La ética de la virtud y la bioética1

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REVISTA COLOMBIANA DE BIOÉTICA • VOL
LA. ÉTICA
4 Nº DE
1 -LAJUNIO
VIRTUD
2009
Y LA
• BIOÉTICA
93-128
La ética de la virtud
y la bioética1
Virtue Ethics and Bioethics
Alejandro Díaz García2
Resumen
El presente trabajo se enmarca en el contexto de la fundamentación de la
bioética y tiene por objetivo determinar la posibilidad, alcance y límites de la
aplicación de la teoría moral conocida como ética de la virtud al marco teórico
y metodológico de la bioética. Después de evidenciar las razones que han
permitido la reincorporación del discurso acerca de la virtud en la filosofía
moral contemporánea y de señalar los principales rasgos de esta teoría moral,
se mostrará su influencia en los campos donde se desarrollan las reflexiones y
prácticas de la bioética, particularmente en el campo de la ética médica. Una
reflexión posterior permitirá afirmar el valor complementario de la ética de
la virtud a las fundamentaciones deontológica y utilitarista de la bioética y
señalará la necesidad de pensar los hechos morales en términos de finalidad,
de tomar en cuenta todos los elementos que componen la complejidad moral
y de promover la excelencia a favor de la vida como los principales aportes
de la integración del paradigma de las virtudes al discurso bioético.
Palabras clave: Ética de la virtud, ética médica, fundamentos de la bioética.
1
2
Trabajo de reflexión teórica realizado en la maestría en Bioética de la Universidad El Bosque. Entregado
el 15/03/2009 y aprobado el 15/06/2009.
Teólogo. Licenciado en Teología Moral. Pontificia Universidad Gregoriana de Roma. Magíster en bioética.
Universidad El Bosque. moralejo74@yahoo.com
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ALEJANDRO DÍAZ GARCÍA
Abstract
This paper is framed in the context of the fundations of Bioethics and aims to
determine the possibility, scope and limits of application of the moral theory
known as virtue ethics to the theoretical and methodological framework of
bioethics. After highlighting the reasons that led to the reinstatement of the
discourse about virtue in contemporary moral philosophy and identify the
main characteristics of this moral theory, will show their influence in the
fields where they develop ideas and practices of bioethics, particularly in the
field of medical ethics. A further reflection will confirm the additional value
of virtue ethics to the deontological and utilitarian arguments in bioethics
and highlight the need to think about the facts in terms of moral purpose,
taking into account all the elements that compose the complex moral and to
promote excellence in favor of life as the main contributions of the integration
of the paradigm of virtue to bioethical discourse.
Key words: virtue ethics, medical ethics, foundations of bioethics
Introducción
El presente estudio se enmarca dentro de la cuestión acerca de la fundamentación de la bioética. La cuestión consiste en la necesidad que ha
tenido la bioética de ir configurando un modelo teórico que justifique sus
categorías y argumentaciones, y una metodología que le permita valorar
éticamente las situaciones y aventurar respuestas. Desde sus comienzos,
las investigaciones, discursos y prácticas que constituyen la bioética han
mantenido una actitud de apertura a todo aquello que pueda constituir
un instrumento válido tanto para la teoría como para la praxis, sin parcializarse por un solo modelo ni encasillarse en un único método para
definir sus conclusiones. En este sentido la pregunta ¿cuál ética para la
bioética?, sigue vigente.
94
La respuesta a esta pregunta implica sopesar las teorías morales, saber
qué aceptar de ellas y demarcar el campo de su acción. Aun cuando no
sea posible uniformar la bioética con una sola teoría moral, la adopción
de una o varias teorías morales no puede menospreciar la verificación,
la confrontación y la revisión. Rastrear cómo y hasta dónde las teorías
morales han influenciado la bioética, sus aciertos y limitaciones, es una
tarea necesaria y ha terminado siendo una cuestión problemática.
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LA ÉTICA DE LA VIRTUD Y LA BIOÉTICA
Nuestro objetivo apunta a explorar una de las tantas vetas que la filosofía
ha seguido en el intento por comprender la realidad moral y verificar
cómo este camino puede ser andado con legitimidad por la bioética. El
filón a explotar es la así llamada ética de la virtud. Hablar de virtud en
ética no es nuevo y, de hecho, esta categoría fue uno de los anclajes más
representativos de las éticas antiguas y medievales. En este sentido la
categoría no refleja mayor novedad. Lo atractivo es ver cómo y porqué la
virtud ha resucitado después de una larga noche, trayendo nuevamente
consigo una serie de lineamientos y énfasis en la comprensión de la vida
moral hasta el momento poco puntualizados por las teorías éticas vigentes, el deontologismo y el utilitarismo. Si la bioética se ha servido con
legitimidad de éstas teorías, con cuánta mayor razón no estará llamada a
acoger, implementar y servirse, previo discernimiento, de esa “novedad
recuperada” que supone el estudio sobre la virtud. Discursos acerca de la
prudencia, la excelencia, la actitud y el carácter, la opción fundamental,
los hábitos y modelos de vida, han venido influyendo, por ejemplo, en
la manera de comprender la relación del médico con el paciente, en la
búsqueda de alternativas para solucionar los graves problemas ecológicos contemporáneos, en la iluminación de situaciones de conflicto. La
profundidad y alternativa que proporcionan los lineamientos de la ética
de la virtud y su aplicabilidad a los discursos y prácticas de la bioética
justifican el dedicar un estudio a este problema.
Articulando el objetivo en forma interrogativa pretendemos entonces
responder a las siguientes preguntas: ¿cuál ha sido la influencia de la
ética de la virtud en la bioética? y ¿qué elementos se pueden rescatar
de este influjo como contribuciones válidas y necesarias para la bioética
actual?
Para responder a los interrogantes trazamos tres objetivos que constituyen
la estructura del presente escrito. En un primer momento presentaremos
los motivos de la reincorporación de la virtud en el discurso moral así
como sus elementos constitutivos. En un segundo momento señalaremos una de las apropiaciones que ha hecho la bioética de la ética de
la virtud, la correspondiente al campo de la ética médica. Finalmente,
nuestra intención se dirigirá a realizar un discernimiento, ponderación
y evaluación de la influencia de la ética de la virtud en la bioética. En
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ALEJANDRO DÍAZ GARCÍA
esta sección pretendemos, además de señalar las ventajas y limitaciones
de dicha influencia, poder concretar estos elementos en algunas tareas
y retos para el quehacer bioético.
1. La ética de la virtud
Bajo la denominación ética de la virtud o ética aretaica pretendemos
reunir una serie de discursos de la filosofía moral contemporánea, particularmente anglosajona, que han tratado de recuperar la categoría virtud
en la reflexión ética3 y que, al mismo tiempo, buscan estructurar desde
ella un modelo para la comprensión y orientación de la moralidad. No
obstante la divergencia de enfoques y modelos de fundamentación, el
denominador común de los partidarios de esta nueva perspectiva es encontrar en el carácter del sujeto la clave hermenéutica para comprender
el bien moral y para fundamentar las exigencias morales.
El intento de reincorporar el horizonte de la virtud obedece principalmente a la inconformidad con la interpretación del fenómeno moral
dada por las teorías morales más influyentes de la Modernidad, el
deontologismo y el consecuencialismo4. Un momento fundacional de
3
4
96
Se habla de recuperación en la medida que el discurso de la virtud tuvo una fuerza preponderante especialmente en la ética antigua. Detrás de los discursos de la ética actual se pueden identificar dos inspiraciones
fundamentales: la primera retoma sustancialmente la concepción aristotélica de la virtud como realización
de un fin interno al sujeto agente y a las prácticas que él ejercita; la segunda toma en buena parte los
postulados de la interpretación humeana de la moral, en particular lo referido al papel de las pasiones y
de las emociones en la vida ética. Cfr. ARISTÓTELES, Ética Nicomáquea. I-III; HUME, D. Tratado de la
naturaleza humana. III. Para una aproximación al desarrollo histórico de la comprensión de la virtud Cfr.
DARWALL, S (ed). Virtue Ethics. Malden: Blackwell Publishing, 2003; WELCHMAN, J. The Practice of
Virtue: Classical and Contemporary Readings in Virtue Ethics. Indianápolis: Hackett, 2006.
Dentro de los teóricos de la virtud actuales es posible distinguir dos grupos según la teoría moral vigente
objeto de su crítica: los primeros son los insatisfechos con el utilitarismo. Critican su descuido por la
pluralidad de bienes, su concepción reductiva y tecnicista de la razón y la comprensión no cognitiva de
la emoción y del deseo. Contra la idea de una racionalidad práctica reducida al mero cálculo de la relación entre costos y beneficios, pretenden ampliar el papel de la razón en ética, reconociéndole también
la función de orientar los deseos y las pasiones (p.ej. John McDowell, Iris Murdoch). En el segundo se
encuentran sobretodo los críticos de Kant, del deontologismo y del racionalismo universalista. Estos
pretenden reivindicar el rol de los aspectos no racionales del hombre en cuestión ética, particularmente
las emociones y las pasiones, en contra del formalismo kantiano y del reduccionismo utilitarista. La razón
no puede guiar las pasiones, pero la vida moral está constituida especialmente de éstas últimas y del modo
mediante el cual el sujeto las armonice en su vida. Reivindicando al sujeto en su particularidad terminan
rechazando la pretensión de una fundación universal de la ética y, por tanto, aceptando cierto relativismo
y escepticismo ético (p.ej. Rosalind Hursthouse, Philippa Foot, Alasdair MacIntyre, Annette Baier).
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LA ÉTICA DE LA VIRTUD Y LA BIOÉTICA
esta reincorporación lo constituye la publicación del artículo Modern
Moral Philosophy de la filósofa inglesa Elizabeth Anscombe en 1958. En
el contexto de la filosofía analítica que se interesa por analizar las formas
propias del vocabulario moral la autora invita a “replantear los conceptos
de obligación moral y deber moral ya que éstos han venido pasando en
las teorías éticas con una fuerza inapelable hacia el cumplimiento de
una acción pero sin la suficiente justificación de su carácter imperativo,
sin un marco conceptual que le dé fundamento”5. El deber conserva un
poder sugestivo de fuerza, cuyo origen estuvo condicionado por la idea
de una autoridad superior, la mayoría de veces religiosa. Sin embargo,
la asociación de la obligación a una concepción divina de ley, si bien
pudo ser válida en otros tiempos para determinadas culturas, hoy por
hoy es inexacta e imprecisa, pues en un mundo secular tal justificación
no tiene cabida. Anscombe recalca que el contenido moral asignado al
deber no es un concepto real, aunque siga siendo tomado con esa fuerza
sugestiva y mágica de antaño.
