XXVI Congreso Nacional de Derecho Procesal Comisión de Procesal Penal Ponente general: Victor R. Corvalán XXVI CONGRESO NACIONAL DE DERECHO PROCESAL SANTA FE 2011 “Para repensar el proceso, revisemos los principios” COMISION DE DERECHO PROCESAL PENAL PONENCIA GENERAL Victor R. Corvalán 1 XXVI Congreso Nacional de Derecho Procesal Comisión de Procesal Penal Ponente general: Victor R. Corvalán Previas El lema del Congreso parte de la necesidad de repensar el proceso y para ello nada mejor que revisar los principios que le dan fundamento. Manifestamos nuestra total adhesión al lema que para nosotros no significa un adorno intelectual para ser colocado en la publicidad del Congreso, sino una importante y comprometida idea, que en el ámbito académico de nuestra materia, venimos trabajando desde siempre. Repensar el proceso, simplemente como consecuencia del resultado de una mirada crítica, que comparándolo con el ordenamiento jurídico y sobre todo con el marco constitucional que lo regula, concluya poniéndolo en crisis, ya que el proceso penal que reclama la ley suprema, no es el que efectivamente rige en general en todas las provincias y en la Nación. Sin embargo, con tantos años de procedimiento penal inconstitucional, parece atinado que nos preguntemos qué ha pasado que se ha resistido el derecho procesal a subordinarse al derecho constitucional, como era lo esperado. Acaso el problema venga de la mano de una utilización de principios, que no eran los que correspondían aplicarse. De allí la importancia de revisar los principios que se vienen utilizando para interpretar el proceso vigente. Sobre todo porque estamos en una decidida etapa de cambios en la política del Estado respecto del sistema de enjuiciamiento penal. Se trata de abandonar el procedimiento inquisitivo y tratar de imponer la vigencia del modelo acusatorio, por lo que resulta esencial consolidar la base principista que apuntale sólidamente la reforma para evitar desviaciones o fracturas. Además, repensar los principios, hace a todos los aspectos actitudinales que debe contener cualquier plan de enseñanza-aprendizaje. Implica a la vez ser capaz de tener autocrítica, para lograr posicionarse correctamente desde el punto de vista ético e intelectual, acompañando el cambio que se está produciendo, en la medida en que todo tiende a lograr coherencia entre los principios constitucionales y los del proceso. Destaquemos finalmente, que en el ámbito de la aplicación del derecho penal, pasar al modelo acusatorio es mucho más significativo y 2 XXVI Congreso Nacional de Derecho Procesal Comisión de Procesal Penal Ponente general: Victor R. Corvalán revolucionario que si ello ocurriera en otras materias que también necesitan del proceso para dirimir sus conflictos. Es que a diferencia de lo que ocurre en otros ámbitos del derecho, el cambio ataca directamente al ejercicio del poder penal, que debe dejar de serlo del juez para pasar a ser del actor penal, sea público o privado. Tradicionalmente ello era inaceptable 1, aún para las miradas más cercanas al esquema de proceso triangular que fundara Chiovenda. Si en el ámbito del proceso civil, era opinable que los jueces tuvieran mayores o menores facultades oficiosas, ello no se discutía a la hora de la aplicación de la pena pública estatal. Pues bien, por coherencia intelectual, por respeto a la lógica, es obvio que el cambio de modelo para asumir el verdadero proceso que para nosotros es sinónimo de acusatorio o adversarial, implica asumir que los jueces deben resignar el ejercicio de aquel poder, para limitarse a resolver el contradictorio planteado por las partes y en los límites que éstas le han fijado. Desde esa perspectiva asumimos el honor que significa haber sido designado para tener a cargo el desarrollo de esta ponencia general, abordando tan interesante y actual temática, con la única pretensión de contribuir a repensar el proceso y para ello, como lo señala el lema del Congreso, revisar los principios que utilizamos. Como se verá, seguimos estrictamente el temario, fijado por los organizadores del Congreso, sin por ello pretender agotar cada aspecto analizado, tratando de mostrar el pensamiento puntual de algunos autores que nos han parecido significativos y al mismo tiempo volcando nuestra visión, por cierto crítica. Finalmente, en este pequeño trabajo intelectual, tratamos de ser coherentes y respetuosos de los pensamientos diferentes. Carmen del Sauce (Santa Fe), 27 diciembre de 2010.- 3 XXVI Congreso Nacional de Derecho Procesal Comisión de Procesal Penal Ponente general: Victor R. Corvalán 4 XXVI Congreso Nacional de Derecho Procesal Comisión de Procesal Penal Ponente general: Victor R. Corvalán I. Enfoque general introductorio 1. ¿Qué es verdaderamente un principio procesal? Entendemos por “principio” la base, el origen, o la razón fundamental sobre la cual se procede discurriendo en cualquier materia, tal como lo consigna una de las definiciones del diccionario de la Real Academia 2. Los abogados en general y los juristas especialmente se ocupan de los principios del derecho, aunque también de los de la ética y los políticos que permitieron el nacimiento de nuestro país y con él su orden jurídico. Por cierto que en cada 5 XXVI Congreso Nacional de Derecho Procesal Comisión de Procesal Penal Ponente general: Victor R. Corvalán 6 XXVI Congreso Nacional de Derecho Procesal Comisión de Procesal Penal Ponente general: Victor R. Corvalán una de las materias en que se divide el estudio del derecho, se hace referencia a los principios. Siempre es una construcción más allá de lo normativo. El mismo diccionario antes citado, al referirse al principio de derecho, lo considera una “Norma no legal supletoria de ella y constituida por doctrina o aforismos que gozan de general y constante aceptación de jurisconsultos y tribunales”. Como lo indica su acepción más vulgar, pero no por ello menos precisa, un principio es el punto de partida, el comienzo de algo. Es una referencia desde donde se parte, para llegar a una meta, que bien podríamos definir como el fin, o sea lo opuesto del principio. Desde esta visión, que parece la que utilizaría el común de la gente que habla español, resulta interesante ver a los principios como condicionantes del producto que se construye partiendo de ellos. Así, y ya entrando en materia, un principio procesal es aquel que debe ser respetado para conservar la esencia del fenómeno al que da lugar. De modo que si no se cumple con él, lo obtenido será otra cosa diferente a aquél que se pretendía producir. Por lo tanto, un principio que da lugar a un proceso, como sinónimo de debate, de juicio, es el que realmente le permite nacer y desarrollar. Entendemos a éste como un método de debate pacífico, un lugar de producción discursiva entre dos partes antagónicas frente a un tercero imparcial, que asume la condición de dirigirlo, informarse, procesar todo lo que se debata y en función de ello, luego de finalizado el proceso, dictar la sentencia. La idea de proceso a la que fervientemente adherimos, implica una serie de actos que se van a concatenar de un modo lógico y se los conoce como: afirmación, negación, confirmación y alegación.3 Para Lino Enrique Palacio4, los principios procesales son “directivas u orientaciones generales en que se inspira cada ordenamiento jurídico procesal”. Este autor los relaciona con las circunstancias históricas, políticas y sociales vigentes en la comunidad de que se trate. Citando a Podetti, refiere que “los principios procesales deben aplicarse con criterio despierto y actual, estructurando las instituciones procesales que de ellos resulten e interpretándolos en un sentido armónico con las necesidades de la justicia en relación al tiempo y al pueblo donde han de aplicarse”. 7 XXVI Congreso Nacional de Derecho Procesal Comisión de Procesal Penal Ponente general: Victor R. Corvalán A diferencia de las reglas que suelen presentarse como pares antinómicos, los principios tienen una estructura que los convierte en inamovibles, en insustituibles, ya que de su respeto depende que no se altere la esencia del fenómeno al que brindan su marco referencial. Para ejemplificar lo dicho, las reglas pueden elegirse por la razón que fuere y no por ello sufre modificación alguna el fenómeno que regulan. Así, en principio es posible elegir entre la regla del escriturismo o de la oralidad, para decidir qué herramienta comunicacional se utilizará en determinada actividad procesal. Por razones de seguridad, la acusación o demanda, se prefiere siempre escrita y por el contrario la producción probatoria al reclamar la inmediación y evitar la delegación, será implementada en audiencias orales. Pero el proceso que responderá al principio acusatorio, no perderá su esencia porque se utilice una u otra regla. Sin embargo, más allá de todas las ventajas que ofrece la oralidad, desde el punto de vista comunicacional, ésta deberá ser siempre la regla a utilizar, si se quiere respetar el principio de publicidad que reclama el sistema político republicano imperante en nuestro estado de derecho. 2. ¿Cuál es su utilidad? Para quienes tenemos una mirada crítica respecto del funcionamiento del derecho en general, la utilidad de los principios generales se encuentra en que facilitan el análisis de lo problemático, que es donde se encubre muchas veces la cuestión ideológica que en lo sistemático no aparece 5. Los principios procesales, permiten descubrir cómo el proceso se desnaturaliza y por ejemplo en muchos casos se convierte en un sistema donde los poderes de los jueces superan la actividad de las partes. Permite analizar si por su incumplimiento, o su abandono, se pierde la esencia del fenómeno al que da lugar. Es útil para concluir en que al no cumplirse con un principio procesal, no hay más proceso. Este reclama respetar el principio de imparcialidad del juez, lo que obviamente se altera si éste actúa de oficio. Otro ejemplo donde se ve con claridad es cuando no se respeta el principio de transitoriedad, ya que cuando se aparta de él y se prolonga en el tiempo, no es un proceso, es un procedimiento que no se sabe nunca cuándo terminará. Para nosotros el proceso para ser tal, tiene que empezar, 8 XXVI Congreso Nacional de Derecho Procesal Comisión de Procesal Penal Ponente general: Victor R. Corvalán desarrollarse y terminar en un tiempo más o menos predeterminado. Es interesante advertir lo útil que resultan los principios para el intérprete de una norma que no ofrece mucha claridad o presenta conceptos ambiguos. Como se ocupa de señalarlo Jorge W. Peyrano, en estos casos los principios cumplen una misión correctora para ubicarlas en el contexto donde se inserta la norma objeto de la interpretación 6. Y luego, el mismo autor continúa diciendo que “Los principios generales del proceso civil aportan la solución allí donde otras herramientas interpretativas del ordenamiento fracasan o arriban a soluciones contrarias al espíritu del mismo”7. Entendemos que estos conceptos son perfectamente aplicables a todos los procesos, aun cuando la pretensión que se esgrima sea clasificable como penal, laboral o administrativa. Se ha visto en los principios procesales las siguientes funciones 8: 1) Sirven de base previa al legislador para estructurar las instituciones del proceso en uno u otro sentido; 2) Facilitan el estudio comparativo de los diversos ordenamientos procesales actualmente vigentes, así como el de los que rigieron en otras épocas; 3) Constituyen instrumentos interpretativos de inestimable valor. 3. ¿En la actualidad, debe hablarse de un ocaso o de una nueva fortaleza de los principios procesales? Para quienes defendemos los principios del derecho procesal que se ocupa del proceso acusatorio, consideramos que hay un reverdecer de los mismos. Así, en materia penal presenciamos una nueva fortaleza de los principios procesales, a la luz de la doctrina que fija nuestra Corte Suprema de Justicia de la Nación, al reclamar exigentemente el cumplimiento del debido proceso que garantiza nuestra Constitución Nacional 9. Ese reclamo no es óbice para reconocer que el Poder Judicial en general, es el responsable de haber permitido la vigencia de códigos procesales, que luego resultaron invalidados por el más alto tribunal del país. Es que como ocurriera en provincias como Santa Fe, durante muchos años, la Corte Suprema de Justicia rechazó cualquier posibilidad de impugnación al sistema procesal penal que regulaba su código, en abierta colisión con los principios 9 XXVI Congreso Nacional de Derecho Procesal Comisión de Procesal Penal Ponente general: Victor R. Corvalán constitucionales.10 Los principios que valoramos como positivos son los que garantizan un debido proceso, tal como lo reclama nuestra Constitución Nacional. Frente a tantas violaciones que sufrieran los principios constitucionales, producto de la ruptura del orden político institucional que provocaran los golpes de Estado, al haber superado los veinticinco años sin que se vuelvan a producir, podemos ser optimistas para señalar que hay un fortalecimiento de los principios del Estado Constitucional de Derecho y como consecuencia de ello, los principios jurídicos que se derivan. La circunstancia que en un Congreso Nacional de Derecho Procesal, se elija como tema fundamental para la discusión, el de los principios procesales, demuestra el interés académico que el tema sigue presentando y la necesidad de profundizar su estudio para fortalecer su vigencia. Decididamente debemos reconocer que es tan grave una teoría sin posibilidad de control empírico, como una práctica sin principios que le den fundamentos. Contra esos dos males debemos hacer oír nuestra voz para reclamar teorías que tengan significación social y prácticas que se justifiquen en sólidos principios. 4. Jerarquía relativa y conflictos entre principios procesales. Puede sostenerse, en una tarea de clasificación de los principios, que exista un orden jerárquico, que coloque a algunos sobre los otros. De alguna manera ya lo anticipamos cuando veíamos la directa derivación de todos los principios jurídicos de aquellos que dan lugar al Estado de Derecho. Es obvio que el mismo principio de supremacía constitucional, es jerárquicamente superior a cualquier principio jurídico incluyendo los generales del derecho y con mayor razón los procesales. Incluso profundizando aún más la cuestión, todos los principios generales del derecho se subordinan a los principios de la lógica, que les permite guardar coherencia y para nuestro punto de vista crítico, obtener una pátina de cientificidad, de la que por sí sólo carece el Derecho, como mera herramienta del poder que a su vez se vuelve sobre él limitándolo. Lo que resulta más difícil de aceptar, es que se produzcan conflictos por la 10 XXVI Congreso Nacional de Derecho Procesal Comisión de Procesal Penal Ponente general: Victor R. Corvalán aplicación de principios procesales que resulten contradictorios. Nos parece que el esfuerzo del intérprete siempre lo será tendiendo a superar cualquier contradicción que pueda aparecer. Sin embargo, en el objetivo de encontrar solución práctica al posible conflicto, Jorge W. Peyrano 11 ha considerado provechoso diferenciar los principios “generales” de aquellos a los que le asigna el nombre de principios “consecuenciales”. Entiende este autor que en hipótesis de supuestos conflictos entre principios generales y consecuenciales, estos últimos deben primar sobre aquéllos. Desde nuestra visión crítica del problema, encontramos necesario profundizar la contradicción, porque pareciera insostenible desde la lógica, que un principio de menor jerarquía termine contradiciendo a su superior. En realidad cuando los principios inquisitivos se entronizan en todo el sistema procesal penal, lo hacen apartándose de aquellos principios generales que pretendían regir un debido proceso constitucional. En este punto no tenemos dudas de que la solución siempre debe darle prioridad a los principios generales que reclaman la conformación del Estado de Derecho y si un principio procesal entra en pugna circunstancialmente, pues habrá que analizar hasta qué punto es correcto considerarlo como tal y no desechar directamente su aplicación. 5. Los principios procesales con raíces constitucionales y convencionales. Hay determinados principios como por ejemplo el de publicidad, que hacen al sistema político determinado por el régimen constitucional. En general el secreto, la reserva, es incompatible con la República cuando se lo mantiene para todo el procedimiento. El juicio debe ser en principio y salvo excepciones, público, para permitir la realización de la esencia republicana en el ejercicio del poder. Lo mismo ocurre con la imparcialidad del juez y la inviolabilidad de la defensa que da lugar a la igualdad de armas. Estos principios no pueden alterarse por convenios de las partes, ya que hacen al respeto por el debido proceso que exige la Constitución Nacional. 11 XXVI Congreso Nacional de Derecho Procesal Comisión de Procesal Penal Ponente general: Victor R. Corvalán Lo convencional alude a la posibilidad que tienen las partes de llegar a acuerdos, que refieran a la prueba o incluso prescindan del proceso, porque al consensuar no hay nada que debatir, pero será siempre necesaria la sentencia que le otorgue legalidad a la condena que se imponga. De allí que como veremos luego, en verdad, la realización del derecho penal, o mejor dicho, de la aplicación de la pena pública estatal, se deriva del dictado de la sentencia, que a su vez puede o no ser la consecuencia de un proceso, entendido éste como debate contradictorio. Hay principios que surgen inevitablemente como consecuencia del sistema republicano que nos rige, aunque no se encuentren expresamente escritos en la letra constitucional. En nuestra provincia se consagra aquel principio por el cual toda decisión jurisdiccional debe tener suficiente motivación 12, pero aunque no estuviera ello consignado, tal requisito deviene de la responsabilidad republicana que tienen los gobernantes de dar cuenta razonablemente de sus actos de gobierno y de la concreción del derecho de inviolabilidad a la defensa. En cuanto al principio de contradicción, llamado también de bilateralidad o de controversia, se lo deriva de la cláusula constitucional que consagra la inviolabilidad de la defensa en juicio de la persona y de los derechos (art. 18 CN). Requiere, fundamentalmente, que las leyes procesales acuerden, a quienes pudieren encontrarse en aquella situación, una suficiente y razonable oportunidad de ser oídos y de producir pruebas. 