Creí, por eso, hablé - Archdiocese of Saint Paul and Minneapolis

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“Creí,
por eso,
hablé”
(2 Corintios 4,13)
Una Carta Pastoral
sobre la Nueva
Evangelización en la
Arquidiócesis de Saint
Paul y Minneapolis.
Reverendísimo
John C. Nienstedt
Carta Pastoral sobre la Nueva Evangelización
Reverendísimo John C. Niensted t
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Setiembre, 2012
Tabla de Contenidos
Introducción.................................................................................................................................... 2
I Parte: Encontrar al Jesús vivo lo cambia todo .............................................................................. 4
II Parte: Todos estamos llamados a ser Evangelistas ..................................................................... 6
III Parte: La Obra de Compartir a Cristo: Evangelización y Nueva Evangelización ..................... 8
IV Parte: La Nueva Evangelización en la Arquidiócesis: Desafíos y Oportunidades.................. 12
V Parte: El Plan ............................................................................................................................. 15
Conclusión .................................................................................................................................... 18
Carta Pastoral sobre la Nueva Evangelización
Reverendísimo John C. Niensted t
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Setiembre, 2012
Introducción
“Teniendo aquel espíritu de fe conforme a lo que está escrito: Creí, por eso
hablé, también nosotros creemos, y por eso hablamos, sabiendo que quien
resucitó al Señor Jesús, también nos resucitará con Él y nos presentará
juntamente con ustedes ante su presencia” (2 Cor. 4,13-1).
San Pablo escribe de esta manera a los Corintios porque quiere hablar del poder de la gracia de
Dios que está constantemente transformando su vida aún en medio de la dificultad. San Pablo
fue un hombre orientado, realmente impulsado, por el deseo de que los otros conocieran el
amor de Cristo (2 Cor. 5,14). De hecho él creía que tenía una obligación de predicar el Evangelio,
con terribles consequencias como resultado si no cumpliera esta obligación. Como el mismo
Apóstol dice, “¡ay de mí si no predico el Evangelio!” (1 Cor. 9,16).
Mis Hermanos y Hermanas en esta gran Arquidiócesis de St. Paul y Minneapolis, nosotros,
también, tenemos esta misma obligación. Como nuestro patrón San Pablo, nosotros también
hemos creído y entonces hemos de hablar. Nuestro Señor Jesús nos ha dado a nosotros, sus
discípulos, un encargo—debemos predicar el Evangelio a todo el mundo. Como dicen las
palabras de Jesús inscritas en la fachada de piedra de la Catedral, “Vayan, pues, y hagan
discípulos de todas las naciones” (Mt. 28,19).
Nuestro Santo Padre, el Papa Benedicto XVI, ha declarado este año próximo como Año de la Fe
para la Iglesia Universal. El año comienza el 11 de Octubre, 2012, marcando ambos, el
cincuenta aniversario de la apertura del Concilio Vaticano II y el vigésimo aniversario de la
publicación del Catecismo de la Iglesia Católica. El año concluirá el 24 de noviembre del 2013,
en la Solemnidad de Cristo Rey. Este Año de la Fe iniciará con el Sínodo de Obispos convocados
por el Papa Benedicto con el tema, “Nueva Evangelización para la Transmisión de la Fe
Cristiana.” Al convocar este año, el Santo Padre nos ha invitado como Iglesia a renovar nuestro
compromiso a la Nueva Evangelización y a “redescubrir el gozo de creer y el entusiasmo de
comunicar la fe.”1
Cuando oí por primera vez el anuncio del Año de la Fe, mis pensamientos se trasladaron a mi
primer pastor, cuando yo era un sacerdote recién ordenado, el Padre Bob Bretz, quien goza en la
presencia del Señor. El Padre Bretz fue un creyente verdadero de la evangelización puerta a
puerta. El reclutó media docena de mujeres de su parroquia y les dio a cada una varias tarjetas
de registro de miembros inactivos de la parroquia. Juntas, ellas encontrarían entonces la
oportunidad en varias semanas de llegar a estas personas, preguntarles sobre sus necesidades
espirituales e invitarles así a que regresaran a la iglesia el domingo. Cada mes, el grupo
pequeño se encontraba en la oficina del Padre para compartir sus experiencias y orar por
aquellos que habían sido visitados, así como las unas por las otras. Esto realmente fue fe en
acción y yo aprendí por su ejemplo a no tener miedo de preguntar a otro sobre su práctica de la
fe, con la esperanza de invitarle a una mayor participación en la Iglesia como Cuerpo de Cristo.
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Porta Fidei, 7.
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Como declaré a lo largo del proceso de planeación estratégica, el cual inicié al poco tiempo de
haber llegado a ser Arzobispo, el propósito de restructurar nuestras parroquias y los recursos
Arquidiocesanos no era primordialmente reducir el tamaño de parroquias o la simple
sobrevivencia financiera. Más bien, el objetivo principal se halló en fortalecer y reenfocar
nuestros recursos de manera que pudieramos más efectivamente empezar a predicar la Buena
Nueva de Jesucristo a la cultura que nos rodea. En el presente, con esta carta pastoral, una carta
con el objetivo de invitarnos como Iglesia local a participar y a recibir este Año de la Fe llena y
activamente, solicito a cada sacerdote, cada diácono, cada religioso y cada feligrés, cada madre
y padre, cada adulto joven, cada estudiante de secundaria—A TODOS NOSOTROS—a ser parte
de la Nueva Evangelización. Por medio de esta carta , quiero transmitir la importancia central
de la obra evangelizadora en nuestra vida como Iglesia, y describo como las parroquias han de
llegar a ser comunidades de fe verdaderamente evangelizadoras, de manera que estemos
equipados como católicos para compartir el amor de Jesucristo y para invitar a otros al drama
más grande de la vida humana—la peregrinación de la fe.
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I Parte: Encontrar al Jesús Vivo lo Cambia Todo
“El hombre cree con el corazón y entonces es justificado, y
confiesa con sus labios y entonces es salvado” (Rom. 10,10).