La conveniencia de abandonar los términos “deber” y “obligación” como
morales, viene de la mano en el pensamiento de Anscombe, con una
crítica a las teorías éticas modernas que, según ella, no han podido salir
del círculo de la consideración de la rectitud o no de las acciones de
acuerdo con la conformidad al deber o la previsión de consecuencias
(Kant, Hume, Mill, Sidgwick). El carácter moral, tal y como lo señalaba la
ética de Aristóteles, no proviene ni de una imposición o de un contrato,
sino del mismo sujeto moral. Superar la sugestión de una ética legalista
implicaría la preocupación por mirar, más bien, las condiciones morales de la persona que actúa y esto se ha expresado desde antiguo con
el lenguaje de las virtudes que la filósofa inglesa propone recuperar. El
uso de nociones como justo’ e ‘injusto‘ desplazarían para ella al ‘correcto’
(wrigth) o ‘equivocado’ (wrong) de las éticas deontológicas o consecuencialistas ya que miran directamente al constitutivo de la moralidad que
es la persona, afectada por sus motivos e intenciones y provista de un
carácter propio. No basta con que una acción sea correcta, porque puede
existir una acción correcta pero injusta. Lo realmente determinante en la
5
ANSCOMBE, G.E.M. Modern Moral Philosophy. En: Philosophy. No. 33 (1958). Reeditado en: CRISP, R.
y SLOTE, M. (eds). Virtue Ethics. Oxford: Oxford University Press, 1997. p. 26 (cursiva de la autora).
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acción es quién la hace y porqué la hace. Así, lo únicamente normativo
es el hombre virtuoso, pero no al modo de una ley obligante, extrínseca
y heterónoma, como si le fuera exigido por alguien o por algo la virtuosidad, sino como afirmación de su verdad intrínseca de ser hombre y de
su necesidad de crecer moralmente.
Si bien la intención principal de Anscombe sea la de invitar a una revisión
desde la filosofía y la sicología de las categorías morales en uso, mucho
antes que refundar una ética basada en la virtud, es evidente también
su preocupación por dar un vuelco total a la manera como se entiende
la moralidad y a la forma como desde esta comprensión se deducen las
consecuencias para la acción. Se trataría entonces de volver al sentido
verdaderamente moral de las éticas antiguas, especialmente la aristotélica,
fundada en la virtud y la excelencia humana.
La brecha abierta por Anscombe será recorrida por otros pensadores
que junto con la crítica a las éticas del deber y al utilitarismo proponen
también recuperar dimensiones eclipsadas por el imperativo moral o por
el afán de prever las consecuencias de la acción. Michael Stocker, por
ejemplo, sostiene que la mayoría de teorías éticas actuales tratan sólo
con razones y con aquello que las justifica, pero pocas prestan la debida
atención a la estructura motivacional de la vida ética6. Tan importantes
son los valores o creencias que mueven a las personas como los motivos
que conducen a afirmarlos y a traducirlos en la práctica. Separar las
razones de los motivos y los motivos de las razones produce lo que el
autor llama una esquizofrenia o bifurcación moral que, a la postre, favorece la impersonalidad y la exterioridad. Al contrario, un signo de la
vida buena es la armonía entre ellos: ser movido por nuestros mayores
valores y valorar lo que nuestros mayores motivos buscan. El problema
que descubre Stocker es que la vida buena está constituida por bienes
mayores (love, friendship, affection, fellow feeling, community), los cuales
se hacen realidad a fuerza de razones y convicciones pero también de
motivos que dirigen a la persona a desearlos directamente en aquello que
los constituye como bienes. Esto no ha sido considerado debidamente
98
6
Cfr. STOCKER, M. The Schizophrenia of Modern Ethical theories. En: Philosophy. No. 73 (1976). Reeditado
en: CRISP, R. y SLOTE, M. (eds). Virtue Ethics. Oxford: Oxford University Press, 1997. pp. 66-78.
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LA ÉTICA DE LA VIRTUD Y LA BIOÉTICA
por las teorías éticas modernas y, por tanto, su efecto es marginar espacios
vitales de la reflexión moral. Difícilmente el que trate de vivir siguiendo
las justificaciones de las teorías morales podrá experimentar una vida
armónica. Mientras las razones, valores y justificaciones de las teorías
éticas modernas no se encarnen en los motivos para actuar moralmente
y alcanzar el bien, la esquizofrenia seguirá subsistiendo.
Sin duda en esta senda merece una atención especial el pensamiento del
filósofo escocés Alasdair MacIntyre. En su ensayo After Virtue señala,
con una doble argumentación, filosófica e histórica, que las sociedades
modernas no han heredado del pasado una única tradición ética, sino
fragmentos de tradiciones en conflicto. “Poseemos simulacros de moral, continuamos usando muchas de las expresiones clave. Pero hemos
perdido –en gran parte, si no enteramente- nuestra comprensión, tanto
teórica como práctica, de la moral”7. Este estado de fragmentación es
crítico porque ha terminado por hacer del lenguaje moral una expresión
inconmensurable e impersonal de desacuerdos. El origen de esta situación lo encuentra en el proyecto ilustrado que buscó liberar al hombre
de toda autoridad religiosa y política, fundando la moral sobre la conciencia individual. En esta perspectiva, la sociedad se proyecta como el
teatro en el cual las voluntades singulares individuales se encuentran,
cada una con su propio conjunto de preferencias y actitudes. El mundo
termina siendo el lugar donde cada uno combate por alcanzar sus propios fines personales. Se instaura así una racionalidad burocrática que
busca adecuar los medios a los fines de manera económica y eficaz. Y si
estos fines son fruto de decisiones personales la consecuencia será que
cualquier elección individual es buena. Es por esto que para MacIntyre
la conciencia moderna es subjetivista, relativista y emotivista.
Su propuesta entonces es recuperar la filosofía práctica de Aristóteles,
centrada en la noción de sabiduría práctica (phronesis), en la solidaridad
al interior de la comunidad y en la necesidad de tomar en cuenta los
valores de la tradición como presupuesto de todo discurso ético: “La
tradición aristotélica puede ser reformulada de tal manera que se restaure
la inteligibilidad y racionalidad de nuestras actitudes y compromisos
7
MacINTYRE, A. Tras la Virtud. Barcelona: Crítica, 2001. p. 13.
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morales y sociales”8. Para MacIntyre “no se trata de recuperar la noción
moderna de virtud que se configura como una abstracción ahistórica,
como un ente de razón al cual el sujeto, independiente de su específico
proyecto de vida y de su vida concreta, debe obedecer, sino de un tipo de
conducta radicado en la comunidad y en los valores de una tradición”9.
No seguir esta alternativa mantendrá la imposibilidad de dar una justificación racional a la ética, públicamente compartible, y terminará por dar
crédito como única opción moral a la voluntad de poder que proponía
Nietzsche: si la moral no es otra cosa que las expresiones de la voluntad,
entonces la moral personal será sólo aquello que la voluntad crea.
MacIntyre avanzará en su reflexión mostrando cómo los nodos fundamentales de la ética aristotélica posibilitan la superación del individualismo y
del emotivismo, propios del estado moral actual. La virtud, entroncada
en una comprensión del bien humano, tal y como sucedía en las éticas
antiguas, permitirá la recomposición del sentido de la acción y de la vida.
Semejante sentido surge cuando una persona pertenece a una tradición
moral que permite un orden narrativo de una vida individual, y cuya existencia depende de normas de excelencia en determinadas prácticas.
Aunque el espectro de filósofos morales preocupados por la recuperación de la virtud es amplio, los aspectos señalados del pensamiento de
Anscombre, Stocker y MacIntyre nos permiten insinuar el sentimiento
general que está a la base de su intención: inconformidad con el deber,
deseo de incorporar en la reflexión moral aspectos de la persona considerados hasta ahora como secundarios, lucha contra el individualismo
y emotivismo moral.
Sistematizando los rasgos principales que tipifican la ética de la virtud
podemos afirmar en primer lugar que el peso de la moralidad se coloca no
tanto en la elección sino en la persona o sujeto que actúa. La moralidad
8
100
9
Ibid., p.318. Esta opción obedece por una parte a que el autor considera que muchos de los fragmentos
propios del lenguaje moral de la modernidad se encuentran en la tradición aristotélica organizados
de manera armónica y coherente; por otra, optar por Aristóteles significa legitimar la virtud desde el
plano comunitario, el único que puede hacer contrapeso al individualismo liberal, forma actual de la
comprensión de la moralidad.
Ibid., p. 22.
