LAS POLÍTICAS AFIRMATIVAS DE JUVENTUD: UNA PROPUESTA PARA LA NUEVA CONDICIÓN JUVENIL Documento final Mayo de 1999 Ajuntament de Barcelona Diputación de Barcelona Unas palabras preliminares La propuesta de políticas afirmativas de juventud que me complace presentaros en su tercera y definitiva versión, es el resultado de un proceso interno de trabajo iniciado hace ahora aproximadamente dos años por un equipo integrado por Lorenzo Albardías, Jordi Casanovas, Joaquim Coll, Daniel Fernández, Carles Martí y yo misma. Una primera versión de este documento fue presentada en febrero de 1998 en un acto público en el Casal d’Associacions Juvenils de Barcelona. Del debate y el contraste que a lo largo de los meses siguientes suscitó la exposición de nuestras ideas en el mundo juvenil, surgió una segunda redacción más extensa y cuidada que constituyó la herramienta de reflexión para el Congreso que se celebró a principios del mes de noviembre de 1998 precisamente bajo el lema de «La nueva condición juvenil y las políticas de juventud». En cada nueva etapa nuestros planteamientos iniciales se han enriquecido con las críticas y las opiniones de innumerables personas (profesionales técnicos, responsables políticos, dirigentes asociativos, investigadores universitarios), a las que agradecemos sus aportaciones. Respecto a la última versión, veréis que el nuevo texto en algunas de las partes teórico-conceptuales ha quedado bastante matizado y ha ganado en concreción y detalle en los puntos en los que se trata del modelo de intervención y de gestión de las nuevas políticas de juventud. Los que os acercáis por primera vez a la propuesta de políticas afirmativas, seguro que os daréis cuenta de que ésta constituye una apuesta a fondo y decidida para poner al día la globalidad de la acción pública a favor de los jóvenes. Una reflexión propositiva que, si bien surge desde la experiencia política del progresismo municipalista en Cataluña, no se limita en absoluto al mundo local, sino que ofrece un marco general teórico-conceptual y un modelo de intervención válido también para cualquier nivel de la administración que trabaje con jóvenes (local, autonómico, central y europeo). Por otra parte, el análisis que hacemos de la nueva condición juvenil y de los valores del individualismo democrático que impregnan fuertemente esa nueva etapa de la vida del individuo, tampoco deberían dejar indiferentes a los demás actores de la vida social (líderes de opinión, medios de comunicación, dirigentes sociales, sindicales y políticos, empresa privada, etc.). Todo lo contrario. En este sentido, las políticas afirmativas quieren ser también una herramienta para conseguir que el conjunto de los agentes sociales valoren y positiven la aportación que los jóvenes hacen a la sociedad, 2 lejos de lo que hoy es una utilización puramente mercantilista de las imágenes juveniles o, todavía peor, la difusión periódica desde los medios de comunicación de informaciones estereotipadas sobre los hábitos y los valores de los jóvenes; reflejo, en definitiva, de un discurso social reduccionista que hoy predomina en el mundo de los adultos y educadores. Por último, sólo me queda agradecer el esfuerzo que todos juntos hemos realizado a lo largo de estos últimos años y que se concreta ahora en una nueva política de juventud, con la que también queremos apostar sin complejos por fortalecer la conciencia y el sentido de sector específico de los que trabajamos, bien desde la administración bien des del privado social, con y para los jóvenes. Immaculada Moraleda i Pérez Responsable de juventud de la Diputación y el Ayuntamiento de Barcelona 3 ÍNDICE 1. Antecedentes 1.1 Orígenes y evolución de las políticas de juventud en España 1.2 Cambios que señalan un nuevo contexto 2. La nueva condición juvenil 2.1 La juventud, una nueva etapa de la vida 2.2 La postmodernitat, los jóvenes y el individualismo democrático 3. Pasado y presente de las políticas de juventud 3.1 Elogio y refutación de las políticas integrales 3.2 Las políticas públicas ante la nueva condición juvenil 4. Las políticas afirmativas: pensar desde la globalidad y actuar en la pluralidad 4.1 Orientaciones 1. Autonomía 2. Movilidad 3. Experimentación 4. Creatividad 5. Ciudadanía 4.2 Un nuevo modelo de intervención, 1. La Unidad de Juventud: piedra angular del nuevo modelo A. Observatorio del Mundo Juvenil B. Participación C. Información D. Plan Director de la Política de Juventud 2. Transversalidad i gestión plural A. Gestión directa B. Codirección C. Joint Venture D. Codecisión i cogestión 5. A manera de conclusión: continuidad y ruptura en política juvenil 4 1. Antecedentes 1.1 Orígenes y evolución de las políticas de juventud en España No es hasta la puesta en marcha de los primeros ayuntamientos democráticos, en 1979, que en el Estado español se empieza a diseñar una política de juventud participativa, es decir, una acción pública a favor de los jóvenes (a quienes todo el mundo reconoce unas características y unas necesidades sociales propias) elaborada desde una concepción y una metodología claramente en las antípodas de la anterior praxis dirigista del franquismo1. La juventud había tenido un protagonismo social de primera fila en la crítica y oposición al antiguo régimen totalitario y a partir de 1977, con la conquista de la democracia, casi nadie negará la necesidad de constituir unos dispositivos específicos para dar respuesta a los entonces denominados genéricamente «problemas de juventud». A esta buena predisposición contribuyó mucho, evidentemente, el hecho de que el contingente de la población juvenil en España comenzase entonces a crecer rápidamente como consecuencia del baby boom de la década de los sesenta y principios de los setenta, explosión demográfica que alcanzará su zenit durante la década siguiente. De esta forma, cuando se redacta el artículo 48 de la Constitución, que establece que «los poderes públicos promoverán las condiciones para la participación libre y eficaz de la juventud en el desarrollo político, social, económico y cultural», el consenso entre los redactores de nuestra Ley fundamental es absoluto y se sitúa en clara sintonía con el carácter «social y democrático de Derecho» del nuevo Estado que las principales fuerzas políticas quieren construir. En la década de los ochenta, mientras se iba definiendo y articulando la nueva organización pollita y administrativa del Estado, que terminará por otorgar la competencia exclusiva en política juvenil a las comunidades autónomas, el fuerte impulso municipalista permite llevar a la práctica el mandato constitucional sobre la participación de la juventud y el principio de discriminación positiva a favor de este colectivo. A pesar de las escasas posibilidades que en política juvenil ofrecía la vieja Ley de Régimen Local (1955), los ayuntamientos, como Administración más cercana a los ciudadanos, deciden no cerrar los ojos a los problemas y a las realidades de la 5 juventud y actúan resueltamente, impulsados, también hay que decirlo, por una fuerte demanda social. Si antes de 1979 no existían ni concejalías ni áreas de juventud, a partir de tal fechas esas nuevas figuras se irán extendiendo como una auténtica mancha de aceite por toda la geografía peninsular multiplicándose en cada nuevo mandato. Evidentemente, tenían que ser los grandes ayuntamientos los pioneros tanto en la ejecución de una primera política de servicios específicos para los jóvenes (actividades de vacaciones de invierno y verano, mejora y construcción de equipamientos juveniles, apoyo al asociacionismo, formación de especialistas en el campo sociocultural, etc.) como en el reconocimiento institucional de los canales participativos de que tenían que dotarse las entidades juveniles: las denominadas «mesas de jóvenes» y, más tarde, los «consejos de la juventud». El paso siguiente va a ser la elaboración de programas sectorializados mejor coordinados y más dotados presupuestariamente con los que se quería dar respuesta a la pluralidad de demandas y la diversidad de situaciones sociales de los jóvenes. En este proceso, que brevemente dibujamos, no hay ninguna duda de que la celebración del Año Internacional de la Juventud, en 1985, y las recomendaciones que hicieron las Naciones Unidas significaron un revulsivo especial para el fortalecimiento de las estructuras públicas en materia juvenil. Sin embargo, lo que realmente acabará señalando un antes y un después en política juvenil es la aprobación, en junio de este mismo año, del primer proyecto joven en España: el Projecte Jove del Ayuntamiento de Barcelona, inspirado en cuanto a metodología en las experiencias italianas de las ciudades de Turín, Forli y Bolonia y en las propuestas del informe Bertrand Shwartz sobre las Misiones Locales de Ocupación en Francia. Nacía algo más que un decálogo de buenas intenciones y proyectos: nacía una nueva y original manera de hacer política de juventud. Estamos en el año cero de las denominadas políticas integrales. A partir de este momento la experiencia barcelonesa se sitúa como un claro referente para muchos otros ayuntamientos de Cataluña y España, que se ponen a elaborar planes similares: es decir, crean dispositivos de estudio y consulta sobre la realidad de los jóvenes, implican en este proceso de asesoramiento y prospección a las 1 Para la tipificación de modelos de políticas de juventud (totalitarios, conservadores y democráticoprogresistas), véase la introducción de la obra de Juan SÁEZ MARÍN, El frente de Juventudes. Política de juventud en la España de la posguerra (Madrid, Siglo XXI, 1988). 