Ciudades a escala humana: la ciudad de los

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Ciudades a escala humana: la ciudad de los niños
Cities at human scale. Children’s city
Francesco Tonucci
Istituto di Scienze e Tecnologie della Cognizione - ISTC. Consiglio Nazionale delle Ricerche. Roma, Italia.
Resumen
La ciudad, en los últimos años, ha renunciado a sus características originales de ser lugar
compartido de encuentro e intercambio, para convertirse en lugar de separación y especialización. Ha elegido al ciudadano varón, adulto y trabajador como parámetro, y ha olvidado
a los niños, a las mujeres, los ancianos, los discapacitados, los pobres y los extranjeros. Estas
categorías rechazadas han desaparecido de la ciudad, escondidas en casa o en lugares especializados, creados a propósito para ellos. Al perder complejidad, el ambiente urbano ha
perdido belleza, salud, seguridad y sostenibilidad. Las ciudades se han adaptado más a las
exigencias de los coches que a las de las personas; por eso, se han convertido en lugares
peligrosos e inhóspitos.
Los niños, al perder las ciudades, han perdido la posibilidad de vivir experiencias necesarias
para ellos, para su correcto desarrollo, como el juego, la exploración, la aventura. Las ciudades,
al perder a los niños, han perdido seguridad, solidaridad, control social. Los niños necesitan a la
ciudad; la ciudad necesita a los niños.
Los niños pueden ayudarnos a salvar las ciudades. El proyecto «La ciudad de los niños»
propone a la Administración una nueva filosofía de gobierno de las ciudades, adoptando como
parámetro el niño. De este modo, el niño no representa uno de los componentes sociales, sino
que representa al «otro», a todos los otros, todos aquellos que piensan y razonan de manera
diferente a un adulto.
El proyecto se mueve en dos direcciones: a) la participación de los niños en el gobierno de
la ciudad, dando al alcalde el punto de visto del «otro»; b) la recuperación de la autonomía de
movimiento por parte de los niños.
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Se mencionarán algunos ejemplos de propuestas nacidas de algunos Consejos de niños,
que muestran cómo los niños son capaces de reclamar intervenciones de calidad ambiental
muy cercanas a las opiniones de los científicos del sector, y muy exigentes en relación con las
actuales tendencias políticas y administrativas.
Palabras clave: participación, autonomía, espacios públicos compartidos, movilidad autónoma, derechos infantiles.
Abstract
In the last years, the city has abandoned its original characteristics relying on a shared
place for encounter and exchange to become a place for separation and specialization. It
has chosen the male citizen, adult and worker, like the basic parameter, whereas children,
women, elderly people, the disabled, the poor and foreigners have been forgotten. These
rejected categories have disappeared from the city, being hidden in houses or specialized
places created on purpose for them. When losing complexity, the urban atmosphere has lost
its beauty, health, security and sustainability aspects. Cities have adapted themselves more
to cars demands than to those of people. That is why they have become dangerous and
inhospitable places.
When losing cities, children have lost the possibility of living necessary experiences for
them, for their correct development, such as games, exploration and adventure. Moreover, cities
have also lost security, solidarity and social control. Children need the city and the city needs
children.
Children can help to save cities. The project «Children’s City» proposes to the
Administration a new cities’ philosophy of government based on the adoption of the child
as the basic parameter. Thus, the child would not represent one of the social components,
but s/he would represent «the other», all the others, those who think in a different way than
adult people.
The project is based on two aspects: a) children’s participation in the rule of the city, which
would provide the Major with the point of view of «the other»; b) the recovery of children’s
movement autonomy.
Examples of the proposals made by different Children’s Boards will be mentioned. They
point out how children are able to demand environmental quality interventions which are
very close to scientists’ opinions and very demanding in relation to present political and
administrative tendencies.
Key words: participation, autonomy, shared public spaces, autonomous mobility, child
rights.
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¿A dónde van las ciudades?
La ciudad moderna nace rompiendo el esquema medieval que separaba el castillo del
pueblo y creaba, entre uno y otro, una relación de jerarquía. Nace en torno a una plaza,
en un espacio compartido, incluso con diversidad de clases y condiciones. En la plaza,
se encuentra el Ayuntamiento, la catedral, el cuartel de la policía, en la plaza el mercado. La ciudad es un lugar de encuentro e intercambio. El espacio urbano se comparte,
no hay diferentes barrios para los diferentes niveles sociales: en las calles de la ciudad,
las casas nobiliarias, a menudo obra de grandes arquitectos, se levantan al lado de las
humildes casas de los artesanos. Esta alternancia construye un ritmo urbanístico que
embellece muchas ciudades europeas.
Después de la Segunda Guerra Mundial, parece que la ciudad ha vuelto al modelo
medieval: el centro histórico rico se vacía, se convierte en sede de actividades comerciales y terciarias, y se rodea de un nuevo pueblo, más miserable y duro que el antiguo:
la periferia. El centro rico está defendido por la policía, por las cámaras de video fijas
y por innumerables empresas de protección privada.
La ciudad ha renunciado a ser un lugar de encuentro y de intercambio y ha elegido
como nuevos criterios de desarrollo la separación y la especialización. La se­paración
y la especialización de los espacios y de las competencias: lugares diferentes para personas diferentes, lugares diferentes para funciones diferentes. El centro histórico: para
los bancos, las tiendas de lujo, la diversión; la periferia: para dormir.Además existen los
lugares de los niños: la guardería, el parque de juegos, la ludoteca; los lugares de los
ancianos: la residencia, el centro de ancianos; los lugares del conocimiento: desde el
colegio hasta la Universidad; los lugares especializados: para las compras, el supermercado, el centro comercial.También, existe el hospital, el lugar de la enfermedad.
