NIETZSCHE 1844-1900 Contexto histórico, sociocultural y filosófico Nietzsche vive una época en la que existe un conflicto entre la burguesía y el proletariado surgido a raíz de la Revolución Industrial. Caracteriza también este momento el enfrentamiento entre el liberalismo burgués y el nacionalismo, por una parte, y el anarquismo, el socialismo y el comunismo, por otra. En Alemania, tras la guerra franco-prusiana y la unificación de 1871, impulsada por Bismarck, se impuso un modelo de Estado liberal-nacionalista. Otro fenómeno característico es esta época fue la conquista y explotación de imperios coloniales por las potencias industriales, así como los enfrentamientos entre ellas, mediante el que Europa impuso sus valores al resto del mundo. Observamos también una homogeneización del trabajo, la cultura y las costumbres para una sociedad de masas, menospreciando la autonomía y creatividad individual. Proliferan ideologías salvadoras y mesiánicas que desembocan también en una minusvaloración del individuo y fomentan actitudes de sacrificio y sometimiento a lo absoluto. De aquí nacerán luego las dictaduras del XX. La cultura se desarrolló con gran brillantez en importantes movimientos artísticos, sobre todo en el ámbito de la literatura, de la pintura y de la música. Es la época de escritores como Balzac, Víctor Hugo, Stendhal, Baudelaire, Zola, Dostoievski o Tolstoi; de pintores como Courbet, Manet, Gauguin o Van Gogh; o de músicos como Beriloz, Verdi, Bizet, Wagner o Brahms. La ciencia experimental se convirtió en el saber más prestigioso, sobre todo en Alemania, debido a sus progresos y aplicaciones técnicas. El siglo XIX es cientifista: está convencido del poder de la ciencia para hacer progresar la humanidad. Los dos conceptos científicos más importantes son “energía” y “evolución”. La filosofía va siendo también cada vez más plural. Tras la muerte de Kant, surgió el idealismo absoluto de Hegel, con su sistema centrado en la razón, al que se opuso el materialismo histórico de Marx, que buscaba transformar el mundo mediante la acción revolucionaria y la instauración de una sociedad sin clases. Surgió también el positivismo de Comte y el utilitarismo de Stuart Mill, quienes proponían sustituir la religión y la metafísica por la ciencia para fomentar el progreso humano. Finalmente, el irracionalismo de Schopenhauer, que hablaba de la voluntad de vivir, un impulso irracional y ciego que provoca en la naturaleza una continua lucha por la existencia y un profundo sufrimiento. De este dolor solo puede escapar el ser humano mediante el cultivo del arte, de la música y la renuncia ascética a la vida. Biografía Friedrich Wilhelm Nietzsche nació el 15 de octubre de 1844 en Röcken, una pequeña ciudad de la Sajonia prusiana, hijo de Carl Ludwig y Franziska Oehler. La temprana muerte de su padre, pastor luterano, a causa de un proceso de degeneración cerebral, obliga a la familia a abandonar la casa en que residían, para ser ocupada por el nuevo pastor, trasladándose en 1849 a Naumburgo. Allí vivirá con su madre, su hermana Elisabeth, su abuela Erdmuthe y dos tías, Auguste y Rosalie, realizando sus primeros estudios en el instituto local, entre 1854 y 1858. En 1858 ingresa en el internado de Pforta, que había adquirido un gran renombre en la época, y en el que se observaba un régimen estricto y tradicional, donde permanecerá hasta 1864. En esta época se desarrolla su admiración por el genio griego, leyendo sobre todo a Platón y Esquilo, así como por la música y la poesía, siendo un admirador de Hölderlin, realizando entonces sus primeros ensayos como poeta y músico, tanto respecto a la composición, como a la interpretación, llegando a ser considerable su habilidad al piano. Por lo demás, comienzan los problemas de salud de Nietzsche, sufriendo en numerosas ocasiones intensos dolores de cabeza que podían llegar a durar varios días. En 1864 ingresa en la universidad de Bonn, junto con su compañero y amigo Paul Deussen, quien posteriormente sería profesor de filosofía en Kiel y admirador de la filosofía India y de Schopenhauer y que, pese a no compartir la futura filosofía de Nietzsche, mantendría con él una relación de sincera amistad. El Departamento de Filología de Bonn gozaba entonces de gran reputación con Otto Jahn y Friedrich Wilhelm Ritschl, quienes mantenían un larvado desacuerdo que estallaría al año siguiente, trasladándose Wilhelm Ritschl a la Universidad de Leipzig. Nietzsche se traslada también en 1865 a dicha universidad, donde permanecerá hasta 1869, siguiendo los pasos de su maestro Ritschl, continuando en ella los estudios filológicos bajo su dirección, llegando a ser su discípulo predilecto. De esa época data su amistad con Erwin Rhode, que se irá rompiendo a medida que Nietzsche radicaliza su pensamiento, terminando en un alejamiento total. También de esta época data su admiración por la música de Wagner y su primer encuentro con el músico. La lectura de Schopenhauer y el abandono definitivo del cristianismo coinciden con su actividad como filólogo, publicando varios trabajos por los que obtiene un gran prestigio entre los especialistas. En 1869 la Universidad de Basilea le ofrece la cátedra de Filología, ante los informes favorables recibidos por su profesor Ritschl, y antes incluso de haber obtenido el grado de Doctor, cátedra que Nietzsche ocupa en mayo de ese mismo año. De 1869 a 1879 Nietzsche permanecerá en Basilea, desarrollando su actividad como profesor. La amistad con Wagner se afianza y Nietzsche le visita en numerosas ocasiones en su villa en el lago de Lucerna. En 1872 pública El origen de la tragedia, obra muy mal recibida en los medios académicos y criticada virulentamente por algunos especialistas en filología clásica; algunos de sus amigos, no obstante, salen en su defensa, como Erwin Rhode; y otros, como Wagner, por ejemplo, la celebran con entusiasmo. Pese a ello, su prestigio entre los filólogos mermará considerablemente. Entre los años 1873 y 1876 publica las Consideraciones intempestivas, en las que crítica a David Strauss y el historicismo, en las dos primeras, y alaba a Schopenhauer y Wagner, en las dos últimas. A pesar de ello, en 1876 comenzará su distanciamiento de Wagner, que culminará poco después en una abierta oposición. Hasta entonces Nietzsche había tomado como referencia el ideal del artista y el genio creador; en los próximos años, aunque de forma provisional, orientará su reflexión hacia el papel de la ciencia, interés que se plasmará en obras como Humano, demasiado humano, escrita entre los años 1878 y 79. En 1879, probablemente por problemas de salud, renuncia a su cátedra en la universidad de Basilea, y comienza un período que durará diez años caracterizado por el constante viajar de Nietzsche por Suiza, Italia y Alemania (que sólo visitará ocasionalmente), así como por la efervescencia creativa que le conduce a la elaboración de la mayor parte de su obra. En 1880 reside en Naumburgo, Venecia, Marienbad y Génova. En 1881 residirá fundamentalmente en Génova y Sils-Maria, pequeña localidad de los Alpes suizos donde Nietzche intuirá las principales ideas de su filosofía futura, como la del eterno retorno y la de la voluntad de poder. Nietzsche mantendrá una activa correspondencia con sus amistades, con las que se encontrará también en numerosas ocasiones a lo largo de estos años, como F. Overbeck, P. Rée, E. Rhode, K. Hillebrand, Peter Gast, Lou Salomé, a la que conocerá en 1882, etc., así como con su madre y hermana. En 1882 y siguientes residirá en ciudades como Génova, Messina, Roma, Orta, Basilea, Lucerna, Naumburgo, Leipzig, Santa Margherita, Florencia, Rapallo y Niza, entre otras, pasando varios veranos en la localidad de Sils-Maria, especialmente querida por Nietzsche. De este período datan algunas de sus obras más significativas, como La genealogía de la moral, Así habló Zaratustra y Más allá del bien y del mal. En 1889 su salud empeora bruscamente, comenzando a manifestar síntomas de desequilibrio mental. Trasladado de Turín a Basilea es tratado en la clínica de dicha ciudad, y posteriormente en la de Jena, dando muestras de una ligera recuperación. No obstante su estado empeora de nuevo, instalándose en Naumburgo con su madre y, luego de la muerte de ésta, en 1897, con su hermana Elisabeth en Weimar. Pero ya no se recupera jamás. Morirá en agosto de 1900, habiendo alcanzado una considerable fama y ejerciendo un notable influjo que se dejará sentir en el desarrollo del pensamiento contemporáneo. 