6 entidades juveniles, otorgan un importante nivel de protagonismo al consejo local de la juventud, elaboran líneas de actuación con las que abordar la globalidad de los problemas de los jóvenes y comprometen a casi todas las áreas a trabajar de una manera coordinada y, en el ámbito de los servicios personales, a hacerlo además de forma progresivamente compactada. No podemos olvidar que el marco general de la década de los ochenta se caracteriza por altísimas tasas de paro juvenil, de fracaso escolar y de desestructuración familiar, circunstancia que llevaría a muchos jóvenes al «pasotismo» y al rechazo de la política y a unos cuantos a la marginalidad e incluso a las drogas. Las políticas de juventud de la década tenían, pues, como principal objetivo que los jóvenes no fueran expulsados de la sociedad, evitar que quedaran al margen. El resultado fue que en los diez años siguientes muchos consejos plenarios municipales aprobarían por unanimidad, o con mayorías políticas muy holgadas, planes jóvenes con los que querían incidir en los procesos de socialización de la juventud (a través de los centros de jóvenes, el fomento del asociacionismo y las actividades de ocio) y en los diversos itinerarios de transición a la vida adulta, poniendo el énfasis en la prevención de posibles riesgos de la marginación social (mediante los educadores de calle) e impulsando la inserción laboral de los jóvenes (aprobando planes de ocupación juvenil y la mejora y universalización de la enseñanza obligatoria). Esa misma filosofía y método de trabajo se trasladaron también a muchas de las comunidades autónomas, que a lo largo de estos años habían asumido los traspasos de competencias y recursos en materia de juventud por parte del gobierno central y que ahora se darían prisa en diseñar su respectivo plan integral, global o interdepartamental. Y por si esto aún fuera poco, el éxito de este modelo quedaría claramente establecido con la aprobación, en noviembre de 1991, por el Consejo de Ministros, de un Plan Integral de Juventud impulsado por la Comisión Interministerial para la Infancia y la Juventud, el Ministerio de Asuntos Sociales y el mismo Instituto de la Juventud (INJUVE). Con este plan de gobierno central se proponía dar satisfacción, por una parte, a una serie de objetivos específicos (la formación e inserción sociolaboral, la mejora de la calidad de vida, la igualdad de oportunidades, el fomento de la participación y el asociacionismo, y la plena incorporación de los jóvenes españoles a Europa y al mundo) y, por otra, a una serie de proyectos y reformas legislativas, entre 7 las cuales podríamos citar la LOGSE, la reforma del servicio militar, el estímulo a la contratación laboral de jóvenes, la regulación de los servicios de información juvenil o la puesta en marcha de nuevas fórmulas fiscales que facilitasen el acceso a la vivienda. En poco más de una década, pues, las políticas de juventud habían dado un salto espectacular: desde los ayuntamientos hasta el Estado central, pasando por las comunidades autónomas y algunas diputaciones provinciales, todo el mundo diseñaba actuaciones en materia de juventud. La antigua reivindicación del movimiento juvenil de que la Administración le dedicara un 1% de los presupuestos públicos se había alcanzado con creces. De la nada, los políticos y los profesionales técnicos de juventud se habían erigido en uno de los sectores más dinámicos e innovadores de la Administración hasta el punto de que la metodología de las políticas integrales fue trasladada al tratamiento de otros colectivos sociales (ancianos, disminuidos, mujer, infancia, inmigrantes, etc.). La integralidad se convertía así en el principio inspirador de los servicios personales. Sin embargo, mientras el conjunto de la sociedad vivía entre 1990 y 1992 un excelente momento económico y nos preparábamos para celebrar en España una serie de acontecimientos internacionales (los Juegos Olímpicos en Barcelona, la Exposición Universal en Sevilla y la Capitalidad Cultural Europea en Madrid), lo cierto es que las políticas de juventud empezaban a dar ya síntomas de haber tocado techo. El freno que para muchos proyectos significará la crisis económica de 1993-1995 no hará más que poner en evidencia que se había agotado una etapa. 1.2 Cambios que señalan un nuevo contexto A partir de 1993 podemos constatar como mínimo tres ejes de cambio objetivos. En primer lugar, la crisis económica, que cuestionará el conjunto de las políticas sociales y que obligará a reajustar y redefinir los límites efectivos del llamado Estado del Bienestar. En este sentido, la acción pública en materia juvenil se vio muy afectada al formar parte indiscutiblemente del paquete de políticas de bienestar social. Además, a nivel local, por ejemplo, el proceso de compactación del conjunto de los servicios personales, auspiciado por las mismas áreas de juventud a partir de la segunda mitad de la década de los ochenta como una estrategia que favoreciera el diseño a una acción global y coordinada por parte de toda la Administración, actuará ahora en contra de las 8 políticas de juventud. La crisis económica produjo una inflexión negativa en este proceso hasta suprimirse lo que parecía superfluo o no aparecía con claridad en la nueva Ley de Bases de Régimen Local (1985): la lógica y la unidad del discurso juvenil quedará así en muchos casos troceada. Qué duda cabe de que este análisis, que detallaremos en el capítulo dedicado a las políticas integrales, tiene que llevarnos a pensar en una nueva estrategia que, sin olvidar los límites efectivos del Estado del Bienestar, permita reformular el sector que en el interior de la Administración trabaja directamente en favor de los jóvenes. De todas formas, dado que los elementos que, creemos, fuerzan un cambio en el paradigma de las actuales políticas de juventud no son sólo de carácter interno, es decir, respecto del cómo de estas políticas, sino sobre todo externos, referidos, pues, a la «nueva condición juvenil», volveremos sobre ellos más abajo, una vez hayamos expuesto todos los elementos de nuestro discurso. En la regresión de la política de juventud empezaría a actuar también, como segundo elemento, el factor demográfico. A partir de 1990 todos los tramos de edad comprendidos entre 15 y 24 años iniciaron un significativo descenso. Si en el año 1988 el conjunto de esta población en España se situaba en 6.600.000 personas (nunca el país había tenido tantos jóvenes), todas las proyecciones señalaban una reducción para el fin de siglo de más de un millón, con una inflexión en la curva poblacional juvenil en caída libre. Sin embargo, no podemos decir que tras la constatación demográfica exista un discurso elaborado sobre el futuro de las políticas de juventud, pero todos sabemos que en política los números también cuentan en el momento de decidir prioridades. No obstante, este argumento tiene muchos reversos. En primer lugar, porque hoy todo el mundo acepta, dada la complejidad de los procesos educativos y la cada vez más aplazada incorporación a la vida adulta, que a esa franja de edad de 15 a 24 años es necesario sumarle definitivamente otro grupo de edad, el de 25 a 30 años, lo cual incrementa en más de 3 millones el contingente actual de jóvenes. La cuestión es ciertamente compleja y se relaciona directamente con la prolongación de los itinerarios de transición y con lo que más adelante denominamos «nueva condición juvenil». En segundo lugar, porque aún aceptado el argumento sobre la regresión demográfica, también constatable en la franja de edad de 25 a 30 años, es preciso no olvidar que históricamente la juventud se ha ido definiendo como sector social 9 específico no en momentos de proporción exagerada de jóvenes en relación al conjunto de la sociedad, sino cuando se ha empezado a reducir su número, a partir de la «revolución demográfica» iniciada en la segunda mitad del siglo pasado (caída de la mortalidad y descenso de la fecundidad). Todo ello se sitúa en el marco de un proceso general que los historiadores han denominado «modernización de las sociedades occidentales», proceso que ha marcado el nacimiento de la juventud como sector social y la aparición, consecuentemente, de una cultura y un consumo juvenil fácilmente identificables. Así ha sucedido en el mundo