13 En las posiciones inquisitivas, de las que obviamente tomamos distancia, se suele instalar como principios fundamentales que deben observar sobre todo los jueces en su función jurisdiccional, la consagración de los valores como la verdad y la justicia. En realidad, son ideales que fueron utilizados como justificativos para el ejercicio de un poder absoluto, incompatible con el sistema democrático de derecho republicano que nos rige. En nuestra opinión, la función jurisdiccional no puede tener estas desmedidas aspiraciones, que incluso parten de una concepción de un superhombre capaz de lograr alcanzar esa verdad y hacer esa justicia. Preferimos limitarla a la construcción de un discurso que partiendo de la ley y de los discursos de las partes, así como el de las pruebas, trate de 12 XXVI Congreso Nacional de Derecho Procesal Comisión de Procesal Penal Ponente general: Victor R. Corvalán alcanzar la solución del conflicto primario, cuando ello es posible. Es la concepción de quienes concebimos una teoría unitaria del proceso 14. Por su parte, no falta quien refiriéndose al proceso donde se deducen pretensiones enmarcadas en el derecho civil, considera que la tendencia actual es apartarse de otorgarle tanto poder a las partes, que de alguna manera privatizan la regulación procedimental, con sus acuerdos, y caracterizarlo por una publicización, donde el poder del juez aumente e incluso, pueda abolir o morigerar las costas15. 6. Principios procesales consignados en las últimas leyes procesales argentinas. Entre las últimas leyes procesales de nuestro país, se encuentran sin dudas, los nuevos códigos procesales penales de Chubut y Santa Fe, que adhieren expresamente al principio acusatorio y sus consecuencias. Constituyen sobre todo para Santa Fe (provincia que fue la última en mantener un régimen inquisitivo con un procedimiento escriturista hasta en el propio juicio), una verdadera demostración de respeto por los principios que deben regir el debido proceso de la Constitución Nacional. En el C.P.P. de Santa Fe, por su artículo 1° se consigna la obviedad de que en Santa Fe rige la Constitución Nacional, lo que sin necesidad de recurrir al psicoanálisis, demuestra a las claras que es precisamente lo que no ocurría en nuestra provincia. Advertimos críticamente una imprecisa utilización de la voz “juicio previo”, ya que en el art. 18 de la CN en realidad no se refiere al debate, sino a la necesidad de contar con una sentencia. Comentando este artículo, aunque sin advertir el error conceptual en que se incurre, Jorge Baclini16, considera que allí se consagra el llamado principio de legalidad procesal, que opera como un límite al poder estatal para imponer una condena o medida de seguridad. El error de concepto, al equiparar al juicio previo del art. 18, como sinónimo de debate, queda en evidencia cuando para colmo se lo considera como el “inevitable” camino a recorrer para arribar a la imposición de una condena. El redactor de la Constitución Nacional utiliza el concepto juicio previo como sinónimo de sentencia previa 13 XXVI Congreso Nacional de Derecho Procesal Comisión de Procesal Penal Ponente general: Victor R. Corvalán y ello se demuestra con su propio texto, ya que al exigir que sea fundada en ley, es obvio que a ella se refiere. Los procesos no se fundan, pero sí las sentencias. Adoptar esta posición que exigiría siempre la realización de un proceso contradictorio, pondría en crisis al “abreviado”, que tanta importancia tiene para evitar debates inútiles. En el artículo 3 del nuevo C.P.P. de Santa Fe, se establece que durante el proceso (debió decir procedimiento) se observarán los principios de oralidad (es una regla opuesta al escriturismo), publicidad (deriva de nuestra forma de gobierno republicana), contradicción, concentración, inmediatez, simplificación y celeridad. Similar disposición se encuentra en el código procesal penal del Chubut. 7. ¿Cuál es la importancia de incorporar los principios procesales a la legislación? Los principios procesales, al igual que cualquier otro principio de otra rama del derecho, no necesitan reconocimiento positivo de alguna norma para su existencia. Sin embargo, cuando logran tener inscripción legislativa no resulta sencillo su desconocimiento. De allí la importancia de tenerlos incorporados en la legislación, sobre todo cuando sirven para la interpretación correcta de todo el plexo normativo. Con mayor razón en un país donde ha existido una separación entre la ideología que inspirara a la Constitución y por ende a sus principios, con los que fundaran el procedimiento penal. Durante muchos años, la comunidad que integran juristas, académicos, jueces, fiscales y abogados, ha vivido dándole la espalda a los principios constitucionales, para sostener el modelo procedimental inquisitivo, heredado primero de España y luego receptado de la Italia fascista en aquél procedimiento llamado mixto y que inaugurara el código de Córdoba de 1939. Esa falta de compromiso con la vigencia de los principios constitucionales, que provocaron una total falta de iniciativa para declararlo inconstitucional por parte de un Poder Judicial, -que fue quien debió defender la Constitución-, nos sirve para considerar importante que en las leyes se vuelvan a reiterar o a explicitar con más detalles, a aquellos principios. En un país donde hay una tradición de falta de respeto por los 14 XXVI Congreso Nacional de Derecho Procesal Comisión de Procesal Penal Ponente general: Victor R. Corvalán principios y garantías constitucionales, lo que se demuestra con la instauración de procedimientos inquisitivos -todavía vigentes- que nada tienen que ver con el debido proceso contemplado en el artículo 18 de la CN, es preciso que las normas procesales vuelvan a insistir en la consagración positiva de los principios, para garantizar que las interpretaciones jurisprudenciales sean compatibles con ellos. De cualquier forma, que se los reconozca en la legislación, no garantiza su respeto y cumplimiento, como ha ocurrido con muchas disposiciones constitucionales, que no fueron respetadas por los códigos procesales. El ejemplo más paradigmático de falta de recepción en los códigos procesales penales de garantías constitucionales, lo constituye la todavía incumplida manda que impone el jurado popular como herramienta de participación del pueblo en la tarea de juzgar a personas acusadas de cometer crímenes. Como lo señala Julio de Olazabal, “es aquí y ahora necesario predicar constantemente acerca de que no es suficiente con vivir en un estado de derecho, sino que es imprescindible hacerlo en un estado constitucional de derecho, esto es, en uno donde la ley común pueda soportar un permanente control de constitucionalidad”17. 8. La flexibilización de los principios procesales. Los principios procesales en general se presentan sólidos y difícilmente se pueda considerar su flexibilización, para admitir excepciones a su vigencia. Ello debe ocurrir con aquellos principios que son fundantes del sistema jurídico vigente, como ocurre con los que dan lugar al régimen político de la República y a la instauración de la democracia. Nos referimos a la división de poderes, la publicidad de los actos de gobierno, el reconocimiento de la soberanía popular, la supremacía constitucional, el respeto a la dignidad y a la libertad de las personas. La flexibilización puede ser la puerta por la que ingresen otros postulados que sean precisamente lo contrario del enunciado principista. Ello no sería una flexibilización, sino la claudicación del principio, de allí el riesgo de aceptarla. 15 XXVI Congreso Nacional de Derecho Procesal Comisión de Procesal Penal Ponente general: Victor R. Corvalán Somos partidarios del cumplimiento estricto de los principios que garantizan el respeto por un verdadero proceso, o sea el acusatorio. Por lo que la imparcialidad del Juez y el respeto por la igualdad de armas de las partes, no pueden admitir flexibilización alguna. En todo caso ello puede ser excepcionalmente posible, en principios de menor jerarquía y que pueden ceder en su rígida aplicación con miras al respeto de otros valores que también se encuentran garantizados por la Constitución Nacional. Por ejemplo, en algunos casos el debate se debe realizar a puertas cerradas, para que no se vea afectada la dignidad de quien aparece como víctima del delito cometido. En estos excepcionales casos, el principio de publicidad sufre un recorte necesario para impedir un daño no querido por el sistema. De cualquier forma, esa flexibilización en la publicidad del debate, en ningún caso puede llegar a afectar el derecho de defensa del acusado. II. Enfoques particulares 1. Relación entre los principios del derecho penal y los procesales. Buena parte de la doctrina reconoce la íntima relación que existe entre los principios del derecho penal y del derecho procesal 18, sobre todo porque –se afirma dogmáticamente- la realización del primero es imposible sin el cumplimiento del segundo. En realidad, lo que se quiere significar es que no existe la posibilidad de aplicar una pena, sin transitar por un procedimiento que regule el derecho procesal. Porque en realidad el derecho penal también se aplica cuando se rechaza toda posibilidad de investigación, cuando se archivan actuaciones por atipicidad o simplemente cuando un funcionario no recepciona una denuncia que pretende radicar alguien que considera erróneamente que determinado hecho es delito, cuando no lo es. Precisando mejor todavía y como distinguimos perfectamente entre el género procedimiento y la especie proceso, para aquella realización del derecho penal que implica la imposición de una pena pública, debe existir un procedimiento, pero no necesariamente un proceso, como sinónimo de juicio o debate, ya que la sentencia condenatoria bien puede homologar el 16 XXVI Congreso Nacional de Derecho Procesal Comisión de Procesal Penal Ponente general: Victor R. Corvalán acuerdo que las partes libremente han suscripto previamente. Esta distinción que permite el ingreso del mecanismo conocido como “procedimiento abreviado”, es rechazada por la doctrina que sigue las enseñanzas de Alfredo Vélez Mariconde, para quien todo el sistema de enjuiciamiento está destinado a descubrir la verdad y a actuar la ley penal toda vez que se sospeche que ha sido violada. 19 De cualquier forma, más allá de esa necesidad imperiosa del derecho penal, éste tiene sus propios principios que van a ser respetados por los intervinientes en el procedimiento, sea para investigar, debatir (usando al proceso), para acordar (abreviado) o para sentenciar. La Constitución Nacional, como sabemos, establece los principios básicos del ordenamiento jurídico penal que luego el derecho procesal tiene que respetarlos. La íntima relación que llega a confundir al derecho procesal como si fuera una parte del derecho penal, era propia del imperio del sistema inquisitivo donde la confusión entre acción y jurisdicción, provocaba que fuera el juez quien detentara el poder penal del Estado. De allí que no participamos de la idea de tanta íntima relación que peca por terminar siendo “incestuosa”. Participamos de la idea que los principios del proceso, no cambian, no son diferentes, porque el tema a decidir tenga relación con el derecho penal. Los principios procesales rigen un proceso, que sirve para debatir o llegar a acuerdos, que sean materia de cualquier derecho (civil, comercial, laboral, administrativo o penal). Por lo tanto la política criminal no puede tratar de influenciar a los principios del proceso, porque ello conduce a un grave error y es precisamente lo que ha venido sucediendo con el sistema inquisitivo, que utilizaba a mecanismos procesales para reprimir. El contacto entre la política criminal y el proceso que diseña la teoría única, se encuentra en el ejercicio de la acción con contenido punitivo. Tanto para decidir el comienzo del proceso, como para su desarrollo y su fin, todo ello le compete a la política criminal. Son sus decisiones las que se toman para perseguir penalmente o considerar la aplicación de criterios de oportunidad, la suspensión del proceso a prueba, así como para aceptar el acuerdo abreviado con el acusado. Pero ello ocurre 17 XXVI Congreso Nacional de Derecho Procesal Comisión de Procesal Penal Ponente general: Victor R. Corvalán en el plano del ejercicio de la acción y de ninguna manera pueden alterar al proceso que respondiendo a sus propios principios no puede ni debe mezclarse con la política criminal. 2. Principio acusatorio. 2.1. Alcance y consecuencias. En realidad, el principio acusatorio refiere a la necesidad de que quien acusa se haga cargo de probar la culpabilidad del acusado, destruyendo de este modo su ficcional estado de inocencia del que por imperio legal goza. Así lo considera la definición que citamos al comienzo de este trabajo, el diccionario de la RAE. Sin embargo, aquí se alude a mucho más que el “onus probandi” ya que en realidad se considera en particular al modelo procesal acusatorio, como el que realmente refleja aquél que entendemos por verdadero proceso, tal cual lo conceptualizamos precedentemente en la parte introductoria de esta ponencia. Más que principio acusatorio, se refiere a las características que un verdadero proceso ofrece, en contraposición al procedimiento inquisitivo o mixto, que ha tenido tanta preponderancia en los sistemas procesales de nuestro país. Los principios del proceso, que da lugar al llamado proceso acusatorio, cuando en realidad se trata del único proceso posible de cuantificar, son los que mencionamos (contradicción, igualdad de las partes, imparcialidad del juzgador, transitoriedad y eficacia de las series de instancias proyectivas). Como consecuencia de ello, sin debate no hay proceso y para que éste tenga lugar debe existir una concreta contradicción entre el discurso del actor y el del imputado acusado. Ese es el primer punto a considerar, para que exista un proceso, sinónimo de juicio o debate. Por lo tanto si hay acuerdo entre las partes, desaparece el proceso porque no existe la contradicción que lo justifica, que le da sentido. De allí que el procedimiento abreviado, sea siempre nada más que eso, un procedimiento consensuado, lo contrario de proceso, la antítesis. Es incorrecto por lo tanto llamarlo “juicio o proceso abreviado”. Si bien se abrevian trámites, al desaparecer la contradicción, carece de sentido la confrontación, no hay posibilidad de 18 XXVI Congreso Nacional de Derecho Procesal Comisión de Procesal Penal Ponente general: Victor R. Corvalán debate y logrado el consenso, solo resta la sentencia que homologue el acuerdo. Se ha eliminado la necesidad de producir pruebas y en consecuencia de alegar sobre su mérito, porque ambas partes acuerdan sobre las proposiciones fácticas y jurídicas. No hay dos teorías del caso, sino una sola. Resulta interesante en consecuencia ver cómo juega la circulación de la verdad, en todo esto. La verdad, es una construcción discursiva, consensuada por las partes, que por lo tanto nada necesitan demostrar, porque ambas han alcanzado acuerdo en cómo ocurrieron los hechos y cómo se aplica el derecho, incluyendo la pena que corresponde aplicarle al acusado. Todo dentro de un marco discursivo superior que es el que marca el discurso de la ley, entendida como un texto sin sujeto, pero que funciona limitando y determinando el discurso acordado por las partes. Precisamente será función del Tribunal únicamente analizar si ello ha ocurrido, es decir, si el acuerdo merece ser homologado, en tanto no repugna a los preceptos constitucionales y legales. Históricamente, en materia penal al modelo acusatorio se lo asocia con un sistema procesal eminentemente privado, sin ninguna injerencia estatal, sobre todo en lo que refiere a la iniciativa en el ejercicio de la acción, o sea la persecución penal pública. Ello desde un enfoque sustancial o material donde se confunde el ejercicio de la pretensión contenida en la acción, con el esquema regulatorio del juicio 20. Sin embargo, desde otro punto de vista, que podemos considerar formal, el modelo acusatorio puede funcionar con independencia del carácter público o privado de la pretensión que sirva de contenido a la acción procesal. Nos preocupa no tener clara esta distinción entre proceso y acción o mejor pretensión, ya que hay quienes anticipan una suerte de privatización del “ius puniendi” como consecuencia de la implantación del sistema acusatorio, cuando ello no necesariamente debe ser así21. Más allá de lo ocurrido en la historia del procedimiento penal, donde en realidad lo que se advierte es -como ocurre con cualquier otro tema-, una clara lucha por el ejercicio del poder, para este caso el poder penal, el sistema adversarial o acusatorio, desde nuestro punto de vista es siempre un método de debate. Es una herramienta formal, para que circule 19 XXVI Congreso Nacional de Derecho Procesal Comisión de Procesal Penal Ponente general: Victor R. Corvalán la verdad, presentándose como más o menos verosímil, según la actividad que las partes puedan cumplir, a la vista y oídos del tribunal. De modo que es ajeno a la naturaleza de la pretensión esgrimida, que no cambia porque se utilice el modelo acusatorio y se abandone el inquisitivo. 