Una ciudad sin niños
Antes se ansiaba el momento de salir de casa porque todo lo que tenía más interés
estaba fuera. La casa era el lugar fundamental de la seguridad, de las necesidades primarias, de los deberes. Pero era necesario salir para encontrarse con los amigos, para
jugar, para ir al bar, al cine, a la biblioteca. Y, si existían peligros, como efectivamente
existían, era necesario prestar atención, eso decían nuestros padres.
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Hoy se añora la hora de volver a casa, porque la casa es el lugar del descanso, de
la cultura, de los afectos, de la comunicación. En casa tenemos comida congelada que
dura meses, tenemos la biblioteca, la colección de CD, las películas preferidas, la posibilidad de hablar por teléfono o de intercambiar mensajes por Internet o por el móvil.
La casa ya no es una parte importante pero insuficiente de la más amplia realidad
de la ciudad, sino que resume en sí misma la propia ciudad. Ya no forma parte de un
complejo ecosistema, sino que tiende ella misma a la autosuficiencia, otra característica importante e inquietante de la ciudad moderna. A la autosuficiencia tienden las
diferentes partes de la ciudad, desde la casa hasta el centro comercial.
Antes, comprar significaba realizar un recorrido, entrar en sitios diferentes, encontrarse con personas diferentes, cada día las mismas, de modo que se podía retomar de
un día para otro una confesión, una historia o intercambiarse la última noticia. Hoy,
para comprar, es preciso desplazarse a otra zona de la ciudad, o mejor, a otra pequeña
y eficiente ciudad donde se puede comprar de todo: el centro comercial. Ciudad con
aparcamiento garantizado y, por lo tanto, sin coches, con calles y placitas, segura para
los niños, para los cuales, a menudo, se han pensado espacios especialmente dedicados y vigilados; donde se puede comer, realizar operaciones bancarias, ir al peluquero
y, naturalmente, comprar. Un bonito sitio, para muchas familias, donde quedar para pasar juntos el fin de semana. La degradación hace que la ciudad no sea un lugar adecuado para vivir, y nosotros nos defendemos construyendo lugares seguros, protegidos,
donde pasar tranquilos nuestro tiempo libre.
Ésta es una tendencia constante en la ciudad actual, coherente con la lógica de la
separación y de la especialización: crear servicios, estructuras cada vez más independientes y autosuficientes. Esto ocurre con el hospital, con el estadio, con los grandes
museos, con el campus universitario.
En las últimas décadas, la ciudad ha renunciado a la escala humana, a tener a sus
ciudadanos como referencia y parámetro, y se ha convertido en un espacio, de hecho,
reservado a los coches. Éstos han invadido los espacios públicos de la ciudad, privatizándolos, sustrayéndolos al posible uso de quien se mueve a pie o en bicicleta. Las
calles y las plazas son lugares de tránsito y de parada de medios privados; y ya no son
espacios públicos, que hacen de un conjunto de casas particulares una ciudad. A los
coches siempre les corresponde el nivel cero, son los peatones los que, para cruzar la
calle, deben bajar de la acera, bajar a los pasos subterráneos o subir a los pasos elevados peatonales. A los peatones, que pueden también ser pequeños, ancianos, discapacitados, cargados con bolsas de la compra, con un niño en brazos o en cochecito, les
toca el recorrido más largo y cansado.A los coches, que tienen motor, les toca siempre
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la calle llana, el nivel cero. Los coches imponen a las ciudades su lógica, su estética, su
«música». Nuestras grandes ciudades deben albergar, además de los coches, las señales
de tráfico verticales y las marcas en el suelo, en empedrados antiguos que contaminan
visiblemente los monumentos y los centros históricos.
Todo esto y algo más ha sucedido; y ha sucedido en un plazo de tiempo muy breve.
Porque la ciudad, su administración, ha elegido como ciudadano prototipo a un ciudadano varón, adulto y trabajador. Ha adaptado las ciudades a sus exigencias, ha intentado responder a sus peticiones garantizando, de este modo, el consentimiento electoral
del ciudadano fuerte. Así, ha traicionado las exigencias y los derechos de quien no es
varón, no es adulto, no es trabajador, no es conductor. Con la consecuencia de que,
en esta ciudad, han desaparecido los ancianos, los discapacitados y los niños. En esta
ciudad, el niño no puede vivir algunas experiencias fundamentales para su desarrollo,
como: la aventura, la búsqueda, el descubrimiento, el riesgo, la superación del obstáculo y, por lo tanto, la satisfacción, la emoción. No puede jugar. Estas experiencias
necesitan dos condiciones fundamentales que han desaparecido: el tiempo libre y un
espacio público compartido. Es difícil para el niño salir de casa solo, buscarse compañeros e ir a un sitio adecuado para jugar con ellos. Las dificultades ambientales, reales
o presuntas, han convencido a los padres de que esta ciudad no permite a un niño de
seis, diez años, salir solo, y, por lo tanto, el que era su tiempo libre se ha transformado
en un tiempo organizado y dedicado a diferentes actividades, en casa o fuera de ella,
estrictamente programadas y habitualmente de pago. Por lo tanto, por un lado: la
televisión, la play station, Internet; por otro: los diferentes cursos extraescolares de
deporte, de arte y de idiomas.
¿Y para jugar? Para jugar, los padres acompañan al niño al parquecito cerca de casa,
lo acompañan a casa de amigos o bien invitan a éstos a su casa. Lo esperan y lo vigilan.
Pero, ¡no se puede acompañar a los niños para que jueguen! ¡Es necesario dejarlos!
Pero antes está el juego
En la descripción que la investigación científica hace del desarrollo, es precisamente
en los primeros días, en los primeros meses y en los primeros años cuando el desarrollo es más rápido. Es ahí, inmediatamente después del nacimiento, cuando tiene lugar
la explosión, no alrededor de los seis años –con el comienzo de la llamada edad de la
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razón– como todavía parecen creer la mayoría de los adultos, de los padres y de los
profesores. Antes de que un niño entre por primera vez en una clase, las cosas más
importantes ya han tenido lugar: los aprendizajes más importantes, las bases sobre las
cuales deberá construirse todo el conocimiento posterior, o ya se han adquirido o
difícilmente podrán recuperarse.
