T20 // ciencia La historia de un hombre de 36 años con soporte vital, cuya familia lo desconectó y lo que ocurrió después. TENDENCIAS | LATERCERA | Sábado 10 de agosto de 2013 Que tus deseos TEXTO: Ashwaq Masoodi/The Atlantic L DOCTOR Kenneth Prager, un experto en ética médica de 70 años, esperaba a un paciente en su oficina del Hospital Presbiteriano de Nueva York, cuando un colega lo llamó. Estaba feliz de escuchar al doctor Steve Williams, de 56 años; se había entrenado con él y ahora era el jefe médico de un hospital cercano. Pero comenzó a inquietarse cuando comprendió el motivo de la llamada. La mayor parte del tiempo, los especialistas en ética manejan casos en que las familia se niegan a que uno de sus miembros se vaya. Pero en este caso era todo lo contrario. Williams trataba a un paciente de 36 años, que estaba inconsciente y bajo varias formas de apoyo vital, pero se esperaba que pudiera recuperarse. La familia, sin embargo, creía que lo mejor era desconectarlo. Joseph Brown, un hombre alto, enjuto, yacía inconsciente en una cama de la UCI, ajeno a todo lo que sucedía -incluyendo a su padre, a su hermana y novia-, quienes estaban de acuerdo en que el apoyo vital debía terminar. Cada vez que el hospital trataba de despertarlo, Brown se agitaba y requería ser sedado. Necesitaba ser sometido a una amputación, en realidad, a varias. Su familia, de extracción obrera, decidió que él no habría querido vivir así. Afirmaban que como albañil, si perdía sus manos, su vida ya no tendría sentido. Prager no se sintió cómodo con la decisión. Había participado en el comité de ética médica del Hospital Presbiteriano de Nueva York desde su creación en 1992 y al año era consultado entre 150 a 200 veces. Pero el caso de Brown fue uno de los inusualmente complejos que debió enfrentar. “Si hay alguna duda sobre lo que el paciente quiere, lo apropiado parece ser inclinarse por la vida. Una muerte errónea es una injusticia mayor que una vida errónea”, dijo Prager. Williams y su colega Julia Stern, vicepresidenta de asuntos legales del hospital, por lo general resolvían la mayoría de los dilemas sin tener que involucrar a terceros. Pero como se trataba de un caso inusual, él quería tener una segunda opinión: sólo para asegurarse de que estaba en el camino correcto. Debido a los inmensos avances tecnológicos en medicina, para los médicos puede ser muy difícil determinar en qué minuto un tratamiento es inútil. El trabajo se hace mucho más desafiante cuando la familia exige algo que parece poner en peligro el bienestar del paciente, aunque crean que eso refleja los deseos de su familiar. E Caso sin precedentes Brown era un hombre blanco y soltero que vivía con su familia. En noviembre de 2005 se le infectó un dedo del pie. Por un tiempo, él lo ignoró. Pero la piel del dedo y la que lo rodeaba seguía endureciéndose y volviéndose cada vez más roja, por lo que tuvo que ir al hospital. Incluso en ese mo- mento, Brown pensó que sólo necesitaba que un cirujano le drenara la infección. Pero, por desgracia, no fue el caso. La infección había entrado a su torrente sanguíneo y se expandió por todo el cuerpo. Había desarrollado una fascitis necrotizante, una enfermedad “come carne” que mata al 73% de los pacientes. Puede comenzar con algo tan simple como cortarse con un papel, la bacteria que entra al cuerpo y luego se extiende a lo largo de la fascia, la capa que separa a los músculos de la grasa. Brown pronto desarrolló una sepsis y sufrió un fallo multiorgánico. Tuvo que ser sedado y conectado a un respirador mecánico. Antes de conocer a la familia, Williams había supuesto que no sabían del verdadero estado clínico de Brown. “Quería asegurarme de que comprendieran que podía sobrevivir a su condición... que había prótesis, centros de rehabilitación, que podía obtener calidad de vida, incluso después de la amputación”, dijo Williams. Se reunieron con la familia en una pequeña sala, a pocos metros de la UCI. Se sentaron al final de la mesa, y el padre de Brown, John, su hermana y su novia se sentaron del tipo: ¿qué hará sin sus extremidades?, ¿cómo será su futuro? “Eran persistentes, pero no estaban enojados”, recuerda Williams, a quien le seguía resultando difícil de creer que la familia quería dejar partir a Brown. Se mostraban seguros respecto de lo que querían, de que la máquina respiratoria se desconectara. Estaban seguros de que Brown lo hubiese deseado. Brown no había dejado instrucciones previas, ningún registro escrito de cuáles eran sus deseos en caso de sufrir situaciones cercanas a la muerte. Nunca lo habían escuchado hablar de eso. La certeza de su familia no era más que especulación. En ocasiones, las familias le dicen a Williams que él no es Dios, que él no tiene que decidir sobre quién vivirá y por cuánto tiempo. Williams sonríe, frotándose las manos sobre la barba. “Les digo que Dios es muy claro en dar a conocer cuál es su deseo. Estamos luchando contra Dios en cada momento, con los ventiladores, con los tratamientos intravenosos, con los marcapasos. Estoy en una especie de guerra con Dios. Dios trata de llevar a sus seres queridos al cielo y yo trato de mantenerlos aquí en la tierra. He estado en este tira y afloja muchas veces, y nunca he ganado”. Después de la reunión, Williams sabía que necesitaba más opiniones y ganar tiempo. Fue cuando decidieron acercarse al Comité de Bioética. Tenía 15 miembros, incluyendo médicos, un