Alapalabra n.° 1 - Universidad Central

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Revista estudiantil
de creación literaria
Número 1, diciembre de 2014
FACULTAD DE CIENCIAS SOCIALES,
HUMANIDADES Y ARTE
Creación Literaria
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CONSEJO SUPERIOR
Fernando Sánchez Torres
(Presidente)
Rafael Santos Calderón
Jaime Arias Ramírez
Jaime Posada Díaz
Carlos Alberto Hueza
(Representante suplente de los docentes)
RECTOR
Rafael Santos Calderón
VICERRECTOR ACADÉMICO
Luis Fernando Chaparro Osorio
VICERRECTOR ADMINISTRATIVO
Y FINANCIERO
Nelson Gnecco Iglesias
Germán Ardila Suárez
(Representante de los estudiantes)
UNA PUBLICACIÓN DEL DEPARTAMENTO
DE HUMANIDADES Y LETRAS
Isaías Peña Gutiérrez
Director
Óscar Godoy Barbosa
Coordinador académico
Alapalabra
Revista estudiantil de creación literaria.
Proyecto apoyado por la Convocatoria
de Proyectos de Gestión Estudiantil, Área
de Integración Académica y Cultural, del
Departamento de Bienestar Institucional.
Primera edición: diciembre de 2014
Juan Sebastián Castillo Galvis
Director
María Paula Maldonado Gómez
Editora
Andrea Vergara
Asesora editorial
Producción
Coordinación Editorial
Comité Editorial
Dirección: Héctor Sanabria Rivera
Diseño de cubierta: Patricia Salinas
Diagramación: Patricia Salinas y Andrés Pascuas
Corrección de textos: Óscar Arango
y Mauricio Palacios
© Ediciones Universidad Central
Carrera 5 n.º 21-38. Bogotá D. C. Colombia
PBX: 323 98 68, ext.. 1556.
editorial@ucentral.edu.co
Impreso en Colombia - Printed in Colombia
Esta publicación solo puede ser reproducida,
registrada o transmitida con el permiso previo
escrito del autor.
María Paula Maldonado Gómez,
Alejandro Salazar Valencia, Diana Cortés,
Sebastián López Rodríguez,
Laura Marcela Mateus, Mauricio Palacios.
Contenido
Págs.
Introducción........................................................................................5
Editorial................................................................................................7
No vale nada
Germán Cubillos....................................................................9
Historia ancestral
Laura Marcela Mateus............................................................12
Salvador Dalí – Los relojes blandos
Camila Aldana.......................................................................14
RyL
Megan Valeska Melo..............................................................15
Narración de una lengua parafásica
Natalia Morales......................................................................18
Subjuntivo
Juan Pablo Rodríguez.............................................................22
Gente
Juan Pablo Rodríguez.............................................................26
Cuento con diccionario
Germán Cubillos....................................................................27
Haikús para los Mundos perdidos
Brian Gelvez..........................................................................29
Ombligo
Megan Valeska Melo..............................................................32
La desimportancia del verbo
Sebastián Medina..................................................................34
Delirio
John Blair...............................................................................35
Los cordones de la escritura
Mateo Piraquive Giraldo........................................................37
Desconocidos
María Camila Tafur Leal..........................................................39
Todos como ovejas
Héctor Julio García Gaona.....................................................40
Muerte
Juan Sebastian Castillo...........................................................42
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na revista produce alegría. No todos podemos explicar, sin embargo, por qué, si esa revista es literaria,
provoca una alegría que desemboca en un gozo indescriptible. Un gozo que se acerca a lo íntimo porque allí
se leerán los poemas de otras casualidades estrelladas en una
malla de intimidades.
Así nace la revista del pregrado de Creación Literaria de la
Universidad Central. Apenas nos acercamos a la primera promoción de egresados de esta molécula estética que promete
extenderse por el universo literario del futuro, y ya una revista,
en manos de sus estudiantes, ha estallado en ciento un versos
y en las imágenes y en las estelas narrativas que quieren dar
cuenta del mundo del siglo XXI.
Dentro de unos años, no sabremos si las revistas se impriman en papel. Por ahora, 2014, al borde del 15, Alapalabra ha
encontrado el cauce del papel y de la tinta que por algunos siglos antes han servido para dar testimonio de escritores y escrituras, de colores y sentidos, de sonidos y dolores, de umbrales
y penumbras. Pero tampoco somos obsesivos; somos
actuales y comprensivos. Si de la piedra pasamos al
papel, estamos atentos a dejar el papel para asaltar las
holografías y las pantallas sumergidas de letras. No nos
intimidarán los medios, si las metas del arte literario nos
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prometen alcanzar otros horizontes humanos, más profundos,
más libertarios, más humanos.
Por lo pronto, los estudiantes de la primera carrera de
Creación Literaria aprobada en Colombia por el Ministerio
de Educación en toda su historia —y la primera, también, en
América Latina, con estas características— han lanzado al
mar, no la botella de vidrio con una carta anónima, sino un
bello y recio bergantín de papel con la esperanza de cruzarlo
en todas direcciones, bajo todas las coordenadas, con tormentas de sol o de lluvia, de noche y de día. Ellos, con entusiasmo y desvelo, quieren navegar —no importa el oleaje— para
dejar escrito en la superficie del mar una leyenda que se leerá
según nos encontremos en los aires o en las profundidades del
agua. Con la legibilidad del arte literario que han comenzado
a destilar en su Alapalabra.
Isaías Peña Gutiérrez
Director del Departamento de Humanidades
y Letras de la Universidad Central
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Editorial
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Corriendo el riesgo de que la celebración de una primera edición como un primer hijo nos haga caer en los tenebrosos lugares
comunes, queremos compartirles el gozo:
Hemos roto el cascarón. Alapalabra ha nacido. Destello de
la osadía iniciada por unos maestros cinco años atrás de devenir
polifonía de sueños y que se destila en más de cien tonalidades.