Pero ¿cómo se puede explicar un fenómeno tan desconcertante? En los primeros
años de vida no hay profesores, no se usan materiales didácticos y no se hacen planes.
Y, entonces ¿a qué podemos atribuir el mérito de un crecimiento tan importante? Me
parece que se debe reconocer el papel fundamental de la más significativa actividad
de estos primeros años: el juego.
Una diferencia importante entre ser niños hace cuarenta, cincuenta años y serlo
hoy es que antes los padres a menudo no estaban. En esos periodos de ausencia de
control, durante los cuales, sin embargo, eran válidas unas precisas reglas sobre el
tiempo, el espacio y las cosas lícitas e ilícitas, los niños podían vivir sus experiencias
más importantes, podían descubrir las novedades, los obstáculos, las aventuras, los
riesgos. En esos periodos, o por lo menos especialmente en esos periodos, los niños crecían. Experimentaban las estrategias de socialización con los otros niños: las
vergonzosas sumisiones para ser aceptados por los mayores, las extrañas actividades
requeridas para jugar con niños del sexo opuesto, la fuerza que servía para vencer y
la necesaria para perder. Experimentaban sus capacidades sometiéndolas a pruebas
cada vez más absorbentes, bajo el ojo vigilante de los demás. Experimentaban la
satisfacción de la prueba superada y la frustración por el fracaso. Así se crecía. Por
la noche, cansados, sucios y arañados, después de los reproches, ¡había tantas cosas
que contar en casa!
En la actualidad, los adultos siempre están. Ésta es la gran diferencia. Si no es un padre, es el profesor o bien el monitor, el catequista, el bibliotecario o el encargado de la
ludoteca. Si el adulto está presente, el niño no puede correr riesgos (el adulto está ahí
a propósito para que esto no ocurra) y no puede ni siquiera explorar, descubrir, sorprenderse (el adulto está ahí a propósito para explicar, para anticipar, para responder).
De hecho, los niños no tienen nada que contar, porque lo que han vivido durante el
día era en presencia de otros, de testigos, de controladores. La imposibilidad de experimentar el obstáculo, la prueba, cuando los niños lo sienten necesario, lleva a acumular
una exigencia, unas ganas de emociones y de riesgo que tenderán a satisfacerse todas
juntas cuando finalmente se alcance la autonomía, cuando el chico o la chica tengan
en el bolsillo las llaves de casa o bajo el trasero una moto.Y podría ser peligroso.También ésta es una posible lectura de las dificultades y dramas de la adolescencia.
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El riesgo de no arriesgarse nunca
A la pregunta «¿Qué es el juego para un niño?», la neuropsiquiatra infantil francesa
Françoise Dolto, responde: «Diría que es disfrutar de la realización de un deseo a través
de los riesgos».
La desaparición de la experiencia del riesgo de la vida infantil no está presente
sólo en el ámbito más evidente de las habilidades físicas y de las experiencias concretas. Podemos encontrarla también, por ejemplo, en el desarrollo cognitivo, en el social
y en el emotivo.
Si el niño no puede explorar, buscar, investigar, difícilmente puede encontrarse
frente a problemas desconocidos con el deseo de afrontarlos y resolverlos solo; difícilmente podrá vivir la emoción de encontrar nuevas soluciones, no ortodoxas y, sin
embargo, eficaces. Piaget decía que los conocimientos que no se construyen no sirven;
pero, si el adulto siempre está presente, difícilmente se puede evitar pedir su ayuda y
aceptar sus respuestas, sus verdades. La escuela se basa casi exclusivamente en esta relación entre quien sabe, y por eso enseña, y quien no sabe, y por eso debe aprender.
En el campo social, para un niño de hoy en día, es casi imposible vivir el riesgo
y la emoción de encontrarse con niños desconocidos con los que experimentar las
delicadas estrategias del acercamiento, del conocimiento y, a veces, del rechazo. Sus
compañeros de juego son casi exclusivamente sus compañeros de clase, sus compañeros de las clases extraescolares o los hijos de los amigos de los padres: amistades
controladas y controlables por parte de los adultos. No será fácil para un niño o una
niña que nunca ha elegido sus compañeros de juego elegir de mayores una compañera o un compañero para la vida.
En el campo de las emociones, existe a menudo, por parte de los adultos, una
preocupación de apoyar y, si es posible, de anticipar los deseos y las peticiones de los
hijos. De este modo, falta la relación fundamental entre todas las cosas y experiencias
deseadas y soñadas y las pocas que se pueden realizar con gran felicidad y gratitud.
Asombra leer sobre reacciones disparatadas de adolescentes que llegan a herir o matar frente a un rechazo o una derrota; pero evidentemente para ellos la frustración no
era una experiencia prevista y elaborada.
Si se reconoce que, por el contrario, la autonomía es importante para el desarrollo
de un niño, para que pueda jugar y vivir las experiencias necesarias, los adultos deberían dar un paso atrás: cada día, durante un determinado periodo, deberían no estar.
Hablando con los niños del Consejo de los niños de Rosario, en Argentina, sobre la
necesidad y el derecho de los niños a poder salir solos de casa, una niña de nueve años
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decía: «Si me dan siempre la mano, después un día tendrán que soltarme y ese día yo tendré
miedo».Y un compañero suyo proponía: «Los adultos deberían ayudarnos pero de lejos».
Los niños pierden la ciudad, la ciudad pierde a los niños
Se ha hablado de que, para los niños, perder la posibilidad de moverse autónomamente en los espacios públicos de su ciudad es un gran obstáculo para su crecimiento.
