Una aterradora normalidad: caso LNP, una adolescente víctima de violencia sexual y discriminación por género, etnia y clase social. “Nos enfocamos en las pequeñas historias, esas que reflejan las grandes desigualdades. Pero, sin duda alguna, estas pequeñas historias son grandes en cuanto reflejan las fisuras que representan las sociedades” (Ricardo Luís Lorenzetti, 2009 pp.17) Breve sinopsis del caso El caso en cuestión acontece en el año 2003, una adolescente de 15 años, perteneciente al pueblo originario Qom, es violada por tres jóvenes “criollos”1 en las inmediaciones de un templo católico, frente a una plaza pública. Los culpables son Humberto Darío Rojas, Lucas Gonzalo Anriquez y Leonardo Javier Palavecino. El último, le propuso tener sexo esa noche a la joven, y ante su negativa, la tomó fuerte del brazo y la llevó hacia un lugar oscuro, alrededor de la iglesia, donde la colocó de espaldas. Ante los gritos de la joven, Humberto y Lucas fueron en ayuda de Javier, se rieron de ella y la sostuvieron para evitar que huya. Javier bajó los pantalones de la muchacha y la obligó a golpes a que le practicara sexo oral. Luego, la colocó nuevamente de espaldas y tomándole los pechos la penetró analmente, generándole mucho dolor y un importante sangrado a la joven. Mientras, los tres jóvenes reían. LNP estaba muy asustada mientras sentía que la sangre corría por su pierna. Luego, los jóvenes se marcharon haciéndole prometer que no contaría lo ocurrido. La joven LNP inmediatamente se dirigió a la comisaría a denunciar la violación. En este último lugar tuvo que esperar varias horas hasta que le tomaron la denuncia. En el puesto sanitario, también tuvo que esperar, parada, sin ningún tipo de contención ni apoyo. El médico le realizó tacto señalando en el informe el intenso dolor que le provocó durante el examen. Este delito ocurre en la localidad del Espinillo, provincia de Chaco, donde predomina población descendiente o perteneciente a pueblos originarios. La Asociación Cladem2, en su libro Caso LNP, denuncia que el juicio llegó a realizarse gracias a la presión ejercida por la Asociación comunitaria Meguesoxochiasí como a la valentía de la joven y su familia, ya que en esta región es habitual que las violaciones a mujeres descendientes de pueblos originarios sean desestimadas por la policía y por una justicia que no es imparcial. 1 Habitualmente éste es el nombre que las personas Qom utilizan para nombrar a quienes no pertenecen a pueblos indígenas. 2 Comité de América Latina y el Caribe para la Defensa de los Derechos de la Mujer (CLADEM) es una red feminista que trabaja para contribuir a la plena vigencia de los derechos de las mujeres en Latinoamérica y el Caribe, utilizando el derecho como una herramienta de cambio. A pesar del conocimiento de la pertenencia étnica de la joven, el juicio se realiza sin un traductor indígena. Se investigaron la conducta moral de la joven y su familia. La indagación demostró la situación de pobreza de la familia, su escaso acceso a servicios públicos y la precariedad de su vivienda. El juicio culminó con la absolución de los imputados. El fiscal no apeló la sentencia. Cuando las organizaciones Insgenar3 y Cladem supieron de este hecho, analizaron el caso y lo presentaron al Comité de Derechos Humanos de Naciones Unidas, Protocolo Opcional del Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos y luego del proceso, se armó una agenda reparatoria a la cual responde el gobierno de la provincia del Chaco. En relación a la agenda reparatoria, considero relevante recuperar para este análisis un extracto de la comunicación que emite el Instituto del Aborigen Chaqueño que dice lo siguiente: El caso emblemático LNP no constituye un caso aislado, sino que forma parte de un patrón de impunidad que existe en la mayoría de los hechos de violencia contra las mujeres indígenas4. Este pequeño extracto señala que el caso LNP fue el caso que pudo llegar a obtener resarcimiento a través de la constitución de una agenda reparatoria, pero no es un caso aislado, y sobre los determinantes que llevan a esta situación de violencia hacia las mujeres indígenas es sobre lo que desarrollo este trabajo. Análisis El Dr. Efrón (2012), psicoanalista argentino con una amplia trayectoria en el campo de la infancia y la adolescencia, señala que una situación particular de abuso o de violencia es el resultado de un largo proceso de situaciones que involucran a las víctimas directas pero también a sus familias, y a la comunidad toda. El caso LNP es un buen ejemplo de esta afirmación. La violencia sexual que sufre la joven, es el resultado de una historia de avasallamientos, naturalización de la desigualdad y la injusticia que sufren los pueblos originarios en relación a los grupos dominantes o