Quebrada de letras y apuesta editorial. Alapalabra es una propuesta artística y literaria. Una manifestación de amor que mana
del empeño de los estudiantes para sumergirnos en invenciones
y exploraciones literarias destinadas a desembocar en la tinta, y
no quedarse cautivas en el salón de clases.
Es la obra de todos, de las ciento y punta voces que divergen
y confluyen en el sueño de los valientes que crearon la carrera
en la que corremos. Además de eso, es todo lo que el lector cree.
Una criatura de papel, un laboratorio experimental o el comienzo del tejido.
Es un tímido pero gran esfuerzo que hoy alza vuelo, dejando
tras de sí una estela de colores que se entretejen, gracias al apoyo
de Bienestar Institucional y al Departamento de Humanidades y
Letras, y que no salió de otra parte sino de un sueño. El de ser,
entre todos, lugar donde la palabra vague libre. El mismo sueño
que nos hizo parte del Universo Creativo de los grandes del segundo piso. Es en agradecimiento a su casa de eterno espacio
que, dejando de creer, creamos Alapalabra.
Y por eso, y porque todos somos las madres y los padres, nos
damos la bienvenida a una de las mejores formas que encontramos para hacer florecer la rosa en el poema: esta revista.
Yo es otro dijo Rimbaud. Artaud se hartó y se largó pero aquí
estamos nosotros para darles el placer de gemir ante la lectura.
Con alegría,
María Paula Maldonado y Juan Sebastián Castillo
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No vale nada
Germán Cubillos
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caban de enterrarle un cuchillo en el estómago,
pero no le duele. La sangre baja lenta y mancha
el piso. Camina y ve las caras de las personas a su
alrededor, nadie lo mira a los ojos y ahora su mirada está
más clara que nunca. Se recuesta contra una pared, siente
un fuerte mareo, palpa la herida y se le ocurre recitar de
memoria un poema de Rafael Pombo que se aprendió en
la primaria:
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¡Mírenle la estampa!
Parece un ratón
Que han cogido en trampa.
Con ese morrión.
Fusil, cartuchera,
Tambor y morral,
Tiene cuanto quiera
Nuestro general.
Calla, respira profundo y siente por primera vez
dolor, continúa:
Las moscas se espantan
Así que lo ven,
Y él mismo al mirarse
Se asusta también.
Y a todos advierte
Con lengua y clarín
“¡Ay de aquel que insulte
A Juan Matachín!”
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Sus ojos se entrecierran, la sangre sigue goteando. La
mirada se le nubla y se ve en el colegio con sus compañeros, durante el recreo. Empujó a otro niño porque le robó
las onces. El coordinador de disciplina lo acusó a él de
buscar pelea, llamaron a los padres para hablar con ellos.
Los padres nunca fueron y el coordinador lo dejó castigado hasta que alguien fue a buscarlo. Lo recogió su hermana mayor, que le dijo sí a todo lo que exigió el señor.
Finalmente los dejó ir. De regreso a la casa, su hermana
caminó muy rápido, él se quedó atrás, se calló y se golpeó
en una rodilla, la hermana no lo esperó y él llegó solo.
Palpa con la mano la herida del estómago y no siente
la mano. Toda la mitad derecha del cuerpo se le duerme.
Se deja escurrir contra la pared hasta tocar el piso con
la cola. Siente dolor cada vez que respira. Hace un gran
esfuerzo por mantener los ojos abiertos y ver a la gente
pasar, quiere respirar hondo, no quiere irse, quiere ver a
la gente. Los ve desdibujados, desteñidos, lejanos. El sol
ilumina aún fuerte y le quema la cara, pero él no siente.
Un perro le ladra cada vez desde más cerca y él intenta
respirar sin que le duela. Sus ojos se terminan de cerrar y
su cabeza queda suspendida en el vacío, mientras todo su
cuerpo sigue sentado. El perro continúa ladrando retador
y el hombre no escucha. La sangre se ha empozado a su
lado derecho y su cuerpo está ligeramente inclinado hacia
ese lado. El perro se atreve y se lanza a su pierna izquierda. No lo muerde. Hala el pantalón con fuerza. Él sigue
impasible.
El sol comienza a ocultarse y el perro no ha dejado de
rodearlo. Le rompió la manga izquierda del pantalón. Le
ladra por momentos, va a orinar en el poste que está cerca
del hombre y vuelve.
Una señora se apresura a sacar la basura de la casa
en bolsas negras y blancas, diferenciadas, para facilitar el
reciclaje. Deja las bolsas en el poste, mira hacia el perro y
el señor. Regresa a su casa.
El perro le ladra a los carros. Un joven trabajador llega
en su bicicleta hasta el poste, saca unos carteles que anuncian un concierto, coge uno y lo pega allí mismo. El perro
ladra, el joven mira hacia la pared que apoya al hombre y
sigue en su bicicleta.
La noche lo cubre todo. El perro le lame la herida y
termina tumbándolo contra su sangre. Ladra con fuerza
hacia los carros. La luz intermitente de los semáforos los
ilumina. El frío se hace más intenso, los carros disminuyen
en las vías. El perro se acomoda para dormir, entre las
piernas del hombre.
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Amanece. Un señor pasa con su hija hacia el colegio.
Cruzan por el lado del hombre y el perro y ella que está
terminando de tomarse un yogurt piensa que el hombre
lo disfrutaría más. Mira al papá y el padre se lo permite.
No ven sangre porque el hombre está sobre ella. La niña
le deja la bebida al lado, el perro se despierta y lame el
yogurt. El padre y la hija siguen derecho. El perro le ladra
al señor, no reacciona. El animal atraviesa la avenida y
desaparece.