1. La vida como voluntad Nietzsche es un filósofo vitalista, que descubre la vida como naturaleza última de toda realidad y que resalta la vida por encima de todo. Se llama «vitalista» a toda teoría filosófica para la que la vida es irreductible a cualquier categoría extraña a ella misma Y ¿qué es la vida? La vida es lo que se ama más profundamente, pero también lo que no puede definirse, lo que escapa a los conceptos y palabras, lo que se «vive» y no lo que se «piensa». Por eso la vida se manifiesta como instinto espontáneo, lucha permanente y continuo cambio. Nietzsche considera que la vida es «voluntad de poder», es decir, fuerza creadora, energía, impulso, el deseo ciego de procrear y perdurar de la realidad. La «voluntad de poder» es el principio básico de la realidad a partir del cual se desarrollan todos los seres, es la fuerza primordial que busca mantenerse en el ser, y ser aún más. La «voluntad de poder» se identifica con cualquier fuerza, inorgánica, orgánica, psicológica, y tiende a su autoafirmación: no se trata de voluntad de existir, sino de ser más. Es el fondo primordial de la existencia y de la vida: «¿Queréis un nombre para este mundo? ¿Una solución para todos los enigmas? ¿Una luz también para vosotros, los más ocultos, los más fuertes, los más impávidos? ¡Este mundo es la voluntad de poder, y nada más! ¡Y también vosotros mismos sois esa voluntad de poder, y nada más!» Pero la vida es también para Nietzsche un juego trágico en el que se enfrentan en un proceso incesante generación y corrupción, vida y muerte, exaltación y dolor. La filosofía de Nietzsche es vitalista en la medida en que proclama la alegría de vivir, pero aceptar la vida es asumirla en su carácter trágico, con todo lo que ella conlleva, sin enmascararla; es aceptar el sufrimiento como el precio de su belleza. La vida es, por tanto, el fondo último de toda realidad pero que no se deja atrapar ni capturar por el pensamiento y el intelecto, y que nunca logramos alcanzar a comprender del todo por mucho que lo intentemos. Como la vida es ininteligible en sí misma, Nietzsche recurre para estudiarla a sus manifestaciones y muy especialmente al lenguaje, cuyas formas son síntomas de la vida y la voluntad de poder. Por eso analizará el lenguaje y las expresiones lingüísticas como símbolo tras los que se oculta la realidad vital. Así, el lenguaje se convierte en el punto de partida de la reflexión filosófica. El lenguaje nos sirve para expresar nuestras intuiciones y pensamientos, pero no puede expresar las cosas, sino nuestra relación con ellas. Nietzsche denunciará el poder de encantamiento del lenguaje que puede llegar a suplantar la vida. 2. Arte y realidad: lo apolíneo y lo dionisíaco La vida, por tanto, no es accesible a la comprensión intelectual, sino mediante la intuición que penetra la esencia de las cosas. Antes de que comenzase la filosofía, sin embargo, los antiguos griegos mediante el arte y la poesía lograron aprehender la esencia originaria y profunda del mundo. En El origen de la tragedia, su primera obra, Nietzsche afirma que los antiguos griegos sabían que la vida es terrible, inexplicable y peligrosa. Pero aunque comprendían el carácter real del mundo y de la vida humana no se entregaban al pesimismo volviendo las espaldas a la vida. Lo que hacían era transformar el mundo y la vida por medio del arte. Y por eso eran capaces de decir sí al mundo como fenómeno estético. La expresión simbólica de la vida se desarrolla a partir de dos fuerzas estéticas que se combaten, pero que se necesitan: lo apolíneo y lo dionisíaco, representados por el dios Apolo y el dios Dionisio. Apolo, dios de la juventud, la belleza y las artes, era también, según Nietzsche, el dios de la luz, la claridad y la armonía, y representaba la individuación, el equilibrio, la medida y la forma, el mundo como una totalidad ordenada y racional. Frente a lo apolíneo, los griegos opusieron lo dionisíaco: Dionisos, dios del vino y las cosechas, de las fiestas presididas por el exceso, la embriaguez, la música y la pasión, y según Nietzsche, el dios de la confusión, la deformidad, el caos, la noche, los instintos, la disolución de la individualidad; los griegos representaban en Dionisos una dimensión fundamental de la existencia, que expresaron en la tragedia y que fue relegada en la cultura occidental: la vida en sus aspectos oscuros, instintivos, irracionales, biológicos. La grandeza del mundo griego arcaico estribaba en no ocultar esta dimensión de la realidad, en armonizar ambos principios. Lo importante de El origen de la tragedia es que para Nietzsche la suprema realización de la cultura griega radicaba en una fusión de elementos apolíneos y dionisíacos. La tragedia griega expresaba esta antítesis entre lo dionisíaco, que se manifestaba a través de la música y la danza, que corresponde al coro, y lo apolíneo, que se expresa a través de la palabra y que corresponde a los personajes. La cultura auténtica es una unidad de la fuerzas de la vida, el elemento dionisíaco, con el amor a la forma y la belleza, característico de la actitud apolínea. La lucha entre ambos representa el propio juego trágico en el que consiste el mundo: vida y muerte, nacimiento y corrupción. La vida se resuelve en una continua oposición y sucesión entre ambos polos. La vida contiene a ambos y es la conjunción de ambos, es un vaivén entre uno y otro. Son como las dos caras de una misma moneda, y que constituyen dos elementos de una misma realidad que es la vida. Reconocer la vida trágica implica reconocer ambas dimensiones, puesto que la vida se nutre de la oposición de ambas. El problema es que la cultura griega entró en crisis. Cuando Eurípides intentó eliminar de la tragedia el elemento dionisíaco en favor de elementos morales e intelectualistas, eliminando para ello el coro, la clara luminosidad de la vida se transformó en la superficialidad de la razón cuyo máximo representante es Sócrates (y su discípulo Platón). Sócrates tiene la loca presunción de comprender la vida mediante la razón, de conceptualizarla, abarcarla. Así aparece la decadencia que se caracterizará por su hostilidad a la vida y que será culminada por el cristianismo y que dura, según Nietzsche, hasta nuestros días. Es el predominio de lo apolíneo, de lo lógico, de la razón, que es incapaz de ver la vida, de intuirla en su totalidad, tal y como se revelaba en la tragedia griega. En la cultura occidental ha predominado y se ha ido imponiendo lo apolíneo, que además ha sido identificado con lo «verdadero», aunque lo dionisíaco nunca ha desaparecido del todo y busca resquicios a través de los cuales mostrarse. 3. La crítica a la cultura occidental y la negación de la vida El oscurecimiento de los antiguos valores griegos que estaban recogidos en la tragedia y que expresaban la vida como lucha ha provocado el predominio del concepto y la escisión entre el lenguaje y la vida. Sobre esta separación se levanta la cultura occidental: la filosofía, la religión y la moral. Nietzsche llamará a esta pérdida del sentido de la vida nihilismo, que califica como un veneno mortal, ya que niega la vida y exalta la debilidad humana. El origen profundo del nihilismo como negación de la vida se encuentra en la filosofía de Sócrates y Platón. Su pensamiento nace del intento de escapar a la caducidad de la vida, creando conceptos e ideales eternos e inmutables más allá de este mundo. La contraposición de los dos mundos platónicos sitúa al concepto, a la idea como la auténtica verdad y como lo auténticamente real, frente al mundo del devenir, imperfecto, cambiante y aparente. Es el triunfo de la razón contra la vida, de Apolo sobre Dionisio. Desde entonces en adelante, la filosofía europea fue cayendo en un largo período de decadencia y de falta de vitalidad, negando su dimensión dionisíaca. La identificación entre la razón, la virtud y la felicidad oculta el rechazo a los sentidos, el temor a los instintos, a la vida, que quiere ahogarse bajo la luz de la razón: solo el sabio es virtuoso y en el conocimiento reside la felicidad. Nietzsche quiere desenmascarar este idealismo y demostrar que solo el devenir es. No hay un mundo real distinto del que experimentamos por medio de los sentidos. Lo real es el devenir del que hablaba Heráclito. El triunfo del poder del lenguaje, del concepto, es el dominio de la conciencia frente a la intuición. La conciencia nos inventa a través de los conceptos una identidad única, estable y pública, que se olvida de lo sensible que es lo que nos constituye. Pero para Nietzsche la forma básica del conocimiento es la intuición mediante la que captamos lo inmediato e individual, la vida. Esta confusión entre lo último y lo primero, entre los conceptos que son puras generalizaciones vacías y las intuiciones que nos permiten captar los sensible y lo real, hace de la filosofía y la metafísica un mundo vacío. El ser humano, a través de la razón, la filosofía y la ciencia, siempre