mayoritarios. La sumatoria de las características sociales de LNP (ser mujer, indígena y pobre) la coloca en una situación de mayor propensión a padecer situaciones injustas, de violación de derechos, como las vividas. En relación a la edad de la víctima, es necesario aclarar que, si bien la Ley Nacional de Protección Integral de los Derechos de las Niñas, Niños y Adolescentes nº 26.061 todavía no se había 3 El Instituto de Género, Derecho y Desarrollo (Insgenar) nace como organización no gubernamental en 1994. Está compuesto por un equipo interdisciplinario, especializado en la defensa y promoción de los derechos humanos de mujeres y niñas. Posee Status Consultivo ante la Organización de Estados Americanos (OEA) y es miembro de Cladem. 4 Palabras expresadas en la Resolución Nº 98 del 20 de abril de 2009 por el Instituto del Aborigen Chaqueño, con la firma de su presidente, Orlando Charole. sancionado en el año 2003, en el año 1990 Argentina ratifica la Convención sobre los Derechos del Niño, por lo cual su carácter constitucional obligaba a hacer lugar a los diferentes derechos que le asigna a LNP. Las acciones que inician las abogadas de las organizaciones CLADEM e INSGENAR se enmarcan también en la defensa de sus derechos en cuanto adolescente. La Convención cuestiona el poder omnímodo del juez. Ello habilita a otros actores a intervenir cuando los derechos que garantiza la Convención, no son reconocidos. Uno de los fundamentos conceptuales sobre los que se asienta la Convención, es que el niño y la niña, en cuanto sujeto de derecho, deben ser escuchados. Pero escuchar a un niño o una niña, implica crear un ambiente propicio que pueda dar lugar a la palabra, la verdad y el deseo. En el caso LNP, ella se consideró sujeto de derecho cuando fue a denunciar la violencia sufrida a la comisaría, cuando acudió al sistema judicial para pedir justicia. Lamentablemente, fruto de la construcción histórica de las diferencias en una sociedad fuertemente feudal, LNP fue víctima no solamente de sus agresores, sino también de los funcionarios del sistema judicial, del sistema de seguridad y del sistema de salud en su búsqueda de justicia. Escuchar a una adolescente, implica un compromiso profundo con la palabra del sujeto en el contexto histórico y político en el que acontece. El caso LNP es un ejemplo de la coexistencia de paradigmas antagónicos. Sus victimarios no la reconocieron como sujeto de derecho, ni en cuanto niña, ni en cuanto mujer, ni en cuanto perteneciente a pueblos originarios. El paradigma de derecho que se ha ido construyendo a partir de la experiencia extrema del nazismo, encuentra su límite en una sociedad estructurada a partir de la diferencia. La distribución desigual de la riqueza entre clases sociales, multiplicada en términos de las desigualdades entre saberes, entre posibilidades de acceso a la salud, a la tecnología, etc, potencia la distancia entre unos y otros, se monta sobre otras diferencias que inferiorizan. Como señala el Dr. Efrón, los dispositivos normativos pueden ser estructuras habilitantes u obstaculizadoras de los sueños y los deseos de niñas y niños, ambas posibilidades coexisten y la predominancia de uno u otro depende del grado de avance del paradigma del derecho sobre el paradigma de la ley de patronato, el niño o la niña como objeto de tutela del estado. Aun cuando ya no existan leyes que respalden la existencia del paradigma anterior, las relaciones de poder que estructura la sociedad, lo sostienen. Por otro lado, el caso seleccionado permite reflexionar sobre las razones por las cuales los actores del sistema judicial, de seguridad y de salud, participantes en este caso, fueron capaces de ser insensibles ante la situación de violencia y abuso ocurrido a la víctima. Puede pensarse, que fueron obedientes a los imperativos de un régimen político y social que consideraban legítimo, a pesar de ser contrario al derecho constitucional. La filósofa política Hannah Arendt, acuñó el concepto de “banalidad del mal5” que puede ser aplicado especialmente al violador y sus cómplices, pero también al juez, el médico y los policías que tomaron la denuncia de LNP. La autora denuncia que la pura y simple irreflexión sobre lo que uno mismo está haciendo puede bloquear la capacidad humana de sentir horror e indignación ante cualquier manifestación pública de terror o monstruosidad. Arendt inscribe dentro del concepto la realización de actos criminales que no pueden imputarse a la maldad, a la insania o a cualquier convención ideológica del autor, el cual no se muestra ni como un monstruo ni como un demonio, sino más bien como una persona con una insólita incapacidad de pensar. Una persona totalmente corriente, que es capaz de cometer las mayores atrocidades bajo los imperativos de la autoridad