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LA ÉTICA DE LA VIRTUD Y LA BIOÉTICA
no consiste entonces en el acoplamiento de la libertad a un conjunto de
deberes, en la fidelidad a unos procedimientos para maximizar los bienes
o en la resolución de conflictos de derechos, sino en la capacidad de dotar
a la existencia de un sentido o de una opción fundamental; esto porque
el sujeto está íntimamente comprometido consigo mismo a la hora de la
decisión moral10. Por eso la pregunta fundamental del problema moral
no es tanto ¿qué debo hacer? cuanto ¿qué tipo de persona puedo llegar
a ser?, ¿qué clase de vida debería llevar? Es un interrogante capital que
desplaza la preocupación por las reglas hacia el interés por la vida que
vale la pena ser vivida. Como afirma Mario Micheletti:
El redescubrimiento de las virtudes en la ética filosófica reciente
comporta necesariamente un cambio en el modo mismo de concebir la filosofía moral [...] Si el objetivo de la moral no es la producción de cierto estado de cosas, la racionalidad ética no puede
consistir en maximizar esos estados, sino más bien en el escoger
vivir de un modo más que otro. El interés ético fundamental es
redefinido hacia el tipo de persona por realizar, a las formas de
excelencia o de virtud por medio de las cuales se alcanzan, con
elecciones y deliberaciones prácticas, los fines humanos y se realizan las potencialidades específicamente humanas.11
En segundo lugar, para la ética de la virtud los elementos determinantes
en el discernimiento y la decisión moral están más allá de la razón y de
la voluntad. Aparecen también los motivos, las emociones y las pasiones,
la historia vivida y la imaginación del propio futuro, los sentimientos
y disposiciones internas, las creencias y criterios personales, el genio y
la cultura, lo consciente y lo consciente; y todo esto encarnado en lo
concreto de una existencia particular. La categoría que condensa esta
10
11
Tanto las éticas deontológicas como las teleológicas han enfatizando lo que John Finnis llama el “efecto
transitivo” de la elección moral. Este hace referencia a los estados o situaciones constituidos por el
comportamiento elegido y sus efectos en el mundo; el “efecto intransitivo” en cambio, afirma que por
la libre elección el sujeto se constituye a sí mismo en un tipo de persona. “Lo que las elecciones crean
no son simplemente algunos nuevos deseos, preferencias, hábitos…, sino también una nueva (no
totalmente nueva) identidad o carácter. Todas las elecciones libres permanecen en la medida que ellas
cambian la persona En la realización de un acto el sujeto moral expresa no solamente un objeto, es
decir el contenido de la acción, sino también una cierta comprensión de sí mismo y de su proyecto de
vida”.Cfr. FINNIS, J. Fundamentals of Ethics. Oxford: Georgetown University Press. 1984. pp. 139.
MICHELETTI, M. La riscoperta delle virtú nell´etica filosofica recente. En: Cultura ed educazione. Vol 10,
No. 5/6 (1998); pp 55.
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realidad es la del carácter, que se puede entender como un conjunto
de rasgos o condiciones dinámicos personales que, vistos en unidad,
forman un modo de ser estructurado y distinto. Este modo de ser es el
que nos lleva a declarar a alguno como una persona de cierto tipo y el
que informa todo el campo de las acciones, de tal manera que cada acto
particular reflejará y manifestará en mayor o menor medida el carácter
moral de su autor. Este carácter se refiere simultáneamente a rasgos dinámicos de la personalidad, a la estabilidad de estos rasgos que terminan
constituyendo un patrón actitudinal ante la realidad y a la apropiación
libre de los mismos por parte del agente moral autónomo.
En tercer lugar, unido a la cuestión de dotar a la vida de sentido mediante la asunción de un carácter específico, la ética de la virtud señala la
importancia de la excelencia moral. Es importante notar que el carácter
moral no se puede equiparar de suyo a la virtud, más bien, dentro de
los distintos aspectos que el carácter es capaz de cobijar existen algunos
que pueden adquirir la característica de virtuosidad en la medida que
favorecen el desarrollo y la realización personal. Justamente, Christine
Swanton al definir la virtud habla no solamente de un rasgo del carácter
sino de un rasgo bueno del carácter, suponiendo que dentro de la personalidad moral se puede presentar también la imperfección o el vicio12.
Pero tampoco es suficiente con constatar la presencia de un rasgo bueno
del carácter para hablar de virtud, se necesita que esta peculiaridad sea
medio para la perfección. Gary Watson afirma que las virtudes “permiten
vivir una vida eminentemente humana, o vivir de acuerdo con la propia
naturaleza de ser humano”13. Que la virtud conduzca a desarrollar las
potencialidades que son propiamente humanas, y a desarrollarlas con
un grado de rendimiento superior es lo que permite asociarla con la
consecución de la felicidad y de una vida próspera14. Sin embargo, el
12
13
14
102
Cf. SWANTON, C. Virtue Ethics. A Pluralistic View. New York: Oxford University Press, 2005. p.1920.
WATSON, G. On the Primacy of Character. En: STATMAN, D. (ed). Virtue Ethics. A Critical Reader. Washington: Georgetown University Press, 1997. p.64.
Se suele recurrir al término florecimiento (flourishing) para explicar el fin de la vida moral humana como
un progresivo prosperar de las cualidades o potencialidades inscritas o adquiridas por la persona. La vida
moral buena es aquella capaz de llevar a la persona a sus más altas prestaciones humanas. La contraria
es la propia del hombre mediocre o pusilánime. Algunos prefieren hablar de felicidad (happiness), de
bienestar (well-being) o de vida buena (good life). Cfr. HURSTHOUSE, R. On Virtue Ethics. New York:
Oxford University Press, 2001. p.3-16.
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LA ÉTICA DE LA VIRTUD Y LA BIOÉTICA
objetivo de la virtud no es la promoción de la felicidad en cuanto tal. El
ideal de las virtudes se distingue, en este punto de vista, del utilitarismo.
Una vida virtuosa implica también un cierto ejercicio, una atención a
todas las facultades de la persona, una ascesis y capacidad de sacrificio
que no siempre son conducentes, de manera directa, a la realización
de la felicidad. Una persona virtuosa es una persona que obra en cierto
modo, haciendo no solamente lo que es apropiado en diversas circunstancias de la vida, sino haciéndolo en el modo justo, con una adecuada
disposición interior. La virtud no consiste simplemente en la observancia
de los deberes, sino en el hecho que se cumplan las acciones apropiadas con el estado de ánimo de quien ha asimilado el comportamiento
virtuoso transformándolo en hábito, es decir, haciéndolas de la mejor
manera posible. La felicidad es adquirida entonces por el mismo hecho
de ser virtuoso y de ejercitar la virtud, más allá de los resultados, logros
o consecuencias del acto virtuoso.
Otro rasgo de la ética de la virtud que se deriva de los anteriormente
señalados es la comprensión de la vida moral más desde el arco entero
de la existencia del agente, sus modelos de compromiso y de conducta
que de la acción. Ninguna persona se puede considerar como un conjunto de secuencias, o como una alternancia de roles. Este punto de
vista enfatizaría sólo las acciones y habilidades ejercidas en determinadas
circunstancias pero no daría cuenta de la continuidad en una manera
propia de ser que es el objetivo al cual apunta la virtud: “una virtud no
es una disposición que se ponga en práctica para tener éxito solamente
en un tipo particular de situación”15. Más bien, la vida de cada hombre
es la historia de una narración de la cual, en parte, el hombre es autor y
también actor. De alguna manera, esa vida es también el fruto del cruce
con otras historias, porque así como los demás pueden entender mi
narración, yo también puedo comprender e interpretar las de los otros.
Los actos de esta vida tienen entonces sentido en un contexto definido
por finalidades, creencias y situaciones. La inteligibilidad de una acción
es posible sólo si se llega a comprender la historia de vida subyacente.
15
MacINTYRE, A. Op. cit., p.253. MacIntyre terminará comprendiendo la virtud desde una triple realidad:
la acción, la unidad de la persona y el contexto social. Para él las virtudes son “las cualidades necesarias
para lograr los bienes internos de una práctica, que contribuyen al bien de una vida completa y cuyo
concepto sólo puede elaborarse y poseerse dentro de una tradición social vigente”.
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Finalmente, es importante anotar que la ética de la virtud comporta
también una ética normativa. Puede pensarse que al centrar su atención
sobre el carácter del agente y no sobre la acción, la ética de la virtud
sea incapaz de proporcionar guías concretas para la acción. Claro está,
el establecimiento de principios, reglas o normas no es el objetivo de
esta teoría moral. La normatividad viene dada más bien por el discernimiento. La mejor acción posible queda sometida al juicio prudente del
agente moral porque no es posible determinar de antemano, previendo
todas las circunstancias, aquello que se debe hacer en una situación que
todavía no existe. El riesgo de obrar de acuerdo con la norma es que ella
no contempla todos los casos posibles. Así, el virtuoso no está sometido
a su mero capricho para decidir, al contrario, el discernimiento de la
situación, confrontado con aquello que la persona es y quiere ser, dará
los insumos para tomar la decisión más correcta.
Esta vía inductiva para la determinación de la acción cobra mayor
importancia toda vez que la vida moral está marcada por el conflicto
o el dilema. En efecto, el ejercicio de la moralidad no se desarrolla en
un ambiente aséptico, libre de dificultades. Se caracteriza mejor por la
recurrente presencia de conflictos debido a lo inédito de nuevas situaciones, a lo impredecible de las relaciones humanas, a las dificultades para
determinar entre varios deberes cuál de ellos cumplir, o a la ausencia de
reglas claras para el obrar en determinadas ocasiones. Generalmente, las
éticas deontológicas ante el conflicto moral proponen el cumplimiento
de los deberes prima facie; sin embargo, los partidarios de la virtuosidad privilegian el “ejercicio de juicio” por parte del sujeto moral como
criterio primordial. La razón principal es que sólo éste discernimiento
podrá hacer justicia a todos los componentes de la situación y a todos
los valores implicados en la misma.16 Así, la persona que obra toma un
16
104
“La decisión para actuar, especialmente en las situaciones morales difíciles, será siempre un salto creativo
en el vacío. Hay siempre en cada situación aspectos que son únicos. Cada individuo que puede llegar
a ser afectado por tu decisión es una persona única, inserta en una particular red de relaciones con
otros y contigo. Por lo tanto, tu decisión para actuar va más allá de lo que podrían decir los principios
generales y las normas. Cada principio o norma está siempre articulada con un grado de abstracción.
Ellos necesitan cierto orden para poder ser aplicados ampliamente. Pero tu situación es al mismo tiempo
específica y rica en detalles. Por tanto, tú no puedes deducir simplemente lo que debes hacer desde un
principio general. Tienes que tener en cuenta las particularidades de la situación. Tienes que tener en
cuenta las necesidades y el fondo de cada individuo afectado por tu acción”. Van HOOFT, Understanding
Virtue Ethics. Chesham: Acumen, 2006.p.21.
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LA ÉTICA DE LA VIRTUD Y LA BIOÉTICA
riesgo, especialmente a la hora de zanjar dilemas morales: el riesgo de su
propia decisión, del compromiso por una opción, del asumir en pleno
su responsabilidad. Nada garantiza que la decisión haya sido la mejor y
que la reflexión del sujeto moral, posterior a su actuar, pueda conducirlo
a revisar su juicio y sus valores. “Pero es precisamente la acumulación
de decisiones, entendida en la riqueza de lo que significa el compromiso
conmigo mismo y con unos valores morales, lo que constituye mi carácter
y lo que me forma a través de mi vida”17.
