Cátedra Libre Chiara Lubich Curso: “El Diálogo como cultura” UNICA – 1-2 octubre 2004 1er.Tema: El diálogo como método; marco teórico. LA PERSONA: ontología y relación Por: Ana María Fons OBJETIVOS 1) Definir el concepto de persona. 2) Estudiar la naturaleza del ser humano. 3) Fundamentar la naturaleza dialógico-relacional del ser humano. INTRODUCCIÓN Que el hombre represente un vértice en la vida del universo nadie lo ha negado, ya sea filósofo o científico, de cultura evolucionista o creacionista, de corriente filosófica materialista o espiritualista... Esta centralidad del hombre ha sido confirmada por las ciencias de la naturaleza y por las ciencias humanas, por la filosofía y por las religiones de confesiones distintas... En el mismo organismo del hombre se resume y se representa la realidad cósmica, en la conciencia del hombre es posible la reelaboración consciente de la realidad del universo y en las obras del hombre está presente la capacidad del dominio de las realidades que lo rodean. A pesar de esto, y quizá precisamente por esto, en todas las épocas y culturas, el hombre se ha planteado similares interrogantes acerca de su existencia, del significado verdadero y último de su vida. El punto crucial - para el mundo del saber- es definir a este hombre, en su constitutiva realidad. PARTE I CONCEPTO DEL HOMBRE En la concepción del hombre encontramos, a grandes rasgos, distintas corrientes, según las cuales viene considerado como: - Animal racional. Ser objetivo, que emerge por su racionalidad. - Espíritu encarnado. Sujeto personal, con conciencia de sí, de los demás y de la naturaleza. Y por otra parte, el hombre como: - Ser individual: autosuficiente. Orientado hacia el mundo material. Con fácil pérdida de la dimensión personal, ética y religiosa. - Ser en relación con los otros seres del mundo: se realiza en la comunión. Abierto a la trascendencia y esperanza religiosa. T. Sorgi: “Sin duda es un enriquecimiento el progreso en el conocimiento de las bases neurofisiológicas del pensamiento y de las decisiones que presiden los comportamientos individuales y sociales del hombre. Pero es algo no científico el hecho de querer comparar al hombre con el animal, sin tener en cuenta lo específico cultural-espiritual que los distingue netamente. La teoría evolucionista aplicada al hombre ha creado lamentables confusiones. Si es verdad que no se puede imaginar a un ser humano actuante y pensante, aislándolo de sus genes ó de los circuitos neuronales de su corteza cerebral, es verdad también que es una pretensión arbitraria y no realmente científica, reducir los comportamientos del hombre a éste ó aquél gen, reducir su mente a su cerebro”. Cada una de las innumerables investigaciones y teorías sociológicas contiene la inspiración, más ó menos explícita, de una cierta concepción del hombre y de un modelo antropológico. Es difícil, si no imposible, presentar un panorama de la variedad de modelos de hombre presentes en el análisis sociológico. En general se tratan de: - modelos reduccionistas ó parciales (reducen al hombre a uno o varios de sus componentes. Ej. modelos biologicistass). - modelos plenarios o integrales (tratan de abrazar en lo posible la complejidad del ser humano en todas sus componentes y en las varias dimensiones y lo reconocen íntimamente ligado a la realidad social, en una reciprocidad de influjos de los seres entre sí y entre estos y el ambiente social). UN POCO DE HISTORIA: En la antropología clásica, en general, predomina el concepto del hombre como animal racional. Platón (s. V-IV a.C.): Dualismo: mundo inteligible- de las Ideas - / mundo sensible). El hombre es sobre todo su alma (plano suprasensible), el cuerpo ( naturaleza sensible) está accidentalmente unido a ésta. Alma y cuerpo son elementos irreconciliables. Cuerpo = cárcel del alma. Aristóteles (s. IV a.C.): En todos los seres hay dos principios: la materia y la forma sustancial. La esencia está dentro de la materia ( no separada como en Platón) Así en el hombre: animal –racional. Boecio ( s. V): hombre: sustancia individual de naturaleza racional. En la Edad Media: Santo Tomás de Aquino (s. XIII):La unión alma-cuerpo es tan natural como sustancial. No hay escisión. El hombre, por la naturaleza intelectual de su alma, puede conocerse . En el hombre está la imagen de la Trinidad. ‘Giro Copernicano’ (s. XV-XVI): La Tierra no es más el centro del universo. El hombre ahora se considera a sí mismo el centro de la Tierra haciendo girar todo en torno a sí. Es la época del Humanismo. ( Renacimiento). En la Edad Moderna: Descartes (s. XVII Racionalismo): El hombre ( yo consciente) es una “res cogitans”, una cosa pensante. La certeza fundamental del hombre, su verdad primaria indudable es la conciencia