2.2. Relación con los principios dispositivo y adversarial: consenso y oportunidad. Para muchos doctrinarios el principio acusatorio es lo mismo que dispositivo, son sinónimos, tal como ocurre con la denominación adversarial. Como sucede en muchos otros casos donde la equivocidad de los vocablos provoca enorme confusión conceptual, al verdadero proceso entendido como sinónimo de juicio o de debate judicial, caracterizado por la contradicción discursiva que plantean las partes frente a un tercero imparcial, se lo suele confundir con otros principios que regulan el ejercicio de la acción. Otra característica del acusatorio, es que el proceso no puede iniciarse sino por la iniciativa de la parte actora que lo provoca, derivada de aquella máxima romana: “no hay jurisdicción sin acción”. Por supuesto, que comprende la posibilidad de que la parte desista de su pretensión, lo que pone fin al proceso. Pero estas características del acusatorio se relacionan con el ejercicio de la pretensión que contiene la acción procesal. La parte actora puede disponer mediante su actividad desde el inicio hasta la finalización del proceso. Ello lo podrá hacer porque tiene la facultad o porque se encuentra obligada legalmente a adoptar tal ejercicio. En el primer caso se encuentran todos los casos de los particulares que ejercen la acción con una pretensión de la que pueden disponer libremente, sin tener que rendir cuenta a la sociedad por tal decisión. Es el principio dispositivo relacionado con el ejercicio de la acción. En el segundo caso, el orden jurídico puede obligar a un órgano del estado predispuesto para ello, a iniciar y mantener el ejercicio de la acción en procura de la satisfacción de una pretensión que se ejerce en nombre de toda la sociedad. Se trata del fenómeno de la persecución penal, regida por el principio de oficialidad o legalidad procesal, que se reserva para la mayoría de los delitos denominados “de acción pública perseguibles de oficio”. Este principio se abandona con la 20 XXVI Congreso Nacional de Derecho Procesal Comisión de Procesal Penal Ponente general: Victor R. Corvalán introducción realista del llamado principio de oportunidad, al que luego nos referiremos. Un autor clásico que confunde acusatorio con dispositivo es Hernando Devis Echandía cuando expresa que “el principio dispositivo tiene dos aspectos: 1) por el primero significa que corresponde a las partes iniciar el proceso formulando la demanda y en ella sus peticiones y desistir de ella; 2) por el segundo, que corresponde a las partes solicitar las pruebas, sin que el juez pueda ordenarlas de oficio. Tomado en ambos aspectos significa que corresponde a las partes la iniciativa en general, y que el juez debe atenerse exclusivamente a la actividad de éstas, sin que le sea permitido tomar iniciativas encaminadas a iniciar el proceso ni a establecer la verdad para saber cuál de ellas tiene la razón en la afirmación de los hechos.” 22 Para nuestro punto de vista, lo correcto es hablar de un sistema dispositivo, ya que como señala Omar Benabentos “el sistema de procesamiento dispositivo no es un “principio procesal”23 . Con la salvedad conceptual ya formulada, es posible aceptar la definición que nos trae Lino Palacio, cuando considera al principio dispositivo como “aquél en cuya virtud se confía a la actividad de las partes tanto el estímulo de la función judicial como la aportación de los materiales sobre los cuales ha de versar la decisión del juez. La vigencia de este principio se manifiesta en los siguientes aspectos: iniciativa, disponibilidad del derecho material, impulso procesal, delimitación del “thema decidendum”, aportación de los hechos y aportación de la prueba”24. Es sumamente interesante, cómo por la aplicación de este principio, se termina limitando el poder del juez, lo que es realmente una condición esencial provocada por el principio acusatorio. Es que como lo venimos analizando, el principio dispositivo refiere a la posibilidad de disponer sobre la pretensión esgrimida, tanto para darle contenido y promover el ejercicio de la acción, como para llegado el caso renunciar a su ejercicio poniendo fin al proceso, por lo que no debería relacionarse con las facultades de conocimiento del juez. Sin embargo, Eduardo J. Couture, aunque refiriéndose exclusivamente al ámbito del proceso civil, le asigna al principio dispositivo un doble contenido “por un lado, la iniciativa de parte (el juicio 21 XXVI Congreso Nacional de Derecho Procesal Comisión de Procesal Penal Ponente general: Victor R. Corvalán civil no funciona sino a petición de parte interesada); y por otro la limitación del material de conocimiento (el juez no conoce más materiales de hecho que los que le suministran las propias partes)”. 25 Cabe aclarar que cuando el Fiscal en un momento determinado del proceso, por ejemplo al producir su alegato, retira su pretensión incriminatoria, porque concluye que no existen pruebas del delito por el que en su momento dedujera la acusación, o porque ha quedado demostrado que el hecho no encuadra en la figura en su momento elegida, no se trata de una manifestación del principio dispositivo, sino de un cambio en la actitud del actor público. Este se mantiene dentro de la legalidad procesal, ya que ella reclama como presupuestos para la condena que existan pruebas de la existencia de un hecho delictivo, de lo contrario su pretensión será desincriminante, con los efectos que la jurisprudencia le ha venido otorgando desde el caso Tarifeño, retomado en Mostacchio . De cualquier forma, 26 cuando el fiscal modifica su pretensión y ésta pasa a ser desincriminante, o sea pide la absolución de aquél que hasta ese momento venía acusando, en rigor, el proceso no existe más, porque desapareció la contradicción que hace a su esencia. Al vincular un principio que refiere al ejercicio de la acción (dispositivo) con el esquema de un verdadero proceso, o sea el conocido como acusatorio, se pone en juego el modo de circulación de la verdad. Precisamente este valor, tan preciado por el sistema inquisitivo, al punto que le significa desde siempre la gran excusa para justificar la acumulación del poder en la figura del juez, sigue influyendo pero de otro modo en el acusatorio. Así, en el proceso acusatorio, las partes no buscarán descubrir la verdad, la que debió ser encontrada antes, para ejercer responsablemente la acción y la contradicción. Lo que persiguen las partes en el proceso, es tener la posibilidad para producir todo lo necesario a fin de convencer al juez, de la verosimilitud de sus discursos contradictorios. De manera que en la decisión sobre iniciar el proceso acusatorio, que la tendrá por obligación el Fiscal o por facultad el particular, ya juega un papel fundamental el tema de la verdad, así como el de la justicia. Ambas poseen conceptualmente una tremenda fuerza convictiva como para justificar tantos 22 XXVI Congreso Nacional de Derecho Procesal Comisión de Procesal Penal Ponente general: Victor R. Corvalán años de procedimientos autoritarios. Lo mismo ocurre cuando se trata de llegar a acuerdos que superen el juicio, que lo eviten. Ese consenso es nada más que un acuerdo sobre cómo ocurrieron los hechos y cuál es su consecuencia jurídica, o sea un acuerdo sobre la verdad. 27 Vinculado a todo este tema del ejercicio de la acción, se encuentra –como lo adelantamos- el principio de oportunidad de reciente recepción en el ordenamiento jurídico, mediante el cual los órganos públicos en aquellos casos previstos normativamente, pueden decidir no ejercer la pretensión punitiva, descomprimiendo de este modo un sistema absolutamente colapsado e incapaz de dar respuesta a todos los que se le presentan. Como se encarga de explicar uno de sus más fervientes defensores, Alberto Binder, por el principio de legalidad procesal se obliga al Estado a intervenir en todos los casos delictivos que conozca, pero como esta previsión es genérica, ocurre luego que ante el caso particular el Estado descubre que no tiene interés o no tiene posibilidades concretas de llevar adelante la persecución penal, por lo que la ley va a facultar a los Fiscales para no ejercer la persecución penal, lo que se conoce como principio de oportunidad. Este autor refiere a aquellos casos que son insignificantes frente a otros casos que debe perseguir. En este punto cabe aclarar que para Binder, el concepto de insignificancia en que funda el principio de oportunidad es un concepto relativo, no absoluto y en realidad se trata siempre de un concepto de menor relevancia distinto del usado en el ámbito del Derecho penal para reconocer que una conducta no es típica. En el ámbito del principio de oportunidad el concepto de insignificancia implica que es menos relevante que otros casos o que su importancia no es suficiente en relación a los costos de la persecución penal. 28 Otros autores van a fundar el principio de oportunidad en motivos de utilidad social o razones de política criminal.29 En definitiva, principio dispositivo o principio de oportunidad, al igual que principio de legalidad procesal u oficialidad, refieren al ejercicio de la acción, al regularse la posibilidad de disponer de la pretensión punitiva. Es claro que el principio de oportunidad en el ejercicio de la acción, al igual que el 23 XXVI Congreso Nacional de Derecho Procesal Comisión de Procesal Penal Ponente general: Victor R. Corvalán dispositivo, son más compatibles con el modelo acusatorio y completamente ajenos al procedimiento inquisitivo, pero ello no significa volver a la confusión entre acción y jurisdicción que este mecanismo de concentración de poder tiene como característica fundamental. El proceso acusatorio precisamente se caracteriza por la distinción entre la actividad del juez de la que cumplen las partes, con total independencia que el actor se encuentre más o menos facultado para disponer de su pretensión. De cualquier forma, es cierto que el sistema procesal acusatorio, cuando se trata del ejercicio de la pretensión punitiva, se relaciona mejor con quienes ven al derecho penal como última razón del Estado, allí cuando fracasaron todas las otras políticas para resolver el conflicto primario 30. 2.3. Principio de igualdad de armas. Referido al esquema ideal de igualdad de posibilidades que las partes deben tener para el debate del contradictorio discursivo e incluso antes, para poder arribar al consenso que requiere un procedimiento abreviado, aparece este principio que se ha dado en llamar de igualdad de armas, como reconocimiento histórico al concepto de proceso como contienda. Es de la esencia del modelo acusatorio, que el juicio o sea el proceso sea la resultante del accionar de dos fuerzas antagónicas. La primera de ella, o sea el actor, el que acusa, es quien suministra el objeto mediante una concreta imputación y la otra necesariamente deberá contradecir, o sea se le opone. Mientras tanto el juez debe quedar en un sitial de imparcialidad, brindando un espacio para el debate, donde esas dos fuerzas se desarrollen discursivamente. Entonces acusación y defensa tienen que tener un espacio igualitario o equilibrado. Por ejemplo cuando llegue el momento de los alegatos, le estará garantizado a la defensa efectuar todas las manifestaciones que necesite para contradecir la acusación. Pero antes en el tiempo de la prueba, el derecho de defensa no se limita al ofrecimiento de toda aquella que le sirva de utilidad a la verosimilitud de su teoría del caso, sino impedir que se intente aprovechar para la demostración del hecho incriminado, cualquier elemento que se consiguió incorporar sin su control partivo. No sólo ofrecer sino controlar la producción probatoria, de ello se 24 XXVI Congreso Nacional de Derecho Procesal Comisión de Procesal Penal Ponente general: Victor R. Corvalán trata para respetar el principio de igualdad de armas. Debe la defensa contar con una plena posibilidad de refutación o contraprueba. Como al proceso acusatorio se lo mira como una contienda, únicamente es concebible en un plano de igualdad de armas, con una defensa y una acusación dotadas de poderes equivalentes. Ello con la relatividad que implica tratar de igualar a un defensor particular con el aparato del Estado al servicio de la acusación. Para la defensa, en un punto del proceso no puede existir el secreto respecto de lo investigado por el Fiscal. El secreto de la investigación, es un instituto completamente ajeno al modelo acusatorio. 31 Por ello se vincula con el principio de igualdad de armas, que el imputado tenga a su servicio una adecuada defensa técnica. Ello no se agota con la formalidad de la designación de un defensor oficial, sino que reclama el ejercicio eficaz de un abogado, pagado por el Estado, que realmente se encuentre a la altura de los acontecimientos, en condiciones de oponerse a la acusación pública. Este principio que exige respeto igualitario para ambas partes, ha sido el más desconocido y vulnerado por el llamado procedimiento mixto, donde la etapa instructoria lejos de ser preparatoria adquiere naturaleza definitiva respecto de lo que ocurra luego en el juicio que de esta forma, pierde toda importancia32. La mayor dificultad que presenta el respeto al principio de igualdad de armas, parte de la realidad de la superioridad del Estado, quien por regla general se ocupará de la persecución penal. Resulta imposible desde una postura realista igualar el poder de la organización estatal, puesta al servicio de la persecución penal, con la tarea de resistir de parte del imputado. Como lo reconoce Julio B. J. Maier, el ministerio público con el auxilio de la policía ejercen el poder penal del Estado y, por ello –por su pesada tarea: deber de prevenir y averiguar los hechos punibles-, disponen de medios que, salvo excepciones históricas, meramente escasamente edificante de prácticas, organizaciones debidas delictivas al ejemplo privadas, son, jurídicamente, imposibles de equiparar. Por ello todo intento para tratar de acercar a partes tan desiguales, resulta un ideal plausible. Cuando se trata de la defensa pública, es decir, prestada por funcionarios 25 XXVI Congreso Nacional de Derecho Procesal Comisión de Procesal Penal Ponente general: Victor R. Corvalán del mismo Estado, no faltan quienes propician que se los dote de una policía a su servicio para tratar de equiparar la estructura de los fiscales. No compartimos tal propuesta, ya que la misma policía y antes el propio órgano fiscal, debe ser receptivo de toda inquietud investigativa que le solicite la defensa, ya que de lo contrario partiríamos de una concepción totalmente desubicada de la función pública. De cualquier forma, debemos reconocer que el procedimiento de construcción de la verdad procesal es, durante la instrucción preliminar, un procedimiento básicamente autoritario, por más que se encuentre a cargo del fiscal y exista la posibilidad de control jurisdiccional de parte de un juez garantizador. Es que esa reconstrucción histórica para tratar de ver qué pasó realmente, la realiza una autoridad estatal con el claro objetivo de recolectar información para decidir acerca del enjuiciamiento de una persona. Por ello lo fundamental debe ser el proceso, es decir, la etapa siguiente, cuando se ha decidido que hay suficientes elementos para acusar. Es allí donde recién aparece la posibilidad de otorgar al acusado, una situación similar respecto de su acusador. Así como la acusación construirá su teoría del caso, lo propio hará el acusado; podrán probar los extremos que invocan y controlar la prueba del contrario; definitivamente ambas partes van a valorar la prueba recibida de un modo crítico, para argumentar frente al Tribunal, de qué modo debe decidirse el caso. Esa igualdad de posibilidades también se reflejará en la utilización de los recursos, como mecanismos eventuales del procedimiento y frente a decisiones que se consideren injustas. Allí se ve con claridad la aplicación del principio dispositivo ya que las partes pueden o no, impugnar lo decidido. De cualquier forma, cabe tener presente que la ficción de inocencia favorece al imputado y obliga al actor a cargar con la tarea de probar su acusación. Otra posición favorable que deriva de esa ficción de inocencia, como también se encarga de destacar Julio B. J. Maier, es el funcionamiento de la máxima in dubio pro reo, que obliga a los tribunales a pronunciarse en su favor si tienen razonable duda sobre su autoría o participación en el hecho atribuido. 33 En definitiva, siendo el sistema acusatorio, esencialmente un proceso de partes, estas en principio, deben encontrarse en un pie de igualdad en lo 26 XXVI Congreso Nacional de Derecho Procesal Comisión de Procesal Penal Ponente general: Victor R. Corvalán que se refiere a su posición ante el proceso, atribuciones, facultades y fundamentalmente medios para efectivizar tales derechos 34. 2.4. Imparcialidad del juez y objetividad del fiscal. Es de la esencia del Juez, su imparcialidad, y ello es un principio fundante del sistema acusatorio35. Violarlo supone alterar nada menos que la esencia del proceso. Precisamente si el inquisitivo era un procedimiento donde el juez concentraba tanto poder, que era dueño de iniciarlo, avanzarlo y terminarlo, cuando lo quisiera y sin tener que rendir cuentas a nadie, ello ocurría pagando con la ausencia de un magistrado imparcial. Tan parcial era que asumía la función que le correspondía al acusador, y en otros casos, reemplazaba a la propia defensa. Sin embargo, cabe consignar que el principio de la imparcialidad del juez, obedece entre otros fundamentos a la necesidad de asegurar su total independencia de los otros poderes del Estado, asegurando de esta forma la división de funciones que caracteriza a la República democrática en la que vivimos36. Por lo que no es solamente una exigencia del proceso, para que las partes tengan garantizado que el debate será presenciado por alguien que se espera no tenga ningún prejuicio y pueda dictar sentencia en las mejores condiciones. Ese Juez que debe existir, por lo menos como órgano, antes de que ocurra el hecho y de comienzo al proceso, debe estar determinado por la ley, en orden a tener su competencia perfectamente reglada. La independencia del Juez y su imparcialidad, si bien son dos conceptos diferentes, están íntimamente unidos. La independencia como lo anticipamos refiere a que resuelva según su propio criterio, interpretando los hechos y la ley, según su leal saber y entender. Sin que nadie externamente le venga a sugerir de qué modo hacerlo. La independencia determina que el juez esté sólo sometido a la ley y a la Constitución. La imparcialidad significa que, para la resolución del caso, el juez no se dejará llevar por ningún otro interés fuera del de la aplicación correcta de la ley y la solución justa para el litigio tal como la ley lo prevé. Como se encarga de señalarlo Alberto Binder, tan entrelazados están los 27 XXVI Congreso Nacional de Derecho Procesal Comisión de Procesal Penal Ponente general: Victor R. Corvalán conceptos de independencia e imparcialidad que el juez que no es independiente no es imparcial 37. En cuanto a la objetividad del fiscal, es un valor reclamado en general por toda la doctrina, para diferenciarlo de su condición partiva. Es obvio que el Fiscal es la parte fundante del proceso, ya que sin su actividad resulta inconcebible el nacimiento del proceso, por lo menos en los delitos cuya acción es de ejercicio público. Pero también es necesario que como funcionario del Estado, como representante de toda la sociedad, que incluye a la supuesta víctima, opere con una objetividad que incluso supere los intereses que ficcionalmente representa en el proceso. A diferencia de lo que ocurre con los jueces, los fiscales no son imparciales, no son independientes, pero deben operar con objetividad en el análisis del caso donde actúan. No son imparciales, porque precisamente constituyen una parcialidad, la de la parte acusadora. No son independientes, porque la institución a la que pertenecen, se encarga de concretar políticas públicas de persecución penal, previamente diseñadas en