Si por ética normativa se entiende el establecimiento de los procedimientos
correctos a seguir, producto de la decodificación de una serie de principios generales, que sean una guía segura para la acción, difícilmente la
ética aretaica encajará en esta comprensión. Pero si por ella se entiende el
intento por comprender las condiciones del sujeto moral para la acción,
entonces ellas sí tendrán mucho que decir, y, tal vez, ésta constituirá su
mejor enseñanza. Estas condiciones se elucidan justamente en el carácter
de una persona virtuosa, por eso, si se puede hablar de una guía concreta
para la acción, no hay otra que el buscar obrar como una persona virtuosa lo haría en circunstancias similares. Algunos prefieren concentrar
estas condiciones en una de las virtudes más exaltadas por Aristóteles:
la prudencia o sabiduría moral18. Esta se puede entender como una propiedad de la razón práctica por medio de la cual el sujeto moral es capaz
de deliberar rectamente lo que es bueno y conveniente para sí mismo
en referencia a la consecución de su vida buena y no simplemente a un
aspecto particular de su existencia; es la capacidad de deliberación, de
sensatez para buscar ser siempre la mejor persona posible y hacer la mejor
acción posible. La prudencia termina siendo la mejor regla de acción que
proporciona una ética basada en el modelo de las virtudes.
2. La ética de la virtud y la práctica médica
Después de trazar los elementos constitutivos de la ética de la virtud
nuestra intención es ponderar su alcance para la cuestión acerca de la
17
18
Ibid., p.23.
Cfr. HURSTHOUSE, R. Op. cit., pp. 59-62.
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105
ALEJANDRO DÍAZ GARCÍA
fundamentación de la bioética, campo en el cual la bioética misma ha
hecho un proceso de discernimiento y asunción de distintos paradigmas
morales. Pero antes de producir conclusiones al respecto es necesario
mira cómo realmente en ciertos ámbitos y para ciertos problemas, la
ética de la virtud es un recurso metodológico de valor. Respecto de los
ámbitos a estudiar hay que señalar que el paradigma de la virtud se ha
venido aplicando con fuerza especialmente al campo de la ética médica
y la ética medioambiental o ecológica. Nuestra atención se centrará en
el primero de ellos19.
Una primera razón que otorga validez a la aplicación del paradigma de
las virtudes a la práctica médica es su capacidad de complementar el
horizonte principialista en el cual se ha venido estructurando la ética
médica. Especialmente para un operario sanitario tendría mayor valor y
podría entender mejor lo que debe hacer si estuviera acompañado por
motivos y deseos correspondientes con su profesión y si actuara según
ideales morales, y no simplemente siguiendo de manera estricta las reglas.
Para Beauchamp y Childress20 una teoría basada en las virtudes no puede
remplazar o prevalecer sobre una teoría basada en las obligaciones, pero
ambas no resultan incompatibles. Cada una de ellas mira a un campo
determinado de la acción médica: la una al ámbito de los motivos, la
otra al terreno de la rectitud en los procedimientos y al cumplimiento
de las obligaciones. La atención del profesional de la salud hacia los
sentimientos, valores y actitudes que lo mueven en el ejercicio de su actividad ayudaría a recuperar el sentido o finalidad original de la práctica
médica desvirtuada hoy por un creciente proceso de especialización,
tecnificación y mercantilización. Diego Gracia afirma que éste panorama
“ha producido en los profesionales de la salud un gran desconcierto,
seguido de una creciente desmotivación profesional y una disminución
drástica de su autoestima. El resultado ha sido el abandono de los ideales clásicos de las profesiones sanitarias, que no han consistido en otra
19
106
20
Sobre la aplicación del modelo aretaica a la ética ecológica cfr: SANDLER, R y CAFARO, P (eds). Environmental Virtue Ethics Lanham: Rowman & Littlefield, 2005; VAN WENSVEEN, L. Dirty Virtues: The
Emergence of Ecological Virtue. New York: Humanity Books, 2000; DEANE-DRUMMOND, C.E. The
Ethics of Nature. Malden: Blackwell Publishing, 2004. HURSTHOUSE, R. Applying Virtue Ethics to Our
Treatment of the Other Animals.
Cfr. BEAUCHAMP, T.L. y CHILDRESS, J.F. Principios de ética biomédica. Barcelona: Masson, 1999. 4ª
ed. pp. 58-65.
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LA ÉTICA DE LA VIRTUD Y LA BIOÉTICA
cosa que en la aspiración a la “excelencia”21. El que la profesión médica
haya ido perdiendo su ideal de excelencia llegando a convertirse en un
oficio o simple ocupación, no es razón para confinarla en los límites del
mero cumplimiento de las reglamentaciones jurídicas y de los deberes
mínimos que impone la profesión médica. Todo lo contrario, es necesario
seguir aspirando a los grandes ideales de la excelencia y de los máximos
morales en el ejercicio de la medicina, porque ésta comporta no solo los
deberes perfectos y de justicia que son tutelados por el derecho, sino
también los deberes privados o de beneficencia; los deberes de justicia
tienen su límite, los deberes de beneficencia no, y llegan hasta el punto
que lo determine cada conciencia, incluso, si se quiere, hasta el heroísmo.
“El riesgo próximo de terminar entendiendo la medicina exclusivamente
bajo los parámetros legales, científicos, técnicos o económicos, reclama
sin duda actitudes más profundas y comprometidas. Este es el dominio
propio de la virtud y, por tanto, recuperarla en la práctica médica significa intentar recuperar los máximos ideales que le dieron forma y la
posicionaron dentro de la sociedad”22.
Otra razón que avala el modelo aretaico en la práctica médica viene de los
valores en ella implicados. Estos valores hacen referencia a la naturaleza
de la enfermedad, al patrimonio común de los conocimientos médicos
y al sentido profesional de aquel que ha optado por la medicina como
su vocación en la vida. Edmund Pellegrino y David C. Thomasma han
acertado en señalar la importancia de estos aspectos23. Para ellos la excelencia que se espera de la práctica médica proviene de sus finalidades
específicas: el cuidado, la protección y promoción de la salud. Aunque
hoy se discuten mucho los fines propios de la medicina, indicando que
ella tiene que ver también con otras intencionalidades como la de preparar y disponer el fin de la vida, la gestión en salud etc., básicamente
su campo de trabajo son las personas, y las personas en determinadas
21
22
23
GRACIA, D. Profesión médica, investigación y justicia sanitaria. Bogotá: Editorial el Búho, 2002. p.32.
Otro diagnóstico interesante sobre la situación actual de la medicina lo ofrece Jacquelyn Kegley quien
valora los efectos de un “individualismo económico autointeresado” en la relación médico-paciente. Cfr.
Community, Autonomy and Manager Care. En: McGEE, G (ed). Pragmatic Bioethics. Cambridge: The MIT
Press, 2003. p.219.
GRACIA, D. Op. cit. p. 42.
Cfr. PELLEGRINO, E. y THOMASMA D.C. The Virtues in Medical Practice. New York: Oxford University
Press, 1983.
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ALEJANDRO DÍAZ GARCÍA
condiciones. Generalmente son las condiciones de la persona enferma o
en riesgo de enfermedad. Esto genera un cuadro antropológico peculiar:
la persona enferma experimenta múltiples sensaciones y piensa muchas
cosas; así como hay ansiedad, tristeza, incertidumbre, vulnerabilidad,
rechazo, y toda una serie de reacciones, también al estado de enfermedad va aneja una red social de relaciones, la familia, el trabajo, el poder
adquisitivo del paciente. El enfermo se presenta como una persona necesitada y dependiente del sistema de salud y de los profesionales de la
medicina. En el fondo, la actitud principal de la persona enferma hacia
el profesional de la salud es la confianza en que puede ser ayudado y en
que su situación particular será comprendida y tratada debidamente.
Ante esta suma de circunstancias el personal sanitario no puede obrar
de cualquier manera. Se sabe que toda persona merece un tratamiento
acorde a su dignidad y bajo ninguna circunstancia debe ser tratado como
objeto, máxime cuando se encuentra en condiciones de vulnerabilidad.
La exigencia entonces para los trabajadores de la salud es mayor dado que
de ellos depende en buena parte la garantía de humanidad, confiabilidad
y veracidad de la práctica médica. Esto supone actitudes y disposiciones
orientadas permanentemente al beneficio del paciente.
La virtud también es exigida por el carácter profesional de la medicina
en particular y de las ciencias de la salud en general. Por una parte, el
profesionalismo hace referencia a la capacidad que ha de tener el médico
para moverse entre distintos tipos de relación y entre una pluralidad de
actos médicos. James Drane señala que en la relación médico-paciente se
pueden construir distintos niveles de interacción24: médica (diagnóstico
y acciones terapéuticas); espiritual (comunicación verbal entre el médico
y el paciente); volitiva (decisiones del médico y del paciente); afectiva
(sentimientos mutuos de médico y paciente); social (amplio aspecto social
de los actos médicos) y religiosa (papel del médico como sacerdote en
algunos casos). Pero también hay una multitud de acciones. Acciones
esenciales: diagnosticar, tratar, mitigar el dolor, restaurar, cuidar. Acciones
complementarias: acompañar, recetar, estudiar, consultar, comunicar,
decidir, animar, gestionar, auditar, respetar, informar, investigar, etc. Un
verdadero profesional, ante esta abundancia de niveles de relación y de
108
24
Cfr. DRANE, J. Cómo ser un buen médico, Santafé de Bogotá: San Pablo, 1998. p.38.
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LA ÉTICA DE LA VIRTUD Y LA BIOÉTICA
actos médicos posibles, debe estar preparado, con una sólida formación
académica, pero también con un carácter formado, porque tanto las
relaciones como las acciones de su campo exigen altos niveles de competencia y calidad humana. Por otra parte, la profesión médica desde la
antigüedad ha estado asociada con la promesa y la nobleza de la vocación.
No en vano aún hoy se sigue pronunciando el juramento hipocrático
como símbolo de ingreso formal a la profesión médica. Pero este acto
no puede ser un mero formalismo. Por medio del acto de jurar, el profesional se compromete a empeñar toda su competencia al servicio de los
enfermos. Y en este servicio están incluidas tanto las acciones curativas
como las disposiciones del carácter. Empeño, respeto, desinterés, buen
juicio, inocencia, pureza, beneficencia, confidencialidad y discreción son
algunos rasgos del carácter invocados en el juramento médico25.