*Ganador del Concurso de Cuento
“Paracaídas de Letras”, bajo el seudónimo
Pepito Pérez
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Historia
ancestral
Laura Marcela Mateus
Hay un hilo de araña
Hay entre ella, su madre, la madre y yo
Un secreto polvoriento.
Hay un caminito de sal y angustia
Que nos recorre enteras, invisible.
¿Cómo saber que serías los pies danzantes de mujeres
anteriores?
¿Cómo te enteras?
¿Cómo no te das cuenta?
¿Qué eres?
¿Qué sospechas?
¿Quién te habita?
Soy los deseos
Soy el cansancio
Soy las manos secas
Soy amor, rabia, dolor.
Soy perdón
Soy preocupación
Dedicación, esfuerzo
Casualidad, cosecha, resentimiento
Esmero… y sueños.
Sudor, aguante, pasión, goce, remedio.
Oficio, cocina, yerbas, tinto y aromática.
Soy también, silencio y olvido.
Soy pocas palabras
Soy un jardín del tiempo
Soy un espejo con mil reflejos.
Soy un poema sin fin
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Sobre lo que soy
Soy los ojos de la vida
El vientre de la tierra
Agua sedienta, río cansado, enfermedad
de tradiciones.
En mí caminan pies de noche, pies de campo. Llueve polvo, acuden repugnancias, se disculpan los horrores,
todo pasa y pasa por mí, tan rápido, sin aviso…
*Segundo puesto del Concurso de Poesía
“Paracaídas de Letras”, bajo el seudónimo
de Mar y Cielo
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Salvador Dalí
Los relojes blandos
Camila Aldana
Ves un abismo cobrar vida
Se va lo único que no tienes
Se escapa a los ríos de tus manos
Se deshace lenta el agua entre tus largas falanges
Se derrite como el acero frente a tu mirada
Desaparece de tu respiración
Hace silencio en tus tímpanos
Sientes abismo a través de tus venas
Tiempo como agujillas de tus huesos
Robas insectos numéricos
Pierdes el vuelo del transcurrir
Te hundes en el tiempo
Sumerges la lejanía
Te acabas
Mientras se detiene el reloj
* Segundo puesto del Concurso de Poesía
“Paracaídas de Letras”, bajo el seudónimo
de Georgina
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Megan Valeska Melo
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i hermano y yo somos gemelos. En el momento
de nacer nos dieron a cada uno sólo una inicial.
R y L. Eso era todo. No teníamos nada más. Llegamos solos a este mundo. Mi hermano era el único para
mí y yo el único para él. Sin embargo, no éramos los únicos en el mundo. Más de la mitad de la población mundial
tenía a otros como nosotros. Nos cansamos de decirnos
solamente R y L por lo que pensamos cómo nos gustaría
llamarnos. Así fue como llegamos a ser Rupert, mi hermano, y yo, Lambert.
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Menos de la mitad de nuestra vida estuvimos dentro
de una oscura caja. Es sorprendente la cantidad tan exorbitante de Rs y Ls que hay en el mundo. No tardamos en
enterarnos que con la misma rapidez con que nos daban
vida éramos desechados. Rupert siempre quiso quedarse
dentro de aquella caja. Tenía miedo de salir. Miedo justificado. Yo en cambio, anhelaba ver todo lo que había
afuera, más que cualquier otra cosa. Aunque me costara
la vida. De otra forma, no aportaríamos nada con nuestra
vida y, ¿cuál es el propósito de nuestra existencia sino el
de una efímera vista de la grandeza del mundo? Aún no
sabía bien, no obstante, cuál era nuestra función exactamente. Entonces la caja se destapó.
Por primera vez estuvimos en los oídos de alguien.
Eran cálidos y nos envolvían de una manera agradable.
Entonces nos dimos cuenta de lo que podíamos hacer. Ella
colocaba nuestro único pie, el que compartíamos, dentro
de un pequeño agujero negro. La primera vez a Rupert le
dio un síncope. Yo estaba emocionado. Y luego de entrar
ahí nos transformábamos por completo. Diferentes clases
de sonidos. Agitados. Suaves.
Voces hermosas que se comunicaban de manera elocuente en idiomas que jamás habríamos conocido. Nos
convertíamos en un médium que le permitía a ella co-
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municarse con aquel agujero negro. Aquel pequeñísimo
agujero que hacía parte de un pequeño cuadrado. ¿Era ese
un dios? Todavía no lo sé. Pero el éxtasis al que nos llevaba
en cuanto entrábamos en contacto me hace creer que lo
era. Éramos el puente de comunicación entre este pequeño dios y nuestra dueña. Aún cuando Rupert y yo no nos
veíamos en todo el tiempo que estuviéramos allí, viendo
hacía su interior, no nos sentíamos intranquilos. Rupert se
acostumbró a estar dentro de ella. Se sentía tanto o más
atraído que yo por lo que significaba estar siempre a su
lado. El problema venía cuando tenía que quedarse fuera.
Rupert tenía constantes ataques de ansiedad en los que
se enredaba alrededor mío. En lo único en lo que no nos
parecíamos aparte de nuestras iniciales eran nuestras estaturas. Rupert siempre fue mucho más alto que yo. Pero sin
importar cuánto se enroscara en mí, ella, nuestra dueña,
siempre nos separaba. Lo hacía con delicadeza. Despacio.
Cuidando de no dañar a Rupert. Ni a mí, que me quedaba
tieso mientras ella terminaba. Rupert se tranquilizaba tras
entender que ella lo pondría dentro de nuevo. A mí me
gustaba también estar afuera, era frío ya que nos habíamos
acostumbrado a la calidez de sus oídos, pero había miles
de cosas que podía observar desde el lugar en donde ella
nos dejara.