Precisamente, el entonces presidente del Consejo italiano, Romano Prodi, en el primer Forum Internacional de las ciudades a la medida de los niños, en Nápoles, en
1997, decía: «Ya no es suficiente dar a los niños servicios para la infancia, debemos
devolverles las ciudades». Una ciudad democrática no puede permitir ser culpable de
impedir el total desarrollo de sus ciudadanos.
Pero si los niños pagan por la pérdida de la ciudad también la ciudad paga un alto
precio por la pérdida de los niños. Si no hay niños, nosotros somos peores. Si los niños
están en casa o en lugares especializados y no los encontramos por la calle, en las aceras,
en las plazas, nos sentimos libres de comportarnos como queramos, de ocupar todos los
espacios, de usar sin criterio los medios de transporte privados, de contaminar el aire, de
producir un ruido insoportable y de estropear los monumentos. De hecho, nuestra generación está conquistando un triste récord: por primera vez, entregaremos a nuestros
hijos y nietos un mundo peor que el que hemos recibido. Nosotros que hemos obtenido
de nuestros abuelos una esperanza de vida diez años superior a la suya, les daremos a
nuestros hijos una esperanza inferior a la nuestra.Todos los ciudadanos europeos están
perdiendo nueve meses de vida a causa de la contaminación atmosférica. Por cada euro
de gasolina consumido, se prevén más de 80 céntimos de gastos sanitarios. Estamos viviendo y administrando la ciudad de manera disparatada y quien intenta cambiar alguna
cosa, normalmente, se encuentra con la reacción y la oposición de los ciudadanos.
Partamos de los niños
Los niños y los adultos hacen un diagnóstico muy similar de la realidad.Tanto los unos
como los otros reconocen que la ciudad es peligrosa, que los coches son demasiados,
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que no respetan a los peatones, que las aceras están sucias, mal conservadas y llenas
de obstáculos, que los pasos de cebra no son seguros y que hay personas malas. Pero
las consecuencias para unos y para otros son completamente diferentes. Los adultos
dicen: «Como éstas son las condiciones de la ciudad, tú te quedas en casa y, si tienes
que salir, te acompaño y te espero». Los niños dicen: «Como éstas son las condiciones
de la ciudad, es necesario cambiarlas».
Los niños no se resignan y no pueden aceptar la comodidad, la posesión de la
cosas, a cambio de su libertad. Por otro lado, los niños, desde pequeños, son capaces
de interpretar sus propias necesidades y de contribuir al cambio de sus ciudades. Por
lo tanto, vale la pena darles la palabra, llamarlos a la participación, porque quizás, en
su nombre y por su bien, es posible pedir a los ciudadanos adultos los cambios que
difícilmente están dispuestos a aceptar y a promover por sí mismos, incluso reconociendo en teoría su importancia y urgencia.
«La ciudad de los niños», un proyecto político
Desde 1991, el proyecto internacional «La ciudad de los niños», promovido por el
Instituto de Ciencia y Tecnología del Conocimiento (ISTC) del CNI, propone a las
Administraciones de las ciudades cambiar el parámetro de referencia, y pasarlo del
adulto, varón y trabajador a los niños; bajar el punto de vista a la altura del niño, para
no perder ninguno. La tesis es simple y revolucionaria: una ciudad que intenta ser
adecuada para los niños es una ciudad donde todos viven mejor.
El niño, expresando sus exigencias, representa correctamente las de todos los ciudadanos, empezando por los más débiles como los discapacitados y los ancianos. Por
esto, puede convertirse en el paradigma para una nueva filosofía de gobierno de la
ciudad.
El proyecto, al que se unen los alcaldes, implica de manera transversal a la Administración de la ciudad, porque no se trata de realizar más estructuras o servicios para
los niños sino de cambiar realmente la ciudad. En la actualidad, forman parte de su
Para un mejor conocimiento de los motivos, las propuestas y las experiencias del proyecto, se pueden consultar
los volúmenes Tonucci 1996;Tonucci 2002 y la página web: www.lacittadeibambini.org
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red más de cien ciudades italianas, más algunas ciudades españolas y las más grandes
ciudades argentinas.
El proyecto «La ciudad de los niños» se mueve sobre dos ejes principales: la
autonomía de movimiento y la participación de los niños en el gobierno de la
ciudad.
A la escuela vamos solos
La pérdida de autonomía de movimiento de los niños ha sido probablemente el efecto
más llamativo de las transformaciones de las últimas décadas en la vida de las ciudades
y este cambio ha comprometido su posibilidad de juego. La devolución de la autonomía a los niños podrá ser un camino seguro para la recuperación de la supervivencia
de las ciudades. Si los niños pueden ir solos al colegio, bajar a jugar con los amigos a
los espacios públicos de la ciudad, también los ancianos, los discapacitados y todos los
ciudadanos podrán vivir de nuevo la experiencia del paseo y del encuentro. Como se
decía al principio, la pérdida de posibilidad de movimiento autónomo no sólo impide
la importante experiencia del juego, sino que causa una fuerte dependencia de la televisión y los videojuegos, con consecuencias graves para la salud (obesidad infantil),
para la educación (pereza e hiperactividad) y para el desarrollo de las capacidades y
competencias.
Para favorecer la recuperación de la autonomía perdida, el proyecto propone a
los niños y a las niñas, a partir de seis años, que vayan a la escuela a pie o en bicicleta,
sin ir acompañados por un adulto. Es una experiencia difícil, pero necesaria y posible.
Por eso resulta imprescindible prepararla adecuadamente, discutir con las familias,
estudiar los recorridos con los niños, proponer mejoras a la administración y solicitar
la colaboración de los comerciantes (que trabajan en la calle) y de los ancianos. Si hay
una buena colaboración entre todos los protagonistas, los resultados serán positivos.
El número de niños autónomos aumentará mucho y los efectos de la presencia de
los niños en las calles será sorprendente: las calles serán más seguras; no porque aumenten las medidas de protección (policía, cámaras de video, sistemas electrónicos
de alarmas), sino porque aumentará la atención y la relación entre los ciudadanos.
