Corte Suprema No. 12 ABRIL – DICIEMBRE DE 2000 MAGISTRADOS CORTE SUPREMA DE JUSTICIA Germán G. Valdés Sánchez PRESIDENTE Carlos Augusto Gálvez Argote VICEPRESIDENTE SALA DE CASACIÓN CIVIL Y AGRARIA Carlos Ignacio Jaramillo Jaramillo Manuel Ardila Velásquez Nicolás Bechara Simancas (Presidente) Jorge Antonio Castillo Rugeles Jose Fernando Ramírez Gómez Jorge Santos Ballesteros Silvio Fernando Trejos Bueno SALA DE CASACIÓN LABORAL Francisco Escobar Henríquez José Roberto Herrera Vergara (Presidente) Carlos Isaac Náder Luis Gonzalo Toro Correa Germán G. Valdés Sánchez Fernando Vásquez Botero Isaura Vargas Díaz SALA DE CASACIÓN PENAL Carlos E. Mejía Escobar Fernando E. Arboleda Ripoll Jorge E. Córdoba Poveda Carlos Augusto Gálvez Argote Jorge Aníbal Gómez Gallego Edgar Lombana Trujillo Hermán Galán Castellanos Alvaro Orlando Pérez Pinzón (Presidente) Nilson Pinilla Pinilla EDITOR Germán Gómez Rojas Contenido Editorial Por la restauración de la familia Quince Años en la Memoria Holocausto del Palacio de Justicia, 1985 La exacta dimensión de la tragedia Después de la toma A quince años del holocausto Reseña de Jurisprudencia Abril - Junio de 2000 Sala de Casación Civil Sala de Casación Laboral Sala de Casación Penal De Tinieblas y Laberintos Perplejidades en el mundo contemporáneo, derecho penal y crisis. Reseña de Jurisprudencia Julio - Septiembre de 2000 Sala de Casación Civil Sala de Casación Laboral Sala de Casación Penal Apuntes del Encuentro La verdad y las formas jurídicas: tendencias de la prueba Reseña de Jurisprudencia Octubre - Diciembre de 2000 Sala de Casación Civil Sala de Casación Laboral Sala de Casación Penal EDITORIAL Verdad, justicia y conflicto armado “En una Colombia atribulada por hondos padecimientos éticos, económicos y políticos, y afectada por una crisis de fe institucional, subsisten aún dos valores capaces de rescatarla de tan perturbadora conjura: el pueblo y sus jueces; en aquel está la esencia de la patria: orgullo, autenticidad, valor, sacrificio y amor; en estos, la probidad, el equilibrio conceptual y la serena entrega al cumplimiento del supremo deber de juzgar, sin otras armas que las inmateriales de la ley, sin más protección que el escudo invisible de su propia investidura ”. ALFONSO REYES ECHANDIA, 1985 Transcurridos tres lustros desde cuando el magistrado Alfonso Reyes Echandía asumiera con este pensamiento la Presidencia de la Corte Suprema de Justicia, el ser del juez colombiano sigue siendo el mismo: subsiste como uno de los valores capaces de enfrentar la crisis que padece el país, con las armas y escudo de aquel entonces. Pero en el entretanto, los actores armados han ignorado por completo tal naturaleza de los jueces y los han convertido en blanco frágil del conflicto bélico, comenzando por el holocausto del Palacio de Justicia ocurrido pocos meses después de pronunciadas las señaladas palabras del célebre jurista, sacrificado aquí junto a diez de sus compañeros de labores y decenas de servidores judiciales y ciudadanos indefensos. En memoria de ellos, a quienes en esta edición rendimos un sentido homenaje, y por los cientos de servidores de la justicia convertidos en mártires durante estos años, así como por las decenas de jueces y fiscales que padecen en la actualidad agresiones, la Corte urge la exclusión de la justicia como objetivo militar de los sectores armados. Porque, como lo dijo hace algún tiempo el pensador Fernando Savater, “la cuestión no es unir nuestra voz a las otras voces bélicas o belicosas, sino intentar poner pensamiento allá donde no se da más que la rutina incansable de las represalias. El derecho es la voz razonada que, sabiéndose pariente y hasta deudora de las palabras guerreras, intenta convertirlas en pensamiento y norma: desmilitariza el conflicto, sin dejar de reconocerlo como tal”. Y es que advertido el generalizado incremento de amenazas e intimidación contra los servidores judiciales, la Corte Suprema ha denunciado públicamente estas infracciones al Derecho Internacional Humanitario, cuyo acatamiento obligatorio es de carácter universal _ius cogens_, sin distingo de creencias, ideologías o grupos combatientes. Así mismo, ha insistido que se trata de atentados graves contra la independencia de los jueces llamados a garantizar los derechos fundamentales de la población, a través del ejercicio de su función jurisdiccional. La misión de la justicia como institución está ligada a la protección de los derechos humanos y a la del derecho humanitario, contenidos en las normas internas y en los tratados internacionales sobre la materia. De manera que los funcionarios judiciales constituyen el soporte del tránsito del país hacia un estado de paz, donde inevitablemente quedará planteado el derecho a la verdad de los pueblos sobre el conflicto, para que, a partir de allí, se reconozcan responsabilidades y errores históricos, sólo superables una vez se ha visto la cara de la barbarie. En este empeño, la Corte reitera la necesidad de preservar la fortaleza de la autoridad del juez como garante del respeto a los derechos humanos y la convivencia social, mediante su intervención autónoma en la solución pacífica de las controversias ciudadanas. De esta forma, es claro que los ideales alimentados con tanto entusiasmo por los jueces muertos en la tragedia del Palacio de Justicia y los demás mártires que han corrido igual suerte, seguirán guiando el faro de la esperanza en una Nación justa, alejada de la guerra, que soluciona sus diferencias por vías civilizadas de respeto al ser humano. JORGE ANTONIO CASTILLO RUGELES Presidente Corte Suprema de Justicia OPINIÓN Por la restauración de la familia La Constitución Política de Colombia, en la riqueza de sus definiciones nominales, reconoce a la familia como el núcleo fundamental de la sociedad que es, que merece pero no recibe la prioritaria protección integral del Estado, el cual no le brinda los mecanismos básicos preventivos de la educación y de la culturización en el amor para propiciar su edificante solidez, que redundará luego, recíprocamente, en beneficio de la comunidad. Negándole posibilidades de cohesión, después se arroga facultades de represión, aún por las vías extremas y contraproducentes del Derecho Penal, que pretendiendo contrarrestar, por ejemplo, la violencia intrafamiliar (art. 22 L. 294/96), poco aporta en la realidad, distinto de aumentar el nivel de rencor. Con la pretensión de defender al niño se encarcela a su progenitor, en un desvarío más, que probablemente aumente el número de reclusos pero no disminuirá la gravedad y frecuencia de las conductas reprochables, ni se acercará al objetivo resocializador propuesto. Es inocultable que la familia está sufriendo los graves cambios de la difícil vida actual, donde sus integrantes han perdido el sentimiento de identidad y han desdeñado o al menos olvidado sus obligaciones básicas, o no saben cómo cumplirlas, lo cual impone ayudar a organizar su existencia, de manera que puedan dedicar suficiente tiempo, afecto y sabiduría, para proyectar y conformar, desde el pequeño mundo de la infancia apacible, moldeada por el afecto, el universo multiplicador de una vida adulta grata, constructiva, que a su turno repercuta en la formación sana de futuros ciudadanos de bien. No como ahora está ocurriendo, que también se moldea, pero en violencia, imitada y reproducida, como si se tratara de un nuevo enfoque o reedición, trágica y aumentada, de los postulados de Gabriel Tarde. Con la acción denodada de la Asociación Pro Obras Sociales de la Justicia y su programa “Familia & Paz”, la Corte Suprema de Justicia, adicionalmente a la rectitud y el acierto de sus decisiones en la materia y con el aporte académico de algunos de sus Magistrados, está coadyuvando a la reestructuración de la cultura del amor conyugal, filial, parental y fraternal, que desde el grupo humano básico irradie hacia la Nación. Así, bajo el respeto a los derechos ajenos y el temor a Dios, podría empezarse a reconstruir una cultura de probidad y paz. NILSON PINILLA PINILLA Presidente Corte Suprema de Justicia, 2000 QUINCE AÑOS EN LA MEMORIA Holocausto del Palacio de Justicia Noviembre 6 y 7 de 1985 - Noviembre de 2000 MAGISTRADOS DE LA CORTE SUPREMA DE JUSTICIA INMOLADOS Fabio Calderón Botero Manuel Gaona Cruz José Eduardo Gnecco Correa Fanny González Franco Ricardo Medina Moyano Carlos Medellín Forero Horacio Montoya Gil Alfonso Patiño Roselli Alfonso Reyes Echandía Pedro Elías Serrano Abadía Darío Velásquez Gaviria EMPLEADOS CORTE SUPREMA DE JUSTICIA Emiro Sandoval Huertas Julio César Andrade Jorge Alberto Echeverry Correa Cecilia Concha de Arboleda Hermógenes Cortés Nomeling María Cristina Herrera Obando Isabel Méndez de Herrera Lida Mondol de Palacios Beatriz Moscoso de Cediel María Teresa Muñoz de Jiménez Nury de Piñeros Libia Rincón de Aldana Ruth Zuluaga de Correa Yaneth Rozo de Caicedo Plácido Barrera Rincón Luis Humberto García EMPLEADOS CONSEJO DE ESTADO Lisandro Romero Barrios Carlos Horacio Uram Rojas Luz Stella Bernal Marín Aura María Nieto de Navarrete Jaime Alberto Córdoba Avila José Eduardo Medina Garavito EMPLEADOS FISCALÍAS ANTE EL CONSEJO DE ESTADO Blanca Inés Ramírez de Angulo María Teresa Barrios Rodríguez La exacta dimensión de la tragedia Por FERNANDO GARAVITO* Escritor y periodista *El autor de esta colaboración especial para Corte Suprema es un persistente investigador del acontecimiento ocurrido en el Palacio de Justicia los días 6 y 7 de noviembre de 1985. Nacido en Bogotá, donde terminó estudios de Derecho en la Universidad Javeriana. Como periodista es conocido con el seudónimo Juan Mosca. Eran, para qué dudarlo, hombres de elevada estatura intelectual y jurídica. No sólo por el hecho de haber llegado al más alto tribunal del país, sino, ante todo, porque formaban parte de una escuela que creía en la fuerza de la verdad, en el compromiso de la justicia. Ninguno de ellos había brillado con luz propia por fuera del foro, y en el terreno político –y en el administrativo- eran prácticamente unos desconocidos. De su filiación se sabía bien poco. Tal vez algunos serían liberales, otros conservadores, los de más allá de izquierda o de derecha o sin partido. Pero todos tenían como denominador común un desvelado entusiasmo por la primacía de la ley en cualquier sitio y cualquier circunstancia. Eran, por lo general, hombres de mediana edad y medianos recursos. Poseían, quizás, una casa, un viejo automóvil, a veces un terrenito fuera de la ciudad (destinado a los fines de semana), invariablemente una biblioteca y unos discos. Los había del interior y de la costa atlántica y del Valle del Cauca y del Cauca y de Antioquia y del gran Caldas y de los Santanderes, y cada cual tenía un modo particular basado en sus ancestros, en sus costumbres, en sus dejos. Algunos iban a misa cada día (con comunión incluida), porque sabían que la administración de justicia es cosa harto enojosa y que, las más de las veces, requiere de alguna ayuda. Otros no iban jamás porque sabían que en la administración de justicia el hombre está íngrimamente solo, frágil y terrible como hijo que es de las estrellas y del fuego. Entre ellos no había discriminación ninguna, de manera que ahí estaba una mujer, tan valerosa y tan preparada y tan inteligente como el que más, y como no la hubo antes y hasta mucho después en ese sitio. Todos escribían un castellano fluido y rico y en cierta forma vanidoso de sus inflexiones y hallazgos, y hablaban con corrección y, por qué no, con cierto atildamiento. En su gran mayoría eran maestros, y entendían que su cátedra era una prolongación de sí mismos, que el pupitre que ocupaban cada mañana en la universidad era una forma de ponerse en contacto con un universo que apenas comenzaba, que el tablero en el que escribían de vez en cuando, de cuando en vez un artículo, un numeral, un inciso, era una puerta hacia lo desconocido, que los libros de texto y los exámenes y las charlas apresuradas por los corredores y las breves tertulias de café traducían que el país seguía siendo el mismo, un país que se afanaba por comprender y por estar al día y por oír y por abrir interrogantes y corchetes y – claro está- por discrepar con razones y por debatir con ideas y por estar de acuerdo cuando estar de acuerdo era un imperativo. El país de todos ellos era un país hecho sin compromisos ni trastiendas. En él los días pasaban de claro en claro y las noches de turbio en turbio, con la razón puesta en la búsqueda de la verdad, con la mirada inmersa en las páginas del libro de cada día, puesto ahí como el testigo indispensable del conocimiento, de la sabiduría, con el alma hecha del duro oficio de vivir y el corazón del suave oficio de amar (no siempre suave) y el cerebro del áspero oficio de aprender y de interpretar y de hablar con propiedad, y sentenciosamente también, y también, claro está, sencillamente. Eran seres urbanos y al mismo tiempo campesinos venidos de Otraparte, capaces de sentarse en silencio a contemplar una puesta de sol con la misma propiedad que tenían para escaparse a vespertina a ver una película o de ir el domingo a un partido de fútbol o de organizar un sábado bailable con unos trinquinfortis y unas empanadas y la infaltable orquesta de Pacho Galán o de Lucho Bermúdez con sus metales estruendosos y sus cantantes de melodiosa, de indefinible, de inolvidable voz llena de matices y de sorpresas y caricias. En fin, eran seres de carne y hueso todos hechos de espíritu, casi siempre moderados, a veces tempestuosos y terribles, pero en toda ocasión transparentes y verticales y precisos y estrictos. Se llamaban Alfonso y Carlos y Fanny y Ricardo y Fabio y Manuel y José Eduardo y otra vez Alfonso y Horacio y Dante y Pedro Elías y Darío, y tenían los apellidos de la tierra, Reyes y Medellín y González y Medina y Calderón y Gaona y Gnecco y Patiño y Montoya y Fiorillo y Serrano y Velásquez, y habían trabajado hoy sí y mañana también y el año entrante y el siguiente para llegar a la Corte Suprema de Justicia con el único propósito de hacer de ella un tribunal de las intensidades, las dimensiones y las profundidades de otros tiempos, de los tiempos de Darío Echandía, cuando él como magistrado y ella como institución proferían fallos que interpretaban rigurosamente la Constitución y formulaban doctrinas que tocaban los aspectos cruciales de nuestra organización social, la economía, la vida jurídica, el derecho internacional, la propiedad, los derechos fundamentales, el orden público. Ahí estaban los nuevos magistrados buscando la forma de que la Corte que ellos integraban regresara por sus fueros de faro jurídico del país y abandonara por siempre y para siempre la connotación que tuvo la nombrada a dedo por el general Rojas Pinilla, a la cual se le conoció tristemente como Corte-sana. De esa obsecuencia, que el plebiscito del 57 trató de controlar mediante la cooptación, no quedaba rastro alguno en la del 85. Lo cierto es que la Corte de Reyes, de Medellín y de Gaona no bajó jamás la cabeza. Ni ante el gobierno ni ante nadie. En esa actitud erguida puede estar el origen de su asesinato. Y no sólo por su inflexibilidad jurídica frente a temas que fastidiaban a la delincuencia organizada, sino porque sus providencias habían causado malestar en determinados círculos oficiales. No digo que estos hayan sido causa eficiente de la tragedia. No. Pero sería prudente determinar hasta qué punto no actuaron pudiendo haber actuado, hasta qué instancia permitieron, sin intervenir, que avanzaran hacia ella el salvajismo y la muerte. Durante años, Bernardo Gaitán Mahecha ha sido testigo privilegiado de la tarea de la Corte. “En el momento de la tragedia –me cuenta-, la Sala Civil trataba de consolidar la tradición civilista de la República, valga la insistencia, y hacía avances desde el punto de vista interpretativo para adaptarse a las nuevas realidades del Código de Comercio, del derecho de familia y del procesal, de la propiedad horizontal, de las modernas instituciones internacionales. En medio del conservadurismo propio del Derecho Civil, la sala de la primera mitad de los años 80 hizo aportes importantes a los nuevos fenómenos jurídicos derivados de la legislación, y evitó interpretaciones dentro del concepto del nuevo derecho. Avanzó también en la medida en que las leyes crearon nuevos instrumentos jurídicos, sin salirse de los patrones derivados de nuestra herencia francesa y latina. “A su turno, la Sala Laboral trabajó en un momento crucial de la evolución del derecho individual y colectivo del trabajo, durante el cual asentó y construyó la adecuada interpretación del mismo dentro de la normatividad que nos es característica, la cual defiende teóricamente al trabajador dándole un enorme juego a los alegatos de los empresarios. En términos llanos, podría decirse que nuestro Derecho Laboral le da palo al empresario pero no mucho y reconoce los derechos de los trabajadores pero no demasiado. Los magistrados de esa época y de esa sala, algunos de los cuales murieron en la hecatombe, eran gente de probidad absoluta que trabajaban a fondo para dilucidar esas ambigüedades. Ahí estaban José Eduardo Gnecco Correa y Fanny González Franco, ambos de desvelada disciplina y espíritu crítico. De ellos, el país hubiera podido esperar un riguroso criterio a favor del equilibrio de la justicia, en un lugar donde ese equilibrio se apoya sobre terrenos deleznables. “Ahora bien, la Sala Penal afrontó serios problemas durante este período. Primero, porque hasta 1980 tuvo que trabajar jurisprudencialmente con el Código Penal de 1936, que era de clara estirpe positivista y que se basaba sobre los grandes teóricos, como Ferry, Lombroso, Garófalo y Florián, bajo la creencia de la peligrosidad criminal y el mito del hombre delincuente. Pero las cosas cambiaron en 1980, cuando se expidió el nuevo código, inspirado en las corrientes de la dogmática jurídica, que comenzaron a desarrollar el criterio de la culpabilidad. Desde entonces el castigo sancionó a la conducta y no a su autor. Se trata de un sistema jurídico que, al proclamar los derechos fundamentales, los derechos humanos y la culpabilidad como base de toda responsabilidad, se anticipó a la carta constitucional de 1991. Entre 1981 y 1985, cuando ocurre la hecatombe, la tarea de la Sala Penal fue novedosa. En ella trabajó Alfonso Reyes Echandía, uno de los dos padres de la dogmática jurídica, con la eficaz colaboración de Darío Velásquez Gaviria. Ellos y sus compañeros de Sala defendieron la aplicación de doctrinas fundamentales, que venían del positivismo, en materias tales como legítima defensa, estados emocionales y pasionales, cumplimiento de órdenes, estado de necesidad, tentativas y coparticipación criminal. Pero en lo demás se adaptaron divinamente al paso de los tiempos y a la aplicación de las nuevas doctrinas, ajustadas a la realidad de un mundo en constante evolución y cambio. “Por último, la Sala Constitucional de los 80, que sólo podía proponer y someter sus proyectos a la Sala Plena, se distinguió por mantener el imperio del artículo 121 de la Constitución del 86, con las modificaciones que le introdujo la reforma del 68. Se distinguió también por su cuerpo doctrinal en torno al orden público, al orden público económico, al cumplimiento de los tratados internacionales dentro de la estricta observancia del pacta sum servanda. Y fue en ella donde se originó la rígida interpretación de los formalismos que debían cumplir –y que no cumplieron- las reformas constitucionales de López Michelsen y de Turbay Ayala, que, sin duda, marcaron el comienzo de la insurgencia constitucional que desembocó en la séptima papeleta y, en últimas, en la Constitución del 91”. Se trata, pues, de un período sólido, que le señaló al país rumbos seguros en la interpretación de la jurisprudencia. Pero, a raíz de la hecatombe, llegaron nuevos tiempos. De alguna manera puede decirse que la nueva carta constitucional se precipitó a raíz de la tragedia. Y de ellas, carta y tragedia, surgieron los nuevos vientos que ahora, según parece, nos gobiernan. La Corte Constitucional ha sacudido a fondo nuestra estructura jurídica y ha tenido una enorme amplitud para adaptar las leyes a los hechos sociales, políticos y económicos de ruptura. “Lo grave -concluye Gaitán Mahecha- es que al sentar doctrina esa corporación penetra en un terreno que no le es propio, mientras que la Corte Suprema interpreta la Constitución a efectos de cumplir sus funciones. Por ello, malgré sua, como dicen los franceses, varias veces ha debido someter su criterio al de la primera de dichas instituciones, lo que resulta complicado porque, al fin de cuentas, todos los magistrados son jueces y todos interpretan y aplican la Constitución. Cuando la Corte era una sola, decidía sobre el tema en pleno, y permitía la intervención de civilistas, penalistas y laboralistas. Hoy no. Hoy tenemos doctrinas constitucionales emanadas de la Corte Constitucional, doctrinas constitucionales emanadas de la Corte Suprema de Justicia, y doctrinas constitucionales emanadas del Consejo de Estado, más aquellas que surgen por cuenta de la tutela y que pasan por todos los niveles a partir de los juzgados del circuito. Tantas manos en un plato –decían los antiguos- no hay peor rato”. Vuelvo a lo mío. Después de la hecatombe, Bolívar sigue eternamente quieto en el centro de su plaza, y las gentes caminan sin rumbo fijo, y hay parejas que cruzan cogidas de la mano mientras la violencia sigue su eterna marcha interminable. Pero en la noche, cuando todo está quieto, quien pase cerca de lo que fue el Palacio de Justicia, oirá el terrible crepitar de la madera y sentirá como un eco el ruido de los disparos y los bombardeos. Y será allí, en ese preciso instante, en ese solo lugar de un país que avanza sin poder encontrarse a sí mismo, donde cualquiera entenderá sin sombra de duda la exacta dimensión de la tragedia. Después de la toma Por GERMAN G. VALDES SANCHEZ Presidente Corte Suprema de Justicia 2002. Quienes asaltaron el Palacio de Justicia en 1985 parecían tener clara la real importancia institucional, social y política de las Cortes, Suprema de Justicia y Consejo de Estado, dentro del contexto nacional. Quizás por esa razón, consideraron que la toma generaría una particular situación de vulnerabilidad para el gobierno y de sensibilidad para la Nación, que los colocaría en posición de privilegio dentro del “juicio” que pretendían adelantar y dentro de la eventual confrontación, no necesariamente bélica, que tuvieran que afrontar. Es probable que ese fuera su primer y más grave error, pues representaba partir del supuesto de que su antagonista tendría, por lo menos, la misma valoración sobre el significado de la más impoluta de las instituciones jurídicas del país. No fue así. Aunque se trató de un asalto armado, no creo que hubieran calculado una reacción con el desbordado nivel de violencia como el que a la postre enmarcó la que provino del estamento, sobre la cual se ha escrito mucho, pero en ninguno de los textos, y no son pocos los que he leído, he podido encontrar una descripción que identifique la horrenda impresión que me dejó en forma directa la entrada al destrozado Palacio en las primeras horas del día 7 de noviembre de ese año de 1985. Salvo por las expresiones de quienes padecieron el tormento de las acciones destructivas por haber permanecido en el edificio hasta el momento final del insuceso, no puedo saber con certeza lo que sucedió en esos dos días que duró la toma. Pero si fuera admisible deducirlo del grado de destrucción que pude constatar, tendría que ratificar que ninguno ha sido capaz de describirlo con un absoluto realismo. Y tendría que agregar que, como si no hubiera sido suficiente lo ocurrido durante la doble invasión, terminada la última de ellas continuó el arrasamiento con los pocos elementos que quedaron luego del combate y de la conflagración. Me produjo un profundo desasosiego, no sólo enfrentar el vacío adolorido del edificio en ruinas y los despojos de tantas cosas y elementos que por su importancia en el mundo jurídico fueron orgullo de quienes los produjeron o utilizaron, sino todavía más, presenciar el desprecio con que se trataban esos pocos retazos de supervivencia que, en las condiciones vividas, podían representar verdaderas reliquias cuya presencia permitiera, en el futuro, revivenciar la vergüenza que un país conciente debe sufrir para siempre por lo acontecido en ese luctuoso episodio de nuestra historia. Eran tres o cuatro archivadores, de los pocos de metal que había en las oficinas de la Corte Suprema pues en su mayoría eran de madera y empotrados en las paredes divisorias de los despachos de los magistrados, los que habían superado el rigor de la violencia y de las llamas. Contenían un número apreciable de expedientes y carpetas con apartes de las más selectas expresiones de la jurisprudencia laboral, que se encontraban apresados por el atascamiento de las gavetas producido por la deformación en su estructura que había generado el excesivo calor al que se vieron sometidos. No hubo la menor preocupación por ellos, sencillamente fueron lanzados desde un cuarto piso con total desprecio de su contenido. Y si ello sucedió con los elementos, ¿qué pudo pasar con las personas? Es cierto, se rescataron 29 expedientes, todos en precarias condiciones pero la mayoría con suficiente presencia como para permitir luego la continuación de la labor de la justicia con base en ellos, pero ese rescate no fue fácil y, puedo decirlo por haberlo vivido, se logró a pesar de la acción de quienes supuestamente tenían la misión de preservar lo subsistente. Es inevitable mantener aún interrogantes. Gran parte de la doble pared que separaba mi despacho del baño que sirvió de último refugio a los rehenes sobrevivientes, algunos de los cuales a la postre no lo fueron en definitiva, desapareció. Había en su lugar un enorme hueco circundado por ladrillos astillados, causado, según me lo expresó uno de los soldados que se encontraba cerca cuando llegué al segundo piso, por un “rocket”. Naturalmente llega la pregunta: ¿para rescatar a unos civiles que en número muy apreciable, si no estoy mal más de sesenta, se encuentran en un espacio muy insuficiente para esa cantidad, es lo apropiado destruir las paredes con “rockets”? ¿No era posible colegir que se ponía en riesgo la vida, o por lo menos la integridad física, de quienes eran materia del rescate? Creo que de esa explosión, y así se lo oí decir al doctor Nemesio Camacho repetidas veces, resultaron varios heridos y entre ellos él. También es digno de preguntarse si había algún interés en la destrucción de lo que guardaba el Palacio. Es cierto que el fuego fue el principal elemento devastador y que es posible que no hubiera sido generado a propósito, pero los otros elementos de demolición, pues prácticamente fue eso lo que ocurrió, por sí solos ya eran suficientes para generar un alto nivel de arrasamiento sobre lo que se guardaba en las oficinas de las Cortes. Pero si es inmenso el dolor por las cosas perdidas, cómo lo será por las personas inmoladas, mayor entre más cercanas. El doctor José Eduardo Gnecco Correa fue un maestro permanente. Su ejemplo de vida fue la guía para muchos de quienes siempre encontramos en él la constante disponibilidad para orientar, para absolver inquietudes, para complementar conocimientos, para resolver dudas. Su generosidad y desprendimiento hacía fácil abordarlo cada vez que se requería un auxilio en la diaria tarea de analizar los expedientes y de producir las decisiones. Su expresión clara y directa convertía en sencillos los conceptos más intrincados y permitía llegar con facilidad al encuentro de las soluciones. No tenía límites en su generosidad personal y conceptual, y guardaba en una memoria prodigiosa todos los antecedentes necesarios para enfrentar los más difíciles planteamientos normativos. Excelente compañero de Sala, amplio, dedicado y siempre dispuesto a facilitar el desarrollo de las sesiones y a enriquecer con sus aportes las ponencias de los otros magistrados. Nacido en Santa Marta, vivió desde muy joven las inclinaciones jurídicas que posteriormente se convirtieron en el eje de sus pensamientos, a las que agregaba su interés por el deporte y particularmente el fútbol. Docente entregado a su misión de educar, tenía el don de la síntesis y el poder de hacer aparecer como sencillos aquellos conceptos que más dificultad podían generar a sus alumnos. Fueron muchas las generaciones de rosaristas, externadistas y de otras universidades, las que se enriquecieron con sus orientaciones que no se limitaban a las explicaciones durante la clase sino que se proyectaban fuera del claustro, siempre que cualquiera de sus estudiantes lo requiriera. Incluso los exámenes orales, ordinarios o preparatorios, servían de escenario para escuchar sus enseñanzas pues tenía la facilidad de orientar con base en las mismas equivocaciones de sus examinados. La doctora Fanny González Franco, por su parte, compendiaba la firmeza de sus convicciones y la verticalidad en la aplicación de las mismas con un temperamento exquisitamente afable y accesible. La administración de justicia fue su verdadera vocación y a ella se entregó durante toda su vida profesional, con tal dedicación que recibió el reconocimiento a su entrega, luego de diez años de fructífera producción jurídica en la Sala Laboral del Tribunal Superior de Manizales, al ser elegida como magistrada de la Corte Suprema de Justicia en su Sala Laboral. Nacida en Pensilvania y formada para el Derecho en la Pontificia Universidad Bolivariana de Medellín, se inició en la función jurisdiccional como Juez en Aguadas y posteriormente en Manizales, de donde pasó, en su rápido ascenso en las labores judiciales, al Tribunal Superior de Pereira y luego a la Sala Laboral del Tribunal Superior de Manizales, en donde acumuló con creces los méritos para ser escogida como la primera, y hasta ahora única, mujer integrante en propiedad de la Corte Suprema de Justicia. Muchas son las virtudes que podrían destacarse, pero de las que adornaron a la doctora Fanny González Franco, merecen destacarse la sencillez personal, la calidez de su espíritu y su íntegra lealtad con la función judicial que desempeñó con entrega y entereza hasta el último de los minutos de su existencia. Poco tiempo alcanzó a estar Jorge Alberto Echeverry Correa en el desempeño de sus funciones como magistrado auxiliar del despacho de la doctora Fanny González Franco, pero fue suficiente para comprender porqué ella lo escogió como su principal apoyo en las delicadas y difíciles labores propias de la función de administrar justicia. Era, como ella, gentil, afable, buen compañero y sencillo. Aportaba a los debates jurídicos con seguridad y firmeza pero también con mucho respeto y con una muy clara noción de la importancia de escuchar a los más antiguos. Se integró muy rápido a ese equipo de magistrados auxiliares y abogados asistentes que brindaban el constante apoyo a las labores de la Sala Laboral y nutrían de información los sustentos de las decisiones que en ella debían adoptarse. Nunca resultará suficientemente lamentado el insuceso que significó este luctuoso momento de la historia colombiana, más doloroso aún por esa inexplicable capacidad de olvido de los colombianos que llevó a ubicar esta tragedia en el simple lugar de una más de las tantas páginas tristes de nuestra vida republicana, por la que hemos visto transitar tantas vicisitudes cuyo pesar sólo pareciera durar en el alma del país, tanto tiempo cuanto tarda en llegar un nuevo motivo de dolor. A quince años del holocausto Por NILSON PINILLA PINILLA Presidente Corte Suprema de Justicia, 2000 En un cambio frente a la tradición que la Corte Suprema de Justicia mantuvo durante los pasados catorce años, al honrar a sus mártires acudiendo a los cementerios para reiterar que siempre les recordaremos, con flores presentadas en dolorida ofrenda ante las tumbas donde se estima que están sus restos mortales, en este décimo quinto aniversario hemos decidido abrir nuestros corazones para expresar la realidad de tenerles aquí, siempre presentes, luchando con nosotros, pues sus luces jamás se extinguieron y continuarán esclareciendo, en el desarrollo de sus ideales de justicia y de servicio a Colombia, hasta el denuedo de entregar la propia existencia, mas sólo la corporal. Hacemos así constar que están vivos, vigentes a través de su ejemplo, en el intenso trabajo diario, en el legado de la jurisprudencia, en sus enseñanzas de hombres de bien y de cultores del derecho, como insignes maestros de descollante academia, que los proyectó al futuro para jamás fallecer. Por eso se hallan acá, en este Palacio de Justicia que emergió de las cenizas, para restaurarle albergue a la cotidiana presencia de Alfonso Reyes Echandía, de Ricardo Medina Moyano, de Darío Velásquez Gaviria, de Fanny González Franco, de Eduardo Gnecco Correa, de Carlos Medellín Forero, de Alfonso Patiño Roselli, de Horacio Montoya Gil, de Pedro Elías Serrano Abadía, de Fabio Calderón Botero, de Manuel Gaona Cruz, de Dante Luis Fiorillo Porras. También de Emiro Sandoval Huertas, Julio César Andrade y Jorge Alberto Echeverry Correa, así mismo Cecilia Concha de Arboleda, Hermógenes Cortés Nomeling, María Cristina Herrera Obando, Isabel Méndez de Herrera, Lida Mondol de Palacios, Beatriz Moscoso de Cediel, María Teresa Muñoz de Jiménez, Nury de Piñeros, Libia Rincón de Aldana, Ruth Zuluaga de Correa y Yaneth Rozo de Caicedo, al igual que Plácido Barrera Rincón y Luis Humberto García. Aquéllos luego seguidos, como adicionales víctimas de la barbarie, por Luis Enrique Aldana Rozo y Hernando Baquero Borda, para sólo dejarle a la Sala Penal de entonces el baluarte inmarcesible de Gustavo Gómez Velásquez. Así mismo se desmaterializó toda una Sala de la más refulgente memoria, la irreemplazable Constitucional de Gaona Cruz, Medellín Forero, Medina Moyano y Patiño Roselli, que un lustro después fue adicionalmente profanada, desaparecida de la Carta Política, en ese aspecto cambiada sólo por ensayar. Como, de otra parte, expresara Edgar Escobar López, Magistrado del Tribunal Superior de Medellín, al efectuar la semblanza de Darío Velásquez Gaviria, “su deceso, como el de todas las personas que en aquélla luctuosa fecha encontraron su muerte, constituye una obra de violencia sin límites, una acción sin sentido ético y sin ninguna racionalidad que, por su crueldad, nos causa consternación. Este episodio sin precedentes en la historia colombiana, donde se han perdido cabezas visibles del saber jurídico, Magistrados que entendieron la justicia en su verdadera dimensión, hombres sin mácula, orgullo de nuestras instituciones, parte en dos la estructura de que gozaba la administración de justicia y la golpea atrozmente, sin compasión, pero sin que ésta sufra la suerte de aquellos excelsos representantes que entregaron sus vidas a su servicio. ¡Llegará el momento en que juzgaremos con desprevención esos atroces crímenes!” Pero ese momento no llegó. El perdón sin expiación también le quitó a la justicia, la oportunidad de hacerle justicia a la justicia. Hace más de dos siglos, César Beccaria consagró en su magistral enfoque “De los delitos y de las penas”, que “hacer ver a los hombres que se puede perdonar los delitos, o que la pena no es su consecuencia necesaria, es fomentar el atractivo de la impunidad”, y luego Francesco Carrara perpetuó en el “Programa de Derecho Criminal” (§ 642) que la sanción penal “debe ser cierta, y por lo tanto, irremisible. La fuerza moral objetiva de la pena está más en razón de su certeza que de su severidad”. Agregó Carrara que no han de admitirse medios para hacer írrito el cumplimiento de la sanción y “como sólo Dios puede medir la expiación justa, así sólo Él puede unir la justicia con la misericordia, para que con un acto de arrepentimiento sincero se borre toda una serie de maldades. Esto es de fe cristiana, fe que es necesaria para el orden moral... Dios, que todo lo ve, distingue entre el arrepentimiento sincero y la apariencia hipócrita, mientras que el hombre confunde a menudo a San Agustín con cualquier libertino... la ley humana no puede tener fuerza refrenante práctica, si no se aferra tenazmente al principio de la irremisibilidad, pues si ésta se hace incierta, la ley se convierte en juego de artificiosas especulaciones.” (§ 645). En contravía de esos pensamientos clásicos, otorgar graciosas concesiones, como se ha venido haciendo en Colombia en busca de una paz ilusoria, enseñó que los crímenes, aún los más atroces, pueden quedar impunes. Se ha institucionalizado que tarde o temprano vendrá la amnistía, a cuyo cambio se puede prometer la paz, fingiéndola pero no otorgándola, pues entonces se perdería el elemento de trueque para la condonación de las futuras depredaciones. Por ello sigue