Las consideraciones sobre la virtud están justificadas también en la
práctica médica porque muchos de los problemas que encara el médico
no se prestan a un análisis objetivo y a una solución concreta. Drane
describe así la situación:
Bastantes problemas no solo carecen de solución, sino que arrastran
al médico a situaciones morales que no pueden ser aclaradas con
normas objetivas. Los médicos tienen que actuar en situaciones
clínicas sin ser capaces de identificar todos los factores objetivos
dejando exclusivamente las normas objetivas para lo que tienen
que hacer técnicamente correcto. A menudo dentro de las familias
se desarrollan conflictos y entre las familias y el médico que sencillamente no pueden resolverse siguiendo un conjunto de reglas:
los problemas de vejez, la pérdida de afecto o la muerte de ninguna
25
El fenómeno de la determinación de códigos deontológicos para el ejercicio de las profesiones, incluida
la medicina, ha venido pasando de una regulación sancionatoria a promover más la la reflexión y el compromiso por la toma de conciencia sobre los deberes profesionales, del ser y el deber ser de la profesión y
del ejerció responsable de la autonomía profesional. En este sentido tales regulaciones invocan con mayor
énfasis los rasgos o disposiciones relativas al carácter del profesional. Cfr. OAKLEY, J. y COCKING, D.
Virtue Ethics and Professional Roles. Cambridge: Cambridge University Press, 2001. Estudios significativos sobre la aplicación de la Ética de la Virtud a algunas ramas especiales de la medicina. RADDEN,
J. Virtue Ethics as Professional Ethics: The Case of Psychiatry. En: WALKER, R.L. y IVANHOE, P.J. (eds).
Working Virtue. Virtue Ethics and Contemporary Moral Problems. New York: Oxford University Press,
2007. pp. 113-134; WEED, D.L.. y McKEOWN, R.E. Epidemiology and virtue ethics. En: Int Journ of Epid.
No.27 (1998); pp. 343-349; BENJAMIN, M. y CURTIS, J. Virtue and the Practice of Nursing. En: Virtue
and Medicine: Explorations in the Character of Medicine. SHELP, E. (ed). Dordrecht: D.Reidel Publishing
Company, 1985. pp. 257-276.
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ALEJANDRO DÍAZ GARCÍA
manera pueden ser resueltos apelando a reglas y derechos; son
situaciones existenciales que demandan respuestas más allá del
límite de las actitudes y hábitos cultivados: esto es, respuestas de
la virtud y el carácter.26
Los cuidados paliativos, el tratamiento de ciertas enfermedades infectocontagiosas, el manejo del error médico, las creencias espirituales de los
pacientes, son algunos ejemplos de un panorama variopinto de situaciones que tienden a volverse conflictivas dentro de la práctica médica. En
ellas, solamente la competencia del médico para leer objetivamente todas
las circunstancias de la situación, el buen juicio para deliberar y elegir por
lo más adecuado y la capacidad para acompañar responsablemente sus
decisiones, darán vía libre a callejones cerrados. Esto implica un riesgo,
porque significa colocar en el terreno de la práctica respuestas inéditas.
Ante la presencia del conflicto, la confianza en haber elegido el mejor
bien posible será proporcional a la grandeza del compromiso y del discernimiento de aquellos que tienen en sus manos la tarea de decidir.
Peter Gardiner27 por ejemplo, señala que el proceso ético no está basado
solamente en percepciones cognitivas sino también en las emociones,
motivaciones y sentimientos de los actores implicados. El médico debe
contar con esta realidad en su discernimiento de la situación clínica y al
mismo tiempo cuidar de que su propia motivación esté centrada en el
bien de su paciente. Gardiner privilegia cuatro virtudes del profesional
de la salud a la hora de afrontar dilemas médicos:
a) Compasión, como reconocimiento de las decisiones del paciente.
La compasión hace referencia a “sentir-lo-del-otro”, en este caso,
pensar en lo que experimenta el paciente. b) Mutua confianza.
Cuando un paciente revela situaciones personales lo hace con un
26
110
27
DRANE, J. Op. cit. p.32. En esta línea son sugestivos las reflexiones de Rosalind Hursthouse y Philippa
Fooy sobre situaciones morales controvertidas como son el aborto y la eutanasia. Aplicando el paradigma de las virtudes ellas afirmarán la necesidad de solucionar cada caso en su contexto particular sin
importar que la decisión final difiera de un caso a otro. Es el sujeto, desde su propia condición, quien
con reflexión suficiente y en base a sus convicciones, nunca por capricho o arbitrariedad, acepta o no
la posibilidad de determinada acción. FOOT, P. Euthanasia. En: Virtues and Vices. New York: Oxford
University Press, 2002. pp. 33-61. HURSTHOUSE, R. Virtue Theory and Abortion. En: CRISP, R. y SLOTE,
M. (eds). Virtue Ethics. Oxford: Oxford University Press, 1997. pp. 227-238.
GARDINER, P. A virtue ethics approach to moral dilemmas in medicine. En: J. Med. Ethics. No. 29 (2003);
pp. 297-302.
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LA ÉTICA DE LA VIRTUD Y LA BIOÉTICA
espíritu de confianza en su médico. Esto supone que éste debe
acoger y tratar esta información con la misma confianza. Imponer
un tratamiento genera precisamente lo contrario, desconfianza.
c) Discernimiento. Permite sopesar y reconocer las verdaderas
motivaciones del paciente. Reconocer la coherencia de la decisión
del paciente con su opción fundamental es un medio del cual dispone el médico para aceptarla o para sugerir otra alternativa. d)
Remordimiento. Hace referencia a la disposición del médico para
acompañar los efectos de la decisión de un paciente evitando que
nazca en él el complejo de culpa o arrepentimiento. Es preciso
acompañarlo como si hubiera tomado la decisión correcta.28
Desde esta perspectiva la ética de la virtud puede contribuir a solucionar
conflictos médicos proponiendo más el compromiso de las personas
implicadas y apreciando con mayor nitidez todo el mundo narrativo del
paciente: creencias, temores, expectativas, historia de vida, motivaciones
y sentimientos.
Una razón final para convalidar el modelo aretaico en la práctica médica
proviene de otra de sus características: su contexto comunitario e institucional. Dada la complejidad y diversidad de relaciones en el nivel de
la salud, lo más deseable es esperar de todos los involucrados, incluso de
los mismos pacientes, una serie de actitudes fundamentales que vayan
acorde con los fines de la medicina. Del mismo modo, el concepto de
“labor individual” por parte del profesional de la salud se va desplazando
por un hecho real y es que actualmente las prácticas en salud reclaman
el ejercicio conjunto de varios profesionales y de diversas disciplinas.
Este trabajo en equipo e interdisciplinar necesita ser animado por buenas
disposiciones. La medicina también posee un patrimonio universal y sus
conocimientos no son propiedad privada. La sociedad deposita una gran
confianza en ella, le destina recursos y avala sus posibilidades de experimentación y de nuevos descubrimientos, a sabiendas que cualquier avan28
Ibid., p.301. La propuesta de un catálogo de virtudes para la práctica médica es notoria en todos aquellos que reconocen la pertinencia de la aplicación del modelo. Para Pellegrino y Thomasma las virtudes
principales son: fidelidad a la promesa, prudencia, justicia, compasión, fortaleza, templanza, integridad y
humildad intelectual. Beauchamp y Childress resaltan la confiabilidad, la integridad, el discernimiento y
la compasión. James Drane señala como virtudes más relevantes la benevolencia, la veracidad, el respeto,
la justicia, la amistad y la virtud de la religión. Jacquelyn Kegley hablará de la humildad, la esperanza,
el coraje, la compasión, la tolerancia, la paciencia y la lealtad.
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111
ALEJANDRO DÍAZ GARCÍA
ce redundará en pro del bien común. Esta grave responsabilidad exige
del personal médico y de los investigadores un sano colegaje, veracidad
en la comunicación y ayuda mutua. Los fines egoístas y la búsqueda del
poder o del beneficio económico, dada la altísima responsabilidad de la
medicina, serían, desde cualquier punto de vista, reprochables.
Pero también la práctica médica crea una comunidad moral inserta en el
orden social. El cuestionamiento principal de la ética de la virtud, a saber,
¿qué tipo de persona puedo y quiero ser?, puede impregnar las instancias
comunitarias del mundo de la salud ayudando a definir una visión clara de lo
que se quiere y del modo de hacerlo. Para las facultades de medicina, donde
se ha generalizado la enseñanza de la ética médica, es importante pensar
en el tipo de profesionales de la salud que esperan formar, de acuerdo con
el contexto particular del tiempo y de la región. La enseñanza en la debida
pericia, en la solidez de los conocimientos y en las habilidades técnicas no
puede suplantar la formación en un perfil específico del profesional. Para
esto, el recurso a las disposiciones y al carácter es tan importante como la
creación de un medio universitario adecuado. Los mismos comités de ética
pueden estar más atentos a observar el clima institucional de los centros
de formación, investigación o de prestación de servicios de salud dado que
el ambiente ayuda a formar actitudes en el trabajador. Siempre cabrá la
pregunta de si los profesionales de la salud de una determinada institución
están en disposición de ser compasivos, leales, amigables y serviciales.
En resumen, se puede ver cómo la ética de la virtud, que centra su atención
en la disposición interna, en la sicología de los agentes morales y en la
comunidad que forma sus miembros, proporciona si no un nuevo modelo
para la ética médica sí una perspectiva complementaria y una visión más
amplia de los factores internos y de motivación que están a la base del acto
médico y de la configuración institucional de la práctica de la medicina.
3. La integración de la ética de la virtud
por parte de la bioética
112
La posibilidad de aplicar legítimamente el paradigma de la virtud a
la práctica médica evidencia las nuevas perspectivas que ella pueUniversidad El Bosque • Revista Colombiana de Bioética. Vol. 4 Nº 1 - Junio 2009
LA ÉTICA DE LA VIRTUD Y LA BIOÉTICA
de comportar para la bioética. Un modelo de fundamentación ética
complementario al que viene estructurado desde el principialismo y
el utilitarismo ayuda a ampliar la perspectiva, a tener en cuenta realidades éticas hasta ahora marginadas y a afinar la objetividad de las
valoraciones, especialmente a la hora de afrontar los dilemas éticos.
