2,oaa El sacramento del matrimonio como renuncia al egoîsmo, audacia de la procreaciôn, educaciôn de los hijos Una huella del camino de santidad y de conversion "Sed perfectos como vuestro Padre del cielo es perfecto". Al escuchar semejante discurso, los discipulos de Jesûs habrân sido los primeras que se sintieron desconcertados. En efecto, Jesûs no présenta la perfeccion como un consejo, sino como un precepto dirigido a todos sin excepciôn. La perfeccion no esta reservada a una casta privilegiada, a una "élite" predestinada que se distinguiria de la masa de los pecadores. Una vez pasada la sorpresa inicial, los que escuchaban a Jesûs habrân estado contentîsimos. Todos, ninguno excluido se descubren llamados a la santidad. Todos estân llamados a hacer brillar la imagen de Dios-amor que ha impreso su sigilo indeleble en cada hombre y en cada mujer. Por tanto,. estamos invitados a "florecer alli donde hemos sido plantados", en el ejercicio de nuestra profesiôn, en las alegrîas y en las penas, en la propia condiciôn de vida. En efecto, los caminos de la perfeccion son diversos, y Jesûs mismo lo reconoce cuando llama a algunos de sus discipulos a consagrarse totalmente al servicio del Reino, y cuando éleva el matrimonio a la dignidad de sacramento. Al elevar la instituciôn natural del matrimonio a la dignidad de un sacramento, el Senor traza el camino de conversion, de santidad y de perfeccion que propone a la inmensa mayoria de los hombres y de las mujeres. En efecto, Dios sabe que no es bueno que el hombre esté solo. El ha hecho nuestro corazôn a imagen del suyo: es decir, capaz de amar, de progresar en el amor, capaz de purificar el amor. El matrimonio aparece de este modo como una realidad dinâmica, extendida a toda la duraciôn de la vida de los cônyuges. Para ellos, la vida conyugal es un desafîo perpetuo. El esposo se confronta siempre con las limitaciones de su esposa, y ella con las debilidades de su esposo. Los esposos se encuentran por tanto siempre en una situaciôn paradôjica. Deben amar mucho para poder perdonar, y deben estar dispuestos a perdonar todo si quieren amar verdaderamente. El matrimonio cristiano représenta por tanto un camino en el sentido de que constituye un desarraigo de todo lo que es "viejo" en el corazôn del hombre y de la mujer. Représenta un desarraigo del replegarse sobre si mismos y de la bûsqueda del placer egoïsta que son venenos para el amor. No hay amor sin paciencia, sin abnegaciôn, sin desarraigo diario, sin una vigilante atenciôn a lo que puede herir al otro, o, al contrario, que puede darle alegrîay felicidad. Esta tension, jamâs relajada, hacia el mâs grande amor del cônyuge abre a la audacia de la procreaciôn. Procrear, es decir aceptar cooperar, por poder, en la obra creadora de Dios. El Senor de la vida cuenta sobre la generosidad del hombre y de la mujer, a fin de que su amor resplandezca con una nueva criatura que se inserta en el proyecto de amor de la pareja que ha elegido la vida y se predispone al proyecto comûn de educaciôn del hijo. La procreaciôn humana comprende en efecto, la formaciôn, en todos los nivelés, del nuevo ser humano. En la familia, la educaciôn es brindada por el padre y por la madré, es decir pro la pareja en cuanto tal. A partir del nacimiento el nino es acogido en su diferencia, y, progresivamente, él mismo reconoce y acoge a los demâs en su diferencia. Por tanto, la familia no es solo la célula bâsica de cada sociedad democrâtica, sino también, segûn la hermosa expresiôn de la antigûedad cristiana, ecclesiola, una pequena iglesia, la mâs pequena comunidad cristiana en la que nacen a la plenitud de la vida los que, manana, serân testigos del Evangelio y de la Vida. Direction : Michel Schooyans E-Mail : michel.schooyans@uclouvain.be