El Fallo: Una Lectura Correcta

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Nº425
Nº425
25 de marzo de 1999
El Fallo: Una
Lectura Correcta
El Comité de Lores del Derecho se ha pronunciado nuevamente sobre la alegación de inmunidad soberana del
senador Augusto Pinochet, actualmente detenido en Londres como consecuencia de un pedido español de
extradición.
El fallo tiene un contenido que se ha dado en llamar "mixto", porque reconoce la inmunidad respecto de la
generalidad de los delitos que se han imputado, pero señala que la Convención contra la Tortura, que entró en
vigencia para Chile y Gran Bretaña en diciembre de 1988, no la reconoce respecto de los delitos que ella castiga.
Agrega, sin embargo, que la convención no tiene efecto retroactivo, motivo por el cual no ha tenido la virtud de
acabar con la inmunidad soberana para hechos anteriores a su entrada en vigencia.
En otras palabras, el senador Pinochet no gozaría de inmunidad por delitos relacionados con la Convención sobre la
Tortura, cometidos con posterioridad a diciembre de 1988, respecto de los cuales podría eventualmente ser
extraditado a España si se le llegara a justificar alguna responsabilidad en ellos.
Interpretación del Fallo
Ante esta decisión, tanto los detractores como los partidarios del senador Pinochet se han declarado victoriosos, lo
que produce cierta confusión en el observador común. Estas reacciones no deben extrañar y resultan entendibles,
porque dependiendo del énfasis que se ponga, será la interpretación que se haga del contenido de aquélla.
Unos dicen que ha quedado demostrado que no goza de inmunidad soberana y que podrá finalmente ser juzgado por
violaciones a los derechos humanos, aunque sólo sea respecto de ciertos delitos; otros, que el fallo es favorable
porque en el hecho ha confirmado la tesis de la inmunidad soberana prácticamente respecto de todos los delitos y
que se ha restringido la acusación respecto delitos que son menores y por un limitado período de tiempo.
Lo cierto es que la causa del senador Pinochet en Londres ha experimentado una notable mejoría y la aspiración
final de sus detractores de mantenerlo detenido y finalmente extraditarlo a España, se comienza a desvanecer.
Hay que tener presente que la realidad en que se llegó a estar, era la sentencia de la Cámara de Lores que negaba en
términos absolutos la inmunidad. Luego, este fallo fue anulado en principio porque uno de los jueces carecía de la
imparcialidad necesaria. Pero, ningún tribunal anula un fallo por una cuestión formal -por importante que sea, como
es la parcialidad- para luego dictar otro igual, con lo que debe suponerse que tal anulación obedeció también a la
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honda preocupación que produjo un decisión "vanguardista" que desestimaba normas expresas, tradiciones y
principios jurídicos de antigua data, consagrados como fruto de la experiencia mundial adquirida a través de los
siglos en las relaciones internacionales.
Por ende, el tema debía ser revisado en cuanto al fondo. La resolución ha sido amplia en reconocer la inmunidad,
respetando así la soberanía nacional, pues ha excluido la mayoría de los delitos imputados: genocidio, conspiración
para asesinar, terrorismo y secuestro. La excepción se funda en la existencia de una convención internacional que
fue suscrita por Chile en 1988, que entrega competencias a terceros países, lo que denota una intención de respetar la
soberanía nacional.
Además, debe considerarse de manera especial que el Comité de Lores en esta oportunidad analizó el asunto desde
una perspectiva distinta, no de la simple inmunidad. Si bien el punto de derecho a resolver era si el senador gozaba
de ésta, el Comité estableció que previo era dilucidar si los cargos se refieren a delitos extraditables, porque sólo
interesa establecer la inmunidad en cuanto el delito sea susceptible de extradición. En los que no lo son,
simplemente no hay base para el proceso y no es necesario plantearse la inmunidad.