otros ámbitos del mismo Estado. De allí que en algún momento puedan entrar en contradicción con la propia persona que alega su condición de víctima. Ello ocurrirá, por ejemplo cuando el Fiscal adopte un criterio de oportunidad, siguiendo las líneas de política criminal que debe cumplir como miembro del Ministerio Público. Es posible que la víctima, no acuerde con tal actitud y ello provocará un conflicto entre quienes hasta ese momento conformaban o por lo menos debían conformar, un litis consorcio activo. Como fuere, lo cierto es que las condiciones de ecuanimidad, no sólo se exigen para los jueces sino también para los fiscales. Aún cuando no se les puede pedir que sean estrictamente imparciales, por la función que cumple y por constituir realmente una de las partes que protagonizará el contradictorio discursivo del proceso, deben tener un grado de prescindencia, que se estima indispensable para que su actividad acusatoria se ejercite con arreglo a la legalidad, e incluso cuando corresponda, deben llegar a peticionar en sentido favorable al imputado. Los fiscales no conforman un organismo que cumple la función de acusar a ultranza, sino que en nombre de la sociedad y como guardianes del orden público, deben ejercer su accionar defendiendo 28 XXVI Congreso Nacional de Derecho Procesal Comisión de Procesal Penal Ponente general: Victor R. Corvalán la Constitución Nacional y todas las leyes que de ella derivan. Pero analizando el material probatorio con la suficiente objetividad que les permita justificadamente, llegar a desistir de la pretensión punitiva. Haciendo referencia al principio de objetividad, Mauricio Duce J. y Cristián Riego R., expresan que “este principio se refiere a la obligación que tienen los fiscales de investigar tanto aquello que permite acreditar el delito y la participación del imputado en él, como los hechos que sirvan para probar su inocencia (en realidad que extingan, eximan o atenúen su responsabilidad penal)…”. Y seguidamente continúan diciendo que “una interpretación posible es entender que el contenido de este principio resulta equivalente o muy cercano al de la imparcialidad, lo que impone a los fiscales la obligación de actuar como magistrados neutrales de persecución penal que investigan y agotan todas las hipótesis posibles de investigación, tanto para la persecución como para la defensa”38. Volviendo al juez, su mentada imparcialidad es fundamentalmente un ideal que se pretende alcanzar, pero con la relatividad que supone su condición humana. Se trata de que sea imparcial e impartial, es decir se ubique frente a las partes o más allá de ellas. Un juez no es parte en el asunto que debe decidir, esto es, que lo aborda sin interés personal alguno. Ser imparcial supone también la ausencia de prejuicios a favor o en contra de las personas o de la materia acerca de las cuales debe decidir. De allí que resulta inconcebible considerar al actual juez de instrucción, con la condición de imparcialidad e impartialidad, cuando los códigos que lo regulan lo obligan a lograr determinados fines. Le imponen el deber de conocer por las suyas la verdad de un acontecimiento histórico, lo que supone tener iniciativa propia para investigar, involucrarse él mismo con la producción probatoria, interrogar a testigos y peritos. Todo ello lejos de favorecer su imparcialidad, la destruye completamente. Resulta imposible tal concepción, porque la propia ley lo obliga a adoptar la posición de parte en el procedimiento, a tener un interés propio en la decisión, a abandonar su neutralidad frente al acontecimiento. La ley procesal inquisitiva lo obliga a opinar, antes de dictar su sentencia. Pero son opiniones sobre el fondo del 29 XXVI Congreso Nacional de Derecho Procesal Comisión de Procesal Penal Ponente general: Victor R. Corvalán asunto, como ocurre con el procesamiento y la prisión preventiva. Estas opiniones constituyen un claro ejemplo de prejuzgamiento, que elimina toda posibilidad de imparcialidad en el juez, tal como se encarga de señalar con claridad expositiva y compromiso ideológico Richard A. Hotham 39. A ello se agrega, como lo señala Julio B. J. Maier, que quien integra un tribunal de justicia –solo o acompañado- no es otra cosa que una persona, que un ciudadano, idéntico en sus atributos fundamentales a sus demás congéneres, juzgados por él, todos convivientes en un mismo tiempo, como integrantes de una misma agrupación social y política, y por lo tanto, bajo los mismos valores ético-culturales que presiden y gobiernan esa sociedad. Nada especial los legitima como imparciales frente al asunto, a decir verdad, nada los legitima para juzgar a sus semejantes, que no sea el intento de evitar la violencia de unos contra otros frente a la aparición de un conflicto social, poder característico del Estado moderno (monopolio de la fuerza). Ello indica, como lo anticipamos, que el calificativo “imparcial”, se lo debe tratar como un ideal. No puede representar un absoluto, sino una serie de previsiones, siempre relativas a un tiempo histórico y a un sistema determinados, cuyo contenido se vincula al intento de aproximarse a aquel ideal o de evitar desviarse de él. Es preferible hablar de neutralidad, que para Maier puede ser esquematizada en nuestro Derecho orgánico, esto es, con abstracción de las reglas del procedimiento, por referencia a tres máximas fundamentales, que pretenden lograr en ese ámbito la ansiada aproximación al ideal de la imparcialidad del juzgador: a) la independencia de los jueces de todo poder estatal que pueda influir en la consideración del caso; b) la llamada imparcialidad frente al caso, determinada por la relación del juzgador con el caso mismo –según su objeto, comprendida la actividad previa de los jueces referida al caso, y los protagonistas del conflicto-, mejor caracterizada como motivos de temor o sospecha de parcialidad del juez, que persigue el fin de posibilitar su exclusión de la tarea de juzgar un caso concreto, cuando él afecta su posición imparcial, y c) el mencionado principio del juez natural o legal, que pretende evitar toda manipulación de los poderes del Estado para asignar un 30 XXVI Congreso Nacional de Derecho Procesal Comisión de Procesal Penal Ponente general: Victor R. Corvalán caso a un tribunal determinado, de modo de elegir los jueces que lo considerarán ad hoc.40 Hernando Devis Echandía, haciendo referencia a la imparcialidad de los funcionarios judiciales, expresa que “esta imparcialidad es una de las razones que exigen la independencia del órgano judicial en el sentido expuesto. Pero con ella se contempla, además, la ausencia de todo interés en su decisión, distinto del de la recta aplicación de la justicia. Al juez le está vedado conocer y resolver asuntos en que sus intereses personales se hallen en conflicto con su obligación de aplicar rigurosamente el derecho. No se puede ser juez y parte a un mismo tiempo”41. Resulta altamente instructivo el análisis que sobre el concepto de imparcialidad hacen los tribunales internacionales en la labor interpretativa del Convenio Europeo y de la Convención Americana sobre Derechos Humanos. Así se ha dicho que la imparcialidad es la ausencia de prejuicios o parcialidades y que puede distinguirse entre un aspecto subjetivo, relacionado al parecer personal que sobre esa cuestión tiene quien encarna la magistratura, y otro objetivo, vinculado a la posibilidad de establecer si el juez ofrece garantías suficientes en orden a excluir cualquier duda razonable acerca de su capacidad para cumplir una actuación ecuánime 42. 2.5. La imparcialidad del juez y el juicio por jurados. Toca ahora analizar uno de los temas, que mayor resistencia ofrece en el pensamiento jurídico de nuestro país, pese a las claras disposiciones constitucionales que refieren a la necesidad de su implementación. Desde hace muchos años, venimos defendiendo el instituto del jurado popular, en tanto lo consideramos indispensable para la vida democrática de nuestro país. De allí que nos resulta grato que los organizadores del congreso, consideren el tema y nos permitan su análisis. Cuando la Constitución Nacional afirma que los juicios criminales han de ser terminados por jurados, ello simplemente significa que en los casos penales graves, el envío de una persona a la cárcel a cumplir una pena importante o quedar libre de toda sospecha, no puede decidirlo un juez técnico, cuando el acusado ha reclamado ser juzgado por sus pares. Como es tan grave esto 31 XXVI Congreso Nacional de Derecho Procesal Comisión de Procesal Penal Ponente general: Victor R. Corvalán de ir a la cárcel por mucho tiempo o quedar libre, cuando la acusación lo es de un crimen, esta decisión tiene tal trascendencia que para los constituyentes que promulgaron nuestra carta magna y también para quienes la reformaron en 1994, ello debe adoptarse por decisión conjunta de jueces constitucionales y los miembros de la misma sociedad, cuya muestra representativa conforma el jurado43. Coincidimos en que los jurados son una garantía procesal que integra el debido proceso legal adjetivo desde la perspectiva del justiciable: el imputado de un delito tiene derecho a ser juzgado en materia penal por los ciudadanos, quienes deciden si es culpable o inocente del hecho que se le imputa. Desde este punto de vista, el jurado es un órgano de justicia de carácter colegiado integrado transitoriamente, conformado total o parcialmente con legos, ante quien sólo puede desarrollarse un juicio caracterizado por la inmediación, publicidad y oralidad 44. Hay que decir también, que si hay un instituto claramente perteneciente al modelo acusatorio, históricamente lo es el jurado popular. Precisamente un argumento muy sólido que la doctrina y la jurisprudencia ha utilizado para concluir en que el debido proceso al que alude el art. 18 de la CN es el acusatorio, parte del reconocimiento y adopción del jurado, en tres normas de su texto. Es que como con justicia se lo reconoce, el jurado popular es el instrumento para que el pueblo pueda participar en la función política del poder judicial. Un poder judicial que se conforma sobre una base altamente burocratizada y cuyos integrantes lejos de tener una clara representación democrática, no hace mucho tiempo que han consolidado con los consejos de la Magistratura un método transparente para el análisis de la idoneidad que reclama la Constitución Nacional, encuentra en el jurado la base popular que le trae aires democráticos, cuando no de un sentido común que muchas veces se pierde en la intelectualidad del jurista. Sin embargo, conocemos de la resistencia ideológica a que personas no formadas en el saber jurídico, vengan a ocupar un lugar de poder limitando a quienes con toda su formación universitaria, están acostumbrados a operar sin tal intromisión. 32 XXVI Congreso Nacional de Derecho Procesal Comisión de Procesal Penal Ponente general: Victor R. Corvalán Son muchas las ventajas del jurado, desde lo ideológico, desde los principios democráticos que precisamente fundan nuestra República, y como no podemos extendernos demasiado baste con citar a Jorge Vázquez Rossi, uno de los más caracterizados defensores del instituto. Este considera que “la presencia del jurado que, por definición, no es un organismo compuesto por funcionarios permanentes, enrolados dentro de una carrera judicial, evita la repetición burocrática: así como para el justiciable el acto de juzgamiento es único, igualmente lo es para quienes atienden un caso, convertido así verdaderamente en un acontecimiento de plena importancia. En el mismo sentido, el jurado nada le debe a nadie ni espera beneficios de su actuación, aunque más no fueren en relación a ascensos, prestigio o vinculaciones de poder, por lo que la independencia aparece mucho más neta que en el supuesto de los jueces técnicos profesionales quienes, por otra parte, tienen muchas más razones para sentir influencias en casos de amplia repercusión. Y en lo que atañe a la imparcialidad, los métodos de selección y recusación de los integrantes del jurado existentes dentro del derecho comparado, ofrecen suficientes garantías para el logro posible de la mejor ecuanimidad”45. Recordemos que el jurado funciona como un filtro de oportunidad para autorizar a la jurisdicción técnica a dictar su sentencia penal, condenando a quien se encontró culpable en el veredicto, y absolviendo sin más trámites cuando no se cuenta con tal autorización. La motivación de la sentencia es tarea siempre a cargo del juez técnico. Excepcionalmente éste puede apartarse del veredicto de culpabilidad y absolver por razones relacionadas con la teoría del delito que el jurado no pudo tener en cuenta. 2.6. La influencia de factores externos en la imparcialidad del juez: la prensa, la política, la sociedad. En el mundo en que vivimos, la importancia que tienen los medios de comunicación en relación al ejercicio del poder político, es realmente notable, al punto que en muchas ocasiones la agenda la escriben los periodistas y la cumplen quienes gestionan desde el Estado. Ello es grave, 33 XXVI Congreso Nacional de Derecho Procesal Comisión de Procesal Penal Ponente general: Victor R. Corvalán porque el poder que ejercen los medios, se funda exclusivamente en una expresión de una actividad económica, desde que como empresa comercial que constituyen, persiguen un claro fin lucrativo y por lo tanto necesitan vender el producto que construyen. A diferencia de la actividad política que idealmente es altruista y persigue el bien común, el periodismo trabaja para empresarios que pretenden mantener su capital creciendo en un mercado muy competitivo, donde muchas veces se dejan de lado principios éticos para rendirle culto al consumismo más salvaje y perverso, de una sociedad que en ocasiones goza con el dolor y el drama ajeno. Por supuesto que hay medios de comunicación que con su análisis más o menos objetivo y fundado, pueden contribuir a la formación de opinión. Ellos son los rescatables y en la medida en que también ejerzan su función con independencia y respeto por los principios éticos que hacen a la convivencia social, contribuirán al sostenimiento del Estado de Derecho, porque también defenderán sus principios. Pero en la época que nos toca vivir, con la oposición que se ha hecho de la nueva ley que regula la vida de los medios de comunicación (obviamente porque impide la concentración monopólica de algunas empresas), se advierte con claridad cómo los intereses económicos deciden los enfoques comunicacionales, lo que ha provocado un interesante debate en la sociedad, gracias precisamente a aquellos periodistas que ejercen su profesión desde actitudes principistas. De allí que todos los políticos, entre quienes obviamente se encuentran los jueces y funcionarios judiciales, que no dejan de serlo por la circunstancia de que su elección no sea directamente una expresión de la voluntad popular, tengan que estar preparados para poder ejercer su función con la independencia que reclama tan importante tarea. Estar preparados no significa ignorarlos, sino todo lo contrario, estar permanentemente informados, pero saber discernir entre la opinión publicada y lo que realmente puede llegar a ser el sentimiento mayoritario de una sociedad, captado por un medio de comunicación. Lo concreto es que en la era actual, con tanta tecnología al servicio de la comunicación, no se puede seguir considerando a los jueces, como seres diferentes, que no deben tener ningún protagonismo en los medios. 34 XXVI Congreso Nacional de Derecho Procesal Comisión de Procesal Penal Ponente general: Victor R. Corvalán Se ha terminado aquello de que los jueces son la boca de la ley, y sólo hablan por sus sentencias. Sobre todo en materia penal, ello es inconcebible, porque ponerlo al Juez a luchar por el triunfo de la ley, por sobre el interés particular de quien supuestamente la transgrede, es directamente pedirle que no sea imparcial en su función. Como se encarga de señalar Guillermo Nicora46 “los jueces, en nuestro sistema constitucional, no pueden ni deben ser parte de la lucha contra el delito, ni tienen el compromiso ni el deber de asegurar la aplicación del programa político del Estado consagrado en las leyes, sino que tienen como claro e indiscutible rol el de mantenerse imparciales, respecto del interés del acusado, pero también respecto del interés general (que suele ser el interés particular de los sectores dominantes, o en el mejor de los casos, el de las mayorías). El juez, última garantía de las garantías, tiene que tener el poder suficiente para plantarse frente a la turba e impedir el linchamiento de quien el clamor popular reputa culpable”. En todo caso, la defensa de la sociedad, es la que queda a cargo de los Fiscales, que tienen el deber activo de perseguir y castigar a quienes, desde dentro o fuera del Estado, cometen delitos. Precisamente como directa consecuencia de la aplicación de los principios procesales que dan lugar al modelo acusatorio, se debe reconocer que son ellos los titulares del ejercicio del poder penal. Son los Fiscales los que deben salir en los medios de comunicación a explicar en qué consiste la política criminal que llevaran a cabo. Ellos son los que deben rendir cuenta de la gestión que cumplen, representando a todas las víctimas, a toda la sociedad. De modo que así como los jueces deben salir en los medios toda vez que tengan que explicar sus sentencias, las que por otra parte deben ser redactadas con un lenguaje accesible a la sociedad, son los fiscales los responsables del éxito de la acusación, de que no queden impunes los hechos, que no exista ninguna otra prescripción que no sea la aceptada por los criterios de oportunidad legalmente establecidos. Sucede, que tantos años de sistema inquisitivo ha instalado en los medios de comunicación la idea de que son los jueces los responsables de la persecución penal. Son ellos los que tienen que dar la batalla contra los 35 XXVI Congreso Nacional de Derecho Procesal Comisión de Procesal Penal Ponente general: Victor R. Corvalán delincuentes47, cuando el modelo acusatorio les pide todo lo contrario, les exige imparcialidad, independencia. Cuando los medios de comunicación brindan información asumiendo criterios de verdad y por lo tanto anticipando la condena de quien todavía no fue sentenciado, y luego resulta que éste es absuelto, toda la crítica se centra en la figura del juez. Los verdaderos responsables de conseguir eficacia en su gestión, o sea los Fiscales, no son analizados en su accionar. Se cae contra el juez sin advertir que por Constitución Nacional tiene a su cargo respetar y hacer respetar los principios de inocencia, de debido proceso y demás garantías. Con la instalación del sistema acusatorio, los periodistas tendrán que modificar sus hábitos y responsabilizar al acusador que no supo o no pudo probar su caso. Por el contrario debe valorarse al juez, que fue imparcial y rechazó una acusación que no tenía suficiente apoyo probatorio. Mientras tanto, es función académica que debemos asumir con mucho compromiso, alertar a Magistrados y abogados en general, que deben prepararse para utilizar códigos discursivos diferentes al estrictamente jurídico, para poder llegar con sus mensajes a la sociedad. No debe asustarnos ni paralizarnos que exista demasiada difusión de los procedimientos judiciales y menos asumir el prejuicio de que ello incide en la voluntad de los jueces. Esta negativa postura que intenta criticar a los medios en tanto se ocupan de lo judicial, no es compatible con nuestros principios constitucionales y además, parte de una subestimación notable de quienes cumplen la función de juez. Coincidimos en que “en cualquier sistema republicano es inevitable la publicidad y crítica de los actos de gobierno. Esta publicidad, que se obtiene casi exclusivamente en los juicios orales (es muy difícil pensarla en un procedimiento escrito), es una garantía innegable, paradójicamente de la independencia e imparcialidad del órgano convocado a juzgar. Un juez frente a presiones políticas, económicas, etc. es más vulnerable en la soledad de su despacho que en una audiencia oral y pública, donde las pruebas y los alegatos de las partes son conocidos por la comunidad y por lo tanto las decisiones del Tribunal tendrán el respaldo de que “todos saben de qué se trata” 48. 