Subrayamos el valor de la complementariedad ya que el modelo de la
virtud, por sí mismo, al entenderse como la única fundamentación
válida, terminaría también confinado en sus propias limitaciones. De
hecho, desde quienes sostienen la validez de la lógica moral basada
en deberes y consecuencias aparece una serie de críticas al modelo
aretaico29. La primera de ellas se dirige a señalar la falta de argumentación que usan los partidarios de la ética de la virtud para afirmar que
actuar por deber es siempre sinónimo de heteronomía, esquizofrenia
y alienación30. Aunque puedan existir personas que obran únicamente
motivados por el cumplimiento del deber, la experiencia moral subraya
que el sujeto moral es siempre activo y que no puede existir un deber
legítimo si previamente no ha habido una asunción libre, consciente
y responsable. Esto significa que la verdadera actuación del deber
comporta el ejercicio de todas las facultades morales y la capacidad de
la persona de reconocer valores concretos. En este sentido un motivo
válido que anima la acción es también la conformidad con el deber.
Cuando la ética de la virtud desplaza el deber por enfatizar los motivos,
emociones y deseos, descuida ciertamente la relevancia del hecho moral
según el cual cuando un sujeto moral descubre un valor digno de ser
realizado éste se hace ineludible y conforma un deber.
Unido a lo anterior se levanta otra crítica, dirigida al concepto mismo
de virtud. ¿Qué se puede considerar como tal? Para algunos no deja de
ser un concepto abstracto, para otros es una categoría demasiado amplia
bajo cuya etiqueta se podrían esconder muchas cosas discutibles, incluso
29
30
Para profundizar algunas posiciones críticas de la Ética de la Virtud cfr: BEAUCHAMP, T.L. y CHILDRESS, J.F. Op. cit., pp. 58-65, 455-487; LOUDEN, R. On some Vices of Virtue Ethics. En: GEIRSSON,
H. y HOLMGREN, M.R (eds). Ethical Theory: A Concise Anthology. Calgary: Broadview Press, 2000. pp.
231-246; SLOTE, M. Virtue Ethics. Op. cit., pp. 339-344; SOLOMON, D. Internal Objections to the Virtue
Ethics. En: STATMAN, D (ed). Virtue ethics. A Critical Reader. Washington: Georgtown University Press,
pp. 165-176.
Cfr. SOLOMON, D, Op. cit., p. 169-170.
Universidad El Bosque • Revista Colombiana de Bioética. Vol. 4 Nº 1 - Junio 2009
113
ALEJANDRO DÍAZ GARCÍA
intereses ideológicos31. Dada la relatividad de la virtud a su encarnación
social surge la necesidad de una verificación crítica por parte de la comunidad, tanto de aquello que se considera normalmente como virtud
como del puesto que se le otorga dentro del conjunto de virtudes sociales. El criterio para evaluar estas condiciones difícilmente podría brotar
del paradigma mismo de la virtud; sólo los principios y reglas podrían
asumir esta función crítica.
Otra serie de críticas se dirige a cuestionar la escasa atención que la ética
de la virtud presta al hecho que una persona virtuosa también se puede
equivocar y que la asunción de la virtud es el resultado de un proceso
de formación32. Así como no se rinden cuentas suficientes sobre la posibilidad del acto erróneo de la persona virtuosa tampoco se explicita la
metodología para determinar en esos casos los niveles de responsabilidad.
Da la impresión que incluso en el acto erróneo el agente virtuoso queda
justificado por el hecho de haber obrado virtuosamente.
Finalmente, también es válido para la pretensión prescriptiva de la ética de
la virtud el cuestionamiento acerca del subjetivismo. Desde el modelo de
las virtudes las conclusiones prácticas proceden de la manera como cada
sujeto moral entienda, asuma y decida sobre las circunstancias propias de
su situación. Cualquier asunto moral puede llegar a ser tan virtuoso o tan
vicioso como el agente moral quiera entenderlo. ¿Una misma acción en
su ejecución externa es tan indiferente que puede expresar una magnitud
común, sea en orden a la virtud, sea en orden al vicio? ¿Es imposible
pensar un rango de acciones que en su objeto puedan ser consideradas
universalmente como contrarias al bien? En el caso por ejemplo de un
31
32
114
“Aflora entonces una posibilidad y es que sea un solo determinado grupo social el que fije y marque el
cuadro de las virtudes necesarias para el grupo. Así, los conceptos de virtud pueden servir también para
dirigir a las restantes capas de la población de acuerdo con los intereses de un grupo concreto y para
legitimar y consolidar discutibles situaciones de hecho. Este sería el caso si, en un clima de enfrentamiento social, se insistiera de singular manera en la obediencia y la humildad, o si en una sociedad con
una capa dominante militar se destacaran, como las auténticas virtudes, el valor o la fortaleza”. WEBER,
H. Moral general. Barcelona: Herder, 1994. p.427.
“Parece dudoso que la ética del carácter pueda explicar y justificar adecuadamente el hecho de que un
determinado acto sea considerado correcto o incorrecto. No podemos pretender que todos los actos de una
persona virtuosa sean moralmente aceptables. Las personas de buen carácter que actúan virtuosamente
pueden realizar actos incorrectos. Pueden tener información incorrecta sobre las posibles consecuencias, hacer juicios incorrectos o ser incapaces de darse cuenta de lo que deben hacer”. BEAUCHAMP y
CHILDRESS, Op. cit., 164 (cursiva de los autores).
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LA ÉTICA DE LA VIRTUD Y LA BIOÉTICA
grupo de soldados que luchan con coraje y decisión en una guerra que
es injusta y su objetivo es implantar un régimen opresivo, ¿podríamos
afirmar que son ellos hombres virtuosos? ¿El sólo hecho de luchar por
una causa y de exhibir valor los hace buenos? Robert Louden señala que
“una teoría moral debe mostrar la capacidad para reconocer y prever las
acciones que producen daño y para determinar su magnitud de modo
que las prescripciones reflejen con claridad la moralidad de aquellos
actos que nunca conducen a un bien”33. La ética de la virtud no dispone
de esta capacidad y, fácilmente, puede abrir las puertas a la legitimación
del situacionismo o relativismo moral. Una ética pura de la virtud que
por sí misma trate de fundamentar la moralidad y postular reglas para
la acción es inconsistente, porque tanto en su estructura de justificación
como en el método para guiar la acción correcta es inevitable la referencia
a conceptos normativos. La virtud necesita del deber para afirmarse del
mismo modo como el deber necesita de la virtud para hacer justicia a la
dimensión personal que trasciende la acción.
Con estas consideraciones críticas de fondo queremos extraer los elementos nuevos, propios u originales, existentes en la ética de la virtud, y que
pueden enriquecer la bioética en la medida que su fundamentación es
semper reformanda. El carácter abierto de la reflexión y práctica bioética
estará siempre en grado de asumir críticamente nuevas perspectivas. Proponemos especialmente desde el modelo aretaico una doble tarea: la de
discernir los fines y la de tener en cuenta la complejidad de la vida moral.
Señalamos a su vez un reto, el de la excelencia o supererogación.
a) La tarea de revisar y recomponer los telos referidos a la vida. Aristóteles
comienza su Ética Nicomáquea afirmando que todas las artes, investigaciones y acciones libres tienden a un fin (telos). A su vez, este fin
es siempre un bien; la virtud está en función de la consecución del
fin. Estas afirmaciones nucleares para el Estagirita en su estudio de
la moral no pierden vigencia y nos ayudan a entender un dato que
es ya evidente para la experiencia moral: su carácter teleológico. Esto
significa que toda acción moral, dado que proviene de la conciencia
33
Cfr. LOUDEN, R., Op. cit., pp.237-238.
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115
ALEJANDRO DÍAZ GARCÍA
y libertad, tiende siempre a la realización de un objetivo presente en
la persona que la realiza.
Tal vez la ética de la virtud, contraria al deontologismo y al utilitarismo, posea la fuerza para evidenciar el telos principal de la vida
humana proponiendo la felicidad y la realización personal como
objetivos a los cuales han de encausarse todas las acciones. Que cada
persona sea el mejor ser humano que puede llegar a ser constituiría el principal motivo del ejercicio de la virtud. Ciertamente, tal y
como lo señalan las críticas al paradigma aretaico, un problema es
el contenido de este fin. Pero lo que asumimos como válido es la
necesidad en la vida moral de fines, con forma de bien, que jalonen
y den sentido al actuar. Fines últimos sobre el sentido de la vida,
pero también fines intermedios sobre el sentido de la sociedad, de
las instituciones y de las prácticas en ellas legitimadas.
La tarea principal estriba entonces en contribuir a la construcción
del sentido de la vida humana entendida como una unidad: unidad
de todas las dimensiones personales, unidad de las intenciones
con las acciones, unidad de las acciones en el tiempo, unidad con
las formas sociales. Este telos posee un carácter trascendental en la
medida que exige una pretensión universal y una visión global del
ser humano, con el poder de ir más allá del plano categorial de las
acciones concretas. Es indispensable para la bioética en esta tarea el
recurso a la filosofía y a una metafísica de la acción.
Además de contribuir en la construcción del telos de la vida humana,
la reflexión bioética mira también los fines de las distintas prácticas.
Algunas de ellas, la medicina por ejemplo, pueden correr el riesgo
de desvirtuar sus fines originales terminando por privilegiar un modelo de la salud como bien de consumo. Se precisan criterios claros
para ir recomponiendo estos fines a medida que cada práctica va
avanzando en las circunstancias que cada contexto propone34. La
34
116
Así por ejemplo, siguiendo con el caso de la medicina, es difícil sostener un modelo de “perfecto bienestar” según el cual la atención sanitaria debería beneficiar en todas sus necesidades a los pacientes. La
suprema beneficencia se ve limitada hoy día por la dificultad en la distribución en los recursos, por la
escasa oferta sanitaria ante una gran demanda y por la imposibilidad de brindar la misma calidad en la
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LA ÉTICA DE LA VIRTUD Y LA BIOÉTICA
ciencia y la tecnología modernas en su aplicación, como en ninguna
otra época, están generando cambios profundos en la manera de
entender el hombre, el mundo y las prácticas. La bioética es como
el filtro que trata de revisar el alcance y legitimidad de su impacto.