ha pretendido conocer la realidad y desvelar su verdad, pero se ha equivocado equiparando los conceptos y las cosas. Es la equivocación de muchos científicos y filósofos, es la «mentira del intelecto». La ficción de la metafísica se apoya en el lenguaje: el lenguaje fabrica cosas, las inventa. Sin embargo, los conceptos y las palabras mediante los cuales nos referimos a las cosas para comprenderlas, no son la realidad ni la alcanzan. Las palabras son meras metáforas que expresan no las cosas, sino las intuiciones originarias que tenemos de las cosas. El lenguaje solo indica la relación entre las cosas y los hombres. Gracias al lenguaje, damos nombre a las cosas y creemos captar su esencia, pero no es así. La vida es siempre una realidad dinámica, en movimiento constante, mientras que las palabras cosifican e igualan la realidad. Cuando las palabras se transforman en conceptos, se abandonan las diferencias individuales para servir de instrumento de comunicación. El concepto abstrae para destacar lo común; sin embargo, lo que existe es siempre individual y particular. Nietzsche atribuye a la necesidad de supervivencia que da lugar al contrato social la tendencia a buscar la «verdad» como algo uniforme y vinculante. Aceptamos así como «verdadero» lo agradable, lo que tiene consecuencias positivas para la convivencia. El error de la filosofía es haberse olvidado de las intuiciones como el origen de los conceptos y aceptar que estos son lo que designa la realidad y no puras metáforas. Ese olvido es el fundamento de la metafísica que considera lo abstracto y universal, lo inteligible, como lo «verdadero». Pero para Nietzsche no hay verdad en el concepto. También en el cristianismo, Nietzsche encuentra encarnados los valores del nihilismo, el odio y temor a la vida, que constituyen una «voluntad de nada» y una negación de los valores de la vida. El cristianismo lleva hasta el final el desprecio por la vida iniciado por la filosofía platónica. Nietzsche parte del ateísmo: la religión no es una experiencia verdadera pues Dios no existe. La religión surge del resentimiento, del no sentirse cómodo en la vida, del afán de ocultar la dimensión trágica de la existencia. Por último, Nietzsche critica también la moral tradicional que consiste en creer en la objetividad y universalidad de los valores morales. Pero se equivoca totalmente, pues los valores morales no tienen una existencia objetiva; los valores los crean las personas, son proyecciones de nuestra subjetividad, de nuestras pasiones, sentimientos e intereses, existen porque nosotros los hemos creado. La moral tradicional creyó también que las leyes morales valen para todos los hombres y que si algo es bueno es bueno para todos. Si realmente los valores existiesen en un Mundo Verdadero y Objetivo podríamos pensar en su universidad, pero no existe dicho Mundo, por lo que en realidad los valores se crean, y por ello cambian y son distintos a lo largo del tiempo y en cada cultura. Una vez criticado el fundamento absoluto que sirve de soporte a la validez de la moral, no se puede pensar en su universalidad. Por otra parte, la moral tradicional es antivital: los valores de la moral tradicional son contrarios a la vida, es «antinatural» pues presenta leyes que van en contra de las tendencias primordiales de la vida, es una moral de resentimiento contra los instintos y el mundo biológico y natural, como se ve en la obsesión de la moral occidental por limitar el papel del cuerpo y la sexualidad. 4. Moral de esclavos y de señores Los valores «bueno» y «malo» son también conceptos, palabras que nos sirven como criterio de comportamiento en la vida. Nietzsche indagará y analizará el origen de estos conceptos, descubriendo los instintos desde los que nacen. El método genealógico permite estudiar cómo surgieron los conceptos morales y cómo se impusieron como valores aceptados por todos a partir de la fuerza del grupo social que los propone. La genealogía muestra la realidad que está detrás de las palabras, la voluntad de poder sobre la que se levantan. Nietzsche distinguirá dos tipos de moral para explicar dos formas de entender la vida y dos actitudes frente a la misma: Moral de esclavos. Es la moral del rebaño y de la mediocridad, una moral impregnada de instinto de venganza contra la vida superior. El esclavo es débil y cobarde; siente el resentimiento hacia el poderoso y proclama los valores que le hacen la vida más soportable a los débiles. Para esta moral «bueno» es igual a pobre, impotente, enfermo, etc. Es una moral pasiva que no crea valores, sino que los encuentra ante sí y por tanto iguala a los individuos. Moral de señores. Es la moral noble en la cual «bueno» es todo cuanto eleva el individuo, todo cuanto lleva a afirmar la vida; bueno es igual a noble, poderoso, bello, feliz, grato a Dios. Obviamente, malo es su contrario. Es una moral activa, que crea valores y aspira a una superación y autenticidad personal constante. Nace de la fuerza y está llena de alegría de vivir. El señor, el noble, vive de modo autónomo, encontrando la felicidad en sí mismo y despreciando la aprobación de los demás. Afirma la vida tal cual es sin miedo alguno, sin esperar ninguna compensación o consuelo en el más allá. MORAL DE SEÑORES voluntad de jerarquía, de excelencia ama lo que eleva, lo noble quiere la diferencia es la moral del héroe, del guerrero, del que no teme el dolor ni el sufrimiento es la moral de la persona que crea valores MORAL DE ESCLAVOS voluntad de igualdad resentimiento contra la vida superior iguala, censura la excepción glorifica lo que hace soportable la vida a los pobres, los enfermos y débiles de espíritu, la concordia se encuentra con los valores dados Nietzsche contempla la historia de la cultura occidental como un triunfo de los valores plebeyos de la moral de los esclavos sobre los valores aristocráticos de la moral de los señores, es decir, se ha producido una inversión de los valores. Es el triunfo de la moral cristiana. La actitud de la moral de esclavos debe ser rechazada, pues es el fruto del resentimiento y conduce a la degradación de la vida. Sin embargo, ambos tipos de moral están presentes siempre en mayor o menor medida a lo largo de la historia, e incluso dentro de la vida de cada individuo. Es decir, aunque Nietzsche dio una genealogía de la moral de esclavos y de señores, siempre sostuvo que esta genealogía era una tipología ahistórica de rasgos en toda persona. Porque lo importante no es tanto lo que hacemos y valoramos sino por qué, es decir, cuál es la actitud vital de fondo. 5. El nihilismo y la muerte de Dios Nihilismo significa en general una negación o rechazo hacia realidades y valores que se consideran importantes. Nietzsche califica como nihilista a toda la historia de la filosofía y la metafísica occidental porque desde Parménides y Platón los filósofos han rechazado el valor del mundo sensible, el de la verdadera vida y, consecuentemente el valor de los sentidos como fuente de conocimiento verdadero. Han definido al ser verdadero como eterno e inmutable. Este rechazo supone la desvalorización de la vida misma y de su carácter dinámico. Un gran error, según Nietzsche, oculto tras un lenguaje metafísico dominante a lo largo de toda la historia occidental. Frente a este nihilismo pasivo y metafísico, que subvierte los valores, que niega y sustituye la vida por un mundo inteligible, que desprecia los sentidos e idolatra la razón, nuestro autor propone un nihilismo postmetafísico activo, que vuelva a poner las cosas en su sitio: el valor de la vida, de los sentidos, etc., y que sea capaz de superar el pensamiento metafísico contrario a los valores vitales. Se trata del descubrimiento de que detrás de todas las teorías, ideas y conceptos referidos a algo distinto y más allá de este mundo no hay nada. Nietzsche expresa por primera vez este nihilismo en La gaya ciencia con la frase «Dios ha muerto», o lo que representa Dios: mundo trascendente o inteligible. Dios era el último fundamento ideal y abstracto de los valores religiosos y culturales de Europa. Ha muerto el dios de los metafísicos, el dios monoteísta, omnipotente, creación del hombre provocada por el miedo que le produce una realidad sometida al devenir y a la continua dialéctica entre fuerzas de distinto signo. Con la creación de un ser supremo como Dios, el hombre ha creído conjurar todos sus males, ha despreciado la vida porque no la entiende y se ha refugiado en la esperanza del más allá, de la vida eterna como promesa y contrapunto a esta vida terrena efímera y llena de conflictos. Nietzsche nos advierte además de que ese ídolo ha sido sustituido por otros nuevos que también tendrán que caer: la ciencia, la razón, el estado, el