45 TEXTO Jaume Saura Estapà Director del Instituto de Derechos Humanos de Cataluña Profesor de Derecho Internacional Público (UB) La paz y los derechos humanos, pilares de las relaciones internacionales Desde la Carta de las Naciones Unidas, el uso de la fuerza armada queda proscrito de las relaciones internacionales, salvo casos de legítima defensa y de sanción colectiva debidamente autorizada. Lucien Aigner / Corbis ivimos en un mundo en el que hablar de paz y de derechos humanos puede parecer un acto de voluntarismo iluso, cuando no del más puro cinismo. La guerra de Iraq, los sangrientos conflictos civiles de Liberia y Sierra Leone, o los genocidios de Ruanda y Bosnia-Herzegovina, por citar sólo algunos hechos más o menos recientes, nos evocan una realidad en la que la voluntad del poderoso, en el plano interno o en el internacional, se impone sobre los derechos de los más débiles. Una radiografía del mundo actual no nos invita al optimismo y las perspectivas de futuro tampoco parecen especialmente esperanzadoras. Y, pese a este diagnóstico inicial, la situación no es del todo desesperada. En un mundo convulso y a menudo desorientado, existen instituciones e instrumentos internacionales que, si no son plenamente efectivos, sí que indican como mínimo el camino a seguir; nos enseñan un modelo de sociedad internacional posible y realista, lejos de utopías irrealizables. Este modelo lo encontramos, por encima de todo, en la Carta de las Naciones Unidas, auténtica guía constitucional de la comunidad internacional. Un tratado internacional, elabo- V rado en San Francisco al final de la Segunda Guerra Mundial por unos cincuenta Estados, que ya ha sido firmado por la práctica totalidad de los países que forman la comunidad internacional, 191. En su artículo primero, la Carta señala los propósitos u objetivos de la Organización, que son: el mantenimiento de la paz y la seguridad internacionales; el fomento de las relaciones de amistad entre las naciones; la cooperación internacional para la solución de problemas económicos, sociales, culturales y humanitarios, y la cooperación para la promoción y protección de los derechos fundamentales de todos sin discriminación. Así pues, paz y derechos humanos son unos de estos grandes objetivos que la Carta diseña como auténticos valores internacionales, como aspiraciones de toda la humanidad. Son, o deberían ser, pilares de las relaciones internacionales contemporáneas. Como producto de la Segunda Guerra Mundial que es, la Carta de las Naciones Unidas hace hincapié en los aspectos relacionados con el mantenimiento de la paz. Así pues, en el segundo artículo, la Carta formula algunos principios jurídicos destinados a la consecución de este objetivo, como por ejemplo el de prohibición de la amenaza y el uso de la fuerza y el deber de resolver las controversias por medios pacíficos. Y, más adelante, establece un órgano principal y permanente, el Consejo de Seguridad, que se convierte en el único autorizado para permitir el uso de la fuerza armada como sanción contra un Estado. Por tanto, desde la Carta de las Naciones Unidas, el uso de la fuerza armada queda proscrito de las relaciones internacionales, salvo casos de legítima defensa y de sanción colectiva debidamente autorizada. Esto no ha impedido, es evidente, que haya habido numerosos conflictos armados desde 1945, la inmensa mayoría, eso sí, de carácter interno. Cuando se han producido intervenciones externas, la mayor parte de las veces han sido totalmente ilícitas, por mucho que las partes hayan realizado esfuerzos para encajar sus acciones armadas en algunos de los supuestos permitidos (con lecturas interesadas del derecho de legítima defensa colectiva o bien con interpretaciones FÓRUM BARCELONA 2004 46 “La Carta de las Naciones Unidas es el primer tratado que hace una referencia general a la protección de los derechos individuales, una cuestión que hasta entonces había quedado al margen del derecho internacional, pues se consideraba que era de la jurisdicción interna de los Estados”. SGM / Age fotostock Reunión del Consejo de Seguridad de la ONU sobre Iraq, marzo de 