Los niños se convierten en una preocupación de todos y esto produce solidaridad y
seguridad.
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El Consejo de los niños
En el proyecto «La ciudad de los niños», la participación de los niños responde al
llamamiento del artículo 12 de la Convención ONU de los Derechos del Niño que
dice que los niños tienen derecho a expresar su opinión cada vez que se tomen
decisiones que les afectan, y que su opinión debe tenerse en cuenta de manera
adecuada. Como la Administración de una ciudad toma decisiones que siempre se
refieren también a los niños, es necesario encontrar los cauces para obtener su
opinión. Así, el alcalde pide a los niños su ayuda y sus consejos para conocer su
punto de vista. Los niños, en esta original colaboración, no representan sólo a una
de las categorías sociales, sino que asumen el papel de representar de manera paradigmática al «otro». Todos los otros, los que son diferentes del alcalde, del adulto
potente, capaz de decidir. Por lo tanto, se abandonan todas las formas de imitación
de los comportamientos adultos comunes a muchas experiencias de Consejos de
niños y de muchachos. Los niños se convierten en un grupo de trabajo que proporciona al alcalde y a sus colaboradores un punto de vista diferente y, a menudo,
alternativo.
El aspecto más interesante de esta experiencia es que pide a los niños un compromiso completamente diferente del que espera de ellos la educación, tanto familiar como escolar. En efecto, en estos dos contextos los niños deben demostrar,
en el primero, que «crecen» y, en el segundo, que «aprenden». En los dos casos, los
niños sienten que deben demostrar que saben abandonar los comportamientos y los
conocimientos infantiles para asumir comportamientos y conocimientos adultos.
En conclusión, saben que quedarán bien si dicen a los adultos lo que los adultos
piensan y les han enseñado. Sin embargo, en nuestro caso, debemos buscar con los
niños, y en los niños, sus pensamientos infantiles. Estos pensamientos que revelan
«al otro», al diferente, al lejano del pensamiento adulto, y que son capaces de representar a todos los demás: los ancianos, los discapacitados, los pobres, los extranjeros
y los enfermos.
Si logramos hacer esto, pondremos a la Administración frente a decisiones reales,
complejas y difíciles. Éste será el criterio de valoración del proyecto. Si provoca
incomodidades, molestias, problemas al alcalde y a sus colaboradores, estará funcionando correctamente y proponiendo cambios reales y, por eso, valiosos. Si, por el
contrario, es una experiencia simpática, agradable para los medios de comunicación
y para los adultos, significará que, una vez más, los niños son explotados e instrumentalizados.
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¿Y la escuela?
El proyecto «La ciudad de los niños» no es un proyecto educativo. De hecho, no
tiene como finalidad aumentar o mejorar los conocimientos o el aprendizaje de
los niños. Es más, la innovación que implanta resulta revolucionaria: son los niños los que proponen y, por lo tanto, enseñan algo a los adultos. Es un proyecto
político, porque su objetivo es cambiar las ciudades haciendo que sean adecuadas a las exigencias de los niños, y suponiendo que así serían mejores para todos
los ciudadanos. Pero esto no significa que el proyecto no implique y no afecte
a la escuela.
La escuela está involucrada directamente y con un papel muy importante
en las iniciativas del proyecto; y no sólo porque es el lugar público donde podemos encontrar y organizar a los niños, sino también porque se presume que
los objetivos del proyecto pueden y, quizás, deben ser también los objetivos de
la escuela. Lo podemos ver brevemente mediante las dos actividades indicadas
anteriormente.
A la escuela vamos solos
Esta iniciativa sólo será posible si la escuela la asume como suya y la considera de
interés pedagógico. Sólo en la escuela, y con sus profesores, los niños podrán analizar
los mejores recorridos para ir a la escuela y valorar juntos las modificaciones, para proponérselas a la Administración. Sólo en ella, los padres podrán comparar sus miedos
con las exigencias evolutivas de sus hijos y con los intereses educativos del centro.
Para la escuela no se trata sólo de un servicio, sino del interés propio. En efecto, considero que, proponer a los alumnos recorrer cada día el tramo de casa a la escuela, es
un modo simpático y correcto para obtener una buena educación ambiental, junto
con una correcta educación vial: educar a los niños para que se sientan parte de su
ambiente y sepan moverse responsable y autónomamente. Pero, la escuela también
busca otro objetivo, y quizás más importante, con esta propuesta: hacer que sus alumnos vuelvan a tener experiencias personales, a vivir aventuras que merezcan ser contadas. Una buena escuela necesita que sus alumnos lleven a ella sus testimonios, sus
descubrimientos, su vida. Actualmente esto es casi imposible, porque los niños se dan
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cuenta de que lo que hacen en las clases extraescolares y lo que ven en la televisión
no merece la pena ser contado.
El Consejo de los niños
El Consejo de los niños ejerce su actividad fuera de la escuela, en los locales públicos de la ciudad y los profesores no pueden asistir a sus trabajos (como ningún otro
adulto, excepto los animadores y los administradores). Pero nace en la escuela (en
nuestro proyecto el nombramiento tiene lugar por sorteo –en el cuarto y quinto año
de la escuela primaria–, dura dos años y está estrictamente dividido entre niños y
niñas). La escuela, si quiere, puede aprovechar esta oportunidad para hacer que la
experiencia que algunos de sus alumnos y alumnas viven fuera de sus paredes, en un
diálogo «político» con su alcalde, se convierta en una valiosa oportunidad de debate
con sus compañeros de clase y de escuela, para una efectiva y eficaz educación para
la democracia.
