Entrevista: El valor de la ciencia Juan José Sanguineti Publicada en Un cuestionario y tres respuestas, “Anales de la Corporación de Científicos Católicos”, Año III, 1997, n. 3, T. Molnar, J. Sanguineti, A. Caturelli, pp. 21-56 (la entrevista en las pp. 28-38). 1. Que la ciencia "avanza" no es la cuestión. En qué dirección lo hace es lo que importa. ¿Puede concebirse una investigación que se desentienda de los fines? ¿No será que ciencia sin filosofía es un fantasma que avanza a ciegas? ¿Cómo podría influirse en la buena dirección en una sociedad que cree que la ciencia es un bien in totum? R.- En un planteamiento clásico, se podría responder a esta pregunta recordando que la finalidad de la ciencia es el conocimiento de la verdad, y en este sentido el saber científico es algo amable en sí mismo, digno de cultivo desinteresado. Así se ponía la sabiduría antigua como un fin en sí mismo. Sin embargo, hoy la mayoría de las ciencias son saberes prácticos y como muchas veces son tecno-ciencias, con una inmediata repercusión tecnológica, la pregunta es pertinente. Siendo tecnológicas, versan sobre medios, y la consideración de los fines compete al nivel filosófico. Entramos entonces en lo que podría llamarse "la paradoja positivista": se reclama una plena autonomía para las ciencias de medios, plena libertad de investigación, como si el pensamiento de los fines pudiera obstaculizarlas, pero es un engaño porque esos fines están implícitos, ¿en quiénes?, por ejemplo en los que financian esas ciencias, las promueven y las apoyan de un modo u otro. No podía ser de otro modo: si se trabaja con ciertos medios, es porque se está pensando en determinados fines. Esto es natural. Pero cuando se reflexiona mejor en los fines, con sinceridad y sin esgrimir la paradoja positivista, entonces las ciencias de medios resultarán más beneficiosas, y los fines inconfesados, por ejemplo puramente comerciales, saldrán mejor a la luz en toda su crudeza. 2. ¿Se puede desmitificar la ciencia sin caer en trogloditismo? ¿No habría que distinguir entre un "oscurantismo" malo y otro bueno? ¿Cómo sería ese deslinde? R.- La verdad es que estamos en tiempos favorables a las desmitificaciones. Comprendo que en países como Argentina, que en tantos sectores necesita desarrollarse más para vencer la pobreza o el haberse quedado rezagada, el tema de la "desmitificación" de las ciencias pueda parecer sospechoso. Pero hoy va siendo cada vez más "troglodítico" enfatizar la ciencia moderna con los tonos ingenuos del siglo XIX, cuando ésta estaba todavía en una etapa juvenil. El justo afán por estar a la altura del desarrollo tecnológico de los países más avanzados tiene que unirse al 2 cuidado de que este desarrollo sea también humano, para no caer en una nueva barbarie. Naciones sin las raíces culturales de la ciencia occidental a veces asumen la tecnología moderna en su pura materialidad, desarraigada de la vocación humanista en que nació, como está sucediendo también en las nuevas generaciones de los países superdesarrollados. Pero no me parece tampoco correcta la desmitificación postmoderna de estilo nihilista, muy corriente en esos mismos países, quizá como reacción contraria. Es como un cansancio y un estar de vuelta ante la excesiva opulencia de los medios. Por eso se da hoy también esta extraña atención a las ciencias ocultas, como si volviéramos a la superstición. Conviene mantener un equilibrio y sopesar todo prudencialmente. Hoy sabemos que las ciencias reales pueden contener desviaciones. Se podría expresar mejor este punto: no existen las ciencias abstractas más que en los libros o en algún lejano mundo platónico. Existen hombres y mujeres que están haciendo ciencia de un modo que puede ser más o menos acertado, siempre revisable. Y por eso la ciencia real, la única que existe, no puede ser algo absoluto e intocable (mito). 3. ¿A qué atribuye Vd. el que la Iglesia en los últimos tiempos se muestre muy conciliante con las ciencias? ¿Será porque de ellas muchas veces derivan consecuencias prácticas, o porque todo ensanche del conocimiento es un bien en sí mismo? Edith Stein escribió: "quien busca la verdad, busca a Dios, séale o no manifiesto". ¿Será cierto que todos los científicos buscan la verdad? R.