A sólo unos pocos años después de que Jesús ascendiera al cielo, Saulo de Tarso se dirigía hacia
Damasco, autorizado, según había sido, para arrestar a los miembros de la nueva secta
compuesta por los seguidores de Jesús. Pero en medio del camino, todo cambió, pues aquel día,
golpeado por un relámpago de luz, él se encontró con Jesucristo y se dio cuenta que Jesús estaba
vivo, y que era el Hijo de Dios. Saulo llegó a tener una fe viva que lo haría San Pablo, el gran
predicador de la salvación en Cristo Jesús. La fe para San Pablo no fue sólo el asentir a un grupo
de ideas, sino más bien una relación real con una persona viva. Alrededor de toda su vida,
Pablo llegaría no sólo a saber que Jesús era el Hijo de Dios, el redentor, sino que el amor de
Jesús era personal. Para San Pablo, Jesucristo es “el Hijo de Dios que me ha amado y se ha dado
a sí mismo por mí” (Gal. 2,20, con añadido énfasis). Por lo tanto, San Pablo estaría dispuesto a
darlo todo a cambio, por conocer este amor de Cristo: “todo lo considero pérdida comparado
con el bien supremo de conocer a Cristo Jesús mi Señor; por quien perdí todas las cosas, y las
tengo todas por basura para ganar a Cristo y ser hallado en él” (Filp. 3,8-9). ¡Estas son las
palabras de un hombre que en verdad conoce el amor de Dios!
Aunque la mayoría de la gente no experimenta esa misma luz celestial que ciega, es, sin
embargo, cierto que la experiencia de San Pablo de un encuentro transformante de vida con
Jesús vivo, se ha repetido una y otra vez a lo largo de los siglos, cuando millones de millones
han descubierto la realidad de ese amor por el cual San Pablo lo sacrificó todo. Nuestro Santo
Padre, el Papa Benedicto, ha señalado que crecer en fe significa “no sólo en los contenidos de la
fe, sino, juntamente también con eso, el acto con el que decidimos entregarnos totalmente y con
plena libertad a Dios.” 2 Algunas veces como católicos nos hemos enfocado a menudo en el
contenido objetivo de la fe, más que en la importancia de una relación personal. Jesucristo sigue
vivo hoy, y por el poder de su Espíritu Santo en medio de nosotros, podemos experimentar su
amor que personalmente está dando a nuestras vidas paz y sentido profundo. Lo
experimentamos por el poder de la oración o en una palabra de la escritura que nos penetra y
fortalece para saber que somos amados por él. Lo experimentamos en la liturgia, cuando en
reverencia, unimos nuestras vidas a la ofrenda del altar y nos acercamos a la Santa Comunión
sabiendo que Nuestro Señor nos mira y desea venir a nosotros por medio de su Cuerpo y
Sangre. Lo experimentamos en el confesionario cuando humildemente confesamos nuestros
pecados al sacerdote y recibimos la paz profunda que sólo puede venir del saber que nuestros
pecados son verdaderamente perdonados. El Jesús vivo desea hoy que sepamos de este amor de
una manera personal. Él está anhelando compartirlo con nosotros. Sólo necesitamos volver
nuestras vidas hacia Él y empezar a vivir como sus amigos.
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Porta Fidei, 10.
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Aun cuando esta relación con Jesús es personal, nunca ha de ser privada. Vivir nuestra fe en
Jesús significa no sólo abandonar nuestras vidas personalmente a su amor, sino también elegir
el vivir como hermanos y hermanas con aquellos que creen en el Señor y son testimonio de ese
amor. El Señor es más plenamente encontrado en la comunidad de discípulos que llamamos la
Iglesia, una Iglesia que Jesús mismo fundó para continuar su misión en el mundo y a la cual
prometió la ayuda constante del Espíritu Santo (Juan 14,26). Desde el día de Pentecostés
podemos ver que creer en Jesús significa unir nuestras vidas a aquellos que son llamados a
proclamar su amor al mundo. Esto es lo que la iglesia primitiva hizo, y esto es a lo que el
Espíritu Santo nos está llamando a hacer hoy de una manera siempre nueva, pero siempre fiel a
la verdad de Jesús. Como el Papa Pablo VI dijo algunos años después del Concilio Vaticano II,
“[La Iglesia] existe para evangelizar.”3
La obra evangelizadora es, de hecho, la reacción natural al amor a Jesús. Así como la mujer
samaritana en el pozo, quien al descubrir que Jesús era el mesías, dejó su cántaro, fue y contó a
todos acerca de Jesús (cf. Juan 4), así también, cuando verdaderamente experimentamos que
Jesús nos ama y nos llama a una amistad viva con Él, deseamos compartir estas buenas noticias
con todos aquellos que encontramos. Cuando realmente hemos experimentado el amor o
cuando hemos redescubierto la maravilla del amor de Dios, nos damos cuenta que éste llega a
ser un fuego en nosotros que ha de ser compartido.
3
Evangelii Nuntiandi, 14.
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II Parte: Todos estamos llamados a ser Evangelistas
“Predicar el Evangelio no es para mí ningún motivo de gloria: es más
bien un deber que me incumbe. Y ¡ay de mí si no predicara el
Evangelio! (I Cor. 9, 16).
Mis hermanos y hermanas, ¡cuánta gente no ha conocido todavía el amor de Jesucristo!
