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ENCRUCIJADA
ETICA AL FINAL
DE LA VIDA
Especialista Universitario en
Derecho Sanitario y Bioética.
Murcia 2004-2005
Faustino Herrero Huertas
ENCRUCIJADA ETICA AL FINAL DE LA VIDA
1.- INTRODUCCION
1a) Contextualización. EEFV en el mundo actual
1b) La Bioética
1c) El lenguaje, ¿clarificador o tramposo?
1d) Discurso de descargo
2.- LA VIDA
2a) Parábola filial
2b) El sentido de la vida y la alegría de vivir
2c) El dolor, la enfermedad y el sufrimiento
2d) El final de la vida. Maneras de afrontarlo
3.- EL ENFERMO TERMINAL
3a) Esperanza, deseo y necesidad de vivir en entredicho
3b) Calidad de vida
3c) La dignidad humana y sus atributos
4.- LA MUERTE
4a) Muerte digna y calidad de muerte
4b) La vida como valor absoluto
4c) Eutanasia
4d) Situaciones especiales
5.- LOS MEDICOS Y LA PROFESION MÉDICA
6.- LAICIDAD v RELIGIONES Y EEFV
6a) Elogio de la multiculturalidad
6b) Pluralismo moral y laicismo
6c) La deliberación moral
6d) Argumentación de partes
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7.- EL ESTADO Y EEFV
7a) Funciones del estado
7b) Estado laico y aconfesional
8.- EL DERECHO Y LA EEFV
8a) Prohibición, despenalización y legalización
8b) La conciencia del juez
9.- EPÍLOGO Y CONCLUSIONES
10.- BIBLIOGRAFIA
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1a) CONTEXTUALIZACIÓN. EEFV EN EL MUNDO ACTUAL
Cuando se abordan temas de actualidad importantes, tanto por su
trascendencia social como por la controversia que suele suscitar su abordaje, es
conveniente explicitar una serie de aspectos y cuestiones, que faciliten su análisis y
comprensión.
Parece claro que buena parte de las dificultades del debate de la EEFV
procede del dramatismo por el que los argumentos se deslizan hacia las cuestiones de
principio, que inevitablemente se convierten en asuntos innegociables, sobre los que no
cabe acuerdo o compromiso alguno. La causa de este enfrentamiento irreconciliable
radica en el hecho de que se habla mucho de esencia y principios y poco de funciones o
consecuencias. Cuando la definición de lo que somos tiene vocación excluyente de
cualquier otro tipo de análisis, se produce una desatención absoluta del problema a tratar
y se ignoran tanto la realidad social incontrovertible, como las soluciones de los
desafíos a los que nos debemos enfrentar.
Según lo que acabo de enunciar, “el derecho a morir dignamente” es uno
de los más paradigmáticos y, en mi opinión, debería ser inalienable e individual. Este
derecho no consiste en elegir entre la vida y la muerte, como malintencionadamente
mantienen algunos, sino en poder elegir entre dos formas diferentes de morir. Para
algunos enfermos terminales (ET) la muerte no lo es todo, es lo único. Mientras los
seres humanos tenemos muchos problemas, los ET sólo tienen uno.
En los últimos tiempos, estamos asistiendo al desarrollo de unos avances
científicos y tecnológicos espectaculares, que han posibilitado la puesta en práctica de
medidas tanto diagnósticas como terapeúticas en la lucha contra la enfermedad, que
solamente unos años atrás hubieran parecido de ciencia ficción. En ocasiones, estas
medidas son inadecuadas por lo excesivas y no sólo no consiguen la curación, ni
siquiera la mejoría, sino que conllevan efectos secundarios graves, reflejo de una
obstinación terapeútica reprobable y sádica.
Igualmente, la relación médico-enfermo ha sufrido un cambio tan drástico,
que ha convertido el secular paternalismo médico en un modelo autonomista, en el que
el paciente es el agente activo y principal, con el consentimiento informado como un
elemento básico de la relación.
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Sin embargo, en el apartado de la EEFV, prácticamente aún está todo por
hacer, quedan por superar muchos tabúes de la civilización occidental. No se le
pregunta al paciente cómo y donde quiere morir, hurtándole el protagonismo de su
propia muerte y, sobre todo, el derecho elemental a una muerte natural, digna y
tranquila. El resultado, como dice F. Marín Olalla, es una mala muerte (1). Por ello, el
objetivo principal de la Medicina y de los médicos debe ser el proporcionar a todos los
pacientes una muerte en paz y digna.
Los cuidados paliativos (CP) se erigen como la mejor y más integral
manera de atender a los enfermos al final de su vida. Para la mayoría, estos cuidados
representan el bálsamo protector para vivir dignamente en estas circunstancias penosas.
No se trata de que vivan más, sino de que vivan mejor. Pero a veces, los CP no pueden
controlar esa experiencia vital compleja que es el sufrimiento humano y no anulan ni
confunden la capacidad de elección que, en base a su libertad, anteponen y esgrimen
algunos pacientes, que no están dispuestos a aferrarse a la vida bajo cualquier
circunstancia. Para estas personas, morir con dignidad es tan importante como vivir con
dignidad y lo residencian en la facultad de poder preservar la capacidad de decidir hasta
cuando van a soportar un sufrimiento irreversible e insuperable. Consideran primordial
el mantenimiento del control de su vida hasta el final, incluído el adelanto voluntario de
su muerte. No eligen entre vivir o morir, sino morir de una manera u otra La vida se ha
convertido en un suplicio, no le encuentran sentido y deciden renunciar a ella (2).
La Medicina como disciplina y los médicos como sujetos activos que la
desempeñan, adquieren una especial relevancia en estas situaciones. Hasta ahora no ha
habido cultura, ni mentalización de cómo actuar al final de la vida, incluído el hecho
natural y fisiológico de morir. Por suerte, cada vez existe mayor sensibilización entre
los profesionales, que van incorporando lentamente saberes y destrezas que no se
enseñan en las Facultades de Medicina. Siempre deben escuchar con respeto los afanes
y desvelos de los enfermos, al propio tiempo que deben transmitirles la sensación de
que “pase lo que pase nunca te vas a encontrar solo, desamparado o desasistido”.
En este orden de cosas, tanto el Estado como el ordenamiento jurídico
deben estar atentos a los cambios de una realidad social muy dinámica, producto de una
muticulturalidad creciente y de un acercamiento inexorable a un pluralismo moral
deseable, para cumplir cabalmente con su misión. En el caso del Estado corresponde
planificar, promover y legislar medidas encaminadas a lograr una buena muerte como
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conquista del progreso y en el caso del Derecho debe procurar un marco legal de
actuación, que evite desviaciones o excesos, o, en su caso, los corrija.
Las creencias, convicciones y sentido de la trascendencia de los enfermos
adquieren una dimensión básica, digna de respeto y a las que deben quedar supeditadas
todas las medidas encaminadas a asistir a los que nos piden ayuda para aliviar o acabar
con su sufrimiento. Cada persona es un mundo y cada caso tiene un cúmulo tal de
complejidades y matices, que hacen de la deliberación un proceso obligado por parte del
médico y su entorno próximo. La ética de responsabilidad y de calidad de vida, deberá
ser la futura guía, en detrimento de una ética de principios, rígida e insuficiente para
estos menesteres, en una sociedad contemporánea, que debe abogar por la laicidad como
base de una convivencia armónica y como garante de los derechos individuales.
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1b) LA BIOETICA
Es una parte de la Ética, con pocos años de existencia, que se ha
revelado como la herramienta más eficaz, ¿quizá la única?, para profundizar y
progresar en temas que nos atañen a todos, sin posibilidad de eludirlos y que
adquieren especial relieve, tanto al principio como al final de la vida. Se basa en 4
principios básicos de no maleficencia, justicia, autonomía y beneficencia, que son
su razón de ser y de observación obligada, siempre que se pueda.
Cuando la ética tiene vocación de laicidad, asienta sobre unos
principios y derechos comunes y fundamentales y distingue entre lo que debe ser
aceptado por todos sin distinción y lo que debe ser aceptado por la conciencia de
cada cual. Distingue entre lo que toda la sociedad debe asumir, convirtiéndolo, si es
preciso, en norma jurídica y lo que, por ser dudoso, pertenece sólo al individuo,
que debe decidir de acuerdo con lo que le dicte su conciencia (3).
Esta ética laica carga sobre la persona el peso de la decisión y la
responsabilidad moral de la misma. Hace a la persona más adulta y reflexiva, más
crítica consigo misma. Sería más una ética de responsabilidad, apegada a una
realidad insoslayable y de hechos concretos, que una ética de principios, más
abstracta, aunque no reniegue de ellos y con la misión de hacernos a todas las
personas “humanamente más íntegras”.
Sin embargo, cuando alguien habla de ética con “pretensiones
generalistas”, no es inconveniente que exprese públicamente, como sostiene J.
Júdez, sus convicciones religiosas, siempre que lo haga a título personal y en
conciencia, al propio tiempo que puede “exponer que no imponer” su visión
religiosa de máximos de la vida, que le confiere una perspectiva trascendental (4)
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1c) EL LENGUAJE ¿CLARIFICADOR O TRAMPOSO?
No deja de ser inquietante, siempre que se tratan temas relacionados
con el principio y el final de la vida (la eutanasia sería uno de ellos, junto con el
aborto, la selección de embriones y el uso de células madre), que salten a la
palestra palabras incendiarias con afán desestabilizador, como son asesinato,
masacre, limpieza étnica, nazismo, tortura, violación…, que en ningún caso van a
contribuir a la adopción de actitudes dialogantes, ni a crear el ambiente debido
para que la controversia discurra por cauces civilizados. Nada de debates de
guante blanco y, mucho menos, relajados. Nada de armonía entre contrarios, esa
especie de elegancia de espíritu y holgura de comprensión hacia el punto de vista
opuesto, eso que se llama “tener en consideración” o “ponerse en el lugar del otro”.
No se trata de abdicar de la propia opinión, sino de mostrar actitudes
conciliadoras, que posibiliten la entente en temas de profundo calado social y
eviten la adopción de posturas intransigentes, que sólo conducen al resentimiento
cuando no a un enfrentamiento enconado.