Ella nunca se enteró de nuestros nombres pero, también nos hizo diferentes a su manera. Donde ella vivía
había varios Rs y Ls por todos lados. Incluso unos que
habían salido del mismo lugar que nosotros y se nos parecían demasiado. Entonces ella nos colocó unas pequeñas
fajas de colores que se adhirieron a nuestra piel. Éramos
únicos para ella. Aunque no fuéramos los únicos en el
mundo. Jamás fui tan feliz, aunque no tuve mucha más
experiencia que ésta. Rupert era feliz también, pero en lo
que aumentaba su emoción disminuía su productividad.
Los sonidos ya no salían con la misma intensidad
La melancolía que lo envolvió se volvía cada vez más
profunda hasta que ella se dio cuenta que Rupert ya no era
el mismo. Percibí que trató de disimularlo. Quería hacer
ver que no sabía lo que ocurría. Pero con cada nuevo sonido Rupert dejaba ver su verdadera condición. Está vivo,
aún ahora, pero su pulso es tan tenue que apenas y se
nota. Ya no me habla. Sólo tiene una expresión de agradecimiento para con ella, que no nos ha desechado todavía sin que entendamos por qué. A Rupert esto lo anima,
de alguna extraña manera se siente frágil pero extremadamente bello. A mí me hace preguntarme hasta cuándo
seguiré aquí. El propósito con el que hemos sido hechos
ha terminado. No podemos cumplirlo uno sin el otro. No
servimos más al mundo. Ya no somos productivos. Sin embargo, ella no nos desecha. Entonces he podido entender.
Las buenas intenciones son crueles. Y la vida es también
muy larga.
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* Segundo puesto del Concurso de Cuento
“Paracaídas de Letras”, bajo el seudónimo
de Allan Kawabata
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Narración
de una lengua
parafásica
Natalia Morales
¡
La Lengua estaba fuera de control! Nadie se entendía
con nadie, las oraciones salían desordenadas de la boca
de sus hablantes. Cuando doña Eugenia fue a pedir una
libra de carne en la tienda de la esquina no pudo darse
a entender: “Buenas carne, da libra me flaquita una Juan
bien de don cadera días”. La respuesta ante el shock inicial
por sus desordenadas palabras fueron risas, pero cuando
continuó intentando decir su pedido y no pudo, entró en
pánico. ¿Qué le estaba sucediendo? No pasó mucho tiempo antes de que el rumor se extendiera y apareciera un
segundo caso, un tercero y después de un mes, toda la
ciudad no podía hablar coherentemente.
Los médicos no sabían cómo dar respuesta a ese extraño fenómeno. En un inicio pensaron que era algún tipo
de parafasia en la que se confundían unas palabras por
otras, pero ante la aparición de más casos concluyeron
que era una extraña epidemia y recomendaron usar tapabocas cerca de las persona infectadas; sin embargo los
doctores pronto empezaron a hablar de la misma forma y
la mortandad en la población aumentó porque las fórmulas estaban al revés y los nombres de los medicamentos se
mezclaban con la enfermedad incorrecta.
La gente dejó de acudir a los hospitales a menos que
fuera una emergencia visible; los vendedores hacían lo mejor
por entender a sus clientes pero el lenguaje parecía desordenarse cada vez más. Los profesores ya no podían enseñar
después de qué o en dónde iba el complemento directo o
indirecto, cuáles eran los complementos circunstanciales o
los sujetos tácitos. Hubo pánico generalizado cuando la gente no se podía comunicar, era como gritar auxilio sin voz.
Las autoridades intentaban calmar a la población desesperada, pero ni siquiera ellos podían mantener la calma.
El alcalde y el gobierno de la ciudad hicieron un pronunciamiento que tampoco fue entendido. La gente empezó
a hablar por medio de signos e imágenes. Varias personas
empezaron a vender dibujos laminados de objetos cotidianos. La gente tenía sus bolsillos llenos de tarjetas de
colores con retratos de bananos, galletas, inodoros para
cuando necesitaban pedir prestado el baño y signos de
interrogación para preguntar el valor de algo.
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Además de señalar con el dedo lo que se necesitaba, poco a poco se empezó a desarrollar un sistema de
señas entre la población. Si arrugaba la nariz era para
preguntar algo, si sacaba la lengua tenía hambre, si se
tocaba la garganta tenía sed, si cruzaba las piernas estando de pie necesitaba ir al baño… pronto en muchos
lugares se imprimieron y pegaron tablas de imágenes
con todo lo que se vendía para que los clientes señalaran y especificaran con los dedos la cantidad de unidades que necesitaban.
Los amantes clandestinos ya no sabían cómo comunicar sus lugares de reunión o cómo profesar su amor sin que
sonara como una broma. Los taxistas entraron en banca rota
porque la gente no sabía cómo darles las indicaciones para
llegar a algún lugar porque cuando intentaban dar instrucciones como derecha o izquierda decían chadere, erdaizqui o cualquier otra combinación que no les permitía darse
a entender; eventualmente, pegaron imágenes de lugares
concretos y reconocidos en los vehículos para transportar
a los pasajeros. Los escritores pasaban noches de insomnio
tratando de organizar las palabras sin ningún éxito; solo algunos poetas se sentían satisfechos con el desorden de las
palabras que traía nuevas metáforas a sus versos.
La población había cesado sus intentos por hablar,
solo se escuchaba el pitar de los carros, las canciones de
las discotecas, las películas y series que repetían una y
otra vez en televisión porque los actores no podían filmar
más telenovelas a causa del fenómeno lingüístico, los noticieros de otras ciudades, los gritos de los niños al jugar
en los parques, el pasar de las hojas de los estudiantes que
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leían las copias que los profesores les asignaban y hacían
trabajos por medio de jeroglíficos o dibujos.
Hasta que el alcalde viajó fuera de la ciudad para reunirse con el presidente e intentó hablar con él, se dio
cuenta que las oraciones salían de forma ordenada de su
boca. Tras intentar dar explicaciones fallidas, concluyó
que el problema era aquel lugar, el problema estaba en
esa tierra maldita que no le permitía a sus hablantes comunicarse.