- La actitud respetuosa y amistosa con las ciencias es tradicional en la Iglesia y se remonta a los primeros tiempos de su historia. Uno de los ejes culturales primordiales del Cristianismo es la armonía entre la fe y la razón, entre la doctrina revelada por Dios y las ciencias. El mito de la oposición de la Iglesia a la ciencia tiene su origen en el enciclopedismo y ha sido desmentido con multitud de estudios históricos en este siglo, aunque persista en libros de texto o en programas televisivos. Por eso no es extraño que esa actitud que Vd. menciona como conciliante haya tenido manifestaciones concretas en los últimos años, como las puntualizaciones de Juan Pablo II sobre el caso Galileo y las teorías evolucionistas. Se trata con esto de deshacer equívocos que han circulado demasiado por la sociedad, engañando a veces a personas con recta intención. Pero, repito, es absolutamente tradicional que la Iglesia no sólo no manifieste hostilidad con las ciencias, sino que vea con confianza e interés su promoción. No olvidemos además que la ciencia occidental, no obstante las deformaciones procedentes del materialismo y del cientismo, en su conjunto es hija de la cultura cristiana. Con el cientismo a esta hija le han sobrevenido algunas enfermedades que en realidad son contrarias al verdadero espíritu científico. Querer curarla de esas corrupciones no es oponerse a la ciencia, sino apreciarla (repito que hablo de la ciencia tal como es ejercida por los hombres, no de los conocimientos científicos en abstracto). 3 4. Max Weber sostiene que la ciencia es ajena a la idea de Dios. Sin embargo otros científicos declaran haberlo presentido en el curso de sus investigaciones, o sea que hay algo detrás de la vida y más allá de la materia. ¿Cuál es el punto de encuentro entre un científico y su religión (la católica especialmente): las aplicaciones, la vida austera, el sentido del misterio? R.- Todo eso y mucho más. El amante descubre una referencia a su amor en cualquier cosa, y en el caso de Dios esto no es sólo subjetivo sino plenamente objetivo, porque cualquier aspecto de la realidad y del obrar humano tiene una relación fontal y primaria con Dios. La idea que Vd. menciona de Weber tiene sentido sólo encuadrada en el "espíritu de abstracción" que necesariamente debe ser cultivado por los científicos. Se podría resumir con estas palabras: no es justo recurrir a Dios saltándose las causas particulares o "segundas", que Dios mismo ha querido instituir en el universo creado. Esto a veces produce algunas confusiones fácilmente reparables, si no se adoptan posiciones metodológicas cerradas. El punto de encuentro al que alude es el ser en su totalidad, y su vía de comunicación es la metafísica. En una etapa de su trayectoria filosófica, Wittgenstein escribió que no es posible hablar de Dios. Pero es porque limitaba artificialmente el lenguaje humano al lenguaje de las ciencias físicas. Tenía razón, entonces, cuando proponía la mística inefable como acceso a Dios. Pero la mística puede expresarse de alguna manera en un lenguaje analógico. 5. Algunos creen que la humanidad alcanza madurez merced al conocimiento científicotecnológico. ¿No habrá llegado la hora de echar luz sobre este equívoco, desvelando sus causas ocultas: el culto a la novedad, la fascinación por los "gadgets", las promesas de "un mundo mejor"? R.- La madurez es un concepto relativo, porque se puede ser maduro en algunas cosas y no en otras. Hay gente, por ejemplo, madura en el trabajo pero inmadura emocionalmente. Naturalmente hay ámbitos tan profundos en los que nunca se alcanza una "madurez" aceptable, porque siempre hay que empezar de nuevo, sin ponerse puntos de llegada muertos. Entonces podemos introducir una nueva restricción: inmaduro en un campo es el que carece de formación en ese campo: ahí todavía no se formó, no adquirió la forma propia de un desarrollo normal. Efectivamente hay gente sin formación científica, que necesita madurar en este sector humano. Pero no es esa la formación completa