La profanación del lenguaje es uno de los grandes males de nuestra
sociedad actual. Se trata de un proceso en el que determinadas palabras se vacían
de
contenido
o
sufren
un
“corrimiento
semántico”,
mezclándose,
intencionadamente o no, con otras que están en la antípoda conceptual, por lo que
resultan contaminadas con significados espúreos, para así mejor oficiar la
ceremonia de la confusión. Libertad, autonomía, razón, voluntad y tantas otras,
son palabras de gran valor y contenido sagrado, que se deberían emplear siempre
con prudencia y sensatez. Si se las mezcla o intercambia con otras intrínsecamente
perversas, como puedan ser asesinato, nazismo, fanatismo, esclavitud, libertinaje,
se convierten en arma de intimidación o en mordaza para los que tienen otras
ideas. Cuando la prudencia puede llamarse cobardía; la autonomía, insensatez; el
inmovilismo, lealtad a unos principios y la tolerancia, nihilismo moral; la palabra
se convierte sin más en un arma para falsificar la realidad.
El compromiso por el debate público debe ser una pasión moral, que
erige a la libertad como resultado de la verdad, de igual modo que de la falsedad
proviene la confrontación violenta. La mala utilización de la palabra viene a
situarse en el umbral de la no palabra y, ya se sabe, cuando se acaban las palabras
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suele haber víctimas. De este modo, cuando hablemos de eutanasia no hablemos de
nazismo, asesinato u homicidio compasivo. No deslicemos, con vocación de verdad
apodíctica, asertos tales como que la vida es un bien absoluto, que además
pertenece a Dios, so pena de incurrir en flagrantes contrasentidos a la hora de
enjuiciar “la muerte de Cristo en la cruz”, los héroes, que dan su vida por algún
semejante o los mártires por alguna causa. Por contraposición se alude a la
denostada figura del suicida, como villano cobarde y egoísta, sin considerar, como
dice I. Sotelo, que la única diferencia con los demás ejemplos reside en la delgada
línea del móvil.
Cuando se rechaza absolutamente la eutanasia, ¿dónde queda la
voluntad inequívoca y perseverante del paciente? ¿Cómo considerar la vida un
valor absoluto y postular a favor de la inefable pena de muerte? La pena de
muerte sí que es un asesinato premeditado en nombre de la Ley, no importa cómo,
dónde y en nombre de quién se lleve a cabo. El genial Borges, diría con asombro:
“se están comiendo a los caníbales”. No puedo evitar el entrar en querella
permanente con los que equiparan la eutanasia y el crimen. ¿Cómo es posible? En
el caso del crimen, sea homicidio, asesinato o de lesa humanidad, como el genocidio
nazi ¿dónde está la voluntad de las víctimas? ¿Por qué se equipara la voluntad del
paciente, para escoger entre dos formas de morir, digna o indigna, con la voluntad
del asesino o del verdugo cuando privan de su vida a un semejante? ¿Dónde
quedan los análisis certeros de situaciones antagónicas, que no soportan la más
mínima comparación si se utiliza el rigor conceptual y la imparcialidad para
denunciar la falta de proporcionalidad y de simetría?
Con respecto al “alma de los hechos”, que son las intenciones, nada
más escabroso que el establecer juicios de valor sobre ellas. En cualquier caso, en
el crimen, intención y voluntad de matar quedan residenciadas y confundidas en el
asesino, que deja a las víctimas inermes y despojadas de cualquier oportunidad. En
la eutanasia la intención de quién la practica, siempre sigue a la voluntad expresa e
inequívoca del paciente.
Por último, el lenguaje es un Jano bifronte. Como instrumento
constructivo puede ser clarificador, parte consustancial del diálogo y llave para
acercar posturas y alcanzar consensos convenientes. Por el contrario, puede ser
tramposo, con vocación transgresora, a veces agresora, que nos puede situar en el
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umbral de la violencia, allí donde lo que importa no es tanto saber quién tiene la
razón, sino quién detenta el poder y la fuerza.
1d) DISCURSO DE DESCARGO
Las opiniones que sostengo en este trabajo son discutibles, seguro que
mejorables y puede que equivocadas. Sólo tienen el valor que cada uno quiera
darles, pero son mías en la medida que las expreso libremente, sin imposición
alguna, ni siquiera recomendación.
En el proceso de argumentación, he desechado cualquier herramienta
“extrarazón”, que pudiera entorpecer la búsqueda de un común denominador
facilitador de posturas saludables y benéficas como sería el “ponerse en el lugar del
otro”. No obstante, en temas controvertidos como la EEFV, no hay que hacerse
demasiadas ilusiones, puesto que la razón no suele ser la base los análisis
efectuados para encontrar soluciones acertadas. En más ocasiones de las deseables,
la razón suele sustituirse por miedos atávicos ante lo desconocido, lo arriesgado o
lo novedoso, que le permiten a uno seguir anclado a viejos clichés, que no
requieren esfuerzo intelectual y, por tanto, no complican la vida. En esencia y en el
fondo, se trata del “miedo a la libertad”, que ingénitamente suele tener el ser
humano y, por extensión, el miedo a ser responsable de sus actos.
Cuando se participa en un debate, siempre es conveniente dejar claro
desde donde y en función de qué se habla. En mi caso converge la triple condición
de médico, ciudadano y potencial paciente. Cualquiera que sea la perspectiva, se
me generan muchas preguntas y pocas certidumbres, que procuraré ir
desgranando en las páginas que siguen.
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2a) PARÁBOLA FILIAL
No teman, no les voy a cansar con asuntos familiares de mi sola
incumbencia. Sin embargo, voy a esbozar sucintamente dos maneras de ser, de
estar en el mundo y del sentido de la existencia que podemos adoptar los seres
humanos.
Tengo dos hijos. Uno es inmanente y el otro trascendente. Así como
suena, con el mismo padre, la misma madre y las mismas influencias de un
ambiente familiar único y común. Uno es formal, estudioso, serio y responsable. El
otro, despistado, divertido, optimista y un poco “vivalavirgen”. Si alguien me
pregunta a quién prefiero, no se lo pienso decir, pero dejo claro que ambos son
libres en su forma de vida y en la toma de decisiones, sin comprometer su
autonomía, ni verla restringida por factores ajenos a su voluntad. También me
consta que ambos son “pro vida” y consideran su libre albedrío como un bien
irrenunciable, que les permite actuar en cada momento sin otros imperativos que
los de su conciencia y el respeto a la norma legal establecida. Con respecto a la
eutanasia, ambos coinciden que no se trata de elegir entre vida y muerte, sino entre
dos tipos de muerte, digna o indigna, cuando la vida ha desertado, dimitido de uno.
Sin embargo, a pesar de las coincidencias descritas, sus formas de
concebir la vida representan dos maneras de pensar diferentes, ambas respetables
y, en absoluto, excluyentes, aunque no superponibles, so pena de perseguir la
cuadratura del círculo.
Para el inmanente, la razón nacida de la inteligencia, es la herramienta
básica para “construir” su vida, pero para ser eficaz necesita de autonomía, que le
permita decidir por sí mismo, y de libertad, para moverse sin trabas incluso más
allá de donde llega el conocimiento humano. Sabe que, en territorios vírgenes e
inexplorados, se tensa el arco de la razón y le produce, en ocasiones, un vértigo y
malestar existenciales, que identifica como incertidumbre metafísica. Sabe que el
precio de la libertad, a veces, es elegir erróneamente el camino a seguir y que la
tentación sería claudicar de la razón y asumir sistemas de pensamiento, que no le
complican a uno la vida, más bien se la facilitan.
Mi hijo el trascendente, por el contrario, se explica el mundo por
medio de la fe. La realidad la asume a través de una centralidad, de naturaleza
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divina, de tal modo que sus creencias se convierten en un sistema de pensamiento.
Reconoce que es un buen catálogo de instrucciones para “ponerse las pilas” a título
individual, pero jamás para proponerlo, y menos imponerlo, a quienes, como su
hermano, funcionan con otro “sistema de corriente”.
Cada uno sabe, parafraseando a B. Shaw, que “el que una cosa sea
buena para uno, no significa que lo se a obligadamente para los demás”. Están
cabalmente imbuídos de la idea de que sus convicciones, reglas o creencias les
sirven a título individual, pero que jamás deben utilizarlas como obstáculo o arma
arrojadiza contra quienes no piensen como ellos. Por tanto, adoptan conductas
distintas ante temas como la eutanasia, uno a favor y otro en contra, pero
coinciden en discrepar de todos áquellos que consideran inaceptable e imposible su
legalización, ni siquiera su consideración como derecho individual inalienable. No
estoy orgulloso de mis hijos, simplemente satisfecho.
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2b) EL SENTIDO DE LA VIDA Y LA ALEGRÍA DE VIVIR
Por encima de inmanencias y transcendencias, no hay nada mejor que
la vida. Permítaseme la tautología: ¡viva la vida! No es mal lema existencial,
aunque sepamos que sólo es una estación de paso. ¡Viva la vida!, aunque el dolor,
la enfermedad y el sufrimiento salpiquen y dificulten nuestro azaroso tránsito por
ella, sin previos avisos . No es mal lema, sobre todo si se tienen en cuenta las
alternativas. ¡Viva la cotidianidad!, ese cúmulo de cosas pequeñas que conforma el
día a día y que, como decía J. Lenon, nos ocurren cuando nosotros teníamos otros
planes. Aún en circunstancias adversas podemos beneficiarnos del calor irradiado
por los grandes valores inmutables como el amor, la amistad, la generosidad, la
solidaridad, la lealtad, el altruismo… Todo esto, nada menos, forma parte de la
vida.
