Fundamentación Trinitaria de la Misión. La misión tiene su origen en el amor fontal del Padre. Dios que es amor, uno y trino, con su fuerza se manifiesta, para llevar a toda la humanidad hacia Él. Su origen fontal es el amor del Padre, manifestado por su Hijo Jesucristo y comunicado en el Espíritu Santo. Esta comunión trinitaria es prototipo del corazón humano, de la comunidad humana y de la comunidad eclesial. Dios uno y trino es, por tanto, el objeto final de la misión. La misión es iniciativa y don de Dios y se realiza en el dinamismo trinitario de Dios Amor. ( Esqerda Bifet, Teología de la Evangelización Pg, 32) La Misión del Padre. 1. Dios comparte todo su ser de Dios creando, por ello, es Dios Creador, “engendrando” eternamente al Hijo. Esta primera relación – misión es de Paternidad. Por eso, Dios es Padre. La Misión del Hijo. 2. El Hijo, responde también eternamente al Padre con la donación total de su ser Hijo “engendrado” en el amor. Esta segunda relación – misión, es de Filiación, por esto, Dios es Hijo. La Misión del Espíritu Santo. 3. De esta unión total, infinita, inimaginable en el amor absoluto, “ procede” la tercera persona que es la misma Vida de Dios, el vínculo de unión entre los dos y que es Amor. Esta tercera relación – misión de Dios es el Espíritu Santo. (Jn 20, 21-23; Mt 28, 19-20) Así, eternamente “surge” la persona de Dios en su perfecta y total plenitud en el Amor. Con un movimiento similar al que Dios tiene dentro de Sí mismo para ser trinidad. Él, libremente se relaciona, también en forma de misión hacia fuera de Sí mismo, es decir, con lo que nace de Él, ya no, en forma de generación o de procedencia, sino, por “creación”, con la finalidad de que “todo” regrese perfectamente a Él como hacia su “Fuente”, por esto, la única relación – misión de Dios con nosotros y con el universo, también es de tres maneras. RELACIÓN – MISIÓN TRINITARIA. 1.- ÉL ES DIOS PADRE. Esta es la gran novedad que Dios dice de sí mismo, al revelarse en Jesucristo. Su paternidad, es la realidad más asombrosa que nadie podría haber soñado jamás. Ninguna experiencia religiosa en toda la historia de la humanidad, llegó a esta realidad, que únicamente se puede experimentar en la revelación que de Dios hace a Jesucristo. Por esto, Jesús es la única respuesta que Dios mismo le ha dado a toda la humanidad sobre su misma persona, en la búsqueda que de Él han tenido todos los pueblos, en todos los tiempos de la historia y en todos los lugares de la tierra. El Padre envía a su Hijo (Jn 7, 29), para que lo revele. Jesucristo es el Misionero del Padre, Él ha venido para enseñarle a toda la humanidad (Lc 4, 18), quién es el Padre Dios y cuáles son sus amores, es decir, cuál es su voluntad (Jn 10, 18). Así se restablecen las relaciones, que Dios tenía con toda la humanidad y que se rompieron por el pecado. La experiencia fundamental de la paternidad de Dios en Jesucristo, es el único camino seguro y cierto de salvación. Quien acepta a Jesucristo como Hijo de Dios, recibe en su corazón el don de la filiación divina; se siente Hijo de Dios en Cristo, el evangelizado tiene, pues, con Dios una relación – misión de Filiación. FUNDAMENTO TRINITARIO DE NUESTRA MISIÓN. “La Iglesia peregrinante es, por su propia naturaleza, misionera, puesto que tiene su origen en la misión del Hijo y la misión del Espíritu Santo según el plan de Dios Padre”. Este designio dimana del amor fontal o caridad de Dios Padre, que, siendo principio sin principio de que es engendrado el Hijo y del que procede el Espíritu Santo, Creándonos Libremente por su benignidad excesiva y misericordiosa y llamándonos, además, por su gracia a participar con Él en la vida y la gloria que difundió con libertad y no deja de difundir la bondad divina, de modo que Él es el creador de todas las cosas y se hace por fin en todas las cosas (1Cor. 15,28), procurando al mismo tiempo su gloria y nuestra felicidad. Quiso Dios llamar a los hombres no sólo individualmente, sin ninguna conexión mutua, sino