que compete al hombre: hay muchas otras dimensiones, como la religiosa, la amistosa, la social, etc. Además existe una madurez científica específica que supone no sólo estar informado y "saber mucho", sino saber dar su peso a los diversos niveles de la ciencia (distinguiendo lo hipotético, lo inseguro, lo superficial y lo hondo, etc.) y por tanto saber enseñarla, divulgarla y aplicarla con discreción. Esto no se aprende en los libros, sino que es un problema de virtud. Por ejemplo las divulgaciones científicas atentas sólo 4 a encandilar, a alimentar utopías, a dar seguridades falsas, están muy lejanas de la madurez de los verdaderos científicos. 6. Otro aspecto sobre el cual habría que hacer las correspondientes aclaraciones es el reduccionismo que supone el equiparar el conocimiento científico a una fuente de poder. ¿Esto no es rebajar la ciencia a su aspecto fáctico, a una mera técnica, a un mero instrumento? R.- Ese reduccionismo se presentó ya en la antigua Grecia con los sofistas y en la cultura actual pertenece a una corriente de la filosofía de la ciencia llamada "instrumentalismo", que es una derivación del pragmatismo filosófico. La tentación procede de que las ciencias modernas, sobre todo las ciencias experimentales, por diversas razones epistemológicas y sociológicas, como decía antes han ido adoptando cada vez más un sesgo práctico, tecnológico, y así son efectivamente fuente de una gran potencia física. Los mismos científicos se asustan a veces de esta potencia, que hoy podría destruir la tierra en brevísimo tiempo. Pero aún así, esa potencia prefiero llamarla así, más que hablar de "poder", que es algo más moral- se basa en conocimientos verdaderos, en lo que hoy llamamos información. El instrumentalismo en cambio pretende que los resultados prácticos científicos no tendrían nada que ver con la verdad. Esto no es cierto. Es muy importante no perder de vista este elemento de verdad, que demuestra por una parte que nuestro dominio de las cosas se subordina a algo trascendente, que no nos hemos inventado sino que se nos da, y por otro lado así se puede hablar de una verdad parcial y una verdad más completa. Concretamente, no basta el conocimiento que nos permite manejar útilmente los medios, sino que hace falta ante todo el conocimiento verdadero de los fines. 7. ¿Se puede ensalzar la ciencia despojada de valores espirituales? ¿Qué sentido tiene atribuir un valor formativo a la enseñanza de las ciencias en un contexto inmanentista, materialista? ¿Acaso esta actitud no contribuye a ampliar la brecha entre la formación científica y la humanista? R.- Tocamos aquí una de las enfermedades de nuestra cultura. La ciencia sigue disfrutando todavía de ese prestigio tradicional de nobleza, desinterés, amor por la verdad y servicio social que nos legaron nuestros mayores, derivado en parte de los ideales enciclopédicos, no obstante la raíz racionalista que ya estaba introducida. Además los grandes fundadores de la ciencia moderna eran creyentes o al menos poseían una cultura intelectual y humanista que les alejaba del materialismo. La situación hoy ha cambiado profundamente. Actualmente las ciencias son enseñadas y popularizadas de una manera que favorece el materialismo crudo, y lo demás parece retórica pasada. ¿Qué ha sucedido? La culpa no está en la ciencia misma, sino en su separación de los valores sustentantes, originarios, aunque esta separación estuviera ya en germen en el orgullo racionalista. Hoy las ciencias participan de la crisis de valores de nuestra sociedad y por tanto tienden a tomarse nietzscheanamente sólo como "voluntad de poder". Se 5 succiona de ellas lo que tienen de potencia física y lo demás se deja como inservible. Los filósofos de este siglo (Heidegger, Husserl, Marcel, Lyotard y tantos otros) han denunciado este fenómeno, pero no se les ha hecho mucho caso y naturalmente son despreciados por los neoiluministas, hoy muy activos. Hans Jonas dice que estamos en un momento de máxima quasi-omnipotencia de la técnica con un mínimo de significado. Hoy es casi un lugar común lamentarse de que las ciencias, especialmente en el campo de la biología o la sociología, subvierten los valores tradicionales. Pero insisto en que la responsabilidad no está en la ciencia misma, sino en una enfermedad que sufre el hombre y que infecta el modo de hacer ciencia. Por eso hoy hace falta no sólo información, sino formación científica, interna al mismo trabajo de los investigadores, de los profesores de ciencias y de los comunicadores. Esta es una gran tarea del siglo XXI, si queremos dotar de valores espirituales el futuro del mundo y ayudar a las nuevas generaciones. 