La vida hay que vivirla en estado puro. Sin excusas, sin quejarse ni
lamentarse de lo que pudo ser y no fue. Con afán de superación y vocación de
prestidigitador, que convierte las adversidades en ventajas, con el imperativo del
hoy que no del mañana. Sin olvidar que el fracaso, naturalmente, forma parte
consustancial de la vida, pero con voluntad resuelta de impedir que maniate el
deseo de vivir, ese irreductible impulso interior, que cataliza la perseverancia y la
determinación obstinadas para franquear el paso a la alegría de vivir, alejada de
prejuicios y mecanismos de culpa esterilizantes. Como dice A. Mastretta, la vida
hay que vivirla a tope. No perderse nada por desatención, descuido o pereza. Estar
presente en la vida es el deber de alguien que está vivo y rebosar no ya deseo, sino
necesidad de vivir. No debemos temer el paso del tiempo que, como todo lo
inevitable, no nos debe hacer perder el tiempo. Hay que tener sentido del humor,
que comienza por superar el recelo sobre nosotros mismos, y extenderlo por
nuestro alrededor sin mezquindad. Se puede perder el tren, el pelo, un amigo, el
sistema inmunológico y hasta los papeles, pero lo que no se puede perder, bajo
ningún concepto, es el sistema filosófico, que considera un privilegio el hecho de
vivir y que refuerza el apego del yo a la vida, en la medida en que se refleja,
complementa y potencia con el resto de las personas del verbo.
Cuando “pintan bastos” hay que seguir adelante con voluntad resuelta
y, como dice A. Rojas Marcos (5), sin arriar la bandera de la esperanza, porque a
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pesar de ser vulnerables, tenemos mucha fuerza y posibilidades de seguir adelante.
A veces, en el oficio de vivir podemos agarrar una pájara monumental, un bajón
de temperatura moral que nos deja bajo mínimos, en el dique seco. Todo en negro.
Es el momento de recibir ayuda de nuestro entorno, sobre todo familiar, y
ponernos en manos de médicos, pues puede tratarse de una depresión tamaño
macro, mucho más allá del simple trastorno adaptativo.
Es importante dar un sentido, más que tratar de encontrárselo, a la
vida. Como decía Chardonnet, hay que aceptar todo cuanto la vida nos ofrece,
para después ir sorteando y solventando las dificultades. No nos toca a nosotros
escoger: ¿es esto resignación o aceptación previa de la derrota en la batalla de la
vida? En absoluto, el sentido a la vida se lo damos nosotros. Se trata de la
capacidad que solemos tener los seres humanos de encajar los aconteceres de
manera apropiada y decorosa, de la mano de unos valores universales establecidos
por encima de modas y usos, pero no necesariamente tiene que ser trascendente
(“soborno del cielo”), ni seria, ni aburrida, ni estar reñida con un cierto sentido
hedonista ya que, como dice A. Watts, “la vida no es un problema a resolver, sino
una realidad a experimentar”.
En este intento de dar sentido a nuestra vida, cada uno nos deberíamos
fabricar a la medida un manual personal de instrucciones para la búsqueda de esa
utopía llamada felicidad. Cada día debemos intentar buscarla en pequeñas cosas,
cotidianas y sencillas. Esto, creo, produce alegría, la alegría de vivir, menos
pretencioso y más realista que buscar la felicidad con mayúsculas todo el tiempo,
inagotable fuente de frustración por inalcanzable. Los versos de Wordsworth
serían la síntesis perfecta: “pasados los años, que sea tu mente la morada que
guarde aquellas formas hermosas de tu vida”. Un vitalista como Hemingway decía:
“se puede conocer el dolor, el sufrimiento, los sinsabores de la vida y amanecer
todas las mañanas con una sonrisa”.
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2c) EL DOLOR, LA ENFERMEDAD Y EL SUFRIMIENTO
Allí donde exista dolor, enfermedad o sufrimiento, alguien lo dijo,
existe tierra sagrada. Forman parte inseparable e ineludible de la aventura
existencial de la Humanidad y el enfermo oncológico, uno de los que mejor
encarna este aserto. Estos pacientes, sobre todo cuando la enfermedad está
evolucionada, presentan 3 tipos de padecimiento, según A. Jovell:
a) Orgánico: es el mejor estudiado y hoy día se cuenta con medios
diagnósticos sofisticados y precisos, así como con tratamientos cada vez
más eficaces y seguros, de la mano de quimioterapia, radioterapia y
cirugía. Hoy día, se puede hablar de curación cercana al 50% de los
casos, siempre que el diagnóstico se establezca precozmente.
b) Emocional: es el que altera el carácter del enfermo, y oscila desde el
profundo shock emocional, hasta una variada gama de sensaciones,
que pasan por la incredulidad, perplejidad, no aceptación, angustia,
impotencia, rabia, irritabilidad, desesperación y depresión, todas ellas
presididas por el miedo como denominador común y como sentimiento
del ser humano, que descubre temprano que nace para acabar en un
territorio desconocido llamado muerte, que es el gran miedo por
excelencia.
c) Social: se llama soledad y se manifiesta por el silencio y el estigma. El
silencio puede llegar a ser una auténtica conspiración, como si hubiera
un acuerdo tácito de ocultación, que conduce a situaciones de
desamparo emocional con cierta estigmatización social.
Mientras el dolor físico suele ser el síntoma más temido de la
enfermedad orgánica, que no aporta nada, sólo degrada a la persona, el
sufrimiento espiritual lo es de la emocional y la soledad de la social. En estas
situaciones adquieren especial relevancia el círculo familiar del paciente, los
médicos y personal de enfermería que le atienden, los psicólogos y el voluntariado.
Todos ellos, por medio de los Cuidados Paliativos, cuando la enfermedad es
incurable, deben contribuir a pasar el “trago existencial” de la mejor manera
posible. Con decoro y dignidad.
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2d) EL FINAL DE LA VIDA. MANERAS DE AFRONTARLO
A medida que la vida se acerca a su final, se perciben una serie de
sentimientos y se traslucen unas sensaciones, que tienen que ver más con la tristeza
y la melancolía que con irrefrenables deseos y necesidad de vivir. Debemos
aprender a aceptar la muerte para, cuando nos llegue la hora, estar preparados de
la mejor manera posible. A veces llega, como los ladrones, de rondón, sin previo
aviso y de manera súbita, ¡qué suerte! si le ahorra a uno y a su entorno el dolor y el
sufrimiento, mantenidos en el tiempo, que conlleva toda pérdida. Otras, como dice
N. Bobbio, la vida se desliza de modo lento e imperceptible, pero irreversible, con
la certeza de que el tiempo se acaba, no se sabe cuanto, pero cada vez menos. En
esta tesitura, a la muerte, en palabras de R. Bayés, hay que aceptarla como un
bien, que a los creyentes les permite abandonarse en las manos de un Dios
bondadoso o a los agnósticos terminar la labor que les ha sido encomendada, con la
satisfacción del deber cumplido. No deja de ser una suerte que, en los últimos
tramos de la vida, haya seres humanos que alcanzan el bienestar con pequeñas
cosas, en las que anteriormente no se había reparado y que, prosigue R. Bayés,
curiosamente ninguna puede comprarse con dinero (6).
Pero la muerte tiene “mil puertas” y a veces, el dolor, el sufrimiento y
la enfermedad, a los que antes hemos aludido, toman carta de naturaleza y nublan
una existencia hasta entonces bien aceptada. Es en estos momentos críticos cuando
la Medicina y el quehacer médico adquieren especial relevancia con el único norte
de evitar en lo posible la angustia, el miedo, la soledad y el desamparo, con la mira
puesta en ayudar a morir en paz a quien lo necesite.
Para ello, contamos hoy día con la ayuda inapreciable de los Cuidados
Paliativos (CP), unos cuidados integrales, encargados de la atención física y
espiritual de los pacientes según precisen, incluída la sedación terminal si llegara el
caso. Con ellos se logra en la mayoría de ocasiones que el paciente viva en paz y
con dignidad la última etapa de su vida y acceda a una muerte en las mismas
condiciones (7).
Los CP deben estar presentes en toda discusión sobre la EEFV. Deben
estar extendidos, como un derecho real y efectivo, a toda la población, del mismo
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modo que cualquier planteamiento sobre la eutanasia jamás debería justificarse
por la ausencia o imposibilidad de recibir dichos cuidados (7).
El que los CP falten en muchas zonas del territorio español, sólo habla
del escaso desarrollo que por el momento tiene la Ley de Cohesión y Calidad,
aprobada por consenso unánime, que reconoce el derecho a recibir, por parte del
enfermo, tanto CP domiciliarios como hospitalarios.
Pero hay que tener mucho cuidado y no caer en actitudes prepotentes y
triunfalistas si se piensa que cualquier situación de sufrimiento o menoscabo de la
dignidad humana puede ser reparada por la medicina omnipotente. Siempre
quedarán pacientes a los que una atención médica conveniente, rigurosa,
planificada e individual, no resolverá sus problemas ya físicos, ya espirituales.
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3a) ESPERANZA, DESEO Y NECESIDAD DE VIVIR EN ENTREDICHO
Dentro de la enorme variedad, hay enfermos terminales (ET),
afortunadamente pocos, atrapados en un túnel interminable, cuyo espíritu
maltrecho encerrado en un cuerpo inerte, les supone un infierno sin tregua, ni
posibilidad alguna de escapar del sufrimiento del espíritu y los infinitos tormentos
de la carne. En esta situación hay tantas actitudes y comportamientos vitales como
ET y, en algunos de ellos, la muerte tiene el efecto de la droga más adictiva. Se
trata de los que sólo tienen un problema, mientras los demás seres humanos los
tenemos innumerables. Son aquellos para los que la vida es un suplicio, a pesar de
los solícitos CP y la muerte su verdadera, a veces la única, curación. Aquellos cuyo
cuerpo es la dura anatomía del desastre y su espíritu pura bancarrota emocionalAcumulan, parafraseando a M. Bennedetti, demasiado dolor para paliarlo y
demasiado sufrimiento para olvidarlo. Aún con todo, lo peor es el miedo y la
angustia que pasan todo el tiempo, sin visos de mejora, y la sofocante soledad que
padecen, origen de un desamparo e indefensión absolutos, sin nada ni nadie que lo
remedie, incluso aunque su entorno sea benemérito y bienintencionado.
La imagen de estos ET enfrentados a sí mismos, despojados de la
esperanza de vivir (a veces son los médicos los responsables, por su crudeza y falta
de tacto, al comunicar un diagnóstico devastador) y huérfanos por agotamiento del
deseo de vivir, nos acerca a F. Kafka, cuando una fría mañana de invierno paseaba
con su amigo Januch por Praga y éste le preguntó: “¿existe la esperanza? Sí, le
contestó el escritor, pero no para nosotros”.