progreso, etc. Por eso, la afirmación de la muerte de Dios quiere decir que la creencia en la verdad absoluta ha terminado y que no hay verdad ni valores absolutos de ningún tipo. El nihilismo como pérdida del sentido unitario de la vida abre camino a una nueva visión de la realidad y del hombre. Frente al monoteísmo y el pensamiento único, Nietzsche reconoce la multiplicidad de interpretaciones sobre la realidad haciendo posible la libertad del ser humano. El nihilismo, la nada, es el destino al que ha llegado Occidente. Una vez descubierto y desenmascarado el engaño del lenguaje y de la cultura, que ha suplantado la vida por los conceptos, descubrimos que no hay ningún fundamento último absoluto e inmutable, tanto en el saber como en la moral. Nos quedamos a la intemperie, desnudos, sin ninguna seguridad, sin nada a lo que asirnos y agarrarnos. Las consecuencias futuras de la muerte de Dios podrán ser desastrosas para muchos que, frente a la nada, se llenan de angustia, de miedo, de tristeza, se abaten y no pueden asumirlo. Necesitan agarrarse a algo. Pero para otros, como para el propio Nietzsche es la aurora de un nuevo mundo al asumir la vida tal cual, sin seguridades, y sentirse verdaderamente libres. La muerte de Dios permite que afloren las energías creadoras del hombre, la transvaloración de los valores que el superhombre está en condiciones de realizar. El lugar de Dios lo ocuparán ahora la vida y el superhombre creador de nuevos valores. 6. La voluntad de poder y la transvaloración de los valores La vida es una apasionada voluntad de poder. Afirmar que la vida es voluntad de poder significa que la vida es dinámica, continuo devenir, fuerza que puja por ser más, ansia por existir, afirmarse y superarse constantemente. La voluntad de poder es la esencia de la realidad, está presente en la naturaleza y en todos los seres. Todo es manifestación de la voluntad de poder, que no es voluntad de dominio o complejo de poder, sino que es la fuerza y la afirmación de la vida misma. La muerte de Dios ha precipitado al hombre al nihilismo, dejándole sin valores, en la nada. Es el reino del último hombre, el hombre que vive el final de una civilización. La superación del nihilismo y la creación de nuevos valores que den sentido a la vida necesitan una transvaloración de los antiguos. Esta tarea de creación es propia de la voluntad de poder que dará lugar a nuevo tipo de hombre: el superhombre, en el que se manifestará su poder creativo y la superación de sí mismo. «El hombre es algo que debe ser superado; el hombre es un puente y no un fin», dice Nietzsche. Por tanto, si queremos recuperar la vida y valorarla, habrá que crear nuevos valores. Se trata de cambiar la manera de ver para llegar a una nueva forma de sentir, devolviendo al hombre el valor de la vida. Habrá que sustituir los valores que provienen de la debilidad y la sumisión (los valores del platonismo por su rechazo de lo sensible y la vida de este mundo; los valores cristianos que son negativos y expresan debilidad; los valores e ideales de la ciencia que dan más importancia a las normas, las leyes, la lógica, lo estático y la razón exclusivamente) por otros que provengan de la alegría y exaltación de la vida. «¿Qué es bueno? Todo lo que acrecienta en el hombre el sentimiento de poder, la voluntad de poder, el poder mismo. ¿Qué es malo? Todo lo que proviene de la debilidad. ¿Qué es la felicidad? La conciencia de que se acrecienta el poder, de que queda superada una resistencia». Por tanto, transvaloración o transmutación de los valores quiere decir inventar y crear nuevos valores que superen a los anteriores, que nos lleven a afirmar y amar el devenir de la vida y su pluralidad. Este es el camino que nos lleva hacia el superhombre. 7. El superhombre Semejante fuerza y aspiración moral para crear valores nuevos sería propio del superhombre. El superhombre es el sentido de la tierra. El superhombre cultiva todos los valores de la vida, se percata del nihilismo y lo afronta sin huidas, se rige por una moral de señores, afirma la vida sin resentimiento y asume con alegría su eterno retorno. Vive afirmándose sin reservas y sin miedos cada instante de la vida, como si fuera a repetirse eternamente, queriéndolo así. El superhombre es la mejor expresión, para Nietzsche, del hombre que ama la vida. El espíritu que está buscando Nietzsche para el hombre es un espíritu libre, no subordinado a alguna forma de señorío sino a él mismo. Sin embargo, para que el hombre llegue a ese estado de vida, tiene que pasar antes por un proceso que Nietzsche llama las tres transformaciones del espíritu. Desarrollaremos este proceso como sigue: a) El camello. «Muchas cargas soporta el espíritu cuando está poseído de reverencia, es espíritu vigoroso y sufrido». De hecho, para Nietzsche, el hombre se ha vuelto como un animal de carga, lleva en sus espaldas una pesada carga de teorías y tradiciones religiosas porque tiene la esperanza de una supuesta vida eterna después de la muerte. Al pensar de esa manera no estamos haciendo otra cosa que refugiarnos en una falsa idea. Esta idea debe ser erradicada de nuestra mente. En el fondo lo que queremos con esa idea de una supuesta vida eterna después de la muerte es encubrir nuestro patético miedo a morir. Debemos enfrentar la vida con todas sus contrariedades y contradicciones. Tenemos que asumir que la vida humana es bella, pero también trágica. El hombre con espíritu de camello lo único que hace es asumir un «yo debo». Ese «yo debo» lo asume porque cree que de esa forma se ganará la «vida eterna». En consecuencia, este hombre en condición de camello no hace otra cosa que aceptar los sufrimientos, acepta la vida como un valle de lágrimas por el hecho que según él no se encuentra en una verdadera vida. Cae y a veces se levanta con gran dificultad, pero tiene que hacerlo para ganar «la eternidad». Pero el hombre, no debe seguir viviendo y pensando de esa manera, debe convertirse de camello en león. b) El león. Este caso diría Nietzsche, es la etapa del proceso de transformación antes mencionado, donde el espíritu «quiere conquistar su propia libertad [...]». De ahí que se puede decir que el león es aquel que sabe que el sentido de su vida depende de una elección, que la voluntad de poder es la realidad última de la vida. Tiene el valor de diseñar sus propios valores y vivir conforme a ellos; en consecuencia, la virtud por excelencia vendría a ser la autenticidad de los propios valores, el cambio de actitud frente a la vida. Niechzsche dice que en esta etapa de transformación del espíritu humano, el hombre experimenta su voluntad de poder, el «yo quiero». Por tanto, ningún valor debe ponerse por encima de mis propios valores, por encima de mi voluntad; pues el «yo quiero» implica asumir mi propia vida, decidir por voluntad propia y no que otros decidan por mí. Se trata por tanto de asumir un espíritu libre. Sin embargo dice Nietzsche, en esta etapa el espíritu humano, entendido como león, se enfrenta a un formidable adversario, el dragón. Ese dragón no es otro que el «tú debes». Pero el resultado de esta batalla es el triunfo del león. Pero el león necesita convertirse en niño, pues es la última transformación del espíritu para conquistar su libertad absoluta y convertirse en superhombre. c) Niño. El hecho de que el león haya triunfado no significa que permanecerá para siempre en ese estado de vida. Para que el proceso llegue a su plenitud, el león se debe convertir en niño. Si bien es cierto diría Nietzsche que el león ha triunfado y ha vencido al formidable dragón, en él anida un doloroso y lacerante recuerdo que le produce melancolía y hiere su espíritu, además recuerda su etapa de camello; entonces, ¿cómo hacer? La única forma que implique el olvido es la transformación del león a niño. Por lo tanto, asumir el papel de niño implica un volver a empezar, asumir un nuevo «yo quiero», pero ya sin el recuerdo. El sentido es tener un espíritu absolutamente libre y no esclavo. Debemos ser como los niños que en su inocencia tienen su propia voluntad de poder y ningún recuerdo los perturba. Sólo con ese espíritu somos verdaderamente libres, superhombres como lo diría Nietzsche, capaces de vivir la vida con jovialidad y de crear nuevos valores. 