Entre la posmodernidad y la esencia estética del ser humano El desnudo artístico en Fernando Botero Escrito por Edison Giovanny Contreras Gamba La belleza reside, no en la proporción de los elementos constituyentes, sino en la proporcionalidad de las partes, como entre un dedo y otro dedo, y entre todos los dedos y el metacarpo, entre el carpo y el antebrazo y entre el antebrazo y el brazo, en realidad entre todas las partes entre sí, como está escrito el Canon de Policleto. Para enseñarnos en un tratado toda la proporción del cuerpo. Policleto apoyó su teoría en una obra, haciendo la estatua de un hombre de acuerdo con los principios de su tratado y llamó a la estatua como el tratado Canon. Galeano (siglo II d.C) Más que hablar de la esencia, de la verdad e, incluso, de lo material en el arte, la verdadera cualidad del artista es la de posibilitar, con sus propuestas, la mirada estética. Una estética pensada desde la existencia de las cosas y de los sujetos que aboga por rescatar la belleza particular, la representación propia frente a la imperante esfera de matices, de cromatismos, de perfecciones e imperfecciones que dialogan en la complejidad del mundo; evitando aquella que se ha sumado a una recalcitrante cosificación del valor simbólico de la realidad. Resulta posible pensar que el arte es una manifestación del pensamiento humano que permite traspasar un conjunto de percepciones que el artista tiene de su realidad (lo que podría denominarse su visión de mundo) a un lienzo en blanco o un material en bruto. Más allá de una representación que surge de la originalidad y particularidad del artista, en la obra se esconden simbologías, divergencias, sensaciones, preceptos, rupturas, transformaciones, concepciones convencionales y personales, que le dan un valor único y subjetivo. La transcendencia de la estética se ha podido ver a lo largo de la sincronía y diacronía de la historia, caracterizada por una multiplicidad de aperturas y cierres de las ideas y estructuras artísticas, fijadas en periodos puntuales; aspecto que deja ver la estrecha relación entre la época y las propuestas que determinan la expresión del arte. Ahora bien, la estética se ha asociado a la noción de cuerpo humano y al conjunto de experiencias y sensaciones que este experimenta, cristalizándose justamente en la misma atmosfera en que gravitan los preceptos morales, éticos, religiosos y políticos; y amenazando el tabú con el que se ha conceptualizado la noción y la expresión abierta de las formas del cuerpo. En la Antigüedad, el cuerpo significaba la contemplación máxima de lo humano y, desde entonces, susceptible de una valoración estética. En este mundo posmoderno de antivalores en que se ha cosificación nuestra esencia en todas sus manifestaciones, la noción de cuerpo se ha metamorfoseado al ámbito pornográfico, arraigado “en el ojo emponzoñado del observador”, quien lo ve como extensión de placer, como instrumento de excitación. Ante este panorama, la obra de Fernando Botero, “El desnudo: un cuerpo, mil miradas”, es una clara muestra de que el arte aún no está al servicio de la nube de polvo, de libertinaje y de sin sentido simbólico propuesto por la posmodernidad. La obra de este artista colombiano se vale de una multiplicidad de formas, de cromatismos, de estructuras y de espacios que hacen del cuerpo humano un rasgo perfectamente artístico, que si bien es una manifestación humana, no lo es desde una dimensión pornográfica; sino por el contrario, desde una prolongación viva de lo que éste es: de su existencia, como también de la otredad, propiamente en el reconocimiento del cuerpo del otro. El arte, como manifestación subjetiva del hombre, se torna en una textura discursiva que expresa lo que las palabras no son capaces. En la muestra de Fernando Botero se propone una inmortalidad metafórica del cuerpo que preserva la propia naturaleza física femenina y masculina, tal cual ésta es en esencia y lejos de la asepsia de la moda y del maquillaje. Si se parte de considerar que los conceptos de estética y belleza están asociados a la cultura y que en ésta se idealizan las figuras de la mujer y del hombre como sujetos perfectamente esbeltos, llenos de atributos físicos, rostros limpios y provistos de belleza absoluta, ¿deja de ser estético y bello un cuerpo que no presente estos mismos atributos? Pues, en eso radica la magnitud de la muestra plástica “El desnudo: un cuerpo, mil miradas”, porque Fernando Botero no solamente trasgrede los estereotipos culturales posmodernos de la belleza y el cuerpo humano, a través de su propia representación e interpretación de la noción de cuerpo; sino que además, sienta una crítica artística, característica en todas sus pinturas, que remite al reconocimiento de la aparente imperfección del cuerpo femenino y masculino, por el simple hecho de romper con las lógicas y dinámicas de la esbeltez y mostrar a un ser humano cuya naturaleza también puede estar regida por la corpulencia. Se trata, por supuesto, de una aparente imperfección en el sentido en que el volumen de masa corporal humana, y todo aquello que está en la periferia del canon de belleza actual, es estético también por naturaleza. Según afirma Tránsito del Cerro en su texto El desnudo en las artes (2001): “si el desnudo es tratado de forma que despierte en el espectador ideas o deseos acordes con el tema material estamos ante un arte falso y una moral mala.” En contraposición a esto, más que una manifestación del cuerpo desde una visión parasitaria y obscena, la propuesta de Botero rinde homenaje al cuerpo mismo, provisto de una simbología casi indescriptible que se torna en paisaje geográfico de la esencia misma del hombre, y cuya piel da cuenta, a manera de radiografía, de la belleza y casi de la perfección individual. En la muestra el cuerpo es ante todo belleza, exaltación de lo corpóreo y manifestación sublime de armonía, fuerza y vivacidad de toda forma humana, recreada en el desnudo. Fernando Botero es un artista integral en todo el sentido de la expresión, que se vale no solamente de sus formas simétricas y voluminosas particulares o de su mano creadora de realidades poco aceptadas por el hombre posmoderno inmerso en la imperante banalidad contemporánea, sino que además es un artista que se nutre de su inventiva, de su poder de creación prolija, de su textura artística, de sus degradados y pinceladas; de ángulos y planos diversos con los que logra el realismo particular de sus obras, para mostrar al espectador una manifestación artística que rompe con los convencionalismos, sin pornografía, y enseñándole al espectador otra forma de asumir la otredad, ya no desde la moda y el cliché de belleza, sino desde el lado humano, estético y natural que lo caracteriza.