proliferando el asesinato, el secuestro, la extorsión, despenalizados a futuro por la reincidencia en el otorgamiento del indulto generalizado. Si ya no se le cree a nuestro descaecido Estado, desde el concierto internacional tendrá que hacerse saber que ahora mismo deben terminar los atentados contra la vida, contra la libertad, contra el arraigo en el terruño. Tampoco puede continuar la injusticia social, pero el pretendido remedio se hace aún más grave contra los propios débiles, si pretende ser hallado mediante el avasallamiento sólo sustentado en la brutal compulsión de las armas. La terrible cantidad de crímenes cometidos contra servidores judiciales debe concluir, tiene que cesar ya, zanjando las premonitorias palabras de Alfonso Reyes Echandía, grabadas en la oficina de su continuador, el egregio jurista Jorge Córdoba Poveda: “Paradoja brutal es la del juez, que siendo titular del soberano poder de juzgar a los hombres, sea al propio tiempo el más indefenso de los mortales. En un Estado de derecho todo el poder material de las armas ha de estar al servicio del más humilde de sus jueces; sólo así podrá ser posible oponer con ventaja a la razón de la fuerza, la fuerza de la razón.” Y como el propio maestro Reyes expresó, el 15 de febrero de 1985, en el homenaje que le brindó el Externado por su designación como Presidente de la Corte Suprema de Justicia: “En una Colombia atribulada por hondos padecimientos éticos, económicos y políticos, y afectada por una crisis de fe institucional, subsisten aún dos valores capaces de rescatarla de tan perturbadora conjura: el pueblo y sus jueces; en aquél está la esencia de la patria: orgullo, autenticidad, valor, sacrificio y amor; en éstos, la probidad, el equilibrio conceptual y la serena entrega al cumplimiento del supremo deber de juzgar, sin otras armas que las inmateriales de la ley, sin más protección que el escudo invisible de su propia investidura.” La grave crisis que afronta Colombia, provocada especialmente por las concesiones que se han venido efectuando contra el Estado de Derecho, al igual que por el narcotráfico, la violencia y la corrupción, podrá ser superada con la ayuda de Dios y por ello, en la imperiosa necesidad de que la Administración de Justicia sea respetada, fortalecida, reunificada y protegida, he de encomendarla elevando la oración acunada por mi esposa: “Señor Jesucristo: clamamos para que el Espíritu Santo, repose sobre cada Juez de Colombia, le guíe, le de sabiduría, le haga verdadero guardián de la equidad, defensor de la verdad, provisto de la humildad suficiente para reconocer las limitaciones humanas y apoyarse en Ti. Guarda Señor a los servidores de la Justicia y a sus familias. Y también a las familias de aquéllos que nos han precedido, en la bienaventuranza rememorada por Mateo, (5:10): por cuanto padecieron por causa de la Justicia, de ellos es el Reino de los Cielos. Amén.” Oración que extiendo por Colombia toda, para que cesen los odios, la corrupción sea verdaderamente reprobada, decaiga el individualismo y vuelva la concordia nacional, con la reestructuración de la equidad social y el restablecimiento para el Estado del monopolio de las armas. Nuestra Constitución señala como fin esencial asegurar la convivencia pacífica, en la vigencia de un orden justo, y nos obliga a propender al logro y mantenimiento de la paz, derecho y deber de obligatorio cumplimiento. Por ello la Corte Suprema de Justicia, a los quince años del holocausto, en nombre y vigencia de sus mártires, reprueba una vez más la acción de quienes están desangrando a Colombia y con su crueldad extrema difunden inmensa angustia y desolación a todos los hogares nacionales, por el asesinato y los oprobiosos atentados contra la libertad personal de niños, mujeres y ancianos, de ciudadanos inermes y de abnegados miembros de la Fuerza Pública y de la Rama Judicial, al igual que integrantes del Congreso Nacional, periodistas y líderes cívicos. Que los autores de tan atroces delitos respeten los derechos humanitarios, demandados para ellos mientras más los conculcan a sus víctimas. Que devuelvan de inmediato la libertad, sin condiciones, a todos los secuestrados y cesen ya los actos contra los derechos fundamentales de cada uno de los habitantes del territorio nacional. Si de verdad quieren la paz, no aumenten más el número de seres humanos que no podrán disfrutarla. SALA DE CASACIÓN CIVIL ABRIL - JUNIO 2000 Prescripción de acciones derivadas del seguro Ordinaria y extraordinaria. La primera vinculada a un factor subjetivo, la segunda al objetivo. Cómputo de términos según la acción derive del contrato o de la ley. La prescripción como excepción. Tras precisar que, conforme los antecedentes legislativos, el sistema adoptado por el artículo 1081 del Código de Comercio, en relación con la prescripción de las acciones derivadas del contrato de seguro, resulta diferente al existente en el campo civil y, en buena parte, al régimen imperante en otras naciones, la Sala de Casación Civil de la Corte Suprema de Justicia advierte sobre las diferencias de la prescripción ordinaria y la extraordinaria establecidas en esa disposición legal, centradas, principalmente, en el carácter eminentemente subjetivo de la primera y netamente objetivo de la segunda, del que se desprende que son los destinatarios de la ordinaria “determinadas personas _excluidos los incapaces” y de la extraordinaria “toda clase de personas _incluidos éstos” y que es diverso el momento a partir del cual se inicia una y otra, puesto que “la ordinaria correrá desde que se haya producido el conocimiento real o presunto del hecho que da base a la acción(…), al paso que la extraordinaria, justamente por ser objetiva, correrá sin consideración alguna al precitado conocimiento”. Sin embargo, para determinar cabalmente el cómputo de los términos de prescripción, es necesario tener en cuenta la diversidad de acciones que surgen “del contrato de seguro o de las disposiciones que lo rigen”, ya que la citada norma no agota su contenido en el reclamo de la indemnización, o de la prestación asegurada, lo que lo obliga a establecer en cada caso concreto “la naturaleza de la prestación reclamada” para, a su turno, identificar “cuál es ‘el hecho base de la acción’ (tratándose de la prescripción ordinaria) y en qué momento ‘nace el respectivo derecho’ (cuando se invoque la extraordinaria)”. Con estas bases, la Corte concluye que “los dos años de la prescripción ordinaria corren para todas las personas capaces, a partir del momento en que conocen real o presuntamente del hecho que da base a la acción, por lo cual dicho término se suspende en relación con lo incapaces (art. 2541 CC) y no corre contra quien no ha conocido ni podido o debido conocer aquél hecho; mientras que los cinco años de la prescripción extraordinaria corren sin solución de continuidad, desde el momento en que nace el respectivo derecho, contra las personas capaces e incapaces, con total prescindencia del conocimiento de ese hecho… y siempre que, al menos teóricamente, no se haya consumado antes la prescripción ordinaria”. Fijada su atención en la nulidad relativa del contrato de seguro, la Sala destaca que “el término dispuesto para la prescripción ordinaria corre, pues… a partir del conocimiento real o presunto que tenga el titular acerca de los vicios que lo afectan”, en tanto que el término de la extraordinaria “corre desde el momento que nace el derecho a demandar esa nulidad”, lo que, cuando el motivo del vicio son las reticencias o inexactitudes del tomador, significa que “el interesado en promoverla debe hacerlo dentro de los dos años siguientes a la fecha en que conoció o debió conocer esas conductas, sin que en ningún caso pueda promoverla pasados cinco años desde cuando se produjo el perfeccionamiento del contrato, que dio nacimiento al derecho a demandar la rescisión”, criterio igualmente aplicable al caso de la excepción de nulidad, “toda vez que ésta es disciplinada, igualmente, por el artículo 1081 del Código de Comercio, así la norma se refiera, lato sensu, a las acciones, vocablo dentro del cual, en línea de principio, deben quedar cobijadas este tipo de excepciones”, como quiera que, de un lado, así lo consideró la comisión preparatoria del Código y, de otro, porque en Colombia rige el sistema del saneamiento de las nulidades y la nulidad relativa da lugar a acción con miras a que se verifique la correspondiente declaratoria. FUENTE: Sala de Casación Civil y Agraria. M.P. Nicolás Bechara Simancas. Rad. 5360. S.C. 2000-05-03. RESEÑA DE JURISPRUDENCIA Contrato de cuenta corriente bancaria. Es un contrato autónomo. Por regla general el cuentacorrentista sólo tiene la facultad de disponer de los fondos. Excepcionalmente el banco puede debitar de los fondos obligaciones exigibles de que sea deudor el cuentacorrentista, en tanto no medie pacto en contrario. M.P. Silvio Fernando Trejos Bueno. S.C. 2000-04-10. Conjunto de testimonios. Alcance que hoy debe dársele a esta expresión, empleada por el artículo 399 del Código Civil. M.P. Jorge Antonio Castillo Rugeles. S.C. 2000-04-14. Estado civil. La prueba del estado civil ha experimentado cierta dinámica. Devenir histórico de la misma. M.P. José Fernando Ramírez Gómez. S.C. 2000-05-05. Liquidación de intereses. Forma de liquidarlos frente a las variaciones introducidas en esta materia en el campo del contrato de seguros. Artículo 1080 del Código de Comercio. M.P. Nicolás Bechara Simancas. S.C. 2000-05-11. Accidente de tránsito. Responsabilidad de los padres de la víctima en los términos del artículo 261 del Código Nacional de Tránsito. M.P. Jorge Santos Ballesteros. S.C. 200005-22. Seguro de cumplimiento. Por naturaleza corresponde a los seguros de daños. El solo incumplimiento por parte del obligado no constituye por sí mismo siniestro, a menos que se genere un perjuicio para el asegurado. M.P. Manuel Ardila Velásquez. S.C. 2000-05-24. Seguro por cuenta. En qué consiste. El tomado por el acreedor hipotecario o prendario por cuenta del dueño de la cosa gravada, es el más común de ellos. M.P. Manuel Ardila Velásquez. S.C. 2000-05-24. Contratos solemnes. Formalidades ad substantiam actus y probatorias. Nulidad absoluta. La Ley 9ª. de 1989 y este tipo de solemnidades en la enajenación voluntaria. M.P. José Fernando Ramírez Gómez. S.C. 2000-05-24. Diligencia y cuidado. Este es un marco dentro del cual se debe desenvolver toda relación jurídica, pero particularmente las obligacionales. Significado. M.P. Jorge Antonio Castillo Rugeles. S.C. 2000-06-14. Legitimación en los títulos valores. La función legitimadora de los títulos valores prescinde de la demostración de la titularidad del derecho, para, en su lugar, habilitar al tenedor para que ejerza el derecho en ellos incorporado mediante la exhibición del título, siempre que se posea conforme a la ley de su circulación. M.P. Jorge Antonio Castillo Rugeles. S.C. 2000-06-14. Retroactividad de la declaración judicial de nulidad de un negocio jurídico. Situación de las partes en el estado anterior. Alcance del artículo 1746 del Código Civil. Posibilidad de hacer valer los efectos en proceso separado. M.P. José Fernando Ramírez Gómez. S.C. 2000-06-15. Cosa juzgada. Límites. La tarea de verificación que entraña la cosa juzgada exige hallar en la sentencia pasada las cuestiones que ciertamente constituyeron materia del fallo, pues ahí se centra la fuerza vinculante. M.P. José Fernando Ramírez Gómez. S.C. 2000-06-15. Juzgamiento implícito. Este juzgamiento que aparejaría la llamada cosa juzgada implícita no comprende las cuestiones no planteadas, pero que pudieran haberse propuesto, sino aquellas que resultan decididas de contera, ya porque las expresamente resueltas las conllevan, o porque lógicamente resultan excluidas e implícitamente decididas. M.P. José Fernando Ramírez Gómez. S.C. 2000-06-15. Título. El título no es más que la actividad o situación del sujeto que lo ubica en una cualquiera de las fuentes de las obligaciones. Distinción con el modo. M.P. Manuel Ardila Velásquez. S.C. 2000-06-20. Corrección monetaria. Inmodificabilidad de la cláusula penal. Doctrina comparada. La cláusula penal como estimación anticipada de perjuicios, o como fórmula coercitiva del cumplimiento, no admite la corrección. M.P. José Fernando Ramírez Gómez. S.S. 2000-0622. Fuerza mayor. Presupuestos que la configuran. Entendimiento de la irrestibilidad y la imprevisibilidad. La enfermedad grave como fuerza mayor. M.P. Carlos Ignacio Jaramillo Jaramillo. S.C. 2000-06-23. Escritura pública. Siendo ella requisito ad substantiam actus, debe ser reflejo de la voluntad misma de los otorgantes. La recepción y la extensión de la escritura. Errores en que se puede incurrir y su correctivo. M.P. Carlos Ignacio Jaramillo Jaramillo. S.C. 200006-23. Abuso del derecho. Falsa denuncia. Relatividad de los derechos. Elementos que configuran la responsabilidad. La circunstancia de que luego resulte frustráneo el ejercicio del derecho o no genere las consecuencias jurídicas que lo justifican, no implica el reproche. M.P. Carlos Ignacio Jaramillo Jaramillo. S.C. 2000-06-23. Promesa de contrato. La solemnidad a que por mandato legal está sometida hace que cualquier otro medio de prueba que se exhiba para acreditar su existencia, modificación o adición, resulte ineficaz para tales propósitos. M.P. José Fernando Ramírez Gómez. S.C. 2000-06-23. Ratificación del contrato. Cómo opera este fenómeno de saneamiento, tratándose de la ratificación tácita. M.P. José Fernando Ramírez Gómez. S.C. 2000-06-23. Prohibición de reforma en peor. Requisitos. Alcance del artículo 357 del Código de Procedimiento Civil, cuando por excepción permite agravar la situación del único apelante, tratándose de puntos íntimamente ligados al objeto del recurso. M.P. Carlos Ignacio Jaramillo Jaramillo. S.C. 2000-06-28. SALA DE CASACIÓN LABORAL ABRIL - JUNIO 2000 Régimen de transición La afiliación al ISS en el momento en que entró a regir la Ley 100 de 1993 no es un requisito para beneficiarse de su régimen de transición. El régimen de transición contenido en el artículo 36 de la Ley 100 de 1993 cobija a las personas que aspiran a beneficiarse de él, aunque no estuvieran afiliadas al Instituto de Seguros Sociales al momento de entrar en vigencia el nuevo sistema de seguridad social. Según la citada disposición, para obtener la pensión de jubilación bajo los parámetros allí señalados, basta: la edad (35 años o más en las mujeres, o 40 años o más para los hombres) o 15 años o más de servicio cotizados. Así lo determinó la Sala de Casación Laboral de la Corte Suprema de Justicia tras precisar que, si bien el mencionado artículo 36 incluye una alusión al “régimen anterior al cual se encuentran afiliados”, ello no puede inducir a la lectura de una condición complementaria, porque sólo se trata de una expresión aclaratoria, necesaria en aquel entonces por la diversidad de regímenes prestacionales que existían. “No podía tenerse como un requisito adicional dado que la afiliación corresponde a un concepto de vinculación a un régimen de seguridad social, excluyente, por ejemplo, de los casos en que era aplicable el sistema patronal e incluso de otros en los que tal mecanismo podía no existir formalmente, como también de los eventos en que por circunstancias accidentales una determinada persona podía estar desvinculada de un sistema de seguridad social, con posibilidades de reincorporarse por medio del nuevo sistema e incluso próximo al cumplimiento de los requisitos del anterior”, consigna la providencia. “Por eso _agrega la Sala_ las alusiones que en los preceptos reglamentarios se hacían a la vinculación laboral, no pueden entenderse como el establecimiento de una nueva condición frente al régimen de transición sino como un desarrollo del carácter universal de la disposición o de su proyección general, o de una precisión para uno de los segmentos del conjunto de beneficiarios de ese régimen especial, pues lo otro conduciría a aceptar que las disposiciones complementarias crearon un requisito adicional que no fue previsto por la norma originaria del régimen especialísimo de transición, que busca mantener unas condiciones de favorabilidad para un conjunto de beneficiarios que de otra forma verían agravadas las condiciones de acceso a la pensión en virtud de la expedición de la nueva legislación”. Además, la Corte precisa que la exigencia de afiliación al ISS en el momento en que entró a regir la Ley 100, para poder beneficiarse del régimen de transición, fue desvirtuada también por la sentencia del Consejo de Estado del 10 de febrero de 2000 que anuló los numerales 3°, 4° y 5° del artículo 1° y del inciso 1° del artículo 3° del Decreto reglamentario 1160 de junio 3 de 1994, así como por el fallo del 10 de abril de 1997 de ese alto tribunal, donde se declaró la nulidad del inciso 2° del citado artículo 3° del mismo decreto. FUENTE: Sala de Casación Laboral. M.P. Germán G. Valdés Sánchez. Rad. 13410. S.C. 2000-06-28. Reseña de jurisprudencia Aportes patronales. Los destinados a riesgos profesionales y seguros de salud o maternidad, en principio no quedan afectados por la ausencia de cotizaciones durante el interregno que media entre el despido y la reincorporación. M.P. José Roberto Herrera Vergara. Rad. 13143 S.C. 2000-04-04. Compatibilidad de indexación y aumentos salariales. Cuando las condenas sobre las cuales operaría la indexación tienen un sistema propio de revalorización, no procede la concurrencia de tales beneficios. M.P. José Roberto Herrera Vergara. Rad. 13143 S.C. 2000-04-04. Artículo 43 Ley 11 de 1986. Aplicación. Pensiones municipales. La norma en comento, que entró en vigencia el 29 de enero de 1986, echó al traste con los regímenes pensionales dispuestos en normas municipales, pero no desconoció los derechos emergidos de éstas, que para tal fecha ya se hubieran consolidado. M.P. Fernando Vásquez Botero. Rad. 13216. S.C. 2000-04-05. Permiso para disminuir el personal. “ … no es que exista contradicción entre los artículos 67 de la Ley 50 de 1990 y el 8º del Decreto 2351 de 1965, sino que estas normas se complementan, permitiendo la primera recurrir a obtener permiso administrativo cuando el empleador se halle en la imperiosa necesidad de disminuir su personal sin que la estabilidad consagrada legal o convencionalmente constituya camisa de fuerza que le impida actuar legalmente ante las eventualidades previstas en el aludido precepto”. M.P. Luis Gonzalo Toro Correa. Rad. 12827. S.C. 2000-04-14. Actuación discriminatoria del empleador. “Sin duda alguna, si el empleador condiciona el aumento del salario de sus trabajadores a evaluación, y luego procede a incrementárselo a uno y a otros no, con el argumento de que estos últimos no han sido evaluados, cuando tal exigencia no la ha formulado a los favorecidos, configura una práctica discriminatoria, de mala fe, que constituye más bien un desestímulo laboral para los que no han recibido dicho beneficio”. M.P. Luis Gonzalo Toro Correa. Rad. 12921. S.C. 2000-04-14. Carga de la prueba. Dificultad de la prueba (artículo 177 CPC). Quien alega que el sentenciador invirtió la carga de la prueba no está haciendo una formulación que pueda manejarse en casación a través del error de hecho. Se trata de un tema jurídico. La dificultad de obtener una prueba no invierte la carga de la prueba, puesto que el criterio para ello está determinado por el artículo 177 del CPC. M.P. Germán Valdés Sánchez. Rad. 13664. S.C. 2000-04-28. Recurso de apelación. El requisito de su sustentación en manera alguna comporta la exigencia de emplear fórmulas sacramentales que escapen del sentido común o de la razón de ser de este requisito. M.P. José Roberto Herrera Vergara. Rad. 13644 S.C. 2000-04-28. Salario (artículo 127 CST; 14 y 15 Ley 50/90). La facultad que otorga a los contratantes la parte final del artículo 15 de la Ley 50 de 1990 no es omnímoda ni puede entenderse como una autorización para desvirtuar el sentido y efecto de otras normas laborales, pues bien se sabe que éstas son de orden público y por tanto de obligatorio cumplimiento. La denominación que las partes den al pago no es determinante de su esencia, como lo puntualiza el artículo 14 de la citada ley. M.P. Germán Valdés Sánchez. Rad. 13674. S.C. 2000-05-02. Compensación. No opera de pleno derecho (artículo 6° Ley 50/90). La Corte reitera que la compensación no opera de pleno derecho. El empleador debe consignar ante el juez del trabajo el valor de la presunta indemnización y es preciso que el juez declare que el trabajador terminó intempestivamente el contrato. M.P. Germán Valdés Sánchez. Rad. 13487. S.C. 2000-05-03. Justa causa. Calificación judicial del hecho inmoral o delictuoso (artículo 7° Decreto 2351 de 1965). La Corte reitera que la tipificación que le corresponde hacer al juez laboral sobre la existencia o no de una justa causa de terminación del contrato de trabajo es independiente de la definición punitiva que eventualmente pueda realizar el juez penal. M.P Germán Valdés Sánchez. Rad. 13417. S.C. 2000-05-04 Pago por consignación (artículo 65 CST). Cuando el empleador realiza un pago por consignación no está obligado a suministrar la dirección de su ex trabajador. Corresponde a este último efectuar las diligencias que estime convenientes ante el juez que ha recibido el depósito. M.P. Germán Valdés Sánchez. Rad. 13417. S.C. 2000-05-04. Reintegro. Efecto de la decisión judicial en la pensión (artículo 8° Decreto 2351/65). Producida una sentencia que ordena el reintegro, el efecto de la misma es el derecho a los salarios, prestaciones y derechos que emanen de las reglas sobre seguridad social. En consecuencia, el tiempo transcurrido después del despido forma parte de la duración de la relación laboral y es susceptible de tenerse en cuenta para la pensión de jubilación. M.P. Germán Valdés Sánchez. Rad. 13583. S.C. 2000-05-04. Piezas procesales en casación. Error de hecho. Las piezas procesales, como lo es la sustentación de una apelación, no es susceptible de generar un error de hecho en la casación laboral, puesto que no son prueba del juicio. La demanda y su contestación, en cuanto contienen confesión, pueden generar el error manifiesto de hecho. M.P. Germán Valdés Sánchez. Rad. 13649. S.C. 2000-05-09. La negligencia como justa causa de terminación del contrato. “Si una conducta de un trabajador, constituye una grave negligencia que pone en peligro las personas o las cosas de la empresa, no es menester que la negligencia del empleado produzca un perjuicio al patrono, pues para que se configure la justa causa de despido basta con poner en peligro bien sea a las personas o a las cosas ”. M.P. Rafael Méndez Arango. Rad. 13398. S.C. 2000-05-09. Decisiones constitucionales. Parte resolutiva y parte motiva (artículo 48 Ley 270 de 1996). La parte resolutiva de las sentencias de exequibilidad de la Corte Constitucional es de obligatorio cumplimiento y con efecto erga omnes, pero lo inherente a ella es declarar constitucional o no un precepto. Los temas de la parte motiva son apenas doctrina probable. La Corte Constitucional puede declarar constitucional o inconstitucional una ley, de manera parcial o total; pero la interpretación de la ley, con autoridad general corresponde al legislador. M.P. Germán Valdés Sánchez. Rad. 13561. S.C. 2000-05-11. Maternidad. Efectos del despido (artículos 239 y 241 del CST). La Corte precisa de la siguiente manera las diferentes consecuencias del despido de una trabajadora: El despido se produce por motivo de embarazo o lactancia, real o presuntamente (porque no se obtuvo el permiso para el efecto, que sólo puede ser concedido cuando se prueba una justa causa). En tal caso el despido no produce efectos. El despido se origina en justa causa (que deberá ser demostrada en el proceso ordinario correspondiente) pero sin el permiso exigido en la ley. En este evento el contrato termina pero genera las consecuencias indemnizatorias y prestacionales antes descritas. El despido se presenta dentro de lo contemplado en el artículo 241 C.S.T., caso en el cual es ineficaz, sin importar el motivo o razón del mismo. El despido se produce con la autorización pertinente y en tal evento, a pesar de estar la trabajadora embarazada, origina la terminación del contrato sin lugar a indemnización alguna. M.P. Germán Valdés Sánchez. Rad. 13561. S.C. 2000-05-11. Cotización - sanción. Su condena no es automática. No basta la afiliación del trabajador al ISS y su despido sin justa causa después de diez años, sino que además es menester, la ausencia de cotizaciones, bien por omisión del empleador de tan señalado deber con la seguridad social, ora por falta de cobertura institucional en la zona correspondiente. M.P. José Roberto Herrera Vergara. Rad. 13829 S.C. 2000-05-16. Calificación del estado de invalidez. Irretroactividad de la ley. En virtud del principio de irretroactividad de la ley, la Corte reitera que la calificación del estado de invalidez está regida por las normas vigentes al momento del diagnóstico de dicho estado. Por lo tanto, según el artículo 3 del Decreto 303 de 1995, las calificaciones de invalidez tramitadas hasta el 31 de marzo de 1994 están sujetas al procedimiento con el cual se formularon. Las posteriores a esa fecha están gobernadas por la Ley 100 de 1993 y los Decretos reglamentarios 1346 de 1994 y 692 de 1995. M.P. Fernando Vásquez Botero. Rad. 13456. S.C. 2000-05-26. La convención colectiva en casación. “No es función de la Corte, como tribunal de casación, fijar el sentido como norma jurídica a las convenciones colectivas, puesto que carecen ellas de las características de las normas legales de alcance nacional, sobre las cuales sí le corresponde interpretar y sentar criterios jurisprudenciales, por lo que lo único que puede hacer, y ello siempre y cuando las características del desatino sean de tal envergadura que puedan considerarse errores de hecho manifiestos, es corregir la errada valoración como prueba de tales convenios normativos de las condiciones generales de trabajo”. M.P. Rafael Méndez Arango. Rad. 13675. 2000-05-26. Servidores públicos del ISS. Parámetro para su clasificación. Como consecuencia de los cambios legislativos en la naturaleza jurídica del ISS, y la sentencia de inexequibilidad C – 579 del 30 de octubre de 1996, el carácter del vínculo entre tal entidad y sus servidores debe analizarse particularmente en cada caso, tomando como referente el momento en el que aquél se extinguió. M.P. Fernando Vásquez Botero. Rad. 13050. S.C. 2000-05-27. Documentos adulterados. “En el estudio del recurso extraordinario no le corresponde a la Corte verificar si documentos que contienen contratos de trabajo, como en el caso analizado, realmente fueron adulterados para ser presentados al juez de la primera instancia. La posibilidad que le asiste únicamente se limita a establecer si los mismos fueron apreciados correctamente, o si no lo fueron, dando lugar con ello a un eventual error manifiesto de hecho por parte del Tribunal”. M.P. Luis Gonzalo Toro Correa. Rad. 13461. S.C. 2000-05-29. Pensión sanción de trabajadores privados. “El artículo 37 de la Ley 50 de 1990 que subrogó el 267 del CST, es aplicable a las relaciones de los empleadores del sector privado con sus trabajadores, es decir ‘regula las relaciones de derecho individual de carácter particular, … lo que comporta que no se aplica a las relaciones del Estado con los trabajadores oficiales, ...» M.P. Luis Gonzalo Toro Correa. Rad. 13285. S.C. 2000-05-31. Trabajadores oficiales. Actividades de aseo. Los servicios de aseo prestados en inmueble destinado al servicio público, o al uso público, como parques y plazoletas, son actividades de sostenimiento, pues posibilitan su conservación e impiden su deterioro, contribuyendo a que la obra preste la función que le corresponde. Por ende, el servidor público que desarrolle aquellas es un trabajador oficial. M.P. Fernando Vásquez Botero. Rad.13536. S.C. 2000-06-08. Obligaciones de afiliación y cotización. Consecuencias de su omisión según se trate de afiliación tardía o de abstención total de la inscripción. Regímenes tradicional y actual. M.P. José Roberto Herrera Vergara. Rad. 13724 S.C. 2000-06-08. Falta de cobertura del ISS. Consecuencias. Cuando el trabajador es enviado a laborar a un municipio en el que el ISS no tiene cobertura, no existe obligación del empleador de responder por las cotizaciones que no realizó, pues ello no fue consecuencia de su renuencia, sino de razones legales que le impidieron efectuarlas. M.P. Fernando Vásquez Botero. Rad. 13347. S.C. 2000-0609. Carta de despido. “… la carta o el escrito es el medio idóneo que sirve para que la empleadora precise los motivos que a su juicio son suficientes para terminar el contrato de trabajo con su trabajador; sin embargo, esto no significa que cuando ella no obre dentro del proceso, el juez con otros medios probatorios no pueda establecer cuáles fueron las causas que tuvo en cuenta la empresa para tomar decisión de tal naturaleza”. M.P. Luis Gonzalo Toro Correa. Rad. 13470. S.C. 2000-06-13. Acumulación de pretensiones excluyentes. Improcedencia. No pueden acumularse en un mismo proceso pretensiones cuya causa petendi es la de haber existido un contrato de trabajo, con otra para las que se afirme que los servicios se prestaron de forma independiente. En materia laboral hay asuntos, como éste, en el que no obstante existir los requisitos para que se plantee la acumulación de pedimentos excluyentes, como lo prevé el artículo 8º de la Ley 446 de 1998, por la naturaleza del debate no es pertinente la misma. M.P. Fernando Vásquez Botero. Rad. 13597. S.C. 2000-06-15. Protección a la maternidad. El despido por motivo de embarazo es ineficaz, independientemente del momento en que suceda. El despido producido dentro del período de embarazo o los 3 meses posteriores al parto se presume ineficaz, incumbe al empleador la carga de la prueba de que el embarazo o la lactancia no fue el motivo del despido. Consecuencias del despido ineficaz y del sujeto a una tarifa indemnizatoria. M.P. José Roberto Herrera Vergara. Rad. 13812 S.C. 2000-0621. ISS empleador. Pensiones de jubilación a su cargo. Competencia. Cuando el ISS como empleador es llamado a un juicio en el que el conflicto jurídico tiene que ver con una pensión de jubilación que se alegue debe reconocer, lo primordial es determinar la naturaleza jurídica del vínculo que lo ataba con el ex trabajador, para determinar la competencia de la jurisdicción laboral, pues si éste es funcionario de la seguridad social el asunto compete a la jurisdicción contencioso administrativa, por la regla general del artículo 2º del CPL, modificado por el artículo 2º de la Ley 362 de 1997. M.P. Fernando Vásquez Botero. Rad. 13643. S.C. 2000-06-22. Aplicación de la norma más favorable e inescindibilidad. “Una cosa es el derecho que se tiene a que se aplique la norma más favorable, en su integridad, y otra la infundada pretensión de escindir dos normas para tomar de cada una de ellas lo que conviene a particulares intereses y, de ese modo, crear una disposición inexistente”. M.P. Rafael Méndez Arango. Rad. 13844. S.C. 2000-06-30. Intereses de mora. “Respecto de los intereses de mora en el pago de las mesadas pensionales, …”, de que trata el artículo 141 de la Ley 100 de 1993 “… debe decirse que , … en verdad, aquellos proceden sólo en el caso que haya mora en el pago de las mesadas pensionales, pero no cuando, como en este asunto ocurre, lo que se presenta es un reajuste a las mismas por reconocimiento judicial”. M.P. Luis Gonzalo Toro Correa. Rad. 13717. S.C. 2000-06-30. SALA DE CASACIÓN PENAL ABRIL - JUNIO 2000 Secuestro extorsivo El cobro de deudas u obligaciones por medio de la privación de la libertad del deudor configura el delito de secuestro extorsivo. La retención, arrebatamiento u ocultación de una persona, así sea con el ánimo de satisfacer forzadamente una acreencia de la víctima con el victimario, constituye delito de secuestro extorsivo. En primer lugar, este tipo penal consagra un elemento subjetivo traducido en la expresión “propósito de exigir por su libertad un provecho o cualquier utilidad”, de modo que no se requiere ninguna concreción material, basta la sola tendencia utilitaria. En segundo lugar, los vocablos “cualquier utilidad” denotan que lo importante no es la licitud o ilicitud de la finalidad pretendida, aisladamente considerada, sino que lo repudiable es acudir a tan denigrante medio para lograr un beneficio material o inmaterial. “Ante el claro texto de la Ley 40 de 1993, ningún móvil, así sea político o por más noble que aparezca la concepción de un individuo respecto del rumbo de la sociedad, puede servir de pretexto para justificar la conducta de arrebatar, sustraer o retener a una persona, tampoco para degradar la imputación por secuestro extorsivo”, precisó la Sala de Casación Penal de la Corte Suprema de Justicia. Así pues, los fines lícitos o ilícitos están insertos en la comprensión del “provecho o cualquier utilidad”, y para nada pueden trasladarse como denotación de los “propósitos distintos a los previstos en el artículo anterior”, expresión residual utilizada por el artículo 269 del Código Penal en la configuración del delito de secuestro simple. De modo que la interpretación jurídica del tipo de secuestro extorsivo, previsto en el artículo 268 del Código Penal (modificado por el artículo 1° de la Ley 40 de 1993), comporta diferencias claras con los delitos de secuestro simple y constreñimiento ilegal, y también con la contravención especial del ejercicio arbitrario de las propias razones. En relación con el constreñimiento ilegal (art. 276 C. P.), la conducta rectora de éste implica una limitación a la libertad de obrar, sin alcanzar la supresión de la libertad deambulatoria que es característica de cualquier forma de secuestro; y, en cuanto al ejercicio arbitrario de las propias razones, esta figura jamás puede desbordar en su realización el despliegue de una mera arbitrariedad para alcanzar el derecho pretendido, sin compromiso ni de la libertad de actuar ni de la libertad de movimiento. “Sin embargo, desde el punto de vista político-criminal y teleológico, lo más determinante es que el fin pretendido no puede calificarse de “lícito” o “ilícito” por su valoración aislada consistente en que sólo se persigue cobrar una obligación a cargo de la víctima, sin sujeción al ámbito de relación y protección que representa el tipo penal de secuestro extorsivo, pues, de tal manera surge la necesidad de tutela de la libertad y de la vida, que la racionalidad de los objetivos sociales perseguidos en el Derecho, como en la política, indica que el fin no justifica los medios. Así, por más patente que sea la obligación o la deuda a cargo de la víctima, el cobro de la misma como fin se deslegitima completamente cuando se acude al oprobioso medio de la privación de la libertad de movimiento del deudor, la cual siempre será arbitraria de una persona natural a otra, salvo situación notoriamente distinta que es la captura como resultado de una orden de autoridad judicial competente y por motivos previamente definidos en la ley (Const. Pol., art. 28)”, puntualizó la Corte. FUENTE: Sala de Casación Penal. M. P. Jorge Aníbal Gómez Gallego. Rad. 12.904. S.C. 2000-05-25. Reseña de Jurisprudencia Responsabilidad del determinador en delitos de sujeto activo calificado. El particular que actúa como determinador debe responder en igualdad de condiciones punitivas a las del autor material que tiene la calidad de servidor público, la que se le comunica, al tenor del artículo 25 del Código Penal, pues a quien se exige que reúna en su comportamiento todos los elementos del tipo penal es al autor material y no a aquél, que no es autor, bastándole que haga nacer en otro la intención de delinquir para que responda como participe. M.P. Jorge E. Córdoba Poveda. Rad. 12012. S.C. 2000-04-03. Estado de ira ante palabras soeces. No siempre que se profieren dicterios el comportamiento es grave e injusto, ni los ofendidos reaccionan iracundamente hasta atentar contra la integridad y aun la vida del insultante. Cada situación debe ser estudiada en particular, pues no puede fijarse una pauta más o menos estable de reacción, que depende de múltiples variables, según la idiosincrasia y la tolerancia; los sentimientos reales de honor, dignidad y autoestima, o el deseo de aparentarlos; la formación moral, cultural, regional; la educación, el nivel social y económico; la oportunidad, el tono, la expresión corporal, etc. M. P. Nilson Pinilla Pinilla. Rad. 13.848. S.C. 2000-04-26. Falso juicio de existencia. Apreciar una prueba no es simplemente relacionarla como forma probatoria en la respectiva decisión judicial, sino inmiscuirse en su contenido declarativo, pues sólo así se garantiza su instrumentalización para alcanzar la verdad de los hechos. Cuando las pruebas apenas se mencionan en la sentencia, pero no hay una aproximación a sus declaraciones, el reproche correcto sería por la vía del error de hecho como falso juicio de existencia, porque si el fallador incide en la expresión fáctica del medio probatorio, así fuera con manifestaciones distorsionadas o juicios arbitrarios o absurdos, el camino adecuado sería el del error de hecho por falso juicio de identidad o como falso raciocinio. M. P. Jorge Aníbal Gómez Gallego. Rad. 12.772. S.C. 2000-0427. Error de tipo. En el delito de “acceso carnal abusivo con menor de 14 años”, el error del procesado sobre la edad de la víctima surge de una confrontación en la esfera del profano entre la edad real y la edad aparente (rasgos físicos perceptibles a simple vista). La edad clínica o revelada, que dictamina el médico forense a partir del examen dentario y piloso de la persona, se justifica en ausencia del registro civil, pero, por la dificultad de sus hallazgos y la necesidad del criterio científico, no puede ser el parámetro para sustentar el presunto yerro. M. P. Jorge Aníbal Gómez Gallego. Rad. 12.772. S.C. 2000-04-27. Principios que rigen las nulidades. De la Constitución Política, la ley, la jurisprudencia y la doctrina, emanan como principales principios que rigen el tema de las nulidades respecto de los derechos o garantías de las partes o sujetos procesales, los siguientes: 1) Concreción. Significa que, en contra de la abstracción, es decir, de la vaguedad, indeterminación, imprecisión, generalidad e indefinición, le corresponde a quien aduce irregularidades procesales delimitar, precisar, individuar, particularizar y puntualizar el acto o actos procesales que generan o desencadenan el desconocimiento de los derechos y garantías de los sujetos procesales. 