8. El «eterno retorno» La tarea genealógica nos muestra según Nietzsche que durante toda la historia de Occidente han predominado las fuerzas reactivas que negaban la vida (resentimiento, mala conciencia, ideal ascético). El nihilismo como negación de la vida, propio de esa historia de Occidente, conservaba la vida débil, la negación, el triunfo de la vida reactiva y dividida. La metafísica, la moral, el cristianismo, han conseguido durante muchos siglos que la voluntad de negar reinara sobre nuestras cabezas. ¿Cómo podemos poner fin a esas fuerzas reactivas, a esa vida reactiva? A través del «eterno retorno». El «eterno retorno» asegura la transformación de las fuerzas reactivas negativas en fuerzas activas y creadoras. El «eterno retorno» es la concepción del tiempo característica de la filosofía de Nietzsche. Consiste en aceptar que todos los acontecimientos del mundo, todas las situaciones pasadas, presentes y futuras se repetirán eternamente. Según la tesis del eterno retorno todo va a repetirse un número infinito de veces; es la manera en que Nietzsche vislumbra que el superhombre amará la vida y el mundo sensible, sin recurrir a un mundo trascendente. ¿Por qué Nietzsche propone esta extraña teoría? Cabe presentar dos interpretaciones: a) la primera se refiere al “argumento” que presenta en su defensa, argumento que se expresa casi de forma matemática: dado que la cantidad de fuerza que hay en el universo es finita y el tiempo infinito, el modo de combinarse dicha fuerza para dar lugar a las cosas que podemos experimentar es finito. Pero una combinación finita en un tiempo infinito está condenada a repetirse de modo infinito. Luego todo se ha de dar infinitas veces. b) sin embargo, es posible entender también el eterno retorno como la expresión de la máxima reivindicación de la vida, como una hipótesis necesaria para la reivindicación radical de la vida: la vida es fugacidad, nacimiento, duración y muerte, no hay en ella nada permanente. Pero podemos recuperar la noción de permanencia si hacemos que el propio instante dure eternamente, no porque no se acabe nunca sino porque se repite sin fin. Así, Nietzsche consigue con esta tesis hacer de la vida lo Absoluto. Esta segunda interpretación de la intuición nietzscheana del eterno retorno es la que más nos interesa para medir nuestra fuerza y amor a la vida. «¿Qué sucedería si un demonio... te dijese: Esta vida, tal como tú la vives actualmente, tal como la has vivido, tendrás que revivirla... una serie infinita de veces; nada nuevo habrá en ella; al contrario, es preciso que cada dolor y cada alegría, cada pensamiento y cada suspiro... vuelvas a pasarlo con la misma secuencia y orden... y también este instante y yo mismo... Si este pensamiento tomase fuerza en ti... te transformaría quizá, pero quizá te anonadaría también... ¡Cuánto tendrías entonces que amar la vida y amarte a ti mismo para no desear otra cosa sino ésta suprema y eterna confirmación!», nos dice Nietzsche en La gaya ciencia. Este pensamiento del eterno retorno le sirve a Nietzsche para medir nuestra fuerza vital, nuestro amor a la vida: ¿querríamos volver a vivir tu vida infinitas veces? Lo importante es que este postulado nos lleva a plantearnos lo siguiente: suponiendo que lo que te ha dicho el duende es cierto, ¿seguirás comportándote como lo has hecho hasta ahora? Nietzsche va a criticar la concepción de tiempo lineal que, a su juicio, es un invento del cristianismo. El tiempo lineal te hace mirar hacia el futuro, hacia un evento que está por ocurrir y eso te hace negar el presente. El tiempo lineal nos hace centrar nuestra vida en un futuro ficticio, falso, y nos hace negar el momento, nos impide disfrutar del presente en su máxima intensidad. «No anhelar distantes venturas ni bendiciones, sino vivir de modo que queramos volver a vivir, y así por toda la eternidad», sentencia Nietzsche. Es una formulación radical, poderosa, pues tendrás que repetirlo no sólo una, ni dos, ni tres, sino infinitas veces más. Y esta es una forma de superar el nihilismo en la que la muerte de Dios nos dejaba, porque nos impulsa a superarnos al máximo constantemente haciendo de cada instante de nuestra vida algo que desearíamos por siempre. No hay ningún sentido último más allá de esta vida. No hay un principio ni un fin predeterminado y establecido, ninguna finalidad. Así, lo que adquiere pleno significado es el valor de cada instante, de cada momento de la vida. De esta forma, el instante adquiere densidad ontológica, recuperando todo su valor. Cada instante, el devenir, queda absolutizado como el ser. En cada instante se expresa la voluntad de poder. Amar la vida, su necesidad de infinita repetición, ese será el nuevo imperativo del nuevo hombre que está por llegar. El eterno retorno es el pensamiento y la intuición más profunda de Nietzsche. Es amar la vida, con todo lo que conlleva e implica, sin querer huir de ella y con alegría. DEFINICIONES Nihilismo: proviene de la palabra “nada” y tiene dos significaciones en Nietzsche. En primer lugar significa la negación de la vida llevada a cabo por la cultura occidental en su ansia por hallar la verdad absoluta. Pero ello ha conducido al descubrimiento de que no existe tal verdad, de que no hay ningún fundamento último. Muerte de Dios: expresión con la que alude al proceso de secularización de la Edad Moderna, que ha conducido a la pérdida de la fe en un Dios trascendente. Va unido al nihilismo, ya que supone el derrumbamiento de todos los valores que en Él se sustentaban. Transmutación de los valores: se trata de crear nuevos valores que recuperen el sentido de la tierra, de esta vida, que la afirmen sin miedo y sin huidas o escapatorias. Eterno retorno: esta intuición afirma la repetición eterna de la vida y los acontecimientos. Es una doctrina acerca del tiempo y la vida que trata de absolutizar el devenir como ser, de afirmar la vida, que es cambiante, al máximo, eternizando cada instante. El instante adquiere una dimensión eterna. Esta concepción circular de la realidad mide nuestra fuerza, y nos obliga a que el momento presente merezca ser vivido eternamente Voluntad de poder: es el concepto que mejor expresa la esencia de la vida. La vida es voluntad de poder, «fuerza creadora», deseo ciego de procrear y de perdurar en la realidad. Todo en la vida está cargado y es manifestación de esta voluntad de poder, que es el impulso creador que subyace a la realidad. Superhombre: es un nuevo modelo humano, espiritualmente más elevado. Será el hombre con una voluntad fuerte, capaz de crear nuevos valores que recuperen el sentido de la tierra y de afirmar la vida. Se llegará a él después de las tres transformaciones del espíritu. ORTEGA Y GASSET 1883-1955 Contexto histórico, sociocultural y filosófico José Ortega y Gasset fue testigo de importantes acontecimientos históricos, como la Primera Guerra Mundial, la Revolución Rusa y, tras la instauración de las dictaduras en Italia y Alemania, la Segunda Guerra Mundial y la «guerra fría». En España, no encontramos con el desastre del 98 con la pérdida de las últimas colonias, junto a una situación de crisis e inestabilidad política. Durante la monarquía de Alfonso XIII alternarán diferentes gobiernos democráticos. Hasta que en 1923 Miguel Primo de Rivera da un golpe de estado. La Dictadura durará siete años. Después, el rey fue destronado proclamándose la Segunda República Española. Ésta pasará por distintas formaciones de gobierno, pero el 17 de julio de 1936 se produce el golpe de estado que dará lugar a la Guerra Civil Española. Aparte del drama que supuso el conflicto civil, el triunfo de las fuerzas sublevadas dirigidas por el general Franco supuso el establecimiento de una dictadura del ejército que duraría 36 años. Ortega no permaneció indiferente a estos hechos y defendió la necesidad de superar la vieja política de la Restauración, se opuso a la dictadura de Primo de Rivera y, aunque recibió con ilusión la República, pronto se decepcionó por la actitud radical de algunos partidos políticos. A partir de la Guerra Civil, Ortega se exilió y, a su vuelta, la dictadura de Franco le impidió volver a la universidad. El pensamiento científico da pasos agigantados que presagian la nueva era en campos como la física, la biología y la genética. La ciencia, imprescindible para la nueva civilización, muestra también un poder destructor mayor que nunca en los grandes enfrentamientos bélicos de las grandes potencias como la Primera Guerra Mundial. En lo cultural nos encontramos cada vez más con una cultura de masas, al tiempo que surgen las vanguardias artísticas. En cuanto a la filosofía, el panorama es más heterogéneo que nunca. Entre las escuelas y movimientos con las que Ortega tuvo relación cabe citar el vitalismo nietzscheano, el historicismo, que sostiene que la historia es el elemento más importante para los seres humanos, el neokantismo y la fenomenología, que pretendía una nueva fundamentación del conocimiento a través del análisis de los fenómenos tal y como se presentan en la conciencia. España vivirá una época de renacimiento cultural con hombres destacables en la ciencia (Ramón y Cajal), y en las artes (la Generación