constituirlo en su pueblo en el que sus hijos, que estaban dispersos, se congreguen en un” (AG,2). La teología conciliar va a la fuente misma de la misión, cuando la hace brotar desde la misma intimidad del ser de Dios, es como un surtidor de amor, una fuente de amor, de caridad total que llega a todos, tanto en el ámbito personal, en el numérico y espacio – temporal, como en el cósmico: es decir, es una caridad universal, ya que todos y todo ha nacido y existe por su amor infinito. El Apóstol San Juan entendió claramente esta realidad divina. Cuando afirma que “Dios es amor” (1 Jn. 4,16). Lo hace después desde una profunda experiencia de ser amado por Dios en todo; vida, salud, capacidades, carismas, bienes... pero, sobre todo, porque por medio de Jesucristo y con el poder del Espíritu Santo, le ha confiado una misión: ser testigo ante el mundo del amor fontal de Dios. Por lo tanto, para comprender el misterio de Dios, es necesario el amor: “El que no ama, no ha conocido a Dios”, pues Dios es amor. Envió Dios a su Hijo único a este mundo, para darnos la vida por medio de Él; así se manifestó el amor de Dios entre nosotros. No somos nosotros los que hemos amado a Dios, sino, que Él nos amó primero y envió a su Hijo, como víctima por nuestros pecados: en esto está el amor” (Jn. 4,8,13). La acción misionera tiene como motor esta caridad de Dios, que es su impulso libre y gratuito para donarse así mismo y para donar todo lo suyo. Por ésto, la misión tiene su comienzo en el amor de Dios Padre y no podrá detenerse nunca, mientras existan personas que puedan amar y que necesiten amar. Nuestra misión, nace del amor fontal de Dios Uno y Trino. Dios es la fuente de nuestra misión, de Él salimos, en Él nos movemos y a Él nos dirigimos. 2.- ES DIOS HERMANO. El Hijo de Dios ha venido del Padre, y por medio de su naturaleza humana, ha penetrado en la historia de la humanidad de un modo nuevo; Dios encarnado visible, palpable, pero sobre todo como “protagonista” o “esposo” de todos y cada uno de los hombres y mujeres del mundo. Por eso, Él es el Mesías, Salvador, el Cristo, enviado por el Padre, para ser su misionero. Ésto significa para Cristo, el ser Testigo del Padre, el que lo revela plenamente y para ésto, da la VIDA, SU VIDA, QUE ES EL ESPÍRITU SANTO. CRISTO PROPONE UNA SALVACIÓN y la realiza; es una nueva y alegre noticia, una palabra eficaz, una acción perenne y universal que llega fundamentalmente al corazón y transforma totalmente a la humanidad, concediéndole unas nuevas relaciones de amor; “Dios, para establecer la paz o comunión con Él y armonizar la sociedad fraterna entre los hombres, pecadores éstos, decidió entrar en la historia de los hombres de un modo nuevo y definitivo, enviando a su Hijo en nuestra carne para arrebatar por Él, a los hombres del poder de las tinieblas y de Satanás y en “Él reconciliar el mundo consigo” (AG 3). Jesús de Nazaret, es pues, EL DIOS CON NOSOTROS, EL ENMANUEL. Es Dios mismo que vive nuestra vida, en nuestra propia circunstancia, que ama el Padre y a toda la humanidad hasta el extremo, el que verdaderamente enseña a amar y a amarnos, Él dejó sus “huellas” en el evangelio y en la vida de todos y cada uno de los hermanos, del mundo, por quienes dio su Vida. Así cada uno, si lo recibe en su corazón, se siente HERMANO DE DIOS y por lo tanto, HERMANO UNIVERSAL DE TODA LA HUMANIDAD en Cristo. Por ésto, el evangelizado tiene una nueva relación – misión de FRATERNIDAD. 3.