El valor de revisar, componer y recomponer las finalidades estriba
en que el producto de este ejercicio se convierte en una criteriología
para la función ética de la bioética, es decir, para sus valoraciones.
Como lo señalaba Aristóteles, la claridad del fin permite definir la
conveniencia del medio35. Así, el poder establecer el sentido de la
vida humana y de las prácticas que impactan la vida en todas sus
formas, es un recurso válido para la bioética en la medida que de
allí puede derivar los criterios para su tarea propiamente ética.
b) La tarea de valorar teniendo en cuenta la complejidad de la vida moral.
Unido a la tarea de estilo teleológico, creemos que la ética de la virtud
puede aportar también una mayor amplitud en el objeto de reflexión
de la bioética. No se trata de una ampliación cuantitativa sino más
bien cualitativa, de profundidad en el análisis y de asumir la complejidad de los hechos morales. La acción humana es por una parte
expresión de las facultades morales del hombre, es exterioridad en la
medida que ella influye en la realidad y produce efectos manifestando
las intenciones y motivaciones del agente moral, pero es también
realización del sujeto personal en su singularidad, es medio para el
35
atención a todos. El fin de la práctica médica es entendido más bien como una beneficencia de primera
instancia y su deber consiste en brindar atención de primer nivel y sólo en los casos que así lo requieran
una atención más especializada. ¿Es legítimo este cambio en la manera de entender el fin de la medicina?
¿Hasta dónde las circunstancias pueden recomponer los fines iniciales? Es tarea de la bioética sopesar
este tipo de interrogantes en unas condiciones de realidad que cambian aceleradamente e introducen
novedades importantes.
Una muestra sencilla de este aspecto lo encontramos en la experimentación o investigación con animales. En un momento se admitía como finalidad de esta práctica la total disposición de las especies
inferiores con miras a probar, ensayar y verificar procedimientos que pudieran reportar beneficio a los
humanos. En este campo el fin de la investigación era ilimitado en cuanto que el bien esperado para
el hombre aceptaba cualquier tratamiento de los animales en el laboratorio. Sin embargo, la creciente
conciencia sobre el valor de la vida no humana, sobre el estatuto ético de los animales y sus derechos,
sobre su protección y conservación, son factores que llaman la atención de la práctica investigativa con
el fin de recomponer su fin propio. Si el telos de la experimentación con animales es el beneficio de los
seres humanos también lo es el cuidado, respeto y protección de los seres implicados en su práctica.
Por esto la práctica investigativa y experimental ha empezado a redefinirse obligando a una limitación
en su modo de proceder a través de protocolos de buena práctica científica.
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conocimiento y la realización del propio individuo. A través de la
acción el hombre hace pero también se hace a sí mismo. El primer
campo pertenece más al dominio de lo público y su verificación
se realiza gracias a la confrontación de la acción con los principios
y las normas determinando si es correcta o no. El segundo es de
dominio privado y su verificación se realiza confrontando la acción
con el carácter del sujeto determinando su virtuosidad o no. Ambas
realidades, principio y virtud, manifiestan las dos caras inseparables
de todo hecho moral.
Sin embargo, la bioética ha de poseer una metodología clara para
conciliar ambas esferas de la vida moral. ¿Cómo conciliar el mundo
de los principios y el de las virtudes dado que ellos se han visto comúnmente en la filosofía moral como contrarios o antagónicos? Al
respecto nos parece de gran valor el aporte que hace Onora O´Neill.
En su trabajo Towards Justice and Virtue, afirma que las virtudes y
los principios no son irreconciliables entre sí36. Los principios son
vistos frecuentemente por los partidarios de la ética de la virtud
como intentos de universalización que van en detrimento de las
particularidades del sujeto. Pero hablar de principios no supone
necesariamente afirmar su carácter extraño y extrínseco a la persona.
Actuar basado en principios no significa un tratamiento universal
o insensibilidad ante las diferencias. Ellos no llegan a dominar o
a determinar a quienes actúan bajo su guía, más bien, todos los
agentes morales se refieren o confían en los principios a la hora de
seleccionar y dirigir sus actividades. Por otra parte, cuando la propuesta de la ética de la virtud exalta el carácter de la persona y sus
ideales morales como fin de la acción es inevitable afirmar que este
fin asume un nivel de obligación para el agente similar a como lo
hacen los principios en el orden categorial. Podríamos afirmar que
la vida virtuosa constituye el principio moral del agente virtuoso en
el sentido que reclama la debida vinculación y correspondencia de
las acciones con el carácter personal.
118
36
Cfr. O´NEILL, O. Towards Justice and Virtue: A constructive account of practical reasoning. New York:
Cambridge University Press, 2002. pp. 9-37.
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O´Neill resalta el hecho de que la razón práctica tiende a ser prescriptiva y a formular principios con carácter universal. Pero afirmar que
un principio es universal “significa solamente decir que su objetivo
se extiende a través del conjunto de algún campo particular, lo cual
no significa que el principio fije la extensión de este campo”37. Considera, más bien, que existen muchos tipos de principios, acordes a los
distintos campos de la vida, las instituciones y la sociedad, y que ellos
se estructuran y vinculan a los sujetos morales en distinta medida38.
En algunas circunstancias, una relación puede estar marcada por la
presencia de recíprocos derechos y deberes como es el caso de los
contratos. Lo que prima en este tipo de relación es el debido cumplimiento del pacto, es decir, la justicia. Supongamos que se trata de
un contrato comercial y que en él el prestamista, viendo la condición
del deudor, le rebaja la cuota de interés legalmente establecida. Este
se podría considerar un acto de virtud en la medida que el deudor
no tiene derecho alguno a que se le rebaje el interés y, sin embargo,
lo hace por motivos de benevolencia. En el primer caso aparece
una obligación universal perfecta ya que todo aquel que celebre un
contrato debe respetar y cumplir sus cláusulas; en el segundo se trata
de una obligación especial imperfecta ya que ninguno que presta
dinero está obligado a rebajar el monto del interés pactado.
Esta estructura nos permite comprender que los distintos tipos de
relación y de institución configuran diversidad de principios y obli37
38
Ibid., p.123.
O´Neill clasifica estos principios de la siguiente manera: a) Los principios que derivan de obligaciones universales perfectas: Estos emanan de obligaciones perfectas, es decir, aquellas donde se puede identificar
una relación entre el portador de un derecho y el titular de una obligación. Son sostenidos por todos
y debidos a todos. Su encarnación más evidente son los sistemas económicos y legales. b) Los principios
que derivan de obligaciones universales imperfectas: Estos corresponden a los campos donde se puede
identificar el titular de una obligación pero sin que exista la correspondiente contraparte de alguien que
posea un derecho. Son sostenidos por todos y no se le deben a ninguno. Se evidencian en el carácter y
se expresan en varias situaciones. c) Los principios que derivan de obligaciones especiales perfectas: Brotan
de una estructura específica de transacciones y relaciones en las cuales aparecen portadores de derechos
especiales. Son sostenidos por algunos y debidos a quienes hacen parte del ámbito especial de relación. Se
evidencian en estructuras sociales o prácticas que conectan agentes específicos como es el caso de firmas,
mercados, familias, instituciones, etc. d) Los principios que derivan de obligaciones especiales imperfectas:
Referidos a relaciones específicas donde no hay lugar a la tutela de ningún derecho. Son sostenidos por
algunos y no se le deben a ninguno. Se evidencian en el ethos de relaciones y prácticas específicas y en
el carácter. Cfr. Ibid., pp. 125-152.
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gaciones. Si en unos casos existe el deber de observar un derecho
general o especial, en otros la realización de un deber se vuelve materia de virtud ya que ésta no era obligatoriamente requerida. Pero
también en algunas prácticas ciertas virtudes pueden constituir un
principio general: que el médico sea confiable, el político honesto,
el juez justo etc. Aunque no estén soportadas en una relación de
deber-derecho estas virtudes van anejas a la práctica misma. En otros
casos, la virtud será cuestión de iniciativa y magnanimidad por parte
del agente moral.
Consideramos que el equilibrio logrado por O´Neill es significativo
por dos razones. Ante todo porque logra entroncar lógicamente el
sentido de los principios y de las virtudes en una visión compleja y
diversificada de la vida moral. En segundo lugar porque el contenido
de los principios y de las virtudes son reclamados por la estructura
misma de la racionalidad práctica, es decir, principios y virtudes
adquieren formas de universalidad y obligatoriedad a tenor de los
distintos campos de acción y de relación con las personas.
De alguna manera los tres modelos teóricos que han pugnado en
el intento por suministrar los fundamentos de la bioética expresan
los dominios ineludibles del fenómeno moral. Ética de la virtud,
deontolgismo y consecuencialismo revelan que tanto la persona que
actúa, como la conformidad de la acción con el deber y el efecto de
las acciones son aspectos constitutivos de las prácticas individuales y
sociales. La bioética puede asumir esta complejidad de la vida moral
para comprender mejor sus problemas y también para reclamar con
mayor decisión virtud, justicia y responsabilidad.
c)
120
El reto de la supererogación a favor de la vida en todas sus formas. Este
reto proviene de un aspecto clave de la ética de la virtud: la excelencia. Se entiende que la acción virtuosa no es cualquier tipo de acción
sino que en su intención y en su ejecución es la mejor acción posible.
La persona virtuosa no se contenta simplemente con la conformidad del acto externo sino que, de alguna manera, deja impreso su
carácter en lo que ejecuta. Aristóteles anotaba que incluso para el
ser humano hay distintas posibilidades de fin: algunos eligen una
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vida de bestias teniendo como fin el placer, otros una vida política
buscando los honores y otros una vida contemplativa pretendiendo
la verdad. Pero la mayor causa de felicidad es la virtud por la cual
cada hombre se realiza a sí mismo en su condición singular, siendo
plenamente libre y consciente.