¿Cuánta gente alrededor nuestro nunca ha experimentado el verdadero sentido que Él puede
darle a sus vidas, el gozo de conocer su perdón aunque no se sientan dignos, su presencia
calmante en medio de toda prueba, su esperanza en los tiempos de desesperación? En el amor
de Cristo, se nos ha dado el mayor regalo del mundo, y somos llamados a compartir este don
con otros. El hecho es que todo cristiano está llamado a ser un evangelista.4
A veces la palabra “evangelista” evoca connotaciones erróneas en nuestras mentes, porque
pensamos en personas de la televisión quienes se hacen ricas a raíz de su predicación
demostrativa o alguien quien forzadamente trata de hacer que otros acepten a Jesús como Señor
y Salvador. Pero como católicos hemos de recordar que evangelismo es nuestra palabra! Su
significado original, según los primeros años de la Iglesia, se refiere a la proclamación de que el
día de redención ha llegado—estas son de hecho las ¡Buenas Noticias! Por eso, llamamos a
aquellos que escribieron los Evangelios “evangelistas”. Nuestra propia Catedral tiene cuatro
enormes estatuas de estos hombres—San Mateo, San Marcos, San Lucas y San Juan—uno en
cada uno de sus mayores pilares. Esta característica arquitectónica demuestra como el
Evangelio es el pilar de la Iglesia católica y como por la recepción de esta proclamación
pasamos a los coros de ángeles representados en la cúpula de la Catedral. Un evangelista es
alguien que anuncia la buena nueva del reino de amor de Cristo. Al decir que todos estamos
llamados a ser evangelistas estamos diciendo que todos estamos llamados a conocer las Buenas
Noticias del amor de Cristo en el corazón y a desear compartir esas Buenas Noticias con otros
invitándoles a entrar en una relación de significado eterno. San Pablo dice, “El amor de Cristo
nos apremia” (2 Cor. 5,14) y como el Papa Benedicto comenta en estas palabras, “es el amor de
Cristo que llena nuestros corazones y nos impulsa a evangelizar”. 5
A menudo he escuchado a católicos citar la frase famosa atribuida a San Francisco, “Proclama el
Evangelio y si es necesario, usa palabras”. Este dicho captura una verdad muy importante: la
gente debería poder ver que yo amo a Jesús por la manera en que vivo mi vida. Pero a veces
esto puede ser usado como una excusa para no hablar de las Buenas Noticias de Jesucristo. El
hecho es que San Francisco mismo a menudo predicó con palabras como lo hizo Jesús quien nos
dijo, “ustedes conocerán la verdad y la verdad les hará libres” (Juan 8,32). Hay siempre un
riesgo al compartir nuestra fe con alguien más, pero si en realidad amamos a nuestros prójimos
querremos compartir con ellos lo que más estimamos y es necesario para su salvación. Como
Muchos documentos de la Iglesia dejan claro esto: Lumen Gentium, 16-17; Ad Gentes, 23, 35, Evangelii
Nuntiandi 66-73, Christifideles Laici 34, 58.
5 Porta Fidei, 7.
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ha señalado el Beato Juan Pablo II, “la fe se fortalece dándola”. 6 Especialmente durante este Año
de la Fe, el Santo Padre está llamando a la Iglesia entera a profesar públicamente aquello que
creemos. 7 Esto quiere decir que como personas individuales no debemos tener miedo de hablar
acerca de aquel a quien nuestro corazón ama y de proclamar la verdad que nos hace libres.
¿ De qué otras maneras va a conocer la gente el amor de Jesús? Como dice San Pablo, “pero
¿cómo le pueden implorar si no han creído? Y ¿cómo van a creer en aquel de quien no han
oído? Y ¿cómo van a oír si nadie les predica?” (Rom. 10,14). La verdad es que la mayoría de la
gente no llega a vivir la fe porque han experimentado sólo una parte del mensaje de la Iglesia a
través de los medios de comunicación o de otra forma pública. La mayoría de las veces ese tipo
de presentaciones no transmiten ni si quiera el comienzo de la plenitud de la riqueza del
mensaje del Evangelio y su estilo de vida. Pero Jesús mismo nos ha mostrado que la mayoría de
la gente llega a la fe por medio de un encuentro personal (como nos muestran las Sagradas
Escrituras con Nicodemo, Zaqueo, la mujer Samaritana y Simeón el Fariseo). El Papa Pablo VI lo
dijo claramente, “al final de todo, ¿hay otra forma de comunicar el Evangelio que no sea la de
transmitir a otro la propia experiencia de fe?”. 8 Nosotros estamos llamados a brindar este
encuentro personal con Jesús a través de nuestra disposición de compartir nuestra experiencia
de la fe.
Redemptoris Missio, 2.
Porta Fidei, 8.
8 Evangelii Nuntiandi, 46.
6
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III Parte: La Obra de Compartir a Cristo: Evangelización y Nueva
Evangelización
“A mí, el menor de todos los santos, me fue concedida esta gracia: la de
anunciar a los gentiles la inescrutable riqueza de Cristo, y esclarecer para
todos como se ha dispensado el Misterio escondido desde siglos en Dios
Creador de todas las cosas” (Ef. 3, 8-9).
La Iglesia ha estado evangelizando desde la venida del Espíritu Santo en Pentecostés. A través
de la mayoría de su historia la Iglesia se ha enfocado en traer el Evangelio a aquellos que nunca
habían oído sobre nuestro Señor Jesucristo y ésta sigue siendo una necesidad hoy en día. Sin
embargo, desde el Concilio Vaticano II, los Papas han estado consistentemente hablando sobre
la necesidad de una “Nueva Evangelización”, la cual es una evangelización dirigida a aquellos
quienes han crecido en los que fueron una vez países cristianos pero que han perdido su fervor
por la fe. Como el Papa Pablo VI escribió en 1975, en el X Aniversario de la clausura del
Concilio Vaticano II, “Hoy hay un gran número de bautizados que, en gran medida, no han
renegado formalmente de su bautismo, pero están totalmente al margen del mismo y no lo
viven” 9 . Tal manera de vida es ciertamente en la práctica un tipo de agnosticismo, y ha de ser
contrarrestado por medio del desafío amoroso del Evangelio.
Para ser preciso, el objetivo primario de esta misión está dirigida a aquellos que no creen o quienes
se han alejado de la práctica de la fe. Como había señalado el fallecido Cardenal Avery Dulles, “la
obra evangelizadora tiene un objetivo secundario que es traer la influencia de la Buena Nueva a
una cultura particular por medio de la educación, el cuidado pastoral y la acción social.
Evangelizar a las personas será aún más difícil si la cultura no apoya los valores y creencias
enraizadas en el Evangelio”.10
El beato Juan Pablo II consistentemente proclamó la necesidad de esta Nueva Evangelización a
través de sus 26 años de pontificado. Haciendo eco de las recientes pronunciaciones del Papa
Pablo VI, Su Santidad señaló que hay muchos países que habían sido considerados
predominantemente cristianos pero donde ahora encontramos, “grupos enteros de bautizados
que han perdido el sentido vivo de la fe o incluso no se reconocen ya como miembros de la
Iglesia, llevando una existencia alejada de Cristo y de su Evangelio. En este caso es necesaria
una ‘nueva evangelización’ o una ‘re-evangelización”11 .