- Él ES DIOS – VIDA: ESPÍRITU SANTO, las realidades anteriores, solamente se pueden asumir y comprender en el corazón, cuando se recibe en Él al Espíritu Santo, que es la MISMA VIDA DIVINA; “Para conseguir ésto plenamente, Cristo envió desde el Padre al Espíritu Santo, para que realizara desde dentro su obra salvífica e impulsara a la Iglesia, a su propia expansión. Sin duda, el Espíritu Santo actuaba ya en el mundo, antes de que Cristo fuera glorificado. Sin embargo, el día de Pentecostés vino sobre los discípulos, para permanecer con ellos para siempre; la Iglesia se manifestó públicamente ante la multitud; se inició la difusión de los pueblos en la catolicidad de la fe, por la Iglesia de la Nueva Alianza que habla en todas las lenguas, comprende y abraza a todas las lenguas, superando así la dispersión de Babel” (AG 4). La experiencia del Espíritu Santo en lo más profundo del corazón, como en una comunidad evangelizada, es de una fuerza tal, que todas las dudas, cobardías y temores se pierden y adquieren la “audacia y valentía apostólica” para anunciar el Evangelio. (Hch. 4,31). El Espíritu Santo es el “Misionero” del Padre y el Hijo y su relación – misión es la de SANTIFICAR, es decir, la de unir a todos con el Padre y con el Hijo. De esta realidad nace la Iglesia como “sacramento en la tierra de la comunidad Trinitaria” y como “sacramento de la unidad de todo el género humano”. Por ésto, Él es el PROTAGONISTA DE LA MISIÓN, así el creyente y la comunidad evangelizada, no se pueden cerrar en sí mismo; Su razón de ser, es para dar TESTIMONIO de Cristo, con el poder del Espíritu (Hch. 1,7-8), y la de evangelizar por todo el mundo con un corazón universal, “sin fronteras” de lengua, cultura, raza, ambiente......Así pues, quien recibe al Espíritu Santo como su propia vida, tiene una nueva relación – misión; SER EVANGELIZADOR, TESTIGO UNIVERSAL DEL AMOR DE DIOS PADRE EN JESUCRISTO. Como conclusión; nos podemos hacer dos preguntas: ¿Todo esto, para qué?. ¿Qué finalidad tiene Dios Trinidad al revelarse?. Solamente existe una respuesta: PARA QUE TODA LA HUMANIDAD SEA GLORIA SUYA. El término gloria en la Sagrada Escritura tiene un sentido muy profundo y especial, que ha sido tradicional en la Iglesia, especialmente en los escritos del Santo Padre. En el Antiguo Testamento se experimenta la gloria de Dios, como manifestación sensible y eterna de la grandeza de Dios, que permanece oculta “detrás de la nube”. Una persona, un objeto o un lugar, por medio del cual Dios se manifiesta, se convertía en su Gloria. Pero, en el Nuevo Testamento, se llega a la plenitud del concepto al comprender a la persona de Jesús, como Gloria del Padre. Ya no es una persona “por medio de la cual Dios se manifiesta”, sino, que Dios mismo es el que por el misterio de la Encarnación se hace presente, palpable, experimentable. Por eso, Jesús es verdaderamente la GLORIA DE DIOS. San Juan lo expresa así; “Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros, y nosotros hemos visto su Gloria, la que corresponde al Hijo único del Padre” (Jn1,14). Ahora bien, nosotros somos la gloria de Jesús; es decir, su manifestación histórica, concreta, visible, sensible de su presencia en el mundo. “Mi Padre encuentra su Gloria en esto: que ustedes produzcan muchos frutos, llegando con esto a ser mis auténticos discípulos” (Jn 15,8) . “ Yo he sido glorificado en ellos” (Jn 17, 10). Los santos Padres afirmaron que “la gloria de Dios es el hombre”, todos los hombres, toda la humanidad. Por eso, la misión que el Padre le encomendó y la que Jesús nos encomienda y para la cual nos da el poder del Espíritu Santo, es hacer que toda la humanidad sea la gloria de Dios; que toda ella, sea manifestación sensible de su amor. “Por medio de esta actividad misionera, Dios es glorificado plenamente, cuando los hombres reciben plena y conciente su obra salvadora, que completó Cristo. Así, por ella, se cumple el designio de Dios, al que Cristo amoroso y obedientemente sirvió, para la gloria del Padre que lo envió, para que todo el género humano forme un único Pueblo de Dios, se una en un único cuerpo de Cristo, se coedifique en un único templo de Espíritu, todo esto, al reflejar la concordia fraterna, responde ciertamente al íntimo deseo de todos los hombres. Así, finalmente, se cumplirá en verdad el designio del Creador, que creó al hombre a imagen y semejanza suya, cuando todos los que participan de la naturaleza humana, regenerados en Cristo por el Espíritu Santo, contemplando unánimes la gloria de Dios, puedan decir; “PADRE