del 98 y del 27) surgiendo una generación de intelectuales preocupados por las cuestiones sociales. Especial importancia tuvo en nuestro país el krausismo, movimiento de renovación cultural promovido por Giner de los Ríos y la Institución Libre de Enseñanza, que defendía la tolerancia y la libertad frente al dogmatismo. Le siguió la generación del 98, caracterizada por su preocupación por España, en la que hay que destacar a Miguel de Unamuno. Sin embargo, frente al tono más bien pesimista de Unamuno, hay que destacar la vitalidad y el optimismo de Ortega y Gasset. Biografía José Ortega y Gasset, el segundo de cuatro hermanos, nació en Madrid el 9 de mayo de 1883. Su padre, José Ortega y Munilla, aunque autor de varias novelas de asunto preferentemente social y de corte realista fue, ante todo, periodista. Como tal fue redactor de "La Iberia", el periódico de Sagasta, creador de la revista literaria "La Linterna" y director del periódico "El Imparcial", del que era propietaria la familia de su madre, Dolores Gasset, que pertenecía a la burguesía liberal e ilustrada de finales del siglo XIX. La tradición liberal y la actividad periodística de su familia marcarán la futura actividad de Ortega, tanto en su participación en la vida política española, como en su actividad periodística con la publicación de numerosos artículos de prensa, culturales y políticos. Por lo demás, el estilo periodístico puede reconocerse también en las obras más técnicas y filosóficas de Ortega. Luego de haber realizado sus primeros estudios en Madrid, Ortega se trasladará a Málaga, en 1891, para comenzar los estudios de Bachillerato en el colegio de los jesuitas de Miraflores del Palo, donde entrará en contacto con otros jóvenes de la burguesía malagueña. Terminados sus estudios, en 1897, se trasladará a Deusto, para comenzar sus estudios universitarios, en 1898, estudios que continuará, poco después, en la Universidad de Madrid. Son los años de la guerra hispanonorteamericana, y de la consiguiente pérdida de las colonias (Cuba, Filipinas y Puerto Rico) que marcarán, como se sabe, la conciencia política y cultural de buena parte de los intelectuales españoles, elevando el tema de la decadencia de España al primer plano de la reflexión, así como el de la necesidad de una regeneración. En 1902 obtiene la licenciatura en Filosofía, defendiendo su tesis doctoral dos años después, también en la Universidad de Madrid. En 1905 viajará a Alemania para completar su formación, siguiendo la tradición de la época o buscando las fuentes de la futura regeneración de España en la asimilación del pensamiento europeo. Así, visitará las universidades de Leipzig, Berlín y Marburgo, donde entrará en contacto con los neokantianos H. Cohen y P. Natorp, en 1906, asistiendo a sus cursos, ejerciendo ambos una gran influencia en su pensamiento, aunque Ortega no se limitará a aceptar los principios del neokantismo sin más, sino que adoptará una actitud crítica y constructiva ante ellos. En 1908 regresa a Madrid y, luego de una breve actividad docente en la Escuela de Magisterio obtiene, por concurso, la cátedra de Metafísica de la Universidad de Madrid en 1910, hasta entonces ocupada por Nicolás Salmerón, sin haber llegado a publicar todavía ninguna obra. Ese mismo año contraerá matrimonio con Rosa Spottorno y Topete. Tras otro viaje a Alemania, en 1911, comenzará su incansable actividad pública, intentando llevar a la práctica sus ideas regeneracionistas. Así, en 1914, año en que comienza la primera guerra mundial, fundará la "Liga de Educación Política Española"; en 1915 la revista "España"; y en 1916 será cofundador del diario "El Sol". Al mismo tiempo comienza la publicación de sus primeras obras, como las Meditaciones del Quijote y El Espectador, iniciando el período perspectivista de su filosofía, que predominará en su obra hasta 1923. En 1923 se instaura en España la dictadura de Primo de Rivera. Ese año fundará la "Revista de Occidente", de marcada oposición política la dictadura, oposición que le llevará, en 1929, a dimitir de su cátedra en la Universidad de Madrid, continuando sus actividades filosóficas en lugares no vinculados anteriormente a la filosofía, como la Sala Rex y el Teatro Infanta Beatriz (actualmente el conocido restaurante Teatriz), impartiendo clases a modo de conferencia, algunas de las cuales serán recogidas posteriormente en su obra ¿Qué es filosofía?, y cuyos contenidos corresponden ya al período racio-vitalista de su pensamiento, iniciado en 1923. En 1930 volverá a la cátedra de la Complutense, bajo la dictadura de Berenguer, más tolerante que la de Primo de Rivera, continuando, no obstante, su actividad pública. Ese mismo año publicará La rebelión de las masas. En 1931, junto con otros intelectuales entre los que se contaban Gregorio Marañón y Pérez de Ayala, fundará la "Agrupación al Servicio de la República" y será elegido diputado a las Cortes Constituyentes de la recién proclamada II República por la provincia de León. Luego de su experiencia parlamentaria retornará a la actividad académica publicando, en 1934, En torno a Galileo, y en 1935 Historia como sistema. A raíz del golpe de estado de 1936 contra la II República, que dará lugar a la guerra civil española, Ortega se autoexilia, estableciendo su residencia primero en París, y luego en Holanda y Argentina, hasta 1942, año en que establecerá su residencia en Portugal. Al finalizar la segunda guerra mundial regresará a España, en 1945 y, aunque se le autoriza un ciclo de conferencias en el Ateneo de Madrid, no se le permite recuperar su cátedra de Metafísica, ante lo cual funda, en 1948, el "Instituto de Humanidades", donde vuelve a impartir docencia ante un público no universitario. En 1950 realiza un último viaje a Alemania, decepcionado ante las dificultades de su estancia en España, siendo nombrado en 1951 Doctor Honoris Causa por las universidades de Marburgo y Glasgow. Regresará a España en 1955, muriendo en Madrid el 18 de octubre de ese mismo año. 1. La vida como realidad radical Para Ortega y Gasset la filosofía, consideradas las líneas esenciales de su historia, ha transcurrido por dos grandes fases que tienen que ver con la postura que han adoptado en la relación entre razón y ser: realismo e idealismo. La postura realista es la perspectiva general desde sus orígenes hasta el Renacimiento, y consiste en conceder mayor importancia, independencia y capacidad de imposición a la cosa sobre el hombre. La postura idealista transcurre desde el Renacimiento hasta la actualidad y, frente al realismo, para el idealista será la razón, el sujeto humano, quien tenga primacía y protagonice la relación hombre-mundo. Pues bien, frente a este antagonismo, para Ortega lo auténticamente real es el yo y las cosas. Pero las cosas no como algo ajeno y distinto de mí, sino referidas a mí. Las cosas adquieren su significado siempre por relación a nosotros. Nos prestan servicios o se convierten en obstáculos, nos gratifican o nos hacen sufrir. El yo y las cosas se encuentran íntimamente ligados. ¿Qué es lo auténticamente real? Yo y las cosas, la vida, mi vida. La vida es la realidad radical. Esto quiere decir que el principio de toda realidad es la «vida», siempre dinámica, en un perpetuo hacerse. La vida es movimiento y creación incesante de nuevas formas. Es un torrente vital de la que brota toda la realidad. Todo está en marcha y cambiando constantemente. La vida en su desarrollo tiene diferentes grados: materia, vegetales, animales y, finalmente, el hombre. Y ¿qué es nuestra vida?, ¿en qué consiste? Si observamos cualquier vida real, nos encontramos con los siguientes elementos estructurales: La vida es aquí y ahora, algo que se realiza en este instante. La vida es siempre la suma de un yo con las cosas (superando así tanto el realismo como el idealismo). La vida, mi vida, soy yo y mi circunstancia. Por último, vivir es siempre estar haciendo algo. 2. La circunstancia Resulta que el hombre no es un ser aislado, sino que coexiste con todo lo que forma su contorno. No nos queda más remedio que vivir con lo que nos rodea, aunque no lo hayamos elegido. Cada uno de nosotros es «yo y mi circunstancia». Mi circunstancia es el conjunto de cosas que hay a mi alrededor y que le han sido dadas al yo. Pero no son cosas en sí mismas, ajenas por completo a mí, sino referidas a mí. Las cosas nos afectan, y adquieren para nosotros un significado. Suponen siempre facilidades o dificultades para existir. La circunstancia de cada cual está formada por muchos elementos: seres humanos que me rodean, cosas, lugares, instituciones, ideas, costumbres y todos los elementos sociales y naturales que integran la vida del hombre. Por otro lado, el cuerpo es también una circunstancia para el yo en la medida en que el yo tiene, habita un cuerpo, pero no lo es, y lo mismo ocurre con la estructura psíquica: se puede ser inteligente o simpático, pero no somos inteligencia o simpatía. Por tanto, vivimos en inmersos en una circunstancia que es inseparable de cada uno de nosotros. Con y en nuestra circunstancia plural y variada, gracias a ella y por ella, hemos de resolver la tarea nuestra vida, y todo lo que hacemos lo hacemos en vista de las circunstancias. 