En opinión del Comité ninguno de los cargos formulados son extraditables, salvo la tortura. Ahí entonces, se entra a
considerar la inmunidad, determinándose que ella rige hasta el 8 de diciembre de 1988 y que cesa a partir de esta
fecha. La primera precisión es importante, porque demuestra que el juez español Garzón jamás pudo siquiera pedir
la extradición por la mayoría de los delitos que incluyó en la solicitud, lo cual entronca directamente con la
argumentación chilena que España no tiene derecho a llevar adelante los procesos por hechos sucedidos en nuestro
país. En suma, todo el "show" de Garzón comienza a desmoronarse.
Por último, debe tenerse presente que únicamente han quedado en pie los posibles delitos de tortura cometidos
después de diciembre de 1988 y que en el proceso aparece sólo uno: un aparente caso de abuso de poder en una
unidad policial de Curacautín, de un detenido por orden de un juzgado que incoaba un proceso por hurto y que
habría fallecido como consecuencia de apremios ilegítimos. Pretender que el Presidente de la República tuvo algo
que ver con una situación de esta naturaleza, simplemente es una acusación que no se sostiene.
En efecto, es evidente que la responsabilidad de un gobernante respecto de casos de tortura sólo podría existir si se
comprueba una especie de política de Estado de realizar torturas, lo que no puede haber en simples casos de abuso
policial, como el antes referido. Es más, se olvida que el propio senador Pinochet, como Presidente de la República
de la época, fue el que ratificó la Convención sobre la Tortura en 1988, lo que más bien revela una política de Estado
de combatirla.
Por cierto que la Fiscalía de la Corona y Garzón pretenderán agregar ahora nuevos casos posteriores a la mencionada
fecha. Aquí hay una cuestión que los tribunales británicos deberán decidir: hasta cuándo pemitirán que el caso se
siga estirando según la conveniencia de los acusadores. Pues, se corre el riesgo que se alteren los fundamentos del
Estado de Derecho, pues el principio dice que se debe acusar a las personas de ciertos hechos y que se debe resolver
si es culpable de ellos conforme a derecho. En este caso pareciera que tienen a un "culpable" y que se debe hallar de
qué hechos se le acusará; si uno no sirve, servirá otro. Ello es una aberración jurídica, que altera el principio del
debido proceso y no puede continuar.
En este sentido, es importante tener presente que el Comité de Lores, en el resumen de la resolución hecho por el
Presidente, señaló que los cargos "que tienen derecho a extradición comprenden una tortura después de 1988 a enero
de 1990", con lo que parecería que se pretende fijar la situación como un solo caso pendiente. Es igualmente
importante recordar que en la vista de la causa el propio Presidente del Comité interrumpió al Fiscal cuando
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mencionó el suceso concreto, expresando que éste más bien parecía ser un caso de simple abuso policial.
El Supuesto Precedente y el Mérito del Fallo
Ya se ha dicho por algunos que la sentencia de los Lores constituye un precedente para el derecho internacional, en
cuanto determinó que los Jefes de Estado no son inmunes ante acusaciones por el delito de tortura.
Ello no es tan efectivo, porque estamos en presencia de un fallo de un tribunal interno de un país y no de una
resolución de un tribunal internacional. Si bien el Comité de Lores del Derecho goza de prestigio, sus decisiones no
son vinculantes para los demás países y el fallo sentará precedente sólo en cuanto sea valorado en su contenido. A
nadie escapa la sensación que la decisión en este caso es una suerte de "solución de compromiso" ante las múltiples
condicionantes y problemas políticos que el caso ha generado en Gran Bretaña.
Además, la aplicación pura y simple de este "precedente" puede generar consecuencias de insospechadas
proporciones. Ahora todo gobernante estará expuesto a ser procesado en cualquier país por los abusos policiales en
el suyo, lo que significaría un caos jurídico y en las relaciones internacionales.