36 XXVI Congreso Nacional de Derecho Procesal Comisión de Procesal Penal Ponente general: Victor R. Corvalán Si un Juez ejerce su función imaginando salir en la tapa del diario del día siguiente y en consecuencia dicta sus sentencias buscando conformar a una supuesta opinión pública, aquí el análisis ideológico en relación a los principios que nos ocupan, queda de lado. Se trata de un obrar patológico, que demuestra lo inconveniente de mantener a esa persona en su cargo de juez, ya que lejos de ser imparcial e independiente, busca una desmedida publicidad personal y cede frente a la presión de los medios de comunicación. 2.7. Autonomía de la víctima, contradicciones con el acusador público. En los últimos años hemos visto como se habla de la víctima con mayor énfasis que en otras épocas, donde las referencias eran a la “sociedad”, al Estado, y porqué no a la Nación. Es común que en los medios de comunicación de nuestro país, se haga referencia a la situación de inseguridad de la que tanta tela se corta. Se quejan de la importancia que se le otorga a los derechos humanos, alegando que los garantistas únicamente nos acordamos de los derechos del delincuente; se preguntan por qué no se pone el mismo énfasis en proteger a la víctima. Se trata de un discurso reaccionario, amarillista, que parte de presupuestos falsos, en lugar de hablar de imputados, directamente hablan del delincuente. Además, no es cierto que hubo un olvido de la víctima, sino, en todo caso, una ausencia de protagonismo propio, porque quien pensaba en ella, quien estaba para protegerla era el Estado, sobre todo en los modelos inquisitivos y totalitarios. Asistimos a un renacimiento de la víctima en lo que hace a reconocerle un rol protagónico en el procedimiento penal. Es que, montado el sistema inquisitivo para descubrir la verdad y aplicar la ley penal, el objeto de preocupación del derecho procesal penal fue el imputado, que se constituye en la figura central a rodear de garantías pues todo gira en torno a su culpabilidad o inocencia. A diferencia de lo que ocurre en el procedimiento civil -donde el damnificado tiene un papel decisivo, ya que decide el comienzo de la actividad procedimental-, en el derecho procesal penal la víctima fue desplazada por el rol de los órganos de persecución oficial del Estado: primero el juez y luego tímidamente el fiscal. Por ello, siempre el 37 XXVI Congreso Nacional de Derecho Procesal Comisión de Procesal Penal Ponente general: Victor R. Corvalán ofendido entra en la escena procesal como un testigo más del hecho o de sus consecuencias. Como sabemos el origen de esta cuestión se remonta al rol del Estado asumiendo la potestad punitiva y distinguiéndola de la actividad del damnificado, limitada solamente a reclamar el resarcimiento civil del daño. Estas distintas consecuencias jurídicas de un mismo hecho provoca en parte, que se desplace a la víctima cada vez más hacia la periferia del procedimiento penal; incluso se llega a límites de cierta perversidad cuando en muchos casos pasa a convertirse en una víctima del propio procedimiento, que parece dirigirse en su contra. Se la investiga con mayor énfasis que al acusado, con lo que termina siendo revictimizada por el propio sistema que en realidad debería ayudarla, protegerla. En lo relativo a que se entiende por víctima, Carnelutti sostenía que es el sujeto paciente en el delito, quien recibe una lesión a un “poder suyo”. Habitualmente se ha denotado a este paciente como “víctima”, es decir y en sentido amplio, aquel que ha sido lesionado o sufre perjuicio o daño por una infracción penal. Desde nuestro punto de vista, no es correcto que en el proceso penal se hable de “la víctima” desde que es preferible denominarla como “la persona que alega…” tal condición49. Sin embargo, toda la doctrina y la legislación habla de la víctima como si realmente lo fuera, es decir, da por hecho la existencia del delito que la tiene a la misma como sujeto pasivo. Por ello, es que vamos a seguir usando tal terminología pero con la aclaración que hicimos desde el punto de vista crítico. Conveniente es determinar cuál es el interés de la víctima frente el proceso penal y dentro del mismo, fijándose así su adecuada posición en los diversos planos relacionales. Hassemer ha puesto de relieve que el Derecho Penal carece de interés real por el problema de la víctima, toda vez que, en cualquier caso, aquél está orientado hacia el autor del delito. Esta afirmación igualmente puede adscribirse al derecho procesal penal, donde la orientación es casi excluyente hacia la figura del imputado y sus garantías fundamentales. 38 XXVI Congreso Nacional de Derecho Procesal Comisión de Procesal Penal Ponente general: Victor R. Corvalán Varios códigos procesales establecen la figura del querellante conjunto; pero a pesar del dominante papel que juega el querellante particular, el campo de extensión y comprensión de la víctima no queda en él agotado. El ejercicio de las acciones privadas y dependientes de instancia privada, como así la denuncia y la vinculación con la prueba, ofrecen materia apta para dar sustento a una sistematización de conjunto. Asimismo, habrá que tener en cuenta el ejercicio de la acción civil resarcitoria, dentro del procedimiento penal, para conformar una base suficiente para los temas posibles. Por fin, tanto la ley penal de fondo como la civil igualmente sustancial, deberán tenerse en cuenta para intentar una construcción dogmática que pretenda ser de utilidad para lo actual y orientadora para el futuro. En el Código Penal argentino encontramos reiteradamente mencionada la voz “víctima”50. Una resultante sustancial puede sacarse del examen de las normas del código penal argentino: la captación normativa parece apuntar invariablemente, como realidad subyacente, a la persona individual. Estamos frente a una verdadera contrafigura del “autor del delito” la cual desde la óptica del derecho procesal penal se ha entendido como imputado. Volviendo a Hassemer, éste entiende que la víctima ocupa un lugar marginal en el sistema punitivo. Ello porque, desde la óptica del D.P.P. se piensa que las teorizaciones que se han efectuado hasta el presente se han basado en la relación poder estatal-imputado, dejando en la sombra otra relación de poder, la existente entre autor y víctima, del modo como corresponde presentarla. Creemos que entre autor y víctima, no sólo existe una posible situación conflictiva de intereses, sino que, por parte del autor de la acción delictuosa, se cercena la esfera de poder del paciente del delito. Actualmente se evidencia una clara voluntad abolicionista de todo método procesal que atente contra la dignidad humana y, como corolario, también un claro sentimiento humanitario. Ahora bien, esa voluntad y este sentimiento se han dirigido nada más que al que padece el proceso y no a quien padece el delito. Existen en este sentido dos claras evidencias: 1. La actitud de las víctimas. Así de las estadísticas surge que superan muy 39 XXVI Congreso Nacional de Derecho Procesal Comisión de Procesal Penal Ponente general: Victor R. Corvalán ampliamente los hechos en los cuales interviene la policía, sobre las denuncias y querellas. 2. La actitud de los operadores del proceso penal. La policía actúa en dirección al delincuente; el Ministerio Público se debate entre ser sujeto imparcial o representante de la “vindicta pública” y los jueces son renuentes a tramitar acciones civiles en el proceso penal, ya que lo ven como un estorbo. No es bien vista la actividad de quienes pretenden reclamar indemnizaciones pecuniarias por el delito sufrido. Al mismo tiempo, muchas víctimas encuentran en la cuestión civil la única herramienta para canalizar sus sentimientos de venganza contra el ofensor. El debate que alguna vez presenciamos hace muchos años, a favor o en contra del querellante conjunto, no tiene argumentos absolutos. En definitiva la incorporación o no del querellante conjunto, será siempre una decisión política. Desde nuestro punto de vista, que adhiere a una teoría general del proceso, lo cierto es que la presencia de dos acusadores (uno público y otro privado), en tanto no conformen un consorcio de actores, puede llevar a entorpecer la estructura de un proceso. En tanto, se presupone la necesidad de un contradictorio discursivo entre la parte acusadora y la que defiende, es evidente que si los actores son múltiples y cada uno sostiene diferentes posiciones, diferentes teorías del caso, no habrá una contradicción sino tantas como actores. Somos partidarios de que el querellante, adopte una participación de colaboración hacia el Ministerio Público Fiscal, pero en definitiva siempre subordinado a aceptar las decisiones que tome el órgano estatal. Ni siquiera excepcionalmente ni en grado mínimo puede autorizarse que goce de autonomía, como ha ocurrido cuando, avanzadas las etapas procesales, las discrepancias con el Ministerio Público Fiscal resulten insuperables. Aún menos conveniente aparece la posible actuación autónoma desde el comienzo de la propia actuación del querellante. Ello, como puede fácilmente deducirse, convierte a los supuestos de delitos de acción de ejercicio público en privado, por decisión puntual del Ministerio Público Fiscal, en cada caso concreto. Eso es insostenible y da lugar a situaciones de graves incoherencias: supongamos que la decisión del Fiscal de no 40 XXVI Congreso Nacional de Derecho Procesal Comisión de Procesal Penal Ponente general: Victor R. Corvalán ejercer la persecución se basa en criterios de oportunidad, ¿cómo se justifica que se acepte igual la persecución por iniciativa de la víctima? Otra situación de conflicto entre los dos actores, sucederá cuando la causa de la discusión pase precisamente por la existencia del delito como presupuesto para comenzar una instrucción o provocar la apertura del juicio. Es obvio que si no hay posibilidad de encuadrar los hechos en un delito, directamente no existe la víctima, en tanto ella nace en forma abstracta de la figura descripta en el tipo de injusto que se trate. Nos parece insostenible que si tal discusión ocurre nada menos que para decidir si comienza o no una persecución penal, la solución se encuentre en hacer prevalecer la voluntad privada. En el caso de delitos que según el código penal dan lugar a un ejercicio público de la acción, entendemos que debe tener preeminencia el Ministerio Público Fiscal, aunque tal responsabilidad la asuman los funcionarios jerárquicamente habilitados por la ley para la conducción del organismo. Lo mismo cuando la decisión se base en criterios de oportunidad para no perseguir penalmente; si precisamente estos criterios se fijan para descomprimir el colapso del sistema procedimental ante el reconocimiento de lo innecesario de la represión, sería un contrasentido permitir que la persecución se inicie igualmente por voluntad de quien alega su condición de víctima. Definitivamente sostenemos que permitir la conversión de la acción procesal con contenido punitivo, de pública en privada, supone desconocer que las provincias delegaron en la nación la redacción del código penal, y en él se ha decidido que la gran mayoría de los delitos sean punibles como consecuencia de una persecución a cargo del Estado, aunque en algunas figuras se hiciera imprescindible la autorización del ofendido o sus representantes. Implica desconocer también que, en estos delitos, el poder penal es del Estado y lo ejerce el Ministerio Público Fiscal, ya que el “debido proceso” a que alude el artículo 18 de la CN es el que responde al modelo acusatorio51. Afirmamos que -consciente o inconscientemente-, los tribunales que toleren el ejercicio de la pretensión punitiva exclusivamente y en contra de la opinión 41 XXVI Congreso Nacional de Derecho Procesal Comisión de Procesal Penal Ponente general: Victor R. Corvalán del Fiscal están siendo funcionales al modelo inquisitivo, donde el poder penal es ejercido por los jueces. Es que estos jueces, de alguna manera ven en la actuación de este particular querellante, la posibilidad de llegar a condenar a un imputado, que no existiría como tal si ello dependiera exclusivamente de la decisión del Ministerio Público Fiscal, que es precisamente lo intolerable para la mentalidad inquisitorial. Como lo hemos señalado, en nuestra obra “Derecho Procesal Penal” 52, apunta con acierto Silvia Gamba, que posiblemente esta política de hiperpersecución, de otorgamiento de superpoderes al juez o al querellante, puede resultar -una vez más- una herramienta demagógica más de la mala política consolidando los discursos del segurismo y de la “mano dura”. Por eso le da esta poderosa herramienta al querellante como un aporte más al servicio de nuevas formas solapadas de control social que tanto denostó y denuncia la moderna criminología crítica. Diferente del querellante conjunto, o como una subespecie del mismo, se encuentra el conocido como adhesivo, que se parece más a la figura del tercero adherente simple o coadyuvante del derecho procesal civil que colabora con un sujeto procesal y no puede por ejemplo acusar o recurrir autónomamente. Se puede considerar una forma de querellante conjunto, en tanto siempre necesita acompañar al Fiscal que ejerce principalmente la pretensión punitiva pública. Sin embargo, se acerca más a la figura del particular damnificado, debido a su perfil coadyuvante con el Ministerio Público y en la restricción acusatoria y recursiva. Corresponde preguntarnos si cuando se trata de delitos cuya acción es pública, la justicia material exige necesariamente la intervención de la víctima en el procedimiento penal. La respuesta depende ideológicamente del rol que se le adjudique al Estado y el papel protagónico que quiera aceptarse en el particular que alega su condición de víctima. Para quienes sostienen que el delito es en primer lugar una afectación de bienes privados, la participación de la víctima será absolutamente imprescindible para que la sentencia condenatoria sea justa. Mientras que para una postura que relativice tal protagonismo, se podrá concebir la realización del valor justicia, con total independencia de la consulta a quien aparezca como víctima. 