3. El hombre Como en todos los demás seres, la realidad radical y el hecho primordial del hombre es su propia vida. La vida, nuestra vida, es lo primero de todo con que nos topamos. En ella el hombre se encuentra como un náufrago: arrojado, perdido, abandonado y desamparado. La vida, además de haberla recibido sin saber cómo ni por qué, no se nos da hecha y resuelta, sino que tenemos que hacerla nosotros. A diferencia de los animales, las personas nos preguntamos qué queremos hacer con nuestra vida y cómo la queremos vivir. Por eso, podemos decir que nuestra vida es un drama, porque es un problema y una tarea continua que tenemos que resolver, nos guste o no. Yo, en mi última y radical realidad, no soy ni mi cuerpo ni mi personalidad, mi inteligencia, etc.: soy quien quiere llegar a ser esto o lo otro, quien se ha identificado con un proyecto de sí mismo y se ha afanado en llevarlo a la práctica, en hacerlo realidad, en realizarlo. Yo soy un proyecto vital de mí mismo. Así, el yo carece de un proyecto vital constitutivo o natural y ha de identificarse con un querer ser algo con el que se identifica en función de sus propias circunstancias. 4. Perspectivismo Si los elementos fundamentales son el yo y la circunstancia, entonces, el punto de vista individual es el único desde el cual puede mirarse el mundo en su verdad. Cada uno de nosotros observa el mundo y lo ve desde su circunstancia particular y, por eso, solo podemos conocer aquella parte de la realidad accesible desde nuestra circunstancia. Esto quiere decir que cada uno tiene una perspectiva de la realidad. La perspectiva individual, por tanto, es la única manera de captar la realidad. El hombre, ser finito y limitado, no puede abarcar en su totalidad el torrente vital de la vida. Cada uno ha de contemplar la realidad desde su limitación y desde su peculiar punto de vista. Ni nuestra visión ni nuestra actitud pueden ser absolutas. La vida, la realidad, se fragmenta en multitud de perspectivas diferentes, cada una de las cuales será un aspecto real del mundo. De esta forma, Ortega pretende superar tanto el escepticismo -que frente al cambio y la pluralidad renuncia a la búsqueda de la verdad-, como el racionalismo extremo -que anula el dinamismo de la realidad y la perspectiva personal-. Los conceptos de circunstancia y perspectiva nos enseñan esta nueva concepción de la verdad como perspectiva. Frente a la verdad afirmada contra el otro debemos reconocer el valor de las perspectivas individuales. En vez de disputar, Ortega nos anima a integrar nuestras vidas en una generosa colaboración para tener una mayor aproximación a la verdad. Esta idea queda recogida en un bello pasaje de El Espectador que dice: «La realidad, precisamente por serlo y hallarse fuera de nuestras mentes individuales, solo puede llegar a éstas multiplicándose en mil caras. Desde este Escorial, donde he asentado mi alma, veo en primer lugar el curvo brazo ciclópeo que extiende hacia Madrid la sierra del Guadarrama. El hombre de Segovia, desde su tierra roja, divisa la vertiente opuesta. ¿Tendría sentido que disputáramos sobre cuál de ambas visiones es más verdadera? Ciertamente, ambas lo son. La realidad, pues, se ofrece en perspectivas individuales.» Por tanto, la única perspectiva o postura incorrecta es la que pretende ser absoluta y anular al resto, la del dogmático e intolerante. 5. Razón vital Para Ortega, la causa de los grandes y graves problemas por los que atraviesa Europa es que la razón humana ha entrado en crisis. El Renacimiento supuso la crisis de la fe en Dios para ser sustituida por una nueva fe, la fe en la razón científica físico-matemática. Pero, ahora, se hace necesario otorgar un nuevo papel a la razón, una nueva racionalidad que atienda más al hombre concreto y que sea capaz de dar respuesta a los problemas vitales de nuestro tiempo. No se trata, por tanto, de una nueva capacidad, sino de no ignorar la vida. La razón no puede quedarse solo en ideas, conceptos, teorías… sino que ha de aplicar sus procedimientos (observar, analizar, sintetizar, juzgar, abstraer, deducir, etc.) pero a la vida concreta, para resolver el problema de nuestra vida. Ortega no descalifica a la razón en ningún momento, sino los excesos del racionalismo que no han servido al hombre para ser más humano. Los abusos y barbaridades que se comenten muchas veces cuando separamos la razón de la vida. La razón y la vida no son dos cosas distintas, sino que ambas están intrínsecamente entrelazadas. La vida precede al pensamiento y por eso la razón no puede estar separada de la vida. Nuestra vida es una vida con razón. La razón es un producto vital y un instrumento del que nos ha dotado la vida en su desarrollo creador. Por eso, la razón es para el hombre razón vital, pues la razón no puede concebirse al margen de la vida, ni la vida humana al margen de la razón. Renunciar a la vida o renunciar a la razón son dos modos de renunciar a ser hombre. Con la razón vital, Ortega pretende evitar el desprestigio al que los filósofos vitalistas someten a la razón, el irracionalismo, proponiendo un nuevo concepto de razón que sustituya a la razón pura, que degenera en un racionalismo abstracto al margen de la realidad cambiante que es la vida. La razón debe emplearse en contacto con la vida, y hay que aplicarla para que el hombre pueda comprender los elementos de su realidad, incluida la razón misma. Por tanto, ni vitalismo ni racionalismo, sino raciovitalismo. El raciovitalismo es la teoría filosófica de Ortega, con la que trata de mostrar tanto la racionalidad de la vida como la vitalidad de la razón, clarificando y detallando su mutua interacción. Además, la razón vital va acompañada por una ineludible dimensión histórica, porque el hombre se encuentra ya en medio de la historia. La vida humana es esencialmente histórica: heredera de un pasado concreto y lanzada a un futuro por hacer. El hombre no puede salirse de la historia, y la razón, por tanto, debe ser un instrumento más dentro de la misma. Si la naturaleza puede entenderse como el fluir de la vida, la historia es el lugar específico del fluir de los asuntos humanos, de modo que la vida humana es siempre un proceso, algo abierto e inacabado. Así, descubrimos la importancia de la historia y el momento histórico que nos ha tocado vivir para la vida del hombre, ya que los acontecimientos tienen una importancia decisiva tanto en la configuración de nuestra realidad como de nuestra razón. De ahí que la razón vital sea también razón histórica. Ésta trata de comprender toda identidad humana, individual y colectiva como resultado de un proceso histórico, a la vez que actúa sobre la realidad misma. 6. El pensamiento y el conocimiento Parar Ortega pensar es una necesidad. No hemos venido a la vida para dedicarla al ejercicio intelectual, sino que como estamos metidos en la faena de vivir no nos queda más remedio que ejercitar nuestro intelecto. No tenemos más remedio que razonar ante nuestra circunstancia para aclarar nuestra propia situación. No se trata ya de la simple curiosidad o admiración aristotélica. El conocimiento nace de la necesidad de saber. Pero no para saber qué son las cosas, sino para saber a qué atenerse en la vida. En este sentido, nuestro filósofo hará una distinción entre ideas y creencias: Las ideas son pensamientos explícitos que se nos ocurren y podemos analizar y adoptar. Es una obra nuestra o de alguien, pero no anterior a mí mismo. Solo existen y actúan cuando y en tanto las pensamos. No las vivimos como la realidad misma sino como algo distinto. Las creencias, sin embargo, son una clase especial de ideas tan arraigadas en nosotros que son la sustancia de nuestra vida. Estamos en ellas y son anteriores a nosotros. No son un contenido de mi vida sino su continente. Se confunden con la realidad misma. Nos encontramos inmersos en ellas. Toda creencia es originariamente una idea extendida a una colectividad que ha sido transmitida en el tiempo y la historia. Las ideas y las creencias son pensamientos. Que un pensamiento sea creencia o idea depende del papel que tenga en la vida del sujeto; por lo tanto la diferencia entre uno y otro tipo de pensamiento es relativa, relativa a su significación en la vida de cada persona, al arraigo que dicho pensamiento tiene en su mente. Las ideas se tienen; en las creencias se está. El mismo pensamiento puede ser creencia o idea: las primeras noticias científicas que de la Luna tiene un niño las vive como ideas, con el tiempo, con el vivir en sociedad, estas ideas se instalarán en su mente en la forma de creencias. No hay que limitar las creencias, como se suele hacer, a la esfera de la religión: hay creencias religiosas, pero también científicas, filosóficas y relativas a la esfera de la vida cotidiana. Ideas y creencias nos permiten saber a qué atenernos en la vida. En la medida en que nuestro sistema de creencias tenga huecos, vacíos, zonas problemáticas… pondremos en funcionamiento nuestra actividad intelectual para tratar de suplir esas deficiencias e ir elaborando nuevas ideas que poco a poco se convertirán en nuevas creencias. Por tanto, es la duda la que activa el pensamiento, que surge cuando se ha perdido la fe en una creencia y nos permite pasar de una certeza que estaba quebrada y con grietas a otra que nos ayude a vivir mejor. La vida es, por consiguiente, un conjunto de problemas esenciales a los que el hombre responde con un conjunto de soluciones que van conformando la cultura y el conocimiento humano. 