o la obediencia. Al mismo tiempo, es una persona incapaz de ver las cosas desde un punto de vista diferente al suyo, imposibilitada de pensar poniéndose en el lugar de los demás. A través de este concepto, la autora demostró la importancia de pensar autónomamente a la hora de prevenir o evitar el enorme daño que unos seres humanos son capaces de infligir a otros (Comesaña Santalices, 2006). Pero, si este concepto es aplicable a los imputados y los funcionarios estatales, ¿cómo se construyó en ellos la banalidad del mal? ¿Por qué el violador y sus cómplices se sintieron en el derecho de perpetrar una violación sexual a una joven en la vía pública? ¿Cómo pudo el sistema judicial, de seguridad y de salud no sentir indignación, rechazo o bronca por el hecho acontecido? La primera afirmación que puede hacerse es que LNP no fue reconocida como sujeto de derecho en la misma medida que sus agresores o por los funcionarios estatales. No fue respetado su derecho a la igualdad ante la ley, al pleno goce de sus derechos. Ello remite a la construcción de la igualdad y la diferencia, en cuanto categorías históricas y socialmente determinadas. Las diferencias que encuentran los victimarios de LNP pueden estar en la base de la banalización del mal que le provocan. Para reflexionar sobre la banalidad del mal en el caso en estudio, introduciré la sumatoria de diferencias presentes en LNP, que la inferiorizan, que puede estar en la base de la banalización del mal cometido hacia ella6. Ser mujer como característica que inferioriza La violencia hacia las mujeres en cuanto grupo social, violencia ejercida hacia nosotras por el hecho de ser mujer, se sostiene en los estereotipos de género sobre lo femenino y lo masculino, que 5 Este concepto es desarrollado en el libro Eichmann en Jerusalén, con el subtítulo Un informe sobre la banalidad del mal. Su primera publicación fue en el año 1963 en EE. UU. 6 Es importante aclarar en este punto que he seleccionado deliberadamente sólo algunas dimensiones del problema. Otros determinantes como la práctica del “chineo” en esta región de Argentina también se encuentran en la base de la naturalización de las situaciones de violación de derechos que sufren las mujeres descendientes de pueblos originarios. Se agradecen los aportes de la Dra. Graciela Rodríguez a esta reflexión. coloca en un lugar de inferioridad a la mujer en relación al varón. A la mujer se le asignan una serie de atributos que en la cultura occidental se valoran negativamente, como ser débil, poco inteligente, sensible, necesitada de protección y mejor preparada para el trabajo del hogar. Al mismo tiempo, al varón se le atribuyen sus antónimos: fuerte, con capacidad de liderazgo, inteligente, mejor preparado para sostener económicamente el hogar, protector y dominante. Este tipo de atribuciones, contribuyen a la aparición de relaciones abusivas en las que se establece una interacción asimétrica entre hombres y mujeres en las relaciones de pareja y contribuyen a la aparición de la violencia de género (Delgado Álvarez, Sánchez & Fernández Dávila, 2012). La violencia se ejerce hacia las mujeres por considerarla inferior, y por creerse con el derecho y la justificación para hacerlo. La violencia se ejerce como un derecho que no se discute, en una especie de derecho consuetudinario que en algunos momentos históricos se ha tratado incluso de argumentar y justificar (Comesaña Santalices, 2006). En el caso de la violencia sexual, como sucede en el caso analizado, se evidencia que la sexualidad en la especie humana no es un simple impulso natural o primitivo, sino una construcción cultural marcada desde intereses de poder, siendo fácilmente manipulada a partir de instancias médicas, religiosas o políticas. Ser perteneciente a pueblos originarios como caracteriza que inferioriza7 En los procesos de formación de los Estados Nacionales, que se fueron presentando principalmente en las últimas décadas del siglo XIX en América del Sur, una de las operaciones simbólicas centrales fue la elaboración del “gran relato” de la Nación, una versión de la historia que, junto con los símbolos patrios y monumentos a los héroes nacionales, pudiera servir como eje central de construcción de la identidad nacional. La Argentina no fue la excepción y así la construcción política de la nación se asienta desde la memoria histórica en una serie de acontecimientos que, como antecedentes o como fundacionales, van explicitando el devenir de esa construcción. Estos hechos relevantes, entrelazados en un relato unívoco, ayudan a comprender la emergencia y consolidación de una nación blanca y una cultura europea, al mismo tiempo que evidencian el borramiento y silenciamiento de la participación de los pueblos originarios en todos estos episodios. Este