2) Conservación. Explica que antes de declarar la nulidad de una actuación dudosa o ambigua es necesario tratar de darle validez. 3) Convalidación o del consentimiento. Se presenta este fenómeno cuando ante una eventual irregularidad la parte afectada se conforma, la acepta y no ejerce, dentro de un tiempo prudencial, o dentro de una fase determinada, la oposición al acto o comportamiento conculcante. El silencio del “sujeto” sobre el punto lleva a dar por subsanada la alteración del procedimiento, pues de él se desprende su ausencia de interés o su renuncia al mismo. 4) Especificidad, taxatividad o legalidad. Se enuncia diciendo que no hay nulidad sin texto legal expreso, es decir, que la ley debe explicitar, estricta y restrictivamente, las causales de nulidad. Por consiguiente, no procede cuando quien la aduce no expone con nitidez el motivo legal en que se funda, aún en los supuestos conocidos como nulidades implícitas pues de todas maneras éstas corresponden a una razón, causal o motivo más comprensivo. 5) Excepcionalidad o residualidad. Quiere decir que la declaración de nulidad sólo es viable cuando no exista, frente al acto irregular, otro u otros mecanismos aptos para reparar o remediar la deformación procesal. 6) Instrumentalidad de las formas o de finalidad. Establece que la nulidad es improcedente aún en aquellos casos en que existen vicios de forma, si el acto alcanza los propósitos propuestos, e incluso en los supuestos en que se sigue un procedimiento equivocado pero que materializa mejor los derechos o garantías. 7) Judicialidad. Equivale a decir que mientras el acto no sea declarado nulo mediante decisión del Poder Judicial, conserva su vigencia y sus efectos. 8) Protección. En virtud de él, quien da lugar a la irregularidad, o la coadyuva, no puede solicitar la declaración de nulidad, sobre la base, ya antigua, de que la torpeza no crea derechos, o de que nadie puede invocar su propia torpeza. 9) Trascendencia. Significa que no hay nulidad sin perjuicio y sin la probabilidad del correlativo beneficio para el nulidicente. Más allá del otrora carácter puramente formalista del derecho, para que exista nulidad se requiere la producción de daño a una parte o sujeto procesal. Se exige, así, de un lado, la causación de agravio con la actuación; y, del otro, la posibilidad de éxito a que pueda conducir la declaración de nulidad. Dicho de otra forma, se debe demostrar que el vicio procesal ha creado un perjuicio y que la sanción de nulidad generará una ventaja. M.P. Alvaro Orlando Pérez Pinzón. Rad. 15989. A.S.I. 2000-05-11. El prevaricato no admite el dolo eventual. El dolo en el prevaricato, tal como lo ha entendido la jurisprudencia de esta Sala, y por la naturaleza misma del punible, como que, según ya se expresó, “requiere entendimiento de la manifiesta ilegalidad de la resolución proferida, conciencia de que con tal proveído se vulnera sin derecho el bien jurídico de la recta y equilibrada definición del conflicto que estaba sometido al conocimiento del servidor público, quien podía y debía dictar un pronunciamiento ceñido a la Ley y a la justicia”, sólo, dentro de las diversas clasificaciones doctrinarias que de él existen, puede ser el directo, no el eventual; en otras palabras, y frente al artículo 36 del Código Penal, el juicio de reproche se hace viable sólo en la medida en que se establezca que “el agente conoce el hecho punible y quiere su realización”, pues resulta un imposible jurídico que, por las características que definen el hecho típico en mención, afirmar que el prevaricador actúa también dolosamente cuando acepta su conducta “previéndola al menos como posible”. Como en el dolo eventual, tiene dicho la Sala, “el agente se representa la posibilidad de realización del tipo penal y la acepta interiormente, lo que incluye aceptar el resultado de su conducta, conformarse con él”, es evidente que una tal caracterización no se aviene en lo más mínimo al elemento subjetivo que demanda el prevaricato, pues, siendo este un tipo penal de mera conducta, es claro que basta el simple comportamiento del agente, independientemente de las consecuencias que él apareje, para que se tenga por punible. No exige el prevaricato un determinado resultado y siendo ello así, el dolo eventual deviene incompatible con la naturaleza de dicho delito, lo contrario sería pretender que en todo proferimiento de una decisión fuera implícito el riesgo de que resulte contraria a derecho y que si tal posibilidad se aceptare, se estuviere ante un dolo eventual. Pero la naturaleza del delito, en cuanto de mera conducta, implica que, quien en él incurre, profiere un dictamen o resolución con absoluto conocimiento y voluntad de que es contrario a la ley, pero no se hace la representación de que puede prevaricar sin hacer nada para eludirlo. M.P. Carlos Augusto Gálvez Argote. Rad. 13.601. S.C. 2000-05-15. La ilegalidad de los medios de prueba no tiene la virtud de anular el proceso penal. “De antaño la Sala tiene establecido que la ilegalidad de los medios de prueba no tiene la capacidad de anular el proceso, por falta de idoneidad para afectar la estructura formal, ni para vulnerar las garantías de los sujetos procesales; otorgándole injerencia sólo al instante en que el funcionario judicial entra a valorar en su integridad los medios de convicción, compeliéndolo a abstenerse de ponderar aquellos que adolezcan de ese defecto. “En este caso, es evidente que el defensor de la acusada, confunde el principio reglado por el artículo 29 de la Constitución Política que predica la nulidad de pleno derecho de las pruebas ilegales, con las irregularidades que producen la nulidad de la actuación procesal, ya que la informalidad en la producción o recolección de las pruebas, no conlleva fatalmente la invalidez del proceso, como quiera que ella carece de la fuerza suficiente para socavar la estructura básica del procedimiento penal preestablecida por el ordenamiento jurídico, por carecer las pruebas de carácter de presupuesto de la validez de los actos procesales ulteriores. Razones que han conducido a la Corte, a que por regla general las inadmita como causal de nulidad, aceptándola sólo cuando cubre a la indagatoria, por ser esta diligencia, además de medio de prueba, requisito legal para actuaciones siguientes”. M.P. Edgar Lombana Trujillo. Rad. 15100. A.U.I. 2000-05-22. Es improcedente llamar a declarar al Fiscal General. “ La solicitud de este medio de prueba es rechazada por la Sala, en virtud a que de acuerdo con la estructura del proceso penal colombiano es imposible sumarle a la calidad de Fiscal General de la Nación la de testigo dentro de un mismo procedimiento. Incompatibilidad que se evidencia en las funciones de investigación de los hechos punibles y de acusación de sus infractores atribuidas por el artículo 250 de la Constitución Política. Facultad última que cumple como sujeto procesal luego de trabada la relación jurídico procesal con la ejecutoria de la resolución de acusación, ante el Juez a quien le compete definirla; y que impide a la Sala llamarlo a declarar en el juzgamiento sobre el hecho punible que investigó como titular de la acción penal en el sumario y cuyos detalles además de conocer en estricto ejercicio de ese poder funcional, sometió a su valoración en los proveídos que adoptó en esa etapa procesal. Pero si lo que pretende el señor defensor es poner de relieve irregularidades que escapan al ámbito de este rito, no es éste juicio el escenario para hacerlo”. M.P. Edgar Lombana Trujillo. Rad. 15100. A.U.I. 2000-05-22. Peculado. Presupuestos para que opere la rebaja de pena. Restitución total y parcial. Del contenido del artículo 139 del Código Penal se establece que el legislador regló separadamente lo relativo a la rebaja de pena por reintegro total y parcial, haciendo depender su reconocimiento de presupuestos distintos y adscribiendo a cada hipótesis consecuencias jurídicas diversas. Cumplida la condición del reintegro total, surge para el juzgador la obligación de aplicar la disminución de la pena, perteneciendo al ámbito de su discrecionalidad sólo la determinación del quantum aplicable en cada caso: si la restitución se hizo antes de iniciada la investigación, la rebaja podrá oscilar entre un (1) día y las ¾ partes de la pena; y, si acontece entre este momento procesal y la sentencia de segunda instancia, el descuento podrá fluctuar entre un (1) día y la mitad de la pena. A diferencia de ello, cuando la restitución es parcial (inciso 3º del artículo 139 CP), para que el juez pueda disminuir la pena hasta en una cuarta parte, se requiere el cumplimiento de dos presupuestos: a) Que exista tal reintegro, entendido como el que reviste alguna significación patrimonial frente al valor de los bienes apropiados, perdidos o extraviados; y, b) Que la naturaleza y modalidades del hecho punible, el grado de culpabilidad, las circunstancias de atenuación o agravación y la personalidad del sujeto agente, recomienden su aplicación _ artículo 61 del Código Penal. M.P. Fernando Arboleda Ripoll. Rad. 16441. S.C. 2000-05-29. Fuerza vinculante de la acusación en el incidente de colisión de competencia. La resolución acusatoria es presupuesto y límite del juzgamiento. Por lo tanto, su desbordamiento por parte del juez se traduce en el quebrantamiento del principio de separación funcional entre acusación y juicio. En la acusación la Fiscalía define los cargos por los que debe responder el sindicado, con sustento en la apreciación de los medios de prueba. Si ésta es racional y el juicio jurídico que apoya la adecuación de los hechos atendible, no puede el juez anular la actuación o proponer colisión negativa de competencias a partir de una apreciación probatoria o de un juicio jurídico que estima más correctos. Si lo hace, viola el principio constitucional de separación funcional. M.P. Carlos E. Mejía Escobar. Rad. 16643. C. 2000-05-30. Factor territorial en el delito de rebelión. Dada la naturaleza de la rebelión, como que consiste en la pretensión, mediante el empleo de las armas, de derrocar al Gobierno Nacional, o suprimir o modificar el régimen constitucional o legal vigente, así como el bien jurídico protegido, las características que reviste y ha demostrado el grupo rebelde autodenominado Ejército Popular de Liberación, debe afirmarse que el Estado, a través de su aparato judicial puede, legítimamente, abrir el respectivo proceso penal, en cualquier lugar de la República toda vez que es su régimen constitucional el que se lesiona o pone en peligro. El territorio donde se comete el punible de rebelión no se identifica con el área donde se hubiere creado u originado el grupo armado, ni donde hubiere desarrollado sus primeras acciones, o se verifiquen los actos de combate, que sólo resulta útil determinar en cuanto se pretenda investigar hechos que no se subsuman en aquél; la rebelión tiene por ámbito territorial todo el suelo patrio, pues es su Gobierno el que pretende ser derrocado o su régimen constitucional o legal suprimido o modificado. M.P. Carlos Augusto Gálvez Argote. Rad. 17.034. S.C. 2000-05-30. Congruencia entre la resolución de acusación y el fallo. Debe tenerse en cuenta que no se requiere una total identidad o armonía perfecta entre la acusación y la sentencia; lo constituido es una garantía de que el proceso gravite en torno a un eje conceptual, fáctico y jurídico, circunscrito a unos límites dentro de los que puede desenvolverse, lo cual le permite al juez cambiar el delito en cuanto a su especie, pero no en lo referente al género, y puede realizar los ajustes necesarios dentro del mismo capítulo, siempre que no desborde el marco fáctico señalado en la providencia calificatoria ni agrave la situación del sindicado. Así, el juzgador no viola dicha garantía al sentenciar como cómplice al acusado de autoría, o al llamado por un hecho punible consumado condenarlo por tentativa, o por un delito complejo a quien se le hubiere endilgado un concurso. La falsificación en todo o en parte de un documento público es delito, ya sea falsedad material o ideológica. También es conducta ilícita el uso que se haga de un documento falso; pero si quien lo falsifica es el mismo que lo usa, la legislación colombiana integra en un solo tipo penal los dos comportamientos, con innegable beneficio punitivo para el procesado. Aunque la Fiscalía imputó falsedad material en documento público en concurso con el uso, el juzgador condenó a la sindicada por falsedad de particular en documento público, agravada por el uso. El fallador respetó la imputación y sólo se movió dentro del marco jurídico que le permitía efectuar los ajustes respectivos, no salió del capítulo e inclusive se mantuvo dentro del mismo artículo indicado en la providencia calificatoria. Simplemente aplicó los dos preceptos que regulan el asunto en la forma armónica en ellos dispuesta y de conformidad con la realidad fáctica, al considerar que la sindicada no era ajena a la falsificación en sí misma, pues como interesada directa fue quien determinó a efectuarla. M. P. Nilson Pinilla Pinilla. Rad. 12.372. S.C. 2000-06-15. Allanamiento y registro. Presupuestos de legalidad de la prueba. Reserva judicial. La situación de apremio que autoriza a las autoridades policiales a adelantar procedimientos de registro sin previa orden judicial, en casos de flagrancia, no necesariamente surge cuando se está en presencia de un peligro inminente y se tiene la certeza de que la tardanza en actuar puede conducir a su realización. También se presenta cuando la amenaza se cierne sobre los resultados de la investigación criminal, porque existen motivos fundados para creer que la demora en la intervención puede provocar la desaparición o pérdida de la evidencia probatoria, o la fuga del implicado. La posibilidad jurídica de adelantar una intervención policial directa surge de las circunstancias de ocasión, oportunidad o urgencia, frente al caso concreto, no del hecho de estarse o no desarrollando labores de constatación de la información recogida. Bien puede suceder que en el curso de las pesquisas y averiguaciones surja la necesidad de actuar directamente ante el advenimiento de circunstancias inesperadas, o la probabilidad fundada de que la demora en la obtención de la orden judicial de registro puede determinar que el delito que pretende evitarse se realice o desaparezca la prueba del que viene siendo ejecutado. M.P. Fernando Arboleda Ripoll. Rad. 10797. S.C. 2000-06-28. Perplejidades en el mundo contemporáneo, derecho penal y crisis* Por ALVARO ORLANDO PÉREZ PINZÓN * * Magistrado Sala de Casación Penal * Este escrito, en unas de sus partes, corresponde a la conferencia dictada por el autor en el Seminario Internacional “Sentido y contenidos del sistema penal en la globalización”, organizado por la Fiscalía General de la Nación y celebrado en Bogotá durante los días 29, 30 y 31 de marzo del año 2000 y que forma parte del volumen publicado por la misma Entidad, con igual nombre. El autor agradece a la Fiscalía el permitir que, en parte, sea reproducido en esta Revista. ** Profesor de Derecho Penal y de Criminología de la Universidad Externado de Colombia. Sumario: A. Introducción. B. Presupuestos. C. Algunos principios del derecho penal. D. El Nuevo Código Penal Colombiano. E. Conclusiones. F. Recomendaciones. A. Introducción. E stas líneas se escriben a propósito de las grandes in- certidumbres que tienen que repercutir en las ciencias o disciplinas en el mundo actual. Y a propósito, también, de la vigencia de otro nuevo Código Penal para Colombia, Estatuto que, necesariamente, debe ser mirado - e insertado - luego de examinar el pensamiento tan plural que lo precede, naturalmente siempre que tengamos claro que el derecho no es una ciencia autónoma, autosuficiente y aislada sino un instrumento más dentro del cosmos social que pretende, en últimas, ayudar a hacer justicia. Dentro de la numerosa y amplia gama de problemas y, especialmente, de antinomias que acompañan el desarrollo contemporáneo y que vienen, desde luego, de mucho tiempo atrás, permítasenos hacer una sucinta referencia de algunas de ellas, siguiendo el modelo de la alternatividad: se hace esto y a eso se le presenta esto, como posibilidad. 1. “Localización” o “Globalización”. La primera palabra se refiere a lo pequeño, a lo particular, a lo singular, a lo circunscrito. Apunta, entre otras cosas, a la búsqueda de soluciones con base en las propias costumbres, usos y mores del grupo. La segunda equivale a generalización, mundialización y universalización. Es la traslación, por sugerencia, recomendación o imposición, de teorías, planteamientos, ideas y principios económicos, políticos, morales y jurídicos, desde una parte del orbe, generalmente fuerte, hasta otra, frecuentemente débil. Cuando se encuentren localización y globalización, hay choque, rechazo y por ende conflicto. Y ante este, surgen fórmulas, por ejemplo, la glocalización o fusión de los dos fenómenos, en procura de aliviar la tensión entre “conservación e innovación”, de donde emana la Aldea Glocal (1 ). 2. Orden o Caos. El orden es la disposición metódica de las cosas, clasificación concertada, armoniosa y organizada de las mismas, paz, tranquilidad, subordinación, disciplina, arreglo lógico, secuencia, y directriz (2 ), sobre la base del discurso racional. El caos es desorden, confusión, abertura, abismo. No obstante las aparentemente notorias separación y oposición de los dos fenómenos, desde hace unos años, partiendo de la entropía, entendida como evolución, como dinámica energética, como vuelta, como cuantificación y cualificación del desorden, se ha concluido que la vida no es orden estático, que el estado de las cosas mas probable es el más desordenado, que el mundo no se encuentra en equilibrio y que la vida del universo es una serie infinita de ciclos, de implosiones y explosiones que se hunden en el tiempo pasado y en el futuro (3 ). Mejor dicho, tras recordar que el “universo nació de una explosión” y que al “comienzo era el caos”, ya no se discute que el mundo es caótico y no ordenado. Tanto, que inclusive existe toda una disciplina que estudia las “leyes del caos” y que se denomina la “caología”, que se puede sintetizar así: La Caología es el estudio de la confusión, del desconcierto, del desorden, de la desorganización, del enredo, de la perturbación, de la incoherencia, “de las tinieblas de los laberintos”. Sobre esta premisa, construye sus leyes: a) El caos surge cuando los elementos que componen un conjunto, formando parte de éste, actúan como si no formaran parte de él. b) A mayor autonomía e independencia de los elementos que componen un conjunto, mayores posibilidades de desorden. c) Ninguna organización es legítima, ninguna se impone porque todas son producto de las circunstancias. d) Las sociedades modernas tienen que reformarse porque sus teorías son globales y unificadoras. e) La ciencia actual, al contrario de la pasada, no busca la explicación de todas las cosas. f) La visión actual del mundo es parcial, no totalizadora; y es provisional, no definitiva. g) El observador, el investigador y el estudioso deben medir el desorden, es decir, hacer entropía, para lo cual deben tener bien nítidos tres puntos: - La no obsesión por la armonía, por la claridad extrema, por las determinaciones o soluciones indiscutibles. - La admisión de realidades inciertas, sin limitaciones, imprecisas, móviles. - El trabajo con los posibles, lo inédito, lo complejo. h) Como ninguna sociedad se puede liberar del caos, del desorden, es necesario convertirlo en factor de orden, o desviarlo hacia lo imaginario. Con otras palabras, el caos es positivo (4 ). 3. Modernidad o Postmodernidad. La modernidad corresponde a la concepción enorme de la sociedad, al pensamiento que conduce a la construcción de las grandes tareas, de las teorías omnicomprensivas y totalizadoras; es la época de los gigantescos tratados, de los carros indestructibles, de las ciudades de elevadísimos y fuertes edificios, de los metarrelatos, de los planteamientos interminables e indiscutibles, de las abstracciones, las obras trascendentes, la generalización, el racionalismo, los paradigmas o modelos superiores, la homogenización, la centralización del conocimiento, la etiología, la perfección, las metas fijas, los procedimientos rígidos, las ideas cerradas, la profundización máxima, el formalismo y el establecimiento de jerarquías. Como era de esperar, la modernidad maltrata al hombre, lo conduce a la decadencia porque éste deja de ser un fin en sí mismo para convertirse apenas en un medio; la subjetividad humana fenece pues el hombre es puesto al servicio de otros pensamientos, como los relacionados con la religión, el estado, el dinero y el poder, es decir, el ser humano pasa a ser manipulado, con lo cual se queda solo y pierde su noción de ser integral. El ser humano termina uniformado por el objetivismo y la racionalidad, con lo cual se desmorona y limita su libertad llegando a perder el sentido de la solidaridad. En fin, el hombre con resignación acepta lo dado, ante la fortaleza, eficacia y contundencia de los poderes. Y con ello adquiere una cierta conciencia de la inutilidad de cualquier comportamiento práctico encaminado a modificar las cosas. Por todo lo anterior, surge, entonces, aquello que se ha denominado postmodernismo o postmodernidad, movimiento nacido del desencanto, de la irritación, de la desilusión ante muchas cosas del modernismo, por ejemplo su carácter universalizante y la desaparición de las particularidades dentro de la universalidad. El postmodernismo se gesta por la molestia ante lo moderno; por el rechazo a la coacción perfeccionista y racionalista de lo moderno; por el repudio hacia la razón avasallante; y, en el campo del derecho, por la insuficiencia de las teorías jurídicas puramente formal-racionales. En el ámbito del derecho penal, de la criminología y de la política criminal, podríamos decir que el hombre de hoy se duele del modernismo de sus ciencias o disciplinas: de su calidad de mero instrumento de la dirección estatal; de su entidad de simple medio de la tecnología política de la punición; del arte de los efectos programáticos; de la fe en la conciencia científica y en la universalidad de la razón y de la creencia en la utilitarista teoría de la prevención. La postmodernidad es creada, entonces, por el conjunto de oposiciones a la modernidad. Por ello es un “...estilo de pensamiento que desconfía de las nociones clásicas de verdad, razón, identidad y objetividad, de la idea de progreso universal o de emancipación, de las estructuras aisladas, de los grandes relatos o de los sistemas definitivos de explicación”. Contra las reglas iluministas -modernistas-, “...considera el mundo como contingente, inexplicado, diverso, inestable, indeterminado, un conjunto de culturas desunidas o de interpretaciones que engendra un grado de escepticismo sobre la objetividad de la verdad, la historia y las normas, lo dado de las naturalezas y la coherencia de las identidades” (T. Eagleton, 11). La postura, condición, situación o pensamiento postmodernista hace objeciones severas a la modernista, por ejemplo en los siguientes puntos: ante la pura forma, ante lo cerrado, coloca la antiforma, la disyuntiva, la apertura; a la fijación de metas y objetivos, opone el juego, lo lúdico; frente a los designios y determinaciones, ubica la casualidad, el azar; a la jerarquía, opone la anarquía; a la maestría, el silencio; a la obra terminada, el proceso vivencial; a la centralización, la dispersión, la descentralización o desconcentración; al paradigma, la relación de unidades o sintagma; a la selectividad o selección, la combinación, la mezcla; a la profundidad, la superficie; al origen y a las causas, condiciones y factores, la diferencia; a la determinación, la indeterminación; a la trascendencia, la inmanencia, en el sentido de aquello que queda en el sujeto, sin proyectarse. En síntesis, mientras el modernismo es positivista, tecnocéntrico, racionalista y creyente en el progreso lineal, en las verdades absolutas, en la uniformidad del conocimiento y de la producción, el postmodernismo, por el contrario, “...privilegia la heterogeneidad y la diferencia como fuerzas liberadoras en la redefinición del discurso cultural. Fragmentación, indefinición y descreimiento profundo respecto de todos los discursos universales o totalizantes” son sus marcas distintivas (Ibídem, 23)(5 ). Una solución esbozada ante el conflicto se ha sustentado en el decurso de la historia: la postmodernidad no es sino un paso más, la continuidad, con otros detalles, de la modernidad. 4. Racionalidad o razonabilidad. A pesar de que en el ámbito del derecho, más exactamente en el de la decisión judicial, con frecuencia los dos vocablos son utilizados como sinónimos, también se ha dicho que los criterios de racionalidad se refieren a la conexidad y finalidades lógicoformales; a la prevalencia de la subjetividad; a la coherencia interna; al ejercicio de la razón como regla y medida de los actos humanos, producto de la esencia racional del ser humano; a la no contradicción entre las disposiciones normativas de un estatuto; a la ausencia de criterios éticos, políticos y morales; y a las motivaciones de la providencia orientadas hacia un resultado. Mientras tanto, los criterios de razonabilidad tienen que ver con la prevalencia de la objetividad sobre la subjetividad; con las finalidades legítimas; la coherencia externa, es decir, entre los principios constitucionales y los hechos; con la lógica de lo humano; con el juicio, raciocinio o idea conforme con la prudencia, la justicia y la equidad del caso concreto; con la adecuación de la resolución judicial a un valor de justicia; con la no contradicción del fallo con los elementos externos al ordenamiento jurídico; con un resultado que, obteniendo consenso, solucione problemas en vez de crearlos o de multiplicarlos; y, por último, se relaciona más con la parte resolutiva de la decisión judicial que con la motiva de la misma. Como respuesta a la oposición entre racionalidad y razonabilidad, con el fin de dejar de lado la preponderancia de una u otra y con base en que las dos se complementan, se ha propuesto entender que se puede partir de la racionalidad para acudir sucesivamente a la razonabilidad cuando con aquella, centrada en la eficiencia, la coherencia, el respeto por las reglas lógicas, la consistencia y la relevancia, no se obtiene la síntesis justa. Con otras palabras, se quiere concluir que la decisión judicial, además de ser racional, debe ser razonable(6 ). 5. Riesgo o Seguridad ( o confianza, certeza y facilidad ). Etimológicamente, riesgo es probabilidad de que suceda un mal o un peligro(7 ). Por su origen español o portugués, se entendió, y así pasó al inglés, como “navegar en aguas desconocidas”(8 ). Mirado socialmente, el riesgo supone una sociedad que activamente trata de romper con su pasado, que busca determinar su futuro en vez de dejarlo a la religión, a la tradición o a los avatares de la naturaleza, tanto, que el mismo hombre es quien genera sus peligros o amenazas. Por eso se recuerda que una de las raíces de riesgo, en portugués, equivale a atreverse (9 ). Por contraposición al riesgo, se habla de seguridad y de certeza. La primera significa confianza, tranquilidad, certidumbre en cuanto no existen peligros a temer. La segunda, conocimiento pleno, evidencia de que nada ocurrirá. Sin duda, algunas de las sociedades premodernas y probablemente varias de las actuales, tienden a la seguridad, a la confianza, al paso que las modernas, bien agobiadas y agobiantes, tienden al riesgo. Y la consecuencia parece obvia: como mientras unos asumen riesgos y otros quieren tranquilidad, de inmediato surge la tensión social. Y la respuesta, desde hace muchísimos años, fácilmente se palpa: ante el riesgo, el seguro (1 O). 6. Roma o Inglaterra. Se utilizan Roma e Inglaterra para aludir al sistema jurídico románico o romanista y al sistema jurídico anglosajón, que se diferencian en varios puntos, por ejemplo en la escrituralidad, teorización general, apego absoluto a la ley y carácter público del derecho en el primero, y en la oralidad, descenso al caso concreto, atención tanto a la ley como, principalmente, a la costumbre y al grupo social, y la primacía del carácter privado del derecho, del segundo. Hasta hace unos años se anhelaba creer y mantener la diversificación, que se quería mostrar indiscutible y tajante: en unos países, Roma, y en otros, Inglaterra. Transcurridos los años, sobre todo Roma empezó a recibir de Inglaterra y penetraron en su organización la verbalización y la privatización. Sin embargo, la disputa prosigue, especialmente cuando se insiste en la necesidad de mantener la pureza de uno y otro sistema. La realidad enseña, no obstante, acuerdos expresos o tácitos que conducen, vgr., al sistema romanista con admisión excepcional de la oralidad y al sistema anglosajón que, de vez en cuando, empieza a ensayar una que otra teoría general. Se habla por ello, por ejemplo, de nuevas reglas del juego, que dan origen al intercambio de principios y fenómenos como la grafolectura, como otra palabra del dialecto profesional que se coloca a mitad de camino entre la oralidad y la escrituralidad (1 1). 7. Anomia negativa o anomia positiva. Casi siempre se ha dicho que la anomia - ausencia de valores - se predica de un comportamiento negativo en cuanto se aparta de los principios, costumbres, leyes y valores generalizados, de donde se desprende que quien se mantiene dentro de estos es normal y que quien se aleja de ellos es anormal, desviado o divergente, como se entiende, por ejemplo, dentro de los trabajos de Emilio Durkheim y Robert K. Merton. No obstante, como se puede percibir en el pensamiento de Jean Marie Guyau, Nietzsche y Foucault, la anomia, concebida como ausencia de leyes, es importante y positiva pues se cumple cuando caen las reglas que se han perpetuado por la imposición de cualquier clase de dogmatismo. Lo anterior es una muestra de la pugna entre aquella manera de ser y de actuar producto de la coacción y de la fuerza, con o sin adiestramiento previo, y la forma de ser y de actuar que emana de la libertad del hombre, incorporada dentro del estado social y democrático que implica, como inherente a él, la diversidad. Quizás por ello, en Francia Jean Duvignaud ha entendido la anomia como la insurrección, la negación de un orden social viejo e inicuo (1 2). 8. Derecho penal clásico o tradicional o Derecho penal moderno. En los momentos actuales se suele hablar, en general, de estas dos formas de derecho penal. Con la primera denominación - derecho penal clásico o tradicional - se hace referencia al derecho penal que se centra en los delitos de resultado y de peligro concreto; en la estricta relación de causalidad; en el daño al bien jurídico; en la prevención general; en los principios de legalidad y de tipicidad objetiva estrictos; en una rígida teoría general; en los bienes jurídicos personales y, sobre todo, en las garantías de los sujetos procesales. A este derecho penal, se le conoce como pequeño, sencillo. El segundo adjetivo - derecho penal moderno - se predica de aquél basado en la relación de causalidad elástica y por momentos inasible; en los delitos de peligro abstracto o presunto; en las normas en blanco; en la legalidad y la tipicidad objetiva flexibles; en la preponderancia de la parte especial de los códigos, con menosprecio por la teoría general irradiable a todos los tipos; en la preferencia por los bienes jurídicos colectivos, generales o universales; y, sobre todo, por la búsqueda de eficiencia. A este se le dice grande, simbólico, mágico. Para evitar el choque, fácilmente perceptible, se quiere reconocer que el derecho penal no se puede sustraer a ninguna de las dos influencias, ni a la clásica ni a la moderna. Y para ello se ha postulado el denominado derecho penal de la transición, es decir, aquél que mientras adquiere plena claridad conceptual, toma de uno y otro (1 3). 9. Simplicidad o complejidad. Simple es lo sencillo, lo que no tiene composición, lo llano, elemental, solo o escueto. Su opuesto es lo complejo, que se entiende como lo complicado, complexo, oscuro, difícil o intrincado. Si tenemos en cuenta los anteriores numerales, fácilmente concluimos que la situación del mundo social, cultural y jurídico, no permite un análisis ni una solución simple o sencilla. Para comprenderlo, requiere sí, previamente, desenmarañar las complicaciones, es decir, la complejidad. Las palabras de Edgar Morin son precisas para señalar lo que pasa: “El término complejidad no puede más que expresar nuestra turbación, nuestra confusión, nuestra incapacidad para definir de manera simple, para nombrar de manera clara, para poner orden en nuestras ideas”. “Al mismo tiempo, el conocimiento científico fue concebido durante mucho tiempo, y aún lo es a menudo, como teniendo por misión la de disipar la aparente complejidad de los fenómenos, a fin de revelar el orden simple al que obedecen”. Y tras realizar el importante análisis sobre el tema y encontrar que se compone de lo enredado, de lo inextricable, del desorden, la ambigüedad y la incertidumbre, el mismo pensador concluye: “...el pensamiento complejo está animado por una tensión permanente entre la aspiración a un saber no parcelado, no dividido, no reduccionista, y el reconocimiento de lo inacabado e incompleto de todo conocimiento...Nunca pude, a lo largo de toda mi vida, resignarme al saber parcelarizado, nunca pude aislar un objeto de estudio de su contexto, de sus antecedentes, de su devenir. He aspirado siempre a un pensamiento multidimensional. Nunca he podido eliminar la contradicción interior. Siempre he sentido que las verdades profundas, antagonistas las unas de las otras, eran para mí complementarias, sin dejar de ser antagonistas. Nunca he querido reducir a la fuerza la incertidumbre y la ambigüedad” (1 4) . Con los ejemplos señalados, queda esbozada la situación que vive el mundo contemporáneo. B. Presupuestos. 