Aficionados integristas y esteticistas

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Taurino
Texto: Andrés De Miguel
Fotos: Juan Pelegrín
Aficionados integristas
Un factor de evolución de las corridas de toros
Convengamos en que el aficionado a los toros es un
personaje singular que hace de la asistencia a la plaza
una mezcla de obligación morbosa y placer íntimo e
intenso, o sea que no acude a las corridas como a un
simple espectáculo o diversión. Creo que por eso más
que divertirse o aburrirse sencillamente con los avatares
de las corridas y las faenas de los toreros, disfruta o sufre
grandemente con la función del arte de torear que se
representa ante él.
Texto: Andrés de Miguel
Fotos: Juan Pelegrín
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A
rte, espectáculo, rito, pasión… todo ello se junta para
provocar el gozo inefable que siente ante el toreo puro,
pero también para provocar su tremenda indignación
cuando sus expectativas se ven defraudadas.
Esta irascibilidad trufada de arrebato explica muchos
comportamientos individuales que vemos en la plaza de
toros, pero no acaba de explicar la variedad de momentos
que hacen dispararse esta irritación, ni la razón de que lo
mismo que a unos les hace botar de indignación sea aprobado con satisfacción por otros.
Todo el mundo se pone de acuerdo cuando hay un acontecimiento singular, como recientes y recordadas faenas
de Antoñete, de César Rincón o de José Tomás. Pero descontando los acontecimientos singulares, en el día a día
del aficionado, no todo el mundo coincide con el mismo
criterio sobre qué prefiere ver en la plaza.
y esteticistas
Creo que sin ánimo de simplificar en exceso, podemos dividir a los
aficionados a los toros, en función
de sus preferencias, en dos grandes
grupos que he venido a denominar
como esteticistas e integristas.
Para entendernos podemos definir a los aficionados esteticistas
como los partidarios de la elegancia de las formas y a los aficionados
integristas como los que encuentran la belleza en el dominio del
toro íntegro.
Los aficionados esteticistas suelen ser seguidores de algún torero
y les importa menos el toro que la
plástica del matador. Lagartijo en
el siglo XIX contaba con numerosos seguidores arrebatados por su
Podemos definir a los
aficionados esteticistas
como los partidarios de la
elegancia de las formas,
y a los aficionados
integristas como los que
encuentran la belleza en
el dominio del toro íntegro
estética elegante, que Sobaquillo
(Mariano de Cavia) glosó en numerosas ocasiones, iniciando una tradición a la que pertenece Alejandro
Pérez Lugín, Don Pío, quien recreó
con su pluma las magistrales y fantasiosas faenas de Rafael ‘El Gallo’.
Esta tradición pasa también por
los elogios superlativos al duende
de los toreros gitanos que desembocarán en “La música callada del
toreo” de José Bergamín en homenaje a Rafael de Paula. La tradición
de aficionados esteticistas lleva
hasta los actuales seguidores de
Enrique Ponce, pasando por los
apasionados defensores de José
María Manzanares.
Los aficionados integristas recorren la historia de la fiesta pidiendo
fuerza, trapío, edad y bravura a los
toros, y toreros que sean capaces
de poderlos. Encuentran la belleza, más allá de la pura plástica, en
la resolución del enfrentamiento
entre toro y torero con riesgo y
majeza.
El enfrentamiento entre las fuerzas de la naturaleza y la cultura,
que la fiesta de los toros representa, no encuentra sentido como
espectáculo para este tipo de aficionados sino en el dominio del
animal íntegro por el torero-héroe
que le ha dado todas las ventajas
que la tauromaquia permite, para
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crear belleza en la demostración
del dominio del toro.
La tradición de aficionados integristas se remonta al principio
de la fiesta de los toros y tiene en
Sánchez de Neira, contemporáneo de Paquiro y autor del Gran
Diccionario Tauromáquico, su primer
exponente. Cuenta con magníficos representantes en el siglo XIX,
como Peña y Goñi o F. Bleu y continúa hasta Luis Fernández Salcedo
y la mayoría de los críticos taurinos
recientes.
La parte más numerosa y ruidosa
de la afición de Madrid pertenece a
este sector, aunque no en exclusiva.
Desde Joaquín Menchero, El alfombrista –que acabó siendo mentor
de Joselito ‘El Gallo’–, o Matías, el
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Taurino
del tendido 1 de la vieja plaza de la
calle de Alcalá, hasta los asiduos a
la andanada del 8 en los años 60 y
70, o al actual tendido 7 de la plaza
de Las Ventas.
Los anhelos e intereses de los
componentes de estos grupos no
son contradictorios, pero sí son
difíciles de conjugar. La búsqueda de la belleza en el toreo tiene
mucho que ver con el sosiego, la
lentitud, la armonía de las formas; con el temple, por utilizar
un término estrictamente taurino,
sin embargo esto es francamente
difícil de conseguir si enfrente del
torero hay un toro con acometidas
inciertas.
Por otra parte, la búsqueda de
la nobleza del toro puede acabar
produciendo animales que excluyan la emoción, y la pura exaltación del riesgo puede concluir con
una esgrima de mucho sobresalto
y poca belleza.
La interacción y el desacuerdo
entre estos dos grupos de aficionados ha sido el dinamizador de
la fiesta, su motor, puesto que sólo
raramente se da una faena con la
conjunción del mayor riesgo con
la mayor armonía de la composición, lo que siempre ha proporcionado abundante argumentación
a ambos bandos, y ha contribuido
a la transformación de la fiesta de
los toros, impidiendo su anquilosamiento y adaptando su evolución a
los gustos de una sociedad también
en permanente cambio.
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