relato “oficial” de la historia está presente en la memoria colectiva y forma parte del aprendizaje de la historia de nuestro país en todos los niveles de escolarización. A pesar de 7 Para analizar esta dimensión, me he valido especialmente del análisis y las reflexiones de Enrique Mases (2010). Se agradecen sus valiosos aportes a este tema. las resignificaciones de la historia de los últimos años, todavía hoy se mantiene vigente, mientras las comunidades indígenas siguen pugnando por alcanzar visibilidad e incorporarse a la historia nacional. Cuando el Estado-nación se pone en guerra con los pueblos originarios, produce un dispositivo militar que pretende fundamentarse en la naturalización de una “violencia legítima” sobre un enemigo interno (que el dispositivo construye como externo), en función de la defensa de “intereses nacionales”. Es esta noción de guerra interior que, al ser producida desde el Estado, genera un campo de posibilidades para su trastrocamiento en genocidio, al incluir, dentro de los componentes posibles del dispositivo, la eliminación física del “enemigo interior”. La construcción discursiva de un enemigo interno que debe ser exterminado encuentra sus condiciones de decibilidad desde una retórica racializada del nos-otros nacional (Mases, 2010). Esta concepción, al transmitirse en instituciones y diversos dispositivos de disciplinamiento, configura un nos-otros nacional que excluye a los pueblos originarios. La violencia contra ese otro legitimada por el Estado al ejercerla, se legitima en la sociedad. Ese otro puede ser matado, violado, eliminado. Ser pobre como característica que inferioriza La pobreza en pueblos originarios amerita un análisis diferencial en comparación con otros grupos poblacionales, por la particularidad cultural de esta población. Las metodologías que utilizan los estados nacionales para medir la pobreza no poseen la sensibilidad cultural necesaria para integrar las formas singulares de interpretar la riqueza y la pobreza en diversos grupos culturales. Ambas concepciones son interpretadas monoculturalmente desde la sociedad occidental capitalista. En este punto es necesario señalar que no hay una visión indígena única sobre la pobreza. Por un lado hay intelectuales y líderes indígenas que afirman que el concepto de pobreza es una manera de discriminar o desvalorizar la cultura indígena. El hecho de comparar los grupos indígenas con el resto de la sociedad nacional en términos de ingresos, escolaridad o saneamiento básico, puede ser injusto, ya que estos indicadores, propios de la sociedad nacional, pueden no tener la misma relevancia para los pueblos indígenas. Por otro lado, muchos indígenas, tal vez la mayoría, quieren gozar de los beneficios y comodidades que la sociedad global ofrece. Las personas pertenecientes o descendientes de pueblos originarios tienen exactamente el mismo derecho a los bienes y servicios del mundo moderno que cualquier otra persona. Sería absurdo imaginar que por ser indígena una persona tendría que restringirse exclusivamente a la dieta, vestimenta o vivienda de sus antepasados y que no pueda tomar una Coca Cola o un whisky etiqueta negra. Sin embargo, es aquí donde se presenta el problema de la pobreza, ya que la mayoría de las personas indígenas no solamente no tienen acceso a los lujos y novedades de la vida moderna, sino que ni siquiera pueden satisfacer las necesidades que hoy en día se consideran básicas (Renshaw & Wray, 2004). La pobreza extrema que atraviesan hoy los pueblos indígenas latinoamericanos es producto de un proceso histórico que comienza con la colonización europea. Los modelos económicos impulsados desde la modernidad se basan en el mercado como único mecanismo, exclusivo y excluyente, de la economía global. Los procesos de modernización disfuncionalizan las economías indígenas, que son descartadas como formas económicas válidas. El proceso de desposesión (especialmente, quita de sus tierras y emisión de boletos de propiedad privada) sumado a la penetración del mercado por parte de otros sectores externos, lleva a la conversión de las economías productoras indígenas en economías de autosubsistencia. En el siglo XX los pueblos indígenas se encontraron desposeídos de sus territorios, del poder político para decidir sobre su destino y en una situación de pobreza, en muchos casos extrema, sumado a un alto grado de exclusión social (Del Rio, 2008). La banalización del mal y después… La breve revisión realizada sobre las características singularidades de la joven LNP que son significadas socialmente de forma negativa, parecen estar en la base de la situación vivida. Las inescrupulosas actuaciones de sus victimarios, parecen inscribirse en el marco de una fuerte determinación social. Sin embargo, con ello no se