Cuando un ser humano no tiene esperanza ni deseo de vivir, el fin está
cerca. En estas circunstancias la normal y fisiológica necesidad de vivir no existe,
brilla por su ausencia, sin que ello implique que no persistan, incluso agudizadas,
la lucidez, que permite el conocimiento exacto de su situación, y la voluntad
determinada de poner fin a su situación.
Para algunos ET, la pérdida de
autonomía representa el fin. Respiran, pero espiritualmente son cadáveres.
Zombis, muertos en vida, cuya autonomía no es siquiera una carta otorgada y,
mucho menos, un ejercicio de soberanía intelectual e individual. Mientras estos ET
no tengan un historiador entre ellos, su historia la seguirán escribiendo otros.
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3b) CALIDAD DE VIDA Y HUMANIZACIÓN DE LA MEDICINA
Son dos aspectos básicos de la época que nos ha tocado vivir, que van
indivisiblemente unidos y no se pueden concebir el uno sin el otro, so pena de
incurrir en graves carencias conceptuales.
En abril de 2005 se ha celebrado en Aquisgrán el IX Congreso de la
Asociación Europea de Cuidados Paliativos, en el que se han resaltado varios
puntos, que considero de interés.
El 75% de la población desearía morir en su domicilio bien asistida. De
momento, no deja de ser una pretensión utópica en un país como el nuestro, donde
sólo el 25% tiene asegurado el acceso a los CP en la medida necesaria.
Sería deseable que esta asistencia al ET, emanara del trabajo
multidisciplinar y en equipo, con el afán puesto en preguntar cuales son los
síntomas, para mejor tratar de aliviarlos y atender solícitamente cuales
sus
necesidades. Buenos clínicos, especialistas en dolor, psicólogos y personal de
enfermería, expertos en CP, serían los encargados de ayudar a afrontar al
paciente, tanto el final de la vida como una buena muerte. La puesta en práctica de
estas medidas disminuiría, por otro lado, la presión de por sí elevada en servicios
de Urgencias, que no son los lugares debidos para asistir a pacientes de estas
características.
En estas situaciones emerge como figura clave el voluntariado. El
voluntario aporta desinteresadamente su quehacer serio, discreto y callado para
ayudar en cualquier necesidad al ET. Como contrapartida necesita confianza y
respeto, tener un coordinador competente y sensible, así como tener la posibilidad
real de formación continuada, supervisión y ayuda en el trabajo.
La humanización de la relación médico-paciente es un factor básico y
necesario, conformado por palabras, sentimientos y actitudes. La comunicación
permite la comprensión mutua y aleja los demonios interiores que genera el
silencio, siempre esterilizante. El médico “empatiza” en la medida que comprende
al paciente y conoce sus anhelos y por último, la actitud de respeto al paciente,
pasa por el reconocimiento irrestricto de su autonomía y libertad (5).
19
3c) LA DIGNIDAD HUMANA Y SU ESENCIA
A diferencia de las demás especies, el ser humano es sujeto ético, es
decir, está capacitado para hacer juicios de valor, decidir entre el bien y el mal y
optar libremente por uno o por otro. Aquí, es donde reside la dignidad de la
persona humana, con independencia del uso que haga de esta capacidad y de sus
consecuencias, ya sean o no benéficas. Por tanto, es el valor que cada uno tenemos
como personas únicas e irrepetibles, que encarnan, por tanto, un proyecto de vida
único, libre, creativo e imprevisible, que merece ser respetado.
Vivir en paz, con dignidad, representa, por tanto, una aspiración lícita
y lógica de cada uno de nosotros, que se debe extender al último tramo de la vida,
incluído el momento de la muerte.
Para algunas personas, morir con dignidad es preservar su capacidad
de decidir hasta cuando van a soportar un sufrimiento irreversible e insuperable.
Esas personas aspiran a ejercer el, de momento controvertido y difícil, derecho a
morir y, en absoluto, piensan que el sufrimiento sea la llave de entrada al paraíso
eterno (1).
Por último, se puede considerar a la dignidad como un valor sagrado y
en esa medida debe ser respetada. El respeto a los demás, implica el respeto a su
libertad y autonomía, sean o no ET. No se trata de virtud aprendida, ni nace de
fidelidad a códigos, ni depende del aprendizaje forzado de preceptos, que inculcan
iglesias o partidos políticos. Surge más bien de la capacidad de situarse en el lugar
del otro (empatizar), de manera espontánea, quizá ingénita. El respeto debe
implicar tolerancia con el que no piense como nosotros y conciba de modo distinto
la felicidad. Intolerancia sería prohibir que los demás expresen sus ideas y que
ejerzan sus derechos.
20
4a) MUERTE DIGNA Y CALIDAD DE MUERTE
Los seres humanos son los únicos animales metafísicos que saben desde
muy pronto que tienen que morir, lo cual justifica por sí solo su angustia
existencial y, en muchos casos, su afán de trascendencia. No obstante, existen
mecanismos ingeniosos, no exentos de sentido del humor, que ayudan a pasar el
“trago existencial”, como el razonamiento esgrimido por Epicuro cuando le
preguntaron si tenía miedo a la muerte y contestó negativamente porque “cuando
está uno, no está la muerte y cuando está la muerte, es uno el que no está”. Sin
embargo, algunos ET constituyen la excepción a esta ingeniosa y epicúrea regla:
¿qué ocurre cuando un paciente está “muerto en vida”?
Actualmente, un proceso tan personal e íntimo no sólo está protegido y
tutelado por los poderes públicos, sino que puede estar penalizado, lo que no deja
de ser una obscena y jactanciosa intromisión de lo público en lo privado.
Morir es lo último que hacemos en esta vida y, aunque sólo fuera por
eso, merecería la pena hacerlo bien. Aunque la Medicina está en condiciones de
conseguir una muerte sin dolor ni sufrimiento, el Sistema Sanitario Español, tan
modélico en otros aspectos, es incapaz actualmente de garantizar a todos los
enfermos los cuidados necesarios para proporcionar una buena muerte.
En ocasiones, el dolor y el sufrimiento se perpetúan, bien por la
inexperiencia de médicos superados por la situación, bien por creencias
inveteradas que asocian la vida con un valle de lágrimas y la muerte con una
liberación, que hay que pagar con sufrimiento. A veces, el paciente inicia un
peregrinar por distintos Servicios de Urgencias, donde suele recibir ayuda puntual
e insuficiente o ingresos en plantas de hospitalización de agudos o en UCIS, que
lógicamente no están diseñados para atender a ET y mucho menos su agonía.
Hoy parece fuera de toda duda que la prolongación de la vida de una
persona en la fase terminal de una enfermedad, puede ser causa de situaciones
indignas y de sufrimientos innecesarios, sino se proporciona algún tipo de ayuda
médica necesaria y beneficiosa. Prolongar la vida contra su voluntad a estos
pacientes, constituye una crueldad y una indiferencia absoluta por la dignidad
humana. Sería el llamado “encarnizamiento terapéutico”, intolerable hoy día
desde cualquier punto de vista (8). ¡No a la vida a cualquier precio y sin
21
condiciones! La muerte no se opone a la vida, sino que va incluída en la vida
misma, como proceso que la culmina.
Pocos acontecimientos más íntimos y sacrosantos existen que el
derecho a disponer de la propia vida. El derecho constitucional a la intimidad
debería incluir el derecho del ET, adulto y capacitado, a elegir el momento y la
forma de morir, que debería ser digno, sereno, discreto y confortable. Se debería
amparar la decisión voluntaria, competente y racional del paciente de solicitar al
médico ayuda para morir del modo más natural que sea posible. De igual modo, se
debe respetar la decisión del ET de rechazar el tratamiento, cuando considera su
enfermedad, terminal e irreversible, un castigo insoportable. Como sostenía
Herodoto: “cuando la vida es una pesada carga, la muerte se convierte en ansiado
refugio para el hombre”
Hay que hablar de calidad de muerte, no solamente de calidad de vida,
y este concepto es el que justifica plenamente la creación de equipos de CP. Ningún
ET debería carecer de asistencia médica cuando lo precise, incluída la agonía, pero
la situación nacional actual es preocupante debido a que sólo 1 de 4 enfermos es
asistido debidamente. Al ritmo actual de envejecimiento, con aumento progresivo
de la expectativa de vida en nuestro país, la creación de una red suficiente de CP
debería ser contemplada en cualquier mapa sanitario de necesidades, e incluso
erigirse en prioridad.
Por último, el morir tendrá que desmitificarse y pasar a considerarse
como algo natural y fisiológico. Desde este punto de vista, la muerte no se opondría
a la vida sino que, como ya hemos dicho, iría incluída en la vida misma. Espero que
con el tiempo, la muerte y el proceso de morir, serán despojados de sus tabúes y
entrarán antes o después en el ámbito d la Medicina activa y, además, en el de la
jurisprudencia. Quizá no estén lejos los días en que se dicten normas y leyes que
regulen la elección de la muerte, de la misma manera que se regulan los
transplantes, los nacimientos o los matrimonios. Remedando el estribillo de una
canción del grupo REM, ojala pronto todas las personas pudiéramos decir: “es el
fin de mi vida en esta vida, y yo me siento bien”
22
4b) LA VIDA COMO VALOR ABSOLUTO
Como ya he referido anteriormente, la vida es lo más valioso que
tenemos los seres humanos, pero con ser lo más valioso no significa que sea lo
único y menos a cualquier precio y sin condiciones. Es el problema que tienen
determinadas palabras (absoluto, es una de ellas) cuando se las carga de todo el
significado que encierran, sin restricciones. Como todo maximalismo, se convierten
en “armas” excluyentes de otras alternativas, y eso es peligroso para la convivencia
y armonía en sociedades modernas que, como la nuestra, tienden de manera
creciente y progresiva al pluralismo moral y la multiculturalidad. Armonía entre
contrarios, más allá de la tolerancia y la coexistencia pacífica, es la que debería
presidir e iluminar la EEFV.