8. Hay científicos católicos que creen honestamente que una cosa es su trabajo en la investigación y otra su profesión religiosa, o que sólo se tocan en el terreno de la moral o, incluso, que no conviene "mezclar" las dos cosas. ¿Esta postura no tiene su origen en la ideología liberal que propugna un laicismo en todos los órdenes de la vida? R.- El subtítulo de una de las conocidas obras de Maritain (Los grados del saber) sugiere que en las ciencias primero hay que saber "distinguir", para luego "unir". De lo contrario se produce lo que en alguna ocasión he llamado "la exasperación de los objetos formales". En la historia de las ciencias se puede observar como un doble movimiento, uno descubre nuevos sectores y tiende a la especialización, y otro en cambio va en pos de la unificación. Es el tradicional movimiento de análisis y síntesis, que procede por diversas oleadas. Hoy muchos "unificadores" están intentando la síntesis reduccionista, unívoca, en la que las ciencias y la vida humana completa (religión, moral, amor) se reducen a física o a neurofisiología. La buena unificación entre las ciencias, y luego de las ciencias con el resto de la vida humana, respeta las diferencias y las integra de modo relacional. Cualquier aspecto de las ciencias puede verse siempre en relación con Dios, con la filosofía, con la antropología, porque todo comunica. Para esto no hace falta ser un sabio en todos los órdenes. Basta tener conciencia de los propios límites y mantener una actitud de apertura y dialogante. La unidad de la ciencia con el resto de la vida humana se está viviendo siempre de modo implícito: el científico capta sus abstracciones en el marco de una percepción completa de la realidad, de la que no puede prescindir. Con una adecuada formación científica (no "información") se trata de ayudar a que esa unidad vivida, imposible de aprender en los libros, se establezca de modo natural y correcto. Los científicos que saben hacerlo con naturalidad y sin mezclas inoportunas son considerados "humanos". Al revés, una ciencia reducida a información y poder es una nueva barbarie. 6 9. ¿Existirá un deslinde entre la libertad de investigar lo que tiene aplicaciones lícitas y la prohibición de indagar lo que a priori se sabe que conduce a aplicaciones ilícitas? ¿Está permitido "perfeccionar" la bomba atómica o "facilitar" la cirugía que permite el cambio de sexo o "mejorar" las técnicas anticonceptivas artificiales o abortistas? ¿La libertad del investigador puede equipararse en idénticos términos con la libertad de pensar o de filosofar? R.- Respecto a este tema habría que distinguir ante todo el plano moral y el político, porque una cosa es la licitud ética y otra la conveniencia política de permitir o prohibir ciertas actividades nocivas para la comunidad civil. Los ejemplos mencionados en la pregunta, al tratarse de la creación de técnicas con graves repercusiones en el dominio público, caen naturalmente bajo la responsabilidad política y no sólo moral. Es decir, un Parlamento por ejemplo debe decidir sobre estas cuestiones para preparar una legislación oportuna. ¿Qué criterios éticos seguir? No está en juego realmente la libertad de investigación, sino aspectos muy restringidos. Para resolver esos problemas no es pertinente la premisa genérica de la libertad de investigación. Se trata de evitar la preparación de técnicas destinadas al mal. En términos generales, los instrumentos son buenos cuando por su misma naturaleza están ordenados a un fin bueno. Aún así, pueden ser mal usados, o porque se aplican para causar un daño, o porque no se usan bien. En