1. El concepto de “crisis” y la “Crisisología”. Popularmente, en sentido vulgar, crisis significa escasez, carestía, situación dificultosa o complicada (1 5). Es sinónimo de riesgo, dificultad, peligro, alarma, angustia, malestar, miseria, vicisitud, desequilibrio, depresión, y, por tanto, antónimo de facilidad, tranquilidad, bienestar, solvencia, estabilidad, permanencia, apogeo, auge y equilibrio (1 6). En medicina, sentido inicial del término, es la manifestación aguda de una enfermedad. Por analogía, en general, se define como el cambio decisivo en el curso de una evolución, que provoca un conflicto y una violenta ruptura de equilibrio. Políticamente, es el conflicto que afecta a los miembros de un Estado, la naturaleza de sus instituciones y su régimen de sociedad. Desde el punto de vista de la moral, es la oposición sistemática, más negativa que positiva, de los valores religiosos, éticos, metafísicos reinantes, que pasan a ser considerados como caducos o nocivos para la realización o el progreso del hombre, que reclama su transmutación. Desde el ángulo económico, equivale a ruptura del equilibrio entre producción y consumo, por insuficiencia o por exceso de aquélla (1 7). En términos de psicología, es el cambio rápido que se produce en el estado de un enfermo y que casi siempre anuncia la curación. También es el accidente que sobreviene en estado aparente de buena salud (1 8). Sociológicamente, es la interrupción grave de la vida normal de un individuo, grupo o institución, como consecuencia de una situación inesperada o imprevista, la cual provoca mudanzas radicales en ellos, y hasta puede llegar a obstruirlos o borrarlos; es cualquier situación de cambio rápido e intenso (1 9). En Teoría del Poder es la incapacidad de un orden político para generar entre sus ciudadanos el nivel de implicación y compromiso suficiente para que pueda gobernar de forma adecuada ( crisis de legitimación ) (2 0). Etimológicamente, crisis es ‘momento decisivo, situación inestable’, procede del latín crisis y del griego Krísis, ‘punto decisivo’, de krínein ‘separar, decidir’, del indoeuropeo krin-yo-. de kri, de krei, variante de skeri, ‘cortar, separar’(2 1). Jurídicamente, podría decirse que hay crisis cuando existe una situación perturbada ( frecuentemente conflictiva ) que, debido a su gravedad, justifica la aplicación de medidas de excepción(2 2). Hasta aquí, se puede concluir la existencia de por lo menos dos conceptos de crisis: uno, que la estima como problema, disturbio grave, como mal, como perturbación. Y otro, que la entiende como momento de tomar decisiones, de apartar, de separar, de hacer algo, de juzgar. Lo anterior conforma la idea, doctrina, teoría o sugerencia conocida como Crisisología(2 3), que puede ser explicada de la siguiente manera: a) Inicialmente, Krisis significaba decisión; hoy, significa indecisión, sencillamente porque se observa que nada, o casi nada, se hace. b) Crisis, estrictamente, es ausencia de solución, ante la desregulación y la desorganización pero, de repente, es positiva, en cuanto puede suscitar una respuesta, por ejemplo, una nueva regulación. c) La búsqueda de solución - crisis - proviene de perturbaciones externas pero también de perturbaciones internas. Estas últimas son aquellas que se producen dentro del sistema mismo, por carencia de regulación, por excesiva regulación o por equivocada regulación. Por ello, la crisis procede del disturbio propio del sistema, de su desregulación. d) Todo sistema social comporta desorden y por tanto funciona a pesar del desorden, a causa del desorden y con el desorden. De ahí que una parte del desorden sea rechazado, limpiado, corregido, transmutado o integrado. Como consecuencia, entonces, la crisis -decisión- es una progresión de los desordenes, de las inestabilidades y de los riesgos. e) La crisis -decisión- no es definitiva. Por consiguiente, es una progresión de la incertidumbre, una fase de aleatoriedad. f) A mayor profundización y dureza de las perturbaciones y de la crisis, mayor invitación a la búsqueda de soluciones, cada vez más radicales y fundamentales, perturbaciones y crisis (decisión) que pueden lograr un despertar, sobre todo si logran mostrar que aquello que se daba por supuesto, aquello que parecía funcional y eficaz, comporta carencias y vicios. El binomio perturbación - crisis, así, genera una creatividad en acción, que resulta del choque de la decisión hallada y propuesta, con el desorden, la dislocación y la desintegración. g) La crisis es rica: lleva en su seno desórdenes, perturbaciones, desviaciones y antagonismos, estimula la magia, la utopía, los ritos, pero también los inventos y la creatividad. Es la dialéctica en camino, que embrolla, entrecruza, entre-combina y entremezcla. h) La situación de crisis, por sus incertidumbres y aleatoriedades, crea condiciones favorables para el desarrollo de estrategias audaces e inventivas, favorables para tomar o elegir una decisión entre diversos comportamientos o diversas estrategias posibles. i) El concepto de crisis, constituido por la incertidumbre, la aleatoriedad y la ambigüedad envuelve un retorno al conocimiento simple, a la teoría simple y sencilla, lo que permite una progresión del conocimiento complejo y de la teoría compleja. Así, la crisis es realizadora, pone en marcha, aunque sea por breves momentos, todo aquello que puede aportar cambio, transformación y evolución. 2. La Ecosofía. Dentro del gran ámbito de la Ecosociología se habla de la Ecosofía, entendida como estudio del medio ambiente, desde tres ángulos: el primero, el entorno o medio ambiente clásico, es decir, la naturaleza; el segundo, el social; y el tercero, el mental. El medio ambiente social implica la utilización de prácticas dirigidas a modificar o a reinventar formas de ser, en los terrenos de la pareja, de la familia, del urbanismo, del trabajo, etc. El medio ambiente mental exige sinceridad para alejarse del profesionalismo, de la cientificidad, de las batas blancas, de la reificación, de los paradigmas pseudocientíficos, y, sobre todo, para no olvidar las excepciones pues éstas confirman las reglas pero también pueden modificarlas o reconocerlas(2 4). C. Algunos principios del derecho penal. El derecho penal en Colombia siempre ha sido cuestionado, tanto desde el punto de vista de su creación, como desde el de su aplicación y ejecución. Así, por ejemplo, varios principios han sido objeto de reproches. Por ejemplo: a. Derecho de acceso a la justicia. Se dice que la justicia es lenta (86.5%); complicada (83.8%); costosa (83.3%); deficiente (74%); que goza de credibilidad reducida (69.2%); que requiere de 9.2. años para “ponerse al día”; que frente a un disturbio penal, sólo el 31% acude a la justicia oficial; que el tiempo efectivamente dedicado por los funcionarios y empleados judiciales a la atención de los procesos es significativamente inferior a los términos definidos en los códigos o al “tiempo calendario” que toma la solución del respectivo caso. Respecto del homicidio, por ejemplo, según los términos del código, el tiempo que se impone dedicarle es de 775 días y el tiempo calendario, entre inicio y terminación, es de 951 días. El tiempo realmente dedicado por los funcionarios y empleados al caso es de 28.2 días, es decir, se trabaja sólo el 3.6% y el 2.9.%; el proceso penal, en promedio, dura entre 5OO y 1OOO días, algo así como entre 2 y 4 años. b. Derecho a la libertad y presunción de inocencia. En 1973, 78.5%, presos sin condena; en 1981, 73.59%; 1988, 58%; 1993, 61%. c. Derecho de defensa. Más del 6O% ó del 7O% de la población carcelaria carece de medios económicos para sufragar su propia defensa; el 41% de los reclusos sindicados y el 18% de los condenados habrían podido salir de la cárcel si hubieran hecho uso de los mecanismos legales; el 76% de sindicados habrían podido salir por el sólo transcurso del tiempo; del total de actuaciones de la defensa durante la instrucción, sólo el 2.2% corresponde a defensores “de oficio” y el 1% del total corresponde a gestiones de los consultorios jurídicos; durante el juicio, el porcentaje de actuaciones “de oficio” asciende al 15%. Por eso la mayor parte de la actividad defensiva de “oficio” ocurre en esta fase del proceso, en un 65%, concretamente en la audiencia”; el 52% de los sindicados tienen defensor “de oficio”. En la instrucción, la actuación de los defensores de “confianza” es 13 veces superior a la de los “de oficio”, y durante el juicio la participación de los de “confianza” es el doble de la de los de “oficio”; el 59% de los reclusos no cuenta con defensa adecuada, o carece totalmente de ella. d. Principio de igualdad. El grueso de la población carcelaria está conformado por los de la misma clase: un hombre generalmente joven; pobre; analfabeta; carente de recursos; con personas a cargo; alimentado básicamente con yuca, papa, plátano, arroz, frijol; descendiente de chibchas, caribes, pijaos, paeces, calotos, motilones, quimbayas, guanes u otros aborígenes, mestizo que casi siempre llega al derecho penal por razones socioeconómicas ( pobreza, hambre, miseria, medio ambiente) y que, como se vio, casi siempre sin defensa real. e. Principio de resocialización. Ausencia de medios de “tratamiento”; 18.89% de reincidentes entre 1975 y 198O, y la tercera parte de la población carcelaria, hacia 1989. f. Derecho penal mínimo. 221 definiciones típicas en el C. P. + estatutos de policía, + estatutos especiales; 97.4O% de las penas, privativas de la libertad; 17 funcionarios judiciales (jueces y fiscales), por cada 1OO.OOO habitantes(2 5). D. El nuevo Código Penal Colombiano (Código Penal del 2000). Por iniciativa de la Fiscalía General de la Nación, fue elaborado y sometido a consideración de las Cámaras Legislativas un nuevo Proyecto de Código Penal, que culminó con la expedición de la Ley 599 del 24 de julio del año 2000, promulgada en el Diario Oficial 44097 de la misma fecha, y que comenzó a regir el 25 de julio del año 2001. Las principales características del nuevo Estatuto son las siguientes: a) Afiliación al Funcionalismo o Teleologismo. Si bien en la inicial exposición de motivos se afirma que no se halla matriculado en ninguna corriente específica -en verdad posee connotaciones por ejemplo causalistas y finalistas-, no hay duda en cuanto preferentemente sigue de cerca la corriente indicada sobre todo si, aparte del contenido de sus normas, se tienen en cuenta los estudios que transitaron por el Senado de la República y la Cámara de Representantes, de los cuales se extrae la simpatía hacia la dogmática penetrada por la política criminal, por la dogmática orientada a las consecuencias, por la preeminencia de la prevención y por algunos tratadistas que, de una u otra manera, son funcionalistas, como Claus Roxin, Hans Heinrich Jescheck, Winfried Hassemer y Francisco Muñoz Conde. Esto emana, por ejemplo, de las ponencias para 1er. y 2do. debates tanto en el Senado como en la Cámara. b) Consecuencia de lo anterior, acomodación dentro del denominado Derecho Penal Moderno -por oposición al tradicional o clásico-, es decir, aquel que amplifica considerablemente su alcance y que da mucha más trascendencia a la parte especial del Código que a la general; al peligro abstracto o presunto frente al peligro concreto y a la lesión; a las normas en blanco, en contra de las cerradas y plenamente determinadas; a una lejana relación de causalidad, en vez de a una específica; al riesgo mas que al daño; y al eficientismo, mirado como el despliegue proteccionista preferiblemente dirigido a una mayor defensa de los bienes jurídicos generales o universales, respecto de los intereses individuales. c) Inclusión de un Título con el nombre de Normas Rectoras de la ley penal colombiana, que recoge algunos axiomas constitucionales y generales del derecho y crea otros con tal rango: dignidad, integración, principios que rigen la imposición de las sanciones, funciones de la pena y de la medida de seguridad, legalidad, favorabilidad, proscripción de la analogía contra reo, igualdad, prohibición de doble incriminación, conducta punible, tipicidad, antijuridicidad, culpabilidad y función y prevalencia de las normas rectoras (artículos 1 a 13). d) Definición del hecho punible del imputable como conducta típica, antijurídica y culpable, adicionada con la advertencia de que la causalidad, por sí sola, no basta para la imputación jurídica del resultado (artículo 9.1), así como del hecho punible del inimputable, como conducta solamente típica y antijurídica, exenta de causales de no responsabilidad (artículo 9.2). e) División de los hechos punibles en delitos y contravenciones (artículo 19). f) Mantenimiento y definición de las formas tradicionales de culpabilidad -dolo, culpa y preterintención-, con el nombre de Modalidades de la conducta punible (artículos 21 a 24). g) Declaración expresa de que la culpa y la preterintención sólo son punibles en aquellas hipótesis taxativamente previstas por el legislador, es decir, criterio cerrado en la admisión de las mismas (artículo 21). h) Asunción de las dos clases de conducta casi siempre mencionadas: acción y omisión (artículo25). i) Definición y determinación de las posiciones de garantía, sobre la base de la Teoría del riesgo, tratándose de delitos contra la vida e integridad personal, la libertad individual y la libertad y formación sexuales (artículo 25.2). j) Ubicación dentro del mismo rubro de todas las causales que niegan el delito, con el nombre de ausencia de responsabilidad. No hace distinciones entre aquellas que, con la tradición, justifican la antijuridicidad y excluyen la culpabilidad (artículo 32). k) División de los destinatarios de la ley penal en imputables e inimputables, según que tengan o no capacidad para comprender la ilicitud y para autodeterminarse (artículo 33). l) Previsión de tres clases de penas: principales -prisión y multa-, sustitutivas prisión domiciliaria, de la prisión; y arresto de fin de semana, de la multa- y accesorias privativas de otros derechos -por ejemplo, inhabilitación para el ejercicio de derechos y funciones públicas, pérdida del empleo o cargo público, inhabilitación para el ejercicio de la patria potestad y expulsión de extranjeros del territorio nacional- (artículos 34 a 53). m) Sustentación del dolo eventual en la Teoría del azar (artículo 22). n) Centralización de la conciencia de la antijuridicidad en la oportunidad de actualizar el conocimiento de lo injusto (artículo 32-11). o) En materia de penas, adopción del principio de necesidad dentro del marco de la prevención (artículo 3-2) y del principio de razonabilidad (artículo 3). p) Fijación de la tipicidad como definición inequívoca, expresa y clara de las características básicas que estructuran el tipo penal (artículo 1O). q) Ampliación de las posibilidades de normas en blanco (artículo 6). r) Compilación en un sólo texto de la legislación complementaria, sobre todo la relacionada con la definición de delitos, que se hallaba dispersa en estatutos particulares, y tipificación de algunos comportamientos que tradicionalmente no tenían la categoría de delitos, como el genocidio (artículos 101/2), la omisión de socorro (artículo 131), la manipulación genética (artículo 132), la desaparición forzada (artículo165), la mendicidad y el tráfico de menores (artículo 231) y la adopción irregular (artículo 232). Formalmente, el Código consta de 476 artículos y es secular en cuanto se divide en libros y básicamente cada uno de estos en títulos y capítulos. El Libro Primero, dedicado a la Parte General, ocupa los artículos 1 a 100 y se distribuye en cuatro Títulos, con sus capítulos, así: 1. Título I, con un Capítulo, “Normas Rectoras de la ley penal colombiana” (artículos 1 a 13). 2. Título II, un Capítulo, “Aplicación de la ley penal en el espacio”: territorialidad, territorialidad por extensión, extraterritorialidad, cosa juzgada de la sentencia extranjera y extradición (artículos 14 a 18). 3. Título III, un Capítulo, “Conducta punible”: clases de hechos punibles, definición de servidor público, modalidades (dolo, culpa y preterintención), formas (acción y omisión), tiempo del hecho punible, tentativa, participación, concurso de delitos, ausencia de responsabilidad e inimputabilidad (artículos 19 a 33). 4. Título IV, seis Capítulos: I: clases de penas. II. Criterios y reglas para la determinación de la punibilidad. III: Mecanismos sustitutivos de la pena privativa de la libertad. IV: Medidas de seguridad. V: Extinción de la acción y de la sanción penales. Y VI: Responsabilidad civil derivada del hecho punible (artículos 34 a 100). El Libro Segundo, Parte Especial, se extiende desde el artículo 101 hasta el 476. Consta de 19 títulos pero en estricto sentido el último (artículos 474/5/6) se dedica a la derogatoria y a la vigencia del Estatuto. Define las conductas punibles que corresponden a cada Título y cada uno de estos protege un bien jurídico, así: Título I. Vida e integridad personal (artículos 101 a 134); Título II. Derecho Penal Humanitario (artículos 135 a 164); Título III. Libertad individual (artículos 165 a 204); Título IV. Libertad, integridad y formación sexuales (artículos 205 a 219); Título V. Integridad moral (artículos 220 a 228); Título VI. Familia (artículos 229 a 238); Título VII. Patrimonio económico privado (artículos 239 a 269); Título VIII. Derechos de autor (artículos 270 a 272); Título IX. Fe pública (artículos 273 a 296); Título X. Orden económico social (artículos 297 a 327); Título XI. Recursos naturales y medio ambiente (artículos 328 a 339); Título XII. Seguridad pública (artículos 340 a 367); Título XIII. Salud pública (artículos 368 a 396); Título XIV. Mecanismos de participación democrática (artículos 386 a 396); Título XV. Administración pública (artículos 397 a 434); Título XVI. Eficaz y recta impartición de justicia (artículos 435 a 454); Título XVII. Existencia y seguridad del Estado (artículos 455 a 466), y Título XVIII. Régimen constitucional y legal (artículos 467 a 473). Como se nota en la anterior reseña, el nuevo Estatuto tiene connotaciones clásicas o tradicionales y también modernas, especialmente relacionadas con la teoría del riesgo, la elasticidad de algunos principios, la teoría del azar, la teoría de la oportunidad -o posibilidad de conocimiento-, las teorías de la prevención, la teoría de la imputación objetiva, la posición de garantía, etc. E. Conclusiones. Si comparamos la “Introducción” y los “Presupuestos” con los principios “liberales” que han servido como ejemplos y con el nuevo Código Penal, la conclusión es nítida: hay desorden, caos, disturbios, perturbaciones internas, fenómenos que siempre han existido en Colombia, ante los cuales, también siempre, se han querido ofrecer crisis, es decir, soluciones o decisiones: más funcionarios judiciales, más aparatos judiciales, más normas penales, más implementación locativa, más computadoras, más, más y más. Y la situación no solamente se mantiene sino que se aumenta, provocando aún más perturbaciones. Quiere decir que los remedios no han servido. La conclusión frente al Código Penal del 2000 no es menos oscura. Para corroborarlo basta tener en cuenta que se compone de características clásicas y de características modernas, ambas sustentadas en concepciones diversas ante el derecho penal y ante la vida diaria. Por eso, desde este punto de vista, es un Código Penal de la Transición. Quizás el caos se deba a muchos factores -ya no es hora de buscarlos, a más de que son suficientemente conocidos- pero tal vez obedezca a otras cosas. Por ejemplo: a) Trabajar con abstracciones, es decir, pretender el conocimiento de las cosas pero aislándolas de aquello que las rodea, que la integran y sin relacionarlas con la realidad. El objeto de análisis, entonces, es extraído de donde se encuentra y lo demás, aquello que lo circunda, es dejado de lado, se prescinde de lo que es inherente a ese objeto. b) Hacer o querer hacer obras trascendentes, o sea grandes, imponentes, absorbentes, que son ampliamente extendidas, divulgadas, impuestas y dadas a conocer. c) Plantear teorías puramente racionales, es decir, aquellas surgidas de las facultades intelectuales de quienes las confeccionan y, por tanto, contrarias a la práctica y no soportadas en la experiencia. Con razón - otra vez Edgar Morin -, se ha dicho: “La racionalización consiste en querer encerrar la realidad dentro de un sistema coherente. Y todo aquello que contradice, en la realidad, a ese sistema coherente, es desacertado, olvidado, puesto al margen, visto como ilusión o apariencia”(2 6). d) Generalizar las teorías que nos llegan, es decir, aceptarlas como universales, comunes, sobre la base de que los hechos o actos a que se refieren son semejantes, análogos o similares. e) Crear o soportar paradigmas gigantescos, superiores y totalizadores, vale decir, confeccionar ejemplos o modelos y adicionar mecánicamente resultados parciales que conducen a conclusiones indiscutibles. f) Homogeneizar los hechos o comportamientos, es decir, darles tratamiento semejante con base en que intrínsecamente cada uno de ellos, y relacionados unos con otros, son de naturaleza similar. g) Centralizar el conocimiento, es decir, creer que todo se puede conducir a un mismo punto, que es común, en detrimento de lo local, lo singular, lo particular y lo regional. h) Ser formalista, jerarquizado, selectivo y partidario de la subordinación y del establecimiento de distancias. Seguramente los literales anteriores no constituyen los únicos factores del caos del derecho penal en Colombia. Pero por lo menos deberían ser atendidos sobre todo si se recuerda que siempre han sido mirados otros aspectos y las cosas siguen iguales. F. Recomendaciones. Después de lo consignado, aventuremos propuestas. Por ejemplo: a) En verdad, en la práctica, no sólo en la teoría, conceder la máxima importancia al hombre, como ser social. En segundo término, observar el grupo social y, en tercer lugar, si ello es necesario, analizar el estado. b) Tener las teorías generalizadoras, regulares, globalizantes y paradigmáticas como algo secundario, ante la verdadera importancia de lo específico, de lo concreto y de lo excepcional, de lo singular, e incluso de lo irregular. c) Entender que los hombres, los grupos y las sociedades no son siempre homogéneos sino, al contrario, heterogéneos cultural, económica, política y socialmente. d) Dejar de lado los criterios cerrados, formalistas e indiscutibles puramente legales, para dar importancia a las alternativas, a los otros pensamientos, a las demás ideas, a las disyuntivas y a las diferencias, vgr. construyendo, aplicando y ejecutando un derecho pluralista, diversificado, que admita las distinciones socioculturales y que otorgue preferencia a la costumbre, al denominado derecho consuetudinario. e) Analizar la desviación con seriedad, pero no necesariamente a partir de las leyes con el fin de tener que hacer algo indudablemente planeado y en búsqueda de una meta a cualquier costo. Antes que en las metas y en las obras terminadas, es menester fijar la atención en los procesos adelantados tanto para llegar a la divergencia como para arribar a las formas de contrarrestarla. f) Laborar con principios pero sin desconocer sus salvedades, es decir, las excepciones que pueda tener, que por tales merecen inclusive más cuidado que las generalidades. g) Mantener el principio del derecho penal de acción, de hecho, de acto o de comportamiento, sin rechazar el denominado derecho penal de autor, pero entendiendo por este no la imputación, la prisión provisional y la condena simplemente por las características del hombre, sino el análisis, el estudio detallado del hombre que delinque: su cultura, su biología, su conformación, su mente, su aspecto económico, su entorno familiar, ambiental, político, etc. Es decir, ubicarlo en su medio. h) Tener presentes las teorías jurídicas pero solamente como guías y métodos de trabajo que sirven para hacer justicia, y no como arquetipos o marcos dentro de los cuales es forzoso adecuar el comportamiento humano. Importa tener en cuenta que en el derecho penal las teorías no son obligatorias y que nada se opone a que inclusive puedan ser combinadas dos o más de ellas. i) En el terreno de la aplicación de las leyes, tener en cuenta, por encima de cualquier otra consideración, el caso o asunto que se estudia. j) Imponer las penas exclusivamente cuando sean necesarias; y el tratamiento penitenciario, si es imprescindible, usarlo sólo si la persona lo admite y está de acuerdo con la terapia. k) En materia de creación e interpretación de la ley, abandonar el razonamiento jurídico formal, es decir, el basado en la mera invocación de reglas positivas que operan a partir de las concordancias textuales, para mirarlas con sentido teleológico. Es recomendable, además, recordar que si bien la hermenéutica jurídica, de una parte se ocupa de la comprensión de las normas, de otra, muy importante, también se tiene que ocupar del desenmascaramiento o desmistificación de las normas, porque a la naturaleza a veces le gusta esconderse y porque de vez en cuando el hombre es mentiroso o se automistifica (2 7). l) Dejar de lado las enormes construcciones jurídicas que han impuesto, e imponen, una moral, una ética, así como lo grandes debates a que han venido dando origen, para hacer un derecho que efectivamente realice políticas sociales. Por la superficie, con seguridad, lo recomendado no es derecho penal. Tampoco es una adivinanza frente al caos del derecho penal en Colombia. Es una propuesta de crisis, copiando a quienes sí saben. A Séneca, hace muchísimos años, especialmente cuando impartía sus consejos a Anneo Sereno: «A esto te respondo: del mismo modo importa saber con qué espíritu actuar en la vida pública, si siempre estás agitado y nunca te reservas un tiempo para levantar la mirada de lo humano a lo divino. Asi como apetecer los bienes sin amor alguno a las virtudes y sin cultivar el talento y ejecutar la pura y simple acción no es algo digno de aprobación, ya que estas cosas deben mezclarse entre sí y entrelazarse, así también la virtud entregada al ocio, sin acción, sin dar a conocer nunca lo que ha llegado a conocer es un bien imperfecto y lánguido”. “¿Quién niega que debe poner a prueba en la acción sus progresos y no sólo pensar lo que debe hacerse sino también poner de vez en cuando manos a la obra y llevar a la realidad lo que ha pensado?...Con qué espíritu se retira el sabio al ocio?. Sabiendo que también entonces, mediante su actividad, será provechoso a la posteridad. Somos nosotros, en realidad, los que decimos que Zenón y Crisipo hicieron cosas más importantes que si hubieran dirigido ejércitos y si hubieran desempeñado cargos públicos y hubieran promulgado leyes, pues las promulgaron, no para una ciudad sino para todo el género humano”. “¿Por qué, pues, no convendría a un hombre bueno un ocio, gracias al cual puede dirigir los siglos futuros y disertar, no ante unos pocos sino ante todos los hombres de todas las naciones de hoy y del futuro?. En pocas palabras, pregunto si Cleantes, Crisipo y Zenón vivieron según sus enseñanzas. Sin duda responderás que vivieron como habían dicho que había que vivir. Y sin embargo ninguno de ellos administró el estado...no llevaron una vida indolente; encontraron la manera de que su descanso fuera más provechoso a los hombres que los discursos y el sudor de los otros. Por eso, aunque no llevaron vida pública, sin embargo mostraron haber hecho mucho...». «Pregunto a qué república ha de dedicarse el sabio, ¿a la de los atenienses, en la que Sócrates fue condenado, de la que Aristóteles huyó para no ser condenado y en la que la envidia apabullaba las virtudes?. Dirás que el sabio no ha de dedicarse a esta república. ¿Se dedicará entonces a la república de los cartagineses, donde la discordia es permanente y la libertad es contraria a la gente de bien, donde el colmo de lo justo y de lo bueno es el interés, donde la crueldad con los enemigos es despiadada y es hostil aún con sus propios ciudadanos?. También de ésta se alejará. Si quisiera examinar una por una no encontraría ninguna que pudiera soportar al sabio ni ser soportada por él. Y si no se encuentra la república que nos imaginamos, el ocio empieza a ser necesario para todos, porque en ninguna parte existe lo que uno podría preferir al ocio. Si alguien dice que es muy bueno navegar y luego dice que no hay que navegar en un mar en que son frecuentes los naufragios y las tempestades repentinas que arrastran al capitán en dirección contraria, pienso que me prohibe zarpar aunque alabe la navegación...»(2 8) . Y a Paul Feyerabend, hace poquísimos años: «Mi intención no era desarrollar una nueva teoría del conocimiento y de la sociedad, sino mostrar la fatal debilidad de una vieja teoría...El mundo en que vivimos es demasiado complejo para ser comprendido por teorías que obedecen a principios ( generales ) epistemológicos»(2 9). Si hacemos lo anterior, de pronto aportamos a la crisis. Después, que vengan las grandes construcciones: otra modernidad, la globalización, lo holístico y lo sistémico; si son necesarias. NOTAS 1 Ver, por ejemplo, Ivo Germano, Il Villaggio Glocale. Le politiche della differenza comunicativa. Roma, Siam, 1999, trabajo que, en alguna medida, recuerda y sigue la Aldea Global, de Marshall McLuhan y B.R. Powers, Barcelona, Gedisa, 1996, T: Claudia Ferrari; en sentido semejante, Andrè Jean Arnaud, Entre modernidad y globalización. Bogotá, Universidad Externado de Colombia, 2000, T: Nathalie González Lajoie. 2 Pequeño Larousse Ilustrado. Buenos Aires, 1968, 5a. tirada; Guido Gómez De Silva, Breve Diccionario Etimológico de la Lengua Española. México, F. C. E., 2a. edición, 1995. 3 Vittorio Silvestrini. Qué es la entropía. Bogotá, Norma, 1998, T: J. C. Anduckia. 4 Ver Georges Balandier. El desorden. La teoría del caos y las ciencias sociales. Elogio de la fecundidad del movimiento. Barcelona, Gedisa, 1994, 2a. edición, T: Beatríz López. También, Kenneth J. Gergen. El yo saturado. Dilemas de identidad en el mundo contemporáneo. Barcelona, Paidos, 1992, T: Leonardo Wolfson. Y, por supuesto, Ilya Prigogine. Las leyes del caos. Barcelona, Crítica, 1997, T: Juan Vivanco. 5 Ver, por ejemplo, Perry Anderson. Los orígenes de la posmodernidad. Barcelona, Anagrama, 2000, T: L. A. Bredlow; Alex Callinicos. Contra el postmodernismo. Bogotá, El Ancora, 1994; Fernando Cruz Kronfly. La sombrilla planetaria. Bogotá, Planeta, 1994; Fernando De Trazegnies Granda. Postmodernidad y derecho. Bogotá, Temis, 1993; Terry Eagleton. Las ilusiones del posmodernismo. Buenos Aires, Paidós, 1997, T: Marcos Mayer; Paul Feyerabend. Adiós a la razón. Madrid, Tecnos, 1992, 2a. edición, T: J. R. de Rivera; David Harvey. La condición de la posmodernidad. Investigación sobre los orígenes del cambio cultural. Buenos Aires, Amorrortu, 1998, T: Martha Eguía; Winfried Hassemer. La prevenzione nel diritto penale. En Revista Dei delitti e delle pene. Anno IV, No. 3, sett-dic. 1986, págs. 417 a 452; Fredric Jameson. El postmodernismo o la lógica cultural del capitalismo avanzado. Barcelona, 1995, reimpresión. T: J. L. Pardo Torío; Arthur Kaufmann. La filosofía del derecho en la postmodernidad. Bogotá, Temis, 1992, T: Luis Villar Borda; Jean-François Lyotard. La postmodernidad ( explicada a los niños ). Barcelona, Gedisa, 1995, 4a. edición, T: E. Lynch; Carlos Rincón. La no simultaneidad de lo simultáneo. Postmodernidad, globalización y culturas en América Latina. Bogotá, Editorial Universidad Nacional, 1995; Zidane Zeraoui (comp). Modernidad y posmodernidad. México, Limusa, 2000; una breve explicación frente al derecho penal, la política criminal y la criminología, Alvaro Orlando Pérez Pinzón, Curso de Criminología -próxima aparición-, Bogotá, Universidad Externado de Colombia, 6a. edición, 2001. 6 En doctrina, se puede ver, entre otros, Alejandro Nieto. El arbitrio Judicial. Barcelona, Ariel, 2000; Aulis Aarnio. Lo racional como razonable. Madrid, Centro de Estudios Constitucionales, 1991, T: Ernesto Garzón Valdés. Jurisprudencialmente, se puede ver, Corte Constitucional, entre otras, la sentencia de constitucionalidad 565 del 7 de diciembre de 1993, M. P. Hernando Herrera Vergara. 7 Guido Gómez De Silva, Breve Diccionario... 8 Anthony Giddens. Un mundo desbocado. Los efectos de la globalización en nuestras vidas. Madrid, Taurus, 2000, T: Pedro Cifuentes. 9 Anthony Giddens. Un mundo... 1O Anthony Giddens. Un mundo... También es trascendente el trabajo de Ulrich Beck. La sociedad del riesgo. Hacia una nueva modernidad. Barcelona, Paidós, 1998, T: Jorge Navarro y otros. 11 Ver el detenido análisis hecho por María Rosaria Ferrarese. Le istituzioni della globalizzazione. Diritto e diritti nella società transnazionale. Bologna, Il Mulino, 2000. 12 Ver Alberto Izzo. L’anomia. Analisi e storia di un concetto. Roma, Laterza, 2a. edizione, 2000. 13 Ver, Winfried Hassemer y Francisco Muñoz Conde. La responsabilidad por el producto en derecho penal. Valencia -Esp-, tirant lo blanch, 1995; Winfried Hassemer. Persona, mundo y responsabilidad. Bases para una teoría de la imputación en derecho penal. Bogotá, Temis, 1999, T: F. Muñoz Conde y otra; Paz M. De La Cuesta. Causalidad en los delitos contra el medio ambiente. Valencia -Esp-, tirant lo blanch, 2a. edición, 1999; Giovanni Fiandaca. Controllo di razionalità e legislazione penale. En Maurizio Basciu ( a cura di ), Diritto penale, controllo di razionalità e garantia del cittadino. Padova, Cedam, 1998; Federico Stella. Giustizia e modernitá. La protezione dell’innocente e la tutela delle vittime. Milano, Giuffrè, 2001. 14 Edgar Morin. Introducción al pensamiento complejo. Barcelona, Gedisa, 2000, 3a. reimpresión de la 1a. edición en español, T: Marcelo Pakman. 15 Diccionario de la Lengua Española, Tomo I, Madrid, Espasa-Calpe, 2O edición, 1984, p. 397-1. 16 Editorial Océano. Diccionario Océano de Sinónimos y Antónimos, Barcelona, S./F. 17 Louis - Marie Morfaux, Diccionario de ciencias humanas. Barcelona, Buenos Aires, México, ediciones Grijalbo, 1985, T: Juan Carlos García Borrón, ps. 68-2 y 69-1. 18 Alberto L. Merani, Diccionario de Psicología, Barcelona, Grijalbo, 1979, p. 38-2. 19 Salvador Giner, Emilio Lamo de Espinosa y Cristóbal Torres (eds.), Diccionario de Sociología, Madrid, Alianza, 1998, ps. 161-1 y 2, y 162-1. 20 Anthony Giddens, Sociología, Madrid, Alianza, 2a. reimpresión de la 1a. edición, 1996, T: Teresa Albero y otros. 21 Guido Gómez De Silva, Breve Diccionario... 22 Asociación Henri Capitant, Dirección de Gérard Cornu, Vocabulario Jurídico, Bogotá, Temis, 1995, T: Jaime Restrepo y Jorge Guerrero. 23 La voz es tomada de Edgar Morin, Sociología, Madrid, Tecnos, 1995, T: Jaime Tortella. En adelante, seguimos de cerca esta Obra. 24 Félix Guattari. Las tres ecologías. Valencia -Esp-, Pretextos, 1996, 2a. edición, T: José Vázquez Pérez y otra. 25 Todos los datos son tomados de varias investigaciones realizadas en Colombia. Por ejemplo, las importantes publicaciones hechas por el Consejo Superior de la Judicatura sobre la Justicia en Colombia, especialmente entre 1997 y 1999; las realizadas por la Corporación Excelencia en la Justicia; las hechas por Rodrigo Uprimny, parcialmente publicadas en la Obra Garantismo, eficiencia y reforma procesal en Colombia, difundida por la Corporación acabada de mencionar, 1999 ( El desafío a la reforma del proceso penal: ajustes puntuales o restructuración integral de la Fiscalía y de la investigación criminal en Colombia ); y las muchas citadas por Alvaro Orlando Pérez Pinzón, en Curso de Criminología, Bogotá, Forum Pacis, 1994, 4a. edición. 26 Edgar Morin. Introducción al pensamiento complejo...p. 102. 27 Ver. Maurizio Ferraris. La Hermenéutica. Madrid, Taurus, 2000, T: José Luis Bernal, p. 24. Para los diversos alcances de la hermenéutica, también Jean Grondin. Introducción a la hermenéutica filosófica. Barcelona, Herder, 1999, T: Angela Ackermann Pilári. 28 La constancia del sabio. La tranquilidad del alma. El ocio. Bogotá, Norma, 1966. 