No deja de ser respetable el mantenimiento, por parte de bastantes
personas, de creencias y actitudes, soportadas habitualmente en cuerpos
doctrinales religiosos, que consideran la vida como un valor absoluto. Por ello, se
deben respetar las conductas encaminadas a preservar la vida por encima de todo,
siempre y cuando se ejerzan desde el plano de los derechos individuales, emanados
del ámbito íntimo o de conciencia de las personas que así lo quieran. Pero, no
dejaría de ser una intromisión inaceptable, en ese círculo íntimo e inviolable de las
personas que no piensan como ellos, si se intenta prohibir cualquier
comportamiento, que se desvíe de sus convicciones o creencias.
A título personal, creo fuera de toda duda, que hoy día a la luz de la
razón e inteligencia humanas, la vida no es un valor absoluto, so pena de caer en
flagrante
contradicción,
como
enunciaba
al
principio,
si
se
analizan
acontecimientos como la pena de muerte, la muerte de Cristo o la figura de los
héroes y los mártires. Igualmente, recordaba que lo único que diferencia el hecho
de morir en una circunstancia u otra es el móvil: Cristo, el hijo de Dios, lo hace por
la Humanidad, los héroes por salvar a semejantes, el mártir por no renegar de sus
creencias y el suicida por la asfixia de un entorno cruel, inmisericorde e insufrible.
En todos ellos y por causas más que respetables, la vida pasa a un segundo plano.
23
4c) LA EUTANASIA
Sólo a la ignorancia, la prepotencia o a una incapacidad congénita para
tener en cuenta al “otro” (“ponerse en su lugar”), puede achacarse la facultad de
algunos para soliviantarse con sólo oír la palabra eutanasia. No están dispuestos a
aceptar que se trata de un derecho individual y, mucho menos, que es legítimo
cuando se dan determinadas circunstancias a la luz del análisis individualizado y
objetivo del caso a caso. Nunca dudan ni matizan, como si estos verbos no fueran
atributos ni síntomas de la inteligencia y razón humanas.
La eutanasia no está reñida con prudencia de juicio, ni con la
proporcionalidad debida. Como ya he comentado en más de una ocasión a lo largo
de este trabajo, no se trata de elegir entre vida o muerte, sino entre dos tipos de
muerte, digna o indigna.
Las condiciones de su práctica deben ser arbitrarias, motivo de
consenso y dejar diáfanos los principios y supuestos de aplicación, siempre a
disposición, como no debiera ser de otra manera, del paciente que la reclama, que
es el único a quien compete la toma de tan trascendente decisión.
Se suele objetar, por parte de los partidarios de su prohibición, que la
legalización y aplicación de la eutanasia, es un ataque frontal a la vida como
derecho y valor absolutos. Pero las cosas no son exactamente así. Ya hemos visto
antes que la vida no es un valor absoluto, sobre todo no lo es a cualquier precio y
condición (degradante y sin dignidad). Además, creo básico resaltar que la
consideración de la eutanasia, no excluye jamás el análisis, previo o simultáneo, de
otras medidas contempladas en lo CP.
La eutanasia no deja de ser un fracaso vital, pero considero que es
mejor que el mantenimiento de la vida a cualquier precio y, sobre todo, por encima
de la voluntad individual del paciente afectado. Desde el punto de vista del ET que
la solicita no debe ni deja de ser más que una opción personal en el proceso natural
de morir. Representa, por tanto, el derecho del ser humano a elegir. Elección, que
no imposición, muchas veces secuencial, que no excluyente, a una serie de medidas
previas entre las que se encuentran los CP y la sedación terminal. Para algunas
personas, dentro de la gran diversidad de situaciones que rodean al proceso de
morir, representaría un consuelo el saber que pueden optar por ella, aunque quizá
nunca la soliciten.
24
La eutanasia, por tanto, es simplemente otra alternativa, cuya elección
dependerá de una amalgama de factores, que conforman la personalidad de los
seres humanos y que viene representada, sobre todo, por sus creencias, forma de
vida y, en definitiva, por la escala de valores de cada uno.
Por último, se debe tomar partido en temas como éste, desde una doble
perspectiva representada por un lado por las propias convicciones éticas y por el
otro, teniendo en consideración al débil y al necesitado y luchar por su liberación y
emancipación. Del mismo modo, el médico que atiende al ET, debe tomar postura
ante hechos concretos, lo que confiere una dimensión ética al hecho de morir y
pone a la ética más allá del simple valor filosófico abstracto.
25
4d) SITUACIONES ESPECIALES
Vamos a analizar a continuación 2 situaciones que van más allá del
ejemplo emblemático del ET que en plena posesión de sus facultades intelectuales y
que tras un análisis sosegado y lúcido de su situación, expresan de manera clara e
inequívoca su voluntad de no seguir viviendo. Me estoy refiriendo a los pacientes
en estado vegetativo crónico (EVC) y a los recién nacidos con graves e irreversibles
problemas neurológicos (RN-PNI). ¿Qué hacer con ellos? ¿Se debe o no
mantenerlos con vida?
En el caso de estado vegetativo crónico, periódicamente saltan a los
medios de comunicación casos que ponen de actualidad enconados debates éticos y
legales en los cuales toma parte activa la sociedad que suele atrincherarse en
posiciones bipolares de la mano de ideologías y creencias antagónicas. El reciente
caso de T. Schiavo resulta paradigmático. Las alternativas serían la retirada de la
ventilación y alimentación artificiales, la Eutanasia activa, mediante inyección letal
y el mantenimiento indefinido de los cuidados asistenciales. Cada opción tiene sus
defensores y sus detractores, pero como dice JJ Zarranz (10), en una sociedad
avanzada, plural, aconfesional y democrática, todos tendrían cabida, si los poderes
ejecutivo y legislativo lograran ponerse de acuerdo en las normas de regulación
Se trata de pacientes con destrucción masiva de la corteza cerebral,
allí donde asientan las funciones intelectivas superiores, incluida la conciencia, por
lo que se desconocen así mismos y a su entorno. Por el contrario, mantienen las
funciones vegetativas, donde residen los automatismos, dependientes del
hipotálamo y del tronco cerebral. Cuando la causa del daño cerebral es la anoxia,
se puede establecer la persistencia e irreversibilidad de la situación pasados 3 , a
los sumo 6 meses. Cuando por el contrario se trata de traumatismos habría que
esperar 2 años, pues ha habido recuperaciones inesperadas aunque parciales.
En el análisis de esta situación confluyen una amalgama de factores
que matizan y condicionan las resoluciones a tomar, como son los principios
bioéticos, las disposiciones legales, las creencias religiosas, los deseos de familiares
en primer grado, las opiniones de los médicos y los condicionantes culturales
imperantes.
Si el paciente dejó expresada claramente su decisión antes de los
hechos, en un documento de los llamados de “voluntades anticipadas”, la ley, en
26
aras de ese principio básico bioético que es la autonomía, debería amparar esa
decisión por encima de los deseos familiares o de la opinión médica.
Si el paciente no ha expresado previamente sus deseos, lo que suele
ser habitual, debería ponerse en práctica otro principio básico bioético, cual es
actuar en beneficio del paciente. Pero es aquí donde surgen diversas y
contrapuestas opiniones: ¿Qué es lo mejor para el paciente?. Algunos expertos
defienden que es mejor, y está justificado, suprimir todos lo cuidados
extraordinarios y dejarle morir. Para ellos, la alimentación por sonda es un
cuidado extraordinario y sobretodo sin sentido. Dicho esto, quien no suscriba esta
opinión puede reclamar el mantener a su familiar indefinidamente, con
independencia de las respetables razones religiosas o, a veces, razones económicas
que los animen. La supresión de la alimentación no difiere mucho de las personas
que fallecen de muerte natural sin comer ni beber los últimos días de su vida. La
inyección letal, hoy día es una medida con mayores trabas éticas y prohibidas
legalmente.
Con respecto a la segunda cuestión se siguen planteando incógnitas
como la que sigue: ¿Qué es mejor para el RN-PNI? J. LORBER y J. FREEMAN
representan las 2 posturas, ejemplares y enfrentadas a adoptar en estos niños cuya
patología suele ser el mielomeningocele severo (11).
Para el primero, acreditado pediatra ingles, la mejor opción era
dejar morir a los casos extremos. Para el 2º, neuropediatra americano, habría que
luchar si existía alguna posibilidad, no de curarlos, si no de salvarlos.
Todos los médicos están de acuerdo en tratar de solucionar los casos
leves con daño neurológico escaso. Es en los casos graves donde surge la duda, pues
la hidrocefalia, la paraplejia, las meningitis, las infecciones de orina y las sepsis
salpican la evolución y muchas veces son causa de muerte.
Con respecto al no tratamiento, J. LORBER fue un adelantado en
valorar la calidad debida como componente necesario en la Medicina: Solo porque
los Cirujanos puedan solucionar las cosas y salvar vidas no tienen porque hacerlo
necesariamente. En el extremo contrario J. FREEMAN, optaba por operar a casi
todos, esgrimiendo la idea que arriesgado determinar de antemano que niños iban
a evolucionar bien y cuales no. Esta actitud implicaba multitud de procedimientos,
maniobras y nuevas intervenciones después de la primera.
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Con el paso del tiempo han dejado de tomar decisiones en uno y otro
sentido y son los padres los que toman en última instancia las decisiones, con
asesoramiento de aquellos.
Tanto una postura como otra han tenido seguidores y detractores
cuando se desestiman casos de la cirugía se escuchan críticas que acusan de
seleccionar niños y condenarlos a muerte anticipadamente. Sin embargo 2 de las
pacientes intervenidas en los años 60, pasados 20 años, ambas en silla de ruedas, le
espetaron a FREEMAN “preferiríamos no haber nacido nunca”. Las nuevas
tecnologías pueden asegurar la supervivencia, pero garantizan la ausencia de
secuelas en forma de serios trastornos del desarrollo tanto psicológico como motor.
En base a los anterior surge la pregunta: ¿Deben ser tratados estos
niños de forma agresiva?, como sostiene no sin ironía, B. LERNER internista
americano, si queremos saber si salvar algunos casos y a otros no es una buena
elección, se debería esperar 20 años y preguntar a los afectados.