El Consejo de los alumnos
Pero la escuela puede hacer más. Puede hacer suya la filosofía del proyecto y reconocer su deber de responder a todo lo afirmado en el artículo 12 de la Convención
de los Derechos de la Infancia de la ONU. Si los niños tienen derecho a expresar su
opinión cada vez que se toman decisiones que les afectan, esto deberá tener lugar
en la ciudad, como hemos explicado, pero no podrá no tener lugar en la escuela,
donde «todas» las decisiones afectan a los niños. La escuela puede crear dentro de
su estructura un Consejo formado por alumnos, representantes masculinos y femeninos de diferentes niveles escolares durante un curso escolar. Periódicamente
(cada semana o cada quince días), el Consejo se reúne con el director de la escuela
y con él examina los diferentes aspectos y problemas, sin límites y censuras. Los
consejeros podrán después presentarse ante sus compañeros de clase para discutir
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y preparar las reuniones del Consejo. Esto no significa que la escuela deba estar
hecha como la quieren sus niños y niñas, sino que una buena escuela no se puede
y no se debe hacer sin saber qué piensan éstos (como dice la Convención). ¡Las
escuelas que no abran este espacio de atención y debate irán en contra de la ley y
deberían cerrarse!
Pero ¿existen los recursos económicos?
A menudo, se responde a las peticiones de los niños y niñas diciendo que no existen
recursos económicos. Es fácil pensar que, en la actualidad, con la crisis internacional
que estamos sufriendo, esta justificación será todavía más frecuente. Pero aquí es necesario pedir a los políticos que hagan cuentas con más competencia y exactitud. Es
necesario saber distinguir entre gasto e inversión. Comprender que gastar en beneficio de los niños no es un coste real, sino una verdadera inversión productiva, incluso
desde el punto de vista económico. Kofi Annan, el presidente de Naciones Unidas, el 8
de mayo de 2002, en Nueva York, al abrir la Sesión Especial de la ONU para la Infancia,
cerraba su intervención diciendo: «¿Cómo podemos fracasar, sobre todo ahora que sabemos que cada dólar invertido en la mejora de las condiciones de la infancia produce
para toda la sociedad una ganancia de 7 dólares?». Éstas son decisiones de filosofía de
gobierno de la ciudad.
James Heckman, premio Nobel de Economía en 2000, en una entrevista de
2008 explicaba por qué lo que se gasta en la infancia se considera una inversión
y no un gasto, mencionando dos investigaciones que han estudiado los efectos de
los proyectos estadounidenses Perry Preschool y Syracuse Preschool. En los dos
casos, en estos programas educativos de alta calidad, se incluía a niños de bajo
nivel social y con un coeficiente intelectual (CI) inferior a la media. Veinte años
después, se pudo demostrar que los sujetos tenían una mejora escolar y un éxito
en la vida significativamente superior a sus iguales; tenían una tasa de criminalidad
un 70% más baja y, en total, el dinero invertido había producido 5,70 dólares por
cada dólar y se preveía que este rendimiento, a lo largo de toda la vida, aumentase
a 8,70.
¡A los administradores que tienen poco dinero, siempre les aconsejo invertirlo en
los niños, porque, en la actualidad, no hay otras formas de inversión más rentables!
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Algunos ejemplos
Con los siguientes ejemplos, se podrá comprender mejor la delicada dinámica que
se crea con la participación de los niños en el gobierno de la ciudad, y entender qué
ciudad, qué ambiente proponen los niños.
«Hagámoslo a medias»
Durante una reunión con el Consejo de los niños de Asti, pregunté qué era lo que, según
ellos, no funcionaba bien en la ciudad. En ese Consejo, estaban presentes chicos de la
escuela secundaria y, precisamente ellos, dijeron, en primer lugar, que en Asti había pocos aparcamientos. A mi pregunta, extrañado ante su preocupación, respondieron que
sus padres no conseguían nunca encontrar un aparcamiento. Un ejemplo de cómo los
niños tienden a dar las respuestas que, según ellos, el adulto espera; las inteligentes, las
que podrían dar los propios adultos. Pero Aurelio, de 9 años, en cuarto año de la escuela
primaria, dijo: «No, para mí los aparcamientos son demasiados». Ésta era, evidentemente,
una propuesta suya, infantil; sin duda no sugerida por los adultos, una típica «tontería» infantil. Le pregunté por qué el exceso de aparcamientos era un problema para él y Aurelio
me explicó que, de ese modo, los niños no tenían sitio para jugar. Le respondí: «Mañana
me reuniré con vuestro alcalde y con la Junta, ¿qué quieres que proponga en vuestro
nombre?». Lo pensó un momento y dijo: «Dile que se podría hacer a medias».
Una propuesta aparentemente extraña, que hace sonreír a los adultos, pero que, si
se mira bien, es muy seria e incluso prudente.Aurelio, con esta propuesta, nos obliga a
una amarga reflexión porque de hecho nos dice: «Sé que mi padre y el alcalde no me
quieren a mí más que a sus coches, por lo tanto, pido que a los niños se nos trate por
lo menos como a los coches». ¡Que humillación para nosotros, los adultos!
«Queremos el permiso de esta ciudad para salir de casa»
Los niños consideran inaceptable que una ciudad no permita a una parte de sus ciudadanos que disfruten de sus espacios públicos. El Consejo de los niños de Roma ha de-
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dicado a este problema todo un año de trabajo y, en la reunión final de junio de 2002,
que, como es costumbre, el Consejo de los niños celebra con el Consejo municipal,
con el alcalde y la Junta, Federico, un consejero de 11 años, resumió el trabajo desarrollado con esta petición: «Queremos el permiso de esta ciudad para salir de casa». Una
petición sorprendente, porque un niño puede pedir este permiso sólo a sus padres,
y sólo ellos pueden concederlo o negarlo. Pero Federico sabía que sus padres se lo
niegan «porque la ciudad no lo permite» y, por eso, dirigiéndose al alcalde le dijo «entonces dame tú el permiso para salir de casa». Desde ese día, la petición de Federico se
ha convertido en un plan de trabajo para la ciudad de Roma, que se pregunta cómo es
posible aumentar la autonomía de los niños en una ciudad tan grande y complicada.