29 Adiós a la razón..., p. 70. SALA DE CASACIÓN CIVIL JULIO - SEPTIEMBRE 2000 Juicio de filiación El Código del Menor no derogó el procedimiento especial de investigación de la paternidad, previsto en la Ley 75 de 1968, en el evento en que el demandante es menor de edad y el padre vive. Teniendo en cuenta que el Código del Menor (Decreto 2737 de 1989) derogó de manera expresa la Ley 83 de 1946, la Corte Suprema de Justicia aclara que no es nulo un juicio de filiación tramitado según lo previsto en la Ley 75 de 1968 (artículos 11 a 18) _que a su vez derogó el trámite que establecía la Ley 83 de 1946_, pues la derogatoria expresa de esta ley no supone la derogatoria de la ley que la modificó, es decir, la 75 de 1968. Al respecto, la Sala de Casación Civil señala que la Ley 83 de 1946 (Orgánica de la Defensa del Niño) contempló en sus artículos 85 a 96 el procedimiento para la investigación de la paternidad, pero este procedimiento fue variado por la Ley 75 de 1968, la que en el parágrafo de su artículo 18, estableció que en los términos de los artículos 11 a 18 quedaban modificados los artículos 87 y 89 a 93 de la Ley 83 de 1946. Por tanto, sin tener que acudir a esta ley, a partir de la vigencia de la Ley 75 de 1968, el procedimiento que debía seguirse era el de este cuerpo normativo, el cual estableció que sobre el juicio de filiación natural de un menor conocería el juez de menores; sin embargo, muertos el presunto padre o el hijo, la competencia para conocer de la acción de filiación quedaba radicada en el juez civil competente y el juicio se tramitaba por la vía ordinaria. En consecuencia, la nulidad no tiene asidero, pues no solamente se han distinguido dos situaciones fácticas que tienen distinto tratamiento procesal, sino que la derogatoria expresa que una ley hace de otra, que a su vez fue modificada por una segunda, no implica la derogatoria de esta segunda ley: si el Código del Menor derogó de manera expresa la Ley 83 de 1946, y esta ley a su vez había sido con anterioridad modificada por la Ley 75 de 1968, no tiene necesariamente que seguirse que este último cuerpo normativo se halla igualmente derogado. Otra cosa sería si el Código del Menor hubiese tratado el punto del trámite contemplado en la Ley 75 de 1968, es decir, el procedimiento especial de investigación de la paternidad cuando el demandante es menor y el padre vive, pues en tal caso se hubiese entendido derogada o modificada o complementada, según el caso, esa Ley 75 de 1968. FUENTE: Sala de Casación Civil. M.P. Jorge Santos Ballesteros. Rad. 6417. S.C. 2000-08-29. Reseña de jurisprudencia Ambito de aplicación del art. 26 de la Ley 446 de 1998. Es aplicable a los hechos anteriores a su promulgación pero posteriores al artículo 5º. del Decreto 2282 de 1989, excepción hecha de los asuntos ya sentenciados en los que la autoridad de la cosa juzgada y la seguridad jurídica que ella implica se verían comprometidos de revivirse infinidad de procesos ya concluidos. M.P. Silvio Fernando Trejos Bueno. Rad. 6015. S.C. 2000-07-11. Procedimiento para discutir lo tocante a la validez y eficacia de la compraventa. Lo es el proceso ordinario y no la tacha de falsedad respecto de la escritura que recoja el contrato, porque un trámite semejante sólo es procedente, cuando en el curso de un proceso una de las partes allegue un documento con el objeto de hacerlo valer frente a la otra y, de esta manera, pretenda derivar para sí consecuencias jurídicas que le favorecen y que, aparejadamente perjudican a su contraria. M.P. Nicolás Bechara Simancas. Rad. 5506. S.C. 2000-07-17. Efectos de la declaratoria de nulidad absoluta frente a terceros. Dentro de los diversos efectos que se desprenden, ipso iure, de la declaratoria de nulidad absoluta de un negocio jurídico no se encuentra el de invalidar, a su vez, el título mediante el cual uno de los contratantes hubiese transferido a un tercero el bien que hubiese sido objeto del contrato anulado, puesto que simplemente apareja que el tercero pueda en un determinado evento verse abocado a una reivindicación impetrada por el contratante cuyo derecho, a la postre, nunca fue transferido. M.P. Jorge Antonio Castillo Rugeles. Rad. 5493. S.C. 2000-07-19. Plazo. Numeral 3º. del art. 89 de la Ley 153 de 1887. Un plazo no siempre se estipula del mismo modo, si se dice que el cumplimiento de la promesa se realizara dentro de un término de días señalado, queda establecido que para tal cumplimiento se disponía, no de un solo día, sino de los varios comprendidos en ese intervalo. M.P. Manuel Ardila Velásquez. Rad. 5478. S.C. 2000-07-19. Especies de documentos. La valoración probatoria de los de carácter declarativo se rige por lo dispuesto en el numeral 2º. del artículo 22 del Decreto 2651 de 1991, que modificó tácitamente el artículo 277 del C. de P.C., disposición que se incorporó como legislación permanente por medio de la Ley 446 de 1998, art. 10. M.P. Silvio Fernando Trejos Bueno. Rad. 5982. S.C. 2000-07-19. Simulación. Elementos esenciales de la simulación y su asimilación o disimilitud con figuras afines y en especial con el pacto de retroventa. M.P. Jorge Santos Ballesteros. Rad. 6238. S.C. 2000-07-27. Comunidad del hecho fuente de obligaciones distintas. El tercero en un contrato puede acudir a éste como hecho únicamente para deducir de su incumplimiento la reparación de perjuicios que en dicho carácter cree tener derecho. M.P. Silvio Fernando Trejos Bueno. Rad. 5774. S.C. 2000-07-31. Valoración de perjuicios ocasionados por la muerte de una persona. La ausencia del dato exacto del monto de la ayuda que prestaba el occiso a la parte demandante puede deducirse por presunción judicial o de hombre que resulta de atender las reglas de la experiencia, o incluso por asimilación o semejanza del modo como en general se cumple y hace efectiva la obligación de prestar alimentos en beneficio de los ascendientes; todo con sustento en el principio de la equidad. M.P. Silvio Fernando Trejos Bueno. Rad. 6068. S.C. 2000-07-31. Contrato de corretaje. Concepto. Labor del corredor de seguros. M.P. José Fernando Ramírez Gómez. Rad. 5383. S.C. 2000-08-08. Abuso del derecho como fuente de obligaciones. Aquellas actividades protegidas por el derecho que se ejecutan anómala o disfuncionalmente, motivadas por intereses inconfesables, ilegítimos o injustos que se aparten de los fines económicos - sociales que les son propios, deben considerarse como abusivas y, subsecuentemente, generadoras de la obligación indemnizatoria, como igualmente lo son aquellas que comportan el ejercicio malintencionado e inútil del derecho subjetivo. M.P. Jorge Antonio Castillo Rugeles. Rad. 5372. S.C. 2000-08-09. Responsabilidad civil extracontractual. Normas reguladoras de dicha clase de responsabilidad, en punto de la legitimación activa para demandar el pago de los daños y de la prueba de esa legitimación. M P. Jorge Santos Ballesteros. Rad. 6293. S.C. 2000-08-10. Hermenéutica contractual. Parámetros que debe tener en cuenta el intérprete. M.P. Carlos Ignacio Jaramillo Jaramillo. Rad. 5577. S.C. 2000-08-14. Restituciones mutuas. Frutos, clases de mejoras. M.P. Carlos Ignacio Jaramillo Jaramillo. Rad. 5519. S.C. 2000-08-18. Lesión enorme. En el Código Civil colombiano la lesión enorme obedece a un criterio meramente objetivo, en virtud del cual basta, en principio, que el precio convenido entre los contratantes sea lesivo en la proporción determinada por la ley para que surja la aludida figura; no constituye entonces la lesión un vicio más del consentimiento, y para que se configure, entonces, es indiferente que el contratante perjudicado haya actuado con conciencia de lo inequitativo del precio, o bajo constreñimiento o engaño, o, en fin, compelido por circunstancias ajenas a la convención misma. M.P. Manuel Ardila Velásquez. Rad. 5595.S.C. 2000-08-23. Alcance de la denuncia de falsedad de la declaración de maternidad contenida en las actas del estado civil de una persona. En todos los eventos en que se denuncie dicha clase de falsedad, sin duda se está en presencia de una auténtica y genuina acción de impugnación de esa filiación, así se llame por el actor acción de nulidad del registro o de inoponibilidad o invalidez, pues lo que en el fondo prevalece e importa en todas ellas es que se declare judicialmente que es irreal el hecho afirmado en la partida; cuestión que, por interesar al orden público y social, suscita el debido acatamiento de funcionarios y particulares. M.P. Nicolás Bechara Simancas. Rad. 5215. S.C. 2000-08-25. Diferencia entre invalidez e inoponibilidad de los contratos. Efectos. M.P. José Fernando Ramírez Gómez. Rad. 5377. S.C. 2000-08-25. Contrato de seguro. Mérito probatorio que ofrece la póliza aducida en fotocopia auténtica. M.P. Manuel Ardila Velásquez. Rad. 5445. S.C. 2000-08-25. Corrección monetaria. Art. 1096 del C. de Co. Jurisprudencia que se ha sentado en torno a la expresión «hasta concurrencia de su importe». M.P. Manuel Ardila Velásquez. Rad. 5445. S.C. 2000-08-25. Pertenencia. Terrenos baldíos. Carga de la prueba. En manera alguna el actor, tratándose de la usucapión sobre bienes rurales, tiene la carga de demostrar que el bien no es baldío, es decir, que salió del patrimonio del Estado y que ingresó en el de los particulares, pues esa exigencia no la impone el legislador. M.P. José Fernando Ramírez Gómez. Rad. 5448. S.C. 2000-08-28. Interversión del título. Para que opere es necesario que la mutación de la intención del tenedor de la cosa, se manifieste de manera pública, con verdaderos actos posesorios a nombre propio, con absoluto rechazo del propietario, lo cual debe acreditarse plenamente por quien se dice poseedor, tanto en lo relativo al momento en que operó la transformación, como a los actos categóricos e inequívocos que contradigan el derecho del propietario, pues para efectos de la prescripción adquisitiva de dominio, no puede computarse el tiempo en que se detentó el bien a título de mera tenencia. M.P. Jorge Santos Ballesteros. Rad. 6254. S.C. 2000-08-31. Trascendencia del aporte de capital para la formación de una sociedad marital de hecho. No es imperioso aportar capital o efectos de cualquier índole desde el justo momento de su iniciación. Por tratarse, entonces, de una muy peculiar forma de asociación, surgida del mutuo y paritario quehacer cotidiano de los concubinos, enderezado a explotar una actividad económica para lucrarse de ella, no es posible exigir con inflexible rigurosidad que se determine el momento en que se realizó el primer aporte, o que se condicione su existencia a tal suceso. M.P. Jorge Antonio Castillo Rugeles. Rad. 5523. S.C. 2000-09-04. Eficacia probatoria de los documentos privados. Naturaleza, autenticidad cuando provienen de terceros. M.P. Carlos Ignacio Jaramillo Jaramillo. Rad. 5565. S.C. 2000-0904. Aumentos de la herencia. Que comprende dicho concepto. Si bien es cierto que al tenor del art. 1322 del C.C. es pertinente entender por «aumentos de la herencia» únicamente las accesiones de ésta o el mayor valor alcanzado por los bienes que la conforman a causa de fenómenos naturales o por el transcurso del tiempo, también lo es que la doctrina y la jurisprudencia coinciden con apoyo en lo dispuesto en el art. 1323 ejusdem, que en dicho concepto también se halla involucrado el de los frutos producidos por esa universalidad de bienes, de manera que unos y otros (accesiones naturales y frutos) deben ser restituidos, junto con los bienes herenciales, al heredero de mejor o igual derecho que ha sacado avante la pretensión de petición de herencia. M.P. Nicolás Bechara Simancas. Rad. 5436. S.C. 2000-09-12. Perfeccionamiento del contrato de promesa mercantil. Consensualidad. M.P. José Fernando Ramírez Gómez. Rad. 5397. S.C. 2000-09-12. Interpretación de la demanda. Las palabras sacramentales son cosa del pasado en el campo de la demanda, puesto que las vaguedades que acuse esa pieza procesal, o sus imprecisiones, no pueden constituir la base para dejar de resolver sobre un derecho cuando su reclamo alcanza a percibirse en el contexto de la demanda, vista ésta en conjunto y sin aislar sus partes. M.P. Nicolás Bechara Simancas. Rad. 5573. S.C. 2000-09-12. No es posible la pluralidad de uniones maritales de hecho. No era necesario un mandato legal expreso que prohibiera la simultaneidad de uniones maritales de hecho, ni de los efectos patrimoniales consiguientes, en el caso de que se diera esa hipótesis, pues los requisitos esenciales que exigen la configuración de dicho fenómeno consagrados en la Ley 54 de 1990 repelen su presencia plural. M.P. Silvio Fernando Trejos Bueno. Rad. 6117. S.C. 2000-09-20. Diferencia entre precio lesivo e irrisorio. Será lo primero, cuando la desproporción del precio de la cosa que se recibe alcanza el contraste cuantitativo de la figura de la lesión enorme; lo segundo, cuando la desproporción sube tanto de punto que, por lo ínfimo, aparece como ridículo. Señala la Corte que no hay mayor fundamento legal ni doctrinario para afirmar que en la tarea de averiguar si un precio merece calificarse de irrisorio sea de rigor hurgar las disposiciones mentales de los contratantes y que más bien es lo desmesurado de la desproporción lo que en definitiva estructura el fenómeno. M.P. Manuel Ardila Velásquez. Rad. 5705. S.C. 2000-09-20. Responsabilidad de las aseguradoras con ocasión de los seguros de cumplimiento. Dada la naturaleza jurídica de dicha clase de seguros, el beneficiario, ante el acaecimiento del siniestro, debe demostrar ante la compañía aseguradora, ya mediante reclamo extrajudicial o ya por vía judicial, la existencia del daño padecido y su cuantía, pues sólo hasta allá se extiende la responsabilidad de la compañía a quien, por razón de tal vínculo, le corresponde pagar, únicamente en esa medida, los perjuicios derivados para aquél por causa del incumplimiento de las obligaciones del tomador. No puede entenderse que la aseguradora en todo caso responde por el cumplimiento de las obligaciones del tomador, así éste tuviera motivos válidos para desatenderlas. M.P. Silvio Fernando Trejos Bueno. Rad. 6140. S.C. 2000-09-21. Filiación extramatrimonial del hijo de mujer casada. La pretensión de reclamación del estado civil de hijo extramatrimonial con respecto a un varón determinado, cuando se es hijo de mujer casada, puede impetrarse de la jurisdicción una vez concluido el proceso de impugnación de la paternidad legítima, o acumulándola a esta última súplica. M.P. Carlos Ignacio Jaramillo Jaramillo. Rad.5634. S.C. 2000-09-21. Clasificación de los contratos de la administración en el Decreto Ley 222 de 1983. Régimen legal. Contemplaba dos tipos de contratos: los propiamente administrativos y los de derecho privado de la Administración. M.P. Jorge Santos Ballesteros. Rad. 6367. S.C. 2000-09-27. Estructuración de la causal de nulidad que dimana de la omisión de la consulta. Para determinar la estructuración de dicha causal, no basta verificar objetivamente si la consulta fue omitida como trámite, siendo menester, además, establecer si ese grado de jurisdicción puede entenderse surtido por gracia de un recurso de apelación, sea porque lo promovió el curador ad litem o su representado, o porque sus efectos necesariamente se extienden a todos los que conforman la relación sustancial, lo que esta Sala ya ha puntualizado frente a la indivisibilidad de la sentencia en el litisconsorcio necesario (art. 51 del C.P.C.) y la escindibilidad del fallo en el litisconsorcio facultativo (art. 50. ib.). M.P. Carlos Ignacio Jaramillo Jaramillo. Rad.5560. S.C. 2000-09-29. SALA DE CASACIÓN LABORAL JULIO - SEPTIEMBRE 2000 Fidelidad y buena fe Los empleados de dirección, confianza o manejo vulneran los deberes de lealtad y buena fe en la ejecución del contrato de trabajo cuando actúan como apoderados judiciales del sindicato en contra del empleador. El doble imperativo consagrado en la legislación nacional de deberse ejecutar el contrato de buena fe y de estar obligados los trabajadores de modo general a observar «fidelidad para con el patrono», les impone ajustar su conducta a una regla ética que se revela en el total cumplimiento de sus obligaciones, no sólo a las que se expresan en el contrato «sino a todas las cosas que emanan precisamente de la naturaleza de la relación jurídica o que por ley pertenecen a ella». Aun cuando la doctrina al ocuparse del tema de la «fidelidad» del trabajador respecto de su patrono se ha centrado en las obligaciones que éste tiene de «no violar el secreto de la empresa» y «no competir deslealmente», ello no significa que otros aspectos de la relación laboral sean ajenos a este deber de obrar de buena fe, puesto que en el ámbito de las relaciones jurídicas ésta no es más que una concreta expresión de los usos sociales y una específica aplicación de valores jurídicos que informan la totalidad del ordenamiento positivo. La «buena fe» y la «fidelidad», entendidas dentro del específico campo de las relaciones que surgen entre patronos y trabajadores, exigen que estos últimos cumplan en el comercio jurídico con honestidad y honradez las obligaciones que les imponen la ley y el contrato. Ello implica la plena conciencia de no perjudicar ni engañar, así como la cabal observancia de sus obligaciones de manera franca, sin esguinces, sin trampas, sin abusos. En estos términos, la Sala de Casación Laboral de la Corte Suprema de Justicia determinó que los empleados de dirección, confianza o manejo no pueden constituirse en apoderados judiciales del sindicato de la empresa a la cual pertenecen, porque ello riñe con una de las obligaciones especiales que les impone la ley, pues su condición de representantes del patrono, que como tal los obliga frente a los demás trabajadores dentro del área en la cual ejerce sus labores, no permite que pueda considerarse un proceder leal, correcto y honesto que simultáneamente se enfrente a su empleador en una causa judicial. A juicio de la corporación, este tipo de comportamientos constituyen una de las justas causas para la terminación unilateral del contrato de trabajo, consagradas en el artículo 7º, aparte A, numeral 6 del Decreto Legislativo 2351 de 1965. De acuerdo con la providencia, no puede pasarse por alto que las relaciones de trabajo establecen vínculos que no se circunscriben a los efectos meramente económicos, pues otra cosa establece expresamente la ley, al igual que la doctrina y la jurisprudencia, al hacerlos extensivos a los de “orden moral y ético, los cuales, a la vez, imponen el cumplimiento de las recíprocas obligaciones de manera fiel y de forma que de plano excluyan la posibilidad del daño, entorpecimiento, incumplimiento o concurrencia desleal con la otra parte» (Gaceta Judicial, Tomo CXCVIII, página 131). FUENTE: Sala de Casación Laboral. M.P. Rafael Méndez Arango. Con salvamentos de voto. Rad. 13.722.S.C. 2000-09-25. Reseña de Jurisprudencia Negar las peticiones del pliego no es motivo de anulación del laudo. “ Como según el artículo 461 del Código Sustantivo del Trabajo el fallo arbitral que le pone fina al conflicto ‘ tiene el carácter de convención colectiva en cuanto a las condiciones de trabajo, es dable afirmar que el fin primordial de la convención y el laudo sea ‘el mejoramiento del nivel de existencia de los trabajadores, obteniendo para éstos prerrogativas económicas y sociales superiores a los que consagra la ley; pero de allí no resulta como necesaria consecuencia que sea procedente anular el laudo proferido por un tribunal de arbitramento obligatorio por la sola circunstancia de haber negado las peticiones del pliego, total o parcialmente, puesto que la Constitución ni las leyes le imponen a los arbitradores el deber de conceder en todos los casos lo pedido por el sindicato o por los trabajadores que provocan el conflicto colectivo de trabajo”. M.P. Rafael Méndez Arango. Rad. 14850. S.C. 2000-07-05. Trabajadores de la construcción o sostenimiento de obras publicas. Criterios hermenéuticos sobre tal carácter. Frente a los preceptos legales aplicables, es menester examinar, en cada caso concreto, cuándo se dan los presupuestos para encasillar a un servidor público en una u otra categoría. M.P. José Roberto Herrera Vergara. Rad. 14161 S.C. 2000-07-11. Pensión de jubilación. Reconocimiento. Justa causa de despido. Para que sea justo el despido al que aluden los artículos 3-6 de la Ley 48 de 1968 y 7º literal a) numeral 14 del Decreto 2351 de 1965, es menester que la pensión de jubilación sea directamente reconocida por el empleador y no por otro anterior, o por el ISS. Ello, por cuanto el último nexo es independiente del primero y porque se trata de pensiones regidas por normatividades distintas. M.P. Fernando Vásquez Botero. Rad. 13798. S.C. 2000-07-12. Oportunidad de modificar la demanda. “ … el petitum de la demanda sólo puede aclararse, corregirse o enmendarse dentro de la oportunidad procesal consagrada el artículo 28 inc. 2º del C.P.L., y no, como lo pretendió el censor, con el escrito en que sustentó el recurso alzada, en atención a que ello deviene de un principio con raigambre constitucional cual es el debido proceso consagrado en el canon 29 superior.” M.P. Luis Gonzalo Toro Correa. Rad.13803. S.C. 2000-07-19. Proposición jurídica. Naturaleza del art. 24 del CST. Una proposición jurídica constituida únicamente por el artículo 24 del CST, modificado por el artículo 2º de la Ley 50 de 1990, es deficiente, pues dicha norma no compendia un derecho sustancial en concreto, sino que establece una presunción de carácter legal. M.P. Fernando Vásquez Botero. Rad. 13953. S.C. 2000-08-02. Pensiones del ISS. Pensiones convencionales. Compartibilidad. Los Acuerdos del ISS que regulan la compartibilidad pensional no la supeditan a que primero se conceda la pensión convencional y después la de vejez, pues es distinta la exigencia de tales normas en el sentido de que el empleador siga cotizando hasta que el instituto reconozca la pensión que le corresponde. M.P. Fernando Vásquez Botero. Rad. 13804. S.C. 200008-03. Actualizacion de la mesada pensional. “En efecto, frente a una pensión legal que se reclama en vigencia de la Ley 100 de 1993, como es la de que trata este juicio, no puede aducirse que la disposición legislativa no autoriza la actualización de la base salarial de la pensión para negar su reconocimiento, pues aquella normatividad vino a llenar ese supuesto vacío alegado por quienes así lo consideraban”. M.P. Luis Gonzalo Toro Correa. Rad. 13426. S.C. 2000-08-08. Error de hecho. “… circunscribe el error de hecho a la equivocada interpretación de un precepto convencional y a la falta de apreciación de otro de similar estirpe, lo que en realidad no constituye un error evidente de hecho como lo exige el artículo 90-5 literal b, del Código Procesal del Trabajo. Es decir, confundió la causa del error con el error mismo”. M.P. Luis Gonzalo Toro Correa. Rad. 13900. S.C. 2000-08-08. Pensión de vejez para los trabajadores oficiales con anterioridad a la Ley 100 de 1993. Las reglas dirigidas a los particulares, en los Acuerdos del Instituto de Seguros Sociales que regulaban el riesgo de vejez, no eran aplicables tratándose de trabajadores oficiales, pues si bien tales reglamentos autorizaban la afiliación de servidores públicos vinculados por contrato de trabajo, no se previó en el estatuto pensional de éstos que el sistema del Seguro reemplazara absolutamente su régimen jubilatorio, como si aconteció para los particulares en el artículo 259 del CST M.P. Francisco Escobar Henríquez. Rad. 14163. S.C. 2000-08-10. Procesos entablados contra otros estados-(embajadas) Carencia de jurisdicción de la Corte Suprema. Reiteración jurisprudencia. Las controversias surgidas de relaciones de trabajo, independientemente de la nacionalidad de quien presta el servicio, están sujetas a la jurisdicción del Estado acreditante en los términos del artículo XXXI de la Convención de Viena. M.P. José Roberto Herrera Vergara. Rad. 15163. A. 2000-0814. Diferencias entre la aplicación indebida y la interpretación errónea. Como es sabido, la aplicación indebida y la interpretación errónea son dos diferentes modalidades de violación de la ley sustancial, y precisamente una de las características más notables de la infracción de la ley por «aplicación indebida» es la de que el juzgador entiende rectamente la norma, pero la aplica a un hecho o a una situación no prevista o regulada por ella o le hace producir efectos distintos a los contemplados en la propia norma; mientras que la «interpretación errónea» se produce cuando yerra en cuanto al contenido del precepto legal por desconocimiento de los principios interpretativos, desviándose del cabal y genuino sentido de la disposición. M.P. Rafael Méndez Arango. Rad. 14022. S.C.. 2000-08-18. Carga del recurrente en la violación de la ley por la vía indirecta. Por la seriedad de los fines que persigue, el recurso de casación exige que el recurrente cumpla cabalmente con la carga de demostrar la ilegalidad de la sentencia acusada, de modo que cuando la violación de la ley sustancial se pretende derivar de la falta de apreciación de las pruebas, como aquí acontece, debe el impugnante, si quiere que su acusación quede debidamente fundada, exponer de manera clara qué es lo que la prueba acredita y lo que debió dar por establecido el fallador de haberla apreciado; demostración que debe hacer mediante un análisis razonado y crítico de las pruebas, confrontando la conclusión que se deduzca de este proceso intelectual de argumentación con las conclusiones acogidas en la resolución judicial. M.P. Rafael Méndez Arango. Rad. 13202. S.C. 2000-08-22. Cambio de la naturaleza jurídica de una entidad. Régimen jurídico aplicable. Si el nexo laboral se ejecutó bajo la condición de trabajador oficial, ésta no puede verse afectada por la variación en la naturaleza jurídica de la entidad, pues ello sería tanto como otorgar patente de corzo al nacimiento de un nuevo status de trabajador privado después de fenecido el vínculo que constituyó la fuente de los derechos. M.P. José Roberto Herrera Vergara. Rad. 13712. S.C. 2000-08-23. Cambio legislativo no acarrea modificación de acuerdo colectivo. Mientras el convenio esté en vigor, un cambio legislativo no conduce por sí solo a que dejen de aplicarse los acuerdos con el pretexto de que la mutación legislativa también reguló un tema acordado en la respectiva estipulación. M.P. José Roberto Herrera Vergara. Rad. 14489. S.C. 2000-08-24. El acto administrativo de aprobación de una reforma estatutaria no requiere formalidades especiales. “Ninguno de esos preceptos impone que la aprobación gubernamental debe estar precedida de una forma determinada o que debe producirse en fecha posterior a la adopción de los estatutos o su reforma o a determinadas horas. De suerte que los razonamientos del ad quem tendientes a restarle eficacia a la aprobación contenida en el documento visible a folio 222 por carecer de las formalidades que se indican en la providencia recurrida, parten de una apreciación equivocada tácita del Decreto 224 de 1994, que no exige ninguno de esos requisitos, ni mucho menos que la aprobación de estatutos sea firmada también por alguno de los secretarios del despacho, pues solamente se refiere a que la suscriba el gobernador”. M.P. Carlos Isaac Náder. Rad. 15481. S.C. 2000-08-24. La Ley 100 de 1993 se aplica a la invalidez configurada durante su vigencia. “El artículo 16 del CST dispone que las normas de esa naturaleza, por ser de orden público producen efecto general inmediato, debiéndose aplicar a los contratos de trabajo que estén vigentes en el momento en que dichas normas empiecen a regir, luego teniendo en cuenta que el demandante fue declarado inválido a partir del 18 de marzo de 1997, fecha para la cual las disposiciones de la Ley 100 de 1993 ya estaban en plena vigencia, según se infiere de los artículos 151 y 289, hay que convenir con el recurrente que los preceptos aplicables son esos y no los del Acuerdo 049 de 1990 que indebidamente aplicó el Tribunal. Se incurrió, pues, por parte del ad quem en la infracción que le endilga el cargo al apoyar su decisión en disposición distinta a la que regula el asunto, toda vez, que no es el Decreto 758 de 1990, aprobatorio de ese acuerdo el que gobierna la situación de autos, porque la invalidez no se estructuró con anterioridad al 1º de abril de 1994; tampoco se previó un régimen de transición en la Ley 100 respecto a esta prestación, y, es inadmisible aplicar el principio de la condición más beneficiosa al trabajador, en razón a que no existe duda sobre la preceptiva que debe aplicarse”. M.P. Carlos Isaac Náder. Rad. 13986. S.C. 2000-08-24. El vínculo jurídico del servidor público no es inmodificable. El vínculo jurídico de un servidor público, y las consecuencias que de allí se derivan en materia del régimen laboral que le resulte aplicable, no es una situación inmodificable o inmutable, pues puede ser variado por normas posteriores, de modo que la calidad de empleado público o trabajador oficial no constituye un derecho adquirido. M.P. Rafael Méndez Arango. Rad. 14146. S.C. 2000-08-25. PRINCIPIO DE FAVORABILIDAD ART. 21 CST ES APLICABLE AL SECTOR OFICIAL. EL ARTÍCULO 21 DEL C.S.T CUYO TEXTO POR PERTENECER AL TÍTULO PRELIMINAR DE DICHO ESTATUTO HA CONSIDERADO LA SALA QUE ES APLICABLE COMO PRINCIPIO GENERAL DE DERECHO DEL TRABAJO EN TODAS SUS ÁREAS, SIN EXCLUIR EL RÉGIMEN DE LOS TRABAJADORES OFICIALES, PREVÉ QUE EN CASO DE CONFLICTO SOBRE NORMAS VIGENTES DE TRABAJO, PREVALECE LA NORMA MÁS FAVORABLE AL TRABAJADOR, PERO “LA NORMA QUE SE ADOPTE DEBE APLICARSE EN SU INTEGRIDAD”. ESTA DISPOSICIÓN POR TANTO DESCARTA LA POSIBILIDAD DE ACUMULAR ASPECTOS FAVORABLES AL TRABAJADOR, DE DISTINTAS NORMAS VIGENTES COSA QUE EN EL FONDO PROPONE EL RECURRENTE. M.P. FRANCISCO ESCOBAR HENRÍQUEZ. RAD. 14480. S.C. 2000-09-11. Acción de reintegro. Circunstancias que se examinan. Las circunstancias que debe examinar el juez laboral para decidir sobre un reintegro pueden ser anteriores, coetáneas o posteriores al despido, mas no puede entenderse que solamente debe estudiar las que dieron lugar a éste, o que sea necesario expresarlas a la terminación del contrato, pues en este punto lo que se indaga es la conveniencia o inconveniencia del reintegro del demandante, independientemente de la calificación del acto que extingue la atadura. M.P. Fernando Vásquez Botero. Rad. 14164. S.C. 2000-09-20. Pensión de invalidez. Art. 39- Ley 100/93. El afiliado cotizante debe haber cotizado al menos 26 semanas al momento de producirse el Estado de invalidez, lo que indica que todas ellas deben ser anteriores a su estructuración, sin importar que se hayan pagado en el año inmediatamente precedente, como sí se requiere para quienes al momento de producirse la invalidez hubiesen dejado de aportar en este Seguro. M.P. José Roberto Herrera Vergara. Rad. 14206. S.C. 2000-09-22. Solidaridad del municipio que subcontrata con particulares. “… la razón histórica que inspiró la consagración normativa de la solidaridad que hoy ocupa la atención de la Sala, fue evitar que los derechos de los trabajadores fueran burlados cuando los grandes empresarios contrataran la ejecución de una o más obras y los contratistas o subcontratistas no tuvieren la solvencia económica para responder por las acreencias laborales causadas, de tal manera que pudiera acudirse a obligar al beneficiario de ella a satisfacerlas, facultándole a su vez la acción de repetición por lo pagado”. M.P. Luis Gonzalo Toro Correa. Rad. 14038. S.C. 2000-09-26. No prescribe auxilio de alimentación como factor para pensión. “…el auxilio de alimentación reclamado no prescribe como factor salarial a tener en cuenta en la liquidación de la pensión de jubilación”. M.P. Luis Gonzalo Toro Correa. Rad. 14184. S.C. 2000-09-26. Despido del trabajador oficial por justa causa requiere invocación del motivo. Debe entenderse que si bien los artículos 48 y 49 del Decreto 2127 de 1945, aplicables a los trabajadores oficiales, no contemplan en forma expresa la obligación de alegar la causal en el momento de producirse el despido con justa causa, corresponde entender implícito el requisito por la índole propia del modo de terminación y en atención, fuera de lo arriba dicho, a la lealtad que se deben las partes la cual las obliga a cumplir de buena fe con todas las obligaciones contractuales y a ejercer del mismo modo sus facultades. M.P. Francisco Escobar Henríquez. Rad. 14342. S.C. 2000-09-28. SALA DE CASACIÓN PENAL JULIO - SEPTIEMBRE 2000 Custodia de depósitos judiciales El juez no puede delegar en sus subalternos la función de custodia y manejo de los títulos de depósito judicial. La omisión de este deber legal no lo exime de tal responsabilidad. Peculado culposo. La ley, con la finalidad de proteger los bienes entregados a la vigilancia del Estado y, por consiguiente, el bien jurídico de la función administrativa pública, que debe aparecer transparente y confiable ante los asociados, quiso que el juez no se pudiera desentender de la custodia y manejo de los títulos de depósito judicial. Por tal razón, este deber es indelegable. De manera que si indebidamente se delega, la responsabilidad sigue en cabeza del funcionario, sin perjuicio de la que le corresponda a aquél en quien arbitrariamente se confió. Es mas, el deber de cuidado exigible con relación a dichos comprobantes no es el mismo que se demanda a los funcionarios con respecto a los bienes oficiales confiados a su administración, sino que la propia legislación impone expresamente un cuidado especial, en razón del riesgo de pérdida, daño o extravío a que están sujetos. Sin embargo, aunque la función de custodia material de los títulos de depósito judicial le corresponde específicamente al juez, ello no implica que el secretario y demás empleados judiciales queden excluidos del deber general de responder por los muebles y demás elementos del despacho, entre ellos los títulos. En otras palabras, la custodia material de los títulos le corresponde al juez, por lo cual debe manejarlos físicamente. Pero si por razón misma de las circunstancias se ve forzado a entregar ese manejo físico al secretario, sigue obligado a la custodia material, la que hará efectiva con las medidas adecuadas de vigilancia y control. Si la abandona y se desentiende de ella, el compromiso permanece radicado en él, independientemente del que corresponda al empleado a quien se dejó. Al abordar el análisis de la omisión del deber de cuidado en cabeza del funcionario judicial, la Sala de Casación Penal de la Corte Suprema de Justicia concluyó que la sustracción y cobro indebido de los citados depósitos puede llegar a involucrar al juez en el delito de peculado culposo, a raíz de su comportamiento negligente y descuidado. Ello con base en la facultad indelegable que le otorga el Decreto 1798 de 1963, por medio del cual se reglamentó el artículo 4° de la Ley 2° de 1963, así como del deber de los funcionarios y empleados de «responder por la conservación de los elementos, útiles, materiales, equipos, muebles y demás bienes confiados a su guarda o administración y rendir cuentas de su utilización», contenido en el literal “I” del artículo 55° del Decreto 052 de 1987. FUENTE: Sala de Casación Penal. M.P. Jorge E. Córdoba Poveda. Rad. 11541. S.I. 2000-08-23. Reseña de jurisprudencia Determinador. “Determinar a otro”, en el sentido gramatical transitivo que utiliza el artículo 23 del Código Penal, no es simplemente hacer nacer en él la idea criminal, sino conducirlo o acompañarlo a tomar una resolución delictiva. El determinador impulsa en el autor material la idea criminal, mediante actos externos que pueden ser anteriores o concomitantes a la realización física. Es posible determinar a otro mediante la orden, el consejo o el imperio del temor reverencial, dentro de un ámbito de repartición de tareas, según el cual el determinador planea y dispone, mientras el autor material lleva a cabo lo programado, pues tales dimensiones de conducta implicadas en doble vía son las que justifican la equiparación de ambos conceptos en el precepto mencionado, mas no la concepción del primero como mero incentivador de un comportamiento que apenas se piensa y no se resuelve. M. P. Jorge Aníbal Gómez Gallego. Rad. 12.758. S.C. 2000-07-11. Vigencia de la ley procesal penal y favorabilidad. A propósito de la nueva regulación de la casación (Ley 553 de 2000), la regla general es que en materia procesal penal se aplica la norma vigente al momento de producirse el acto procesal, de acuerdo con el artículo 40 de la Ley 153 de 1887, sin perjuicio de la favorabilidad en lo que atañe a las disposiciones procesales de efectos sustanciales, que es principio constitucional y legal. Sin embargo, la favorabilidad debe proclamarse de estatutos o disposiciones completas, pues no pueden cuartearse en su aplicación para crear una lex tertia. Ahora bien, con el fin de saber si la nueva ley es más favorable que la anterior, se hace necesaria una predicción racional, en el sentido de retrotraerse mentalmente para suponer que ella era la vigente al momento del hecho procesal antecedente y de tal manera se extrae el juicio de favorabilidad por comparación. M. P. Jorge Aníbal Gómez Gallego. Rad. 14.987. S.C. 2000-07-12. Prolongación ilícita de privación de la libertad. El delito de prolongación ilícita de privación de la libertad, forma parte del capítulo segundo, del título décimo del libro segundo del Código Penal, conjunto normativo que tutela el bien jurídico de la libertad. El derecho fundamental a la libertad de locomoción, de rango constitucional y legal, puede ser disminuido excepcionalmente por ejemplo cuando se realiza una probable acción u omisión delictiva. Sin embargo, aún en este evento, la ley ha sido muy cuidadosa al exigir que esa reducción del derecho esté totalmente encauzada y para ello ha establecido muchas precauciones, vgr., fijar los motivos y las maneras de capturar; establecer los requisitos y los términos para oír en descargos al aprehendido; sentar las bases sustanciales, formales y temporales para detener; determinar los plazos más allá de los cuales se impone la liberación del capturado; crear los soportes o fundamentos de cada medida limitativa o restrictiva de la libertad, etc. Como se observa en la Constitución y en la ley, entonces, el legislador ha sido sumamente cauteloso y escrupuloso cuando se impone la necesidad de coartar por mandato legal el bien jurídico de la libertad. A ese ánimo garantizador se debe el que en el CPP todo lo relacionado con la desmejora de la libertad esté exactamente