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5) LA PROFESIÓN MÉDICA Y LOS MÉDICOS
Siempre que se nombra la palabra eutanasia, las organizaciones
médicas corporativamente “tocan a rebato”, se ponen en pie de guerra, engrasan
su Código Deontológico y sacan en campaña al mismísimo Hipócrates, con su
Juramento en ristre. Pobre del médico que ose tratar, argumentar o, siquiera,
enunciar este tema, pues sobre él caerá la sombra de la traición a unos principios
inmutables y, cuando menos, será considerado un traidor a la causa y quedará casi
como un proscrito, extramuros de la honorable profesión médica.
Cuando, con un poco de sosiego, se analizan las metas de la Medicina,
acordes a las posibilidades y problemas contemporáneos, salen a la luz estudios de
investigación de grupos como el Hastings Center (12), que en 1996 publicó un
trabajo internacional y multidisciplinar, en el que enfatizaba sobre las 4 metas de
la Medicina moderna, sin establecer preponderancia de alguna sobre las demás:
a) prevención de la enfermedad y mantenimiento de la salud
b) alivio del dolor y sufrimiento causado por las enfermedades
c) asistencia y curación de los enfermos y el cuidado de los que no
pueden ser curados
d) evitar la muerte prematura y VELAR POR UNA MUERTE EN
PAZ.
El que se equiparen estos objetivos y se considere que tan importante
como curar a las personas es conseguir que mueran en paz, representa una
revolución conceptual, que eleva los aspectos espirituales del paciente a la misma
categoría que los físicos y los emocionales (13,14). Por ello, la Sociedad Española de
CP recomienda como elemento fundamental del tratamiento paliativo, una
atención integral que tenga en cuenta los aspectos físicos, emocionales, sociales y
espirituales (7).
El ámbito espiritual en algunos pacientes se expresa como una relación
con un ser trascendente, pero en otros, viene dado por una armonía con la familia,
el prójimo o la naturaleza, en la medida que estos valores les dan sentido a la vida
y significado como personas.
En la EEFV, el médico, o cualquier otro trabajador sanitario, debe
hablar al paciente en estricto plano de igualdad, ya que son situaciones en las que
prima más la comprensión mutua que una serie de respuestas insatisfactorias, que
29
no remedian la situación del ET. Este clima de comprensión mutua sólo es posible
si no se quiebra ese intangible básico llamado confianza, que se gana día a día
(nunca es carta otorgada) si se respeta la libertad, la autonomía y la capacidad de
decisión del paciente por un lado, y por otro el médico ofrece una actitud ética
integral representada por una información veraz, una comunicación efectiva y una
actitud empática y de total apoyo.
Si se pierde la confianza, no sólo pierden el paciente y el médico, sino
que pierde toda la Sociedad y los problemas que plantea la EEFV seguirán siendo
una penosa asignatura pendiente, más allá de la estricta aplicación de los CP con
medidas como la sedación terminal o el debate pendiente sobre la legalización de la
eutanasia.
30
6a) ELOGIO DE LA MULTICULTURALIDAD
No sólo elogio sino también respeto. Si un alienígena viniera a nuestro
planeta, le llamaría la atención la multitud de conductas que adopta el ser humano,
ante las diversas circunstancias que tiene que afrontar a lo largo de su existencia.
Después, apreciaría que la historia de la especie humana es una historia cargada
de diferencias y matices culturales, ya que existe una gama enorme de distintas
culturas, sobre todo si se nos compara con las demás especies del reino animal.
Esta variedad, respetable y digna de respeto, no implica, o al menos no lo debiera,
estanqueidad y aislamiento, sino que sería deseable y conveniente, dado que el
hombre es un animal social, que no gregario, que se abrieran rutas y puentes de
contacto y se estableciera una infraestructura, a modo de andamiaje, que
posibilitaran la creación de una cultura de comportamiento válida a nivel mundial.
Por encima y a pesar de las distintas etnias, ideologías, credos
religiosos o culturas diversas, el ser humano, a diferencia de las demás especies
animales, es “sujeto ético”, es decir, está capacitado para hacer juicios de valor,
decidir entre el bien y el mal y optar LIBREMENTE por uno u otro. Aquí es
donde reside la dignidad de la persona humana, con independencia del uso que
haga de esta capacidad y de las consecuencias, benéficas o no, que conlleve.
Cuando
se presentan
dilemas,
que no
son
sino situaciones
contrapuestas nacidas de conflictos del pensamiento, hay que intentar buscar
soluciones satisfactorias, que no desafíen a la razón y a la lógica. Incluso, puestos a
pensar, reflexionar, sopesar y discernir, salen “soluciones a terceros”, que
entrañan validez y respetabilidad cuando son escogidas, que no impuestas. Así,
ante la posibilidad de ser la viuda de un héroe o la esposa de un cobarde, emerge la
lícita pregunta: oiga ¿no se puede ser soltera? En resumen, no deja de ser un elogio
a la capacidad de elegir en libertad, que debe tener el ser humano sin más
imposiciones que las de su propia conciencia, como ya hemos comentado a lo largo
de este trabajo, los cauces legales existentes y el influjo benéfico emanado de un
código mínimo ético universal, por el que hay que trabajar sin desmayo en el día a
día.
31
6b) PLURALISMO MORAL Y LAICISMO
En base a la diversidad y multiculturalidad, el pluralismo moral (PM)
debería ser benéfico e imprescindible. Al hablar de códigos morales (bien v mal),
por los que se rigen los comportamientos de los seres humanos en las distintas
sociedades, no hay que olvidar una serie de aspectos:
- Difícilmente se aceptan, si no se cree en ellos. Son opciones personales e
intransferibles, por lo cual es imposible el imponerlos sin tener fe en el sistema.
- A la hora de afrontar grandes temas como puedan ser el sentido de la vida
o de la muerte, la justicia, la libertad, la autonomía… se debe contar con otro tipo
de opciones ajenas a la fe, que incluso nos puedan ahorrar, en buena medida, esa
tendencia a trascender, que suele producir angustia existencial, si no se vehicula
por la fe.
Debido a ello, como sostiene A. Cortina (15), tenemos que poner manos
a la obra, de modo apremiante, para construir una sociedad moralmente
pluralista, como contrapunto al código moral único, reduccionista y miope, y a los
códigos morales múltiples, que son estancos y. por tanto, no permiten construir
nada conjuntamente a los distintos grupos ciudadanos, que los siguen.
Las personas amantes del pluralismo moral saben que no puede haber
un código único, si no es por imposición y que la multiplicidad de códigos paraliza
cualquier intento de actuación conjunta y consensuada. Son conscientes de que
existen valores compartidos por los distintos grupos, lo cual es básico para
construir una sociedad armónica y conjunta. Estos valores compondrían y
configurarían el llamado “mínimo ético irrenunciable”, desde el que se pueden
afrontar y responder retos de profundo calado ético e importancia social como los
planteados en la EEFV.
Este PM dificulta la actuación de personas con vocación de censores y
moralistas para con los demás, hasta el punto de intentar imponer sin miramiento
su código moral intransigente e inflexible. Son personas con vocación de tutores de
los que no piensan como ellos, que no poseerían la mayoría de edad ni la madurez
necesaria, para proceder en la vida de modo decente y pudoroso. No son
partidarios de libertades individuales, por el peligro de hacer mal uso de ellas, y
menos de que la gente tienda a pensar por sí misma en temas de interés social
como los que atañen a la EEFV. En el fondo, se tendrían miedo a sí mismos, a sus
32
propias desviaciones, que piensan no podrían embridar, si hubiera libertad de
elección. Serían partidarios de la represión, ya que de no haber freno, piensan,
todo el mundo correría, empezando por ellos, a practicar la eutanasia libre, sin
importarles en absoluto, ni falta que hace, la voluntad de los afectados, a los que
suponen, ¡qué paradoja!, deshabitados de esencia humana. ¡Qué pena!
La Religión no debería estar mezclada en asuntos terrenales. La
separación de Iglesia y Estado, como veremos más adelante, es propia de una
sociedad laica y no se reduce sólo a la no interferencia recíproca en asuntos
internos, sino que exige la renuncia simétrica a utilizar los medios del otro para los
fines propios. Así como el Estado no debe manipular la autoridad moral de la
Iglesia, ésta no debe tratar de instrumentalizar el poder político de aquel (16).
Por último, el pensamiento laico no debe asimilarse con el ataque
antirreligioso o el anticlericalismo. El laicismo no odia ni persigue a la Religión.
Lo que afirma es que, siendo la Religión una opción personal, el Estado debe ser
neutral frente a ella. Ni favorecerla ni combatirla. El Estado moderno, laico y
aconfesional, no debe tener Religión oficial, ni símbolos o prácticas religiosas
asociadas a él.
33
6c) LA DELIBERACIÓN MORAL
En el análisis de la EEFV es un error pensar que la experiencia común
y la buena voluntad son suficientes. Se precisa de un acto de profundo calado
intelectual, cual es el proceso deliberativo. La unanimidad de opinión, la falta de
desacuerdo hacen de la deliberación un acto carente de sentido. Solo tiene razón de
ser en el disenso, con la convicción de que de antemano nadie detenta la verdad
completa y de que la siempre necesaria libertad es real y efectiva si se preserva la
capacidad de elección entre las diversas posibilidades. La razón siempre debe estar
presente en el proceso de deliberación, que se lleva a cabo aportando argumentos a
fin de tomar una decisión con prudencia, dada la incertidumbre que siempre
preside las conductas humanas, ya sean clínicas, judiciales o morales.
La deliberación es un antídoto contra el fanatismo y la rigidez
mental, que enriquece el análisis del fenómeno que se trate, en la medida que
multiplica los enfoques y las perspectivas desde distintos puntos de vista.
La deliberación moral siempre parte de la existencia de un problema
que se genera por la falta de correspondencia entre una realidad inequívoca y
tozuda y nuestras convicciones. La cultura en sentido amplio, sería el sistema de
respuesta y soluciones al problema que plantea la realidad sin olvidar que esas
respuestas siempre son provisionales nunca definitivas.