este sentido tienen siempre alguna ambigüedad. Aristóteles dice que los cuerpos naturales son más bellos que los objetos técnicos, porque en aquéllos resplandece una finalidad poseída. Efectivamente la finalidad de un aparato "resplandece" sólo en el buen uso. Por ejemplo la televisión es un instrumento de comunicación en sí mismo muy bueno, pero puede usarse mal, o porque se emplea para transmitir programas deshonestos, o porque alguien la usa desmedidamente, perdiendo tiempo y desatendiendo a sus deberes. Esta es la situación digamos "normal" de los enseres tecnológicos, en los que, sin embargo, puede aparecer el fenómeno del instrumento en sí mismo perverso, que no tiene más que un uso malo, como sería una bomba especial que pudiera destruir todo nuestro planeta: naturalmente habría que prohibir con la máxima energía esta realización. Los ejemplos que Vd. menciona son de ese tipo: son casos muy específicos, no generales. La investigación nuclear es lícita, pero no su utilización para producir destrucciones; la cirugía o la farmacología son legítimas, pero no para la preparación de técnicas destinadas específicamente a dañar la vida humana o a someter al hombre a un tratamiento indigno de la persona. La clonación humana sería otro ejemplo de una técnica perversa en sí misma. Estos puntos matizan el sentido en que se suele decir a veces que "la tecnología es neutral" y depende de cómo se use. Este principio vale para tecnologías generales, pero no como tal para ciertas técnicas muy específicas. Además estas precisiones no sólo se aplican a cuestiones morales, sino también propias de la ciencia: cuando se descubre que una técnica produce daños ecológicos o simplemente se ve que no es útil, conviene prohibirla y penalizar al irresponsable que prosiga con ella. 7 10. ¿Cómo se podrían fijar los límites de la biotecnología sin aceptar como base los presupuestos de la moral cristiana? ¿Cómo podría el estado laico imponer restricciones y hasta prohibiciones sin renunciar a su creencia de que sólo existe una moral subjetiva? R.- Un estado no confesional siempre se basa, si tiene un mínimo de legitimidad, en algunas normas morales fundamentales. Esas normas a veces se apoyan en conocimientos científicos objetivos. Como apuntaba en la respuesta anterior, hoy las indicaciones ecológicas, que antes no conocíamos, nos llevan a tener que admitir prohibiciones en el desarrollo tecnológico, por duras que puedan ser para algunos intereses económicos. Es cierto que no todos aceptan los fundamentos científicos o morales de las restricciones que se ve conveniente o aun urgente adoptar, y que una decisión parlamentaria puede estar equivocada y tener resultados desastrosos. Este es el límite de la democracia y, por supuesto, de cualquier sistema político. Pensar que por eso la moral es subjetiva es contradictorio. Lo propio de la moral es que se perciben obligaciones para mí y para los demás, sobre todo cuando nos referimos a la moral social, base de la convivencia humana. Si los demás no ven esas obligaciones y los medios legítimos para imponerlas se han agotado, no queda más remedio que trabajar con paciencia para que los demás se convenzan de que existen. Y aquí entra la moral cristiana, o mejor dicho la vida cristiana como tal: las personas no suelen ver el bien moral con claridad si no tienen virtudes, y la gracia sobrenatural, la entera vida cristiana bien vivida, aumenta la percepción personal de lo bueno y da más fuerza para practicarlo pese a las dificultades. 11. Las aplicaciones perversas de la biotecnología, ¿podrán influir para que de ahora en más se revise la creencia vulgar de que el conocimiento científico se legitima por sí mismo? ¿Acaso se puede compatibilizar el primer término de la expresión "bio" con el concepto mismo de "tecnología"? R.