Así por ejemplo, un informe de las Naciones Unidas de comienzos de 1996, indicó que en Chile se habían producido
110 casos de tortura desde 1990. Conforme al precedente, el ex Presidente Aylwin y el Presidente Frei corren riesgo
de ser detenidos en cualquier país, para responder por estos delitos, lo que por cierto no tiene ninguna base y es
inaceptable para nuestro país. De la misma manera, debe ser inaceptable que se pretenda juzgar al senador Pinochet
por los casos de violencia policial de 1989.
No será difícil tampoco encontrar casos de abuso de la fuerzas británicas en Irlanda del Norte después de 1988, que
permitieran juzgar en otro país -por ejemplo, en la República de Irlanda- a gobernantes británicos.
Es probable, entonces, que los próximos fallos en estos temas vayan cuando menos moderando el alcance de esta
decisión, cuya simple aplicación sólo servirá para tensar las relaciones entre los Estados soberanos.
Finalmente, hay que precisar que la tesis del Comité de Lores en cuanto que los Jefes de Estado, sea que estén o no
en actual ejercicio, no gozan de inmunidad soberana frente a la tortura, es jurídicamente equivocada. Si bien el fallo
tiene imperio en el Reino Unido y debe ser acatado ahí, no por eso es jurídicamente correcto. Que los Jefes de
Estado gozan de inmunidad soberana frente a las acusaciones de tortura ante los tribunales de otros países, quedó
suficientemente demostrado por Lord Slynn -Presidente del panel de Lores cuyo fallo fue anulado- al argumentar
sólidamente sobre el punto y cuya opinión vale por su contenido de fondo y por la razones esgrimidas, aunque el
fallo en que fueron emitidas no haya producido efecto.
Indica acertadamente Lord Slynn, que la inmunidad soberana es un principio indiscutido de derecho internacional y
que sólo es posible exceptuar de su aplicación, en aquellos casos en que una norma del mismo derecho expresamente
así lo disponga. En efecto, los precedentes de derecho internacional demuestan que siempre que se ha querido juzgar
a un Jefe de Estado ha debido señalarse expresamente, como sucede en el acta constitutiva de los Tribunales de
Nüremberg, de Ruanda y Yugoeslavia, como asimismo en la Convención sobre Genocidio. A su turno, la
Convención sobre la Tortura en ninguna parte exceptúa a los Jefes de Estado del principio de inmunidad soberana.
Lo que Queda por Hacer
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Como consecuencia del reciente fallo británico, el asunto ha vuelto a quedar en manos del Ministro del Interior Jack
Straw, quien debe dar la autorización para proceder respecto del juicio de extradición, conforme a la nueva realidad
que se ha creado, en que sólo hay un delito extraditable.
El más elemental análisis lleva a concluir que para el Ministro Straw ratificar la decisión anterior no será fácil. Dar
curso a la extradición de un ex Jefe de Estado por un solo delito, que ya ha sido calificado en el ámbito de los
tribunales británicos como un simple caso de abuso policial, no es sencillo de justificar; lo mismo si se recurre a la
burla de agregar nuevas acusaciones, lo cual debilitará crecientemente el prestigio del sistema judicial británico.
Aún teniendo presente la ninguna simpatía que dicho Ministro tiene por la personalidad histórica que constituye el
senador Pinochet, se comprende que la decisión de proceder es difícil y, por lo mismo, que existe una enorme
oportunidad de obtener la liberación de éste. Desde esta perspectiva, es imprescindible que se realicen las gestiones
políticas necesarias para ejercer la cuota de influencia que hace falta para inclinar la decisión del Ministro británico,
y ello es fundamentalmente una tarea del gobierno, por cuanto a éste le compete ineludiblemente la conducción de
las relaciones exteriores del país.
Las declaraciones del gobierno que esperará la decisión ministerial y que está satisfecho con el fallo porque se ha
aceptado en lo fundamental su tesis jurídica, son preocupantemente conformistas y resultan ser una falta a su deber
de lograr que de una vez por todas se respete y en su integridad la soberanía nacional; no basta que sea un grado
aceptable.
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