Evangelii Nuntiandi, 56.
Avery Cardinal Dulles, S.J. “Vaticano II y Evangelización,” en La Nueva Evangelización: Venciendo los
obstáculos. Editado por Steven Boguslawski, OP y Ralph Martin, (New York: Paulist Press, 2008) 1-12.
11 Redemptoris Missio, 33
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Mis hermanos y hermanas, debe admitirse—las palabras del Beato Juan Pablo II aplican a
nuestra Arquidiócesis también. Muchos de nuestros hermanos católicos se han alejado de la
Iglesia y están buscando aún sentido en sus vidas. Estos pueden ser nuestros amigos y vecinos,
hermanos y hermanas, o hasta nuestros hijos e hijas. Una vida apartada de una relación con la
persona de Jesucristo no nos permite realizar los deseos más ardientes del corazón. Y sin
embargo, muchos no reconocen este vacío como la fuente de su falta de realización y
sufrimiento. ¿Cuántas personas conoces que dicen, ya sea explícitamente o por sus acciones,
que no encuentran plenitud en la Iglesia y han tristemente abandonado los Sacramentos?
¿Cuántos han dejado de asistir a la Misa y nunca consideran el buscar el océano de misericordia
y la paz profunda que se encuentran en la Confesión? Queda entonces a aquellos que han sido
profundamente impactados por la amistad y amor de Cristo—y que experimentan la
recompensa de la participación llena en la vida de la Iglesia—el invitar, de una manera
acogedora y amorosa, a estos hermanos católicos a redescubrir el sendero profundo y sanador
de nuestra fe católica. La respuesta a sus más grandes anhelos--encontrar sentido y propósito
en sus vidas, sentido de pertenencia, paz y sanación, fortaleza interna para afrontar los desafíos,
y la libertad del pecado—permanece en el lugar donde siempre ha estado, en una relación
personal íntima y amorosa con Jesucristo.
Seamos claros: la situación en nuestro país en este siglo XXI es urgente; nuestra cultura está
rápidamente alejando a muchos de la Buena Nueva de Jesucristo. Los estudios nos dicen que
solo el 23 porciento de los católicos asisten a Misa los domingos. 12 Estos mismos estudios nos
dicen que las razones más comunes para que los católicos no asistan a Misa cada semana tienen
que ver no con su desacuerdo con temas controversiales, sino más bien con el hecho de que
ellos se han alejado gradualmente de su fe. 13 Las estadísticas de gente joven son más
preocupantes, ya que los mismos estudios demuestran que seis de cada diez personas que
crecen practicando su fe, se alejan de ella cuando son adultos jóvenes. 14 Esto es en verdad
alarmante.
¿Qué es lo que hace a la gente abandonar la práctica de su fe? Los estudios demuestran muchos
factores pero dentro de los más llamativos están la secularización, el materialismo y el
individualismo. Hay fuertes tipos de secularización en nuestra sociedad, unos que tratan las
creencias religiosas puramente como un asunto privado mientras que aceptan al mismo tiempo
muchas de las creencias de la cultura secular predominante como si fueran verdades
incuestionables. Incluso mucha gente que dice creer en Cristo encuentra su guía moral más en la
sociedad moderna que en el Evangelio. Tal actitud pareciera aceptar que está bien creer en Dios,
sin que esta creencia exija a las personas como han de vivir su vida. Vemos esta actitud muy
claramente en nuestras batallas actuales alrededor de la santidad de vida y la santidad del
matrimonio. El Papa Benedicto XVI nos advirtió sobre esta actitud secularista en nuestra
Centro para Investigaciones Aplicadas en el Apostolado (CARA), “Sacramentos Hoy: Creencia y
Práctica entre los católicos de los Estados Unidos,” CARA, cara.georgetown.edu/sacraments.html (Julio
2012).
13 Ibíd.
14 Ver David Kinnaman, Me has perdido: Por qué los cristianos jóvenes están dejando la Iglesia… y repensando la
fe, (Grand Rapids: Baker Books, 2011).
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cultura cuando habló a los Obispos estadounidenses en su visita pastoral a nuestro país en el
año 2008, “Cualquier tendencia a tratar la religión como un asunto privado ha de ser resistida.
Los cristianos llegan a estar verdaderamente abiertos al poder transformador del Evangelio sólo
cuando su fe se impregna en cada aspecto de sus vidas”. 15
Además, hemos de admitir que el materialismo de nuestra cultura también presenta un
obstáculo para vivir en Cristo. Hay una gran tentación en la riqueza de nuestro país de buscar
nuestra felicidad y satisfacción en cosas materiales. Las cosas materiales, incluyendo los
avances de la ciencia y la cultura, pueden crear un sentido falso de confianza en sí mismo, por
ejemplo la creencia de que uno no necesita a Dios porque el ser humano puede encontrar todo
lo que necesita a través de sus propios esfuerzos. Esta manera de pensar nos dejará
últimamente vacíos y sin esperanza. Nuevamente el Papa Benedicto habló sobre esto a nuestro
país: “Sin Dios, quien únicamente puede otorgarnos lo que por nosotros mismos no podemos
alcanzar (cf. Spes Salvi), nuestras vidas están últimamente vacías. La gente necesita que se le
recuerde constantemente el cultivar una relación con aquel quien vino para que tengamos vida
en abundancia” (cf. Juan 10,10). 16
Finalmente, el individualismo crea muchas dificultades para vivir la fe en nuestra cultura.
Vivimos en una sociedad que idolatra la libertad personal y la propia gratificación. La libertad
para realizarme yo mismo, para hacer lo que quiero hacer, es valorada más allá de lo que Dios
quiere que yo haga. Esto es en el fondo un abuso de la libertad y nos aleja de las respuestas
reales a los anhelos más profundos que como seres humanos tenemos. La verdadera libertad no
es la habilidad de hacer lo que quiero cuando quiero; al contrario, la verdadera libertad es la
habilidad de hacer lo que es correcto, y la verdadera felicidad sólo será hallada al hacer la
voluntad de Dios para mi vida. La libertad no puede separarse de la verdad, de lo contrario
llega a ser una búsqueda de autorrealización y de deseos egoístas donde la felicidad permanece
siempre elusiva.