El problema es importante, porque se refiere a uno de los temas centrales del debate
actual, y, probablemente, del futuro, en nuestras ciudades, el de la seguridad urbana.
La propuesta más frecuente para resolver el problema de la seguridad urbana es
el aumento de la protección: aumento de las defensas individuales, desde las puertas
blindadas hasta las armas personales; aumento de las defensas sociales, desde la policía hasta las cámaras de vigilancia en las calles. Pero estas soluciones se han revelado
siempre ineficaces, si es verdad que Estados Unidos, el país donde más se invierte en
protección, continúa siendo un país muy inseguro. De esto estaban convencidos los
habitantes de algunos municipios del Gran Buenos Aires, el gran cinturón urbano que
rodea la ciudad de Buenos Aires, que, cansados de las continua violencia y robos que
sufrían sus niños, decidieron no solicitar mayor presencia policial, sino una mayor
presencia de los habitantes de los barrios para proteger a los niños en los recorridos
casa-escuela, siguiendo las indicaciones de nuestro proyecto «La ciudad de los niños».
Se implicaron los comerciantes y los artesanos, los ancianos y los ciudadanos para
crear una vigilancia social en los recorridos de los niños y, según los testimonios de
los promotores, los actos criminales contra los niños disminuyeron significativamente.
La propuesta se ha extendido a muchos municipios y se está imponiendo también en
la Capital Federal. En agosto de 2005, en la ciudad de Buenos Aires, se llevó a cabo
una Convención sobre la Seguridad urbana y el responsable de este servicio declaró
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Frente a las casi 3000 víctimas del terrible atentado del 11 de septiembre de 2001, en el mismo año, en Estados
Unidos, murieron 30.000 personas en accidentes causados por el uso de armas de fuego (fuente Mann, M.,
L’impero impotente, Piemme, 2004).
(3)
Clarín, el periódico argentino de mayor difusión, ha dedicado a esta iniciativa varios artículos. El de 16 julio de
2003, en un artículo titulado «La gente se une para cuidar a los chicos camino al colegio» hace expresa referencia
al proyecto «la ciudad de los niños» y confirma la disminución de actos criminales después de que el vecindario,
los comerciantes y los ancianos se movilizasen para garantizar seguridad a los niños que van al colegio en los
municipios de Burzaco, Adrogué, Rafael Calzada, Martínez y Villa Adelina.
(2)
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que, en los municipios donde se desarrollaba esta iniciativa, se había registrado una
disminución de los actos criminales urbanos de, al menos, un 50%.
«Los adultos nos pueden ayudar, pero de lejos»
Los niños del Consejo de los niños de Rosario me contaron que les pararon y, bajo
amenaza de armas, les robaron las zapatillas de deporte, los anoraks y la bicicleta. Pero,
a pesar de ello, reivindicaban su autonomía.Yo temía que, en estas condiciones, fuese
imposible que surgieran propuestas razonables y admisibles. En efecto, la discusión
comenzó con una serie de peticiones razonables como «más policía, más compañía
de los adultos, más cámaras de vigilancia en las calles». Pero su Intendente ya sabía
todo esto. Hasta que un niño dijo: «Que los adultos nos cuiden, pero de lejos». Una
propuesta imprevista, que nos llama a una reflexión profunda. Una propuesta que yo
devuelvo a los niños que la aceptan y la enriquecen:
«Cuando seamos mayores, no podrán acompañarnos y entonces tendremos miedo»
(la autonomía no se puede inventar con 12 ó 14 años, pues se construye día a día desde
el nacimiento). «Si nos dejan y nos observan, entenderán que somos autónomos» (una
triste petición de confianza a los padres que piensan, cada vez más, que sus hijos son
incapaces y necesitan protección y vigilancia). «Pueden darte autonomía mostrándote
que a veces no hay peligro» (no es verdad que, para proteger a los niños, sea mejor
aterrorizarles; es necesario ayudarlos a construir confianza y seguridad). «Cuando estás
acompañado de otros niños, no tienes miedo. Es menos probable que te asalten» (conciencia de que juntos pueden vencer el miedo y el peligro). El debate termina con la
famosa propuesta de Hernán que, con respecto a la seguridad de los niños, dice:
Es fácil: son suficientes dos padres tomando mate en cada manzana. Los niños nos
necesitan a nosotros, los adultos, pero no de la mano, no para vigilarlos, sino de
lejos. Lo que piden es crear un ambiente sereno donde la solidaridad y la atención
de todos faciliten una situación de seguridad, incluso para los más pequeños.
Pero en el debate surgió una durísima denuncia por parte de Victoria, una niña de
10 años; una denuncia que después de varios años me sigue alterando: «La culpa de
todo es de los mayores. Hay que poner límites a los mayores». Me temo, con vergüenza,
que es una propuesta muy sabia.
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«Que no esté prohibido jugar»
La segunda condición necesaria para poder jugar, una vez que se puede salir de casa
sin control y que se tiene el tiempo libre para hacerlo, es tener sitios donde ir. En
relación con esto, los niños del Consejo de los niños de Roma realizaron un inquietante descubrimiento: en el Reglamento de la Policía Urbana, el artículo 6 decía «Está
prohibido cualquier juego en suelo público». Considerando que este artículo era contrario al artículo 31 de la Convención de los Derechos del Niño, escribieron al alcalde
pidiéndole que modificase el artículo. El alcalde respondió a los niños reconociendo
que su propuesta era correcta y prometiendo cambiar el artículo 6 del Reglamento. Un año después, el Consejo municipal aprobó el nuevo artículo 6, que dice: «El
Ayuntamiento, en cumplimiento del artículo 31 de la Convención de la ONU, del
20-11-1989, sobre los Derechos del Niño, de la ley nº 176 del 27-5-1991, promueve el
juego de las niñas y los niños en las áreas de uso público».
