El ajedrez tiene sexo Jugadores y expertos explican por qué las ajedrecistas no suelen alcanzar el mismo nivel que los hombres en un terreno tan poco sexista sobre el papel El ajedrecista Noruego Magnus Carlsen Que las mujeres pueden jugar al ajedrez igual que los hombres lo prueba una húngara de 36 años que siempre se negó a participar en competiciones femeninas. Judit Polgar se instaló hace casi un cuarto de siglo entre los mejores, cuando era una niña. Llegó a ser «octavo» del mundo, luego dejó la competición para ser madre y ha vuelto con fuerza. Hace unos días ganó por primera vez al actual número uno del mundo, Magnus Carlsen, aunque luego terminó perdiendo la final en la segunda Gran Fiesta Internacional del Ajedrez organizada por la Universidad Autónoma de México. El misterio, del que se habló con profusión durante el festival, es que no haya otras ajedrecistas del nivel que exhibe la menor de las hermanas Polgar. Varias grandes maestras y algunos expertos conversaron con ABC sobre las causas por las que las mujeres no terminan de alcanzar a los hombres en un terreno de juego «asexuado». Diferencias biológicas y psicológicas, razones sociales y familiares, el peso de la estadística e incluso la importancia de la resistencia física fueron algunas de las causas esgrimidas. El hecho incontrovertible es que hay más ajedrecistas masculinos y que en la clasificación mundial solo aparecen en los primeros puestos la citada Judit (actualmente en el puesto 41 del mundo, por delante del mejor español, Francisco Vallejo) y, a gran distancia, la india Humpy Koneru (en el puesto 198) y la jovencísima china Hou Yifan (208), campeona del mundo a los 16 años y reciente vencedora en Gibraltar, donde participaban varios grandes maestros. Yifan ocupa la decimosexta posición entre los menores de veinte años y tiene un brillante porvenir. Judit Polgar, ajedrecista húngara La teoría de la testosterona Un estudio japonés de 2011, aplicable al ajedrez y a otros deportes, relacionaba el «instinto asesino» de los deportistas con la testosterona. Después de tomar muestras de saliva a un grupo de estudiantes justo, se comprobó que al jugar se producía un aumento generalizado de los niveles de testosterona y cortisol. Otros estudios precisan que cuando la partida ha sido difícil, el incremento es mayor. Parece que los hombres, que producen más testosterona, sienten mayor placer al ganar y se vuelven más competitivos. Este mismo año, otro estudio publicado por la Royal Society vinculaba la testosterona a un aspecto negativo: parejas a las que se había suministrado esta hormona tuvieron mayores problemas al desempeñar tareas conjuntas. Sin embargo, no les perjudicaba cuando hacían el mismo trabajo de forma individual. De algún modo, la testosterona también nos vuelve más egocéntricos. Es curioso que las mayores «contraindicaciones» de la testosterona, que también afecta a la libido, la alopecia y la agresividad, no sean perjudiciales para el ajedrecista. Leontxo García, periodista especializado en ajedrez, se apunta a estas tesis y añade las conclusiones de profesores de ajedrez de numerosos países: «Hasta la pubertad, la fuerza de juego y el interés por el juego de chicas y chicos es similar, pero en ese punto la mayoría de las niñas huyen, mientras que los niños siguen jugando». Cecilia Christiansen, elegida Mejor Profesora de Matemáticas de Suecia en 2011, declaraba hace un mes en una entrevista de José Grau en ABC que los varones tienen más facilidad para lo abstracto. «Los chicos quieren hacer mucho aunque no entiendan, y luego entienden haciendo; en cambio las chicas quieren primero entender y luego hacer». El ajedrez es suficientemente complejo para que esto sea una barrera. Kasparov, machista Las razones sociales no son menos importantes, sobre todo cuando las tareas del hogar siguen sin repartirse al cincuenta por ciento. La española Olga Alexandrova, de origen ucraniano, asegura que «las mujeres, a partir de cierta edad, se ocupan más de la familia». «La mayoría de los jugadores profesionales solo se dedican al ajedrez», añade, «pero si una mujer quiere hacerlo puede conseguirlo, como demostró Judit Polgar». Olga, que estuvo a punto de ganar el último campeonato de España absoluto, también recuerda las desafortunadas palabras de Kasparov, cuando dijo que ganaría un duelo largo contra Judit «porque cualquier mujer siempre tiene una semana mala». Su marido, Miguel Illescas, ocho veces campeón de España, encuentra razones antropológicas y se remonta a la época de los mamuts para explicar lo mismo. El hombre era quien salía a cazar, para lo cual era imprescindible algo de «mala leche». Las mujeres son más organizadoras y propensas a las relaciones sociales. En esta línea, la argentina Marina Rizzo asegura que se puede cambiar mucho en los primeros años: «Tengo una escuela de ajedrez infantil en Buenos Aires y hay que cambiar el paradigma, no hablarles de que es un juego de guerra. La mujer hace la paz y hay que hablar en otros términos». El milagro de Georgia Pero si las hermanas Polgar son una excepción a la norma, hay nada menos que un país entero donde el ajedrez es más popular entre las féminas que entre los hombres. La georgiana Sopiko Guramashvili explica por qué sus compatriotas son tan diestras dando jaques: «Hacia el siglo XIII, la reina Tamar estableció que cada mujer debía incluir en su dote nupcial un juego de ajedrez. La costumbre se extendió rápidamente y, cuando en 1962 Nona Gaprindashvili se proclamó campeona del mundo, la afición creció aún más». Sopiko también opina que a las mujeres les cuesta más superar una derrota: «Nos torturamos más». «La gente piensa que los ajedrecistas se sientan en una silla y no se mueven, pero se necesita fortaleza» La cubana Lisandra Ordaz añade la preparación física como otra causa. «Muchas mujeres somos vagas en ese aspecto y no hacemos la preparación correcta. A menudo jugamos durante seis o siete horas y a partir de la quinta ronda se nota el agotamiento. El hombre ahí nos supera». Nino Maisuradze, francesa de origen georgiano, también cree que el ajedrez «es un juego físico». «La gente piensa que los ajedrecistas se sientan en una silla y no se mueven, pero se necesita una gran fortaleza. Los jugadores tienen momentos en los que empiezan a temblar por el estrés o los nervios. Es agotador. Por otro lado, una mujer no puede estar un mes seguido jugando solo al ajedrez, sin preocuparse por ninguna otra cosa». Por último, añade que «los títulos de maestro internacional y gran maestro masculino son más exigentes. Deberían ser iguales, porque de otro modo las mujeres se sienten menos motivadas». La propia Judit Polgar, quien algo sabe de esto, coincide en que es básico que las mujeres compitan a menudo contra hombres, que se exijan más. La holandesa Arlette Van Weersel atribuye las diferencias a la estadística. «Las mujeres no son peores, pero sí muchas menos. Las oportunidades para ellas son menores, con pocos torneos». También hay, por último, quien defiende que el juego femenino es mejor, al menos en un aspecto. La gran maestro, periodista y promotora Anastasia Karlovich apuntaba en la ceremonia inaugural en México que no todo es fuerza bruta. «Las mujeres somos muy emocionales y jugamos un ajedrez más atractivo para los espectadores. Nunca vemos tablas rápidas entre chicas. Son más luchadoras».