pretende evitar la responsabilidad que cada uno de ellos posee sobre sus actos. Si bien las construcciones sociales sobre ser mujer, perteneciente a pueblos originarios o pobre pueden ser más imperantes en algunos contextos que en otros, ello no es excusa para la violación de las legislaciones vigentes. Todos ellos son culpables de diversos delitos, a pesar de la necesidad de transformar las representaciones sociales sobre las características enunciadas. Siguiendo el concepto de Banalidad del mal de Hannah Arent, varias de las características que le atribuye la autora parecen encontrarse presente en los victimarios. Los autores no parecían portar una particular maldad, o haber perpetuado el hecho producto de una convicción ideológica. Tampoco parece que hubieran actuado reflexivamente, o emitido juicios valorativos por sus actos. Es clara su incapacidad para ponerse en el lugar del otro. Al mismo tiempo, ninguno de ellos puede excusarse en no conocer los derechos de la víctima. Eran conscientes de sus actos, aunque no parecían esperar consecuencias por ello. Si bien aquí no aparece la obediencia a la autoridad, los autores parecen reproducir normas sociales injustas, vinculadas a las relaciones construidas entre los grupos sociales, en una sociedad machista y feudal. Normas sociales que son más fuertes que las normas del derecho vigente. Ser mujer, perteneciente a pueblos originarios o pobre, se han constituido en características de la otredad, marcan el límite del nosotros. El nosotros se ha construido sobre una sociedad ficticia supuestamente masculina, blanca y con acceso a los bienes de la cultura occidental. Por otro lado, aun cuando el reconocimiento de la diversidad cultural de los pueblos originarios podría reconocerse una otredad, en tanto diversidad, no supone necesariamente la adjudicación de características negativas a ese otro (Bonavitta, 2010). La diferencia se ha construido desde la desigualdad, especialmente desde el desigual acceso a la riqueza. La imposibilidad de los autores de identificar a LNP como una igual, construir una relación simétrica con ella, se encuentra en la base del abuso de poder que realizan. La igualdad, en el momento actual, implica la abstracción de las desigualdades reales. Cuando se asume que todos los ciudadanos son iguales, se ignora que solamente se está hablando de una igualdad jurídica, proclamada, pero no garantizada. Prima la desigualdad, sobre la igualdad. La igualdad no es un hecho, sino un ideal a perseguir; no una existencia, sino un valor; no un ser, sino un deber. (Bobbio, 1991). Para poder garantizar los derechos humanos, es necesario construir una sociedad asentada sobre otros valores, sobre otros principios. Autores europeos como Bauman (2003) lo han conceptualizado como una comunidad global, inclusiva pero no exclusiva, un sistema legal global vinculante y obligatorio, y principios éticos respetados globalmente. Una comunidad sostenida en valores como el cuidado mutuo, derechos que se convierten en obligaciones recíprocas, respeto por las igualdades que no descaracterizan, defensa de las diferencias que no inferiorizan. Ése es nuestro desafío. Referencias citadas Bauman, Z (2003) Comunidad. En busca de seguridad en un mundo hostil. Buenos Aires, Siglo XXI. Bobbio, N. (1991) El tiempo de los derechos. Madrid: Sistemas. Bonavitta, (2010) El pobre como amenaza en la posmodernidad. Kairos, 14 (26). CLADEM (2011) Caso LNP. Discriminación por género en el sistema de justicia. Primera edición. CLADEM-Insgenar. Comesaña Santalices, G. (2006) La violencia contra las mujeres como mal radical. Revista Venezolana de Estudios de la mujer, 3 (1). Convención sobre los derechos del niño. Adoptada por la Asamblea General de las Naciones Unidas el 20 de noviembre de 1989. Delgado Álvarez, M. C., Sánchez, G. M. C. & Fernández Dávila, J. P. A. (2012). Atributos y estereotipos de género asociados al ciclo de la violencia contra la mujer. UniversitasPsychologica, 11 (3). Del Rio, P (2008) Pobreza extrema y pueblos indígenas, una mirada retrospectiva. Revista de la Escuela de Antropología, 14. Efron, R. (2012) Niños, niñas, adolescentes y jóvenes. Del malestar al protagonismo. Editorial Académica Europea. Ley Nacional de protección integral de los derechos de las niñas, niños y adolescentes Nº 26.061. Lorenzetti, R (2009). Cap. Salud mental, legislación y derechos humanos en Argentina. En: Salud mental y derechos humanos. Vigencia de los estándares internacionales. Buenos Aires: OPS/OMS. Mases, E. (2010) La construcción interesada de la memoria histórica: el mito de la nación blanca y la invisibilidad de los pueblos originarios. Revista Pilquen, 22 (12). Renshaw, J. & Wray, N (2004) Indicadores de bienestar y pobreza indígena. Banco Interamericano de Desarrollo.