industrializado desde finales del siglo pasado hasta hoy en una línea ascendente y universal: los procesos formativos se han prolongado, se han convertido en obligatorios y han recibido cada vez más el apoyo financiero de los poderes públicos. El contraste lo encontramos hoy en las sociedades del Tercer Mundo, donde las pirámides de edad nos muestran unas proporciones del 40% de la población por debajo de los 15 años, algo que, sin embargo, no indica que socialmente haya más jóvenes, porque el paso de la infancia a la vida adulta para la inmensa mayoría de la población se realiza casi sin períodos intermedios, sin adolescencia2. Por tanto, en el marco de este proceso que decíamos de progresiva identificación de la juventud como un período de características propias, la reducción del número de jóvenes en Europa, hoy en un futuro inmediato, podría significar – de hecho existe una línea de cambio que así lo indica- otro peldaño en la conformación de la juventud como una nueva etapa en la vida del individuo, cronológicamente ahora ya de una duración sustancial (alrededor de 15 años) y con valor afirmativo en sí misma. Como tercer eje de cambio, y en directa relación con la definitiva incorporación al periodo joven del último tramo de edad, que hasta ahora había recibido una atención vacilante y nada homogénea en las políticas de juventud (muchos programas de formación en el ocio, como el de «Juventud con Europa», siguen cortando en la línea de los 25 años) o sólo en tanto que auténtico callejón sin salida de la inserción social y profesional, existe lo que los sociólogos denominan «nuevos itinerarios de transición a la vida adulta». Si hasta la década de los ochenta, el imaginario colectivo por lo que respecta al modelo de incorporación profesional, de emancipación familiar y de adquisición de responsabilidades sociales de los jóvenes hacia terceros, se 2 Este argumento se encuentra expuesto en el artículo de Enric UCELAY DA CAL, «Què és la joventut?» 10 materializaba, o por lo menos así se deseaba, una vez finalizados los estudios (ya fuesen de formación profesional, grado medio o licenciaturas) o inmediatamente después del servicio militar en el caso de los varones con menos posibilidades sociales o con trayectorias escolares desestructuradas, hoy este esquema es absolutamente inservible. El dramatismo con el que jóvenes y padres vivían años atrás el retraso de la incorporación social de los hijos a la vida adulta hoy se acepta con relativa naturalidad. El sociólogo Joaquim Casal habla ahora de trayectorias de aproximación sucesiva como forma dominante de incorporación a la vida adulta de los jóvenes, tanto de las nuevas clases medias como de buena parte de las clases populares, y que se resumiría, afirma, en un contexto en el que las opciones para los jóvenes son confusas, donde domina el ensayo-error, y que exige de largas trayectorias de formación inicial y de una fuerte acumulación de experiencia laboral.3 La consecuencia de todo ello, como ponen suficientemente de manifiesto los trabajos de campo, es el retraso progresivo en la emancipación familiar hasta después de los 29 años.4 Al lado de este proceso, los jóvenes se convierten en individuos cada vez más autónomos, más capacitados, y también más precoces en todos los ámbitos de la vida (hasta el punto de que hay quien pide de nuevo la ampliación del voto juvenil a partir de los 16 años), lo que conduce a que ese periodo de la vida deje de ser vivido como unos años de privaciones y de carencias, en buena parte también gracias a la superación de los viejos conflictos generacionales de otras décadas. Por último, es interesante constatar que hoy los tres agentes tradicionales de socialización de los jóvenes (la familia, la escuela y las instituciones públicas) han perdido notablemente influencia ante el peso creciente del mercado, los medios de comunicación y las nuevas tecnologías. Como explica Roger Martínez, este fenómeno a menudo se interpreta sólo desde el alarmismo, porque se teme la posible manipulación ideológica de la que los jóvenes pueden ser víctimas o el interés puramente comercial de la gran industria cultural. Ahora bien, ese análisis olvida que las nuevas generaciones de jóvenes son las que más han desarrollado la capacidad en la obra Història de la joventut a Catalunya (Diputació de Barcelona), vol. 1 pp. 19-21. Joaquim CASAL, Europa i els models de transició a la vida adulta en el llindar del segle, revista «Balma» núm. 4 (abril 1996), p. 41-47. 4 Luís GARRIDO y Miguel REQUENA, La emancipación de los jóvenes en España (Madrid, Instituto de la Juventud, 1996). Ver, también, Antoni SALVADÓ, Condicions de vida dels joves metroplitans de la regió de Barcelona (Institut d’Estudis Metropolitans/Diputació de Barcelona, 1998), sèrie monografies núm. 1. 3 11 creativa, crítica y de descodificación simbólica frente a los materiales que suministra el consumo de masas, y que por eso mismo los jóvenes de hoy se vuelven más autónomos en el proceso de hacerse mayores.5 2. La nueva condición juvenil 2.1 La juventud, una nueva etapa de la vida En efecto, desde hace unos poco años las encuestas y las investigaciones sociológicas en Europa ponen de manifiesto que la juventud ya no es tanto un periodo de transición hacia la edad adulta como una nueva etapa de la vida que dispone de elementos suficientes y propios que la convierten en autónoma. La prolongación de la condición juvenil, que se inicia —todo el mundo está de acuerdo— por condicionantes biológicos y psicológicos a partir de los 14-15 años, pero cuyo final se ha ido estirando progresivamente hasta la actual frontera de los 30, hace que —en palabras del sociólogo francés Olivier Galland— podamos hablar de la «formación de una nueva edad de la vida del individuo», un periodo vivido de forma semejante por los jóvenes y por las jóvenes.6 La formación de esa nueva etapa como resultado de la transformación de la condición juvenil se caracterizaría, a grandes rasgos, por lo siguiente: unos comportamientos sociales comunes guiados por una fuerte autonomía individual (sobre todo en el ámbito de los estudios, el tiempo libre y el ocio); el deseo de multiplicar experiencias vitales —de cambiar constantemente de escenarios, tanto diurnos como nocturnos— y una intensa movilidad geográfica; la ausencia de responsabilidades sociales fuertes hacia terceras personas; una pronta emancipación en aspectos relacionales y afectivos, y una rápida madurez mental y física. Todo ello, claro, acompañado de dos hechos jurídicos tan relevantes como son la mayoría de edad laboral y penal a los 16 años y el fin de la tutela paterna, y la asunción de la plenitud de los derechos ciudadanos a los 18 años. Así entendida, hoy la condición juvenil ya no vendría condicionada, hecho que se convierte en la clave de nuestro discurso, por aquel fuerte deseo de inserción social y 5 Roger MARTÍNEZ SANMARTÍ, L’espai juvenil com a renovación social, texto presentado en el Congreso La nova condició juvenil i les polítiques de joventut (Barcelona, noviembre de 1998). 6 Olivier GALLAND, Adolescence et post-adolescence: la prolongation de la jeunesse, en la obra colecitva Jeunesses et sociétés. Perspectives de la recherche en France et en Allemagne (París, Armad Collin, 12 profesional que tradicionalmente el mundo adulto ha celebrado que se produjera de forma rápida y completa. No olvidemos que para la generación de nuestros padres, su juventud, al lado de aquellos elementos innatos de vitalismo biológico —periodo intenso y feliz, que la sociedad de consumo ha comercializado a partir de los años cincuenta—, ha sido vivida sobre todo como un periodo de privaciones, especialmente para las jóvenes, de falta de autonomía frente a la autoridad paterna y frente a los constreñimientos de las convenciones sociales de tipo comunitario (costumbres y tradiciones).7 Hoy, en cambio, la incorporación a la vida adulta de las nuevas generaciones se realiza por etapas, de forma asimétrica, sin distinciones de sexo, con una fuerte autonomía de los jóvenes en la elección de los estudios, los compañeros, el tiempo libre, la vida sexual, el consumo, etc.8 Todo ello invierte radicalmente la vivencia que tienen los jóvenes de su condición, y de unos años que ya no son vividos generalmente como una privación sino como un auténtico disfrute. De esta forma, el leitmotif de la nueva condición juvenil sería aprovecharse de ella para multiplicar experiencias, como ha explicado brillantemente el citado sociólogo francés. Ahora bien, no queremos caer en la autocomplacencia, no es que de ahora en adelante eso de ser jóvenes sea un chollo. Por una parte, porque la situación real de muchos o de una parte de los jóvenes está aún lejos de corresponder a la descripción que hemos hecho de la nueva condición juvenil, y por otra, porque alcanzar ese nuevo estadio tampoco significa que los jóvenes se liberen sin más de toda una serie de problemáticas de carácter social que antes habríamos asociado sólo a las dificultades generales de inserción de los jóvenes en la edad adulta. Porque, en efecto, y aquí es preciso que introduzcamos una distinción que puede ahorrarnos algunos malentendidos, una cosa es la condición juvenil general en occidente (como fenómeno interclasista y común a ambos sexos) y otra la situación social de los jóvenes en cada país o ciudad, que puede ser mejor o peor. Obviamente, ambas —condición (lo que uno es) y situación (como a uno le va)— se encuentran estrechamente entrelazadas, pero es imprescindible que las analicemos de forma diferenciada. Porque, en realidad, si no existiese una condición juvenil suficientemente diferenciada como hecho sociológico (más allá de la 1994); también del mismo autor, Qu’est-ce que la jeunesse, en la obra colectiva L’allongement de la jeunesse (París, Actes du Sud, 1994). 