- El siglo XX en muchos aspectos se podría considerar el siglo del "límite", lejano del romanticismo del infinito del siglo XIX. En la ciencia se ha visto, por lo menos, un triple límite: el filosófico, porque la ciencia no se autojustifica y depende de una metafísica; el moral, porque la ciencia puede usarse para el mal y necesita acudir a criterios éticos meta-científicos; el ecológico, porque la tecno-ciencia depende de una naturaleza que no se puede estropear impunemente (incluyendo aquí también a la naturaleza humana). Respecto a la expresión "biotecnología", soy de la opinión que la técnica es analógica y no se estructura de la misma forma en los diversos campos de aplicación, sino que tiene que adaptarse a cada materia según su naturaleza. De lo contrario se produce violencia, es decir, se interviene en contra de la naturaleza. Los criterios tecnológicos tomados de la ingeniería mecánica, de la electrotecnia o de la industria química no sirven como tales, sin más matices, para la biología, ni valen cuando afectan a la tierra en su conjunto, cuya entidad supone un delicado y frágil equilibrio 8 autoregulador. Por otra parte, en biología hay que proceder con sumo cuidado (mucho más cuando se trata del ser humano), porque no es todavía una ciencia absolutamente asentada, y en genética especialmente estamos todavía en los comienzos. Las precipitaciones técnicas en la genética son peligrosas porque los errores pueden tener consecuencias no deseadas, además irreparables o incontrolables. Es significativo, por ejemplo, estudiar estas precipitaciones en la eugenética alemana de los años previos al nazismo, luego asumidas políticamente por los nazis. En nuestros días estamos sujetos a riesgos análogos, especialmente acentuados a causa del materialismo reinante, que lleva a tomarse a la ligera el respeto a la naturaleza y a la persona humana. 12. ¿Será que la ciencia, por su propia naturaleza, es revolucionaria como sostiene Tomas Kuhn en La estructura de las revoluciones científicas, y por tanto los científicos espontáneamente subestiman toda actitud conservadora y, en su mayoría, miran con simpatía a las ideas políticas de la izquierda? ¿Y que, peor aún, sean permisivos con los resultados de la experimentación biotécnica en razón de que no tienen apego a los valores tradicionales? R.- Para Kuhn la ciencia que él llama "normal" es conservadora y, como dice esa palabra, es el caso ordinario (las revoluciones son extraordinarias). El científico, salvo los genios, tiende a ser conservador porque trabaja con comodidad dentro de un paradigma que por lo general no sueña tocar, e incluso se irrita cuando alguien lo toca. Aunque es verdad que en el terreno biológico muchos científicos no tienen apego a los valores tradicionales, a la vez son muy conservadores porque se resisten a cambiar el paradigma reductivista que aprendieron, y que es una extrapolación de la física. Lewontin, uno de los grandes expertos en genética de nuestro tiempo, ha denunciado "la ideología genetista", basada en la idea de que el todo sale de la suma de las partes. Hoy hay muchas indicaciones para que la ciencia se vuelva más humana, más prudente en sus aplicaciones, más respetuosa de la naturaleza y sus fines intrínsecos, más atenta a lo cualitativo, más adaptativa con la realidad, más abierta en sus conclusiones. Entrar en esta línea es ser revolucionario con la ciencia de hoy, porque supone dejar muchos paradigmas adquiridos en el colegio o en la universidad. 13. ¿No resulta curioso que quienes debieran conocer mejor la naturaleza y sus leyes a menudo las contravengan, o sea, que las reconozcan a escala microscópica pero las desconozcan a escala 1:1 tratándose de la realidad social o del hombre entero? Por ejemplo, ¿cómo pueden avanzar en terrenos en los que provocan consecuencias disolventes para la familia, como si se tratase de una mera convención humana o de una invención manipulable a gusto? Pienso en el monoparentismo, en las madres portadoras, en las manipulaciones genéticas. Realidades sobre las que se opera con mentalidad ingenieril. De la ingeniería social hemos pasado a la ingeniería genética. ¿Quién se opone a semejante derivación? 9 R.