de que ‘piensa’ el mundo: ”cogito ergo sum”. La verdad del hombre está en el hombre mismo, que reflexiona sobre sí mismo. El yo es un alma, por la que es lo que es, distinta del cuerpo. David Hume ( s. XVIII Empirismo): El ámbito del conocimiento humano debe quedar limitado al ámbito de la experiencia humana. Kant ( s. XVIII-XIX): existe el reino de la naturaleza ( ciencia) y el reino del espíritu (moral) a la que está sometido el individuo. El alma (inmortal), el mundo , Dios, no son demostrables y ni siquiera conocibles pero a los que se puede llegar a través de la razón. En la Edad Contemporánea: Marx (s. XIX): El hombre es un ser natural perteneciente a una determinada especie y sólo es hombre en la totalidad de la especie, en la sociedad. No ha sido creado por Dios, sino que es artífice de sí mismo y domina lo exterior a él, no por medio del pensamiento sino por la lucha contra la naturaleza hostil que lo rodea. Negando la naturaleza, el hombre se afirma. Niestzche: ( s. XIX-XX) Representa la transmutación de todos los valores, y presupone un absoluto: la vida. La vida es voluntad de poder, que exige reaccionar contra la razón y contra la moral. Se afirma la muerte de Dios y el mito del superhombre. Es el hombre quien da el sentido y el valor a las cosas, que en sí, carecen de valor. Al llegar el siglo XX, la filosofía de la persona, acoge la perspectiva de la constitutiva estructura relacional del hombre, ampliando el concepto de relación al sentido ‘global’: la estructura relacional de la persona se evidencia en relación a sí misma, de los demás y de la totalidad de los seres de la naturaleza. Algunos filósofos ( Beber y Levinas, años 60) han dado una importante contribución para la interpretación de la existencia humana, afirmando la estructura dialogal, interpersonal del hombre. Levinas incluso afirma la primacía del otro. DEFINICIÓN DE HOMBRE: Concluimos que el hombre es una unidad sustancial cuerpo-espíritu (inseparable); un ser bio-psico-espiritual, social y trascendente. La persona tiene fundamentalmente tres dimensiones: ante todo es consciente de una identidad, se concibe como existencia relacional y se manifiesta como apertura intencional sobre toda la realidad. Se configura como identidad en cuanto a la relación consigo misma ( ser hombre, ser mujer), como comunicación, en cuanto a la relación con los demás, como participación, en cuanto apertura incondicionada a la totalidad del ser. La Antropología Filosófica a la base de nuestra reflexión es la que se apoya sobre las concepciones del hombre como ser encarnado y en relación. Muy importante , a este punto, es comprender entonces, que no ‘tenemos’ un cuerpo, sino que ‘somos’ integralmente, en nuestra corporeidad, a través de la cual nos relacionamos con los demás y con todo lo creado, a través de la cual externamos ‘toda nuestra persona’. Esto tiene importantes consecuencias en los ámbitos de la Psicología, la Medicina, y particularmente en el campo de la sexualidad, donde hoy día penetran tantas corrientes erróneas totalmente privadas de esta visión integral de la persona humana. Por otra parte hemos de reconocer que las antropologías antiguas y modernas, que quieren comprender el misterio del hombre a partir del yo solitario, orientado hacia el conocimiento ( y dominio) del mundo, terminan con la pérdida misma del hombre. El ser del hombre se revela inalcanzable e inexistente desde el momento en que se intente tomar en forma aislada, separado de la comunión con el otro. NUESTRA REALIDAD ACTUAL: El continuo desarrollo de las ciencias humanas, aun habiendo aportado importantes descubrimientos, no ha disminuido la incertidumbre, más bien ha planteado nuevas dudas, acerca del ser y del significado de la vida del hombre, que sigue presentándose como un gran misterio. La sociedad de hoy, se ha afirmado, sufre la mayor crisis de identidad que nunca haya existido... el hombre vive sumergido en un sin fin de contradicciones. El hombre contemporáneo busca al hombre y contemporáneamente busca ( a veces sin saberlo) también a Dios. En esta búsqueda, el hombre de nuestro tiempo es un hombre “errante” ( en el doble sentido que tiene nuestro idioma: que está en camino y que corre el riesgo de caer en el error). Vive en un tiempo de crisis antropológica y ética, en el que se pone en discusión tanto el horizonte de pensamiento (la verdad) como el práctico ( la moral). Este hombre reniega de la historia, se pierde en la instantaneidad del presente. Esto no siempre es un dato positivo ( el consumismo está al acecho y nos invita a gozar del momento que pasa). Surge un tipo de hombre replegado sobre su ego, sobre el culto de sí. El individualismo como búsqueda y afirmación de sí se propone como un valor. La ‘autoestima’ – por ej. en la cultura americana, pero no sólo - es inviolable. Esto se refleja además a nivel más amplio. Se afirma la sociedad del ego, una realidad que ya se corre el riesgo de que se convierta en un modelo planetario. La sociedad está en continua evolución: es cada vez más compleja. En el plano de la civilización, aparece una nueva cultura, una cultura del ego y, al mismo tiempo, de la indiferencia y de lo relativo, ante los valores propuestos por las grandes perspectivas del pasado ( iluminismo, marxismo, cristianismo). Es el tiempo de cambios ‘que marcan época’, de la evolución tecnológica y de masificación: los medios de comunicación unifican el mundo, pero con el riesgo de achatarlo con modelos preconcebidos. Hoy, al hablar del hombre, ciertas categorías han sido puestas en crisis por la misma filosofía o por otros tipos de ciencia. Conceptos como ‘conciencia’, ‘sujeto’, ‘yo’, son considerados inadecuados por muchos. La idea de persona, en cambio, nacida del seno del pensamiento griego y latino y transfigurada por la utilización en el Cristianismo, aparece sin embargo una concepción proficua para expresar la defensa de los derechos humanos y de la dignidad del hombre. La perspectiva ligada a dicha categoría parece la mejor para afrontar un discurso sobre el hombre al hombre de este siglo: la exigencia del respeto de la persona aparece como algo intangible, en un mundo que ha visto multiplicarse estragos de dimensiones grandiosas, junto a la creación por ej. de campos de concentración para la así llamada’ depuración étnica’ y otros tantos atentados contra la dignidad del ser humano. Entonces, uno de los desafíos del tercer milenio es, sin duda, la imagen del hombre. Del modo como se concibe al hombre, depende el futuro de la filosofía, de la teología, de las ciencias... y no sólo, depende incluso su supervivencia y su felicidad. Es necesario para el hombre, para nosotros, descubrir nuestras raíces, descubrir el concepto verdadero de persona. En esta perspectiva, la novedad que supone la visión cristiana del hombre, es decisiva. En ella, se define al ser humano, hombre o mujer, como persona. La idea de persona es, sin duda, una de las grandes conquistas del Cristianismo, punto de llegada de un recorrido histórico en el cual se entrecruzan la antropología y la teología. La idea de persona como sujeto autoconsciente y libre - idea de hombre de la que el Occidente está orgulloso, y hoy parece contagiar, como fenómeno planetario a todos los pueblos de la tierra – representa, esencialmente, una invención del Cristianismo. La idea del hombre, está asociada al misterio de la Trinidad y de las relaciones intertrinitarias, y a la encarnación de Cristo Jesús, el Hombre perfecto. En efecto, el Cristianismo produce una idea original del hombre. De la Revelación recibimos acerca de él una perspectiva fascinante y decisiva: “Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza...” (Gen 1,26). Desde el principio, el ser humano es considerado “ a imagen y semejanza de Dios. El carácter fundamentalmente personal e histórico de la fe cristiana significa un cambio radical en el modo de concebir al hombre. La nueva imagen del hombre, todavía, no se encuentra explícitamente desarrollada en la Revelación: allí está contenida sólo implícitamente, como en embrión. Se desarrollará a través de los siglos del pensamiento cristiano. La anterior afirmación pone al ser humano en una posición privilegiada en el universo creado, porque le da el sentido profundo de su existir: él es el resultado del amoroso acto creador de Dios, con el que participa en la vida divina. Si existe un único Dios, Creador y Padre, todos son sus hijos y la consecuencia inmediata de la dependencia ontológica de Dios es el concepto de igualdad que une a todos los seres humanos entre sí. La creación da al ser humano una intimidad del todo particular, un carácter trascendente y lo plasma como ser ‘constitutivamente superior’. La persona humana, creada por Dios, tiene entonces, una particular relación con Él. ¿Qué es la creación sino una relación de dependencia? El hombre no se ha creado a sí mismo, ni puede hacerlo. ¿qué es la creación sino un acto libre y lleno de amor por parte de Dios, con relación al hombre? ¿Qué es la persona sino una relación de amor con Dios y con otras personas? ¿No es quizás el amor de Dios, Padre infinitamente bueno, el que hace al hombre independiente, en la libertad? Y ¿no es quizás la dependencia – por amor- la que hace posible en el hombre la responsabilidad? Independencia y dependencia aparecen correlativos a libertad y responsabilidad. El hombre es entonces capaz de Dios, puede hacer de Él el motivo y destino de la propia existencia, trascendiendo así todo lo contingente para