7 Un boceto de cuáles han sido las transformaciones sociales que han conducido a la inversión de lo que tradicionalmente se ha entendido y pensado como fenómeno juvenil, en el articulo de Joaquim COLL, La juventud comienza ahora, «Entrejóvenes» núm, 37 (1994). 13 diversidad de criterios sobre sus características), ¿podríamos hablar, con propiedad, de la necesidad de una política de juventud? Es, pues, la existencia de una determinada condición juvenil lo que fundamenta y da sentido a las políticas de juventud. Así pues, cuando hablamos de condición juvenil nos referimos a la juventud como categoría sociológica, sometida históricamente a unos cambios que afectan al conjunto de los jóvenes, pero por encima de la cual se sobrepone una situación social diferenciada que incide en la manera como cada colectivo de jóvenes o cada joven la vive y experimenta. Seguro que aquéllos que no dispongan de lo que más adelante llamaremos autonomía personal, aparte de ver limitadas sus potencialidades formativas, creativas y experimentales en tanto que jóvenes, se encontrarán posteriormente en una situación social desventajosa para completar el paso a la etapa adulta. Por lo tanto, fijémonos bien, el hecho de vivir con plenitud y autonomía la juventud permite al individuo ganar progresivamente experiencias, resolver incertidumbres, probar posibilidades..., en definitiva, ubicarse en una posición favorable para la transición final, que no por haber perdido centralidad en la definición sociológica de lo que hoy es la juventud en Europa deja de ser sin embargo un elemento consustancial que en ningún caso queremos negar. Otra cosa bien distinta, sin embargo, sería seguir pensando que las políticas de juventud tienen como misión principal ayudar a los jóvenes a transitar con éxito a la vida adulta, es decir, emanciparlos de su condición preadulta. Nosotros sostenemos que no, que las políticas de juventud se dirigen a los jóvenes en tanto que jóvenes, en una nueva conceptualización del hecho juvenil que va más allá del simple estatus de transición. Volveremos sobre ello más abajo. La primera consecuencia de ese proceso que lleva a considerar a la juventud como una etapa plena es, pues, que la edad adulta está perdiendo ese rol de centralidad y de referencia que hasta ahora todo el mundo le otorgaba en tanto que único periodo posible de autorrealización en la vida del individuo; un protagonismo, sin embargo, que no sólo le ha quitado la juventud sino también la vejez, lo que indica que, en el fondo, estamos ante una transformación social mucho más profunda: una auténtica revolución en las etapas de la vida del individuo, fenómeno absolutamente entrelazado con la emergencia de unos nuevos valores y con un cambio de época. Jóvenes y mayores, pues, están anunciando unos cambios sociales que nos obligan, a todos, a rehacer el 8 Manuel MARTÍN SERRANO y Olivia VELARDE HERMIDA, Juventud en cifras (Madrid, Instituto de la Juventud, 1997). 14 viejo modelo ternario: juventud-formación, madurez-trabajo, vejez-jubilación, y consecuentemente el sentido de muchas políticas públicas. 2.2 La posmodernidad, los jóvenes y el individualismo democrático En una simplificación excesiva de nuestro discurso se podría llegar a identificar el nacimiento de esa nueva etapa en la vida del individuo con la prolongación de los años jóvenes, pero no se trata sólo de eso, no es solamente que la juventud haya dejado de ser un periodo transitorio. En realidad, detrás de ese cambio que hoy todo el mundo reconoce por sus manifestaciones sociológicas externas (prolongación del tiempo de estancia en el domicilio de los padres y retraso en la edad de incorporación al mundo del trabajo), hay un proceso de transformación mucho más profundo, que no es otro que el de la definitiva superación de los valores sociales de la modernidad. En efecto, los jóvenes y las jóvenes de hoy son el exponente más claro de lo que el filósofo francés Gilles Lipovetsky ha denominado «las metamorfosis del individualismo democrático» y que, en pocas palabras, se podría resumir como el triunfo de la autonomía individual y de la privacidad frente a las ataduras morales, religiosas, ideológicas y políticas a las que los hombres y las mujeres han estado sometidos hasta muy recientemente. Se trata, del definitivo hundimiento de los valores sociocomunitarios de la modernidad —que afecta de lleno a aspectos hasta ahora tan esenciales para el individuo y la sociedad como el trabajo y la familia, el papel de la mujer y, en último término, la función misma del Estado.9 En la otra cara de ese proceso está la emergencia de un nuevo tipo de individualismo que se corresponde con nuestra época posmoderna y que ejemplificaríamos en: 1. Plena irrupción de la mujer en el mundo laboral y en la vida social. Cambio radical de mentalidad respecto a lo que tradicionalmente se entendía por realización y autonomía de las mujeres dentro del núcleo familiar. En ese marco, el feminismo se integra en el individualismo democrático de los jóvenes y desaparece en tanto que discurso fuerte. 2. En el ámbito laboral, la autonomía individualista posmoderna se manifiesta tanto en el deseo de dedicar menos horas al trabajo asalariado como en el de encontrar 9 Gilles LIPOVETSKY, Conclusion: les jeunes et les métamorphoses de l’individualisme démocratique, en la obra colectiva Les 15-25 ans, acteurs dans la cité (París, Syros, 1995). 15 un trabajo interesante, más allá del éxito social y del dinero. Para los jóvenes es mucho más importante la propia autoestima que el estatus social. Estamos ante el paso a un esquema posmaterialista que confiere a los individuos mayor calidad de vida, como lo refleja el estudio sobre Els valors i les actituds dels joves estudiants de la UAB (Los valores y las actitudes de los jóvenes estudiantes de la UAB, 1996). 3. La multiplicación de las fórmulas familiares es la consecuencia más evidente de la nueva dimensión afectiva de los jóvenes y de la mejora de la comunicación interpersonal. 4. Práctica superación del conflicto generacional como resultado, por una parte, de la extinción del modelo autoritario paterno, y por otra, del fin del movimiento contestatario y contracultural característico de los años sesenta. Las relaciones paternofiliales se fundamentan hoy cada vez más en la tolerancia, la transacción y la seducción. 5. La moda y el consumo ya no imponen un criterio uniformizador, sino bastante más personalizado. A diferencia de la cándida credulidad de las generaciones mayores, las nuevas generaciones han desarrollado una cada vez más fina capacidad descodificadora, crítica y interpretativa de los símbolos y los mensajes emitidos por los medios de comunicación, incluso un cierto cinismo práctico que lleva a los jóvenes a desconfiar y a reírse igualmente de las promesas de políticos, padres y profesores.10 6. La posmodernidad deslegitima cualquier tipo de pensamiento integrista, entendido como pensamiento único, tanto en el ámbito religioso como en el político o social. Las creencias y las políticas son vividas desde una dimensión más privada que pública. 7. La sustitución del colectivismo que ha impregnado la modernidad por el individualismo posmoderno significa la negación de la moral entendida como un imperativo categórico y universal. Al otro lado, tenemos una nueva moral mucho más autónoma y circunstancial. La negación del servicio militar obligatorio pero, en cambio, la fuerte afirmación de solidaridad de los jóvenes hacia el Tercer Mundo, es sin duda el mejor ejemplo de ese recambio moral del que hablamos. Proceso, sin embargo, que también ilustra el paso de un modelo asociativo militante a otro en el que el voluntariado (entendido como un compromiso puntual y bastante más individual) toma el relevo, incluso en el interior de las mismas entidades. 