42 XXVI Congreso Nacional de Derecho Procesal Comisión de Procesal Penal Ponente general: Victor R. Corvalán Nuestra moderna doctrina ha dado contestación relativa, dejando en claro que serán los códigos procesales penales los que dispongan el nivel de participación que se le acuerde al particular. Es importante señalar que la querella particular, aún en el modelo denominado adhesivo, puede provocar la persecución penal pública; de allí su importancia, como instituto procesal que tienda a dar suficiente satisfacción a aquel derecho subjetivo público para que el proceso penal se constituya. Desde una visión sociológica, estamos en la zona de “acceso a la justicia” que al decir de Cappelletti y Garth se trata del principal derecho, el más importante de los derechos humanos, en un moderno e igualitario sistema legal que tenga por objeto garantizar y no solamente proclamar los derechos de todos. En torno a la relación entre el Ministerio Fiscal y la víctima, la misma pretende ser dialéctica. Se concibe al Ministerio Fiscal adecuando sus actos a un criterio objetivo, mientras se afirma que la víctima se rige por un criterio subjetivo, ya que el propio sistema la considera interesada. En realidad, la objetividad total y absoluta no existe y en tanto la función del Ministerio Público la lleve adelante una persona esta es, por definición, subjetividad. Se confunden cuestiones éticas con posicionamientos humanos que, por su condición, jamás pueden ser del todo objetivas en la lectura de la realidad que lo circunda. El debate hoy no pasa por la conveniencia o no de la participación de la víctima como querellante en los delitos de acción pública, es decir el abolicionismo o el mantenimiento, sino por el modelo de actuación que se le quiera brindar a la alegada víctima. Se trata de definir su posición respecto del Fiscal, para tratar de evitar los conflictos que pueden aparecer entre ambos y que en general son aprovechados hábilmente por la defensa. Así el viejo querellante del derogado código procesal penal de la Nación, era denominado querellante conjunto, porque se lo veía actuando conjuntamente con el Fiscal, aunque en muchos supuestos jurisprudenciales ante la inacción del actor público quedaba sólo abriendo instancias recursivas o manteniendo una postura incriminadora al cierre del debate. El C.P.P. de Córdoba pergeñó un modelo de querellante adhesivo, 43 XXVI Congreso Nacional de Derecho Procesal Comisión de Procesal Penal Ponente general: Victor R. Corvalán restringiendo las posibilidades de actuación autónoma respecto del Fiscal. Como fuere el querellante del C.P.P. de la Nación es un sujeto eventual, que se parece mucho al adhesivo porque carece de autonomía para poder por sí mismo abrir el juicio oral, pero como está regulado al tener protagonismo en la etapa intermedia, puede conseguir que el Fiscal ante la Cámara de Apelación, obligue a otro a deducir acusación para pasar al plenario (interpretación correcta del art. 348 C.P.P.N). Como dice Francisco D’Albora a quien no dudamos en reconocer como uno de los más serios defensores del instituto, se trata de “un acusador particular, ...una suerte de sustituto procesal ya que ejercita en nombre e interés propio, una serie de actividades enderezadas a proteger un derecho ajeno, tal cual es el del Estado de someter al delincuente al cumplimiento de una pena” 53. Sin perjuicio de que el debate se debe seguir dando en los ámbitos académicos para proyectarse en políticas de reformas a la normativa vigente, lo cierto es que en el Código de Santa Fe (versión ley 6740) no tenía cabida la colaboración y porqué no el control, de la víctima respecto del Fiscal, mediante el ejercicio de la cuestionada querella en cualquiera de sus modalidades. En el viejo régimen, le quedaba solamente la alternativa del ejercicio de la acción civil en el proceso penal. Por su parte en el código procesal penal del menor (ley 11.452) que rige en Santa Fe, se va más allá ya que en su artículo 2 prohíbe la actuación no sólo del querellante sino también del actor civil en el proceso penal. Esta disposición puede ser atacada de inconstitucional, en primer lugar porque afecta el derecho a la jurisdicción que emana de nuestra carta magna, tal como lo señala Germán Bidart Campos 54, y en segundo lugar ya acotada a la cuestión civil, al no permitir la aplicación del art. 29 del código penal, que como legislación nacional debe ser respetada en el orden local. Como fuere son tantas las falencias técnicas que presenta este cuerpo normativo, que no nos extraña tamaña prohibición para eliminar del proceso penal de menores toda intervención de la víctima o del damnificado. Por el contrario, en el nuevo código procesal penal de Santa Fe, que regula la ley 12.734, no sólo se admite al querellante en los delitos de acción que en principio son de ejercicio público, sino que se le acuerda la posibilidad del 44 XXVI Congreso Nacional de Derecho Procesal Comisión de Procesal Penal Ponente general: Victor R. Corvalán ejercicio autónomo. En los últimos años, el desarrollo que ha tomado en el marco de la criminología el estudio de los aspectos victimológicos, ha logrado reivindicar el papel de la víctima con repercusiones en el derecho penal (por ejemplo para graduar la pena del condenado), para finalmente renacer como figura protagónica en el procedimiento penal. Hay que reconocer que este interés en la víctima es ambivalente. Existe una tendencia que pretende trasladarle la culpa del delincuente o por lo menos considerarla co-culpable, considerando su conducta como atenuante para la graduación de la pena (como si el autor fue llevado a cometer el hecho por las motivaciones provocativas de la víctima). Sin embargo la corriente que intenta fortalecer la posición de la víctima en el proceso penal, tiene una tendencia positiva; es decir, intenta darle una participación para sacarla de su mero lugar de denunciante o reclamante de una reparación civil. Es evidente que el renacer del protagonismo de quien alega su condición de víctima es paralelo o proporcional a la pérdida de confianza en las funciones públicas estatales. Se advierte que no puede impedírsele a quien ha sufrido directamente el perjuicio, estar en el proceso penal, pretendiendo que se haga justicia con la aplicación de la pena. Desde este punto de vista, es loable el sentido de la política criminal que admite mayor protagonismo para la víctima, y que debe coherentemente fortalecer el grado de legitimidad política del Ministerio Público Fiscal, para que a su hora, asuma con mayor representatividad su función. El problema es que, muchas veces, quien alega su condición de víctima en realidad no lo es, sea porque falsea los hechos o porque es incorrecta su interpretación del tipo penal que le permite tal ubicación. Si los hechos no existieron o si no constituyen delito, no hay víctima. Pero ¿quién lo dice? ¿Quién impide la actuación de quien alega ser la víctima, cuando ello no corresponde? Precisamente, en esas situaciones conflictivas donde está en juego nada menos que la circulación de la verdad, es donde consideramos debe prevalecer el órgano del Estado, el Ministerio Público Fiscal, para generar la seguridad jurídica que entraría en crisis, frente a la contradicción 45 XXVI Congreso Nacional de Derecho Procesal Comisión de Procesal Penal Ponente general: Victor R. Corvalán con el particular. Aunque esa “verdad”, sea lo que es en el ámbito jurídico, otra ficción más que genera el sistema para permitir su funcionamiento más o menos coherente. Cuando se trata de aquellos delitos cuya persecución interesa a todos, pareciera que dejar en manos exclusivamente privadas la actuación de la jurisdicción, es un exceso que desnaturaliza la categoría pública de la que se parte. Del extremo inquisitivo que no le reconocía ningún derecho a quien alegaba su condición de víctima, pasaríamos al otro, donde la presencia del Estado desaparece totalmente como motor del proceso penal. Esta última situación solamente es aceptada por el sistema cuando se trata de aquellos ilícitos que, por afectar bienes cuya naturaleza privada, no resultan de interés general, como ocurre con la injuria y la calumnia. Digamos finalmente, que frente a casos como el de “Santillán”, no aparecen en la jurisprudencia otros donde en definitiva pese a tolerar que se pueda sentenciar cuando el querellante ha quedado en soledad con su pretensión punitiva, los tribunales se pronuncien por la absolución. Es que tenemos la sensación, que el reconocimiento a esta víctima tan singular que se convierte en única actora penal en delitos que originariamente eran de acción cuyo ejercicio era público, proviene de tribunales que lo ven funcional a su interés en aplicar una condena. Como que esta conversión de pública en privada, favorece al poder de los jueces, que añoran etapas inquisitoriales que felizmente se van dejando de lado. De allí que tengamos nuestra reserva con el caso Santillán, que lo vemos críticamente como un grave error de la jurisprudencia de la Corte, ya que no se puede equiparar la legitimidad que en el proceso tiene el Estado, pretendiendo la aplicación de la pena pública, con la que ejerce un particular que por ahora alega ser la víctima, cuando se trata de delitos que en la ley penal, se han seleccionado para que la persecución provenga del Fiscal. Por ese camino, equivocado, la inquisición vuelve a abrirse paso, ya que en última instancia el poder penal del Estado vuelve a quedar exclusivamente en cabeza del tribunal, al desaparecer de la escena por su propia decisión, el ministerio de la acusación pública. Sin embargo, más allá de todo lo hasta aquí señalado de un modo crítico, tal 46 XXVI Congreso Nacional de Derecho Procesal Comisión de Procesal Penal Ponente general: Victor R. Corvalán como tratamos de enmarcar nuestro trabajo, en este tema de la participación de quien alega su condición de víctima, existen importantes defensores de su protagonismo autónomo, por lo que se avizoran interesantes debates académicos que sin dudas enriquecerán nuestra cultura jurídica 55. Resulta sumamente ilustrativa como ocurre cada vez que se la estudia, la posición de Julio B. J. Maier que recomendamos analizar para advertir la complejidad del tema y su profunda raíz ideológica que le brinda el marco teórico donde se expresan sus argumentos 56. Decididos a defender la posibilidad de actuación autónoma en la víctima, justificándolo desde las limitaciones que el modelo acusatorio le impone al juez, se encuentran, Abel Fleming y Pablo López Viñals 57 en su valiosa obra que vale la pena consultar. 3. Conclusión: Se dice que una persona tiene principios, cuando obra coherentemente con lo que piensa, con claros y firmes preceptos éticos, que realmente son admirados por quienes lo conocen. Tener principios es esencial a la hora de ser consecuente en el cumplimiento de objetivos para vivir dignamente. Pero mejor que ello es luchar por esos principios a los que con pasión se adhieren. Supone todo un compromiso, vivir defendiendo los principios políticos en los que firmemente creemos. No basta con señalar las ventajas de la democracia, sino es necesario defenderla, convencidos de que solamente reconociendo al pueblo como titular de la soberanía, es posible edificar un orden jurídico que le sea funcional. De allí la necesidad de fundar al derecho antropológicamente, poniéndolo al servicio del hombre, de todo el hombre, de todos los hombres. En esta ponencia, además de tratar de conceptualizar que entendemos por un principio procesal, de señalar su utilidad, pusimos énfasis en la nueva fortaleza que advertimos en pronunciamientos jurisprudenciales que por primera vez marcan claramente el camino del proceso acusatorio para responder a la exigencia constitucional. Estamos entusiasmados con esa recepción jurisprudencial del verdadero debido proceso, para desterrar definitivamente la práctica inquisitorial. De allí que marcamos la jerarquía de 47 XXVI Congreso Nacional de Derecho Procesal Comisión de Procesal Penal Ponente general: Victor R. Corvalán los principios de la lógica para que el derecho tenga fundamentos científicos y no sea nada más que una herramienta del poder, que los principios procesales se subordinen a los principios constitucionales, para que de una vez por todas el Poder Judicial exija a los otros poderes que adecuen las leyes para tener un proceso según Constitución. Hemos puesto el acento en la necesidad de manejar correctamente los conceptos, que no es lo mismo procedimiento que proceso, y que resulta significativo que las leyes se ocupen de positivisar a los principios para que nadie pueda eludirlos fácilmente. Alertamos sobre el peligro que supone la flexibilización como puerta por la que en realidad se introduce el apartamiento de los principios, para que ingresen solapadamente otros que repugnan al sistema constitucional. Ya en el enfoque particular nos mostramos partidarios por separar esa indecorosa intimidad entre el derecho penal y el procesal, de la que la inquisición hizo gala y que hoy necesita más que nunca distinguirse. Tener claro que la realización de la pena reclama de la sentencia, pero no siempre del proceso, que el derecho penal no sólo es la pena, sino antes la imposibilidad de ejercer una acción si no hay apariencia de delito. De allí que el principio acusatorio permita convertirse en el marco de un proceso que permita el trámite de pretensiones de distintas materias, sin por ello modificar su esencia. Mostrar las variantes conceptuales para distinguir el principio del proceso, de los principios referidos al ejercicio de la acción, que en definitiva es el punto de contacto entre el derecho procesal, y la política criminal. Por ello el principio de oportunidad es un tema de la acción, no del proceso. Aludimos al principio de igualdad de armas, como un ideal por el que hay que luchar denodadamente frente al poderío estatal. Defendemos a la imparcialidad del juez, como la principal característica de un verdadero proceso y la distinguimos de la objetividad del fiscal. No escapamos al tema del jurado, del que somos decididos defensores desde toda nuestra trayectoria académica y lo exigimos para dar cumplimiento a la Constitución, así como para permitir que el pueblo pueda participar en la tarea judicial. Ingresamos en el polémico debate sobre la influencia de la prensa que muchas veces pretende elaborar la agenda política e inmiscuirse en la tarea de los jueces, reclamando de éstos que se pongan a la altura de los 48 XXVI Congreso Nacional de Derecho Procesal Comisión de Procesal Penal Ponente general: Victor R. Corvalán acontecimientos y salgan a explicar sus sentencias a los medios. Pero que sean los Fiscales, quienes comprometan sus políticas para encausar su función investigativa, frente al fenómeno delictual. Finalmente abordamos el tema de actualidad en nuestra materia, referida a la autonomía de la víctima y las contradicciones con el acusador público, marcando los riesgos que supone otorgarle la posibilidad del ejercicio del ius puniendi, privatizando un derecho que por esencia es público. Alertamos la funcionalidad inquisitiva que presenta el permitir que la víctima en soledad provoque condenas penales, ya que nuevamente los jueces vuelven a concentrar el poder penal, cuando en realidad el acusatorio lo que logra es ubicar su ejercicio en el actor. En materia penal, mientras no se reforme el código penal, la mayoría de los delitos, dan lugar a una persecución pública y ella solamente puede estar en un actor público, o sea el Fiscal, sin perjuicio de reconocerle a quien alega su condición de víctima una participación adhesiva protagónica. En definitiva, desde nuestra visión crítica del derecho en general y del derecho procesal en particular, intentamos ser coherentes defendiendo una teoría unitaria del proceso, que incluso justifica la propia existencia de esta Asociación, que tenemos el honor de integrar y que reúne a tantos prestigiosos juristas que además del penal –donde obviamente nos ubicamos-, trabajan en el ámbito del proceso constitucional, civil, laboral, comercial y administrativo. NOTAS 49 1 James Goldschmidt al referirse al concepto del proceso penal y los problemas que plantea, señala que el proceso penal es aquel que tiene por objeto la declaración del delito y la imposición de la pena. Entonces se pregunta si es el Estado quien aplica la pena, ¿por qué tiene que probar su derecho en un proceso? No lo convence la respuesta que pretende la protección frente al posible abuso de autoridad. Afirma –cuasi dogmáticamente- que la imposición de la pena corresponde al juez, no sólo desde los tiempos del Estado de derecho, sino desde que hay juez y pena. Juez y pena se encuentran siempre juntos. Confr. autor citado, “Principios Generales del Proceso” T. II EJEA Bs.As. 1961 pág. 16 y siguientes. 2 Dice el diccionario de la Real Academia Española: principio. (Del lat. principĭum). 1. m. Primer instante del ser de algo. 2. m. Punto que se considera como primero en una extensión o en una cosa. 3. m. Base, origen, razón fundamental sobre la cual se procede discurriendo en cualquier materia. 4. m. Causa, origen de algo. 5. m. Cada una de las primeras proposiciones o verdades fundamentales por donde se empiezan a estudiar las ciencias o las artes. 6. m. Norma o idea fundamental que rige el pensamiento o la conducta. U. m. en pl. 7. m. Alimento que se servía entre la olla o el cocido y los postres. 8. m. En la Universidad de Alcalá, cualquiera de los tres ejercicios que hacían los teólogos de una de las cuatro partes del Libro de las sentencias, después de haber pasado un examen previo que tanteaba su capacidad y suficiencia. 9. m. pl. Impr. Todo lo que precede al texto de un libro. ~ acusatorio. 1. m. Der. Régimen penal o sancionatorio que impone a quien acusa la carga de probar las imputaciones delictivas para destruir la presunción de inocencia. ~ de contradicción. 1. m. Fil. Enunciado lógico y metafísico que consiste en reconocer la imposibilidad de que una cosa sea y no sea al mismo tiempo. ~ de culpabilidad. 1. m. Der. principio en virtud del cual no hay responsabilidad penal sin dolo o imprudencia. ~ de derecho. 1. m. Der. Norma no legal supletoria de ella y constituida por doctrina o aforismos que gozan de general y constante aceptación de jurisconsultos y tribunales. ~ de legalidad. 1. m. Der. principio jurídico en virtud del cual los ciudadanos y todos los poderes públicos están sometidos a las leyes y al derecho. 3 Confr. Adolfo Alvarado Velloso en “El debido proceso de la garantía constitucional”, Edit. Zeus Rosario 2003 pág. 46. 4 Conf. Lino Enrique Palacio; “Manual de derecho procesal civil”, 3º edición actualizada, Ed. Abeledo Perrot, Buenos Aires, 1970, pág. 66. 5 Lucía M. Aseff, al hablar de los principios generales del derecho, considera que “…una de sus principales funciones es la de servir a la discusión y resolución de las cuestiones sometidas a la decisión de los magistrados, más por el método problemático antes que por el método sistemático –sin desdeñar su utilidad también en éste- en cuanto suponen un repertorio de conceptos más o menos aceptados por la teoría general del derecho –o bien por una rama en particular- que funcionarán como posibilidades de orientación e hilos conductores del pensamiento, es decir, que habrán de adquirir relevancia no solo para la solución del problema sino también para su mismo entendimiento. Vamos a encontrar principios generales del derecho de alcance general –por ejemplo todos aquellos que se relacionan con la buena fe, la equidad, el cumplimiento de lo pactado o la protección de la confianza –y otros que son particular a cada disciplina – como sucede en el Derecho Laboral con el principio protectorio o el de irrenunciabilidad de derechos, no obstante lo cual cabe señalar que en todos ellos predomina su naturaleza dinámica y flexible, en el sentido de que por su carácter general pueden ser adaptados a situaciones históricas diversas – a pesar de los cambios que necesariamente exhiben- motivo por el cual son tan útiles y necesarios en la labor del intérprete en tanto constituyen muchas veces, en ausencia de normas específicas, fuentes supletorias del derecho, cumplen una función de integración del sistema normativo y orientan la labor del intérprete. (Conf. Aseff, Lucía María; en “La interpretación de la ley y otros textos críticos de teoría general”; Ed. Juris, Rosario, 2004, pág. 101 y ss.). 6 Conf. Peyrano, Jorge W.; “El proceso civil. Principios y fundamentos”; Ed. Astrea, Buenos Aires, 1978, pág. 8. 7 Conf. Peyrano, Jorge W.; op. cit. pág. 26. 8 Conf. Palacio, Lino Enrique; op cit. pág. 66. 9 Como ocurre en los fallos Quiroga (fallos 327:5863) y sobre todo en Casal ( C. 1757. XL. Casal, Matías Eugenio y otro s/ robo simple en grado de tentativa , causa N° 1681). 10 La Corte de Santa Fe, había confirmado la condena de María G. Dieser y Carlos A. Fraticelli, rechazando como en otros casos, cualquier planteo de inconstitucionalidad contra el sistema. Luego la Corte de la Nación anuló el Fallo el 8 de agosto de 2006 (Confr. La Ley 2006-6 p.24). Siguió en este el precedente Llerena Horacio Luis fallado el 17/5/2005 (Conf. La Ley 2005 C p. 559). Debemos reconocer que en forma aislada, existen algunos jueces que han venido sosteniendo la inconstitucionalidad del código procesal penal de Santa Fe, en algunos de sus votos, como ocurre con el Dr. Ramón T. Ríos (Ver entre otros su artículo ¿Es constitucional que dicte sentencia definitiva el juez que estuvo a cargo de la investigación? (Confr. Zeus t. 81 p. D. 169). 