regulado, perfectamente delineado y estrictamente definido, inclusive de manera expresa, como para no dejar posibilidades a lo tácito, presunto o implícito. Y la consecuencia del desobedecimiento a la ley precisa y patente también es nítida: vulneración objetiva del derecho a la libertad. M.P. Alvaro Orlando Pérez Pinzón. Rad. 15676. S.I. 2000-07-21. CONCEPTO DE DOLO. PARA QUE SE CONFIGURE EL DOLO SE REQUIERE QUE AL OBRAR EL AUTOR TENGA CONCIENCIA DE QUE ACTÚA TÍPICA Y ANTIJURÍDICAMENTE RESPECTO DE UNA DEFINICIÓN ESPECÍFICA, Y QUE DE MANERA VOLUNTARIA DESARROLLE ESE CONOCIMIENTO Y OFENDA EL INTERÉS QUE PROTEGE EL LEGISLADOR. EN PALABRAS SIMILARES, CON LA JURISPRUDENCIA DE LA CORTE, EL DOLO ES EL ASPECTO SUBJETIVO DE LA INFRACCIÓN; SE CALIFICA COMO LA PLENA CONCIENCIA QUE TIENE EL SUJETO ACTIVO DE QUE CON SU ACCIÓN VIOLA LA LEY PENAL (14 DE MARZO DE 1961, G.J.T. XCV, NO. 2238, P. 171); SIGNIFICA LA REALIZACIÓN DE UN HECHO PENALMENTE ANTIJURÍDICO CON CONOCIMIENTO DE SU TÍPICA ILICITUD, CON CONCIENCIA DE SU ANTIJURIDICIDAD Y CON VOLUNTAD DE EJECUTARLO (9 DE AGOSTO DE 1983, M. P. DR. ALFONSO REYES ECHANDÍA), E IMPLICA, COMO EXPRESAMENTE LO ESTABLECE EL ARTÍCULO 36 DEL C.P., EL CONOCIMIENTO DE QUE SE ESTÁ COMETIENDO UN HECHO PUNIBLE, Y SE QUIERE SU REALIZACIÓN, INDEPENDIENTEMENTE DE QUE EL AUTOR SE PROPONGA CAUSAR PERJUICIO A OTRA PERSONA CON DICHA CONDUCTA ILÍCITA ( 7 DE MARZO DE 1989, M.P. DR. JAIME GIRALDO ANGEL. G.J.T. CXCIX PRIMER SEMESTRE-, NO. 2438, PS. 151/2). M.P. ALVARO ORLANDO PÉREZ PINZÓN. RAD. 15676. S.S.I. 2000-07-21. La naturaleza de una providencia la fija la ley y no el funcionario que la profiere. Si el fiscal o el juez, al denegar la práctica de un medio de prueba, lo hace mediante una providencia, en la cual, en su parte resolutiva se consigna el término “cúmplase”, tal circunstancia no puede desconocer la naturaleza de la decisión ni, por ende, impedir a los sujetos procesales expresar su inconformidad mediante los recursos. M.P. Jorge E. Córdoba Poveda. Rad. 12034. S.C. 2000-08-10. Falsedad material de empleado oficial en documento público. Adulteración de factura de compra. La lesividad de la conducta descrita en el artículo 218 del Código Penal se establece a partir de la afectación real o potencial de la fe pública, para lo cual es indispensable tener en cuenta el aspecto relativo al ámbito funcional del empleado o servidor, pues el sentido de la relación órbita funcional – facultad documentadora no puede entenderse de manera que conduzca a la paradoja de identificar la fe pública con la falsificación, porque ningún funcionario tiene la facultad de falsificar. Si así fuera, las normas no podrían cobijar siquiera falsedades ideológicas. Lo relevante es que el sujeto activo tenga estatutaria o reglamentariamente la vocación de participar en la función que da lugar a la alteración. Así, tampoco resulta contradictorio ni excluyente que, paralelamente, el sujeto activo incurra en el delito de abuso de función pública, teniendo en cuenta que esta conducta hace referencia a la realización de funciones públicas diferentes a las que legalmente corresponden al servidor público. M.P. Carlos E. Mejía Escobar. Rad. 14655. S.C. 2000-08-14. La no inclusión del delito imputado en la parte resolutiva del pliego de cargos no genera nulidad. Cuando en la resolución de acusación el delito se imputa, tanto fáctica como jurídicamente, en la parte motiva, pero por inadvertencia no se menciona en la parte resolutiva, no hay nulidad. M.P. Jorge E. Córdoba Poveda. Rad. 11982. S.C. 2000-08-17. Intervención del procesado en la audiencia pública. No dar la palabra al procesado para alegar en la audiencia pública de juzgamiento, cuando tuvo la oportunidad de explicar su comportamiento al darle la palabra por primera vez, constituye una irregularidad intrascendente. M.P. Jorge E. Córdoba Poveda. Rad. 11445. S.C. 2000-08-23. La violación del derecho de defensa como causal de nulidad, invocada en el traslado previsto por el artículo 446 del Código de Procedimiento Penal, debe ser resuelta inmediatamente y no diferida para el fallo. “ En relación a la nulidad por violación del derecho de defensa, fundada en que el apoderado no solicitó las pruebas extrañadas en la causal anterior, y redujo su actuación a apelar la medida de aseguramiento, sin siquiera presentar alegatos de conclusión, debido a que fue nombrado servidor público; la Sala ante todo, disiente del criterio plasmado por el Tribunal, referente a aplazar para el momento de la sentencia su decisión, como quiera que esta forma de discurrir se opone abiertamente a la razón de ser de las previsiones contenidas en los artículos 446 y 454 del CPP, ya que uno de los fines del primer precepto, es servir de cedazo para conjurar el adelantamiento del juicio con vicios que afecten su legalidad, y la segunda diferir para el fallo la resolución de aquellas postulaciones que no tengan que ver con la libertad y detención del acusado, con la práctica de pruebas, y que no incidan sustancialmente en el trámite de la causa, circunstancia última que concurre en este caso, habida cuenta que de haberse violado el derecho de defensa y no declarar la nulidad inmediatamente, constituiría una omisión grave con incidencia en la causa, ya que se impulsaría un procedimiento irregular, vulnerando el principio de economía procesal, reflejado en el desgaste inútil tanto económico como humano de la administración pública y de los sujetos procesales”. M.P. Edgar Lombana Trujillo. Rad. 15916. S.I. 2000-08-28. Falsa denuncia contra persona determinada, agravada por la circunstancia prevista en el artículo 169 del Código Penal. “El cierto, que la perfección del delito de falsa denuncia contra persona determinada, se logra con la presentación formal de la queja, bajo juramento, y conteniendo un relato detallado de los hechos delictivos, atribuidos a una persona determinada. Pero si a ello se agregan pruebas simuladas, con el ánimo de aumentar la convicción del funcionario, el mayor contenido de injusto y de realización del tipo es notorio, dado que la administración de justicia sufre mayores dificultades para superar el error en que fue inducida, siendo natural que quien así actúa sea penado con mayor drasticidad. Ahora, “si simular es desfigurar la realidad para expresar como verdad lo que no es”, es obvio que la incorporación de la escritura y el documento privado que contienen los contratos simulados, es una forma de simular pruebas, dado que con ellos el aforado aspiraba a demostrar al funcionario que los hechos noticiados eran ciertos, siendo consciente de su mendacidad. Es que lo trascendental en la adecuación de esta circunstancia, no es atender al momento de la creación de la prueba ni la finalidad que en ese instante se persiga, sino que se haga valer dentro del proceso como medio de convicción, arreciando el daño irrogado a la administración de justicia”. M.P. Edgar Lombana Trujillo. Rad. 13349. S.U.I. 2000-08-14. Falsedad de particular en documento público agravado por el uso. El traspaso de los vehículos automotores es en su génesis un documento privado. No obstante, en el punto de la diligencia de autenticación de firmas ante Notario, el documento en dicho aparte se torna público. En consecuencia, la adulteración y posterior utilización de documentación que ha llegado a tal fase conduce al delito de falsedad de particular en documento público agravado por el uso. M.P. Mario Mantilla Nougués. Rad. 15010. S.C. 2000-08-31. Correspondencia entre el contenido material de la apelación y la impugnación extraordinaria. Coherente con el sistema procesal penal que nos rige, que en materia de impugnación prescribe una limitante en el conocimiento del superior para desatar el recurso de alzada interpuesto, conforme con la regulación positiva consagrada por el artículo 217 del C. de P.P., de conformidad con el cual sólo le está permitido al juzgador de segundo grado revisar en forma exclusiva los aspectos impugnados, salvedad hecha de aquellos casos en que procede la consulta, ha entendido la jurisprudencia de la Sala que tratándose del recurso extraordinario de casación también se impone al actor mantener identidad entre aquello que ha sido objeto de inconformidad en las instancias y lo que configura el objeto de la demanda, es decir, que debe existir unidad sustancial de materia entre el tema que se cuestiona ante el ad quem y el que ante esta sede se propone como motivo de agravio para el impugnante. De ahí que, cuando no exista correspondencia entre el contenido material de la apelación - pues no se trata de una simple cotejación mecánica o formal-, y la impugnación extraordinaria, carezca el demandante de interés jurídico para impetrarla, habida cuenta que limitado su conocimiento sobre la decisión de primer grado por la materia recurrida, en relación con aquellos aspectos no comprendidos en ella, no pueden atribuirse al Tribunal yerros en que desde luego no ha podido estar incurso. M.P. Carlos Augusto Gálvez Argote. Rad. 13804. S.C. 2000-08-31. Defensa técnica. Esta prerrogativa es intangible y su ejercicio debe ser permanente y real. Intangible, en cuanto que el imputado no puede renunciar a ella, ni el Estado a su obligación de garantizarla. Permanente, porque por mandato constitucional (artículo 29) debe ser suministrada durante todo el proceso (investigación y juzgamiento), sin ninguna clase de limitaciones. Real, teniendo en cuenta que su práctica no puede entenderse asegurada por la sola circunstancia de contar nominalmente el imputado con un abogado defensor, sino que es necesario que se realice materialmente, mediante actos positivos de gestión, o de actitudes vigilantes del acontecer procesal, susceptibles de ser constatadas a través de actuaciones objetivas. M.P. Fernando Arboleda Ripoll. Rad. 16817. S.C. 2000-09-07. Vicios de garantía o estructura e incorrecciones en la práctica de pruebas. Los vicios de actividad reprochables por atentar contra las formas propias del juicio o los derechos de quienes intervienen en el proceso penal, esto es, por configurar típicos yerros de estructura o de garantía de los sujetos procesales, son atacables en casación por la tercera causal, no siendo apropiada esta vía cuando el defecto alegado es ajeno a la regularidad de los trámites y está encaminado a destacar incorrecciones propias de desconocer aquellas normas que condicionan la producción o aducción de una prueba al proceso, pues en estos casos los desarreglos censurables están exclusivamente referidos a la manera como se ha rituado la consecución del medio y de cómo se la incorporado a la actuación penal. En casos semejantes, como principio general se ha dicho que los vicios que pueden llegar a afectar una prueba no trascienden a la estructura del proceso, es decir, que todos sus efectos se contraen a la invalidez del medio, cuando se pretermiten aquellos requisitos esenciales para poder ser admitido válidamente, caso en el cual debe predicarse la concurrencia de errores de derecho por falso juicio de legalidad, atacables en casación por la primera causal del art. 220 del CPP. M.P. Carlos Augusto Gálvez Argote. Rad. 12736. S.C. 2000-09-11. Acceso carnal abusivo con menor de 14 años de edad. Presunción de incapacidad del menor para decidir libremente sobre su sexualidad en el artículo 303 del Código Penal. El juez no puede discutir la presunción de incapacidad para decidir y actuar libremente en materia sexual, que la ley establece en pro de los menores de 14 años con el propósito de protegerlos en su sexualidad. Este supuesto es de carácter absoluto y no admite, por tanto, prueba en contrario. La ley ha determinado que hasta esa edad el menor debe estar libre de interferencias en materia sexual, y por eso prohibe las relaciones de esa índole con ellos, dentro de una política de Estado encaminada a preservarle en el desarrollo de su sexualidad. En la nueva clasificación del Código Penal de 1980 y la Ley 360 de 1997, el acceso carnal consentido con menor de 14 años fue reubicado dentro de los actos sexuales abusivos. Se estimó, con razón, que ni ontológica ni jurídicamente podía sostenerse que el acto fuese violento _como lo concebía el Código Penal de 1936_ y que, en la realización de esta conducta, realmente se presenta es un aprovechamiento abusivo de la condición de inmadurez de la víctima, derivada de su minoridad. M.P. Fernando Arboleda Ripoll. Rad. 13466. S.C. 2000-09-26. APUNTES DEL ENCUENTRO La verdad y las formas jurídicas: tendencias de la prueba* Por JOSÉ FERNANDO RAMÍREZ GÓMEZ Magistrado Sala de Casación Civil *Este artículo corresponde al texto de la ponencia presentada por el autor durante la instalación del Tercer Encuentro de la Jurisdicción Ordinaria, realizado en Manizales del 14 al 16 de septiembre de 2000. Entre el 21 y el 25 de mayo de 1973, Michel Foucault, pronunció un ciclo de conferencias en la Pontificia Universidad Católica de Río de Janeiro. Estas conferencias dieron lugar a la edición de un pequeño texto titulado “La verdad y las formas jurídicas”1 , nombre que igualmente tuve a bien proponer para esta conferencia, porque entre el objetivo de sus intervenciones en el Brasil y el de ésta, hay alguna similitud, pues mi propuesta es mostrar a ustedes el estado actual de la prueba como forma jurídica para el hallazgo de la verdad, a partir de prácticas sociales que engendran y pueden llegar a engendrar dominios de saber que no sólo hacen que aparezcan nuevos objetos, conceptos y técnicas, sino formas jurídicas que puestas al servicio de la justicia, permiten el descubrimiento histórico de esa verdad. En la segunda de esas conferencias, Foucault dice que el primer testimonio de la investigación de la verdad en el procedimiento judicial griego se halla en la Iliada. Se trata, dice, de la historia de la disputa de Antíloco y Menelao durante los juegos realizados con ocasión de la muerte de Patroclo. En esos juegos hubo una carrera de carros que, como de costumbre, se desarrollaba en un circuito con ida y vuelta, pasando por una baliza que debía rodearse tratando de que los carros pasaran lo más cerca posible. Los organizadores de los juegos habían colocado en este sitio a alguien que se hacía responsable de la regularidad de la carrera, o sea, un testigo, “aquél que está allí para ver”. La carrera comienza y los dos primeros competidores que se colocan al frente a la altura de la curva son Antíloco y Menelao. Se produce una irregularidad y cuando Antíloco llega primero Menelao eleva una queja y dice al jurado que Antíloco cometió una irregularidad. Cuestionamiento. ¿Cómo establecer la verdad? Curiosamente, dice Foucault, en este texto de Homero no se apela a quién observó el hecho, el testigo que estaba junto a la baliza, sino que la querella se plantea entre los adversarios, de la siguiente manera: después de la acusación de Menelao “tu cometiste una irregularidad” y de la defensa de Antíloco “yo no cometí irregularidad”, Menelao lanza un desafío: “Pon tu mano derecha sobre la cabeza de tu caballo, sujeta con la mano izquierda tu fusta y jura ante Zeus que no cometiste irregularidad”. En ese instante, Antíloco, frente a este desafío, que es una prueba, renuncia a ella, no jura y reconoce así que cometió la irregularidad. La anterior es una singular manera de descubrir la verdad, vieja y bastante arcaica, pero que igualmente se observa en la Alta Edad Media. No se acude al testigo, pero si el contrincante acepta el desafío, si hubiere jurado, el descubrimiento final de la verdad queda en manos de los dioses y sería Zeus, castigando el falso juramento, si fuere el caso, quien manifestaría con su rayo la verdad. Esta la investigación de la verdad cuando el poder estaba en manos de los dioses, no de los hombres, de ahí la exclusión del testigo. Luego, la historia de la verdad, porque ella también la tiene, nos presenta como detentadores del saber y del poder de decir la verdad, al rey y a quienes lo rodeaban. Hoy, cuando los mitos se derrumban, pero el mundo se hace más racional, «El testigo, el humilde testigo puede por sí solo, por medio del juego de la verdad que vio y enuncia, derrotar a los más poderosos”. Se disemina el saber, y el poder se distribuye, dando lugar a la apropiación de la función judicial por el Estado Moderno, donde es posible verificar una sucesión de etapas o períodos históricos, que nos traen del “Estado absolutista” del siglo XVII al “Estado de derecho” de principios del siglo XX, hasta llegar al “Estado constitucional”, al “Estado social de derecho”, que actualmente se identifica, donde a partir del reconocimiento del carácter pluralista de la sociedad, en consideración a la “presencia de una diversidad de grupos sociales con intereses, ideologías y proyectos diferentes, pero sin que ninguno tenga fuerza suficiente para hacerse exclusivo o dominante…”, como lo afirma Zagrebelsky en El derecho dúctil2 , se hace un replanteo del concepto interno y externo de soberanía y la versión tradicional de separación de poderes, sufre una evidente fractura, porque el judicial supera su rol clásico de equilibrio entre los otros dos y el paradigma del juez como simple “boca de la ley” también se erosiona, porque el propio principio de legalidad que afirmaba el Estado liberal igualmente se revisa. Esta moderna concepción del Estado que empieza con una Constitución de principios y valores “con carácter no absoluto”, como fórmula para admitir la convivencia de la pluralidad social, da margen a un inusitado desarrollo del poder judicial, por cuanto la demanda judicial se incrementa y con ella las competencias de la judicatura, que pasa de la tutela de los simples intereses particulares, a la de los colectivos y los difusos. Salvaguarda la Constitución, pero también la ley y los actos particulares. Adquiere un compromiso de amparo con los derechos fundamentales, pero sin olvidar los que carecen de esta jerarquía. En fin, garantiza los derechos ciudadanos, limita el poder político y asegura la soberanía popular. Desde luego que este protagonismo y este mayor grado de incidencia en la actividad pública y privada, que necesariamente fortalece la judicatura, tiene como contrapesos dos factores de equilibrio: la responsabilidad del juez, que va de lo personal a lo social, y el compromiso ético y político con la defensa de las garantías procesales y los derechos fundamentales. Y a fuer que es en la investigación de la verdad donde el juez debe conocer y hacer efectivos los mencionados contrapesos, no sólo porque la fuerza y la legitimidad de la justicia depende, entre otras cosas, del respeto de las garantías procesales, empezando por la independencia que en concreto debe manifestar imparcialidad, para a partir de ahí hacer real, serio y actuante el debido proceso, sino por la conexidad esencial que se presenta entre la prueba y derechos fundamentales tan caros para el hombre, como la libertad, la intimidad, el libre desarrollo de la personalidad, etc. Como bien se sabe, los hechos que son externos al proceso, pero que a éste llegan por virtud de los medios probatorios para producir persuasión al juez, sólo cobran relevancia en tanto hayan pasado el tamiz de las reglas probatorias, pues no empece ellos descubrir la verdad, su eficacia es ninguna, si en el procedimiento de producción, aseguramiento, incorporación y valoración no salen indemnes los valores jurídicos que se hacen presentes en los principios fundamentales del derecho probatorio que desde la Constitución normatizan ese procedimiento. Pensemos en el derecho a la prueba, el derecho a su contradicción, la presunción de inocencia, el derecho a la no autoincriminación, la licitud y la legalidad de la prueba, y por supuesto la apreciación racional de la prueba. Todos ellos integrantes del contenido esencial del debido proceso, que al fin de cuentas es el que resulta lesionado cuando se menosprecia ese procedimiento, y por contera la dignidad de la persona, pues no podemos olvidarnos que ésta es el epicentro del proceso y que la afectación de sus derechos es la que está en juego en una decisión judicial. Miremos así sea someramente, el funcionamiento de los cuatro principios que en mi opinión son más problemáticos: la presunción de inocencia, el derecho a la no autoincriminación, la licitud y legalidad de la prueba y la apreciación racional de la misma, y empecemos por decir que los cuatro son principios generales, si entendemos por tal particularidad, la funcionalidad creadora, interpretadora e integradora de todo el ordenamiento jurídico probatorio, sin importar el área o materia sustancial a la cual presta servicio. La mayoría se consagra expresamente en todos los Códigos de Procedimiento nuestros. De manera que la presunción de inocencia que aparece reconocida por el artículo 29 de la Constitución Política, es derecho fundamental general como lo sostiene el Tribunal Constitucional Español, y no exclusivo del proceso penal y penal administrativo, como lo afirma la Corte Constitucional Colombiana y en su oportunidad lo predicó la Sala Plena de la Corte Suprema de Justicia. Si el proceso es un instrumento para investigar la verdad y una garantía para ella y la libertad, no se entiende cómo en sistemas acusatorios como el nuestro donde el proceso parte de la formulación de una pretensión, pudiera desconocerse la carga que tiene esa parte (la demandante), de probar los fundamentos fácticos de su petitum. El principio de la carga de la prueba que consagran normas como el artículo 177 del Código de Procedimiento Civil, no puede tener fundamento distinto al de la presunción de inocencia. La Fiscalía en el proceso penal como titular de la pretensión punitiva tiene la carga de probar el estado de hecho de su acusación. Mutatis mutandi esa es la posición de la parte demandante en cualquier otro proceso (civil, comercial, laboral, familiar). A ella le incumbe demostrar los supuestos de hecho en que finca su pretensión. ¿Por qué? Porque al demandado no se le puede deducir responsabilidad mientras los supuestos de ella no hayan sido probados. Muy distintas, son las presunciones e in dubios que se manejan en algunos campos jurisdiccionales como técnicas para salvaguardar la igualdad, que en no pocas veces la naturaleza o el sistema político o económico, desequilibra, porque como dice Anton Menger, “no existe una desigualdad mayor que la de tratar las desigualdades de modo igual”. Carga de la prueba que en mi entender es otra manera de decir presunción de inocencia. Carga que en cuanto se refiere al proceso judicial que tiene como objeto una pretensión de interés privado, debe mirarse en su sentido dinámico, es decir, distribuyéndola entre las partes para demandar de cada una de ellas la prueba de los hechos que están en posibilidad de demostrar y constituyen fundamento de sus alegaciones, pues este es el principio implícito en el artículo 177 del Código de Procedimiento Civil, cuando exonera de la prueba las afirmaciones o negaciones indefinidas, precisamente por la dificultad de concretarlas en el tiempo o en el espacio, y por ende demostrarlas. Por supuesto, que así entendido el principio, no sólo se le reconoce el carácter dinámico, sino que se le confiere una dimensión socializante y moralizadora, para hacer de la igualdad de las partes, no un simple enunciado formal, sino una realidad efectiva. Ahora, con lógica en el artículo 33 de la Constitución opera nuevamente la presunción de inocencia para dar lugar a otro principio, cual es el derecho a la no autoincriminación, también en mi opinión, de carácter general, pero esto ya como una simple constancia académica, porque la Corte Suprema de Justicia en Sala Plena, profirió el 7 de octubre de 1991, fungiendo como Tribunal Constitucional, sentencia donde restringió la vigencia del principio a los ámbitos penales, policivos y correccionales, como luego lo hizo la Corte Constitucional en sentencia C-426 de 1997. Por lo demás, la Sala de Casación Penal en sentencia de 19 de enero de 1994, reiteró lo restringido del principio, cuando dijo que “la aplicación extensiva de esta garantía a asuntos distintos de los penales, correccionales o de policía, atentaría contra los deberes y obligaciones”. Claro que el artículo 33 no se agota en el principio que se viene comentando, por cuanto la segunda parte de la norma consagra el llamado derecho a la «solidaridad íntima”, que implica el establecimiento de solidaridades y derechos al silencio, destinados a proteger la organización familiar como núcleo de la sociedad, siendo este un derecho fundamental que se puede ejercer en cualquier tipo de proceso, puesto que no queda cobijado por la interpretación restringida que hicieron las Cortes, pues el examen de constitucionalidad sólo comprendió el primer aspecto, ya que se trataba de darle la exequibilidad a normas que establecían la carga de la declaración de la parte, en un caso en materia tributaria y en el otro sobre el interrogatorio de parte en el Código de Procedimiento Civil. Tratándose de la legalidad y licitud de la prueba, ya sabemos que es principio explícitamente reconocido por el inciso final del artículo 29 de la Constitución. Con este principio la Constitución rechaza todo sistema de investigación, judicial o extrajudicial, que implique acudir a medios ilegítimos. Quedaron así proscritas todas las formas técnicas de obtener información: el narcointerrogatorio, la hipnosis, el detector de mentiras, y desde luego, la tortura, los tratos crueles, inhumanos o degradantes, prohibidos por el artículo 12 de la Constitución, y la “inquisitio veritatis per tormenta”, considerada como crimen contra la humanidad por la convención contra la tortura y otros tratos o penas crueles, inhumanos o degradantes, de las Naciones Unidas, aprobada por la Ley 70 de 1986. El examen de las llamadas pruebas ilegítimas, “ilegal obtained”, conforme a la terminología de los ingleses y norteamericanos, que por razones sociológicas son los que más se han ocupado del fenómeno, impone distinguir en el procedimiento probatorio dos etapas: la producción de la prueba y la admisión en el proceso, porque como lo dice Cappelletti, en verdad, el problema de las pruebas en sí y por sí admisibles y eficaces, pero creadas u obtenidas con un acto ilícito, plantea la cuestión de si la ilícita obtención o la ilícita constitución reacciona o no sobre el posterior momento de la admisión en el proceso, haciendo ilegítimo también este segundo momento. La jurisprudencia externa (Italia, USA, Inglaterra), no ha dado soluciones uniformes. A veces se ha defendido la eficacia de prueba así obtenida, pero en otras no, en unos y otros casos acudiendo a fundamentos puramente éticos. Allorio sienta una regla de ineficacia, salvo la aquiescencia de la parte contra la cual se hace valer. Cappelletti en la Oralidad y las Pruebas en el Proceso Civil, comparte la regla de la proposición de Allorio, pero controvierte la excepción habida consideración del carácter de orden público que tienen las normas procesales que gobiernan los límites subjetivos y objetivos de la admisibilidad de las pruebas. Entre nosotros, el profesor Devis Echandía al señalar los requisitos para la validez del documento como medio de prueba, sienta toda una teoría de invaluable servicio práctico: a) que se haya elaborado consciente y libremente (sin fuerza, sin dolo, que no se esté en estado de inconsciencia, provocado o natural, agregamos); b) que se lleve al proceso de un modo legítimo (que no se haya violado el derecho de propiedad de las partes o terceros, ni se use la violencia o el dolo); c) que se hayan cumplido las formalidades legales para su formación, como cuando se trata de instrumentos públicos; d) que se lleven al proceso en la oportunidad y forma legal. Definitivamente la eficacia probatoria de los medios en el proceso, está determinada por el llamado principio de legalidad de la prueba que vela porque estas sean legalmente producidas y aducidas, o sea que hayan sido decretadas por auto proferido por juez competente y allegadas y aseguradas con apoyo en las disposiciones legales que reglamentan el procedimiento de recolección, práctica y aseguramiento de la prueba. La ilegitimidad en la obtención de la prueba afecta su valor probatorio. Si de entrada el juez verifica la anomalía, procede su rechazo in limine, como prueba legalmente prohibida. Si la prueba obra en el proceso y es en el decurso de éste donde se comprueba su ilegitimidad estamos frente a una prueba inapreciable, ineficaz o carente de valor, nula de pleno derecho como dice la Constitución. Las garantías del debido proceso y del derecho de defensa, así como los principios del reconocimiento de la dignidad humana, de la libertad personal, de la lealtad y buena fe, de la autorresponsabilidad, de la publicidad y contradicción, entre otros, permiten sacar adelante la tesis de que las pruebas ilegalmente obtenidas no son admisibles y mucho menos eficaces. Siempre que para su recolección se hubiera tenido que acudir a un acto ilícito, la prueba deviene en ilegítima. El ejemplo más claro lo da la ley cuando admite que por probarse la falsedad del documento éste se torne ineficaz probatoriamente, así muchas veces su contenido sea veraz, total o parcialmente. Igual raciocinio cabe para el evento en que el documento se obtenga a través del dolo, de la fuerza, del artificio o el engaño, porque todos ellos vician la voluntad del autor, aún tratándose de hechos ciertos. Como dice Denti «Las pruebas que se definen como «ilícitas» son tales, en realidad, no porque violen normas procesales, o porque choquen con las exigencias de la declaración de certeza de los hechos en el proceso, sino porque fueron obtenidas en violación de los derechos protegidos por normas diversas y en primer lugar por normas constitucionales». Pasando a otro principio, imaginémonos ahora “un tren largo y lento, que lleva valiosos paquetes, vigilado por el guardia, quien está sentado en el vagón trasero del tren. El conductor, naturalmente, dirige la máquina en la parte delantera del tren. Hay pocos pasajeros en los vagones de la mitad del tren, entre el conductor y el guardia. El tren acaba de dejar una estación, cuando lo ataca una banda de ladrones, que lo esperaban en distintos puntos a lo largo del camino. Dos de ellos están armados con revólveres. Disparan al conductor y al guardia simultáneamente. Los pasajeros en la mitad del tren oyen los dos disparos que suenan al mismo tiempo. Están aterrorizados. Más tarde, al describir lo que pasó, dicen que el conductor y el guardia fueron baleados al mismo tiempo. Pero una inspectora de tiquetes, a quien el tren dejó atrás, oye dos tiros separados, uno tras otro. Uno suena cerca de ella, el que hirió al guardia, y el otro más lejos, el que alcanzó al conductor. La inspectora dice, comprensiblemente, que el guardia fue baleado antes que el conductor”. Nuevamente, ¿cómo podremos decir cuál versión de los acontecimientos es la correcta? De acuerdo a lo que escucharon, describieron los mismos tiros como si hubieran sucedido en momentos distintos. Este caso que aparece en una obra sobre Einstein, se propone allí como un ejemplo pedagógico de éste para controvertir con apoyo en su Teoría de la Relatividad, las proposiciones de Newton acerca de las medidas de “espacio absoluto” y “tiempo absoluto”, que este último predicó hasta su muerte. Pues bien, la pedagogía del caso no se agota en el campo de la física, porque en mi opinión el mismo resulta iluminante en el marco de nuestra disciplina, por cuanto no es un acertijo lo que el caso plantea, ni la conclusión sobre quien dice la verdad puede ser obra del subjetivismo o del capricho. Sin duda alguna que son las reglas de la ciencia, de la física de Einstein, y de la psicología, esas que tanto trabajó Gorphe con respecto al testimonio, las que nos permiten una apreciación racional del caso y una conclusión objetiva sobre la investigación. Es que como todos lo sabemos, el análisis probatorio moderno y tal vez el único compatible con el sistema del Estado Social de Derecho, es aquél que alejado de la convicción íntima y de la tarifa legal, evolucionó a la apreciación libre, pero racional de la prueba, es decir, al método que por fundarse en las reglas de la sana crítica (las de la lógica, las de la ciencia, las de la experiencia y las de la praxis judicial), evita la arbitrariedad, y al mismo tiempo disminuye el riesgo de error. Desde luego que son esas leyes, incluyendo las de la naturaleza, y esas reglas, las que nos facilitan la interpretación racional y razonable de las situaciones fácticas, las rutinarias y las difíciles, porque el campo de la prueba también tiene sus eventos problemáticos y los hechos que se manejan en el proceso no son hechos propiamente “brutos”, sino hechos que deben ser interpretados y valorados con ese rigor científico, porque de por medio se halla el requisito de la veracidad. Claro que el principio en comentario, como de manera expresa lo exigen nuestros códigos de procedimiento, supone el examen conjunto de la prueba como trasunto del principio de la comunidad de la misma, pero por sobre todo la exposición razonada sobre “el mérito” asignado a cada prueba, que no es otra cosa que la expresión de las razones que justifican la conclusión, no que simplemente la explican. Argumentación justificatoria que da sentido democrático a la decisión, puesto que ella ofrece los elementos garantistas del derecho de defensa, dando margen a la contradicción, a la revisión por los superiores y a la fiscalización por la opinión pública. En otras palabras, el principio en comentario se traduce a un método que implica el análisis crítico de cada uno de los elementos de prueba en particular, de acuerdo con las peculiaridades de cada medio y de los procedimientos a él asignados, pero para que sea “completo”, “eficaz y concluyente”, debe traspasar el límite de la singularidad y entrar a “considerar también el resultado global”, enlazando los distintos procedimientos y los diferentes medios o categorías de pruebas que han resultado indemnes al examen singular, “dentro del sentido del problema pendiente de resolución”3 . Es este un principio y un sistema, como lo observa Cappelletti, que refleja en el derecho procesal el triunfo del método inductivo – experimental, del método de la observación directa de los datos concretos de la realidad, o sea, el triunfo de las concepciones culturales e ideológicas elaboradas a partir de las grandes escuelas experimentales e inductivas, sobre “el viejo método del apriorismo abstracto, mecánico y formal”, que explicaba el sistema de la prueba legal. Al lado de los principios que hemos reseñado, un segundo hecho social que ha sido definitivo en la concepción probatoria y en la visión de la justicia lo constituye el avance de la ciencia y de la tecnología: “justicia que cierre los ojos ante las preferencias personales y que se tape los oídos frente a las recomendaciones, sin duda; pero que también alumbre, con la luminaria de la ciencia, para descubrir la verdad y pesar con precisa medida”, nos dice Francois Gorphe. Hasta no hace poco la historia del documento fue la historia de la escritura, porque los derechos y las obligaciones se probaban por escrito. Empero, hoy en día, aunque el predominio de la prueba escrita subsiste en consideración a normas que sujetan a tal formalidad la celebración de algunos actos, lo cierto es que el panorama tradicional ha estado sometido a radicales cambios por el influjo de la ciencia y la tecnología modernas que planteando cosas nuevas origina tratos jurídicos, interrelaciones personales y negociales, o simples expresiones del pensamiento sin que por ninguna parte aparezca la escritura, porque el mismo soporte material del papel ha desaparecido. Los pagos por transferencia electrónica de fondos, los contratos informáticos, la telemática en general, constituyen hechos sociales que en manera alguna se pueden desconocer. Ahora no más, estamos viviendo el gran descubrimiento del mapa, casi completo, del genoma humano, e ínsito y concomitante con él, las investigaciones de huella digital del ADN (Acido Desoxirribonucleico)4 , a partir de los exámenes STR-Short Tandem Repeats, STR del cromosoma Y, ADN Mitocondrial, RFLP-VNTR y HLA clase I y clase II por PCR, que le han movido el piso a la justicia, no sólo porque ellos han permitido revelar errores judiciales, sino porque han revolucionado el sistema judicial poniendo en jaque los clásicos paradigmas probatorios, como lo explicó la Corte Suprema de Justicia en la sentencia de Casación Civil de 10 de marzo de 2000, con ocasión de un caso de investigación de la paternidad, y dando al traste, privilegiando el valor justicia, con los plazos de caducidad para la revisión de causas criminales, como ha ocurrido en U.S.A., donde, según publicación del periódico Le Monde de octubre de 1999, reproducida por el periódico