En medio de todas estas ideologías y fuerzas que alejan a la humanidad del Evangelio, los
cristianos permanecen como faros de esperanza y testigos de la vida verdadera que Jesús ofrece
a todo aquel que se vuelve hacia él con un corazón arrepentido. La Iglesia y sus enseñanzas
parecen estar completamente en contra de la cultura de hoy porque la cultura se ha alejado
demasiado de los valores del Evangelio. Pero Cristo te ha llamado a ti y a mí, en este tiem po,
para ofrecer a nuestros hermanos y hermanas en nuestros propios vecindarios y familias, una
esperanza viva. No podemos simplemente quedarnos quietos y mirar nuestro país, nuestros
vecinos y hasta muchos miembros de nuestras propias familias abandonan la fe en Jesucristo.
Como el beato Juan Pablo II exclamó hace más de veinte años, “Preveo que ha llegado el
momento de dedicar todas las fuerzas eclesiales a la nueva evangelización y a la misión ad
gentes. Ningún creyente en Cristo, ninguna institución de la Iglesia puede eludir este deber
Papa Benedicto XVI, “Mensaje de la Celebración de las Vísperas con los Obispos de los Estados Unidos
de América,” www.vatican.va/holy_father/benedict_xvi/speeches/2008/april/documents/hf_ben xvi_spe_20080416_bishops-usa_en.html
16 Ibíd.
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supremo: anunciar a Cristo a todos los pueblos". 17 La nueva evangelización es una llamada a
todos y cada uno de nosotros a vivir nuestra fe de lleno y a estar dispuestos a compartir esa fe
con los demás. Tú y yo hemos de llegar a conocer profundamente la paz y el gozo que la
experiencia de amistad con Jesús trae como fruto, y hemos de estar dispuestos a testimoniar este
gozo a aquellos que nos rodean. Como dijo San Pedro en su primera carta, “Estén siempre
dispuestos a dar respuesta a todos quienes les pidan razón de vuestra esperanza” (1 Pedro 3,15).
Solamente si todos llegamos a ser evangelistas podemos esperar influenciar a nuestra cultura
como Cristo seguramente desea que lo hagamos. Hemos de ser sal y luz en el mundo.
17
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IV Parte: La Nueva Evangelización en la Arquidiócesis: Desafíos y
Oportunidades
“Cuando soy débil, entonces soy fuerte” (2 Cor. 12,10).
La historia de nuestra gran arquidiócesis ha sido marcada por grandes hombres y mujeres
quienes sobrepasaron muchas dificultades, viviendo en circunstancias muy difíciles, para tratar
de traer el Evangelio a la población nativa de nuestra área y los inmigrantes que vendrían
después de ellos. La Avenida Hennepin está nombrada en honor al Padre Louis Hennepin, un
sacerdote Franciscano que remó a lo largo del Río Mississippi en 1680 y le dio a Saint Anthony
Falls su nombre (Cataratas de San Antonio). Aunque no permaneció mucho tiempo ni alcanzó
lo que él esperaba, sufrió sin embargo mucho por el Evangelio.
Más de 150 años después, el Padre Lucien Galtier, cuyo nombre es familiar para la mayoría de
residentes de las Ciudades Gemelas, llegó en un bote de vapor para servir a los primeros y
pocos católicos en el área, fundando la primera parroquia, San Pedro en Mendota.
Reconociendo las circunstancias difíciles que enfrentaba, sabía que su “misión y vida en
adelante habían de ser un camino de privación, de pruebas difíciles y sufrimiento…” que
requerían de él “paciencia, trabajo y resignación”. 18 En medio de sus muchas luchas, él
meditaba a menudo en las palabras de San Pablo, “Cuando soy débil, entonces soy fuerte” (2
Cor.12, 10). Cuando llegó el momento de establecer una segunda capilla al este del río, en un
pequeño terreno llamado “Ojo de Puerco” (Pig’s Eye), estas palabras le inspiraron a erigir la
capilla con el nombre de San Pablo. Eventualmente éste sería el nombre con el cual la gente
empezaría a llamar al pequeño pueblo al lado del río. La pequeña capilla hecha de troncos de
madera llegaría a ser nuestra primera Catedral. En 1841, otra figura significante aunque menos
conocida, el Padre Augustin Ravoux, empezó a trabajar a tiempo completo con los indígenas de
Dakota. Él se esmeró enérgicamente por aprender el idioma al experimentar lo difícil que era
trabajar por medio de un intérprete. Trabajando bajo condiciones tan austeras como vivienda
sin calefacción, él se las ingenió para crear un libro de oraciones y un catecismo en su lengua
nativa. Aun así, algunas conversiones surgieron, y muy pronto su obispo tuvo que asignarle el
cuidado pastoral de la lenta pero fuerte corriente de inmigrantes procedente de Europa. Bajo el
cuidado prudente de Ravoux, no sólo se respondió a sus necesidades espirituales sino que él
también adquirió un terreno para que el alcance de la Iglesia pudiera expandirse en el futuro,
mientras mantuvo su cuidado y preocupación por su querida gente nativa. Ravoux mismo
sería quien prepararía la llegada de nuestro primer Obispo, Joseph Cretin, el 2 de julio de 1851.
El Obispo inició su ministerio con tres sacerdotes y tres seminaristas en un área que cubría
166,000 millas cuadradas, llegando hasta el Río Missouri en lo que es actualmente Dakota del
Norte y Sur. El 3 de noviembre de se mismo año, el Obispo Cretin daría la bienvenida al primer
grupo de hermanas religiosas a nuestra área. Cuatro hermanas de San José. Con recursos
mínimos, estas hermanas pronto empezaron nuestras primeras Escuelas Católicas. En 1853 ellas
Galtier to Grace, January 14, 1864, Archivos de la Arquidiócesis de St. Paul y Minneapolis, Documentos
de Gracia. Citado en Peregrinos de la tierra del Norte de Marvin O’Connell, Pilgrims to the Northland. (Notre
Dame, IN: U. of Notre Dame Press) 2009, p.21.
18
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también abrieron el Hospital de San José, la primera institución del cuidado de la salud en
Minnesota.