16 Vemos, pues, que la emergencia de la juventud entendida como un nuevo periodo en la vida del individuo es el resultado de los cambios en dos niveles distintos: por una parte en la estructura social (los nuevos itinerarios de transición) y por otra en la mentalidad, los valores y la cultura. El resultado de esas dos transformaciones son unos individuos que ya no recorren trayectorias lineales, más o menos preestablecidas por la escuela, la familia y el trabajo, sino mucho más indeterminadas y con modificaciones a menudo de estatus, fenómeno que caracteriza lo que algunos sociólogos conceptualizan como «biografía abierta». Una transformación social que los jóvenes de hoy, principales agentes de innovación social y cultural, protagonizan y que significa pasar definitivamente la página de la modernidad. 3. Pasado y presente de las políticas de juventud 3.1 Elogio y refutación de las políticas integrales Una vez expuestos los cambios sociales y culturales en la condición juvenil, debemos volver a referirnos ahora a los elementos internos que, creemos, nos obligan también a un cambio en las políticas de juventud, a una nueva manera de entender el como de la acción pública. Como ya hemos explicado anteriormente, desde 1985 el referente principal en la materia ha sido el marco teórico y metodológico definido e implementado por las políticas integrales. Conceptualmente ese modelo de intervención supuso un avance muy importante y en su concreción práctica ha tenido momentos culminantes en la corta historia de las políticas de juventud en Cataluña y España. Si embargo, lo cierto es que después de poco más de una década creemos que ha agotado gran parte de sus posibilidades. En primer lugar, porque no podemos olvidar que la filosofía de base sobre la que se diseñaron los planes integrales es la de la antigua concepción del hecho juvenil como etapa de transición; consecuentemente, perseguían implicar al conjunto de la Administración en la tarea de ayudar a los jóvenes a insertarse socialmente y profesionalmente en la vida adulta. Desde este punto de vista, eran políticas de bienestar social que han tenido la virtud de implicar a alcaldes y concejales en una reflexión más global sobre lo que desde el municipio se hacía por los jóvenes, más allá del puro asistencialismo. Además, hay que reconocer que una buena parte del planteamiento 10 Jordi David PÉREZ y Roger MARTÍNEZ SANMARTÍ, El gust juvenil en joc (Diputación de Barcelona, 17 integral ha sido adaptado a otras temáticas, como por ejemplo a la mujer o a los ancianos, lo que pone de manifiesto la gran innovación conceptual que en su día significaron estas políticas. Aun así, responden a una fase que ya no corresponde al espíritu de la nueva condición juvenil, al negar entidad propia, autonomía, a este grupo de edad o al pensarlo siempre sometido a las metas inaplazables de la edad adulta. En segundo lugar, porque no hay que olvidar que la integralidad es sobre todo un método. Una manera de hacer que nace de una concepción del individuo poliédrico, global, ciertamente, pero que, al cabo, en el interior de la Administración se concreta en una metodología de trabajo. La integralidad significa a menudo una redistribución de recursos presupuestarios y humanos en beneficio de políticas transversales. La mayor parte de las veces, sin embargo, los únicos que han asumido y aceptado esta nueva lógica han sido las áreas de juventud, mientras que el resto de la Administración se ha manifestado enormemente celosa de sus recursos y competencias. El final de esta historia es bien sabido: después de una aprobación unánime de los planes integrales por los plenos de las corporaciones, las políticas de juventud no han dado el salto cualitativo que podía esperarse e incluso, en algunos casos, han visto reducidas sus dotaciones en recursos humanos y presupuestarios. Hoy se tiene la clara percepción de que las políticas de juventud han perdido aliento. Por todo lo expuesto, creemos que es lícito cuestionarnos la práctica de las políticas integrales al objeto de reformarlas. Por una parte, lo acabamos de ver, estos planes jóvenes son filosóficamente inactuales y, por otra, la experiencia nos lo enseña, metodológicamente son de una gran complejidad de ejecución, tienden a debilitar la estructura de gestión de las concejalías de juventud y en sus objetivos finales son de difícil cumplimiento. Además, no hay que olvidar tampoco las dificultades manifiestas de los planes integrales para compatibilizar económicamente el alcance de su intervención, por lo que muchas de sus partes quedan circunscritas a meros anuncios de buenas intenciones. 3.2 Las políticas públicas ante la nueva condición juvenil 1997). 18 Qué duda cabe de que los cambios en la condición juvenil tienen que conducirnos a medio plazo a un replanteamiento a fondo de las políticas de juventud, de cómo éstas han sido pensadas hasta ahora. No podemos acercarnos a los jóvenes sólo como individuos en «transición social», un planteamiento que, como escribe Carles Feixa, «si bien es útil porque permite ver el carácter dinámico y discontinuo de la categoría juventud, deja de lado los aspectos simbólicos y culturales que intervienen en la propia definición de juventud».11 En definitiva, hay que superar una representación débil y manifiestamente incompleta del hecho juvenil que, en el campo mediático, social y político a menudo se expresa con actitudes de clemencia y compasión ante las dificultades de los jóvenes para emanciparse o, aún peor, desde el autoritarismo, con expresiones de desprecio porque los jóvenes se eternizan en casa de los padres y éstos les tratan a cuerpo de rey. La afirmación que hacemos de la juventud como una nueva etapa de la vida tiene como principal consecuencia que el discurso en torno a la inserción social y profesional, el viejo objetivo de la emancipación juvenil, pierda peso específico como argumento motor, explicativo, del porqué de las políticas de juventud. Ahora bien, este nuevo planteamiento no significa olvidarse ni de la problemática ocupacional ni de las dificultades de acceso a la vivienda por parte de los jóvenes, en absoluto. No postulamos, pues, una visión idílica, feliz, sin conflictos, de la condición juvenil, sino adaptada a la manera como éstos viven hoy su propia realidad. Será preciso, pues, seguir pensando en medidas para la igualdad (es decir, de discriminación positiva y de incentivo), pero no forzosamente como un paso previo para que los jóvenes dejen de ser jóvenes (y entren en el circuito trabajo-vivienda-familia que caracteriza al mundo adulto), sino para que puedan disfrutar, todos y todas, de mejores condiciones y del deseo de multiplicar experiencias vitales, de enriquecer su itinerario biográfico. Porque el retraso en el paso a la vida adulta no es sólo una consecuencia de las dificultades laborales sino también de unas nuevas estrategias formativas y de unas variables socioculturales de carácter posmaterialista que relativizan la vieja cultura del trabajo. Hoy los jóvenes no tienen prisa por insertarse completamente y no quieren correr para convertirse en socialmente adultos. No en vano la vida adulta tiene más dependencias, ataduras y obligaciones que la juventud, la cual, en condiciones normales, tiene hoy un potencial formativo y de experimentación sin parangón. Sin pretender eternizarla ni 11 Carles FEIXA I PÀMPOLS, La joventut com a metàfora (Barcelona, Generalitat de Catalunya, 1993), p. 19 idealizarla en exceso y sin olvidar tampoco el riesgo de exclusión social al que son vulnerables ciertos colectivos, debemos hacer una lectura históricamente positiva. Ante una transición rápida de la escuela a la fábrica, al taller o a la oficina, o en el caso de las mujeres el veloz paso de hijas a madres, la prolongación de la condición juvenil, que significa más formación y experimentación, ofrece mayores posibilidades al individuo de subvertir el lugar que por origen inicialmente le correspondería en la estructura social. Se trata, en definitiva, de dejar de concebir las políticas de juventud como programas de transición y de inserción social y profesional, y pasar a hacerlo en términos de acciones afirmativas de la nueva condición juvenil, es decir, políticas encaminadas a potenciar la plena ciudadanía de los jóvenes, la creatividad, la movilidad y la experimentación, sin que ello signifique, insistimos nuevamente, olvidarse de los aspectos educativos, laborales o de vivienda, de ninguna de las maneras, porque son condición necesaria para la auténtica autonomía de los individuos en tanto que jóvenes. Otra cosa es que algún día éstos dejaran de serlo, y es bueno que así sea, pero la responsabilidad social de ese paso a la vida adulta (determinado en buena medida por la nupcialidad y la fecundidad) no es, queremos subrayarlo, una tarea ni específica ni exclusiva de las políticas de juventud, sino de una política general de país que busque una auténtica igualdad de oportunidades. En resumen, frente a una concepción de la juventud reducida a un tiempo de transición, ahora queremos afirmar que en realidad se trata ya de una nueva etapa de la vida; frente a la vieja aspiración emancipadora que tenía como meta que los jóvenes dejasen de serlo, ahora nuestro objetivo es darles el máximo de autonomía personal y extender los beneficios de la nueva condición al universo juvenil; frente al discurso socializador tradicional que quería preparar a los jóvenes para la vida adulta y transmitirles toda una serie de valores, ahora nuestro propósito es el reconocimiento de la plena ciudadanía de los jóvenes como constatación de que el espacio juvenil actúa como un potente campo de innovación social y cultural y que, por lo tanto, las respuestas que los jóvenes plantean a sus problemas sirven también a toda la sociedad. 