sacerdote, un abogado y un trabajador social. Era poco usual que el comité completo fuera convocado para oír un caso urgente. Pero esta vez se hizo. En este caso era todo lo contrario. Un paciente de 36 años que estaba inconsciente y bajo varias formas de apoyo vital, pero se esperaba que pudiera recuperarse. La El comienzo de la bioética familia, sin embargo, creía que Cuando se creó el primer comité de ética del hospital, Prager trabajaba como neumólogo. lo mejor era desconectarlo. frente a la pareja. John era un hombre musculoso, con el rostro grueso, de alguien que ha trabajado para llegar a fin de mes. El insistía en que Brown preferiría morir. Un trabajador manual se sentiría inservible después de una amputación. “Les dije que esto no suele ser la situación en la que se elimina el soporte vital. Normalmente, si se trata de alguien joven, lo que uno realmente quiere es hacer todo lo posible para salvarlo, a menos que no haya esperanza”, dijo Williams. La familia siguió moviendo sus cabezas, expresando su desacuerdo. Williams y Stern trataron de explicar en detalle la situación clínica de Brown. “La familia era la típica familia de clase trabajadora. Eran buena gente, pero las cosas había que explicárselas en términos sencillos”, comentó Williams. “Les dije que todo lo que estaba mal con él en ese momento era reversible y que había indicios tempranos de que se encaminaba en la dirección correcta”. Sin embargo, la familia parecía no estar convencida. Siguieron haciendo preguntas La mayoría de las personas que participaba eran voluntarios. Aún hoy, la mayoría lo son. Muchos se han formado con la práctica. Pero la nueva generación de especialistas en Etica tiene posgrados en la materia. En 1960, cuando Prager era internista general del Centro Médico de Columbia, el movimiento de bioética se inició con la investigación médica, después de que se viera la necesidad de pedir a los sujetos de investigación su consentimiento antes de intervenir sus cuerpos. En la década de 1970, a medida que creció su implicación con pacientes de la UCI, Prager comenzó a pensar en cómo los médicos que trataban a pacientes con enfermedades terminales no estaban prolongando sus vidas, sino que extendiendo el proceso de morir. Esta fue la época en que se formaron los primeros centros de estudio de bioética. La mención de la palabra “comité de ética hospitalario” se hizo por primera vez en la decisión sobre el caso de Karen Quinlan, en 1976. No fue sino hasta 1980, cuando 7.000 hospitales implementaron estos comités. En 1992, la Comisión Mixta, una organización sin fines de lucro que acredita a las organizaciones sanitarias, hizo que fuera obligatorio para los hospitales contar con mecanismos para hacer frente a las preocupaciones éticas. No definió cuáles. “Es una gran responsabilidad. Hay una enorme necesidad de los jóvenes médicos por obtener orientación sobre cómo hacer frente a estos casos. A medida que avanza la tecnología, los tratamientos se hacen más sofisticados. Esto aumenta los dilemas y hace más difícil la toma de decisiones”, dice Prager. “Hagan lo que sea necesario” Justo antes de que se celebrara la reunión de todo el comité de ética sobre el caso de Brown, Williams llamó a Prager, pensaba que él era la “persona obvia a quien recurrir”. “Habíamos tenido conversaciones previas. Sabía que le interesaba”, comenta Williams. Le dijo a Prager que quería “rebotarle” un caso inusual. Prager se sorprendió al recibir la llamada. Entusiasmado, dijo: “Hazlo”. Prager pensó que aunque era una práctica aceptada descansar en las familias para tomar decisiones sobre el tratamiento de un paciente discapacitado, creía que no era correcto dejar morir a Brown. Le dijo a Williams que mientras el cerebro de Brown no estuviera severamente dañado, podría seguir viviendo. Este era un caso sin precedentes y nadie sabía cuáles eran los deseos de Brown: “El (Brown) podría no haber previsto esto nunca. No sé cómo los familiares podían saber lo que él hubiera querido”, dice Prager. Se acordó de un artículo del New England Journal of Medicine, que había leído unas semanas atrás, sobre operaciones a soldados estadounidenses en Irak, que los desfiguraban, pero salvaban sus vidas. Mostraba cómo 203 estadounidenses habían sufrido amputaciones mayores antes de la batalla de Fallujah y cómo se produjo un incremento en este tipo de operaciones quirúrgicas. “En el Ejército de EE.UU. no se dijo ‘dejemos que ellos (los soldados) mueran porque quién querría vivir con la mitad de sus miembros’. Se dijo ‘démosles toda la ayuda que necesitan para vivir’”. Mientras se celebraba la reunión del comité, la condición de Brown comenzó a mejorar. Debido a los medicamentos, el recuento de glóbulos blancos, que había aumentado, bajó a la normalidad. Los niveles de toxinas comenzaron a caer. Su función renal mejoró. Estaba respirando cada vez más por su cuenta y dependía menos del ventilador. “Teníamos pruebas en todos los frentes de que se estaba recuperando”, recuerda Williams. Un grupo importante, incluyendo a Williams y otros médicos que atendían a Brown, se reunió en la sala de juntas del edificio administrativo del hospital. El cirujano ortopédico del caso recomendó realizar amputaciones, pero también advirtió sobre la discapacidad posterior. Los miembros del comité de ética dijeron que, a pesar de que es una norma confiar en las familias para tomar estas decisiones, “prescindir de 30 a