Estos hombres y mujeres históricas se sacrificaron por proveer los cimientos para la Iglesia en
que hoy vivimos. Ellos encontraron muchos desafíos para viajar y sobrevivir en ambientes
primitivos, pero siempre con fe profunda y celo pastoral, precisamente porque quisieron hacer
el nombre de Jesús conocido y amado. Hoy, nosotros nos encontramos en circunstancias
radicalmente diferentes. Sin embargo, nosotros también deberíamos estar motivados por el
mismo deseo que movió y en verdad impulsó a Hennepin, Galtier, Ravoux y a esas hermanas
heroicas.
La evangelización inicial de nuestra región fue realizada por sacerdotes y religiosas quienes
fueron enviados a plantar las primeras semillas por sí solos, dirigidos por su obispo y
superiores. Actualmente, el Concilio Vaticano II ha dejado claro que la tarea de la
evangelización pertenece no sólo a los sacerdotes y religiosos, sino también a los laicos. Según
nos exhortó el beato Juan Pablo II al comienzo de este tercer milenio cristiano, “en particular, es
necesario descubrir cada vez mejor la vocación propia de los laicos, llamados como tales a
buscar el reino de Dios, ocupándose de las realidades temporales y ordenándolas según Dios y
a llevar a cabo en la Iglesia y en el mundo la parte que les corresponde con su empeño por
evangelizar y santificar a los hombres”. 19
Los laicos de esta arquidiócesis pueden llegar a la gente de nuestra cultura mucho más fácil de
lo que yo puedo hacerlo y ellos están igualmente mejor equipados que muchos sacerdotes y
religiosas para influenciar la cultura en la cual viven y trabajan. La mayoría de la gente que
necesita oír el Evangelio hoy en día, raramente vienen a la Iglesia, si es que vienen. Y si vienen,
no serán capaces de entender plenamente lo que la vida cristiana es sólo al escuchar una
homilía. Ellos necesitan ver la vida cristiana en aquellos a su alrededor, ellos necesitan oír de
sus compañeros de trabajo y amigos acerca del don que Cristo quiere compartir con ellos. Como
afirma el Papa Benedicto, “Lo que el mundo necesita hoy de manera especial es el testimonio
creíble de los que, iluminados en la mente y el corazón por la Palabra del Señor, son capaces de
abrir el corazón y la mente de muchos al deseo de Dios y de la vida verdadera, ésa que no tiene
fin.”. 20
La situación actual presenta muchos desafíos. Ya he mencionado el gran número de católicos
que no están participando de su fe. Pero, también enfrentamos el desafío de estar perdiendo
nuestra juventud, muchos de ellos son tan fácilmente influenciados por la cultura anti-cristiana
prevaleciente. También estamos conscientes que muchos católicos dejan la Iglesia por otras
iglesias cristianas. Menos y menos parejas están escogiendo casarse por la Iglesia. Los
inmigrantes, a quienes acogemos en nuestras comunidades, ofrecen ciertos desafíos pastorales
para una nueva evangelización. Se nos dice que el 25 porciento de los católicos de esta
arquidiócesis hablan español como lengua materna. A veces nuestros hermanos y hermanas
hispanas encuentran una acogida más grande en las iglesias evangélicas que llegan a ellos en su
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mismo idioma y proveen una comunidad más fuerte para criar a sus hijos, que la que ellos
encuentran en muchas parroquias católicas. Estos son desafíos que también enfrentamos con los
inmigrantes provenientes de Laos. Gracias a misioneros anteriores, un grupo pequeño de ellos
han de hecho aceptado la fe católica y nuestra propia comunidad católica Hmong es vibrante y
crece poco a poco. Sin embargo la gran mayoría de su gente nunca ha oído la proclamación del
Evangelio, o su proclamación total. Lo mismo es cierto para los muchos inmigrantes de los
países de África del Este y otros lugares. Tenemos una obligación de ofrecer un testimonio
amoroso de Cristo a toda esta gente.
Al mismo tiempo, en medio de estos desafíos locales hay también muchas oportunidades.
Nuestra arquidiócesis cuenta con muchas fortalezas a partir de las cuales puede seguir
construyendo. Tenemos muchas parroquias vibrantes con católicos fieles y activos. Una señal
de esto es las numerosas capillas de adoración eucarística que hay en nuestra arquidiócesis
donde los feligreses continuamente se reúnen para orar por la Iglesia, el mundo, nuestras
familias y nuestros vecinos. Tenemos muchos grupos de oración activos, estudios bíblicos y
ministerios de juventud. Tenemos muchas escuelas católicas vigorosas. De esta arquidiócesis
han surgido dos movimientos evangelizadores reconocidos nacionalmente: Los Equipos
Nacionales de Evangelización (llamados Ministerios NET por sus siglas en Inglés) tienen once
equipos de gente joven que viajan alrededor del país para evangelizar a estudiantes de
secundaria y Saint Paul Outreach, grupo que tiene jóvenes misioneros en 35 campus
universitarios alrededor del país. Tenemos dos seminarios vigorosos, los cuales están llenos a su
más alta capacidad, con hombres jóvenes tanto de nuestra arquidiócesis como de otras diócesis.
El Seminario de Saint Paul en el año 2007 abrió sus puertas al Instituto Catequético Harry J.
Flynn del cual se han graduado cientos de hombres y mujeres quienes han venido a conocer
más plenamente la belleza de la fe católica y están por lo tanto más preparados para compartirla.
Sobre la base de estos recursos, quiero ver a cada parroquia empezar a examinarse a sí misma y
preguntarse como puede llegar a ser una parroquia evangelizadora donde la gente pueda
encontrar maneras de crecer en su fe y aprender a compartirla con otros. Nuestras parroquias
han de ser lugares donde los feligreses puedan llegar a una vida plena en Cristo. No toda
parroquia puede hacerlo todo, pero podemos trabajar juntos para llegar a ser comunidades de
fe en donde la evangelización es una prioridad que aceptamos con gozo. Podemos empezar
invitando y ayudando a nuestros hermanos católicos aquí mismo en esta arquidiócesis a
reintegrarse en una participación de vida plena en la Iglesia, de manera que ellos también
redescubran la verdadera amistad con Cristo. Como uno de los grandes exponentes de la
Nueva Evangelización, Cardenal Avery Dulles dijo una vez, “Si los católicos no evangelizan, el
obstáculo fundamental no está tanto en la cultura que les rodea sino en ellos mismos. Habiendo
fallado al no nutrir su fe por medio del estudio, la oración y la contemplación muchos han
llegado a ser débiles y flojos en la adherencia al Evangelio y a la Iglesia. Si ellos personalmente
comprendieran la visión de la fe, darían gozosamente testimonio de Cristo, aun si esto les
costara la riqueza, el honor y la vida misma”. 21
Avery Cardinal Dulles, S.J. “Vaticano II y Evangelización,” en La Nueva evangelización, venciendo los
obstáculos. Editado por Steven Boguslawski, OP y Ralph Martin, (New York: Paulist Press, 2008) 11-12.