Sabiendo que la solución al problema estaba en sus
manos, se empezaron a hacer planes de evacuación a los
pueblos aledaños y a las demás ciudades. Cuando se informó la noticia a la ciudadanía mucha gente emigró a
las casas de sus familiares en el exterior y comprobaron
la buena nueva.
El gobierno hizo efectivo el plan de evacuación pero
mucha gente se negó a abandonar la ciudad. Algunas fábricas continuarían su producción allí y las personas dependían de esos empleos, pero por más promesas falsas
que les hicieron, una pequeña parte de la población no
abandonó aquella tierra vestida de concreto.
Con el paso del tiempo, las personas que emigraron
hablaron de lo terrible que era la vida cuando se tenía una
voz que no podía usarse y cómo agradecían ahora que un
hombre de apellido Nebrija hubiera escrito hace muchos
años un montón de reglas que nadie creía útiles hasta que
ya no podían usarlas.
La gente que quedó en la ciudad eventualmente se
acomodó al sistema de señas que tenían, perfeccionándolo con ayuda de algunos sordo-mudos y continuaron sus
vidas escuchando sus voces solo cuando querían reírse de
las incongruencias que decían.
Eventualmente, la ciudad quedó aislada del resto del
país excepto por algunos visitantes curiosos que trataban
de aprender un poco del nuevo sistema de señas que se
había convertido en un idioma para esos habitantes que
habían resistido el castigo de la lengua que se había cansado de ser maltratada y se había tomado unas largas va-
caciones. Cuando un par de gramáticos fueron a estudiar
este nuevo sistema se dieron cuenta de que la maldición
había cesado, y creyendo que sería una noticia de alegría
para sus habitantes, les informaron, pero ahora que aquella pequeña resistencia podía hablar de nuevo como lo
hacía originalmente, ya no lo necesitaba, habían creado
una nueva identidad a partir de lo que parecía caótico en
un inicio.
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* Tercer puesto del Concurso de Cuento
“Paracaídas de Letras”, bajo el seudónimo
de Lia
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Subjuntivo
Juan Pablo Rodríguez
Y tendría mi paz
y perdonaría a ciegas
y abriría siempre la puerta
y no te miraría así
y ahuyentaría los miedos
y regaría las huertas
(aunque fuera con una cuchara)
y besaría a papá en la planta de sus pies
para recordarle que su camino fue sagrado
y que el regalo verdadero será morirnos
Y nunca se secaría la tierra
porque el sol recibiría su pago
en nuestras ofrendas de maíz bien sudado
y las semillas aguantarían
escondidas en el desierto
hasta que recordáramos su nombre
y sus promesas
y tal vez haríamos chocolate
o aguadepanela
y la mesa sería tan grande, tan grande
que alguien tendría que esconder la lágrima
esa gota de sangre diluida en guarapo
porque se conmovería al vernos así:
repartiendo en círculo el pan del ciclo
sacudiendo el alma
respirando sin doler
y yo también
airearía este suspiro
para no aguar la sopa
con innecesarias melancolías
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Y el presente bastaría
para abrazar las crías
para criar los abrazos
como plántulas tiernas
y en la noche alguien hablaría
de la selva o el altiplano o el hielo o el fuego
pero hablaría
y nos quedaríamos dormidos en un gran colchón
en un cuarto sin techo
en una casa sin paredes
en una vereda sin nombre
con un frío sin cuerpos
(un solo frío al que le sobren los bordes)
Y al hacer el amor
no cerraríamos las puertas
sino las abriríamos
por si acaso algún hermano hubiese olvidado
que el verdadero pecado es no sentirnos por dentro
Y al fin mi piel
podría estar tranquila
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porque alguien que ya casi veo
sabría sanarla con saliva y viento
Con
saliva y viento
yo empuñaría el azadón
contra la tierra
orando al horadar
horadando al orar
este casi ombligo del que amamantamos
saliva y viento
sudor y viento
sangre y viento
para esparcir esta esperanza sin espera
que las madrugadas inundarían
de un arrebol al otro
hasta el atardecer
Y entonces
preñado de nubes
del cielo tendrían que caer rayos
y los incendios serían también
un acto de amor
entre el cielo y la tierra
(como el halo de luz
que dejaran atrás en su carrera
los espermatozoides constelados del sol)
Y el presente bastaría
para sembrar una magnolia
y un sietecueros
y tener los callos en las manos
y la arracacha en la lengua
y seríamos libres sin saberlo
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Por ahora, sin embargo
Parece ser hora de acumular cicatrices.
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Gente
Juan Pablo Rodríguez
N
osotros gente con tornasolados cuerpos como anfibios aplastando la noche contra la baba de la piel,
nosotros con nuestro follaje inmenso arrancándole
al sol algún pétalo que nos sirva de alimento, anunciando el amanecer que acaba por empezar después de tanta
sombra transcurriéndose. Por puro júbilo elevando vuelo,
encontrando en el suelo algo más que brilla:
Nosotros gente rodeados por la inmensidad de unas
olas que disipa sus grandes ostras alrededor de la playa.
En verdad vivos, nacidos por entre los dobleces de otras
gentes también nacidas pero ahora muertas, ahora vivas.
Nosotros gente, levadura inflada de tanto latir, dispuestos aunque sea a gatear.
Nosotros gente en inmersión profunda, buscando
siempre el oro crudo o el cristal crecido, casi aeroplanos
solo que carnes, musitando el viento, significando el compás —compás que antecede al útero y lo conquista.
Sangre hervida de todos los elefantes que no se pudieron llevar los alisos ni los siglos, perseverancia en la
médula como señal de algo que siente y piensa y siente y
olvida y vive y reside en cada uno de nosotros gente que
decidimos permanecer aún cuando llegó el invierno y lo
devoró todo.