- Es el reduccionismo la causa de esa concepción. La ciencia moderna experimental es un proyecto de estudiar el equilibrio y la dinámica de los cuerpos en cuanto regido por leyes físicas. Pero este paradigma sirve solamente para considerar la estructura material de las cosas, no lo que Aristóteles llamaba su "forma esencial". En consecuencia, las cosas complejas se conocen en cuanto constituidas por integrantes menos complejos. La reducción metodológica da un conocimiento verdadero pero parcial, y se vuelve "reduccionismo" cuando se considera que así se ha conocido toda la realidad de una cosa. El reduccionismo, cuando pasamos a la vertiente tecnológica, consiste en tratar a seres superiores con técnicas propias de los seres inferiores, por ejemplo reduciendo cualquier intervención humana a una ingeniería tomada en un sentido unívoco. Esto se manifiesta en toda su gravedad cuando pasamos al hombre, a la familia y a la sociedad, vistos en consecuencia con criterios puramente biológicos. La sexualidad queda entonces despegada de su unión con la persona humana y con las exigencias de su naturaleza superior, y es tratada de un modo puramente físico, como si se tratara de conseguir resultados, productos, con todos los artificios posibles, saltándose los canales naturales propios del hombre: si se desea un "producto humano", se podrá producir en laboratorio, clonar, etc. aparte de elegir las características que se prefieran en cada caso. La gestación de la vida, la muerte y la unión sexual, estos tres aspectos físicos del hombre, fundamentales e íntimamente espiritualizados por la naturaleza humana, pasan a banalizarse como objetos de laboratorio y caen así bajo el capricho cambiadizo de cada uno. Se llega a una verdadera paradoja: parecía que con eso se pretendía seguir la naturaleza física, la biología, pero las cosas se dan vuelta y nos encontramos con resultados monstruosos, antinaturales, con una sustitución de la naturaleza por una máxima artificialización (algo parecido sucede con el tema de la inteligencia y su base cerebral). Es la consecuencia de reducir el todo a sus partes. 14. Por último, saliéndonos de las ciencias experimentales, ¿qué decir de la economía elevada a la categoría de ciencia exacta, infalible, que enarbola sus argumentos con tal certidumbre como si la Iglesia misma no pudiese señalar los efectos negativos de ciertas políticas inspiradas en sus teorías sin ser denunciada como invadiendo un campo que no le es propio? R.- No creo que hoy muchos estén dispuestos a aceptar la economía como una ciencia exacta e infalible, ya que tiene que ver con una realidad compleja que, matemáticamente, sólo puede tratarse estadísticamente. Si ni siquiera podemos hacer previsiones a largo plazo en climatología, a causa de la extraordinaria y lábil complejidad de su objeto, imaginémonos cuánto menos podemos hacerlo en economía. Pero además la economía es una ciencia humana, que estudia e intenta regular sólo una actividad parcial de la vida del hombre. Como toda ciencia, pero mucho más por ser humana y práctica, no puede cerrarse en sí misma. Ninguna ciencia tiene una autonomía absoluta. Las ciencias prácticas son utilitarias y por tanto la gestión de los medios económicos depende también de criterios extra-económicos que, más que coartarlas, les 10 imponen cierta dirección deseable. La Iglesia interviene para señalar criterios y valores humanos que la economía debe no solamente preservar, sino fomentar creativamente desde su propio ángulo, y no se sale de su campo precisamente porque no dice técnicamente cómo se debe realizar la gestión económica para que esos valores, como la dignidad humana, la libertad y los derechos del hombre, sean sostenidos. Resguardarse en pretendidas leyes económicas para no preocuparse de este aspecto no es honesto. En el mejor de los casos es comodidad o pereza mental, es decir, no querer forzar el cerebro para pensar en economía con criterios no puramente económicos. En casos peores puede haber sujeción a intereses de parte. Las soluciones sólo técnicas (económicas en este caso), sin duda, a veces son más efectivas y mejores, pero lo son sólo técnicamente, quizá no humanamente. Me parece que el resumen de los distintos temas que hemos ido tocando en esta entrevista es: las ciencias y la tecnología son incompletas y abiertas; deben completarse con criterios metacientíficos y metatecnológicos.