El primer objeto de la deliberación ha de ser el análisis de los hechos
que constituyen la realidad problemática del modo más amplio posible. Los hechos
son unívocos, al contrario que la pluralidad de los enfoques. Pero el proceso no
debe quedarse ahí. Sobre los hechos siempre se posicionan otras cualidades
llamadas “valores”. Todo hecho es objeto de valoración, del mismo modo que cada
valor requiere de unos hechos.
La deliberación moral siempre se realiza sobre problemas o
conflictos concretos, con el fin de tomar decisiones después. No se delibera nunca
sobre los principios morales, del mismo modo que tampoco cabe deliberar sobre
las intenciones. A priori siempre se presupone buena voluntad, entendida como la
búsqueda de lo moralmente correcto.
Con resumen se podría decir, siguiendo a D. GRACIA(17), que la
deliberación moral tiene por objeto resolver problemas concretos a partir del
análisis racional de los medios y fines, con total respeto de los sistemas de valores
34
de los implicados. Por tanto, tiene vocación de resolver problemas concretos a base
de argumentación racional, que permita llegar a ciertos acuerdos, aunque ello no
siempre sea posible, y en ese caso habría que dejar cierta libertad a las distintas
concepciones y toma de soluciones.
Para llevar a cabo este proceso es conveniente seguir un
procedimiento inductivo, de abajo arriba. Se iniciaría con la identificación de un
problema concreto, se seguiría con la identificación de los valores implicados y a
continuación se analizarían los valores y opiniones en conflicto. Se dan razones
tanto a favor como en contra de las posibles soluciones y se adopta si es posible la
solución prudente.
En el ámbito práctico los temas concernientes a la EEFV precisan de
este proceso deliberativo de modo obligado e imperativo, so pena de incurrir en
graves deficiencias, tanto a la hora de analizar casos particulares, casos clínicos
individuales, como casos generales, susceptibles de ser tomados como referencia en
la sociedad a la que afectan
35
6d) ARGUMENTACION DE PARTES
En Febrero de 1998, la COMISION PERMANENTE de la
Conferencia Episcopal Española (CEE), elaboró un documento que tituló de
manera escueta y lacónica: “La Eutanasia es inmoral y antisocial”.
Se trata de una autentica declaración de principios, que consta de 5
apartados y 20 puntos, alguno de cuyos aspectos más relevantes paso a comentar.
En el apartado I, se denuncia una campaña engañosa a favor de la
Eutanasia. Se habla de una campaña relanzada y orquestada por los partidarios de
este proceso, que además tachan de represores de la libertad y de insensibles al
sufrimiento a todos los que se oponen a este “supuesto derecho”. Proclaman un
respeto absoluto a las personas, pero denuncian resueltamente las “propuestas
inmorales”. Denuncian que se presenta como normal una situación extrema y
excepcional, al propio tiempo que acusan a los partidarios de presentar como
progreso lo que no es mas que un retroceso.
En el apartado II, se preguntan de que Eutanasia se habla cuando se
habla de su legalización y remarcan la importancia de las “intenciones” a la hora
de tomar medidas que causen la muerte de un semejante. Identifican al
individualismo ateo y hedonista como causa del regreso a la Eutanasia, acusando
de “falsos dioses” a los dispuestos a decidir sobre su vida y la de los demás. Al
propio tiempo advierten de “los falsos profetas”, de una “vida indolora” y del
peligro de decidir por uno mismo “cuando la vida no merece ya la pena”.
Proclaman que la vida es un don maravilloso del creador de la que no somos
propietarios, solo responsables y administradores del uso que de ella hagamos. El
“no mataras”, preserva el patrimonio mas sagrado de los seres humanos, que
vendría a ser la vida como el misterio de un bien primordial e irrenunciable.
En el apartado III, se alude a las malas consecuencias que traería el
reconocimiento de la Eutanasia como práctica legal y comentan seguidamente la
presión moral inadmisible que sufrirían ancianos y enfermos, las muertes
impuestas por otros y la desconfianza sobrevenida hacia las familias y las
instituciones sanitarias.
El apartado IV, es una apología de la Fe en Jesucristo como motor y
fuerza para vivir y morir dignamente. La fuerza de la Fe iluminaría el sufrimiento
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y le daría sentido, del mismo modo que este sufrimiento pondría límites a la
“cultura de la muerte”.
Por último en el apartado V, a favor de una muerte buena y digna, se
identifica a la Caridad como la verdadera compasión que no quita la vida y nos
exhorta y alienta, para, de modo urgente, seguir con la pastoral familiar de los
enfermos.
Hasta aquí el documento. Nada que objetar, si su observación y
cumplimiento obliga sin restricciones a los que cabal y honestamente siguen la
Doctrina Católica y hacen de ella un escrupuloso deber individual o de conciencia,
pero también un derecho que se ejerce pero nunca se impone. Cuando esta
declaración escapa de los límites de la moral católica e intenta imponerse en otros
ámbitos con vocación generalizadora, pierde su condición de respetable, por
represora y entra en abierto conflicto con todos aquellos que mantienen otras
opiniones.
Sin entrar en otras disquisiciones que, por otra parte, se comentan en
otros capítulos de este trabajo, me gustaría comentar como contrapunto, en
absoluto sospechoso, las opiniones vertidas por el Instituto Borja de Bioética
acerca de este tema. Se trata de una institución de inspiración cristiana,
perteneciente a la Universidad de Ramón Llul de Barcelona que ha elaborado un
documento en el que aboga por la despenalización de la Eutanasia en
determinados casos. De este modo se desmarca de la postura oficial de la Iglesia en
esta cuestión.
Una comisión formada por 10 personas, entre teólogos, juristas,
médicos y filósofos con el médico jesuita Francesc Abel como presidente, y Nuria
Terribas como directora de dicho instituto han trabajado durante 2 años en la
elaboración del documento que en síntesis recoge 3 condiciones inexcusables y 2
cláusulas adicionales:
1) Padecimiento de una enfermedad, que conduce irremisiblemente a la
muerte en un plazo razonablemente corto
2) Causación de sufrimiento insoportable e insuperable
3) Autorización expresa por parte del enfermo o consentimiento explicito.
Como cláusulas adicionales figuran:
a) La práctica de la Eutanasia se debe realizar siempre por un profesional
sanitario
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b) Debe contar siempre con la aprobación previa de un Comité Asistencial
de Ética (CAE)
Como resumen, podríamos decir que este documento rompe con la
posición oficial de la Iglesia católica, inmovilista y cerrada, aunque ello
le ha merecido duras críticas y descalificaciones. Por su parte, los
autores del texto han considerado necesaria su concepción y divulgación
debido al gran eco mediático que ha adquirido este tema tras la muerte
del Papa Juan Pable II, las sedación del Hospital de Leganés y la
película sobre Ramón Sanpedro
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7a) FUNCIONES DEL ESTADO
Una de las lagunas, verdaderos vacíos jurídicos, actuales es la
concerniente al derecho a una muerte digna y más concretamente a la eutanasia o
derecho a disponer de la propia vida, bajo determinadas circunstancias. No deja
de ser un ejercicio de cinismo monumental el argumentar con cantinelas como “no
sabíamos”, “nadie nos dijo”, “falta calado social”, “es innecesario”, cuando existen
evidencias sobradas de su práctica clandestina y vergonzante. Se sabe de largo lo
que está ocurriendo actualmente y lo único que falta quizá sea la voluntad política
para su regulación. Voluntad decidida e inexcusable para reformar el Código
Penal, de modo que su despenalización permita su aplicación en casos
seleccionados.
Hemos comentado con anterioridad que las partes litigantes y
enfrentadas, en vez de buscar soluciones, se enzarzan en discusiones bizantinas
sobre quién lleva razón. En mi criterio, es básico dejar claro que el Estado tiene el
deber de preservar el derecho individual, que tiene el ser humano de elegir, que es
uno de sus actos más fundamentales, consistente en ejercer un acto de libertad,
amparado siempre en la voluntad. La elección, por tanto, nos afirma como seres
libres y nos da la certeza de que somos dueños de lo que elegimos, al propio tiempo
que fortalece la esencia y la identidad de la sociedad que formamos.
La labor del Estado, por tanto, no consistiría en imponer u obligar,
sino en preservar este derecho individual, a los que opten por esta alternativa,
siempre que se cumplan, como ya se ha dicho, una serie de condicionantes o
requisitos. No se puede privar de un derecho individual, sólo por la posibilidad de
que en su ejercicio pueda haber excesos.
El Estado moderno, como cualquier empresa con sus trabajadores,
debería establecer y desarrollar para/con sus ciudadanos:
-
un compromiso para una buena sanidad, incluida una muerte digna
-
una planificación adecuada con objetivos claros y precisos
-
facilitar y promover el desarrollo efectivo de estas medidas
-
evaluar el impacto sanitario y social de dichas medidas
-
corrección de las alteraciones habidas, tanto por defecto como por exceso
Un buen lema estatal en los asuntos de la EEFV podría ser: “Nadie sin
medidas para una muerte digna, cuando las necesite”.
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Sería deseable que un Estado laico y aconfesional como el que sanciona
nuestra Constitución, creara una comisión de estudio en el Congreso de los
Diputados, sobre sus aspectos éticos, jurídicos y sanitarios de la eutanasia, así
como sobre su despenalización y el derecho del enfermo a recibir CP, cuando los
precise .
Implantación de CP en todo el territorio nacional y despenalización de
la eutanasia simultáneamente no son temas excluyentes sino, por el contrario,
complementarios. El derecho del enfermo terminal a decidir sobre su muerte y a
solicitar ayuda médica, precisa de una decidida voluntad política, que lo regule
legalmente. De lo contrario seguirán existiendo casos clandestinos, con los riesgos
que conlleva, u otros pacientes morirán en desamparo y soledad, en contra de su
deseo.