11 Señala este autor que: “Los primeros son anteriores, cronológica y lógicamente, a los segundos, distinguiéndose además por su mayor abstracción y generalidad. Consideramos, entonces, a título de ejemplo del distingo propuesto, que el principio de economía procesal es “general” respecto de los de celeridad, concentración, preclusión y acumulación eventual; en tanto que el dispositivo lo es con relación al de congruencia. Pasando al estudio de las consecuencias prácticas de la discriminación efectuada, entendemos que debe preferirse la aplicabilidad al caso del principio consecuencial cuando el otro término de la opción es el “general” correspondiente. Si el conflicto se planteara entre principios de rango distinto y sin vinculación lógica entre sí, v. g. el de moralidad y el iura novit curia, pensamos que también tendría preeminencia el que posee un menor grado de abstracción. Ello porque puede válidamente suponerse que siendo los principios procesales conceptuaciones logradas luego de una cuidada elaboración técnica, los sostenedores de uno de menor grado de abstracción, que habitualmente aparecen en el firmamento doctrinario a posteriori de los más amplios, habrán previsto eventuales colisiones entre ellos y los principios generales existentes y, pese a ello, han estimado beneficiosa su formulación y por ende su aplicabilidad. Suposición, claro está, que no juega cuando el principio de horizontes más estrechos ha nacido con antelación al de más ancho espectro, como así tampoco cuando el principio “general” en danza cuenta con jerarquía constitucional. Nos parece sumamente improbable que medie contradicción entre dos principios “generales” en razón de que, comúnmente, la antinomia principista comprende ideas rectoras de grado diverso. De producirse situación tan compleja, creemos que la única regla a priori que puede proponerse consiste en dar prelación al principio “general” positivizado constitucionalmente”. (Conf. Peyrano, Jorge W.; op. cit., pág. 41 y ss.). 12 Jorge W. Peyrano reconoce “la existencia de principios procesales de jerarquía constitucional, denominados por Couture mandamientos procesales, por ejemplo, en el art. 16 de la Constitución Nacional, consagratorio de los principios de igualdad e imparcialidad, y en el art. 95 de la Constitución de Santa Fe que acoge el relativamente moderno principio de la motivación de las decisiones jurisdiccionales”. Conf. op. cit. pág. 32. 13 14 Conf. Palacio, Lino Enrique; op. cit. pág. 68. Entre nosotros, es la postura adoptada hace tiempo por Adolfo Alvarado Velloso, que cuenta con numerosos seguidores, entre los que cabe citar a Omar Benabentos. Este autor considera que “la misión básica de la jurisdicción, (con miras más humildes que la aspiración –demasiado pretensiosa- de fallar todos los asuntos ajustados a la “verdad” y la “justicia”) indica que su norte esencial es restablecer la paz social quebrada por el conflicto desatado resolviendo la cuestión conforme lo afirmado, negado y probado en la causa. Y para cumplir con ese cometido, por lo pronto, debe fallar la causa que le toca entender ciñéndose al orden jurídico generado por el propio estado de derecho. Y el respeto al debido proceso, como lo enseña Alvarado Velloso se presenta garantizando cinco principios procesales básicos: a) la igualdad de las partes; b) la imparcialidad del juzgador (quebrada, precisamente, por la actividad probatoria “oficiosa” que, para peor, los jueces asumen cada vez con más intensidad); c) la eficacia del método de debate (es decir una serie lógica de afirmación, posibilidad de negación, confirmación, alegación, resolución y recursos); d) la transitoriedad de la serie (en el sentido de implementar los mecanismos para que el proceso concluya en un lapso razonable) y e) la moralidad en el debate (no puede concebirse un proceso que entronice la mala fe o prohíje las causas ilícitas). Estos cinco principios son básicos para sostener todo el andamiaje del derecho procesal “conforme constitución”. (Conf. Benabentos, Omar A.; “Teoría unitaria del derecho procesal”, Ed. Juris, Rosario, 2001, pág. 125 y ss.). 15 Para Osvaldo Gozaíni, “las grandes tendencias, verificables a través de un método juscomparatista que examina los campos procesales actuales, permiten concluir que el juicio civil se inclina a su publicización, alejándose de la idea de que las partes son las dueñas del trámite. También tiende hacia la oralidad, que permite el logro acabado de los principios de concentración y economía procesal, y sobre todo el de inmediación, en tanto el juez, en una audiencia preferentemente única, oye a las partes, a los testigos, peritos y abogados; y se inclina igualmente hacia su socialización, aboliendo o morigerando la condena en costas y haciendo que el patrocinio letrado sea gratuito o razonablemente menos oneroso. Por último, marcha el proceso hacia una consolidación del sistema de libre valoración de las pruebas”. (Conf. Gozaíni, Osvaldo Alfredo; “Introducción al nuevo derecho procesal”; Ed. Ediar, Buenos Aires, 1988, pág. 186). 16 Confr. Baclini, Jorge C. en “Código Procesal Penal de la provincia de Santa Fe”, T. I pág.1 Edit. Juris Rosario 2009. 17 Confr. Olazábal, Julio de, en “Constitucionalización del proceso penal santafesino” Edit. Univ. Nacional del Litoral 2010, pág.14. 18 En este tema de las relaciones entre el derecho penal y el procesal penal, encontramos numerosas diferencias que son fundamentalmente conceptuales, porque no se utiliza el mismo código discursivo. No obstante, incluso superadas ellas, siguen las diferencias ideológicas en donde entra en juego la concepción de Estado o de persona y por ende el funcionamiento del derecho y sus fines. Antes que nada se advierten diferencias epistémicas, producto de distintas formaciones culturales. Así se explica que la Escuela de Córdoba que tanto ha hecho por el derecho procesal, al tiempo que ha adoptado posturas críticas contra el modelo inquisitivo, termina defendiendo sus propios principios, como ocurre nada menos que en la obra de Jorge Clariá Olmedo que tanto estudia las consideraciones penales del orden jurídico para dentro de él ubicar al derecho procesal penal. Confr. su obra Derecho Procesal Penal Tomo I Ediar Bs.As. 1960, pág. 40. Modernamente el máximo defensor del garantismo Luigi Ferrajoli, en su obra analiza la crisis de los fundamentos del derecho penal, expresada en la profunda incorrespondencia que existe entre el sistema normativo de las garantías y el funcionamiento efectivo de las instituciones punitivas. Confr. ”Derecho y razón”, Edit. Trotta, Madrid, 1997. 19 Confr. Vélez Mariconde Alfredo, Derecho Procesal Penal, Edit. Lerner Bs.As. Tomo 2 pág. 19. Este autor es el que va a colocar el tema de la verdad real, como un principio fundamental del proceso y servirá para justificar toda la concentración del poder y pérdida de imparcialidad del juez. 20 Para Julio B. Maier, “no será posible, mientras se mantenga la base del sistema penal, pena estatal y persecución penal pública, lograr un procedimiento que se pueda caracterizar, desde el punto de vista material, bajo el rubro del principio acusatorio. Empero, según ya lo hemos observado, la reforma de la Inquisición tradicional consistió, precisamente, en una aproximación formal a ese principio, a pesar de partir de su opuesto. La lucha ideológica entre el régimen antiguo, la Inquisición, y su limitación por el Estado de Derecho, decantó, en el siglo XIX, en una tensión que, formalmente, casi siempre dio prioridad al procedimiento inquisitivo. En el enjuiciamiento penal derivado de Europa continental, el siglo XX presenta un desarrollo lento pero continuo que intenta la proximidad con el principio acusatorio, desde un punto de vista formal. El juez de instrucción, órgano que concedía valor formal a las actas y al contenido de ellas como elementos de prueba, fue desplazado como autor de la encuesta, tarea que hoy reside en el ministerio público, quien así prepara su propia acusación, sin perjuicio de los actos que debe autorizar o llevar a cabo un juez, pues de algún modo representan injerencias en las libertades o garantías del individuo perseguido. Por otra parte, de esta forma se pretende que una misma persona no decida sobre la necesidad del acto para cumplir un determinado fin y sobre su legitimidad. El juicio público, por lo demás, transforma la labor del tribunal, más en la de un árbitro que controla la observancia de las reglas del juego y que decide en definitiva, que en la de un actor de él, y reserva para el acusador y el acusado el papel protagónico que significa la incorporación de medios de prueba para fundar sus requerimientos. Se cierra las puertas del debate para los actos de la investigación al permitirse, sólo por excepción, la lectura de las actas siempre que se haya seguido un procedimiento especial de contradicción. El ministerio público cambia de papel: en lugar de observar el procedimiento para controlar al tribunal, fundamentalmente por intermedio de los recursos, pasa a ser un protagonista activo de ese procedimiento, controlado por el tribunal. El tribunal, limitado por actividad del ministerio público, en el sentido de la persecución penal, sólo cumple, como dijimos, el papel de asegurar la observancia de las reglas del procedimiento y de dictar, a su término, la decisión que cierra el caso. Un paso así permitirá asignar correctamente las responsabilidades o las distintas tareas que cumplen los órganos oficiales en el procedimiento penal y concederá mayores posibilidades al imputado para enfrentar la persecución penal que parte del órgano estatal plenamente identificado con esa tarea, sin hipocresía y sin sorpresas. El final del siglo XX también auxilia al principio acusatorio desde otro punto de vista: la incorporación decidida de la víctima al procedimiento penal; cualquiera que sean las dificultades que ello provoque, permitirá detectar mejor el conflicto social que sirve de base al caso penal. Combinada esta solución con el ingreso al Derecho penal de soluciones sustitutivas de la pena estatal consistentes, básicamente, en la reparación del entuerto, dan por resultado un sistema penal que ahora, incluso, pretende tibiamente aproximarse al principio acusatorio, comprendido ya no tan sólo de manera formal, sino, antes bien, materialmente. A tal punto ello es así que se comienza a hablar acerca de la “privatización” del Derecho penal”. (Maier, Julio B. J.; Derecho Procesal Penal, Tomo I, Editores del Puerto, Buenos Aires, 1996, pág. 389 y ss.). 21 El colmo de ese camino privatizador, lo constituiría el encarcelamiento privado para cumplir la pena ejecutada por la propia víctima, como ficcionalmente lo ha mostrado el final de la premiada película dirigida por Juan J. Campanella “El secreto de sus ojos”. 22 Conf. Devis Echandía, Hernando; “Teoría general del proceso”, Tomo I, Ed. Universidad, Buenos Aires, 1984, pág. 28 y ss. 23 Agrega este autor: “… no por ello es menos importante que el racimo de principios procesales que antes enunciara. Es más, resulta más importante. El sistema de procesamiento dispositivo es el único que constituye un auténtico freno al poder judicial. Además, es el que impide que se instaure el paternalismo y el decisionismo que hoy es pan nuestro de cada día en el ámbito jurisdiccional. Todavía más: el sistema de procesamiento dispositivo conjuga su ideario con las prescripciones constitucionales. No puede por tanto ser dejado de lado sin una gruesa fractura de las garantías de igualdad e imparcialidad procesal que – operativamente- pone en movimiento. En mi ideal sólo un sistema netamente dispositivo terminará con los híbridos ideológicos y las normas de corte inquisitivo. Conf. Benabentos Omar, op. cit. pág. 133. 24 Conf. Palacio, Lino Enrique; op. cit. pág. 67. 25 Conf. Couture, Eduardo J.; “Estudios de Derecho Procesal Civil”, Tomo I; 3º edición, Ed. Depalma, Buenos Aires, 1979, pág. 313. 26 Un interesante, prolijo y fundado trabajo sobre los efectos que produce la actitud del Fiscal cuando decide desistir de su pretensión incriminatoria, lo constituye el libro de Román P. Lanzón “La pretensión desincriminante del Ministerio Público Fiscal en el proceso penal” Editorial Ad Hoc Bs. As. 2009. 27 Héctor Superti considera que “existe el riesgo de que con la bandera de valiosos fines se justifique cualquier medio y muchas veces la palabra verdad, como la palabra justicia, se han convertido en fines indiscutibles con los que se han tratado de justificar medios atroces desde todo punto de vista. En este sentido el sistema acusatorio es menos omnipotente, menos fundamentalista, en cuanto rendir culto sin límite a un concepto tan preciado como el de “verdad”. Es así que la búsqueda de ella se acota por los límites garantizadores de los derechos humanos fundamentales, estando dispuesto a resignar el acercamiento a ese valor si el precio para hacerlo es atropellar la dignidad humana. En la actualidad, el tema comienza a ser nuevamente analizado en materia penal por las corrientes que aceptan lo que se conoce como “verdad consensuada” y que en definitiva no es más que consensuar entre las partes el relato del conflicto. En materia civil se acepta –invocando la disponibilidad de las pretensiones que se ventilanque las partes coincidan expresa o tácitamente en una narración que obliga al juez. Pero cuando se trata de juicios penales, fundamentalmente originados en delitos de acción pública, parece que ese consenso es absolutamente inaceptable porque se alega que la potestad represiva del Estado sólo puede operar “sobre la base de la verdad del Tribunal” y que la pretensión punitiva es absolutamente indisponible”. Conf. Superti, Héctor C.; “Derecho Procesal Penal. Temas conflictivos”, Ed. Juris, Rosario, 1998, pág. 51. 28 Confr. Binder, Alberto M.; “Introducción al Derecho Procesal Penal”, 2º edición actualizada y ampliada; Ed. Ad Hoc, Buenos Aires, 1999, pág. 220 y ss. Este autor no se limita a defender el principio de oportunidad, sino que va más allá y le reconoce a la víctima el derecho a obtener una decisión jurisdiccional. 29 Conf. Erbetta, Daniel; Orso, Tomás; Franceschetti, Gustavo y Chiara Díaz, Carlos; “Nuevo Código Procesal Penal de la Provincia de Santa Fe, Comentado, Ley 12734”, Ed. Zeus, Rosario, 2008, pág. 93 y ss. 30 En este sentido al referirse al nuevo Código Procesal Penal santafesino, que en su art. 13 otorga a las partes la posibilidad de desestructurar el procedimiento, el que puede ser modificado por las mismas a su libre arbitrio, siempre y cuando no afecte el debido proceso y respete el juicio oral y público, se ha dicho que “El proceso acusatorio resulta más compatible con la concepción del delito como conflicto y del derecho penal como ultima ratio. En el concreto caso del proceso penal, lo expuesto va a generar un cambio de enfoque de la secuela procesal, la que ya no va a apuntar a aquella verdad “cuasi-sagrada”, sino que en muchos casos la misma va a ser la verdad procesal, la verdad a que arriben las partes a través del consenso y de la morigeración del conflicto. En este marco, es donde deben inscribirse las reglas particulares de actuación que libre e imaginariamente pueden fijar las partes –incluso a instancia del tribunal, en cualquier etapa del proceso-…”. (Conf. Erbetta, Daniel; Orso, Tomás; Franceschetti, Gustavo y Chiara Díaz, Carlos; Ob.cit., pág. 78 y ss.). 31 El único secreto aceptado y concebible en el proceso refiere al profesional del abogado defensor, respecto de la información que bajo ese marco le proporcionó su asistido. 32 En el sistema acusatorio, en cambio, toda la actividad probatoria, salvo cuestiones de orden excepcional, se concreta en el juicio, con plena y directa potestad de propuesta y confrontación de la parte acusada, lo que permite la máxima expansión de la característica aquí analizada. La Corte Interamericana ha puesto énfasis en la necesidad de que en el proceso exista el mayor equilibrio entre las partes, para la debida defensa de sus intereses y derechos, señalando que esto implica entre otras cosas que rija el principio contradictorio. A diferencia de lo que ocurre en el sistema inquisitivo, la igualdad de armas no es un estado de equilibrio que aparece en un determinado estadio procesal, reparando tardíamente el abuso cometido en una fase inicial signada por el secretismo y la prevalencia de la preparación de la acusación. En el marco del acusatorio el imputado encuentra expeditas sus facultades de refutación ab initio y ello impide que llegue a la etapa decisiva del juicio en condiciones de desventaja”. Conf. Fleming, Abel y López Viñals, Pablo; “Garantías del imputado”, Ed. Rubinzal Culzoni, Santa Fe, 2007, pág. 617 y ss. 33 Agrega Julio B. J. Maier que además, se lo favorece al imputado porque “el tribunal, de oficio, puede incorporar a su fallo circunstancias eximentes no invocadas por el acusado –mientras no ocurre lo mismo con circunstancias imputativas no incorporadas por el acusador: falta de correlación entre la acusación y la sentencia-, hecho que no permite –tan siquiera- tratar a estos procedimiento como acusatorios puros, sino – tan sólo- como asimilados a ese tipo de enjuiciamiento penal”. Maier, Julio B. J. op. cit. pág. 577 y ss.. 34 Conf. Erbetta, Daniel; Orso, Tomás; Franceschetti, Gustavo y Chiara Díaz, Carlos; op. cit. pág. 79. 35 Los glosadores del nuevo código procesal penal de Santa Fe, al referirse al tema han expresado “el vocablo “juez” se encuentra necesariamente unido al de “imparcial”, el que, enfocado desde un punto de vista funcional, integra el concepto de aquél. Ya hemos dicho que la sujeción a la Constitución y la ley como premisa sustancial de la deducción judicial y fuente de legitimación política, expresa –como dice Ferrajoli- la colocación institucional del juez. Esta colocación –externa a los sujetos en causa y al sistema político y extraña a los intereses particulares de unos y generales del otro- es la que se hace presente en la exigencia de la imparcialidad. El juez no debe tener ningún interés, ni general ni particular, en una u otra solución de la controversia que está llamado a resolver. En concreto, la imparcialidad es la ajenidad del juez a los intereses de las partes en juego y la independencia es su exterioridad a todo sistema de poderes. Sin embargo, no puede dejar de advertirse que, en alguna medida, la “falta de imparcialidad” es la consecuencia directa, en el caso concreto, de la “falta de independencia”, circunstancia que puede corroborarse en la práctica frente a decisiones judiciales infundadas, inexplicables, direccionadas a favor de los intereses de una parte que, directa o indirecta, no es otra que el factor de poder al que se sujeta el magistrado indigno”. Conf. Erbetta, Daniel; Orso, Tomás; Franceschetti, Gustavo y Chiara Díaz, Carlos; op. cit. pág. 181 y ss.. 36 Conf. Binder, Alberto M.; op. cit. pág. 149. 