7. La vida como elección y quehacer El conocimiento nos sirve para saber a qué atenernos en la vida pero, a diferencia de otras realidades que están naturalmente forzadas, el hombre no está determinado por naturaleza a ser esto o lo otro. La circunstancia, aunque forzosa, siempre presenta varias opciones. En todo momento de la vida, frente al individuo se abre un abanico de posibilidades. En consecuencia, la vida del hombre consiste en una permanente elección de aquello que vamos a hacer a continuación. Elegir una cosa u otra dependerá de lo que yo haya elegido ser. De ahí que en la raíz de toda elección haya una autoelección, para realizar en mí el proyecto que haya elegido. Somos libres porque cada uno construye su vida, y por eso somos también responsables de nuestra vida y debemos llevarla a la plenitud en lo personal, transformando la circunstancia en un permanente servicio a mi proyecto. La vida es un continuo quehacer y el hombre es pretensión de ser, proyecto, un programa de vida. Esto tiene como consecuencia la carencia de una identidad constitutiva y la necesidad de adjudicársela y realizarla uno mismo. Es por esto por lo que Ortega afirma que somos seres que más que tener naturaleza como las cosas, tenemos historia. La historicidad es un constitutivo esencial del hombre. Por lo tanto, la realidad radical de la vida trasciende más allá de nuestra vida individual y particular. Es también todo lo que el ser humano ha ido creando y elaborando a lo largo de la historia y con lo que cada hombre se encuentra. Cada uno de nosotros no estrena la vida humana, sino que somos herederos de la historia recibida, de manera que cada vida individual es lo que ha recibido de los que le precedieron y lo que él hace de sí mismo. La historia recibida nos da las coordenadas para orientarnos en el futuro. Analizando la historia, propone Ortega una distribución de la historia por generaciones. La generación es la división mínima de la historia que afecta en sus creencias, ideas y costumbres a la vida de cada hombre. Los contemporáneos comparten un periodo de historia, pero solo los coetáneos pertenecen a la misma generación. Las generaciones se suceden ininterrumpidamente llevando en sí creencias, ideas y costumbres de la generación precedente. Cuando una generación trata de conservar lo recibido da lugar a una época cumulativa, y aquellas que pretenden superar y cuestionar lo recibido a épocas polémicas. Por último, Ortega concibe la vida social y política como un quehacer comunitario en el que se desarrollan al máximo las virtualidades humanas en la realización de una empresa nacional, bajo la rectoría intelectual de los mejores y dentro de un Estado reducido al mínimo de intervención coercitiva. La clave de este ideal aristocrático es la excelencia y categoría intelectual de las minorías selectas y la docilidad de las masas para dejarse regir por aquéllas. La pérdida de la conciencia de ejemplaridad de unos y la indocilidad de los otros, la rebelión de las masas, es para nuestro filósofo uno de los graves problemas de Occidente. 8. La moral, la religión y Dios Siendo la vida la realidad radical y el hombre un producto más del torrente vital, no puede tener más finalidad que la vida misma. La vida es para vivirla y nada más, la vida existe simplemente para ser vivida, dice nuestro filósofo. La moral consiste en vivir la propia vida enriquecida por la multitud de formas bellas creadas por la cultura, con elegancia y con un sentido alegre, deportivo, festival y jovial. Se trata de hacer de nuestra vida una «vida bella», como si de una obra de arte se tratara. No hay un fin último de la vida. Vivimos para vivir. No hay que vivir para nada distinto de la vida misma (religión, ciencia, moral, economía, trabajo, arte, etc.), y descalifica cualquier moral que se oponga a la vida misma. Son la cultura, el arte, la razón, la ética quienes han de servir a la vida y a la felicidad del hombre. Una moral que haga del hombre un ser descontento e infeliz es una moral falsa, y Ortega tiene la ilusión de que quizá de esta manera se logrará que el amor vaya ligando cada cosa y todo a nosotros, a fin de que vivamos en conexión. El interés por lo trascendente no es constante en Ortega ni tampoco lo suficientemente claro, y lo más habitual es que calle sobre el tema de Dios. Al ser la vida la realidad radical, la religión consistiría en una manifestación más de la vida humana. Dios sería como lo absoluto, la suma de todas las perspectivas, lo que podríamos decir que es «la verdad», a eso lo llamaríamos Dios. Insinúa también que Dios sería como una necesidad del hombre, una idea a la que el ser humano se ve abocado en su afán por conocer y resolver los problemas últimos. Dice Ortega: «llega un instante en que la ciencia acaba sin acabar la cosa; este núcleo trascientífico de las cosas es su religiosidad.» Es decir, la religiosidad tiene que ver con el misterio y lo trascendente. En cualquier caso, no se afirma la existencia de ningún Dios personal. El cristianismo primitivo es visto como algo positivo en el progreso de la cultura, ya que supuso una esperanza de futuro para la humanidad, pero que necesita purificar sus mitos en consonancia con la ciencia. Criticará, en todo caso, la desvalorización de la vida y las instituciones más que la religiosidad en sí misma como trascendencia. DEFINICIONES Vida: es la realidad radical, indudable y fundamental sobre la que se asientan las demás y adquieren su sentido. Designa una relación dinámica entre el yo y el mundo. Perspectivismo: nuevo modo de conocimiento que trata de comprender la realidad teniendo en cuenta no sólo lo cuantificable, sino también el punto de vista, el momento histórico, los juicios de valor implicados, etc., es decir, las circunstancias. La perspectiva es la forma que adquiere la realidad para el sujeto sin caer en el subjetivismo. La verdad absoluta es la suma de perspectivas individuales y parciales. Circunstancia: es todo el conjunto de cosas que hay a nuestro alrededor y de lo cual se nutre nuestra experiencia cotidiana: cosas, lugares, personas, costumbres, afectos, acontecimientos sociales, etc. Todo el conjunto de elementos sociales y naturales que integran el mundo del hombre y que le son dados. Razón vital: es un modelo de razón, distinto de la razón físicomatemática, más atento al hombre concreto tal y como es, que no ignora la vida ni deja de lado las circunstancias concretas en que se desarrollan los hechos, y que es capaz de dar respuesta a los problemas de nuestro tiempo. La razón no puede estar separada de la vida ni ignorarla si quiere comprender la realidad. La razón vital es por ello también razón histórica. Raciovitalismo: consiste en el método de análisis filosófico del mundo y del conocimiento que combina el conocimiento racional del mundo y de los hechos con el intento de comprender todos los elementos vitales que intervienen en el ejercicio de nuestra razón. En su búsqueda de la verdad tiene en cuenta tanto la racionalidad de la vida, como la vitalidad de la razón. Creencias e ideas: las creencias son parte de la realidad que las personas no se cuestionan: los supuestos, las convicciones y respuestas sobre las que se asienta nuestra vida; las ideas son los pensamientos que cada ser humano elabora sobre lo que le rodea, las respuestas que damos a los problemas que hemos decidido afrontar. Cuando las ideas son aceptadas por la comunidad, se convierten en creencias.