4. Las políticas afirmativas: pensar desde la globalidad y actuar en la pluralidad 43-44. 20 A continuación, en base a todo lo que hemos expuesto hasta ahora, procediremos a explicitar la totalidad de la nueva propuesta de políticas afirmativas. Y lo haremos desarrollando dos grandes apartados. El primero tratará de los contenidos y los objetivos de las nuevas políticas a partir de los cinco grandes ejes que positivan y caracterizan a la nueva condición juvenil. Y el segundo profundizará en un modelo de intervención y de gestión en base a un doble objetivo: por una parte, mejorar el conocimiento y la realidad global de los jóvenes, en clara sintonía con la experiencia innovadora que en este campo representaron las políticas integrales, y, por otra, subsanar las tradicionales carencias metodológicas en el diseño, la ejecución y la evaluación de esas políticas. 4.1 Orientaciones Las cinco orientaciones que a continuación se señalan, en tanto que vertebradoras de las políticas afirmativas, no tienen como finalidad ni reordenar los temas que han configurado y configuran una política global de juventud, ni tampoco transformar los apartados clásicos que hasta hoy estructuran los planes integrales (inserción laboral, calidad de vida, formación, participación, etc.). Tampoco no pretenden abordar los nuevos aspectos que, en función de las diferentes situaciones sociales de cada realidad territorial, puedan resultar más urgentes, como, por ejemplo, las nuevas migraciones de jóvenes provenientes de países del Tercer Mundo o las problemáticas emergentes de la adolescencia. Simplemente, suponen un primer intento, una primera reflexión, encaminada a extraer de una determinada caracterización de la actual condición juvenil, elementos afirmativos que impregnen el conjunto de una política de juventud 1. Autonomía En el nuevo modelo de políticas afirmativas somos conscientes de que la situación real de muchos jóvenes, en cuanto a su autonomía material, no les permite disfrutar plenamente de las potencialidades de la nueva condición juvenil en el campo de la movilidad, la creación, la experimentación e, incluso, en lo referente a la afirmación de una ciudadanía plena y activa. Sin una suficiente autonomía la nueva condición queda constreñida y minimizada en el marco de un modelo de emancipación familiar que, en España (donde el Estado del Bienestar no favorece la autonomía económica de los 21 jóvenes), sigue un patrón enormemente tradicional, lo que significa: trabajo estable, vivienda de propiedad, matrimonio formal y previo a la decisión de tener hijos. Así pues, las nuevas políticas –lo hemos dicho ya otras veces- son de afirmación de una nueva etapa de la vida del individuo, la juventud, ahora sí en un sentido pleno, pero, a la vez también, de extensión de los beneficios de esta nueva condición al universo juvenil. Son, pues, políticas a favor de la igualdad, a favor de la autonomía de todos los jóvenes. Consecuentemente, el acento deberá ponerse, primero, en una pluralidad de medidas con el objetivo de cubrir los déficits formativos de los jóvenes con más dificultades. Segundo, en un estímulo a todas aquellas iniciativas de autoaprendizaje y autoocupación que otorguen el máximo de responsabilidades y beneficios a los propios jóvenes y que contribuyan a aflorar nuevos yacimientos ocupacionales. Tercero, en una actuación preventiva ante aquellas situaciones clásicas de riesgo social y salud de los jóvenes (léase marginación, drogadicción o SIDA). Cuarto, en una intervención decidida en el campo de la vivienda, con un estímulo preferente hacia el alquiler a precios tasados y la construcción de residencias tanto para estudiantes como para jóvenes trabajadores. 2. Movilidad Seguramente el elemento más visible de la nueva condición juvenil es la movilidad, sinónimo casi de vida urbana, de un ritmo de vida intenso, de un consumo voraz de nuevos servicios y de un cambio constante de escenarios tanto diurnos como, sobre todo, nocturnos. Los jóvenes se mueven, se relacionan y viajan... Y viajan en verano de una manera masiva por Europa, siendo con mucho el grupo de edad que más lo hace, pero también el que, sin duda, más necesita de unas herramientas orientativas para poder montárselo a su manera, para ensayar alternativas a los dictados de la moda y de la industria. Consecuentemente, habrá que poner el acento en la promoción de un turismo joven del que se puedan derivar experiencias creativas, solidarias, multiculturales y participativas, mediante fórmulas como los intercambios juveniles con contenidos específicos, los intercambios educativos, los programas de acogida de estudiantes extranjeros y también de jóvenes trabajadores de todo el mundo. Pero la movilidad de esta nueva condición juvenil se manifiesta de manera preferente en el 22 espacio urbano y en tiempo nocturno, lugar privilegiado para nuevas experimentaciones del ocio y el tiempo libre. Por lo tanto, en este terreno la prioridad de las políticas afirmativas deberá centrarse en el diseño de programas de movilidad nocturna, adecuando los servicios públicos de transporte a las necesidades de los jóvenes y los diversos territorios con un doble objetivo: por una parte, reforzar la emergencia de nuevas ofertas socioculturales durante la noche y, por otra, disminuir tanto como sea posible la alta siniestralidad juvenil en accidentes de tráfico en estas horas. 3. Experimentación En la vida de los jóvenes cada vez se acentúa más la escisión radical entre un tiempo escolar y formal (de lunes a jueves) y un gran espacio de ocio, que abarca los largos fines de semana que empiezan el viernes por la tarde. La forma tan distinta como los jóvenes viven estos dos tiempos nos permite hablar de un auténtico desdoblamiento de personalidades. Este aspecto se interrelaciona clarísimamente con el hecho de que vierten unas expectativas extraordinarias de diversión y autenticidad en el ocio como ese momento que permite a los jóvenes ser ellos mismos3. Una política afirmativa, pues, debe entrar de lleno en este ámbito, a menudo poco tangible y efímero, de la experimentación, siendo como es, sin duda, el elemento central que define y articula la nueva condición juvenil. En este punto creemos que hay que situar la prioridad en tres niveles. Primero, en la ampliación de la oferta sociocultural durante la noche, con la apertura de nuevos equipamientos y servicios educativos y deportivos. Segundo, en una nueva política de espacios juveniles que acepte de una vez por todas la necesaria apropiación y ocupación de espacios que los jóvenes deben llevar a cabo para sentirlos realmente como propios. En este sentido, la política afirmativa debe liderar la cesión de espacios a colectivos de jóvenes de aquellos inmuebles de titularidad pública actualmente desocupados. Y tercero, debe ofrecer espacios de acceso a las nuevas tecnologías y, en particular, a las nuevas herramientas de navegación y de experimentación interactiva multimedia. 3 Domingo COMAS ARNAU, «No es oro todo lo que reluce. ¿Qué hace la juventud el fin de semana?», en el monográfico Jóvenes y fin de semana (Madrid, Revista de Estudios De Juventud, Instituto de la Juventud, 1996). 23 4. Creatividad Los usos creativos, prácticos y cotidianos con los que los jóvenes utilizan y se apropian de los recursos y materiales culturales tienen que llevarnos a superar la rígida y elitista separación entre, por una parte, una producción que el mundo adulto quiere siempre de alta cultura artística y, por otra, un consumo cultural del que sólo somos capaces de ver el aspecto masivo y aborregado. Haciendo nuestra la teoría del investigador inglés Paul Willis sobre las posibilidades y potencialidades de un consumo creativo y de una estética arraigada en los jóvenes, es preciso aceptar que hasta ahora las intervenciones públicas culturales por lo que respecta a los jóvenes se han caracterizado más por el intento fallido de acercarles a las artes institucionalizadas (galerías, conciertos y museos), en un loable intento por democratizar las prácticas culturales establecidas y prestigiadas, que por reconocer y fomentar las experiencias y las actividades de la cultura corriente de los jóvenes.4 Así pues, las nuevas políticas afirmativas deberán hacer de la creación y del trabajo simbólico de la juventud el punto de partida de cualquier intervención cultural. Con este criterio, la prioridad deberá centrarse, primero, en el impulso a nuevos equipamientos integrales destinados a la producción y al consumo cultural de los jóvenes, especialmente dirigido a aquellos que tienen más dificultades de acceso, y, segundo, en la promoción, la difusión y el intercambio de cualquier tipo de expresión cultural juvenil. 