37 Conf. Binder, Alberto M.; ob. cit., pág. 320. 38 Conf. Duce J., Mauricio y Riego R., Cristián; “El proceso penal”, Ed. Jurídica de Chile, Santiago – Chile, 2007, pág. 144. 39 40 Confr. Richard A. Hotham “El prejuzgamiento” Edit. Nova Tesis Rosario 2007. Conf. Maier, Julio B. J. op. cit., pág. 739 y ss.. Luego este mismo autor, considerando la imparcialidad del juez frente al caso, va a sostener que “no sólo por ser independiente de los poderes del Estado el juez reúne todas las condiciones que garantizan su ecuanimidad al decidir el caso. La independencia es una condición necesaria para garantizar la ecuanimidad, pero no es la única, ni es, por ello, suficiente. Otra de esas condiciones necesarias es colocar frente al caso, ejerciendo la función de juzgar, a una persona que garantice la mayor objetividad posible al enfrentarlo. A esa situación del juez, en relación al caso que le toca juzgar, se la denomina, propiamente, imparcialidad”. Conf. Maier, Julio B. J.; op. cit. pág. 752 y ss. 41 Conf. Devis Echandía, Hernando; op. cit. pág. 23. 42 Conf. Fleming, Abel y López Viñals, Pablo; op. cit. pág. 534. 43 Conf. Binder Alberto, op. cit. pág. 109 y ss. 44 Conf. Erbetta, Daniel; Orso, Tomás; Franceschetti, Gustavo y Chiara Díaz, Carlos; op. cit. pág. 40 y ss. 45 Conf. Vázquez Rossi, Jorge; “Crisis de la Justicia Penal y Tribunal de Jurados”, Ed. Juris, Rosario, 1998, pág. 68 y ss. 46 Confr. Guillermo Nicora “¿El fin de la adolescencia? Definiendo el rol del Ministerio Público en un proceso acusatorio”, en Revista de Derecho procesal penal; “El proceso penal adversarial”, Tomo I, coordinado por Diego García Yohma y Santiago Martínez. Ed. Rubinzal Culzoni, Santa Fe, 2008, pág. 81 y ss. 47 Usamos esta expresión, aunque críticamente no la aceptamos porque el delincuente no es ajeno a la sociedad, sino que la integra y en todo caso, es un síntoma de un problema que ella misma debe atender. Sin embargo todas las teorías penalistas de la defensa social conciben una permanente guerra entre la sociedad (los buenos) y los delincuentes (los malos), siendo el derecho penal un instrumento al servicio de esa lucha. Nada más lejos de nuestra concepción. 48 Superti, Héctor C.; “Derecho Procesal Penal. Temas conflictivos”, Ed. Juris, Rosario, 1998, pág. 570 y ss. 49 Esta aclaración fue hecha por Graciela Minoldo con motivo de un trabajo que fuera premiado en el Congreso Nacional de Derecho Procesal Penal celebrado en Termas de Rio Hondo (Santiago del Estero). La Dra. Graciela Minoldo colaboró activamente con la Comisión Técnica que conformamos con los Dres. Ramón Ríos, Julio de Olazabal y Jorge Vázquez Rossi, por lo que se tomó este concepto en el proyecto de 1993 y que de alguna manera permanece en el nuevo código procesal penal para Santa Fe, para referirse a quien alega verosímilmente su condición de víctima. 50 Así, en la Parte General vemos: Art. 11: (implícitamente) “el producto del trabajo del condenado...se aplicará... (inc. 1º) a indemnizar los daños y perjuicios causados por el delito que no satisfaciera con otros recursos...” - Art. 19: la inhabilitación absoluta importa... (inc. 4º) la suspensión del goce de toda jubilación, pensión o retiro civil o militar...El Tribunal podrá disponer, por razones de carácter asistencial, que la víctima o los deudos que estaban a su cargo concurran hasta la mitad de dicho importe, o que lo perciban en su totalidad...” - Art. 20 ter: (implícitamente) “el condenado a inhabilitación absoluta puede ser restituido al uso y goce de los derechos y capacidades de que fue privado.....y ha reparado los daños en la medida de lo posible.” - Art. 23: Habla de “damnificado” - Art. 26: (implícitamente) se lo puede hallar en la enunciación de las características que debe reunir el delito cometido para que el juez estime conveniente la imposición de una condena de ejecución condicional. - Art. 28: (implícitamente) “la suspensión de la pena no comprenderá la reparación de los daños causados por el delito y el pago de los gastos del juicio”. - Art. 29: “la sentencia condenatoria podrá ordenar ... (inc. 2) la indemnización del daño material y moral causado a la víctima, a su familia o a un tercero, fijándose el monto prudencialmente por el juez en defecto de plena prueba..” - Art. 30 y ss también aluden a la indemnización, sin mencionar la palabra víctima. - Art. 41: (implícitamente) “la naturaleza de la acción y de los medios empleados para ejecutarla y la extensión del daño y del peligro causados... (explícitamente) “el juez deberá tomar conocimiento directo y de visu del sujeto, de la víctima y de las circunstancias del hecho en la medida requerida para cada caso.” - Art. 59: “La acción penal se extinguirá... (inc. 4) por la renuncia del agraviado, respecto de los delitos de acción privada”. - Art. 60: “La renuncia de la persona ofendida al ejercicio de la acción penal solo perjudicará al renunciante y a sus herederos.” - Art. 64 y 68: (implícitamente) Ambos artículos hablan de las indemnizaciones debidas. - Art. 69: “El perdón de la parte ofendida extinguirá la pena impuesta por el delito de los enumerados en el art. 73. Si hubiere varios partícipes, el perdón en favor de uno de ellos aprovechará a los demás” - Art. 70: (implícitamente) “Las indemnizaciones pecuniarias inherentes a las penas, podrán hacerse efectivas sobre los bienes propios del condenado, aún después de muerto.” - Art. 72: (implícitamente) Fundamental es el rol que se atribuye, al disponer o no respecto de la promoción de la acción. En tanto la víctima del delito no libere el obstáculo impuesto al ejercicio, la acción no podrá iniciarse. - Art. 73: (implícitamente) Fundamental. Aquí, la víctima es sujeto esencial del proceso, al constituirse como querellante exclusivo. La promoción y prosecución del proceso está enteramente a su cargo. (explícitamente) “Incumplimiento de los deberes de asistencia familiar, cuando la víctima fuere el cónyuge”. - Art. 75: “La acción por calumnia o injuria, podrá ser ejercitada sólo por el ofendido y después de su muerte por el cónyuge, hijos, nieto o padres sobrevinientes”. - Art. 76: “En los demás casos del art. 73, se procederá únicamente por querella o denuncia del agraviado o de sus guardadores o representantes legales.” - Art. 76 Bis: “al presentar la solicitud, el imputado deberá ofrecer hacerse cargo de la reparación del daño en la medida de lo posible... La parte damnificada podrá aceptar o no la reparación ofrecida. En la Parte especial, se alude a la víctima implícitamente, la cual es el sujeto pasivo de todas y cada una de las figuras. Sin embargo, explícitamente mencionan a ella los siguientes artículos: Art. 84, Art. 106, Art. 119, Art. 125, Art. 132, Art. 142. 51 Un interesante panorama sobre las tendencias actuales, a favor y en contra del querellante puede verse en el trabajo que a instancias de la Cámara Nacional de Apelación en lo penal, reuniera a importantes juristas, “Las facultades del querellante en el proceso penal. Desde “Santillán” a “Storchi” , Ed. Ad-Hoc, Buenos Aires, 2008. 52 Confr. Corvalán, Victor R. “Derecho Procesal Penal” análisis crítico del procedimiento penal. Editorial Nova Tesis. Rosario, 2010, pág. 243. 53 Confr. D’Albora, Francisco “Intervención del querellante conjunto en el nuevo Código Procesal Penal”, La Ley del 16/XII/ 1991.54 Confr. Bidart Campos Germán en “La legitimación del querellante”, El Derecho, Tomo 143, pág. 937. 55 Por ejemplo Alberto Binder expresa que “existe, junto al Ministerio Público, otra parte acusadora fundamental: se trata del acusador particular o “querellante privado”. Éste puede actuar en aquellos casos en que el Ministerio Público no tiene nada que hacer ni puede actuar de oficio el juez –puesto que se trata de un delito de acción privada (el caso de las injurias, por ejemplo)-. También puede aparecer lo que se denomina el “querellante conjunto”, en aquellos casos en que el acusador privado participa en el proceso junto con el Ministerio Público. Este acusador o querellante conjunto, a su vez, puede ser un “querellante conjunto autónomo” –cuando tiene atribuciones similares a las del Ministerio Público y las ejerce de un modo paralelo-; o bien puede ser un “querellante conjunto adhesivo” –cuando trabaja como tercero coayudante del Ministerio Público, es decir, que va de algún modo “detrás” del Ministerio Público. La tendencia moderna, como hemos dicho, se orienta a abrirle ampliamente la puerta al acusador particular: ampliar los casos de acusación particular privada –es decir, los casos de “delitos de acción privada” -, permitir la participación del acusador particular en todos los casos de acción pública, etcétera. Por otra parte, en los últimos años se discute acerca de si se debe mantener la figura de un “querellante conjunto adhesivo” –es decir, coayudante del Ministerio Público- o si se admite un “querellante conjunto autónomo”. Pareciera que la tendencia dominante se orienta hacia un sistema de querellante conjunto autónomo, es decir, que no sea simplemente “adhesivo”, sino que tenga las mismas facultades que el Ministerio Público. Obviamente, nunca tendrá la misma fuerza que éste, puesto que el Ministerio Público es un agente estatal; pero sí, al menos, las mismas atribuciones. En general, se ha comprobado que el querellante particular resulta una figura muy útil dentro del proceso, puesto que moviliza mucho la justicia y le quita trabajo al Ministerio Público –que, por lo general, está sobrecargado de trabajo. Y no es cierto que esta modalidad sirva para canalizar el sentimiento de venganza por intermedio del Estado. Eso es un mito que tiene origen histórico determinado. Está perfectamente demostrado que tal afirmación es falsa. Cuando la víctima ingresa al proceso penal busca, fundamentalmente, una reparación; sobre todo, muchas veces, una reparación pecuniaria, y no la venganza”. (Conf. Binder, Alberto M.; “Introducción al derecho procesal penal”, 2º edición actualizada y ampliada; Ed. Ad Hoc, Buenos Aires, 1999, pág. 327). Por su parte, haciendo referencia a la posibilidad que tiene la víctima de ingresar al proceso, a través de su constitución como querellante, en Santa Fe se expresa que “la cuestión forma parte de uno de los problemas de mayor discusión en la actualidad y divide posiciones entre quienes defienden una reconsideración del lugar de la víctima pero habilitando moderadamente la posibilidad de asumir el carácter de querellante como adhesivo, y quienes –como en el caso de la nueva reglamentación santafesinahabilitan la intervención plena de la víctima en la forma y modalidades comentadas. La primera posición deja latente una fundada sospecha en orden al funcionamiento de un sistema que habilite la persecución penal privada, en términos amplios, llegándose a sostener que sería inadmisible que el Estado se ponga al servicio del interés pecuniario o de la venganza personal, que son casi siempre los móviles que llevan al damnificado a ejercer la acción pública, los cuales se manifiestan si se observa el gran número de querellantes que desisten su acción, dando pretextos fútiles, una vez que han percibido la suma en la que se consideran perjudicados. No puede negarse que, además, de no estructurarse un sistema que asegure por igual el derecho de las víctimas, en especial, de las que no tienen recursos económicos, podría generarse una suerte de privatización de la justicia penal que profundice los defectos del sistema penal, y con ella una mayor afectación a la igualdad, al posibilitarse el acceso a la justicia penal a quienes puedan contratar profesionales pagos. Ello sin perjuicio de que una eventual hiperactividad privada de persecución penal neutralizaría los pretendidos efectos de descongestión asignados a los criterios de oportunidad. Desde la segunda postura, se suele invocar que estas argumentaciones no reparan en que la venganza privada puede ejercerse con o sin el instituto del querellante y que, desde un punto de vista teórico, es preferible darle gran autonomía a la víctima para que canalice –o “sublime”- sus deseos vindicativos a través de un proceso regular controlado por los fiscales y jueces donde, en definitiva, los que resolverán serán estos últimos. Con el monopolio estatal del ejercicio del poder punitivo, se declara ilegal la justicia privada, sea la del damnificado o de terceros. También se habla de la influencia o presión de las víctimas sobe los agentes judiciales. Pues bien, esto es inevitable en los tiempos que corren y no guarda relación directa con la consagración del querellante, sino que se produce a través de los lobbies en los despachos judiciales y a través de los medios de comunicación. En cualquier caso, los fiscales son tan influenciables como los jueces”. (Conf. Erbetta, Daniel; Orso, Tomás; Franceschetti, Gustavo y Chiara Díaz, Carlos; op. cit. pág. 233 y ss.). 56 Dice Julio B. J. Maier en párrafos que nos interesan para este trabajo “la admisión del interés del ofendido en el procedimiento penal por delito de acción pública es posible, jurídicamente, para la ley procesal, conforme al sistema que la ley penal ha elegido para la persecución penal (CP, 71), sólo con ciertas limitaciones similares a las expuestas anteriormente. ¿Cuáles y qué tipo de limitaciones es preciso introducir? Representa una pregunta de aristas múltiples, al menos compleja, cuya respuesta toca dos órdenes de razones: las jurídicas, para no salirnos del sistema que la ley penal impone, y las políticocriminales, para consultar la mejor solución conforme al cúmulo de intereses que se mueven tras la cuestión penal. En principio, y sobre ello no existe discusión, el Derecho penal argentino no consiente, salvo excepciones precisamente establecidas por la ley, que la voluntad del ofendido, por sí misma o en conjunto con la voluntad del autor, inhiba la persecución por el Estado de un delito de acción pública. La voluntad del ofendido, en el sentido de evitar la persecución penal, pronunciada con posterioridad a la consumación del hecho punible o de la tentativa ya punible, no provoca efecto alguno sobre la viabilidad de la persecución penal pública. La renuncia a la acción penal y, antes bien, el perdón de la pena sólo están previstos, con influencia decisiva sobre la persecución penal y sobre la pena, para los delitos de acción privada. Más difícil de contestar, jurídicamente, es la pregunta inversa: ¿hasta qué punto la voluntad del ofendido puede impedir la clausura de la persecución penal contra el imputado, por voluntad de los órganos de persecución o de decisión penal? No es necesario imaginar el extremo de la vigencia clásica del principio de oportunidad, no admitido entre nosotros, para plantearnos el problema; basta acudir a hipótesis tradicionales en el Derecho argentino: sobreseimiento dictado por el tribunal de instrucción, en contra de su opinión, debido al acuerdo entre el fiscal del caso y su superior jerárquico. No es necesaria la diversidad de soluciones para plantearnos el problema. Él puede decidirse con mayor precisión preguntando si la ley penal autoriza, en los procedimientos por delitos de acción pública, al acusador particular –el ofendido o sus sustitutos- a conducir a juicio público al acusado, sólo por su acusación, esto es, prácticamente, a reemplazar, en la persecución de estos delitos, a la persecución penal oficial; o, quizá, de modo más problemático, si se agrega a la anterior la pregunta accesoria acerca de si la acusación particular, cuando existe acusación pública, puede diferir de ella en cuanto al hecho punible concreto que describe y sus circunstancias. Más allá de ello, cabe preguntarse, también, si el ofendido, al cual le disgusta la sentencia, puede recurrirla autónomamente (casarla), a pesar de la conformidad con ella de la fiscalía, expresa o tácita (falta de recurso). Tales autorizaciones, aunque en diversa medida, transformarían prácticamente la acción penal pública en acción privada. Y esa transformación no sería menos notable, materialmente, por el hecho de obligar al fiscal del caso, que ni siquiera ofrece prueba para el juicio, a seguir presente en el procedimiento, a asistir sin interés alguna al debate entre quien se siente ofendido por un hecho punible y su presunto ofensor. Basta pensar en aquello que pasaría si el acusador particular desiste después de acusar y ni siquiera ofrece prueba para el debate, o si, por acuerdo reparatorio con su agresor, pierde su calidad de acusador (CC, 1097). Por lo demás, parece claro que, en estos supuestos, se ha invertido el carácter de la intervención de ambos acusadores: ahora el oficial, único con legitimación material, ha cedido ese papel al acusador particular, para adquirir “su acción”, la de la fiscalía, si de ella puede hablarse, la calidad de subordinada, dependiente o coadyuvante, característica principal que, según antes vimos, describe con cierta precisión a la correcta intervención del ofendido en el procedimiento por delito de acción pública”. Conf. Maier, Julio B. J.; Derecho Procesal Penal, Tomo II, Editores del Puerto, Buenos Aires, 2003, pág. 651 y ss.. 57 Expresan en lo pertinente: “En este modelo, este perfil decididamente imparcial del juez implica que le está vedado ocupar, aunque sea momentáneamente, el rol de cualquiera de las partes, sustituyéndola o ayudándola en la acusación o en la defensa. Esto inevitablemente limita también al juez en la posibilidad de decir el Derecho, dentro de la contradicción que resulte de las proposiciones que le ofrezcan en términos de afirmación, prueba y alegación, tanto por la acusación como por la defensa. Por ello, al estar limitada la actuación del juez, no puede aceptarse por parte de la víctima que su derecho sea representado por el fiscal, aun en contra de sus aspiraciones. Estamos diciendo que resulta aceptable un procedimiento que limite la actuación del juez a los términos de la contradicción, sólo en la medida en que se le asegure al afectado por el ilícito que podrá ejercer, acompañado por el fiscal o solo, el protagonismo necesario para que la dialéctica acusatoria no implique en los hechos negación de su derecho por negación de acceso a la jurisdicción. Conf. Fleming, Abel y López Viñals, Pablo; “Garantías del imputado”, Ed. Rubinzal Culzoni, Santa Fe, 2007, pág. 581y ss.-