convivir con lo absoluto y dar verdadero sentido a la propia vida. Y de hecho, de no hacerlo, probablemente coloque en el centro ideales o metas que más temprano que tarde, lo dejarán vacío, pues serán pasajeros y su desvanecimiento, generaría una total pérdida de sentido. ( CH.L. Doct. hc. Pedagogía) El hombre, entonces, constituido por la relación fundamental con Dios, es el “tú de Dios”. Decía el Concilio Vaticano II: “ En realidad, solamente en el misterio del Verbo encarnado encuentra verdadera luz el misterio del hombre. Adán, el primer hombre, era figura del hombre futuro, es decir, de Cristo Señor.. Cristo, que es el nuevo Adán, justamente revelando el misterio del Padre y de su amor, revela también plenamente el hombre al hombre y le descubre su altísima vocación” ( GS 22) Aquí emerge la centralidad de la persona de Jesucristo, que al revelar a Dios, revela el hombre al hombre. Éste es quizás el sentido más profundo, “teológico”, del así llamado ‘viraje antropológico’ de la teología: leer el misterio del hombre en el Verbo encarnado, en Dios. En el centro de la atención no están Dios y el hombre (separación). O bien, Dios o el hombre ( exclusión). Sino más bien, Dios en el hombre y el hombre en Dios. En esta recíproca ‘inhabitación’ (pericoresis) que procede de cada persona- en relación con Dios, en el misterio de la Encarnación – pero que se extiende a toda la humanidad, se juega la posibilidad de una visión, de una perspectiva nueva de las relaciones humanas, que es precisamente la cristiana. “ La novedad de la cultura traída por Jesús- escribe Chiara L – está en la revolución de las relaciones interindividuales. Si antes de él las relaciones recíprocas estaban reguladas por la sangre, por la afinidad de clases, por intereses particulares o por finalidades únicamente extrínsecas, con Jesús, todas estas motivaciones pierden valor, porque cada hombre toma conciencia de ser un valor trascendente, hasta tal punto que representa para los demás a Dios mismo: “ Cualquier cosa hayan hecho al más pequeño... a mí me la hicieron” ( Mt 25,40). Es ésta también la visión en la Teología moderna. A este respecto expresa el teólogo Karl Rhaner “ Si al hombre lo concebimos como el ser de la absoluta trascendencia hacia Dios, no podemos hablar de “antropocentrismo” o de “teocentrismo” como de perspectivas teológicas opuestas entre sí, sino como de una única y misma realidad vista de dos puntos diferentes, uno de estos aspectos no podrá ser comprendido sin el otro”. El hombre, decíamos antes, es además un ser relacional y lo es también por vocación. La dificultad de concebir la relacionalidad en el tiempo presente nace, probablemente, del eclipse de la relación fundamental, constitutiva, con Dios. ( Es la crisis de la postmodernidad, la ausencia de Dios). La antropología cristiana nos aclara que el hombre en Cristo está llamado a ser más que un individuo (término que expresa un “fragmento”). Está llamado a emerger de la condición originaria de individualidad para ser persona, la cual, es una unidad singular pero es un todo, una subjetividad que es tal, no porque se cierra sino porque está totalmente donada, desapegada de sí. Así como está Dios en ella. El ser-persona es entonces un camino, un don que se nos ofrece y se nos da. La antropología cristiana parte de las relaciones nuevas y del ágape ( el amor). Afronta el tema del amor maduro, es decir, capaz de no amar al otro para los propios fines sino para hacerlo crecer. Un amor que nos hace capaces, también solos, de afrontar las situaciones en una dimensión de sacrificio, de oblación, y “valorización”, que es don de sí sin reservas y poner de relieve al otro. Un amor que es, en fin, la raíz de nuestra identidad y relacionalidad. De hecho, cada uno de nosotros, llega a ser sí mismo, en virtud de la relación con los demás. Se realiza así la paradoja de Merton: “No podemos encontrarnos a nosotros mismos en nosotros, sino sólo en los demás; y al mismo tiempo, antes de salir de nosotros e ir hacia los otros debemos encontrarnos a nosotros mismos”. “La persona es inmediatamente relación, a diferencia del individuo, la persona es constitutivamente relación con el otro (Otro). Como en la Trinidad, también en las relaciones interhumanas ( que tienen impresa la imagen de Dios), no se puede partir de un sujeto que sea antes individuo y después persona, que entra en relación en un segundo momento, ya que si se acepta la idea de un sujeto separado de la relación con los demás ( esto sí que es irrealismo!), la relación será necesariamente ‘instrumental’. El individuo es él en sí mismo y por esto es irreal; la persona, la verdadera realidad que conocemos, es sí misma en relación con el otro” (L. Bruni. Persona y comunión). Aquí resuena “ la