Nosotros gente, animal desovando por mérito de amor
e imperioso deseo de seguir siendo lo que no tiene nombre y se coronó con el silencio que tuvieron que guardar
nuestros padres al confeccionar sus cuerpos el uno en el
otro; pasmados y victoriosos, haciéndonos nacer gente
por atracción planetaria y sucesión de melodías.
Nosotros gente, este mutismo que recobró el calor al
fertilizar el óvulo.
Cuento
con diccionario
Germán Cubillos
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S
altó hacia fuera cuando el bus paró. Una señora con
muchas arrugas, en el vestido, lo identificó y torció
la boca del susto.
Susto: Característica de una persona, perfecta para ser
asaltada.
Alcanzó a llevarse algo. Corrió despavorido, pero nadie lo perseguía. Él desconfiaba de todos, aunque muy
pocos lo vieron en su fuga.
Fuga: Escape con estilo y a veces con Susto como para
ser visto por muchos; pero cuyo éxito depende de no ser
visto por nadie o de no dejarse coger.
Pasó por el lado de una niña con trenzas, la asustó
pero no le quitó nada porque no paraba de correr.
Correr: Ejercicio físico, pero la mayoría de veces una
excelente forma de Fuga, sobre todo cuando se tiene Susto, porque se logra más velocidad.
Atravesó una calle sin carros y pasó por encima de un
charco, no soltó lo que llevaba. Una mujer joven lo señaló
con asco.
Asco: Sensación, a veces asociada al Susto, y que va
y viene de una clase social a otra y de la especie humana
a la animal y que hace Correr a unos del lado de otros.
Un ciclista estuvo a punto de arrollarlo, pero al fugitivo le hervía la sangre y sin pérdida de tiempo se escabulló
al otro lado de la calle.
Calle: Para algunos una Fuga, para otros el Templo del
Susto, para unos más el lugar donde no se para de Correr
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y también hay quienes piensan que es el lugar que más
da Asco.
Corrió por un potrero y lo recorrió cuan largo era. El
pasto estaba húmedo y lleno de basura.
Basura: A algunos les da Asco, a otros los alimenta;
la hay por montones en la Calle y casi siempre son los
desechos de alguien, que otro recoge y pone a circular
de nuevo.
El cielo oscureció y comenzó a llover, él no paró de
Correr. Avanzaba necio contra todo. Se le clavó un pedazo de vidrio porque estaba descalzo.
Descalzo: Condición de quien no usa zapatos por
varias posibles razones, a saber: no corresponde a su especie, no tiene con qué comprarlos, si los usa no puede
Correr, los únicos que tenía ya no le sirven, no le gustan
porque le da Asco.
Se encontró de nuevo en una calle llena de gente. No
podía disminuir la velocidad por el Susto y aturdido fue a
parar a un Centro Comercial. Allí lo vio un comerciante,
que lo espantó y en cuanto tuvo oportunidad lo golpeó en
la espalda con una escoba.
Escoba: Artilugio mágico que hace desaparecer la Basura, para que los que sienten Asco por esta, lo dejen de
sentir.
Salió del Centro Comercial, nadie logró agarrarlo.
Continuó corriendo, sin embargo estaba debilitado por el
golpe del comerciante y la herida del vidrio. Dio tumbos
contra una pared.
Pared: En algunas circunstancias Final del camino.
Vio la alcantarilla que buscaba. Se deslizó por ella
moviendo la cola. De allí salió otro ratón que iba de casería.
Haikús para
los Mundos
perdidos
AlaPl
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I: Helas
Brian Gelvez
I
Existo errante,
perdido entre las calles
llenas de sombra.
Cualquier alma del Hades
II
Aunque la niebla
nos empañe los ojos,
yo oiré tus latidos.
Eurídice a Orfeo
III
¡Mala ventura,
el sol nos deshace la piel!
Vuela alto sin mí.
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Ícaro
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IV
“Una manzana
para la más hermosa”
—Yo tengo otras dos—.
Eris
V
Vuelvo, bella Eco
a maravillarme de
tus palabras…
Narciso
VI
Haz de luz plata.
Roce de labios en los
míos, me despertó.
Endimión
VII
Primigenio héroe
la luz de tu legado
cae en nuestras manos.
A Prometeo
VIII
¡Ananké, fuerza
certera e inevitable,
piedad, ten piedad!
Un helenista al Destino
AlaPl
IX
Guardo esperanza
pero aún sigo sufriendo.
¿En qué pensabas?
A Pandora
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X
¡Canten hermanas!
Saciemos esta soledad
de cuerpos de hombres.
Nereidas
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Ombligo
Megan Valeska Melo
W
inona trataba de acomodarse. Se movía y se
movía, pero seguía sin encontrar una posición
cómoda. Sin duda, el ombligo de Allan era el
lugar más incómodo para pasar la noche. Pero también el
más cálido por lo que diariamente lo utilizaba como su
cama. Agradecía que no lo tuviera salido y que durante la
noche se mantuviera relativamente en la misma posición.
Sólo se movía una o dos veces. Tres en casos excepcionales. Winona conocía tan bien el cuerpo de Allan que en
cuanto percibía una de estas ocasiones, prefería dormir
en otro lugar, como su oído o en el pequeño hueco de
su clavícula. Pero no era tan seguro. Winona trataba de
no acercarse a lugares en los que pudiera resultar dentro
de las entrañas de Allan. Los oídos tenían un orificio muy
pequeño, pero aún cabía la posibilidad de que se abriera
y se la tragara. Si eso pasara, estaría dentro de él. Podría
quedarse atorada tras pasar el tímpano. Sentiría las vibraciones cada vez que Allan escuchara algo. Podría hablarle, y tal vez así él la escucharía. O tal vez llegaría a su
cerebro y escucharía todos sus pensamientos. Pero ella no
quería eso.