2003. Arriba, el Tribunal Europeo de Derechos Humanos, en Estrasburgo. En la página anterior, conferencia fundacional de las Naciones Unidas. San Francisco, 1945. Lorenzo Ciniglio / Corbis abusivas de resoluciones del Consejo de Seguridad). Pero eso mismo ya es una mejora respecto a la situación anterior, en que el derecho a usar la fuerza armada se consideraba inherente a la soberanía del Estado, sin restricciones. El hecho de que los Estados tengan que buscar argumentos legales para justificar sus acciones armadas les obliga a pensarlo dos veces, a moderar sus ambiciones y, sin duda, a descartar ciertas opciones (como, por ejemplo, la ampliación del territorio por la vía de las armas, a costa de otro Estado). Y, por otro lado, los parámetros de legalidad del uso de la fuerza permiten al resto de la sociedad internacional, incluso a la sociedad civil, esgrimir argumentos legales, además de los éticos o políticos, para criticar estas aventuras militares y hacer presión para detenerlas. El mecanismo de seguridad colectiva establecido por las Naciones Unidas no es ni mucho menos satisfactorio. Quince Estados, incluidos cinco miembros permanentes con derecho de veto, tienen en el Consejo de Seguridad la facultad de decidir las sanciones contra un país, incluso de declararle una guerra. El modelo de directorio de las grandes potencias cuestiona la verdadera dimensión del principio de igualdad soberana de los Estados, pero seguramente es el único realista, ya que sin el concurso de los países capaces, como cuestión de facto, de poner paz por la fuerza, cualquier decisión de un órgano similar sería papel mojado. Además, es un modelo que permite un cierto equilibrio entre los intereses divergentes de las grandes potencias, incluso en un mundo unipolar como el actual, tal como se ha podido comprobar en la negativa de Francia y Rusia de dar apoyo a la guerra de agresión planeada por Estados Unidos y el Reino Unido LOS MONOGRÁFICOS DE B.MM NÚMERO 4 contra Iraq; negativa que se ha traducido en la imposibilidad del Consejo de Seguridad de adoptar una resolución que autorice esta intervención y en la consiguiente ilegalidad de la acción armada. Se puede argumentar que si Francia y Rusia hubieran cedido a las presiones norteamericanas, la guerra hubiera sido lícita, pero no por eso menos ilegítima. Ciertamente, como decíamos, el sistema no es ni mucho menos perfecto, pero como mínimo une posibilismo y equilibrio a las consideraciones de estricta legalidad. El otro sector en el que existe un cuerpo normativo internacional de relativa nueva creación, no siempre respetado por los Estados, es en el ámbito de la protección de los derechos humanos. También aquí la Carta de las Naciones Unidas constituye un punto de partida ineludible. Es el primer tratado internacional que hace una referencia general a la protección de los derechos de los individuos, una cuestión que hasta entonces había quedado al margen del derecho internacional, dado que se consideraba que era de la jurisdicción interna de los Estados. Los horrores de la Segunda Guerra Mundial, en particular el holocausto, obligan a elevar el tema al plano internacional y a reconocer que, a partir de aquel momento, ningún Estado puede escudarse en su soberanía para negar a sus nacionales (o terceros) un mínimo de derechos fundamentales. La concreción de cuál es este mínimo no se hace en la Carta, sino que se acuerda tres años más tarde, en la Declaración Universal de Derechos Humanos, una resolución de la Asamblea General de las Naciones Unidas que, pese a su carácter inicialmente no vinculante, se ha convertido en norma obligatoria internacional. Efectivamente, la tarea de las Naciones Unidas en materia de reconoci- 47 Los horrores de la Segunda Guerra Mundial, en particular el holocausto, obligan a reconocer que ningún Estado puede escudarse en su soberanía para conculcar los derechos humanos. A la izquierda, conocida imagen de la represión nazi en el gueto de Varsovia. Tramonto / Age fotostock miento y garantía de los derechos humanos no se acaba con la Declaración, sino que es sólo su principio. A partir de la Declaración se