ley fundamental de la auténtica realización del ser humano”, olvidarse de sí mismo para amar a los demás. El don total de sí. Perderse para volver a encontrarse, morir para vivir, ‘no ser’ para ser. “ El individuo es persona sólo si logra morir a sí mismo, así como en la Trinidad cada una de las tres es persona porque está completamente proyectada en las otras Dos... Haber entendido que el hombre es individuo es la grandeza de Occidente; pero es también su límite si no se acerca a la persona... Yo –soy – yo en cuanto don para el otro” (Zanghì 1998 ) Es ésta - podemos decir entonces - la principal novedad aportada por el Cristianismo ante la concepción de la persona humana. Habíamos dicho al comienzo que la certeza fundamental para el hombre radicaba en su conciencia de ser que ‘piensa’ ”cogito ergo sum” (pienso, luego soy). A la luz de lo que acabamos de decir,¿seguirá siendo así? si la persona es amor, donación, pérdida de sí... ¿será el pensar lo que define y fundamenta la existencia del hombre? El PENSAR. EL SER ¿Qué es pensar? Para esta pregunta podríamos encontrar infinitas respuestas. En el pensar existe siempre: 1. el sujeto que piensa 2. el objeto – la realidad pensada 3. la luz en la cual sujeto y objeto se encuentran. Estos tres núcleos van a depender del paradigma de pensamiento a que se refiera: - En el pensar como mito: 1. El sujeto es el ‘sacerdote’ ( hombre inmerso en lo divino) 2. La realidad pensada es lo divino (ojo, no Dios), fascinante, impenetrable, estupendo. 3. La luz es la presencia de lo divino, de donde el hombre bebe la sabiduría. - En el pensar como logos ( paradigma cultural): 1. El sujeto es el pensador, el sabio ( el profeta en Israel, el filósofo en Grecia), como persona singular. 2. La realidad pensada es la multíplice, variada y mutable realidad de las cosas. 3. La luz es la razón. Empieza la lucha de la razón para hacer totalmente suya la luz que la ilumina pero que cada vez más viene percibida por ésta como una luz propia. - En el pensar como amor: paradigma nuevo de Jesús – el Logos encarnado en la cultura del logos - se trata de la cultura del Espíritu. 1. El sujeto es la persona –como en la cultura del logos – pero la persona en cuanto tú- de-Dios. 2. La realidad pensada es el amor en toda su extensión, el amor como forma de todas las formas. 3. La luz es la de Cristo, el hombre-Dios: luz humano-divina, en la cual, lo divino y lo humano están en comunión, en un intercambio de dones, en el que cada uno es sí en el otro, en tanto en cuanto el otro retorna a él en el amor. Luz, entonces, que actúa y viene percibida solamente en la reciprocidad del amor. Para nosotros, como criaturas, el pensar, en su raíz, no puede ser sino el aceptarse pensados, dichos por Dios, y expresar esta realidad en el Espíritu. En relación a la afirmación ‘cogito ergo sum’... y del pensamiento que tiene el hombre acerca de su ‘ser’, nos ilumina cuanto expuesto por Ch.L. al recibir el Doctorado h.c. en Filosofía: “Sea cual sea la expresión usada en el lenguaje de las distintas culturas, la afirmación originaria del pensamiento humano es: el ser es. Es el reconocimiento del enorme mar de la existencia donde está sumergido el ser humano en comunión con todos y con todo. Ésta es la certeza primordial unitaria y sencillísima de la cual se puede iniciar para penetrar en los múltiples y complejos aspectos de la realidad. Todo se puede negar pero el ser no. El ser se nos ofrece en lo que está próximo, junto a nosotros ( las distintas realidades) y en nosotros. La existencia tanto de las cosas más pequeñas como de las más grandes, nos revela que el ser es. Y este ser – elemento común de todas las realidades, por el cual no son una nada - es el que revela en una manifestación natural, aquél Ser que ninguna de estas realidades es, pero que en todas se anuncia, un Ser que, simple y absolutamente , Es. La conciencia que el hombre tiene de sí mismo desde el comienzo de la reflexión filosófica, especialmente si fue iluminada por la fe, es reconocimiento del ser que es luz en su conciencia pero, al mismo tiempo es la confesión del Ser Absoluto... Para el hombre, decir yo, es abrirse a la posibilidad de decir, en comunión con el ser de cada cosa, que el Ser Absoluto es. Si hay quien piensa que afirmar el yo, significa luchar contra todo lo que no es yo, pues todo lo que no es yo se percibe como un límite, y, aún más, como una amenaza para la integridad del yo, Jesús, en el terrible momento de su abandono, con su Ser reducido a nada - situación aceptada por amornos revela que soy yo, no cuando me cierro al otro, sino cuando me doy al otro, me pierdo, por amor, en el otro.... Si yo por ej., regalo una flor, es lógico que me privo de ella; de esta manera pierdo algo de mí ( es