5. Ciudadanía La manera como hoy los jóvenes viven y piensan su condición de ciudadanos permite llenar de contenidos reales lo que a veces corre el riesgo de no ser otra cosa que un concepto, el de ciudadanía, vacío de trascendencia real cuando se aplica a otras generaciones que no tienen tan vitalmente interiorizados los fundamentos de la democracia, los derechos individuales, la solidaridad y las cuestiones ecológicas y medioambientales. Desde esta perspectiva, las políticas afirmativas tendrán que recoger, vehicular y concretar el deseo de mayor participación social que manifiestan los jóvenes, mediante, primero, el diálogo y el pacto con las entidades juveniles (y sus órganos de coordinación) y con todas las realidades grupales emergentes; segundo, 4 Paül WILLIS, Cultura viva. Una recerca sobre les activitats culturals dels joves (Diputació de Barcelona, 1988), col. «Materials de Joventut» núm. 10. 24 estableciendo nuevos foros participativos y de creación de opinión de los jóvenes individualmente;5 y tercero, favoreciendo el diálogo intergeneracional y la aparición en los medios de comunicación de los temas, las propuestas y los productos culturales de los jóvenes. A otro nivel, el acento deberá ser puesto en la promoción, el estímulo y apoyo a las iniciativas solidarias de los jóvenes, tanto las que toman una forma de voluntariado asociativo como las que son la expresión de un deseo puntual e individual. 4.2 Un nuevo modelo de intervención Esta es seguramente la parte más difícil y arriesgada, la de concretar un nuevo modelo de intervención y gestión pública capaz de dar una respuesta adecuada a las nuevas orientaciones de la política juvenil. La experiencia de los últimos veinte años, sobre todo un repaso al modelo de las macroáreas (1983-1991) que hizo posible las políticas integrales, nos demuestra que el reto para los que trabajamos en juventud es preservar la lógica juvenil en el interior de la administración, huyendo de la perversión burocrática y de los discursos excesivamente sectoriales. Porque, en efecto, no todo el mundo que hace cosas para los jóvenes hace política de juventud; muchos servicios universales, como, por ejemplo, deportes o educación, han tenido y tienen como principales beneficiarios los jóvenes, pero esto no significa que haya ninguna lógica juvenil en el momento de determinar los contenidos de estas prestaciones, es decir, un análisis sobre la realidad de los jóvenes y sobre cuáles son sus demandas presentes e inmediatas. Para fortalecer un discurso social y político sobre la juventud, proponemos, además de una redefinición de la Unidad de la Juventud y de sus funciones específicas, establecer una metodología de intervención global (transversal) en el diseño y plural en la ejecución. En otras palabras, desde la administración queremos continuar acercándonos a una realidad juvenil compleja y plural a fin de ofrecer una respuesta también integral a la diversidad de las situaciones de los jóvenes, propósito este que ya fue la gran novedad de las anteriores políticas integrales. 1. La Unidad de Juventud: piedra angular del nuevo modelo Como condición previa para introducir el discurso juvenil en el conjunto de la actuación de la administración y hacer posible una auténtica revalorización de las 5 Joan SUBIRATS, Democràcia, participació i eficàcia, «Cifa» núm. 6 (septiembre de 1997). 25 políticas de juventud, en el nuevo modelo es del todo imprescindible contar con la existencia de un servicio, oficina o agencia dirigida por un regidor específicamente de juventud (sin que importe demasiado si está adscrito a presidencia, cultura o educación), con un presupuesto propio, un número suficiente de técnicos especializados y un marco básico de competencias definidas. Antes de entrar a detallar el diseño y la gestión de los viejos y de los nuevos programas, tenemos que incorporar una serie de puntos previos a la actuación cotidiana de la agencia/servicio/oficina que son condición esencial para una auténtica actuación global en materia de juventud, como también para una evaluación sistemática y una periódica renovación de sus contenidos: 1. Observatorio del Mundo Juvenil. Hay que estimular lo que las políticas italianas de juventud definieron en la década de los ochenta como «una investigación para la acción», es decir, una observación que no tenga unos propósitos puramente intelectualistas o teóricos, sino de aplicación; que obtenga unos conocimientos que se puedan trasladar al ámbito de la gestión pública. Lo que decimos se concreta en la puesta en marcha de unos dispositivos permanentes de observación y análisis de la condición juvenil, tanto de las condiciones materiales como de los valores, las formas de vida y la cultura de los jóvenes. 2. Participación. Hay que subrayar tantas veces como sea necesario que no es posible una auténtica política de juventud sin la participación y la implicación de los jóvenes mismos. Lo que decimos no es ciertamente nuevo sino absolutamente consustancial a una política participativa. Sin embargo, tampoco está de más repetirlo y subrayar que la Unidad de Juventud es la máxima responsable de hacerlo posible. En ese sentido, y tal como son la expresión de todo lo que de positivo contiene la condición juvenil, las políticas afirmativas tienen que ser más que nunca el vehículo para un auténtico protagonismo de los jóvenes y de sus formas asociativas o grupales. 3. Información. Hay que hacer de los programas de información y asesoramiento a los jóvenes un eje no sólo específico sino transversal a la totalidad de las políticas afirmativas, porque 26 es preciso llegar allí donde están los jóvenes y tener el oído permanentemente puesto para oír sus nuevas demandas. 4. Plan Director de la Política de Juventud. Finalmente, es necesario que la agencia/servicio/oficina se encargue de diseñar un Plan Director Global —que abarque a través del nuevo enfoque afirmativo de las políticas de juventud tanto los viejos aspectos de la inserción social y profesional (ahora conceptualmente reformulados), como los temas emergentes de la nueva condición juvenil. Un plan, pues, que tendría que estar elaborado desde el conocimiento preciso de la realidad juvenil pero también con la complicidad de los mismos jóvenes y de sus asociaciones y sin olvidar el compromiso explícito del resto de la administración, con quien habría que pactar en el seno de una comisión intersectorial la ejecución delegada o compartida de una serie de programas y acciones y establecer los métodos de evaluación correspondientes. 2. Transversalidad y gestión global Si la existencia de una Unidad de Juventud políticamente fuerte constituye una condición previa para introducir el discurso juvenil en el día a día de la administración, la mejor garantía para preservar la lógica de éste discurso es la existencia de uno o diversos organismos de coordinación intersectorial, a fin de asegurar la relevancia política de los acuerdos y su implementación técnica. La existencia de este instrumento (comisión interáreas, comisión interdepartamental o comisión interministerial) tiene como objetivo garantizar la transversalidad y la pluralidad de la intervención en política juvenil. A continuación, vamos a exponer una propuesta de gestión de los programas del Plan Director Global en base a cuatro posibles formas de intervención desde la Unidad de Juventud, un modelo que, obviamente, cuando se traslade al campo de las concreciones prácticas a cada una de las administraciones y realidades geográficas, puede experimentar modificaciones o aplicarse por etapas. 1. Gestión directa Definir mejor cuáles son las competencias propias que, normalmente, una agencia de juventud elabora y ejecuta directamente (en el orden histórico serían: tiempo libre y equipamientos, asociacionismo y participación, información y turismo juvenil, 27 voluntariado y PSS, etc.) y intentar aplicarlas a nuevos campos, a menudo por recorrer como lo fueron muchos de los que hoy se ejecutan. En este sentido, una iniciativa como el Pacto por la Noche del Ayuntamiento de Barcelona es bastante representativa de las nuevas fronteras que hay que ir descubriendo e incorporando a las políticas de juventud. Ese paquete de competencias propias configura un mínimo nivel de gestión y da a la agencia un peso específico en el seno de la administración, hecho que avala experiencia y responsabilidad. 