Cuerpos rotos, mentes destrozadas: La tortura de mujeres en el

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ÍNDICE AI: ACT 40/003/2001/s
Embargado hasta el 6 de marzo del 2001
Servicio de Noticias 26/01
Documento público
Cuerpos rotos, mentes destrozadas: La tortura de mujeres en el mundo
La tortura de mujeres y niñas sigue siendo una práctica diaria en el
mundo entero, según ha declarado hoy Amnistía Internacional en un nuevo
informe sobre la tortura de mujeres en el mundo titulado Cuerpos rotos, mentes
destrozadas. «Esta práctica se alimenta de una cultura mundial que niega a las
mujeres la igualdad de derechos respecto a los hombres, y que da legitimidad a la
violencia contra las mujeres.»
«Los torturadores pueden ser agentes del Estado o miembros de grupos
armados, pero lo más habitual es que sean familiares de la propia víctima, sus
empleadores o miembros de su comunidad. Para muchas mujeres, su hogar es un
lugar de terror.»
«K», de la República Democrática del Congo, estaba casada con un oficial
del ejército que la torturaba constantemente, muchas veces delante de sus hijos.
La violó en numerosas ocasiones, le contagió enfermedades de transmisión sexual
y, con frecuencia, la amenazaba con matarla con un arma de fuego. Durante un
incidente, le arrancó un diente, le dislocó la mandíbula y le propinó en el ojo un
puñetazo tan fuerte que «K» necesitó varios puntos de sutura; además, esta
mujer sufría lesiones constantes en la nariz, el cuello, la cabeza, la columna
vertebral, la cadera y los pies.
«K», que finalmente pidió asilo en Estados Unidos, declaró que era inútil
intentar denunciar la situación a la policía, en parte porque su esposo tenía
relaciones con la familia gobernante y en parte porque «las mujeres no son nada
en el Congo». Un juez de inmigración estadounidense calificó de «atrocidades»
los abusos que había sufrido, pero denegó su solicitud de asilo; esta decisión fue
confirmada por el tribunal de apelación sobre cuestiones de inmigración.
Este informe es parte de la campaña mundial contra la tortura que está
realizando Amnistía Internacional, e insta a los gobiernos a que se comprometan
a proteger a las mujeres y las niñas frente a la tortura. Los gobiernos que eluden
sistemáticamente su deber de tomar medidas para impedir la violencia contra
las mujeres en el hogar y la comunidad y proteger a las mujeres frente a estas
prácticas son también responsables de la tortura y los malos tratos infligidos.
«Los Estados, en virtud del derecho internacional, tienen el deber de
prohibir e impedir la tortura y de responder a los casos de tortura en todas las
circunstancias. Sin embargo, vemos con demasiada frecuencia cómo los gobiernos,
lejos de brindar una protección adecuada a las mujeres, se convierten en
cómplices de estos abusos, los encubren, los consienten y permiten que continúen
sin hacer nada para impedirlos.»
La violencia en el seno del hogar es una práctica realmente universal.
Según cifras del Banco Mundial, al menos el 20 por ciento de las mujeres han
sufrido agresiones o abusos sexuales. Los informes oficiales elaborados por Estados
Unidos dicen que cada 15 segundos una mujer es golpeada, y que 700.000 son
violadas cada año. En la India, más del 40 por ciento de las mujeres casadas
afirman haber recibido patadas o bofetones o sufrido abusos sexuales
simplemente porque a sus esposos no les gusta su manera de cocinar o de
limpiar, por celos o por otros motivos. En Egipto, el 35 por ciento de las mujeres
afirman haber sufrido palizas a manos de sus esposos.
Algunos grupos de mujeres son especialmente vulnerables a la tortura y los
malos tratos, y sufren discriminación múltiple. No son torturadas sólo por ser
mujeres sino también por motivos como la raza, el origen étnico, la orientación
sexual, la posición social, la clase o la edad.
Es habitual que las empleadas domésticas, muchas de las cuales son
extranjeras, sufran malos tratos a manos de sus empleadores. A causa de su
situación de inmigrantes, lo más probable es que no logren obtener una
reparación legal.
Nasiroh es una joven indonesia que viajó a Arabia Saudí en 1993 para
trabajar como empleada doméstica. Según contó a Amnistía Internacional, fue
sometida a abusos sexuales por su empleador, falsamente acusada del asesinato
de éste, y torturada y sometida a más abusos sexuales por la policía durante dos
años de detención en régimen de incomunicación. Los funcionarios de su
embajada no la visitaron ni una sola vez. El juicio fue tan rápido que no supo que
la habían declarado culpable. Sigue sin saber cuál es el «delito» por el que estuvo
cinco años en prisión.
En diversos países como Irak, Jordania, Pakistán y Turquía se han
denunciado «crímenes en nombre del honor» tales como tortura y homicidios.