nacional Registro Médico, de diciembre de 1999 a enero de 2000, las restricciones para la reapertura de los procesos juzgados, ha sido sacudida ante el número creciente de condenados que resultan inocentes bajo el análisis del ADN, como dramáticamente se constata cuando la publicación noticia que el recurso de los análisis de huella genética después de un veredicto de culpabilidad y condena de un acusado, permitió que 67 personas fueran declaradas inocentes. Estas cifras y otras que trae la publicación, llevaron a la Ministro de Justicia Janet Reno a establecer una comisión conformada por 24 expertos judiciales, científicos y universitarios, con el fin de investigar el futuro del ADN e identificar los medios de maximizar su valor dentro del sistema judicial americano. Después del estudio correspondiente la comisión recomendó a los magistrados examinar con la mayor indulgencia los requerimientos de reapertura de procesos judiciales si hay la posibilidad de tener pruebas razonables para declarar inocente a un condenado, así las vías de apelación se hayan agotado y el plazo de prescripción esté cerrado. En Costa Rica, atendido este avance, se autoriza a la madre soltera inscribir al hijo con el apellido del presunto padre, quien recibe notificación del acto, para que acepte o niegue la paternidad. De darse lo segundo, debe someterse a una prueba de ADN. Este un ágil método de investigación de la paternidad, que entre nosotros funciona como instrumento conciliatorio privado. Somos conscientes de que el derecho debe cambiar para adaptarse a las necesidades de la sociedad moderna y a la dinámica, a veces arrolladora, de su evolución, pero también del gran papel que en este campo debe cumplir la jurisprudencia. Afortunadamente en lo que tiene que ver con la incidencia de la revolución tecnológica y de la ciencia en el derecho probatorio, nuestro legislador ha sido lo suficientemente previsivo al consagrar en los códigos de procedimiento, estructuras normativas formales abiertas que sin dificultad recepcionan esas novedosas categorías probatorias. Al respecto vale la pena traer como ejemplos, además del artículo 187 del Código de Procedimiento Civil, los contenidos de los artículos 175 y 251 del mismo Código, los cuales dan pábulo a la formulación de una teoría de medios de prueba innominados y atípicos, a través de la cual nuestro sistema de justicia abre la puerta para la entrada de “cualesquiera otros medios que sean útiles para la formación del convencimiento del juez”, como lo declara expresamente el artículo 175, luego de haber nominado y simplemente enunciado los medios de prueba que el Código de Procedimiento Civil reglamenta. El segundo de los artículos cuando pasa de dar ejemplos de documentos, tanto dentro de la concepción literal como la funcional, a la definición general de objeto mueble con carácter representativo o declarativo, que es la que le ha permitido a la práctica judicial, aceptando la realidad de los avances tecnológicos, dar espacio legal a los modernos sistemas de computación que como ejemplos claros de registros son venero permanente de documentación. El escenario jurídico precedente en mi opinión ofrecía y sigue ofreciendo un panorama bastante acondicionado para la función probatoria de esos novísimos medios y del documento electrónico en particular. Empero, hoy los nichos legales son más amplios, porque de un lado el artículo 95 de la Ley 270 de 1996 (Estatuto de la Administración de Justicia), dispone como deber del Consejo Superior de la Judicatura, la introducción de la tecnología al servicio de la Administración de Justicia, entre otros objetivos, con el fin de “mejorar la práctica de las pruebas, la formación, conservación y reproducción de los expedientes, la comunicación entre los despachos y a garantizar el funcionamiento razonable del sistema de información”, dice la norma en su inciso 1º, para agregar en los dos siguientes, que los Juzgados, Tribunales y Cortes, pueden “utilizar cualesquier medios técnicos, electrónicos, informáticos y telemáticos, para el cumplimiento de sus funciones”, y que “Los documentos emitidos por los citados medios, cualquiera que sea su soporte, gozarán de la validez y eficacia de un documento original siempre que quede garantizada su autenticidad, integridad y el cumplimiento de los requisitos exigidos por las leyes procesales”. De otra parte, la Ley 527 de 1999, mediante la cual se define y reglamenta el uso de los mensajes de datos, el comercio electrónico y las firmas digitales, en el artículo 10º, siguiendo el criterio de los equivalentes funcionales, sentado por la Ley Modelo sobre Comercio Electrónico, aprobada por la Asamblea General de la ONU, mediante resolución 51/162 de 1996, determina que los mensajes de datos “serán admisibles como medios de prueba”, otorgándoles el tratamiento probatorio del documento de conformidad con las normas pertinentes del Código de Procedimiento Civil, amén de consagrar en el artículo 6º. que los mensajes de datos suplen la información escrita en los casos en que cualquier norma requiera del requisito de la escritura. Por lo demás, en cuanto al criterio de valoración, el artículo 11 remite al método de la apreciación racional, teniendo en cuenta “las reglas de la sana crítica”, fuera de las pautas especiales que para la valoración de este tipo de medios establece la propia Ley 527, como son la autenticidad del mensaje o de la firma digital, con el fin de identificar el autor y la originalidad de la prueba, la integridad, relacionada con la precisión y el contenido del mensaje y la confiabilidad de la forma en que se haya generado, archivado o comunicado el mensaje. Principios estos de los cuales dan cuenta los artículos 11 a 21 de la citada Ley 527. Esta ley, digamos, reconoce el valor jurídico y probatorio a los documentos electrónicos y a las firmas digitales, para un amplio ámbito de aplicación, pues el artículo 1º sólo excluye de él, las obligaciones contraidas por el Estado colombiano en virtud de convenios o tratados internacionales y las advertencias que por disposición legal deban ir impresas por escrito en cierto tipo de productos, cuyo comercio, uso o consumo implique riesgo. Ambito de aplicación, que de alguna manera acaba de determinar el literal b) del artículo 2º, cuando al definir el comercio electrónico, indica que éste “Abarca las cuestiones suscitadas por toda relación de índole comercial, sea o no contractual, estructurada a partir de la utilización de uno o más mensajes de datos o de cualquier otro medio similar”, para a renglón seguido, decir, que “Las relaciones de índole comercial comprenden, sin limitarse a ellas”, los contratos, operaciones y relaciones jurídicas que seguidamente menciona. Además, el contenido de los artículos 6º y 7º, redondean la idea cuando establecen en su orden, refiriéndose al mensaje de datos y a la firma digital, que “Cuando cualquier norma requiera que la información conste por escrito, ese requisito quedará satisfecho con un mensaje de datos, si la información que éste contiene es accesible para su posterior consulta” y, “Cuando cualquier norma exija la presencia de una firma o establezca ciertas consecuencias en ausencia de la misma, en relación con un mensaje de datos, se entenderá satisfecho dicho requisito”, en tanto se garantice la autenticidad del mensaje y la confiabilidad del método utilizado para generarlo o comunicarlo. Ahora, como de conformidad con el artículo 2º, literal a) de la mencionada ley, por mensaje de datos se debe entender, “La información generada, enviada, recibida, almacenada o comunicada por medios electrónicos, ópticos o similares, como pudieran ser, entre otros, el intercambio electrónico de datos (EDI), internet, el correo electrónico, el telegrama, el telex o el telefax”, consecuentemente aquí en Colombia pudiera elaborarse con respecto al documento electrónico la clasificación que externamente hace la doctrina y las definiciones que a cada una corresponde, distinguiendo entonces el documento electrónico “en sentido estricto” y el documento electrónico “en sentido amplio o documentos informáticos”. Comprendiendo en el primero las declaraciones o representaciones que se plasman en soportes electrónicos, digitales o magnéticos, tales como un disquete, un CD-ROM, la tarjeta magnética o inteligente, etc., los cuales requieren para su comprensión o lectura de una máquina, y el segundo aquellos que la informática o la computación produce pero siendo posible su lectura o comprensión por el hombre, directamente, sin necesidad de máquinas traductoras. Pensemos en el correo electrónico impreso o en la boleta que emite el cajero automático bancario. Contrariamente a lo que sucede en otros países, estas categorías probatorias, son recepcionadas sin dificultad por nuestra normatividad jurídica, no sólo por lo que ya consagraban nuestros Códigos de Procedimiento, sino porque avanzadamente la ley que venimos comentando, los asimila al medio de prueba documental y los somete a su régimen, aunado por supuesto a los principios y reglas especiales que surgen de la ley multicitada, como sucede también con la firma digital que debe suplir y cumplir idénticas funciones a las de la firma autógrafa en el documento escrito, y que surge de la combinación de un par de códigos matemáticos, creados por una máquina de computación, así: la clave secreta (privada), conocida únicamente por su autor, y la clave pública, que es del conocimiento de extraños. Esta combinación del código matemático creado por el iniciador garantiza la singularidad de un mensaje de datos en particular, separando el mensaje de la firma digital y la integridad del mismo con la identidad del autor. Por supuesto que, como es evidente que la transposición mecánica de una firma autógrafa realizada sobre papel y replicada por el ordenador en un documento informático no es suficiente para garantizar los resultados tradicionalmente asegurados por la firma autógrafa, la ley crea las llamadas entidades certificadoras con el fin de que certifiquen la validez de las firmas. A propósito de la Ley 527, oportuno resulta recordar que la Sala de Casación Laboral, por auto de 13 de diciembre de 1999, dispuso dar curso a una demanda de casación, remitida vía fax, considerando que de conformidad con la ley que se comenta, se está en presencia de “un nuevo instrumento legal”, fruto del “desarrollo tecnológico” que se ajusta “a los conceptos procesales sobre cumplimiento de los términos y a las calidades intrínsecas de un documento”. El tercero de los hechos sociales que ha alterado nuestra concepción continental de las formas jurídicas probatorias, es el colonialismo del sistema del common law o del derecho anglo-americano (la globalización que llaman ahora), y la influencia en la práctica judicial de modernas escuelas eficientistas del derecho procesal. Un ejemplo diáfano de ese influjo nos lo ofrece el artículo 21 del Decreto 2651 de 1991, adoptado como legislación permanente por el artículo 162 de la Ley 446 de 1998, en cuanto autoriza la práctica de pruebas por las partes mismas, de manera directa y privada, esto es, sin mediar la intervención del juez. Desde luego que en esta oportunidad no me ocuparé de este importante instrumento de descongestión, de eficacia en las causas de derecho privado, para dedicar esta última parte de la intervención a dos reglas probatorias de invaluable servicio práctico entre nosotros, que se adecuan al esquema jurídico actual. La primera de esas reglas es el estoppel, vocablo que viene del francés “estoupe”, pero es instituto anglosajón. Mediante ella se impide incluir en un proceso pruebas que vengan a contradecir una afirmación o negación realizada por la misma persona en situación anterior, procesal o no. En otras palabras, es esta una regla procesal negativa que veda la retractación, para negar o afirmar un hecho, contrariando, como ya se dijo, afirmación o negación anterior de la cual derivó provecho o quiso obtener beneficio, o que con tal fin consintió. Ella bien pudiera ser planteada como defensa, a modo de excepción o alegación en las oportunidades que la ley procesal ofrezca, pero incluso pudiera ser considerada de oficio, pues su fundamento no es otro que el principio de la buena fe, de la lealtad procesal, y claro está, el principio que impide alegar la propia torpeza. Sin explicar la regla, ni nominarla, la Corte Suprema de Justicia en su Sala de Casación Civil, en sentencia de 29 de noviembre de 1996, tuvo oportunidad de aplicarla, enervando el retracto que se quiso hacer en el proceso respectivo. Aunque no voy a entrar en un casuismo, me parece interesante anotar que mirada desde esta óptica probatoria, la preceptiva del artículo 842 del Código de Comercio, acerca del mandato aparente, es un buen ejemplo de la vigencia positiva de la regla en nuestro sistema, pues de acuerdo con dicho texto legal, quien dé motivo para que se crea, conforme a la costumbre comercial o por su culpa, que una persona está facultada para celebrar un negocio jurídico, quedará obligado en los términos pactados ante terceros de buena fe exenta de culpa, es decir, si consintió o admitió la celebración del negocio, así sea por mera culpa, luego no podrá invocar como defensa la inexistencia del mandato. La segunda teoría, ésta ya atribuible a las escuelas eficientistas, es la de la conversión de la prueba, que aboga en todo caso por la eficacia probatoria del medio, esto es, que si una prueba no reúne los requisitos que el procedimiento establezca para su eficacia, antes que desecharla por completo, debe verificarse si cumple con el mínimo de los exigidos para otro medio, y así por vía de la conversión hacerle producir los efectos que sean del caso. En el marco del Código de Procedimiento Civil los ejemplos surgen rápido. Como de acuerdo con el artículo 175, el medio de prueba es la declaración de parte y no la confesión como sucede en penal (artículo 248 del actual Código de Procedimiento Penal y 233 del nuevo Código), la declaración de parte que no cumpla con el requisito del numeral 2 del artículo 195 del Código de Procedimiento Civil para considerarla confesión, deberá de conformidad con la teoría expuesta tenerse como testimonio, pues quedaría reuniendo los requisitos de éste y sin que sea óbice para calificarlo de tal el hecho de que no provenga de un tercero, porque es el propio Código de Procedimiento Civil el que nos da ejemplos de declaraciones de partes que él mismo y de una vez califica de testimonios (artículo 196). La confrontación de la tesis con el sistema procesal penal nuestro, ninguna refutación ofrece, porque aunque lo declarado en la indagatoria que no amerita confesión, no puede tenerse como testimonio, en tanto éste es bajo juramento y aquella injurada, lo cierto es que el papel de medio de defensa que a la indagatoria le confiere la jurisprudencia (Sala de Casación Penal), permite examinar la exposición del procesado, no constitutiva de confesión, como uno de esos medios de prueba innominados que antes mencionaba, tal como lo sostuvo la Corte Suprema de Justicia, Sala de Casación Penal en sentencias de 22 de octubre y 2 de diciembre de 1998, o derivar de ella prueba indiciaria, como igualmente lo predicó la Sala de Casación Penal en sentencia de 8 de julio de 1999. Para finalizar, digamos a modo de conclusión, que las formas jurídicas probatorias, no han sido, ni pueden ser ajenas a las características propias de la sociedad en donde los respectivos procedimientos van a actuar como método para la investigación de la verdad. Aunque en principio, como he tenido oportunidad de decirlo en algunos pasajes de la conferencia, es el legislador quien debe acuciosamente adecuar las formas jurídicas a la vivencia social, tampoco podemos olvidarnos del rol importante que en este campo debe cumplir la judicatura, porque el estado de la sociedad necesaria y profundamente debe influir en la interpretación de esas estructuras formales, so pena de alejar la decisión de la realidad y proponer un discurso insuficiente, carente de justificación y sin fuerza persuasiva. NOTAS 1 Foucault Michel, La verdad y las formas jurídicas, Ed. Gedisa, México, 1985, págs. 174. 2 Zagrebelski Gustavo, El derecho dúctil, Ed. Trotta, España, 1995, págs. 156. 3 Gorphe Francois, La apreciación judicial de las pruebas, Ed. La Ley, Buenos Aires, págs. 487. 4 El ADN se localiza en el núcleo de las células en estructuras llamadas cromosomas, existiendo de éstos 46 en cada individuo. El ADN se conforma por cuatro bases nitrogenadas: Ademina A, Guanina G, Citosina C y Timina T, de las cuales se encuentran un 3.000 millones. El orden de estas bases en el ADN (Código genético), permite la identificación y la diversidad de individuos en una misma especie y entre diferentes especies. SALA DE CASACIÓN CIVIL OCTUBRE - DICIEMBRE 2000 Contrato de transporte Partes del contrato de transporte de cosas. Legitimación para pretender la indemnización de los perjuicios derivados del incumplimiento por la pérdida total o parcial de las cosas acarreadas. De conformidad con el artículo 981 del Código de Comercio, modificado por el Decreto 01 de 1990, el transporte es un contrato por intermedio del cual una de las partes, a cambio de un precio, se obliga a conducir personas o cosas de un lugar a otro y entregarlas al destinatario, por determinado medio y en el plazo fijado. Respecto al transporte de cosas, el artículo 1008 (reformado por el decreto 01 de 1990, artículo 18) identifica como partes de este contrato al “transportador y el remitente”, pero igualmente hace extensiva esta calidad al “destinatario cuando acepte el respectivo contrato”, entendiendo por remitente, que bien puede ser la misma persona destinataria, “la que se obliga por cuenta propia o ajena, a entregar las cosas para la conducción, en las condiciones de lugar y tiempo convenidos”, y por destinatario “aquella a quien se envían las cosas”. De acuerdo con la regulación mercantil, que acogió la orientación de la legislación y doctrina extranjeras, este tipo de convenios pueden tener una formación tripersonal cuando remitente y destinatario no son una misma persona, caso en el cual, dándose la aceptación de este último, las partes del contrato quedan integradas por el transportador, el remitente y el destinatario, que era la concepción original del Código de Comercio, donde se consideraba a este último como parte con independencia de su aceptación. Ahora, cuando el remitente es diferente del destinatario y éste ha aceptado el contrato, resulta procedente determinar en quién radica la legitimación para pretender la indemnización de los perjuicios derivados del incumplimiento del contrato de transporte por la pérdida total o parcial de las cosas acarreadas. Por supuesto en tanto se haya dado la aceptación por el destinatario que le confiere la calidad de parte, como también teniendo claro que si existe carta de porte, “los derechos reconocidos en este título al remitente o al destinatario sólo podrán ser ejercidos por el tenedor legítimo de la misma”. Para definir el problema planteado, la Sala de Casación Civil de la Corte Suprema de Justicia estudió las disposiciones del Código de Comercio que regulan el contrato de transporte y concluyó que tanto el remitente como el destinatario están legitimados para hacer valer los derechos derivados del contrato, pero no al mismo tiempo o simultáneamente, porque no concurren en la legitimación, ya que los derechos del primero cesan cuando comienzan los del segundo en los términos descritos por el artículo 1024, así: a) Si existe carta de porte la legitimación estará en cabeza de su tenedor legítimo (art. 1020 C.C.). b) Si el destinatario no ha aceptado el contrato, el legitimado será el remitente. c) Si el destinatario aceptó el contrato, la legitimación del remitente subsistirá hasta la “llegada de la mercancía al punto de destino”, momento en que nacen los derechos del destinatario, y por ende su legitimación, salvo que rehuse la mercancía o no sea hallado, caso en el cual “el remitente recobrará su derecho de disposición”, y claro está, la legitimación para pretender la indemnización (arts. 1023 inc. 4º y 1024 inc. 1º). d) Si el transportador reconociere que la mercancía ha sufrido extravío o si a la expiración de un plazo de siete días, a partir del día en que haya debido llegar, no hubiere llegado, surge para el destinatario una legitimación excluyente de la del remitente. Según el inciso final del artículo 1024, cualquiera de las circunstancias indicadas, le otorga al primero la autorización «para hacer valer con relación al transportador los derechos resultantes del contrato de transporte» de manera preferente sobre el segundo, porque frente a éste sigue teniendo vigencia la legitimación que dimana de ser titular de los derechos derivados del contrato hasta “la llegada de la mercancía al punto de destino”, que es cuando normalmente comienza “el derecho” “del destinatario”. FUENTE: Sala de Casación Civil. M.P. José Fernando Ramírez Gómez. Rad. 5387. S.C. 2000-10-24. Reseña de jurisprudencia Reconocimiento de la paternidad. Adecuada hermenéutica del numeral 4º. del art. 1º. de la Ley 75 de 1968. Tal disposición no permite una interpretación extensiva, en el sentido de que los notarios públicos puedan ser receptores de las manifestaciones de reconocimiento de paternidad, ante lo cual los únicos sujetos pasivos de esas diligencias, en puridad, son los jueces, y sólo ellos. M.P. Carlos Ignacio Jaramillo Jaramillo. Rad. 5638. S.C. 200010-18. Estimación de los perjuicios morales en segunda instancia frente al principio de la no reformatio in pejus. La circunstancia de que el arbitrium iudicis sea el procedimiento aceptado por la jurisprudencia para la estimación de los perjuicios morales, no habilita, per se, al tribunal o juez que conoce del recurso de apelación para modificar las determinaciones que en la materia haya adoptado el a quo en ejercicio de esa facultad que le es propia; es obvio que para poder hacerlo debe mediar la inconformidad manifestada por ese medio de impugnación, ya del beneficiario porque considera que no es bastante la condena dictada en su favor o ya del demandado porque la estima considerable o elevada en su contra. M.P. Jorge Antonio Castillo Rugeles. Rad. 5347. S.C. 2000-10-18. Acción reivindicatoria. El término de la posesión no es susceptible de confesión. No puede entenderse como confesión la manifestación relativa al tiempo poseído, pues en cuanto que no constituye una afirmación que desfavorezca al demandado (art. 195 numeral 2º. del C. de P.C.), requiere probarse por medios completamente diferentes -claro está- a su propia y mera afirmación, de conformidad con lo señalado por el artículo 177 ejusdem. Lo contrario, lisa y llanamente, sería admitir que el demandado, ‘mutatis mutandis’, pudiera esculpir su propia prueba, en franca contravía de granados postulados que, de antaño, inspiran el derecho procesal. M.P. Carlos Ignacio Jaramillo Jaramillo. Rad. 5673. S.C. 2000-10-18. Interpretación de los actos jurídicos. El Código Civil adoptó lo que la doctrina ha denominado el sistema de la «voluntad interna», es decir, aquel que persigue ante todo la voluntad subjetiva de las partes (art. 1618), en contraposición a aquél otro, predominante en otras latitudes, en el que el énfasis se hace en la «voluntad declarada». M.P. Jorge Santos Ballesteros. Rad. 6357. S.C. 2000-10-19. La sentencia que declara la inoponibilidad de un título no constituye prueba del dominio. Siendo conocido que la adquisición del dominio de inmuebles requiere solemnidad en el sistema legal, tanto en el título como en el modo, fluye claro que, para demostrarlo, tiene que ser aportada la escritura pública que perfeccionó el primero, junto con la nota que acredite que al ser inscrito se produjo la trasferencia o la transmisión del dominio, o bien, con certificación del registrador que acredite tal cosa. Tal exigencia deriva de los artículos 1857 y 756 del Código Civil, 12, 56 y 58 del Decreto 960 de 1970, 2, 43 y 44 del Decreto 1250 del mismo año y 265 del Código de Procedimiento Civil. M.P. Nicolás Bechara Simancas. Rad. 5442. S.C. 2000-10-19. Clases de litisconsorcio a la luz de la ley procesal colombiana e intervención litisconsorcial (inc. 3º. del art. 52 del C. de P.C.). Características de cada uno. M.P. José Fernando Ramírez Gómez. Rad. 5387. S.C. 2000-10-24. Enriquecimiento injusto. En virtud de la autonomía de tal acción, exclúyese cualquier coexistencia entre ésta y la acción cambiaria. Tal autonomía e independencia, arrojan como conclusión de que en esta especial acción es de la incumbencia del actor demostrar que el patrimonio del demandado obtuvo «algo», y que esa obtención de la ventaja ha costado «algo» en el patrimonio suyo, de modo de establecerse una conexión indubitable entre el enriquecimiento y el empobrecimiento correlativos. M.P. Manuel Ardila Velásquez. Rad. 5744. S.C. 2000-10-25. Suma de posesiones. Para efecto de la suma de posesiones fundada en la transferencia de derechos posesorios efectuada por acto entre vivos, es preciso tener en cuenta los derechos que éstos les transfieren conforme a la ley, como es el derecho del sucesor de iniciar una nueva posesión, o, si así lo decide, añadir posesiones y derechos que sus antecesores le hubieren transferido a título universal o singular, todo bajo el supuesto de la concurrencia de las condiciones que para tal efecto tiene establecida la doctrina de la Corte, y que son: a) que exista un vínculo jurídico entre el sucesor o actual poseedor y su antecesor; b) que las posesiones que se sumen sean contiguas e ininterrumpidas; y c) que se haya entregado el bien. M.P. Jorge Santos Ballesteros. Rad. 6385. S.C. 2000-10-27. La facultad oficiosa de decretar pruebas no tiene un carácter discrecional absoluto. Ese poder del juez, caracterizado como se encuentra de un razonable grado de discrecionalidad, se trueca, en algunos casos claramente definidos en el Código de Procedimiento Civil, en un verdadero deber, manifestándose, entonces, como una exigencia que el juzgador, como director del proceso, debe satisfacer, en cuyo caso, a éste le incumbe cerciorarse de la práctica de una determinada prueba, como sucede, por ejemplo, con las pruebas ordenadas por el artículo 407 y 415 ejúsdem, entre otras, o el artículo 7º. de la Ley 75 de 1968; o la realización de cierta actividad complementaria de las partes, como acontece, verbi gratia, con lo previsto en el artículo 256 del C. de P.C. M.P. Jorge Antonio Castillo Rugeles. Rad. 5606. S.C. 2000-11-07. Efectos de la sentencia de filiación extramatrimonial sobre la sucesión del padre. El reconocimiento de la vocación hereditaria al hijo frente a la sucesión de su padre y de los efectos patrimoniales consiguientes que otorga la sentencia de filiación extramatrimonial, no se identifica, con la acción de petición de herencia, y mucho menos sirve para declarar que ésta ya se agotó de manera definitiva, estando los bienes relictos en poder de los herederos aparentes. Por consiguiente, si dentro del proceso de filiación no se pide ni ordena la adjudicación o restitución de las cosas hereditarias, el demandante triunfante puede ejercer la acción de petición de herencia en los términos que la define el art. 1321 del Código Civil frente a los herederos aparentes que están en posesión de los bienes relictos, con el fin de obtener la restitución de éstos; o en su caso la reivindicatoria frente a terceros. M.P. Silvio Fernando Trejos Bueno. Rad. 4390. S.C. 2000-11-08. Alcance del fallo que declare la filiación y resuelva sobre efectos patrimoniales. Diferencias de los efectos. Sobre el primer aspecto son absolutos mientras no se infirme la declaración por medios legales; con relación al segundo, se reduce el alcance del fallo a quienes fueron parte en el proceso de reclamación de estado, y particularmente a quienes recibieron notificación tempestiva de la demanda. M.P. Silvio Fernando Trejos Bueno. Rad. 4390. S.C. 2000-11-08. Ambito de competencia del administrador del bien común, respecto de los frutos. Las previsiones que en punto de la designación de administrador de la comunidad consagra la Ley 95 de 1890 no permiten deducir que en lo tocante con frutos ya causados, sea que de ellos se haya apoderado uno solo de los comuneros, el administrador que se nombre tenga alguna injerencia y, menos, que sea éste quien deba definir a quién corresponden los mismos o la forma como debe efectuarse su reparto, pues es claro que al administrador sólo compete la administración del bien común desde el momento en que la asuma en adelante y que, por ende, escapa a sus funciones resolver las diferencias que con anterioridad a su desempeño hubieren tenido lugar entre los condueños, por sobre todo las concernientes con la distribución de los frutos percibidos del bien. M.P. Nicolás Bechara Simancas. Rad. 5598. S.C. 2000-11-21. Efectos de la cosa juzgada penal absolutoria, en el proceso civil, cuando dicha decisión se edifica sobre el hecho de que medió el caso fortuito o la fuerza mayor. La mera existencia material de la sentencia penal no es suficiente para declarar la cosa juzgada, pues no es cuestión de trasplantar aquella decisión mecánicamente al litigio civil, sino que constituye menester ineludible del juez de ésta especialidad, previa la aplicación del art. 55 del Decreto 050 de 1987, mirar que tal pronunciamiento, ese imputar el resultado dañoso a una fuerza extraña, no resulte meramente formal; no vaya a ser que en el punto calen pronunciamientos penales sin ningún análisis serio o, peor aún, carentes de todo análisis, porque entonces el calificativo de caso fortuito no pasa de ser tal cosa, una simple nomenclatura, pero sin referirse a la esencia o sustancia del fenómeno jurídico en estudio. M.P. Manuel Ardila Velásquez. Rad. 5365. S.C. 2000-11-24. Incidencia de la buena fe en el contrato de seguro. La cabal estimación de los riesgos que habrá de cubrir el seguro y, por consiguiente, la decisión del asegurador de ajustar el contrato o no, así como la de liquidar la prima respectiva, descansa preponderantemente, en las atestaciones que al respecto asiente el tomador del seguro, quien, en tal virtud, «ha de decir exactamente todo lo que dice y ha de decir todo lo que sabe», de modo que la lealtad, exactitud y esmero de éste en el cumplimiento de ese deber resultan indispensables para el anotado fin, a la vez que la transgresión de las señaladas reglas de conducta aparejan consecuencias de diverso orden, entre ellas la de afectarlo de nulidad relativa. M.P. Jorge Antonio Castillo Rugeles. Rad. 5473. S.C. 2000-11-30. Naturaleza jurídica del remate. Evolución jurisprudencial. Ratifica la tesis tradicional de la Corte, que ve en el remate un acto mixto o complejo, procesal y sustancial a la vez, pues es mediante el proceso como se instrumenta el contrato de compraventa que la subasta realiza. De ahí que con razón la Corte, punto este que también se corrobora, haya sostenido coherentemente que su régimen impugnaticio es igualmente doble, porque el remate en tanto se le mire como acto procesal puede cuestionarse al interior del proceso, demandando su nulidad, por ejemplo, en consideración a irregularidades formales cometidas en su realización; o al exterior del proceso donde se cumplió el acto procesal (otro proceso), si se le entiende como acto sustantivo civil, aduciendo como causa de la pretensión la carencia «de alguno de los requisitos que la ley prescribe para el valor del mismo acto o contrato, según la especie de éstos o la calidad o estado de las partes», según lo ha dicho la Corporación, quedando así «comprendido el concepto de validez o nulidad del acto o contrato, en sí mismo considerado», mientras que en la impugnación procesal «ese concepto no entra en juego, sino únicamente si el procedimiento encaminado a hacer efectivo un derecho está o no viciado» (Sent. de 24 de julio de 1990). M.P. José Fernando Ramírez Gómez. Rad. 5517. S.C. 2000-12-01. Derecho para reclamar perjuicios materiales de índole extracontractual. Tal derecho, cuando la causa es la muerte de una persona, dimana de la dependencia económica del reclamante con respecto al extinto, siempre y cuando, claro está, exista certeza de que, dadas las circunstancias, la ayuda o socorro habría continuado de no haber ocurrido su fallecimiento. M.P. Jorge Antonio Castillo Rugeles. Rad. 5651. S.C. 2000-12-07. Diferencias entre la acción reivindicatoria y la de petición de herencia. La Corte, de tiempo atrás ha clarificado el alcance de una y otra acción, a punto tal que restringió, naturalmente con base en la interpretación de los textos legales, el uso por parte del heredero, de la acción reivindicatoria mientras no tenga sobre las cosas reivindicables la propiedad plena o nuda, absoluta o fiduciaria, dado que la declaración sumaria de heredero no le otorga esa acción sino la de petición de herencia, salvo que el heredero por economía procesal ejercite bajo una misma cuerda la acción de petición de herencia y la reivindicatoria, o que, invocando esa calidad de heredero y no ya para sí sino para la sucesión o mejor, para la comunidad, entable la acción reivindicatoria de la que era titular su causante. M.P. Jorge Santos Ballesteros. Rad. 6488. S.C. 2000-12-13. Perjuicios que ampara la caución a que alude el literal b) del artículo 690. del C. de P.C. Dicha norma alude indistintamente a todos los perjuicios que se causen a propósito de que se decrete la medida cautelar del secuestro sobre bienes muebles en proceso ordinario, pues, de una parte, es verdad que allí no se excluye a ninguno de los que puedan, en particular, padecerse, y porque, de otra, es de tener en cuenta que si el fin de la caución es, como se sabe, garantizar por adelantado el pago de los perjuicios provenientes de la medida cautelar, basta que esos perjuicios se acrediten y que de acuerdo con la ley haya lugar a indemnizarlos, para que surja en el agraviado el derecho correlativo a reclamar su reconocimiento. M.P. Nicolás Bechara Simancas. Rad. 5738. S.C. 2000-12-14. SALA DE CASACIÓN LABORAL OCTUBRE - DICIEMBRE 2000 Prescripción para menores Por aplicación supletoria del Código Civil, la suspensión de la prescripción de los derechos laborales opera a favor de los menores de edad. La prescripción de las acciones laborales no puede correr mientras no se haya llegado a la mayoría de edad, porque tanto procesal como sustancialmente el eventual derecho discutido en el juicio no hace parte del haber patrimonial del representante legal del incapaz, sino de su representado. Con esta premisa, la Sala de Casación Laboral de la Corte Suprema de Justicia despejó las dudas respecto a la suspensión de este fenómeno jurídico, cuando involucra el reclamo de eventuales obligaciones a favor de menores de edad. Contrario a ello, en los demás casos la prescripción se halla establecida en tres años contados a partir del momento en que se hace exigible el correspondiente derecho. De acuerdo con el análisis realizado por la Corte, la suspensión de la prescripción de la acción laboral opera a favor del menor de edad, por no poder éste ejercer sus derechos ante la justicia. Ejercicio viable sólo al momento de ser considerado legalmente capaz; esto es, al llegar a la mayoría de edad, establecida hoy en 18 años según el artículo 68 del Decreto 2820 de 1974. En concreto, la providencia expresa que los artículos 488 del C.P.T. y 151 del C.S.T. no gobiernan lo referente a la suspensión de la prescripción de la acción respecto de los menores de edad. Por tanto se hace necesario acudir a las normas de aplicación supletoria (art.19 C.S.T.) que, para este evento, son las consagradas en los artículos 2541 y 2530 del Código Civil, que sí contemplan la citada figura. Al respecto, la corporación ratificó su jurisprudencia, reiterada ya en sentencia del 11 de diciembre de 1998, radicación 11349, en la cual puntualizó: “La suspensión y la interrupción de la prescripción son dos fenómenos jurídicos distintos, pero como la ley laboral no regula la figura de la suspensión, cabe aplicar, por remisión, las normas del Código Civil sobre el particular, como se indicó en sentencia del 6 de septiembre de 1996, expediente 7565, que se adoptó por mayoría. “La ley laboral establece una prescripción que, frente a la prevista en otras legislaciones, puede considerarse de corto tiempo, que procura la reclamación rápida consecuente con la necesidad de definir ágilmente las controversias surgidas de una relación de trabajo. Sin embargo, esta proyección cede en ciertas situaciones especiales en las que el Estado debe especial protección a determinadas personas, entre las cuales están los menores de edad, para quienes no corre el término extintivo de la prescripción, mientras estén en imposibilidad de actuar. Vale decir, que deja de operar en el momento