La excelencia es un distintivo de calidad. En la sección anterior
concluimos que dentro de las esferas a las que hacen referencia los
principios y las virtudes es posible admitir su obligatoriedad en determinadas circunstancias. Para muchos campos de la vida moral y
en la mayoría de relaciones interpersonales existen unas normas que
pertenecen a todos y que incluyen “las obligaciones especificadas en
los principios y las reglas morales, así como las virtudes que esperamos que posean todos los sujetos morales, por ejemplo, las virtudes
de la fidelidad, la confianza y la honradez”39. O´Neill trazaba otros
campos de la vida moral sujetos a obligaciones imperfectas en cuanto
a que el principio y la virtud son requerimientos sólo para aquellos
que están circunscritos a determinado campo de relación o a algún
tipo específico de relación, como sucede con la vida familiar. Estas
obligaciones no tienen pues, carácter vinculante para todos. Pero
tanto en uno como otro espacio de requerimiento de principios y
virtudes O´Neill reconocía la posibilidad de una acción superior que
sobrepasa las expectativas de requerimiento en referencia al principio
y a la virtud. Incluso hay virtudes que pueden ir más allá del mismo
comportamiento virtuoso esperado. Este campo de la sobreabundancia, excelencia y mayores aspiraciones, no sujeto a ningún tipo
de obligación también se puede denominar campo supererogatorio
de la vida moral40. Los que logran estos ideales pueden ser alabados
39
40
Ibid., p.202.
Tradicionalmente se considera un acto supererogatorio aquel que es bueno pero no es exigido por ningún deber. “Son excelencias de la vida humana que no son requeridas y tampoco son asunto de deber,
[...] exceden las exigencias del deber y son, al mismo tiempo, éticamente admirables. Dentro de las
posibilidades de acción moral se pueden reconocer acciones obligatorias que es bueno hacerlas y malo
no hacerlas; acciones permitidas o indiferentes que ni es bueno hacerlas ni malo no hacerlas, acciones
prohibidas que es malo hacerlas y bueno no hacerlas y acciones supererogatorias que es bueno hacerlas
y no es malo no hacerlas”. Ibid. En referencia a este tema también cfr. HEYD, D. Supererogation. En:
Stanford Encyclopedia of Philosophy. Stanford University. http://plato.stanford.edu/entries/supererogation/.
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y admirados mientras que aquellos que no llegan a tan altas prestaciones no pueden ser justamente culpados o condenados.
La ética de la virtud admite la posibilidad de actos que van más allá
de la prescripción del deber desde una doble perspectiva: afirmando
por una parte que los actos requeridos u obligatorios pueden ser
objeto de excelencia y, por otra, afirmando que son posibles actos de
excelencia no prescritos por ningún tipo de obligación. Como lo puntualiza O´Neill, “en la acción supererogatoria lo que es excedido son
las medidas ordinarias del deber más que las categorías del deber”41.
La ética de la virtud sugiere entonces que lo actos susceptibles de supererogación son los que están inscritos más en la esfera de la virtud
que del cumplimiento del deber. Además, los actos supererogatorios
tienden siempre al beneficio de los demás. Aunque todo acto de este
tipo condicione y marque el carácter virtuoso del agente moral, lo
que más está presente en la intención de quien los realiza es una
maximización del bien en los campos y tipos de relación donde está
circunscrito. La experiencia muestra que la mayoría de los que son
considerados por la sociedad como ejemplo de vida lo son porque
supieron realizar actos extraordinarios a favor de otros o de una
causa noble. Este tipo de personas son considerados como santos o
héroes42. Pero no necesariamente hay que pensar la supererogación
como actos fuera de serie, marcados por un sacrifico extremo, incluso a riesgo de la propia vida. A veces actos sencillos pueden estar
cargados de un alto grado de excelencia en su realización.
Estas consideraciones acerca de los actos excelentes pueden ser integradas a la bioética. Se trata de un reto y no de una tarea porque los
retos quedan siempre bajo la forma de sugerencia, las tareas bajo la
forma de la obligación. Si una de las pretensiones fundamentales de
la bioética es interpretar, dar sentido, cuidar, defender y promover
41
42
122
O´NEILL, Op. cit., p.208.
El héroe se puede considerar como aquel que, además de ser una persona virtuosa, es capaz de superar
el miedo a determinadas acciones y realiza acciones supererogatorias asumiendo riesgos importantes.
El santo es aquel que, además de ser una persona, está dispuesto a afrontar condiciones de adversidad,
infortunio, dificultad o desgracia en la realización de acciones supererogatorias. Cfr. WOLF, S., Moral
Saints. En: CRISP, R y SLOTE, M (eds). Op. cit., 79-98.
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la vida en todas sus formas esto supone que la vida sea un valor merecedor de acciones, pero especialmente de acciones excelentes. La
invitación a la excelencia proviene de la condición actual de lo vivo.
La ciencia y la tecnología han transformado el panorama de la vida,
favoreciendo nuevos medios para su conservación pero también generando riesgos y daños de proporciones inimaginables. Lo vivo ya no
se encuentra, como en otras épocas, bajo condición de tranquilidad,
uniformidad e inalterabilidad. Ahora las condiciones han cambiado
y aparece en grado sumo la vulnerabilidad, fragilidad y provisionalidad del hombre y su entorno. La actitud ante esta condición no
parece ser el establecimiento de unos mínimos morales. Una de las
críticas de la ética de la virtud a la posición deontológica es el riesgo
de reducir la vida moral a la exigencia de una serie de prescripciones
obligatorias. Y dado que el pluralismo hace cada vez más difícil el
compartir valores universales, las prescripciones han de formularse a
partir de unos mínimos generales que sean requeridos para la mayoría
en la mayor parte de los casos. La búsqueda de acuerdos mayores
o la posibilidad de actos que trasciendan los deberes establecidos
sería una cuestión ajena a tal forma de ética categórica. Pero ante las
condiciones actuales de la vida parece ser insuficiente el trazar un
mapa de mínimas exigencias. Respecto del utilitarismo también surge
un problema. La condición de lo vivo actualmente es una cuestión
inclusiva. La conciencia de la bioética ha llegado a establecer el valor
de la vida en todas sus formas. Las acciones o políticas a favor de la
vida deben involucrar todas las encarnaciones de lo viviente evitando
privilegiar unas especies a expensas del daño a otras. El utilitarismo
en su forma básica pretende maximizar una serie de condiciones para
la mayoría no obstante una minoría quede desprovista de beneficios.
Muchas de las mejoras para los seres humanos se consiguen lesionando formas inferiores de vida o el equilibrio de los ecosistemas.
Amparar estos privilegios exclusivos no es consecuente con el respeto
y cuidado debido a todos. Al proponer la excelencia en el carácter y
en las acciones la bioética podría contribuir a un mayor equilibrio
entre las pretensiones de las prácticas y los mejores resultados.
La bioética puede entonces ser propositiva incluso a la hora de pensar
la calidad de las acciones y de las personas. Que la minimización y
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el escepticismo sean superados por la posibilidad de la excelencia
es una consigna válida para las instituciones y sus políticas, para los
profesionales y sus prácticas, para los comités éticos y su tarea de
resolver dilemas, para cada persona en su discernimiento acerca de
cómo obrar y vivir mejor.
Conclusión
Hemos tratado de sistematizar los principales rasgos de la ética de la
virtud. Aunque ella no constituya una teoría moral unívoca se ha podido evidenciar que sus postulados ayudan a mirar con más amplitud el
fenómeno moral. Un interés mayor por el agente que se realiza a través
de sus acciones, una atención a los motivos y deseos que subyacen a los
actos concretos, una preocupación por entender la vida moral como una
continuidad de sentido que busca el bien de la persona, y un reclamo
de calidad en el obrar que permita la excelencia y el desarrollo de las
potencialidades del ser humano, son algunos de los elementos relevantes
que nos permiten afirmar que desde la categoría virtud es posible estructurar el entendimiento de la vida moral y ofrecer guías para la acción,
complementando así la visión que sobre estas realidades ofrecen las éticas
de corte deontológico o utilitarista.
124
En nuestro intento de responder la cuestión ¿cuál ética para la bioética?,
afirmábamos que la ética de la virtud podría constituirse en parte del
marco fundamental desde donde la bioética discierne los hechos morales
y postula sus respuestas. Para sustentar esto rastreábamos en qué medida se ha incorporado en sus discursos y prácticas las sugerencias del
paradigma de las virtudes. En la ética médica se ha puesto en evidencia
que la atención a la disposición interna, a la sicología de los agentes
morales y a la comunidad que forma sus miembros proporciona nuevos
caminos para entender el modelo de la práctica médica. Lo importante
es constatar que ante las nuevas circunstancias y retos que plantea al ser
humano el impacto de las tecnologías, ante el creciente cambio en la
manera de concebir las prácticas y ante el alcance universal de los distintos problemas, el paradigma de las virtudes ofrece nuevas alternativas
a la bioética tales como volver a pensar los hechos morales en términos
de finalidad y el tomar en cuenta todos los elementos que componen
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la complejidad moral como lo son los actos externos, regulados por la
norma y proveedores de consecuencias, pero también el campo intencional de donde toman forma.
Sin embargo, polarizar el marco fundacional de la bioética solamente en
los postulados de la ética de la virtud resulta insuficiente. La dificultad
para reconocer y valorar los comportamientos virtuosos, lo abstracto de
ciertos ideales y la tentación de relativismo moral han demostrado que el
recurso a los principios, normas y reglas es imprescindible, y que no existe
oposición entre el deber y la virtud. Más bien, ambos aspectos revelan la
complejidad del fenómeno moral el cual comporta distintas esferas de
acción, obligación y valoración. Por esto, al asumir el paradigma de las
virtudes la bioética lo hace en actitud de integración, reconociendo de ella
la importancia de definir finalidades, de tener una mirada amplia sobre la
vida moral y aceptando el reto de la excelencia y del cultivo en la virtud.
A la postre, todas la teorías éticas de las cuales se sirve la bioética en
su fundamentación convergen en los mismo puntos: que es necesario
buscar el bien y que el componente más importante de la vida moral es
el carácter moral de una persona, el cual brinda la motivación interna
y la fortaleza para hacer lo correcto y lo bueno de manera excelente. Al
integrar lo mejor de ellas la bioética dispondrá de una mayor objetividad
en su tarea de buscar respuestas.
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