Niñas y mujeres de todas las edades son acusadas de deshonrar a sus familias y a
su comunidad con su conducta. Las conductas reprobadas van desde simplemente
conversar con un vecino varón hasta mantener relaciones sexuales
extraconyugales. La mera percepción de que una mujer ha mancillado el honor
de la familia puede dar lugar a tortura y malos tratos.
También las mujeres que son compradas y vendidas para ser explotadas de
diversas formas, como el trabajo forzado, la explotación sexual o el matrimonio
forzado, están expuestas a sufrir tortura. La trata de personas es la tercera
fuente de ingresos de la delincuencia organizada internacional, después del tráfico
de drogas y de armas. Las mujeres objeto de trata son especialmente vulnerables
a la violencia física (incluida la violación), el confinamiento ilegal, la confiscación
de sus documentos de identidad, e incluso la esclavitud.
Las mujeres muchas veces son víctimas de tortura en los conflictos
armados por su papel de educadoras y de símbolos de la comunidad. En el
genocidio de Ruanda de 1994, las mujeres tutsis, y en la ex Yugoslavia, las
mujeres musulmanas, serbias, croatas y de etnia albanesa, todas fueron
torturadas porque eran mujeres de un determinado grupo étnico, nacional o
religioso.
Las mujeres que han sufrido tortura se encuentran con numerosos
obstáculos a la hora de intentar obtener una reparación. Algunos de esos
obstáculos son la indiferencia de la policía, la no tipificación de los abusos como
delito, la discriminación de la mujer en el sistema judicial, y la existencia de
procedimientos legales que obstaculizan la imparcialidad
de los procesamientos
penales.
Cuando tenía 15 años, los padres de «G» la vendieron como esposa a un
vecino a cambio de que éste les ayudara a pagar la hipoteca que gravaba su
granja en El Salvador. El esposo de «G» la violaba y le daba palizas
habitualmente, lo que le causó lesiones que requirieron hospitalización. «G»
acudió a la policía en busca de protección, pero le dijeron que no podían hacer
nada porque era un asunto personal. A los 20 años huyó con sus dos hijos, pero
sus padres y su esposo la encontraron. Su madre la sujetó mientras su esposo la
pegaba con un palo. «G» huyó a Estados Unidos y pidió asilo, pero le han
comunicado que va a ser devuelta a su país.
En muchas partes del mundo, lo normal es que la policía no investigue los
abusos que denuncian las mujeres, y que, en lugar de tramitar la denuncia, envíe
de vuelta a sus casas a las mujeres maltratadas. Según un estudio sobre la
violencia doméstica en Tailandia, la policía solía aconsejar a las mujeres que se
reconciliaran con sus parejas tras el incidente de violencia, y las mujeres,
para
que la denuncia siguiera adelante, tenían que pagar un soborno. En todo el
mundo, sólo 27 países han dictado leyes específicas contra la violación dentro del
matrimonio.
En Pakistán, si una mujer no demuestra que no ha consentido en
mantener relaciones sexuales con un hombre, puede ser acusada de zina
(fornicación), delito castigado con la muerte por lapidación o con la flagelación
pública. En algunos países, las mujeres no pueden comparecer personalmente
ante los tribunales: se supone que sus familiares varones defienden sus intereses.
Por ejemplo, las mujeres de Arabia Saudí que huyen de su casa para pedir ayuda
a la policía corren peligro de ser detenidas por mostrarse en público sin ir
acompañadas de un familiar varón.
Amnistía Internacional ha declarado: «Ya es hora de que los gobiernos
reconozcan que la violencia en el hogar y la comunidad no es un asunto privado,
sino que es responsabilidad del Estado. Las normas internacionales establecen
claramente que los Estados tienen el deber de garantizar que nadie es sometido a
tortura o malos tratos en ningún lugar, a manos de ninguna persona. Si los
Estados no cumplen con esta responsabilidad, se convierten en responsables del
sufrimiento que no han impedido».
El informe de Amnistía Internacional formula una serie de
recomendaciones detalladas que los gobiernos pueden poner en práctica. Entre
ellas se encuentran el condenar públicamente la violencia contra las mujeres,
tipificar esa violencia como delito, investigar todas las denuncias que se
presenten, y procesar y castigar a los perpetradores.
Para hacer constar su apoyo a la Campaña contra la Tortura, visiten el sitio web
<www.stoptorture.org>.
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Si desean más información, pónganse en contacto con la oficina de prensa de Amnistía
Internacional en Londres, Reino Unido, en el número + 44 20 7413 5566 o visiten
nuestro sitio web en <http://www.amnesty.org>. Para los documentos y comunicados de
prensa traducidos al español consulten la sección «centro de documentación» de las
páginas web de EDAI en <http://www.edai.org/centro>.
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