PREOCUPACIÓN POR LA CONCIENCIA PROFESIONAL C.P.C. Manuel Durán Silva. El cumplimiento de los deberes de modo escrupuloso constituye la esencia de toda actividad humana rectamente entendida y, con mayor sentido de obligación para todos los profesionistas, cuya responsabilidad personal se cubre mediante el establecimiento o restablecimiento del bien común. La sociedad de nuestro tiempo, por desgracia, esta ajena o mal encaminada, en muchos casos y situaciones hacia la unión y la coordinación de la actividad de todos, pues existen: 1) hombres que se unen o asocian para fines perversos; 2) no se persigue ni intenta el bien común, sino distintos fines u objetivos, según el predominio de uno o varios individuos, como de políticos y grupos de presión; 3) no se intenta u olvida el orden objetivo de los valores, pues se conciben con sentido relativista y subjetivamente, es decir, cambian según las circunstancias, y 4) se da preferencia difusiva a los valores compatibles con la civilización como obra del hombre desarrollándola sin reconocer a alguien superior a él mismo, es su propio legislador, centro y fin de lo existente al restringir la cultura y la vida del hombre a lo puramente humano y lo sustituye por un bienestar materialista y adoptando ciertos valores espirituales, pero despreciando los de orden trascendente. Pensando en un plano general, más o menos aplicable a todas las profesiones, consideramos como principios básicos o fundamentes algo como lo siguiente: 1) la formación religiosa en cuanto la moral humana sin fundamento en Dios no puede mantenerse en pie (la experiencia lo demuestra); 2) la sociabilidad del hombre, porque es portador de una naturaleza esencialmente inclinada a vivir en sociedad con sus semejantes; 3) el carácter social del trabajo y su realización con acento de índole comunitario, pues hacerlo todo cada uno es imposible, y 4) hondo sentido de la fe, para resistir y esperar el embate del egoísmo humano. Todos estos cuatro principios son esenciales en la formación de la conciencia profesional, que aplicados con esmero, persistencia y siempre de relieve en las relaciones humanas, hacen camino hacia una moralidad profesional recta y servir al bien común del cual, en gran escala depende nuestro propio bien particular. Esos cuatro principios básicos o fundamentales, adquieren relevancia de su innata validez a la luz de la recta conciencia. Con toda razón Héctor Rogel Hernández escribió: “Desde pequeños vamos aprendiendo que hay cosas buenas y malas, permitidas y prohibidas, unas que nos hacen sentir bien y otras que nos causan remordimiento. Bajo la educación paterna, vamos desarrollando una recta conciencia, a la luz de los valores humanos y de las leyes éticas universalmente válidas (por ejemplo, los derechos humanos). También con la experiencia de la vida advertiremos el imperativo: haz el bien y evita el mal; también: “Compórtate con los demás como tu quieres que se comporten contigo”. Estos son los primeros principios de orden moral. Esa moralidad profesional (aspecto parcial de la moralidad de la persona) se funda en normas o principios básicos como los siguientes: 1) la moralidad personal (es la base de todo); 2) la subordinación de la profesión a la moral de modo indefectible; 3) la recta formación de la propia conciencia profesional (entraña deberes morales indeclinables); 4) la preparación científico-técnica profesional; 5) la obligación de trabajar en la propia profesión; 6) no quebrantar las exigencias que impone la justicia; 7) la práctica de la amabilidad, la educación y ayuda a los pobres y desamparados; y 8) la honestidad, la veracidad, la afabilidad, la liberalidad, la gratitud y la equidad. Como preferente, está la guarda del secreto profesional obligadamente en conciencia y la fraternidad con los compañeros de profesión. La experiencia, hoy por hoy, pone de manifiesto la inoperancia y en muchos casos la ignorancia y falsa aplicación de los principios de una formación recta de la conciencia profesional, cuyas causas u origen de tal situación son evidentes, en muchos casos, en la sociedad de nuestro tiempo. Ejemplos de esas causas son: 1) el relajamiento de la conciencia moral en general; 2) la ignorancia de las gravísimas obligaciones individuales y sociales que la religión ordena acerca de la profesión; 3) la falsa posición de que se tienen derechos para con la sociedad pero no deberes o sólo aquellos de la conveniencia personal, cuando en verdad a todo derecho hay un deber correlativo; y 4) la práctica de malas costumbres si todos lo hacen así, cuya falsa disculpa da lugar a que nadie cumpla con su deber. Otras muchas causas existen, y de ellas, es la aplicación de la “justicia jurídica” producto o efecto de la causa que se deriva de la vigencia del positivismo jurídico (separación de la Moral del Derecho, según las teorías de Kant y Hegel) que da lugar a que el orden jurídico pierda su fundamentación ética en el orden existencial del hombre, por lo que cual tiene una vigencia artificial y forzada. Otra causa mas son las necesidades ficticias que impulsa la vida moderna, que provoca buscar dinero por todos los medios, lícitos o ilícitos, que se pongan al alcance de las manos y que, desafortunadamente, es práctica de muchos en general. La personalidad del hombre se hace, perfecciona o corrompe, en el ejercicio de su profesión y los problemas más graves de su existencia están conjugados con los quehaceres profesionales. Una Moral auténtica, realista, ha de tener en cuenta este hecho si quiere cumplir su cometido de ciencia normativa, rectora de los actos humanos. De ahí su trascendencia.