NUESTRO” (A.G.7). Re-generar, re-construir, re-formar, son términos que indican una novedad a partir de la misma realidad. No es destrucción ni sub-valoración de nuestra realidad humana, sino, que, a partir de ella, Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, por amor, le da una nueva y vital realización. Para eso: Re- construye el corazón de cada uno y de todos, Re – construye la comunidad eclesial, “dándole nuevos impulsos de vida”. Re - construye la comunidad humana como única manifestación de su amor. PARA ÉSTO NOS HA DADO EL DON DE LA FE; PARA ÉSTO NOS ENVÍA, A NOSOTROS, A TODOS LOS MIEMBROS DE LA IGLESIA. LA MISIÓN TIENE RAÍCES TRINITARIAS La misión de la Iglesia tiene origen o fuente en la Trinidad. La misión no es una opción facultativa de la Iglesia, sino, una experiencia que brota de su propio ser, en cuanto que éste es reflejo y tiene un anclaje en la Trinidad. Así lo proclama el Vaticano II de forma expresa: “La Iglesia peregrinante es, por naturaleza, misionera, puesto que, toma su origen en la misión del Hijo y en la misión del Espíritu Santo, según el propósito del Padre” (AG 2). Las misiones Divinas del Hijo y del Espíritu Santo, son el espejo de la misión que Jesús encomienda a la Iglesia. “La Iglesia nace de la acción evangelizadora de Jesús y de los doce”. Por tanto, la misión o envío que recibe la Iglesia se inserta en la cadena de las mismas misiones intra trinitarias, las prolonga y actualiza en la historia, enviada inmediatamente por el Hijo y animada misioneramente por la fuerza del Espíritu. Los dos grandes documentos conciliares sobre la Iglesia, “Lumen Gentium” (Iglesia hacia dentro: ministerio y comunión) y “Gaudium et spes” (Iglesia hacia fuera: su misión en el mundo) nos muestran plásticamente el engranaje de las dos dimensiones esenciales de la eclesiología del Vaticano II: Ministerio y Presencia Histórica de la Iglesia. La Iglesia es “Comunión en Misión” (Cf. LG 17), es “comunión trinitaria en tensión misionera”, es ministeriocomunión-misión. La Iglesia del Señor que nos presenta el Nuevo Testamento tiene dos vertientes esenciales: un ser (Comunión) y una misión o quehacer (testimonio, participación). Ambas vertientes son constitutivas de la Iglesia. La misión no es un elemento añadido a una Iglesia previamente constituida, sino que, pertenece a su estructura y nunca ha extendido sin ella, por ser reflejo de ser eclesial, no una táctica o estrategia. Podemos descubrir esta doble vertiente de la Iglesia en la intención de Jesús, al elegir a los apóstoles: “Los llamó para que estuvieran con Él (comunión) y para enviarlos a predicar (Misión)” (Mc 3,14 par.). Un envío que realizará posteriormente (Cf. Lc 10,1; Mc 6,7; Jn 17,18; 20,21; Mt 28,19 par.). El Concilio Vaticano II, al tratar de asambleas conciliares como la venezolana, establece una estrecha relación entre comunión y misión (Cf. CD 36). En efecto, “La Iglesia es de Cristo como un sacramento o signo e instrumento de la unión íntima con Dios, y de la unidad de todo el género humano, un germen segurísimo de unidad, de esperanza y de salvación. Cristo, que también a ella como instrumento de la redención universal, la envía a todo el universo como luz del mundo y sal de la tierra... Sacramento visible de unidad salutífera”, que “trasciende los tiempos y las fronteras de los pueblos” (LG 9). Así prolonga Cristo en la Iglesia, la misión que Él había recibido del Padre: “Como el Padre me envió, yo también los envío a ustedes” (Jn 20,21; Cf. 17,18). La Iglesia, por mandato expreso de su fundador, recibe la misión de evangelizar, siendo ésta su “identidad más profunda”. La Iglesia es esencialmente misionera (Cf. AG 2) y, como tal, “sólo desea una cosa; continuar bajo la guía del Espíritu la obra misma de Cristo... También en el futuro seguirá siendo misionera: el carácter misionero forma parte de su naturaleza” y se enraíza en las misiones divinas trinitarias. (Cf. AG 2). Cuando la Iglesia vuelve sus ojos a la Trinidad Santa, descubre que la comunión íntima en el