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Parte V: El Plan
“El Evangelio es el poder de Dios para la salvación
de todo aquel que cree” (Rom. 1,16).
Al final del gran Jubileo del año 2000, inspirado por todas las experiencias del año jubilar, el
Papa Juan Pablo II habló de una nueva energía en la Iglesia y alentó a todos sus miembros a no
tener miedo de “remar mar adentro”, citando las palabras desafiantes de Nuestro Señor a San
Pedro, las cuales le llevaron a la gran pesca y finalmente a su llamada apostólica. Sin embargo,
Juan Pablo II enfatizó que antes de cualquier actividad apostólica la Iglesia debe estar
profundamente cimentada en la contemplación y la oración. Según dijo el Papa, “Nuestro
tiempo es un tiempo de continuo movimiento que a menudo nos lleva a la ansiedad y el riesgo
de “hacer solo por hacer”. Hemos de resistir esta tentación tratando de “ser” antes que
“hacer”. 22 Si no ponemos la contemplación antes que la acción caemos en el riesgo de poner
nuestras propias metas antes que las del Señor, y sabemos que si “el Señor no construye la casa
en vano trabajan los albañiles” (Salmo 127,1). Conforme implementamos la Nueva
Evangelización en la Arquidiócesis, quiero que recordemos que nuestros esfuerzos han de
empezar, como dijo el Beato Juan Pablo II, en la oración, contemplando el rostro de Cristo.
Nemo dat non quod habet. No podemos dar lo que no tenemos. El encuentro continuo en nuestra
propia vida con el Jesús vivo ha de ser la base sobre la cual construimos nuestros esfuerzos de
evangelizar. Para este fin les animo a practicar la Lectio Divina, una lectura lenta y meditativa de
la Sagrada Escritura, la cual ha sido sostén de mi propia vida espiritual. Como dice el Beato
Juan Pablo II, “alimentarnos de la Palabra para ser ‘servidores de la Palabra’ en el compromiso
de la evangelización, es indudablemente una prioridad para la Iglesia al comienzo del nuevo
milenio”. 23 Una buena manera de hacer esto es tener al menos un breve encuentro diario con la
Palabra de Dios, puede ser al utilizar el evangelio de las lecturas del día, y un encuentro más
largo con el Señor en la oración, quizás haciendo una hora santa en una de nuestras muchas
capillas de adoración perpetua.
Nuestra oración diaria fluye y nos lleva a una participación en la liturgia de la Iglesia en general
y en particular a la Misa dominical. Como el Concilio Vaticano II claramente nos enseñó, la
fuente y cima de la fe es la Eucaristía: “Los otros sacramentos, así como cada ministerio de la
Iglesia y cada obra de apostolado, están enlazados juntamente con la Eucaristía y están
dirigidos hacia ella” 24 . La meta de nuestra evangelización es atraer la gente hacia Cristo, y éste
Novo Millennio Inuente, 15.
Novo Millennio Inuente, 40.
24 Presbyterorum Ordinis, 8, cf. Sacrosanctum Concilium, 10.
22
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está verdaderamente presente en la Eucaristía. 25 La Sagrada Liturgia tiene un lugar central en
la nueva evangelización porque por medio de ella no sólo proclamamos la misión salvadora de
Jesucristo sino que también la hacemos presente en una manera única y tangible. Y es de la
gracia que recibimos en la celebración de la liturgia, que obtenemos la fortaleza para compartir
nuestra fe. Como nos dice el Papa Benedicto, “Sin la liturgia y los sacramentos, la profesión de
fe no tendría eficacia, pues carecería de la gracia que sostiene el testimonio de los cristianos”. 26
No podemos ser evangelistas eficaces si no estamos viviendo activamente una vida litúrgica y
sacramental. Y esto incluye la celebración regular del sacramento de la penitencia. La confesión
frecuente con un sacerdote es uno de los medios más grandes que la Iglesia nos da para
encontrar a Cristo y ser capaces de responder a su voluntad al crecer gradualmente en la
libertad del pecado. Una gran parte de la Nueva Evangelización es llamar a las personas a
experimentar la libertad de sus pecados, que matan la vida de Dios en ellas. Hemos de practicar
y proclamar la belleza del sacramento de la penitencia, una belleza que no sólo perdona los
pecados, pero ayuda a sanar y restaurarnos para la vida plena en Cristo.
Si como San Pablo dice, creer nos lleva a hablar, entonces cimentados en la contemplación de
Cristo por medio de la oración y la liturgia, cada persona debería estar preparada para dar
testimonio de cómo Cristo ha impactado su vida, dando razón de su fe (Cf. I Pedro 3,15). No se
necesita una historia tan dramática como la conversión de San Pablo para ser eficaz; sólo
necesitas relacionar cómo el Señor ha obrado en tu vida. Practica dando tu testimonio a alguien
en quien confías o a un grupo de oración para que crezcas en la confianza de compartir tu fe.