Pero, para poder jugar, no es suficiente que no esté prohibido y que se pueda salir
con suficiente seguridad; son necesarias otras dos condiciones que faltan y que los
niños piden claramente: tiempo libre y espacio público.
Tiempo libre para jugar
Con los niños del Consejo de los niños de Roma hemos discutido si los dos artículos
de la Convención de los Derechos del Niño, de 1989 –el 28, que afirma el derecho a
la educación, y el 31, que afirma el derecho al juego– tienen en su vida diaria un peso
igual. En efecto, se debería considerar que, siendo dos artículos de la misma ley, deberían tener igual dignidad, igual respeto e igual consideración. Naturalmente no es así.
A menudo, los niños no tienen tiempo para jugar, mientras que nunca sucede que no
tengan tiempo para ir a la escuela o para hacer los deberes. El Consejo de los niños ha
escrito una carta abierta a todos sus profesores para pedir que no pongan más deberes
para casa durante los fines de semana y durante las vacaciones. Los niños proponen hacer, durante esos periodos, algunas actividades, pero sólo las deseadas y sin controles.
La petición de los niños romanos ha tenido una gran repercusión en los medios de
comunicación, tanto locales como nacionales; muchos expertos se han manifestado a
su favor, pero no ha llegado la necesaria respuesta de la escuela.
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Un espacio público para jugar
La segunda condición necesaria para poder jugar es tener sitios a donde ir. La ciudad
ofrece a los niños (para ser más exactos, ofrece a los padres que tienen niños) jardines dedicados al juego infantil, ludotecas, parques temáticos, etc. Lugares reservados
a los niños, pero donde es necesario que vayan acompañados y donde permanecen
bajo la estrecha vigilancia de los adultos. Éstos no son lugares adecuados para una
actividad tan importante como el juego. Para jugar, los niños necesitan un espacio
que crezca con sus capacidades, sus autonomías y sus competencias. Un espacio
que sepa acompañar su desarrollo, que sepa ofrecer experiencias nuevas, nuevos
descubrimientos, nuevas riquezas. Los niños, para crecer y jugar, necesitan la ciudad,
ni más ni menos.
Los niños de Buenos Aires nos lo explican muy bien en sus propuestas, que indico
a continuación y que podrían convertirse en interesantes temas de trabajo para diseñadores, arquitectos, urbanistas y administradores.
 Para que no tengamos miedo, las calles no tendrían que estar tan calladas.
 Los parques tienen todos el mismo nivel y uno no puede esconderse.
 Los adultos hacen siempre juegos iguales en todas las plazas, y no tiene gracia,
porque es como ver la misma película todo el tiempo y no hay sorpresas.
 Queremos juegos para trepar; nos gusta trepar, porque podemos ver desde
más alto y eso es divertido.
 Una plaza para divertirse: hay que compartir el espacio; no hace falta policía;
debe ser sin padres; debe ser sin demasiada seguridad.
 Además de seguridad, queremos alegría.
 Nos gustaría que pusieran matorrales, para besarnos a escondidas.
Si no les es posible esconderse, jugar a lo que cada uno quiere y no a lo que
proponen los adultos, contrastar puntos de vista, reunirse con otras personas y
besarse a escondidas, no son lugares buenos para el juego de los niños. Pero, además, para ser buenos, tampoco deben ser «demasiado» seguros, de otro modo el
riesgo, componente fundamental del juego y de la diversión, como dice Dolto, no
sería posible.
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Conclusiones
Es como si la ciudad se hubiese olvidado de los niños. Ha hecho muchísimo por los
coches, mucho por los adultos. Parece que también ha hecho mucho por los niños a
través de los servicios para la infancia; pero las guarderías, las escuelas, los jardines, los
parques de juego, las ludotecas, todos son espacios pensados más para los padres, que
no saben donde dejar a los niños, que para responder a las exigencias reales de éstos
últimos. De hecho, en esta ciudad, los niños no pueden desarrollar su actividad más
importante, su verdadero trabajo, la experiencia que condicionará su futuro más que
cualquier otra: jugar.
Una ciudad no puede asumir esta grave responsabilidad. No puede negar a sus
ciudadanos la posibilidad de disfrutar de sus derechos; al menos de aquellos definidos
y consagrados por las leyes, y el derecho a jugar está confirmado en el artículo 31 de
la Convención Internacional de los Derechos del Niño.
Y lo que les ha pasado a los niños les ha pasado a los ancianos, a los discapacitados,
a los pobres y, ahora, a los extranjeros inmigrantes. La ciudad se ha deshumanizado y
todos estamos mal (incluso para los adultos privilegiados, es difícil estar bien si sus
hijos, sus padres y sus vecinos más desafortunados están mal).
Vale la pena tener en cuenta, concluyendo estas observaciones, que la ciudad que
proponen los niños es una ciudad muy cercana a la que proponen y piden los expertos: los urbanistas, los psicólogos, los sociólogos o los pediatras. Sin embargo, queda
dramáticamente lejos de la ciudad real, la que quieren nuestros políticos con nuestro
consentimiento y nuestro voto.
La ciudad que piden los niños no es una ciudad para ellos solos, con la que no
sabrían qué hacer, sino una ciudad para todos, para estar mejor todos juntos.
En el Vesuvio, el volcán cerca de Nápoles, nace un liquen, el Stereocaulon vesuvianum, que consigue colonizar la piedra de lava, piedra muy dura, casi vidriosa. Esta
planta consigue penetrar en la lava, romperla y transformarla lentamente en un terreno fértil, donde podrán crecer las vides que producen los prestigiosos vinos del
Vesubio.
Los niños pueden ser los líquenes de nuestras ciudades: con su presencia, invadiendo con sus juegos los espacios públicos, son capaces de modificar los comportamientos de los adultos, obligándonos a respetar más el medio ambiente donde vivimos, y
donde vivirán nuestros hijos y nuestros nietos.
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