Se removió de nuevo y Allan dio un suspiro. Cuando no podía dormir se ponía a reunir las pequeñas motas que se acumulaban dentro del ombligo de Allan. No
eran tantas, pero Winona se entretenía mucho haciéndolo.
Antes de meterse dentro del pequeño hundimiento, perfectamente redondo, Winona se dedicaba a observarlo.
Era la prueba de que había nacido. La cicatriz humana.
La prueba de que moría. Por más que revisara su cuerpo,
ella no tenía ninguna marca parecida. No había prueba de
su existencia. ¿Qué sería ella entonces? ¿Sería acaso Eva,
quién no estaba conectada a nada cuando había nacido?
¿A qué estaba conectado ahora Allan? Él respiró profundo
y el movimiento arrulló a Winona haciendo que olvidara
sus pensamientos.
Winona se puso boca arriba. La camisa blanca que
Allan usaba para dormir era su cielo. Sus estrellas los pequeños agujeros que tenía la tela. Aunque Allan no parecía haberse percatado de su presencia, ella estaba bien
así. Si supiera que ella estaba ahí, acurrucada, durmiendo en su ombligo, probablemente se espantaría. Así que
sólo observarlo estaba bien. Observarlo, y caminar por su
cuerpo, sus grandes piernas, sus fuertes dedos, el delgado
cable que se conectaba en su brazo sin el cual no podría
sobrevivir. El cable por el que el suero le daba los nutrientes necesarios. El cable que llevaba hacía tres años.
Winona se giró y dejó que el calorcito del cuerpo de Allan
terminara conduciéndola al sueño.
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La desimportancia
del verbo
Sebastián Medina
U
n hombre en un bar con un vaso de whisky en las
rocas en su mano, una mujer sola en una mesa
del lugar, muy hermosa. El hombre decidido y caminante hacia esa mesa, poco precavido, torpe, con el
soporte de un taburete un tropezón. La mujer furiosa y
apestosa de alcohol, entaconada y digna hacia su hogar.
Con la silueta de una mano en su mejilla inflamada, el
hombre con su vaso vacío de vuelta hacia la barra, sonriente de la vergüenza.
Delirio
John Blair
T
iempo después de tu partida y buscando descanso en algo bello compré un conejo. Al principio la
simpatía nos envolvió; encontré en ese ser enjaulado una aproximación a la inocencia de mi alma. Noté
que compartíamos los mismos ojos rojos: él los tenía por
genética y yo a causa del insomnio. Gracias a nuestras
experiencias compartidas, comprendí que en realidad ese
conejo y yo éramos como espejos de un único ser. Desde
el segundo mes, en las mañanas, me sentaba frente a su
jaula y nos contemplábamos durante algunos minutos. Si
él movía su patita derecha, yo movía mi mano derecha,
si él movía una oreja, yo movía la mía. Curiosamente,
al cabo de un pequeño tiempo, él también se movía de
acuerdo a como yo lo hacía. Poco a poco empecé a cambiar mi dieta y en mi mesita de noche dejé zanahorias, un
tarro con comida para conejos y un botilito con agua para
sentirme a gusto. Ese instante fue muy bello, un instante de
recuperación en el cual poco a poco recobraba mi estado
anímico, hasta el día en el que me volviste a llamar. Una
vez que empezamos a salir de nuevo, al sonar el teléfono, el conejo me sonreía mientras se movía en la jaula de
lado a lado. Después de la segunda cita que tuvimos, nos
volvimos a besar, llegué a la casa y vi que el conejo se
encontraba muy feliz. Jamás lo había visto tan feliz.
Cuando me dijiste que no podíamos continuar viéndonos porque estabas saliendo con alguien, sentí de nuevo la tristeza inundarme por completo. Antes de llegar a la
casa compré arsénico y una jeringa en una farmacia. Allí,
vi al conejo tan feliz como antes, mostrándome sus dientecitos llenos de zanahoria. Sabía que no tardaría mucho en
estar triste como yo lo estaba, fui a la cocina y deposité el
arsénico en la jeringa y luego, se lo inyecté. No lo tomes
a mal, solo que no dejaría que él sintiera lo mismo que yo
sentí. Todavía recuerdo cuando sus ojos rojos se cerraban.
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El asunto hubiera acabado allí y yo no estuviera recluido en este lugar si las cosas no se hubieran puesto
inmanejables. En los siguientes días a su muerte, lo veía
jugueteando en la jaula hasta desvanecerse ante mis ojos.
A veces, su figura se mostraba en los espejos mientras yo
mascaba una zanahoria. Por las noches veía su cuerpecito a mi lado; o lo escuchaba roer desde un cajón dentro
del escritorio en mi trabajo. Pasado un tiempo, no soporté esas alucinaciones (soy consciente de mi condición) y
vine. Aquí me tratan bien, me dan medicina y voy a consulta cada dos días aunque sigo viendo al conejo.
La razón (nótese la ironía) de esta carta, es que hace
unas noches me senté a hablar con el conejo. Después de
dar muchos rodeos, me contó que me ibas a llamar. Por
favor no lo hagas, no quiero volver a matarlo.
Los cordones
de la escritura
Mateo Piraquive Giraldo
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s en la cartografía del abismo de la que se parte, y en
la que uno destila el tiempo llenando cuadernitos de
apuntes inútiles, espejismos de un muerto sepultándose poco a poco en cada rayón, en cada nota, en cada
punto que se traza hacia ninguna parte. Hay algo enfermo
en forma de grito y que está cansado del silencio. Hay una
especie de voz o fantasma que ha sido engendrado y urge
en ser bautizado. Hay en principio un espacio en blanco,
y del que pronto no quedará nada.
Escribir como centro de emancipación hacia la vida.
Escribir como refugio pero a la vez como medio de persecución, de resistencia, de incomodidad ante este diccionario de sensaciones que me infectan. Escribir como
soplido a recuerdos con los que las arañas hacen festín.