el no-ser). En realidad, justamente porque regalo esa flor crece el amor en mí (el ser). Mi subjetividad, por lo tanto, es cuando no-es por amor, o sea, cuando está, por amor, completamente transferida en el otro”. LA PERSONA: SER TRASCENDENTE CONSCIENTE Y LIBRE La autotrascendencia del sujeto coincide con su espiritualidad; la espiritualidad “es el fundamento ontológico de la libertad” pues “ el espíritu es un ente que no aprisiona su naturaleza” cuyo carácter propio es el de autotrascenderse”. El acto libre muestra la independencia y la autonomía del espíritu humano. En la libertad transparenta la dignidad y el valor inconmensurable del espíritu humano, mostrando “por la sublimidad de su ser, una afinidad con el Todo”, “ hasta el punto de que se ha visto, tal vez, en la libertad, la huella más evidente de nuestra semejanza con Dios”. La trascendencia propia del hombre ha sido considerada en su relación con la libertad. Lo que es característico de la persona: la libertad y la conciencia de sí condiciones para que un ser existente pueda ser definido como persona - se deriva de su constitutiva relación con el Ser, que le consiente el no estar sujeta a los límites de las determinaciones materiales; resulta además que, la conciencia de sí y la libertad, aunque distintas, en realidad son inseparables porque sólo un ser consciente de sí puede ser libre y, al contrario, no hay autoconciencia sino en la libertad. REALIZACION DEL HOMBRE Decíamos anteriormente que, en su relación con Dios, como el “tú de Dios” y en su relación con el otro, el hombre se realiza verdaderamente. Una reafirmación de ello emana de cuanto Ch.L. dijo, en ocasión del Doctorado h.c. en Psicología: En psicología se sabe con seguridad que la necesidad fundamental de la persona es ser reconocida en su propia identidad única e irrepetible y no ser considerada un número o un objeto. Normalmente, por lo general, esta seguridad la dan los padres, la familia, las propias capacidades, la educación recibida. Por lo que la persona se siente ella misma, distinta de los demás; pero todo esto puede relativizarse y venir a menos. El reconocimiento de Dios como Amor, el descubrimiento y la certeza de que Dios la ama, que ha querido su existencia, que no ha sido abandonada a la casualidad o a un destino ciego, es la base para que tenga la seguridad psicológica que da sentido a su vida y a su misión en este mundo. Sólo la seguridad de que Dios es amor-también-para-ella le da la fuerza para salir siempre de sí, para vivir, para amar y crear la comunión social. Sabemos, también, que el desarrollo psíquico de la persona - del yo comienza por el estadio inicial del "narcisismo" (estar replegados, únicamente, sobre sí mismos, en las propias necesidades y placeres) para después ampliar progresivamente el campo de las relaciones (a los miembros de la familia, de la escuela y la sociedad) y debería llegar a reconocer un Tú trascendente, después de haber superado el último obstáculo que impide la plena maduración, el propio yo. En otras palabras: la liberación del yo de todos los condicionamientos internos y externos y, en fin, el reconocimiento de la relatividad del propio yo dejar de defenderlo... -, quiere decir aceptarse sin máscaras para armonizar la voluntad propia con una voluntad Trascendente. Se afirma que las personas que se auto-realizan tienen, efectivamente, relaciones interpersonales más profundas que todos los demás. Tienen una mayor capacidad de compenetración, de mayor amor, de una identificación más perfecta, de una mayor reducción de las barreras del ego, de cuanto lo consideran posible los otros. La relevancia psicológica de la dinámica del amor es evidente: mi amor por el otro no sólo lo confirma en su ser distinto de mí, igual a mí, trascendente como yo, sino que me “hace ser” también a mí. Tomando como ejemplo la medida máxima de esta relación, yo soy plenamente persona cuando libre y conscientemente afirmo al otro, incluso a costa de mí mismo; cada uno, estableciendo una relación de amor con los demás, de hecho se realiza como persona auténtica. En otros términos: nadie llega a ser tan él, tan persona, como aquél que para salvar la trascendencia del otro, se trasciende renunciando a sí mismo. Éste es el más auténtico humanismo. Por otra parte, el problema hoy en día está precisamente en la necesidad de reconstruir un yo íntegro, libre de las tendencias del ego, o sea, de toda clase de avidez y deseo de posesión. Un yo íntegro lo posee quien sabe vaciarse, despojarse para enriquecerse en la comunión con los demás. De hecho, cuando se rechaza la comunión para salvar el propio yo por miedo a ser ‘instrumentalizados’, explotados, tratados como un objeto, alienados por los demás - como suelen decir los psicólogos - entonces, psicológica y también espiritualmente, estamos ya muertos. El amor, entonces, es la vida del hombre. PARTE II Decíamos antes, a partir del pensamiento cristiano, que la Revelación nos había traído una nueva imagen del hombre (imagen aún en embrión, no totalmente desarrollada) y decíamos también que, este desarrollo se iría produciendo a través de los siglos del pensamiento cristiano. En este camino, el paradigma de la unidad, representa otra importante novedad para el hombre, al revelar todavía una perspectiva de la persona humana, que abre horizontes impensados, innovadores, no sólo para la persona misma sino también para los distintos ámbitos del mundo en los que ésta se desenvuelve. El paradigma de la unidad: Subraya el valor del individuo como persona. En la época moderna, el gran desarrollo del sentido de individualidad – no llegando a la realidad de la persona que, como Dios nos muestra, es amor, don de sí - ha terminando levantando muros que nos alejan del otro, cualquiera que sea, como un extraño, a veces como un enemigo. Sin embargo, es verdad que este individualismo ha puesto de relieve la preciosidad insustituible de cada uno. El individuo en las culturas arcaicas, comprendida la greco-romana, no tenía valor. Por el contrario, aquí es portador de un valor, de un designio de Dios único e irrepetible. Por lo tanto hay que salvar al individuo. ¿Pero cómo? Conduciéndolo fuera de sí, a la Persona de Jesús, en la cual él es sí mismo en el don total de sí y en la comunión con todos los demás individuos. Es decir, ustedes son una sola persona en Jesús, ¡la Suya! Entonces, hay que llevar al individuo a comprender que él es persona en Jesús. Es Jesús quien me personifica. En cuanto a la relación social A la luz del carisma de la unidad, todas las relaciones en la persona, son expresiones y manifestaciones de las relaciones trinitarias. ( Este argumento vendrá ampliamente tratado en la próxima clase, ahora me limito a dar unas breves pinceladas). Subraya que el individuo es un ser en relación. “Persona” quiere decir individuo racional fundado sobre una relación personal con Dios, con los demás hombres, con el cosmos. En el carisma de la unidad quiere decir ser otro Jesús, ser Jesús. Es la relación que hace del individuo aislado una persona. Según el modelo de La Trinidad (Ser-no ser- por amor- en el Otro) Yo en ti y tú en mí: la relación Cada Persona de la Trinidad es tal en el recíproco acto de darse a las demás. Se es persona porque nos donamos. Los dos Yo componen la relación que los envuelve, los comprende, los contiene, los transforma. Yo en ti y tú en mí: unidad y distinción En la relación hay unidad y distinción según el modo de la Trinidad. Es necesario que en la relación exista siempre unidad ( que no es uniformidad) en la distinción y distinción en la unidad. La unidad refuerza la simbiosis entre las partes ( sin reducir ni anular ninguna de ellas) y la distinción preserva la identidad de cada uno. Yo en ti y tú en mí: la reciprocidad La interacción emerge del paradigma trinitario ágape –kenosis – pericoresis. Ágape es el mismo Amor (de Dios) participado y donado a los seres humanos. Kenosis indica el vaciamiento de la divinidad cumplida por el Verbo para hacerse uno con nosotros, uno de nosotros. Pericoresis es el amor que en la Trinidad tiene la naturaleza de oblación ( donación de sí) total y de reciprocidad (mutua inhabitación). Yo en ti y tú en mí: la relación como don( gratuidad) El don es un nuevo paradigma en sus tres momentos constitutivos: dar, recibir, restituir. El don está al principio de todo. Don en Dios Trinidad, de Dios, don del universo en la creación, don del Hijo a la humanidad y del Espíritu. El don más grande que podemos hacer al otro es Dios en nosotros. Yo en ti y tú en mí: la relación como comunión La relación como interacción recíproca se cumple en la comunión. La comunión trinitaria es el fundamento ontológico de toda forma de comunión. La relación se hace comunional en la medida en que engloba el amor, la reciprocidad, la condivisión. El carisma de la unidad pone de relieve cómo Jesús en el momento del abandono en la cruz, nos revela a Dios y nos revela al hombre. A Dios nos lo revela Amor. En Jesús Abandonado comprendemos que amar es darse, sin tener nada para sí; se nos revela que solamente en el darnos somos nosotros mismos. Nos dice que si la expresión más alta del Amor que es Dios es el Dioshombre, la expresión más alta del hombre es el hombre hecho Dios. Es la impensable ‘dimensión’ del amor de Dios y la impensable ‘capacidad’ del hombre. Por lo tanto, el hombre es hombre si es hombre-Dios, si es Jesús. "...Se piensa que el Evangelio no resuelva todos los problemas humanos y que conduzca únicamente al Reino