Historia de la Psicología Por Dr. Ariel Orama López / Especial para n-punto “La psicología, dicho sea con franqueza, es prácticamente cualquier cosa que ustedes quieren que sea. En un último análisis, la psicología consiste en cualquiera de las definiciones que un autor, ustedes, yo o cualquier otro, deseen aplicarle”. Con la plasticidad que se materializa en las palabras de nuestro insigne Maestro Albert Ellis, celebramos con júbilo la Semana de la Psicología en Puerto Rico. Todo ello, en un momento histórico preciso, en donde nuestra disciplina sigue evolucionando tal y como ha ido cambiando la concepción del ser humano actual: uno “electroalfabetizado” o inmerso en la alfabetización tecnológica, atado a las variables “crisis” y “globalización”, enfrascado en las “mentes del futuro de Gardner”, rodeado de objetos tecnológicos (u “objetos nómadas”, desde el punto de vista de las teorías culturales) y nutrido con el poder innegable de la creatividad. Son muchas las figuras que resultaron trascendentales en el devenir de la historia de la profesión en la isla. Jamás olvidaremos a Eugenio María de Hostos, indudable precursor de la psicología en América y el Caribe. Asimismo, la figura de Carlos Albizu resuena en los oídos de cada profesional de la conducta –con su característico “buen provecho”, según me cuenta la tradición, precisamente cuando asignaba buenas lecturas a sus discentes-, al igual que resuenan los paradigmas Vail y Boulder, particularmente en aquellos que analizamos el componente curricular de los programas del país: los modelos inspirados en la investigación, la academia y la clínica se han proliferado por toda la Isla, gracias a los aportes de nuestra disciplina: esa, ya con un matiz autóctono, algo isleño (sin perder las tonalidades europeas y norteamericanas); aquella aún considerada y venerada como un “arte-ciencia”. No olvidamos los aportes de figuras tales como el doctor José Cangiano, trascendental en los aspectos éticos de la profesión y en los programas dirigidos al binomio víctima/agresor; tampoco, la poesía hecha palabra de Carmen Inés Rivera, quien nos expandió la mente con el insumo de la construcción social, los aportes de Martín Baró y el análisis crítico de nuestra disciplina en la isla. Igualmente, resalta el valor inconmensurable de las investigaciones sobre el VIH/SIDA -al igual que el trato directo con las poblaciones LGBTTQ y la anhelada inclusión- de doctor Joe Toro, así como el interesante caminar de Alfred D. Herger, uno de los precursores del psicólogo en los medios, sino, el más influyente: es decir, la única razón por la cual, elegí estudiar psicología. No por entender mis “problemas” (término que no forma parte de mi vocablo, por elección), o los problemas de los demás: jamás fue mi norte. Llegué a esta vereda con una sola pretensión: la de entender los conjuros de la mente humana, y así los he ido descifrando, en bocanadas: de la mano de grandes maestros. ¿Qué le espera a la psicología en Puerto Rico? La llegada de programas posdoctorales. La integración del psicólogo en miles de hospitales. Los aportes del estudio del encéfalo humano y la computadora combinados, como el matrimonio del futuro. La visión integral del ser humano y el retorno de lo espiritual (psique = alma), más allá de la teoría. La eliminación de ciertas patologías y la inclusión de otras, atadas a la tecnología, quizás, al terrorismo, a enfermedades físicas aún impensadas y a los nuevos cataclismos a los cuales nos enfrente la vida. El desarrollo de “aplicaciones”, nos gusten o no. Nos espera el fin de la “crisis de identidad” de la psicología, en cuanto a su innecesaria aspiración a ser considerada una ciencia: al fin se dará cuenta que sus conjuros son, de por sí, tan importantes como la alquimia perfecta. Pregúntenle a Freud y a cualquier neurólogo del siglo XXI: la palabra teorizada pareciera haber tenido un microscopio y un MRI integrados. Finalmente, en esta semana tan crucial, brindo por los psicólogos que se han desprendido de las “etiquetas” para categorizar: brindo incluso por aquellos que reconocen que ser un profesional de la conducta conlleva una gran dosis de humildad. Dedico mis palabras a aquel psicólogo con conciencia, que cuando decide existir, en el momento justo, Aquí y Ahora, In actu, frente al denominado “paciente”, opta por mirar al espejo de sus ojos, para ver el reflejo de lo que es en sí, verdaderamente: como diría una gran amiga poeta, un ser más “in hac lacrimarum valle”. Y así, levantado con orgullo del diván como lo debe hacer nuestra disciplina, brindo por nosotros y por cada paciente; y, más que nada, por cada ser humano detrás de dicha construcción. ¡Enhorabuena! El autor es catedrático auxiliar de la Universidad de Puerto Rico en Humacao, psicólogo clínico y actor colegiado (Twitter: AG_ORLOZ)