erige un edificio normativo que incluye dos tratados generales que desarrollan su contenido (los Pactos Internacionales de 1966 sobre derechos civiles y políticos, y sobre derechos económicos, sociales y culturales), diversos tratados y declaraciones destinados a proteger colectivos especialmente vulnerables (mujeres, niños, refugiados, trabajadores emigrantes, etc.) y otros instrumentos para la prevención y el castigo de las vulneraciones más graves de estos derechos (genocidio, discriminación racial, torturas, etc.). Estos tratados han sido ratificados por un importante número de Estados y la mayor parte de sus disposiciones se consideran derecho internacional general. El desarrollo normativo internacional en materia de derechos humanos en estos años ha sido, sencillamente, espectacular. Sin embargo, el respeto y la aplicación cuidadosa de este cuerpo normativo no han sido paralelos a su formulación, y la eficacia global del sistema dista mucho de llegar a un mínimo aceptable. Los comités de control de estos tratados tienen graves carencias de origen, en especial por su carácter voluntario y no judicial (como máximo, el comité estará autorizado a elaborar informes y formular recomendaciones; no son tribunales, ni pueden sancionar). Es cierto que un órgano de las Naciones Unidas, la Comisión de Derechos Humanos, actúa como órgano de vigilancia de los derechos humanos a escala mundial, con independencia de los convenios que cada Estado haya firmado. Desgraciadamente, su composición (en ella están representados los Estados) hace que a menudo la decisión de condenar a un Estado o no hacerlo esté más basada en consideraciones políticas que en consideraciones de orden jurídico. Pese a ello, el conjunto de comisiones, comités, relatores especiales, grupos de trabajo y otros órganos, sin olvidar las organizaciones no gubernamentales, funcionan como un eficaz instrumento de presión y, dado que a la mayor parte de países del mundo les molesta ser acusados por instancias internacionales solventes de vul- nerar los derechos humanos, las resoluciones o denuncias de estos órganos y organizaciones tienen más influencia de la que la estricta consideración de su fuerza jurídica podría dar a entender. En cualquier caso, la protección de los derechos humanos a escala internacional no ha alcanzado un mayor grado de perfección que en el ámbito europeo. El Consejo de Europa, organización regional que reúne 45 países europeos y euroasiáticos, se ha dotado de un convenio para la salvaguarda de los derechos humanos y las libertades fundamentales que no sólo reitera los principales derechos civiles y políticos establecidos en otros instrumentos universales, sino que, además, instituye un Tribunal Europeo de Derechos Humanos, con sede en Estrasburgo, con competencia para conocer de violaciones de los países miembros contra cualquier persona que se encuentre bajo su jurisdicción. Sus sentencias son obligatorias y el conjunto de su jurisprudencia ha formado un verdadero orden público europeo en materia de protección de los derechos humanos que ya forma parte del patrimonio jurídico común del continente. La comunidad internacional tiene, pues, modelos realistas, contrastados por la práctica, naturalmente perfectibles, de garantía de la paz y protección de los derechos humanos. Son modelos respetuosos con la soberanía de los Estados (entendida en un sentido contemporáneo, es decir, no absoluto) y por tanto ningún país debe sentirse amenazado por ellos. Estos modelos se encuentran contemplados en tratados y resoluciones adoptadas por los mismos Estados que los tendrían que aplicar. Así pues, sólo falta que los líderes políticos de los diferentes países, y en particular los de las grandes potencias, quieran adecuar de verdad a ellos la conducta de sus naciones, aunque ello pueda significar alguna vez el sacrificio de sus “intereses nacionales” (intereses que, a menudo, son más partidistas y más particulares que nacionales). Y, hecha esta apuesta por el cumplimiento de buena fe de lo que ya existe, que se decidan a impulsar las medidas de mejora que el sistema reclama. FÓRUM BARCELONA 2004