de Dios, entendiéndolo en un sentido puramente religioso. Pero no es así. No es, ciertamente, el Jesús histórico o en cuanto jefe del Cuerpo Místico que resuelve todos los problemas. Lo hace Jesús-nosotros, Jesús-yo, Jesús -tú... Es Jesús en el hombre, en aquel determinado hombre -cuando su gracia está en él- que construye un puente, hace una carretera. Jesús es la personalidad verdadera de cada uno..." “Sólo en Cristo podemos vivir la dinámica trinitaria, que ahora es la vida del hombre. Y sólo en Él se puede tener acceso a ese estilo de pensar y a esos contenidos de pensamiento que pide su mensaje. El Verbo encarnado nos ha dado al Padre dándosenos Él mismo, su Persona, no en el sentido de sustituir la nuestra sino que nuestra propia individualidad ha sido asumida, salvada y conducida al Padre en la Persona del Hijo, revestida de Ella”.(Zanghí) Hemos visto entonces que se es persona en Jesús, y que, más aún se es persona en la donación total, en la comunión ( Jesús en mí- Jesús en el otro). Esto puede ser experimentado. La comunión con la entera humanidad que Jesús ha hecho suya, la humanidad de cada uno de nosotros y de todos nosotros, es la que me consiente experimentar esta verdad. “Para alcanzar la Persona de Cristo, donde ella se me da, en su humanidad, debo abrirme a todas las humanidades que Él ha hecho suyas. Es ésta la novedad que hoy es necesario comprender y vivir. Es en la comunión entre nosotros, criaturas humanas, donde puedo alcanzar la Persona de Cristo, y en Él, el Padre en el Espíritu. Sólo así la vida trinitaria puede ser vivida en la cotidianidad del hombre”( Zanghí) Entonces, llego a ser – y ‘me siento’ – persona en tanto en cuanto me doy a Jesús en todo hombre. Y esto llega a ser cultura, es decir, realidad humana experimentada, si se produce el retorno a mí por parte del otro. Esta es la cultura de Dios. Es el amor recíproco, entonces, el que me hace persona y hace que me sienta persona. Es solamente en la reciprocidad donde puedo vivir y experimentar el ser persona. El ser humano está llamado a existir en relación. Es por ello que únicamente , amando, se realiza. Y encuentra la felicidad. Escribe Ch.L.: “ El mundo está hecho de descontentos porque el hombre no ha dado con la fuente de su felicidad. El astro brilla en el cielo y la tierra subsiste porque se mueven: el movimiento es la vida del universo. El hombre es plenamente feliz sólo si se pone en marcha y mantiene encendido el motor de su vida: el amor”. Podemos deducir entonces que no es el pensamiento el fundamento del hombre, sino su amor: Amo ergo sum ( amo, luego soy) escribe Mounier y reafirma vitalmente Chiara Lubich. CONCLUSIÓN Estamos ante un nuevo humanismo, que genera, fruto del paradigma de la unidad, un nuevo modelo de hombre: Un hombre dispuesto a ‘morir’, a ‘resucitar’, a ‘no ser’ por amor, para ‘ser el otro’. Un hombre profundo, íntegro, pleno; un hombre humanidad; un hombre abierto a la divinidad. Un hombre entero, unificado ( en lo físico y espiritual); sumergido en la realidad social, que no se conforma con participar de la vida de todos, sino para los demás; atento a su alrededor, ama todos los fenómenos y trata de aportar. Un hombre que trabaja para la tierra pero con la mirada en el cielo. Un hombre ‘joven’, que se renueva cada día en Jesús Abandonado. Un hombre que, siendo siempre el amor, cultiva no sólo la cultura del dar, sino del darse a sí mismo. No teme desaparecer, anularse. Sabe repetir el proceso de Jesús Abandonado, que por amor a Dios muere y, en la resurrección, renueva todas las capacidades humanas. ( cf.T.SORGI 1996) “Quizá es este hombre, el hombre que el tercer milenio espera -escribe Zanghí-. Un hombre que sepa recoger todo de sí y todo del cosmos en la única Ley del Amor en la dimensión del Abandonado-Resucitado: en la dimensión de la Trinidad. Esto abrirá a estilos de vida completamente cristianos. Un querer que no nazca y se agote en la persona, sino que nazca de Cristo entre nosotros, de Cristo en sí, de su propio querer y llegue por esto al Padre; un pensar que no nazca y se agote en la persona, sino que sea el pensar de Cristo entre nosotros, su propio pensar que se dice en el Amor que es el Espíritu; un ser, que no se detenga en la intimidad de la individual habitación ‘cerrada’, sino que alcance, en Cristo entre nosotros, la intimidad propia de Cristo, que es la misma de la Trinidad en la cual Uno es el Amor y porque es Amor es Uno. Así, podríamos concluir, haciendo nuestro el pensamiento de filósofos y teólogos como M. Zambrano, Zanghì y de cuantos creen en la potencia revolucionaria de este nuevo paradigma, que más que ante la muerte de una cultura, nos encontramos en los albores de un nuevo amanecer para la humanidad del presente milenio.