en que alcanzan la mayoría de edad, o cuando su representante ejerce en su nombre el derecho de acción y en desarrollo del mismo presenta la demanda. “Si la norma transcrita extiende el beneficio de la suspensión de la prescripción a los menores, los dementes y los sordomudos, y expresamente se refiere a quienes cuentan con representación legal (patria potestad y guarda), es claro que la suspensión opera sin consideración a que exista o no tal representación, por lo que debe entenderse que el modificado artículo 2530 del C.C. contiene un beneficio para determinadas personas, a quienes la ley protege sin importar que el sujeto cuente o no con un representante legal eficiente o ineficiente, por lo que el error en que aquél incurra no puede afectar la situación jurídica del representado”. FUENTE: Sala de Casación Laboral. M.P. Luis Gonzalo Toro Correa. Con salvamentos de voto. Rad. 12890. S.C. 2000-10-18. Reseña de Jurisprudencia Compatibilidad de la pensión extralegal con la de vejez. La pensión extralegal reconocida por el empleador antes del 17 de octubre de 1985, es compatible con la de vejez que cualquier entidad de seguridad social reconozca al ex trabajador beneficiario de la primera, excepto que se haya pactado por las partes la incompatibilidad de las mismas y la compartibilidad de la legal de vejez con la voluntaria otorgada por la empresa. M.P. Fernando Vásquez Botero. Rad. 14042. S.C. 2000-10-04. PERIODOS LECTIVOS EN CONTRATO DE APRENDIZAJE SON COMPUTABLES PARA PENSIÓN DE JUBILACIÓN. NO ENCUENTRA LA SALA NORMA LEGAL ALGUNA QUE AUTORICE DESCONTAR A PROPÓSITO DE LOS REQUISITOS DE LA PENSIÓN JUBILATORIA, LOS SERVICIOS CUMPLIDOS POR LOS APRENDICES. EN EFECTO, SI BIEN ES CIERTO QUE CONFORME A LE LEY ÉSTOS DEBEN DESARROLLAR SU VINCULACIÓN EN PERIODOS IGUALES Y SUCESIVOS DE ACTIVIDADES ACADÉMICAS Y LABORALES, LA LEY NO EXCLUYE LOS PERIODOS LECTIVOS DEL CONCEPTO DE TRABAJO Y NO TENDRÍA PORQUÉ HACERLO, PUES EN PRINCIPIO EL OPERARIO QUE SE ADIESTRA POR CUENTA DE UN EMPLEADOR, COMPROMETE SU FUERZA LABORAL EN ELLO Y A LA POSTRE EL EMPRESARIO QUE LO PATROCINA SI LO TIENE A BIEN PODRÁ APROVECHAR LOS FRUTOS DE SU FORMACIÓN EN CUANTO PUEDEN TRADUCIRSE EN UN SERVICIO MÁS EFICIENTE Y ADECUADO A LAS NECESIDADES DEL ESTABLECIMIENTO. M.P. FRANCISCO ESCOBAR HENRÍQUEZ. RAD. 14351. S.C. 2000-10-05. Extinción de la acción penal por muerte del procesado. Para efectos laborales, particularmente de las justas causas de despido contempladas en la ley, dicha extinción no borra la responsabilidad laboral de las conductas constitutivas de justa causa de terminación del contrato, plenamente comprobadas en el proceso del trabajo. M.P. José Roberto Herrera Vergara. Rad. 14464. S.C. 2000-10-10. Sentencia declarativa. “La sentencia es declarativa, simplemente reconoce un derecho que siempre ha estado en cabeza de aquel a quien se le otorga”. M.P. Luis Gonzalo Toro Correa. Rad. 13739. S.C. 2000-10-18. Regímenes pensionales extralegales. Vigencia. De los artículos 11 y 283 de la Ley 100 de 1993 no se desprende que derogó ipso jure las estipulaciones que sobre pensiones extralegales estaban contenidas en convenciones colectivas de trabajo vigentes para la fecha en que ella empezó a regir, ni que esté prohibido que en los acuerdos colectivos futuros se hicieran pactos sobre esa materia. M.P. Fernando Vásquez Botero. Rad. 14992. S.C. 2000-10-19. Derecho a la pensión de vejez. Sólo el cumplimiento estricto de los requisitos que la ley establece para adquirir válidamente el derecho a la pensión de vejez es el que determina que se esté en frente a un derecho causado y, por consiguiente, jurídicamente amparable, por lo que no es dable sostener que con el mero hecho de afiliarse a un régimen pensional se adquiera el derecho a una específica pensión. M.P. Rafael Méndez Arango. Rad. 14475. S.C. 2000-10-23. Potestad extra petita. Ejercicio. El ejercicio por el a quo de la potestad extra petita no implica carencia de claridad en la demanda. La figura es una expresión procesal del espíritu protector que del trabajador tiene toda la legislación laboral colombiana y representa una atenuación del principio de congruencia, que no es absoluto. Además, su utilización no significa violar el derecho de defensa del demandando o transgredir el debido proceso, pues su aplicación reclama que los hechos que desatan la condena se hayan discutido en el juicio y estén probados. M.P. Fernando Vásquez Botero. Rad. 14392. S.C. 2000-10-23. Jurisdicción ordinaria: le compete conocer diferencias entre entidades del régimen de seguridad social. Entre los asuntos que corresponde conocer a la jurisdicción del trabajo se encuentran las diferencias que surjan entre las distintas entidades públicas y privadas del régimen de seguridad social integral y sus afiliados, conforme al artículo 2° del CPT, modificado por el artículo 1° de la Ley 362 de 1997. Asignación de competencia que no es novedosa puesto que con anterioridad a la expedición de la Ley 100 de 1993, el CPT disponía originariamente en su artículo 2° que esta jurisdicción debía decidir las controversias, ejecuciones y recursos que le atribuyera la legislación sobre seguro social. Es claro entonces que ha correspondido a la jurisdicción ordinaria laboral resolver las diferencias que se presenten entre los afiliados al ISS y la entidad. M.P. Francisco Escobar Henríquez. Rad.14513. S.C. 2000-10-28. Principio de favorabiliad frente a Ley 100/93. “…si el querer del legislador, que en cumplimiento del artículo 48 de la Constitución Política expidió la Ley de Seguridad Social, fue el de dejar a salvo o respetar derechos adquiridos con anterioridad a su vigencia, no podría aceptarse que la cónyuge, que se le reconoció la pensión antes de la vigencia de la susodicha ley, no pudiera sustituirla, una vez fallece, a los beneficiarios legales, que cumplen con las demás exigencias para ello”. M.P. Luis Gonzalo Toro Correa. Rad. 13987. 2000-10-31. Normas de decretos reglamentarios. “… los artículos 8 y 11 de la Ley 6ª de 1945 son las normas sustantivas consagratorias de los derechos reclamados, mientras que las citadas por la censura hacen parte de decretos reglamentarios; el 2127 de 1945 reglamentó la mencionada Ley 6ª de 1945 y el artículo 1º del 797 de 1949 sustituyó el artículo 52 del 2127 de 1945”. M.P. Luis Gonzalo Toro Correa. Rad. 14079. S.C. 2000-10-31. El legislativo fija la categoría de empleos públicos. “… la facultad de fijar la categoría de los empleos públicos, aún antes de la expedición del Decreto 1333 de 1986, es exclusiva del legislativo, en todos los órdenes territoriales. Sólo pudiendo, las Asambleas y Concejos, en lo que respecta a los departamentos y municipios y dentro de los cánones legales, regular la categoría de los empleos de los entes descentralizados territoriales a través de los estatutos de personal, pero no la categoría de los empleados vinculados directamente con el ente territorial”. M.P. Luis Gonzalo Toro Correa. Rad. 14140. S.C. 2000-11-03. Principio de congruencia. Es base esencial del debido proceso laboral que -salvo las potestades del sentenciador de única o de primera instancia-, los fallos judiciales se enmarquen dentro de las pretensiones impetradas por la parte actora y, además, que tales resoluciones se acoplen a la causa petendi invocada por el promotor del juicio. M.P. José Roberto Herrera Vergara. Rad. 14948. S.C. 2000-11-08. Pensión sanción. Transmisión a los sobrevivientes. No es acertado asumir que las únicas pensiones que se transmiten son las plenas de jubilación, vejez e invalidez, pues el entendimiento de las normas que gobiernan la de sobrevivientes también permite la transmisión del derecho del titular de la pensión sanción a las personas que define la ley. M.P. Fernando Vásquez Botero. Rad. 14501. S.C. 2000-11-15. Para marzo 3 de 1994 la Ley 100/93 no regula. “…si la actora presentó la solicitud de pensión por vejez el 3 de marzo de 1994, como lo afirma en el hecho tercero de la demanda inicial, no puede ahora pretender que se le aplique la Ley 100 de 1993 que empezó a regir el 1º de abril de 1994, para los efectos de poder seguir cotizando durante los cinco años más de que trata el artículo 33, y al mismo tiempo que se tenga en cuenta para idéntico propósito el número de 500 semanas de cotización que consagra el artículo 12 del Acuerdo 049 de 1990 para tener derecho a la citada pensión…” M.P. Luis Gonzalo Toro Correa. Rad. 14282. S.C. 2000-11-17. BUEN TRATO EN LAS RELACIONES LABORALES. SU TERMINACIÓN AUTORIZA LA TERMINACIÓN EL CONTRATO. EL LEGISLADOR EN LO LABORAL HA SIDO PARTICULARMENTE RIGUROSO EN EXIGIR A LAS PARTES DEL CONTRATO DE TRABAJO EL BUEN TRATO, Y ELLO ES APENAS NATURAL DADO QUE SE TRATA DE UN NEXO JURÍDICO DE TRACTO SUCESIVO QUE USUALMENTE COMPORTA ENTRE EL PATRONO, SUS REPRESENTANTES, EL TRABAJADOR Y LOS DEMÁS COMPAÑEROS DE LABOR, UN ALTO GRADO DE CONVIVENCIA, DE FORMA QUE LAS RELACIONES LABORALES DEBEN SER MUY CONSIDERADAS Y EN EL TRATO ENTRE SUS COMPONENTES HA DE IMPERAR, LA CORTESÍA, EL DECORO, LA SERIEDAD Y EL MÁS ABSOLUTO RESPETO. ESTABLECIÓ, EN CONSECUENCIA, QUE LA CONTRAVENCIÓN A ESTE ELEMENTAL SUPUESTO DE CONCORDIA, AUTORIZA AL AGRAVIADO PARA TERMINAR UNILATERALMENTE EL VÍNCULO, CON JUSTA CAUSA. M.P. FRANCISCO ESCOBAR HENRÍQUEZ. RAD. 14705. S.C. 2000-11-27. Interrupción de la prescripción. “…la demanda introductoria del juicio no puede tomarse como punto de partida para fijar la interrupción de la prescripción cuando el trabajador deja por fuera de ella alguna pretensión y sólo viene a formularla en la adición de la demanda, pues, en este último caso, necesariamente es preciso considerar como tal la fecha en que opera la notificación de la mentada adición de la demanda”. M.P. Luis Gonzalo Toro Correa. Rad. 14405. S.C. 2000-11-29. Trabajador oficial. Clasificación por convención. El instrumento de que trata el artículo 467 del CST no es el idóneo para atribuir a un servidor público la condición de trabajador oficial, pues es la ley la que define la naturaleza jurídica del vínculo entre los entes públicos y sus empleados. M.P. Fernando Vásquez Botero. Rad. 14590. S.C. 2000-11-29. Qué debe entenderse por reintegro. Como ocurre que el legislador no le ha dado un significado legal a la palabra «reintegro», debe ella entenderse en su sentido natural y obvio, que para estos efectos no puede ser otro diferente al uso general registrado en el Diccionario de la Lengua Española, en donde dicho sustantivo está definido como «acción y efecto de reintegrar», y «reintegrar» es verbo transitivo que en la acepción pertinente significa «volver a ejercer una actividad, incorporarse de nuevo a una colectividad o situación social o económica». Como uno de los ejemplos del correcto uso de la palabra se da el de «reintegrarse a sus funciones». Gramaticalmente la palabra «reintegro» no puede significar otra cosa diferente a incorporar de nuevo a alguien a su trabajo, por lo que desde el punto de vista de la prevalencia del derecho sustancial resulta irrelevante que en los casos en que un patrono ha efectuado un despido colectivo, así determinado por el Ministerio de Trabajo y Seguridad Social, para hacer efectiva la protección de los trabajadores y realizar el derecho que tienen «a percibir el salario», el trabajador, quien por ministerio de la ley está autorizado para considerar que se encuentra vigente su contrato de trabajo, bien puede demandar que se le reintegre al empleo, o que se le reincorpore a la empresa, o que se le instale en su empleo, o que se le reinstale en su actividad laboral, pues, independientemente de cuál sea la expresión que utilice en su demanda, en la medida en que acredite el hecho de haber sido afectado por un despido determinado como colectivo por la autoridad administrativa competente, para que se cumpla la voluntad de legislador y tenga consecuencias prácticas la protección que le otorgan el artículo 40 del Decreto Legislativo 2351 de 1965 y el artículo 40 del Decreto Reglamentario 1469 de 1978, de no producir ningún efecto el despido colectivo de trabajadores efectuado por el patrono, el juez debe ineludiblemente ordenar la reinstalación del trabajador a su empleo con todas las consecuencias que se derivan de dicha decisión judicial. M.P. Rafael Méndez Arango. Rad. 14640. S.C. 2000-11-30. Pensión de sobrevivientes. No se puede negar a los derechohabientes de un afiliado so pretexto de no reunir éste 26 semanas de cotización en el año anterior a su deceso, si durante su vinculación con la seguridad social cumplió cabalmente con los requisitos exigidos por el art. 6 del Acuerdo 049 de 1990. M.P. José Roberto Herrera Vergara. Rad. 15057. 2000-11-30. Conciliación. Inconstitucionalidad sobreviniente. Aplicación. La teoría de la inconstitucionalidad sobreviniente es predicable únicamente respecto a disposiciones con jerarquía de ley o similar, razón por la que no es admisible que se aplique a un acto celebrado entre particulares, como la conciliación. M.P. Fernando Vásquez Botero. Rad. 14659. S.C. 2000-12-03. Vicio del consentimiento anula la conciliación. «La mentira de la accionada acerca de su edad fue lo que le permitió el reconocimiento de la pensión (...), siendo ello _obviamente_ motivo suficiente para viciar el consentimiento de la empleadora, en la medida que conforme a las probanzas que se dejaron analizadas, de haber conocido ésta su real edad, no habría otorgado la prestación, que mediante engaño le fue reconocida”. M.P. Carlos Isaac Náder. Rad. 14710. S.C. 2000-12-05. Condición profesional del trabajador. Obligatoriedad del ascenso. La formación profesional del trabajador no implica para el empleador obligación de ascenderlo, pues una exigencia tal no existe en el artículo 57 del CST. Por lo mismo, no ascender al servidor capacitado profesionalmente no constituye causa justa para que él de por terminado el contrato de trabajo aduciendo culpa patronal. M.P. Fernando Vásquez Botero. Rad. 14709. S.C. 2000-12-07. SALA DE CASACIÓN PENAL OCTUBRE - DICIEMBRE 2000 Indagatoria y emplazamiento El ideal de comparecencia para la indagatoria es el de la citación. Al emplazamiento y declaratoria de persona ausente sólo se debe llegar después de agotar objetivamente los recursos del Estado para procurar la presencia personal del sindicado en el proceso penal. En el proceso penal colombiano, al Estado le corresponde, en tanto titular de las funciones de acusación y juzgamiento, el deber jurídico de vincular al imputado por medio de una de dos maneras: personal, a través de la indagatoria; o, en ausencia, mediante la declaración de persona ausente. Y es precisamente en esta oportunidad donde se define la medida y el límite de tal obligación, determinante en la construcción del balance procesal, Estado - defensa (material y técnica), que garantiza el real ejercicio de este derecho fundamental por parte del procesado. El procedimiento está diseñado fundamentalmente sobre supuestos de vinculación personal del imputado como mecanismo ideal. En este sentido, la indagatoria es el instrumento óptimo para el efecto. Y según la necesidad concreta de realizar dicha diligencia, la ley contempla las más diversas alternativas que van desde la generada por la captura en flagrante hecho punible, pasa por el derecho a solicitar la propia indagatoria o la presentación voluntaria a rendirla, continúa con la citación para realizarla y culmina con la emisión de captura para el efecto, como opción unilateral y forzosa que tiende a suplir el marginamiento voluntario del reo frente a su posibilidad de comparecencia al proceso. En principio, dentro del esquema que traza el Código de Procedimiento Penal, el ideal de asistencia a la indagatoria es el de la citación. A tal conclusión se llega a partir de la lectura de los artículos 375 y 376 del mencionado estatuto, que dejan al fiscal la facultad de librar, cuando lo considere necesario, orden de captura para efectuarla, tratándose de delitos cuya pena de prisión mínima sea de dos (2) años o más; discrecionalidad del funcionario derivada de la natural aflicción que genera una orden de captura, el principio constitucional de presunción de inocencia y la precariedad probatoria que se exige para realizar esta diligencia. Si un imputado es citado y no comparece, el paso siguiente es ordenar su captura. Y si después de poner en conocimiento de los organismos de seguridad del Estado todos los datos que posee el funcionario judicial, no puede lograrse su comparecencia personal, entonces procederá el emplazamiento y la posterior declaratoria de persona ausente. Así, la legalidad de este procedimiento radica en que sea consecuencia de la rebeldía o la ausencia real del procesado. En cualquier evento, el proceso tiene que preservar el balance de la relación jurídica y su carácter bilateral, lo cual no excluye la concurrencia de pretensiones públicas o privadas _incluso opuestas entre sí_ ni la pluralidad de sujetos procesales, entre ellos el Ministerio Público. “Al Estado, por tener a su servicio los organismos de seguridad y las diversas agencias de investigación e inteligencia, le cabe la responsabilidad de utilizar adecuadamente la información que posea para la localización de cada sindicado o de recaudar esa información si no la tiene. En todo caso el deber procesal de vinculación es suyo y es por tanto a quien le compete realizar las gestiones materiales suficientes en virtud de cuyo fracaso se imposibilita hacer comparecer a la persona que debe rendir indagatoria. A ello le caben dos clases de excepciones: La de aquellos que notoriamente se hallan en rebeldía, a ciencia y paciencia propias; y, la de aquellos cuya captura se torna en requerimiento público o suficientemente conocido, de modo que no puede haber lugar a que el proceso se construya a espaldas suyas. Pero aún en estas hipótesis, la evidencia de su postura debe ser diáfana en el trámite mismo y no puede suponerse, ni fundarse en juicios puramente subjetivos”. FUENTE: Sala de Casación Penal. M.P. Carlos E. Mejía Escobar. Rad. 12780. S.C. 2000-12-18. Reseña de Jurisprudencia Detención domiciliaria. La detención, preventiva o domiciliaria, tiene como fines la comparecencia del acusado al proceso y, eventualmente, la ejecución del fallo, según lo disponen los artículos 9.3 del Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos y 7.5 de la Convención Americana de Derechos Humanos. De este modo, las condiciones objetivas y subjetivas para la concesión de la detención domiciliaria deben relacionarse con los fines de la eventual ejecución de la pena. El texto del artículo 396 del CPP hace exigencias relacionadas con la resocialización pero también con la prevención general. El mérito de la prevención general en materia de detención domiciliaria, al lado de los demás fines, radica en la búsqueda de la paz jurídica, como cometido que incumbe al Derecho Penal, pues la comunidad se resiente bastante con la concesión graciosa del beneficio al funcionario que en la posición privilegiada de guardián para ella de la seguridad jurídica, la quebranta persistentemente con manifiesta deslealtad a su misión. M. P. Jorge Aníbal Gómez Gallego. Rad. 16.997. A. 2000-10-23. Interceptación de comunicaciones telefónicas requiere autorización judicial previa. Debe reiterar la Sala que en nada aprecia el contenido de la grabación ilícitamente efectuada, sobre una presunta charla telefónica entre los referidos..., que es nula de pleno derecho, por expreso mandato del inciso final del artículo 29 de la Constitución. Esa práctica delictuosa de interceptar las comunicaciones privadas, sin previa autorización escrita de autoridad judicial competente, debe ser expresamente censurada y rechazada, como flagrantemente violatoria del derecho fundamental a la intimidad. M. P. Nilson Pinilla Pinilla. Rad. S.U. 15.273. 2000-10-25. Interés ilícito en la celebración de contratos. Se observa que en el Acta N° 82 de la Comisión Redactora de 1974 de lo que vino a convertirse en el decreto 100 de 1980, se analizó el ahora artículo 145, estimándose adicionado el 167 del anterior estatuto, pues tal precepto únicamente contemplaba la ilicitud para «El funcionario o empleado público... que directa o indirectamente se interese en provecho propio en cualquier clase de contrato u operación en que deba intervenir por razón de su cargo», y la disposición actual abarca «provecho propio o de un tercero», así mismo sin hacer referencia a que sea de carácter económico. De tal manera, el interés previsto por esta norma tampoco tiene que contener una significación pecuniaria, ni el provecho en sí debe ser ilícito, sino que esa ilicitud se circunscribe al interés. Se reitera así lo analizado por esta Sala en sentencia de fecha 27 de septiembre del año en curso, radicación 14.170, con ponencia de quien ahora cumple igual función (...“desconocimiento de los principios de transparencia y selección objetiva, en cualquier clase de contrato u operación en que deba intervenir por razón de su cargo o sus funciones”). M. P. Nilson Pinilla Pinilla. Rad. 15.273 S.U. 2000-10-25. Dictamen pericial. El dictamen pericial de psiquiatría forense, como lo señala el artículo 273 del CPP, debe apreciarse teniendo en cuenta la firmeza, precisión y claridad de sus fundamentos, la idoneidad de los peritos y “los demás elementos probatorios que obren en el proceso”. En estas condiciones, si no resulta infirmado, dicha evidencia ilustra al juzgador acerca de la certeza requerida para dictar el fallo correspondiente. M.P. Mario Mantilla Nougués. Rad. 14309. S.C. 2000-11-01. Cancelación de títulos fraudulentos. En armonía con las previsiones superiores, el artículo 61 del CPP dispone que, al instante en que se demuestre la tipicidad del hecho punible que dio lugar a la obtención de títulos de propiedad sobre bienes sujetos a registros, el funcionario que esté conociendo del asunto ordenará la cancelación de unos y otros; regulación que a no dudarlo se orienta a restablecer el derecho transgredido, volviendo las cosas al estado anterior al delito y a evitar la comisión de eventuales defraudaciones en cadena, objetivos que no se conseguirían de prohijarse la tesis de adoptarse esta medida solamente en la sentencia condenatoria, con la cual se admitiría, además, al delito como justo título para adquirir el dominio. A través de la sentencia C-245 del 24 de junio de 1993, la Corte Constitucional declaró exequible este precepto, a condición de que la cancelación de los registros se disponga como medida preventiva mientras esté en curso el proceso, y de manera definitiva en la sentencia condenatoria. M.P. Edgar Lombana Trujillo. Rad. 13349. A.U.I. 2000-11-01. Naturaleza del vocero. Impedimentos. El artículo 451 del CPP autoriza la intervención del vocero, única y exclusivamente, durante la audiencia pública cuando el enjuiciado “personalmente no quiera hacer uso de la palabra”, es decir su intervención es facultativa, no necesaria, es, como su nombre lo indica, simplemente la voz del procesado; por lo mismo, no se le puede tener como un sujeto procesal independiente, ni es posible caracterizársele como accesorio y mucho menos principal en el proceso penal, pues es como si actuare el propio enjuiciado. El vocero, como persona que coadyuva al enjuiciado en el específico evento en que éste no quiera hacer uso de su turno a la palabra en el debate público, no se constituye en sujeto procesal autónomo o independiente, sino en portavoz del procesado; en consecuencia, como el vocero no desplaza, ni reemplaza al acusado, sino que actúa como si fuera él, las circunstancias que constituyan impedimento no se pueden predicar en su respecto, y éstas sólo serán atendibles en cuanto se relacionen con el enjuiciado, quien es el que ostenta el carácter de sujeto procesal. La limitada y exclusiva intervención del vocero, su actuación restringida a sólo un acto del proceso y aún más específicamente a la oportunidad de uso de la palabra que en ella se defiere al acusado, no tiene la capacidad tal de generar en el juzgador un obstáculo que ponga en entredicho su imparcialidad frente a los intereses del procesado, cuya intervención oral hubiere asumido el vocero, pues, se reitera éste es sólo quien lleva su voz, esto es, un interviniente que, por ende, carece de autonomía en la relación jurídico procesal. M.P. Carlos Augusto Gálvez Argote. Rad. 17.753. S.C. 2000-11-08. Concurso entre concusión y otros punibles. Si, frente al punible de concusión, su elemento abuso del cargo se entiende como la mala, excesiva, injusta, impropia o indebida utilización de la investidura con que el servidor público ha sido dotado, al punto que su simple ostentación resulte suficiente para infundir en el asociado el temor de perjuicios mayores si no se accede a las torcidas pretensiones de aquél, es indudable que el delito de falsedad documental no puede considerarse subsumido en un tal comportamiento abusivo, pues, si bien, un hecho de esa naturaleza no se comprende dentro del ámbito funcional de los servidores del Estado, su comisión, para los efectos del verbo rector de la concusión, no refleja precisamente una mala utilización del cargo, sino una conducta material y jurídicamente autónoma que impone igual tratamiento, así se verifique con la finalidad de ocultar la ilícita exigencia. En otros términos, si un servidor público, haciendo anómala, excesiva o indebida ostentación de su cargo, constriñe o induce a una persona a dar o prometer al mismo empleado del Estado, o a un tercero, dinero o cualquier otra utilidad, o los solicite, la concreción de todos esos elementos obligará a tener por adecuada su conducta al tipo penal de concusión, es decir, la concurrencia de ellos hace evidente la consumación de la acción lesiva de la administración pública; pero si, además, para efectos de cumplirse el acto a que eventualmente se haya comprometido a cambio de la solicitada utilidad, el servidor público va más allá de la simple ostentación del cargo y ejecuta comportamientos que encuentran igualmente adecuación típica, es evidente que también ha de responder por la comisión de éstos habida cuenta que se constituyen así en hechos que, aunque ligados por algún nexo con la concusión, tienen plena independencia material y jurídica, tanto que, de no habersen ejecutado, el ilícito de concusión seguiría existiendo. M.P. Carlos Augusto Gálvez Argote. Rad. 14.815. S.C. 2000-11-15. Sana crítica y legítima defensa. La demostración de la legítima defensa también debe surgir de inferencias lógicas y experimentales en manejo de la prueba. Las cosas no pueden evaluarse desde una tranquilidad ex post facto, sino que el juzgador o el censor deben ponerse racionalmente en el lugar de los protagonistas. La torpeza del acusado en la explicación judicial de su conducta, por ser un acto posterior a los hechos, no es argumento suficiente para declarar la inexistencia de la causal de justificación. M. P. Jorge Aníbal Gómez Gallego. Rdo. 12.824. S.C. 2000-11-23. Falsedad ideológica en documento privado. Configuración típica. La falsedad ideológica en documentos se presenta cuando en un escrito genuino se insertan declaraciones contrarias a la verdad y siendo el documento verdadero, en su forma y origen (auténtico), contiene afirmaciones falsas sobre la existencia histórica de un acto o un hecho, o sus modalidades, bien porque se los hace aparecer como verdaderos no habiendo ocurrido, o cuando habiendo acontecido de determinada manera, son presentados de una diferente. En la falsedad ideológica de particular en documento privado, la configuración típica de este delito requiere que, en principio, la fuente del deber de veracidad sea la propia ley, tal cual ocurre con el de los particulares que ejercen una facultad documentadora de la verdad impuesta por el legislador en virtud de su profesión u oficio, como médicos, contadores y revisores fiscales. Sin embargo, este ilícito también se tipifica cuando se cumplen otras condiciones, como que el documento tenga capacidad probatoria, sea utilizado con fines jurídicos y determine la extinción o modificación de una relación jurídica sustancial en perjuicio de un tercero. Con salvamentos de voto. M.P. Fernando Arboleda Ripoll. Rad. 13231. S.C. 2000-1129. Acumulación de juicios. Improcedencia en procesos contra funcionarios aforados. La acumulación de juicios en procesos de única instancia contra funcionarios aforados, cuya investigación y juzgamiento compete adelantar a la Corte, no es procedente con otros asuntos sobre los cuales el fuero no concurre, por razón de la naturaleza constitucional de éste y, también, por las marcadas características diferenciadoras que le son propias a cada trámite, las cuales impiden su unificación. M.P. Fernando Arboleda Ripoll. Rad. 11507. A. 2000-11-29. Derecho de defensa y ausencia de poder. Objetivamente hubo defensa técnica y, por eso, no se vulneró la garantía consagrada en el artículo 29 de la Carta Política, inquietándole al Procurador Delegado únicamente la ausencia de poder. La legitimidad no sólo se adquiere formalmente, con el otorgamiento del mandato, contrato que, en fin de cuentas, es consensual y puede ser verbal (art. 2149 C.C.). No existe nulidad sin perjuicio real contra un derecho, ni es la informalidad en sí misma considerada la que conduce a la anulación, sino en cuanto impide el ejercicio de una garantía fundamental; de ahí que, de conformidad con el principio de la instrumentalidad de las formas (art. 308-1 C. de P. P.), no se declarará la invalidez del acto cuando cumpla la finalidad para la cual estaba destinado, siempre que no se viole el derecho a la defensa, que es claro no haber sido conculcado en este proceso, tanto que el jurista que luego acudió a atender a los acusados ninguna observación formuló en ese sentido, ni aún en la demanda de casación. Según el principio de la trascendencia, no basta demostrar la presencia de la irregularidad, pues es indispensable acreditar que el vicio afectó el derecho de defensa o desconoce las bases fundamentales de la instrucción o del juzgamiento (art. 308-2 ib.). El postulado de la convalidación hace referencia a la renuncia de la parte a solicitar la nulidad del acto irregular, que de esa manera queda subsanado o, como dispone el ordinal 4° del artículo 308 del estatuto procesal penal, “Los actos irregulares pueden convalidarse, por el consentimiento del perjudicado, siempre que se observen las garantías constitucionales”. En el asunto examinado, no cabe duda que hubo defensa técnica permanente para los dos procesados citados, como se precisó anteriormente, con la labor desarrollada por el apoderado del otro sindicado, y la ausencia de poder escrito no impidió que fuera ejercida válidamente por el defensor común. Luego, examinada la situación a la luz de los principios de la instrumentalidad de las formas, la trascendencia y la convalidación, no hay nulidad. M. P. Nilson Pinilla Pinilla. Rad. 14.615. S.C. 2000-12-07. Tercero civilmente responsable. El tercero civilmente responsable carece de interés para pedir la nulidad del proceso por los vicios cometidos en lo atinente a la actuación adelantada contra el procesado. El tercero civilmente responsable y el procesado son dos sujetos procesales distintos, con sus propias facultades y pretensiones (que incluso pueden devenir contrapuestas), y sin que al primero se le otorgue la condición de codefensor del segundo, así en el desarrollo del proceso y en miras del propio interés asuma conductas que eventualmente puedan beneficiar a éste. Por lo tanto, el tercero civilmente responsable carece de interés para pedir la nulidad del proceso por los vicios cometidos en lo relacionado con la actuación adelantada contra el procesado, o para controvertir, a través de la casación, las pruebas que lo comprometen penalmente. Sólo está legitimado para atacar los aspectos atinentes a su propia culpa, como por ejemplo, que no tuvo la oportunidad de defenderse por haber sido vinculado tardíamente al proceso penal, que no existe nexo que lo vincule con el procesado, que existió una causa extraña que le hizo imposible el cumplimiento del deber jurídico concreto de vigilar, por fuerza mayor o caso fortuito, hecho de un tercero o culpa exclusiva de la víctima. M.P. Jorge E. Córdoba Poveda. Rad. 15365. S.C. 2000-12-15. Principios que rigen la contratación estatal. Contrato sin cumplimiento de requisitos legales. Tipicidad conglobante. Los elementos del tipo penal contemplado en el artículo 146 del C.P., son ellos precedidos, y por lo tanto implícitos en éste, de los principios generales de la contratación establecidos en la Constitución Política, en el Código Contencioso Administrativo y en la Ley 80 de 1993, en sus artículos 209, 3° y 23 respectivamente. El análisis que hace la Sala del “Aspecto objetivo del delito” entraña, entonces, comparar la conducta imputada con el tipo penal, a partir de la Constitución Política y de lo pertinente de la Ley 80 de 1993, es decir, con fundamento en una concepción material, axiológica jurídica, conjunta y conglobada de tipo penal, de acuerdo con la cual este comporta una definición que se extrae de los valores sustanciales que prevé la Carta. Dicho de otra forma, su estudio implica ubicarlo dentro del ordenamiento jurídico entero, que se mira en sus interrelaciones. Esos principales principios o postulados dimanantes de la Constitución y de la ley son, los siguientes: 1. Principio de Transparencia. Transparencia quiere decir claridad, diafanidad, nitidez, pureza y translucidez. Significa que algo debe ser visible, que puede verse, para evitar la oscuridad, la opacidad, lo turbio y lo nebuloso. Así, la actuación administrativa, específicamente la relación contractual, debe ser perspicua, tersa y cristalina. Se trata, sin duda, de un postulado que pretende combatir la corrupción en la contratación estatal, que en sus grandes líneas desarrolla también los principios constitucionales de igualdad, moralidad, eficiencia, imparcialidad y publicidad aplicados a la función administrativa (artículo 209 de la Constitución Política). 2. Principio de economía. Está consagrado en el artículo 25 del estatuto y en el 209 de la Constitución Política. Apunta a garantizar que en la actuación contractual se observen rigurosamente los principios de celeridad y eficacia eliminando trámites innecesarios, reclamando la adopción de mecanismos y procedimientos ágiles, exigiendo la existencia de partidas y disponibilidades presupuestales y la apropiación de reservas y compromisos. 3. Principio de responsabilidad. Con base en él, el artículo 26 del Estatuto obliga a los servidores públicos a buscar el cumplimiento de los fines de la contratación, vigilar la correcta ejecución del contrato y proteger los derechos de la entidad, del contratista y de los terceros que puedan verse afectados por la ejecución del contrato, además de señalar las consecuencias que sufren aquellos por sus acciones y omisiones, así como la responsabilidad de los contratistas en los casos expresamente previstos en la disposición en comento. 4. Principio de imparcialidad. Imparcialidad equivale a rectitud, equidad, neutralidad, objetividad, ecuanimidad y legitimidad, por oposición a la subjetividad, a la parcialidad, a la tendenciosidad, a la arbitrariedad y al exclusivismo. 5. El principio de eficiencia apunta a la necesidad de hacer todo aquello apropiado en búsqueda del efecto deseado; el de competencia se relaciona con el establecimiento de reglas que garanticen la parificación de los contendientes que se dirigen hacia la misma meta; el de igualdad se refiere a la posición similar que deben tener los aspirantes, con los mismos derechos y expectativas, y el de publicidad quiere materializar, como presupuesto ineliminable de la libre concurrencia, la pulcritud y nitidez de los procedimientos. Si la Constitución establece los principios reseñados y si el C. C. A. y la Ley 80 de 1993 los reitera e incrusta dentro de todo lo relacionado con el proceso de contratación, es obvio que los encargados de ello deben hacerlo con sujeción absoluta y franca a tales axiomas, y que estos se hallan implícitos en todos los tipos penales vinculados con la contratación estatal. Afirmar lo contrario, es decir, pretender prescindir de ellos, haría pensar en la banalidad y vacuidad de la Carta Política y en el aislamiento de las diversas áreas que componen el ordenamiento jurídico. La conclusión, entonces, es obvia: dentro de la definición del artículo 146 del Código Penal, están materialmente incorporados también como componentes suyos y por encima de los demás, los principios constitucionales y legales de la contratación, en el entendido que las exigencias esenciales de los trámites, las celebraciones y las liquidaciones de los contratos de la administración devienen y se impregnan en todo momento de esos axiomas. M.P. Alvaro Orlando Pérez Pinzón. Rad. 17088. U.I. 2000-12-19.