Escribir como fósforo que prende en fuego al pajar para
encontrar la aguja. Escribir cuando quiera, y cuando no,
dejar de escribir. El verbo como bala que se dispara hacia el mundo o hacia sí mismo. Escribir como laberinto y
como salida y como pasillo interminable.
Aparte de esto; una urgencia, un motivo. La escritura
es un remedio para no morir, y todos sabemos que los remedios para no morir son devastadores. La escritura como
sangre que me atraviesa el corazón sin matarlo; confusas
conversaciones conmigo mismo, soliloquios que desmigajan el alma humana hasta su más íntima condición. Una
búsqueda, una forma, y además, correr el riesgo de las
consecuencias: la locura, el fracaso, el ridículo, o peor,
la fama.
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Simplemente residir en el desagradable hecho
de impulsarme como un dardo, siendo el dardo y la
mano que lo arroje. Al final, no dar en un tablero, ni
en un muro, ni en el elegante ataúd. Al final, caer tristemente al suelo y desahuciarme con el tiempo. Es así,
con la secuencia infinita que cabe en el ser finito que
soy, y mientras desamarro un nudo, otros más por su
cuenta, se empiezan a atar.
Desconocidos
María Camila Tafur Leal
Soy un mundo
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en el mundo,
Soy la piel de tu vientre
Y un poco de calor de sol en tu sexo.
No me conoces,
Soy el día que no te percataste que pasó,
La noche exclamando piedad en tu interior.
La luz se desliza por tu piel
Y dibuja continentes.
¿Me oyes?
Aquí hablo, aquí palpito,
Aquí, allí, aquí
Dentro de ti.
Soy un mundo
en este mundo, mudo, que no oye,
Que no oigo, que me espera
Para desconocerme.
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Todos como
ovejas
Héctor Julio García Gaona
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l papel se estaba cayendo a pedazos de la pared. Sólo
podía oír el sonido de una máquina en la oficina frente a mí y ver trozos del empapelado regados por el
suelo. Entonces me quedé allí, esperando a que algo ocurriera. Ramsés me había citado muy temprano esa mañana
para darme noticias. Tan pronto como llegué me extendió
la mano y me dijo que aguardara. Entró a la oficina de la
derecha y no volvió.
Dos horas después, de la oficina de la izquierda, salió
alguien a ofrecerme un café. Yo dije que no, que estaba esperando a Ramsés y que él no tardaría. Al poco tiempo la
máquina se detuvo. No sabría decirte qué tipo de máquina
era esa. Era pesada, como de grandes pistones impulsados
a vapor. En el vidrio de la puerta vi asomarse la silueta de
Ramsés. Estuvo ahí largo tiempo. Yo imaginé que él aún
andaba haciendo las correcciones, y que se había detenido frente a la puerta porque algo del texto llamó, en ese
momento, su atención. Luego pensé que los errores no
podían ser muchos, que quizá el problema estaba por el
lado de la tinta o el gramaje del papel, después de todo,
esos habían sido los primeros inconvenientes. Habría sido
una vergüenza que se hubieran repetido.
La máquina se reinició pero, instantes después, se
detuvo. Creí que el momento había llegado, que Ramsés
volvería con el libro bajo el brazo y me lo extendería. Lo
que ocurrió en seguida aún es extraño incluso para mí.
Había perdido la noción del tiempo. A la interrupción de
la máquina le siguió la de la electricidad y me vi envuelto
en tinieblas. Ya debía ser la noche y lo había pasado por
alto. Me senté, aguardando a que se tratara de una falla en
los mecanismos eléctricos. ¿Era acaso posible? Entonces,
ya te imaginarás.
Sobrevino el pánico a estar sólo y pensé en ti. En que
tú esperabas verme, pero en especial, en que siempre habías tenido razón. Debí escribir sobre el día en que te conocí, escribir una historia personal y no inventar excusas.
Bien entrada la noche tuve que cantar alto para mitigar el
frío. Me acosté sobre los cascajos de papel para conservar
el calor y ahí, acogido en la miseria de esa noche, canté
nuestra canción. Mientras cantaba recordé lo del asunto
interno y sí, más te di la razón. La vida es una mierda.
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Pero he ahí que pensando eso, la luz de una oficina
se encendió. La silueta de Ramsés apareció ante mis ojos
cansados. En su rostro asomó una expresión de sorpresa.
Dijo que había olvidado mi presencia y me presentó excusas. Mientras yo intentaba ponerme en pie, Ramsés trajo
de su oficina la nueva guía telefónica y ahí, finalmente,
estaba mi nombre bien escrito, sin nuestros apellidos de
pareja.
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Muerte
Juan Sebastián Castillo
En la mañana el poeta despertó
de soñarse mariposa, tomó té, se estiró, regó las flores,
comió arroz, se bañó en el río
En la tarde el poeta leyó
los versos de los maestros, ofreció agua a los pájaros,
meditó, fue al mercado
En la noche el poeta celebró
con amigos la temporada de cosecha, bebió vino, rió
como niño y volvió a casa en soledad
En la medianoche el poeta lloró
por todos aquellos que amó y que ya no están, incluso
el gato blanco del vecino
En la madrugada el poeta decidió
dedicarle a la muerte un poema, tomó el pincel, el
tintero y la seda, pero el sueño era pesado
En la oscuridad el poeta soñó
el poema más bello que algún mortal haya escrito, entonces el sueño se hizo eterno
死
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*Ganador del Concurso de Poesía
“Paracaídas de Letras”, bajo el seudónimo
de Zhuang Zi
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Alapalabra, n.º 1, diciembre
de 2014, revista estudiantil
de creación literaria, es editada
por la Universidad Central.
Fue compuesta en caracteres
Optima LT Std, Museo 500,
Bickham Script Std. Se terminó
de imprimir en los talleres
de Xpress, en Bogotá, Colombia,
en diciembre de 2014.
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