2. Codirección Pensar qué otras acciones ajenas, es decir, gestionadas por otras áreas de la administración, son susceptibles de ser codirigidas por la agencia/servicio/oficina de juventud. Nos referimos especialmente a política de ocupación, vivienda o transporte. La codirección quiere decir que la Unidad de Juventud es la responsable de introducir elementos y criterios que aseguren la lógica juvenil en la definición e implementación de éstas políticas, la optimización de una transversalidad que resulta de vital importancia para la autonomía y la movilidad de los jóvenes en tanto que jóvenes. 3. Joint Venture (esfuerzo compartido) Definir en qué programas o acciones del resto de la administración, pongamos por ejemplo de cultura, medio ambiente, ocio alternativo o cooperación internacional, tiene sentido que intervengan las áreas de juventud mediante alguna fórmula presupuestaria imaginativa como joint venture, que garantice un peso específico en la definición y seguimiento de esas acciones mediante su cofinanciación. 4. Codecisión i cogestión Hacer un esfuerzo por compartir y concertar el máximo de acciones y programas con las entidades juveniles, haciéndolas así copartícipes de una política de juventud. La democracia no se limita a la consulta sino que se extiende a la cogestión. Ahora bien, las entidades tampoco pueden esperar que la administración les ofrezca una vida regalada, lo que significa que financieramente su aportación se concretaría, como ya sucede, en un trabajo a menudo voluntario a cambio de un mayor protagonismo. Por otra parte, la cogestión debería ser transversal, es decir, sería preciso que se extendiera a 28 toda la administración. Aún así, desde juventud tenemos que garantizar un mínimo de competencias propias cogestionadas con las entidades. Vemos pues que este nuevo modelo persigue, primero, fortalecer el núcleo tecnico-político, a fin de impulsar una auténtica acción global, y segundo, una nueva organización plural de los programas y acciones a partir del grado de participación de la agencia de juventud en su ideación, financiación y gestión (ver algunos ejemplos en la figura 1). UN NUEVO MODELO DE INTERVENCIÓN • • • • • UNIDAD DE JUVENTUD REGIDOR ESPECÍFICO PRESUPUESTO PROPIO TÉCNICOS ESPECIALIZADOS COMPETENCIAS DEFINIDAS • OBSERVATORIO DEL MUNDO JUVENIL • PARTICIPACIÓN • INFORMACIÓN • PLAN DIRECTOR GLOBAL Coordinación transversal/Comisión intersectorial AUTONOMÍA GESTIÓN DIRECTA CODIRECCIÓN JOINT VENTURE CODECISIÓN/ COGESTIÓN TRABAJO VIVIENDA PROGRAMA DE SALUD MOVILIDAD EXPERIMENTACIÓN TURISMO JUVENIL OCIO ALTERNATIVO NUEVAS TECNOLOGÍAS CREATIVIDAD CIUDADANÍA CONSULTAS JUVENILES TRANSPORTE CREACIÓN CULTURAL ESPACIOS JUVENILES COOPERACIÓN INTERNACIONAL ASOCIACIONISMO (Figura 1) Evidentemente, todo ello invita a renunciar al peligroso espejismo de creer que llegará un día en el que las políticas de juventud se disolverán en el magma de los 29 servicios personales. Porque, en efecto, la existencia de un ámbito de gestión directa o de producción de servicios desde la Unidad de Juventud no debe entenderse como un intento de desdibujar la necesaria transversalidad de las políticas de juventud, sino como una garantía, una condición básica para llevarla a cabo y preservar la lógica juvenil. En definitiva, se trata, si queremos decirlo así, de aplicar una transversalidad posibilista, que, en el diseño y la evaluación del Plan Director, debería también incorporar los siguientes elementos: 1. Un mayor peso de los aspectos económicos y competenciales en el diagnóstico del Plan, a fin de solventar dos déficits especialmente significativos en las anteriores políticas integrales. 2. La introducción de técnicas y métodos para mejorar los puntos débiles del Plan y para dimensionar y escoger adecuadamente aquellas acciones cuya consecución determina el éxito del conjunto del Plan. Se trata, pues, de introducir técnicas previas a la definición de los objetivos operativos y los planes de actuación, que tienen como objetivo evitar la configuración de un Plan Director constituido, en realidad, por programas y acciones horizontales o poco adecuado a las necesidades del territorio. 3. El diseño y el desarrollo de sistemas de información a fin de determinar indicadores que permitan evaluar el alcance de los objetivos. Por último, hay que subrayar que los elementos citados anteriormente serán totalmente insuficientes si no van acompañados, primero, de un claro liderazgo político juvenil que impulse el diseño, la ejecución y la evaluación de esa metodología transversal y, segundo, de la consolidación de una cultura organizativa en el conjunto de la administración, superadora de las tradicionales resistencias al trabajo interáreas. 5. A manera de conclusión: continuidad y ruptura en política juvenil Llegados a este punto final, convendría recapitular esquemáticamente la totalidad de los argumentos que hemos ido desgranando a lo largo de este documento con la idea de ofrecer una visión global de la nueva propuesta de políticas afirmativas. Para una mayor claridad conceptual, procuraremos contrastarla de manera esquemática con el modelo que desde mediados de los ochenta ha sido el gran referente en esta materia, las políticas integrales (figura 2). Este intento tiene la ventaja de ofrecer con 30 claridad una lectura en la que se pone de manifiesto la fuerza de los elementos de ruptura pero, al mismo tiempo, sin querer esconder ni despreciar tampoco los puntos de continuidad, porque en el modelo afirmativo que proponemos ni todo es radicalmente nuevo ni, de ningun modo, se quiere hacer borrón y cuenta nueva con el pasado. Porque nos sentimos herederos de la tarea empezada en 1979 y muy especialmente del impulso renovador y participativo que introdujo el Proyecto Joven de la Ciudad de Barcelona, a partir de 1985. Hoy los cambios en política de juventud se hacen imprescindibles, pero sin líneas de continuidad y lazos con nuestra propia tradición tampoco es posible levantar una cultura en política juvenil autorreflexiva y socialmente útil. Y las políticas afirmativas pretenden justamente eso, ser útiles. Y serlo, si es necesario, doblemente, porque al fundamentarse en una transformación social de las etapas de la vida, dejan de concebirse como un planteamiento puramente sectorial, como una respuesta específica a unos problemas de edad, para pasar a involucrar a toda la administración y a interesar a toda la sociedad, en la que los jóvenes de hoy se encuentran plenamente incorporados y con la que quieren ser solidarios, aportándole ideas y valores propios DIFERENCIAS CONCEPTUALES POLÍTICAS INTEGRALES 1. ¿CÓMO ANALIZAN A LOS JÓVENES? 2. ¿CÓMO DEFINEN A LA JUVENTUD? 3. ¿CUÁL ES EL OBJETIVO PRINCIPAL DE ESTAS POLÍTICAS? 4. ¿CÓMO SE ACERCA LA ADMINISTRACIÓN A LA REALIDAD DE LOS JÓVENES? 5. ¿CUÁL ES EL MODELO DE INTERVENCIÓN QUE SE UTILIZA? POLÍTICAS AFIRMATIVAS COMO GRUPO SOCIOLÓGICO COMO GRUPO SOCIOLÓGICO Y HECHO CULTURAL COMO UN PERIODO DE TRANSICIÓN COMO UNA ETAPA PLENA DE LA VIDA LA INSERCIÓN SOCIAL Y LA AUTONOMÍA PERSONAL Y LA PROFESIONAL PLENA CIUDADANÍA DESDE UNA PERSPECTIVA GLOBAL E DESDE UNA PERSPECTIVA GLOBAL E INTEGRAL INTEGRAL LA INTERDEPARTAMENTALIDAD Y LA GESTIÓN SECTORIAL 6. ¿CUÁL ES LA HERRAMIENTA DE ACTUACIÓN? EL PLAN JOVEN 7. ¿CÓMO PARTICIPAN LOS JÓVENES EN ELLA? MEDIANTE LA CONSULTA JUVENIL ESPECÍFICA Y EL PROTAGONISMO ASOCIATIVO EN LA ELABORACIÓN DEL PLAN LA TRANSVERSALIDAD Y LA GESTIÓN PLURAL DE LOS PROGRAMAS EL PLAN DIRECTOR GLOBAL DE LAS POLÍTICAS JUVENILES MEDIANTE EL PROTAGONISMO ASOCIATIVO PERO TAMBIÉN DEL CONJUNTO DE LOS JÓVENES EN LA TOTALIDAD DE LAS CUESTIONES CIUDADANAS (Figura 2) En ese sentido, las políticas afirmativas deberían ser capaces de liderar un pacto intergeneracional para resolver conflictos de intereses que son casi inherentes a la misma complejidad de la vida urbana y ciudadana, un pacto en el que los jóvenes y sus asociaciones son un agente potencialmente estratégico que los poderes públicos no 31 deberían despreciar o, todavía menos, acercarse a ellas en clave electoral o populista. Es cierto que los jóvenes tienen problemas, aunque muchos adultos tienen bastantes más, pero la juventud no es un problema. En consecuencia, las propuestas que los jóvenes plantean hoy tienen una clara potencialidad de futuro pero también de presente. Tanto los medios de comunicación de masas como las empresas privadas tendrían que reflexionar y romper con un discurso unidimensional y estereotipado. Porque el espacio juvenil no es sólo un campo de reproducción o de desviación social, sino principalmente un sorprendente laboratorio de innovación y de cambio de las relaciones culturales que es útil al conjunto de la sociedad. Antes, sin embargo, es preciso que las instituciones y los responsables juveniles demos el primer paso en esta dirección y seamos capaces de iniciar una nueva etapa, renovando nuestras visiones sobre los jóvenes y el porqué y el como de nuestras políticas, las cuales se adecuen satisfactoriamente a las potencialidades y necesidades de ese nuevo periodo en la vida del individuo, la JUVENTUD, ahora sí, en mayúsculas, a la que ya no podemos seguir dando tratamiento de minoridad. 32