
otras personas mayores.
El niño que no crea problemas, que se adapta a todas las situaciones y personas,
que jamás se queja ni rebela..., es un niño ¡obediente! y ¡bueno! Y cuando no se
somete a los dictámenes, órdenes y deseos de los padres y personas adultas se le
califica de desobediente.
En realidad, en la mayoría de los casos, el niño rechaza la autoridad porque ésta se
manifiesta arbitraria e impositiva sin razones y, por tanto, la considera inútil.
Problema de niño y educador
Pero la desobediencia es patológica cuando se muestra claramente impulsiva, es
decir, que el niño desobedece impulsado por presiones que no logra dominar y
controlar. Este tipo de desobediencia es más o menos involuntaria e inconsciente y
jamás debe ser tratada por métodos violentos represivos.
Cualquier caso de desobediencia manifiesta debe ser estudiado y analizado con
serenidad e imparcialidad por parte de los padres o maestros, precisamente porque
en todo este tipo de actos están implicadas dos personas y cada una puede tener
su parte de culpa. Tanto el niño, que se supone que debe obedecer, como la
persona que exige obediencia (padres, profesores) hacen posible la desobediencia y
no es justo, como normalmente se hace, cargar todo el peso sobre el niño como si
su obligación fuera siempre obedecer a todo sin condiciones, sin aportar jamás su
propia opinión, sus gustos, apetencias y deseos.
Las modernas técnicas psicológicas de modificación de conducta, han contribuido de
manera inteligente en la labor educativa. El educar sin razones, «porque sí»,
«porque lo dice tu padre», «los niños no discuten», «los niños se callan», «los niños
no opinan», etc., ha pasado de moda. Tratamos con seres humanos que, por niños
que sean, merecen nuestro respeto y lo necesitan para lograr una buena formación
integral fundamentada en el diálogo, las razones, las explicaciones y las
aclaraciones de las cosas, así como en permitir a cada cual ser él mismo, no
perdiendo la propia entidad y desarrollando al máximo su individualidad.
Por qué no obedecen
Ya hemos dicho que un niño desobedece porque ha encontrado en la práctica de la
desobediencia un buen medio para afirmar su personalidad o para manejar al
adulto, porque no ha entendido bien lo que se le manda o porque no le es posible o
no sabe ejecutar lo mandado.
Pero los padres, profesores y personas adultas no quieren caer en la cuenta de que
la mayoría de las veces que el niño no obedece es porque:
1.
2.
3.
4.
Las órdenes son poco razonables.
Resultan incomprensibles para el niño.
Superan claramente las posibilidades de realización personal.
Se ha seguido el camino más cómodo de exigir el cumplimiento de unas
órdenes en lugar de molestarse por encontrar otras salidas o alternativas en
las que el niño pudiera expresar su independencia y personalidad.
Basándose en ello, por bien que puedan ir las cosas, ciertos niveles de
desobediencia son normales, inevitables y comprensibles. Hay muchos ejemplos de
la vida cotidiana que así lo demuestran. Veamos éste que resulta muy ilustrativo:
Sabemos que para un niño jugar con sus amigos tiene un gran valor formativo en
todos los aspectos, y para él es tan importante como la más decisiva de nuestras
actividades y tareas. Pues bien, imaginemos el caso de la madre (padre) que
interrumpe bruscamente el juego de su hijo y le obliga a dejar el partido “ahora
mismo”, “porque te lo mando yo”, sin haberle advertido antes que esto podría
ocurrir. Se ve sometido a lo que él considera capricho de su madre y se siente
humillado por el abuso de poder. No tiene elección, no puede rebelarse.
Debemos hacernos cargo de que es normal que el niño tenga la impresión de que
obramos así porque somos los más fuertes y él se defiende con el arma del débil,
que es la desobediencia. Lo correcto es aprender a ponerse en el lugar del niño y
mostrar con él el mismo respeto que exigimos de los demás para con nosotros.
¿Qué haría y diría esta madre si cuando está en una reunión con sus amigas, o en
otro momento parecido, alguien le dijera: «salga de aquí de inmediato y venga a
hacer esto o lo otro?». No debemos dar la impresión a nuestros hijos de que son
para nosotros como objetos o cosas de las que podemos disponer a nuestro antojo.
Lo mejor es prevenir al niño de nuestras intenciones si nos es posible, tratarlo con
respeto y permitirle que vaya formando su propio criterio.
Valorar su madurez
En los primeros años, el niño vive en un ambiente de sumisión, obediencia y
disciplina porque necesita aprender las normas de conducta y convivencia sociales
de una manera gradual; pero en la preadolescencia se ha de propiciar la
autodeterminación, la capacidad de decidir por sí mismo, de emitir juicios críticos,
de equivocarse y corregirse tras los propios errores, etc.
En el adolescente hay que infundir el sentido de la libertad moral que
frecuentemente habrá de imponerse a sí mismo. El paso de la plena obediencia y
sumisión a la autodeterminación e independencia ha de ser gradual, soltando las
amarras a medida que el niño se va convirtiendo en preadolescente, adolescente y
joven. Ese paso jamás debe darse con brusquedad.
No obran de manera inteligente y razonable los padres que someten a sus hijos,
hasta bien entrada la adolescencia, a una obediencia y sumisión sin condiciones,
totalmente sujetos a su autoridad, y al llegar a mayores les conceden la libertad
máxima y les cargan con todas las responsabilidades que hasta el momento habían
pesado sobre los padres.
El logro de la autodeterminación, independencia y autonomía necesaria que se
confiere a cualquier persona, el ser ella misma, se consigue y aprende por etapas.
El respeto y el afecto que caracterizaban a la autoridad en su sentido más puro han
de dejar paso al respeto mutuo y al afecto sin temores de ningún tipo.
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