seno de Dios, no se cierra sobre sí misma, sino, que sale de sí y se hace misión. La comunión de amor que es Dios, pasa a ser, misión compartida por toda la Trinidad a favor de la humanidad. La Iglesia descubre así, al Dios Trino que se entrega, se inserta en esa misión divina y se pone al servicio de ella. Por tanto, comunión y misión en la Iglesia hay que entenderlas desde la Trinidad, que es su origen y su meta. “La evangelización es un llamado a la participación en la comunión trinitaria”. El éxodo de la Iglesia hacia la humanidad, quiere ser un reflejo del Padre misericordioso (Cf. Lc 15,20.28; Col 1,22) es una Iglesia en éxodo, Iglesia del amor exodal, del amor gratuito del Padre, que no la encierra en sí misma, sino que extiende a todos los hombres la salvación que la habita: todos invitados a la mesa. El connatural impulso hacia fuera de la Iglesia, encuentra su razón en la misma persona del Espíritu Santo, que comunica a la comunidad eclesial la pasión del amor misionero y evangelizador, el que habilita a la Iglesia para la misión (Cf. Hech 13,4; 20,22; AG 4). Juan Pablo II recordaba a los venezolanos la tarea misionera-pastoral de nuestra Iglesia: “La Iglesia tiene una palabra que decir. Ha asumido la apasionante tarea de la nueva evangelización... La Iglesia en Venezuela, heredera de cinco siglos de evangelización, tiene que vivir el gozoso mensaje de Jesucristo y transmitirlo, dentro y fuera de sus confines, al hombre actual y a las futuras generaciones”. Arraigado fuertemente en el ministerio trinitario e impulsado desde Él (el Amor fontal del Padre), se despliega el potencial misionero del pueblo de Dios. Todos somos necesarios. El cristiano puede ser llamado adulto cuando contrae un compromiso con la fe que profesa. La formación del pueblo, deberá tender por todos los medios a crear sujetos activos y corresponsables con la misión de la Iglesia, en conformidad con el carisma de cada uno y en el ámbito, mundano y eclesial, en el que se desenvuelve su vida. El futuro de la evangelización, según el sentir cada vez más unánime, depende en gran parte del laicado. El énfasis del Vaticano II sobre este punto no ha sido superado todavía por nadie (Cf. AA 21; AA passim). La implicación de todo el pueblo de Dios en la evangelización se entiende porque comunión, participación y solidaridad se auto-implican, se refuerzan, se reafirman o infirman recíprocamente. Si se ignora la vertiente operativa (participación corresponsabilidad) se atenta contra la naturaleza de la misma Iglesia, pues la vocación cristiana es, por su misma naturaleza, vocación al apostolado, éste se ejerce por medio de todos los miembros de la Iglesia, aunque de diversa manera. El Concilio Vaticano II ha pedido con toda energía, la existencia de un laicado activo y responsable (Cf. AG 20), y disipa toda duda cuando afirma que “el apostolado de los laicos es participación en la misión salvífica de la Iglesia” (LG 33). Convencido de ello, y en orden a propiciar la participación y solidaridad en la tarea evangelizadora, el Episcopado Venezolano nos declara en sus cartas colectivas que “no quiere tomar decisiones aisladamente”, sino, que, ha optado por la pedagogía de la participación más amplia, “exhortando vivamente a todos los católicos a entrar de lleno en el concilio, a cooperar con generosidad y entusiasmo”, pues el “Proceso Conciliar nos compromete a todos”. El modelo trinitario debe ser el paradigma y espejo de nuestro ser comunitario y de nuestro compromiso misionero. El Espíritu creador y vivificador nos alimenta en esa dirección. La Nueva Evangelización en la que se enrola nuestra Iglesia, busca impulsar una mayor fidelidad y entrega al Dios Trino y Uno, mediante el encuentro vivo con Jesucristo, que lleve a una conversión personal y comunitaria, a una mayor comunión eclesial y a una más amplia solidaridad. En la medida en que nuestra Iglesia, se enraíce más fuertemente en el misterio del Dios trinitario, encontrará nuevo vigor evangelizador y mayor eficacia.