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7b) EL ESTADO DEBE SER, ES, LAICO
El Estado español se define en la Constitución como “laico” y
“aconfesional”. Ello implica que las creencias y manifestaciones religiosas
pertenecen al ámbito privado. Son patrimonio de las personas, que lo deciden
libremente, pero en modo alguno del Estado que, en nuestro caso, debe tener un
discurso moral válido para todos los ciudadanos, que se sustancia en la laicidad. La
moral laica es la única que permite responder a los problemas éticos planteados en
una sociedad liberal, ideológicamente diversa y plural. En estas circunstancias, la
convivencia no sería problemática, dado que las creencias religiosas serían un
asunto privado, que concierne y obliga sólo a los creyentes.
Dentro del estado laico, sus mejores valores, la democracia y la
igualdad, representan el progreso de la Humanidad que, al menos en occidente, ha
pasado de una sociedad feudal jerarquizada a un sistema en el que se respeta al
individuo. Como dice S. Hite, esto es profundamente espiritual. El laicismo
encarnado en la libertad y la igualdad, vendría a ser la fuerza más universal y
espiritual del mundo.
Un estado laico es un estado neutro con respecto a cualquier confesión
religiosa, porque piensa que ninguna de ellas debe ejercer su autoridad sagrada
sobre el poder político. Lo laico puede ser aceptado por todos y se queda sólo con
lo que es aceptable para creyentes y no creyentes conjuntamente. Un estado laico
autoriza ciertas acciones, pero no las induce. Al contrario, crea un marco jurídico
y posibilita la libertad de conciencia (18).
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8a) PROHIBICIÓN, DESPENALIZACIÓN, LEGALIZACIÓN
El conocimiento científico y la realidad social van por delante de la
legislación. Este enunciado no desafía a la lógica, excepto si la legislación, al igual
que la justicia que se imparte derivada de ella, ignoran la realidad social
inexcusable o actúan de espaldas a ella, con vacíos legales inadmisibles.
Como sostiene F. Umbral, lo que ayer era pecado y delito, hoy es
costumbre y mañana costumbrismo. Las leyes deben hacer realidad lo que ya es
realidad en la calle.
En el tema de la EEFV se debe avanzar, ya que todavía queda mucho
trecho. Entre la prohibición y la práctica libre de la eutanasia activa, se debe
tender, en mi criterio, hacia una legislación que permita, en ciertos supuestos,
aceptar la voluntad del paciente, sin olvidar además la creación de una cobertura
para el médico, con el fin de que no pueda ser acusado posteriormente de mala
práctica, ayuda al suicidio o eutanasia, y se tenga que enfrentar a penas que
pueden exceder los diez años.
La despenalización, a diferencia de la legalización sin restricciones,
contemplaría el “caso a caso” por comités de expertos, que analizarían rigurosa y
detalladamente los supuestos necesarios e imprescindibles.
No deja de ser triste que en determinados de ET en situación de agonía
prolongada, el médico que les ofrece, a ellos o a la familia, la posibilidad de una
sedación terminal, no sepa actualmente si actúa o no dentro de la legalidad. Como
ejemplo representativo de estas situaciones, todavía está reciente el denominado
“caso de Leganés” que, al cabo de varios meses, todavía continúa en fase de
instrucción y pendiente de la posterior decisión judicial. Por tanto, es conveniente
dejarse de ambigüedades y elaborar una legislación, que normalice claramente
todas estas situaciones.
En la Constitución del 78, parecen consagrarse una serie de valores
suficientes para poder interpretar y armonizar los avances biomédicos con los
cauces legales por los que debe discurrir su aplicación. Cada vez es más frecuente
que el Derecho tenga que “enfrentarse” a situaciones sociales nuevas derivadas de
dichos avances y de la creciente multiculturalidad y pluralismo moral de la
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sociedad. El papel del Derecho consistiría en asumir esos retos sociales emergentes
desde una doble perspectiva:
a) reconociendo y regulando dichos retos sociales
b) aplicando principios generales básicos con solera jurídica contrastada
Estos fenómenos sociales nuevos, como son los problemas al comienzo y
final de la vida, obligan a la sociedad a tomar partido en uno u otro sentido, con la
trascendencia de afectar a generaciones venideras. El Derecho, a menudo, no está
en condiciones de ofertar soluciones o respuestas válidas y lucha contrarreloj para
detectar nuevos valores ético sociales e integrarlos en sus códigos, para así mejor
hacer frente a dichos cambios.
En esta tarea es básico y legítimo, como postula Romeo Casabona, que
grupos de expertos, creadores de opinión, multidisciplinares y con pluralismo
ideológico contrastado, busquen con ahínco principios regulativos o limitaciones.
Aquí, adquieren un valor insustituible los Comités Nacionales de Bioética, que
deben ser independientes de los poderes públicos, de carácter consultivo, sin ánimo
de reemplazo de la normativa jurídica vigente. Por último, deben tener una
inequívoca vocación transnacional, que favorezca la armonía entre legislaciones de
diversos países, cuantos más mejor. Sería una forma de evitar además el “turismo
funerario” de los más pudientes.
En la EEFV, más concretamente en la eutanasia y situaciones
limítrofes, como puedan ser la ayuda al suicidio o la sedación terminal, existen
claras lagunas legales cuando no prohibiciones expresas, que dificultan y oscurecen
el abordaje debido al derecho a una buena muerte. En mi criterio, el estudio y
abordaje de estas situaciones no pasa por la perpetuación de la actual prohibición,
que ignora o se desentiende de casos puntuales dramáticos, como tampoco por la
legalización absoluta, sin trabas, que sería una puerta abierta a la malpráctica y
atentados contra la vida. Es la figura de la despenalización, bajo unos supuestos
claros y rigurosos, la que acercaría estos problemas a su auténtica dimensión y
justa solución.
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8b) LA CONCIENCIA DEL JUEZ
Un asunto que considero de capital importancia, por su trascendencia
y lo complejo de su análisis, sería el de la conciencia de los jueces. Las dificultades
comienzan desde el mismo momento en que existen serios problemas de concepto y
definición de la palabra conciencia. Todo el mundo sabemos lo que es hasta que
tenemos que definirla.
Se podría decir que es la propiedad del espíritu humano, que le
permite tener percepción de sí mismo, como ser viviente individual y pensante, y
del entorno con el que se relaciona. En el plano ético se sustanciaría en un impulso
interior autónomo (¿imperativo categórico?), que nos permite pensar, reflexionar,
sopesar y discernir para elegir en consecuencia. Faculta y posibilita el sentido del
deber, de la responsabilidad y de la culpa. En los tiempos actuales, el pensamiento
laico la asume e identifica como un aliento ético. El pensamiento religioso y la
ideología la pueden mediatizar y, si actúan como fuerzas perentorias y absolutas,
la pueden forzar y distorsionar, lo que en ocasiones origina que algunas personas
ejerzan su objeción y se abstengan de intervenir en determinados asuntos o que,
por el contrario, en otras la maniaten o “manden de vacaciones”. En medio de
estas actitudes estaría situado el siempre saludable y conveniente “actuar en
conciencia”.
Todo lo anterior confiere una especial complejidad a la condición
humana y adquiere especial relevancia en el caso de los jueces, ya que su oficio
reside en juzgar conductas de sus semejantes y dictar sentencias justas.
No deja de ser peligroso e inconveniente en la EEFV, que algunos
jueces en el ejercicio de sus funciones, puedan emitir sentencias por imperativo de
un mandato superior y diferente del de su conciencia, emanado de creencias
religiosas y convicciones ideológicas, que además podrían ser diferentes de las de la
persona juzgada.
Podríamos terminar postulando una especie de plegaria de la
serenidad del juez: “ojala que mis convicciones y creencias no prevalezcan sobre
mi conciencia a la hora de juzgar acorde a la norma vigente”.
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9) EPÍLOGO Y CONCLUSIONES
La Medicina tiene que ayudar a vivir bien y a morir bien, dignamente.
Matar es quitar la vida a quien quiere vivir. La eutanasia lo que
propone es ayudar a los que quieren descansar, terminar. Nada que ver con matar.
El que no quiera, que no lo haga, que no recurra a la eutanasia, pero
que respete la libertad de los que quieren acabar según su deseo, sin nadie que
interfiera.
Morir con dignidad depende de cada uno. En el fondo se trata de una
discusión de valores. El valor de la libertad frente al valor de la vida. Frente a los
que sostienen que la vida no nos pertenece, es de Dios, se les debe recordar que ese
mismo Dios nos ha dado también el libre albedrío. No se trata de que uno le pida a
otro que se muera, sino de que “ese otro” se plantea que así no se puede vivir. Es
una cuestión personal.
Hay seres humanos, que su valor y dignidad como personas, la asocian
con su libertad para decidir pequeñas cosas. En eso residencian, nada menos, que
su inabdicable autonomía.
El derecho a morir dignamente, nos pertenece y afecta a todos, pero
cada uno lo ejercerá según sus circunstancias. El tener esa posibilidad no significa
que la Medicina claudique de su sagrada función de devolver la salud a los
enfermos, que de este modo volverán a disfrutar/recobrar su libertad y autonomía
plenas.
En la EEFV, no se trata tanto de lo que tenemos que hacer los médicos,
como del respeto a la voluntad de la persona afectada, de que pudiera elegir, en
determinadas circunstancias, lo que mejor le parezca.
La ética laica, de responsabilidades, es la que mejor recoge la
aspiración de libertad e igualdad, que son exigencias plenas de la multiculturalidad
y del pluralismo moral de la sociedad actual.
El Estado debe velar y preservar, no inducir, el ejercicio de los
derechos individuales y el Derecho dar los cauces y normas legales y vigilar su
estricto cumplimiento.
Para terminar, me gustaría dejar formuladas 3 preguntas:
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Si cada uno respeta las creencias de los demás y pudiera ejercer sus
derechos individuales “según convenga” ¿por qué polémicas tan agrias? ¿por qué
no hace cada uno lo que le apetece o en lo que cree?
¿Cuál debe ser el papel de la Sociedad Civil y qué formas de
convivencia se deben adoptar cuando los principios de sus ciudadanos, aunque
respetables, son distintos y los objetivos los mismos, aspirar a una muerta digna,
aunque los métodos de alcanzarlos difieran?
¿Qué peligra, o está en juego, cuando se intentan imponer
comportamientos únicos como respuesta a conductas individuales?
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