Más aún, desarrolla tu propio testimonio personal para diferentes circunstancias, por ejemplo
una versión de tres minutos o una de diez minutos. Pide al Espíritu Santo que te guíe en estos
encuentros, porque como ha dicho el Papa Benedicto, “es el don del Espíritu Santo que nos
capacita para la misión y fortalece nuestro testimonio, haciéndolo franco y valeroso”. 27
Sobre todo hemos también de comprometernos a las obras corporales de misericordia. El Beato
Juan Pablo II nos recuerda que los pobres necesitan sentirse en casa en cada comunidad
cristiana. El amor dirigido a los pobres, dice el Papa, es “la presentación más grandiosa y
efectiva de la Buena Nueva del Reino…Sin esta forma de evangelización llevada a cabo
mediante la caridad y el testimonio de la pobreza cristiana, el anuncio del Evangelio, aun siendo
la primera caridad, corre el riesgo de ser incomprendido o de ahogarse en el mar de palabras al
que la actual sociedad de la comunicación nos somete cada día. La caridad de obras corrobora la
caridad de palabras”. 28
Otro aspecto de la Nueva Evangelización se encuentra en el compromiso ecuménico. El enfoque
de esta carta pastoral es ayudarnos a descubrir nuestra responsabilidad individual de
evangelizar o re-evangelizar a aquellos que nos rodean. Sin embargo, estos esfuerzos nos
“La sagrada Eucaristía contiene enteramente las bendiciones espirituales de la Iglesia, es deci r, a Cristo
mismo, nuestra Pascua y Pan Vivo” (Presbyterorum Ordinis, 8).
26 Porta Fidei, 11.
27 Porta Fidei, 10.
28 Novo Millennio Inuente, 50, énfasis original.
25
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hacen ignorar el hecho de que vivimos en medio de muchos otros creyentes cristianos. Como
mencioné en una columna reciente en el Catholic Spirit, quiero fomentar el diálogo y
celebraciones de oración ecuménica en este Año de la Fe, de manera que apreciemos más
profundamente lo que compartimos en común con otras denominaciones, así como los
obstáculos para la unidad por la cual Jesús oró ardientemente.
Finalmente, quiero alentar en la medida de lo posible la participación en los eventos especiales
que hemos planeado durante este Año de la Fe con el objetivo de avivar la Nueva
Evangelización al nivel de nuestra Iglesia local. Siguiendo la invitación constante del Papa
Benedicto XVI a que reconozcamos nuestra “necesidad de redescubrir nuestro camino de la fe”
29 hemos estado preparando un programa multifacético titulado “Redescubre”, que enfatiza la
obra evangelizadora y catequética. Aunque la iniciativa Redescubre inicia este Año de la Fe, no
termina con éste en noviembre del 2013. Quiero al contrario que este programa, diseñado para
invitar y llegar a otros, en particular a nuestros hermanos católicos, para redescubrir una
relación personal y real con Jesús, y en verdad restablecer su plena participación en la vida de la
Iglesia, llegue a ser un estilo de vida para nosotros en esta Iglesia local. Nuestro Señor no espera
menos de nosotros si hemos de llamarnos cristianos y verdaderamente vivir, de forma auténtica,
una vida de discipulado. Más información sobre lo que se ofrece específicamente en este
programa para la nueva evangelización se proveerá en los próximos meses. Ha habido una
presentación especial del programa según entramos en la temporada de Adviento y a través de
la preparación cuaresmal para la Pascua durante este Año de la Fe. Tenemos la oportunidad de
responder plenamente y con un compromiso renovado a la llamada del Santo Padre a conocer y
amar a Jesús y la belleza de nuestra fe católica. Redescubrir este “camino de la fe” es para todos
nosotros, no sólo para algunos, pues somos todos personas “en camino”, para quienes es
imposible agotar la profundidad del conocimiento del amor de Dios y su gracia salvadora por
medio de Jesucristo. Estamos llamados a acercarnos aun más a él y a invitar a otros, con gozo y
caridad, a redescubrir en único camino que nos conduce a encontrar el auténtico sentido y
propósito de nuestras vidas, encontrar la paz, la fortaleza interior y la verdadera libertad que
Dios desea para nosotros.
29
Porta Fidei, 2.
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Conclusión
“Creí, por eso hablé” (2Cor. 4, 13).
Mi mayor deseo para este Año de la Fe es que todos en esta gran arquidiócesis lleguen a una
relación más profunda con el Señor Jesús. Como nuestro Santo Padre ha dicho al anunciar este
año especial, “La fe crece cuando es vivida como una experiencia de amor recibida y cuando es
comunicada como una experiencia de gracia y gozo”. 30 En las páginas previas, vimos como el
Señor Jesús obró en la vida del santo patrón de nuestra arquidiócesis, San Pablo. Su encuentro
con Jesús vivo le impulsó a compartir las Buenas Noticias de manera que otros llegaran a la
plenitud de vida en Cristo. Si mantenemos encendida al máximo la llama de la fe en nuestros
corazones, ésta no puede más que ser difundida a los otros a través de nuestro propio
testimonio de palabra y vida en Cristo.
Nuestra propia experiencia demuestra la necesidad de una nueva evangelización; cuántos
miembros de nuestra propia familia y amigos no han todavía llegado a una relación de vida con
Jesús y su Cuerpo que es la Iglesia. Nuestra cultura necesita un testimonio de vida del amor de
Dios en Cristo. La proclamación de Jesucristo ha de ser una parte esencial en nuestra identidad
como católicos. Hemos de ser evangelistas de pensamiento y acción.
Lo que el mundo necesita para descubrir la verdadera belleza de nuestra fe son testigos
auténticos. La gente necesita ver que nuestras vidas reflejan lo que proclamamos. Si vivimos
una vida santa y gozosa, la gente se sentirá atraída hacia nosotros y esto nos dará la
oportunidad de hablar de la razón de nuestra esperanza. El Papa Pablo VI lo dijo
elocuentemente, “el hombre moderno escucha con mayor disposición a los testigos que a los
maestros, y si escuchan a los maestros es porque ellos son testigos”. 31
Aquellos que trajeron la fe a esta parte del mundo afrontaron los desafíos con una confianza
profunda en Dios y dejaron que su celo por Cristo les guiara a través de las dificultades que a
veces parecían insuperables. Nosotros también hoy en día podemos sentirnos intimidados por
las tremendas necesidades en nuestra sociedad local. Sin embargo, estamos llamados a asumir
esas dificultades con la misma fe y celo como lo hicieron nuestros antepasados en la fe.
Recuerden lo que San Pablo dijo, “Todo lo puedo en Cristo que me fortalece” (Filp. 4,13).
Nuestro mundo necesita a Cristo y por lo tanto necesita oír de ti.
San Pablo creyó y entonces habló. Mis queridos hermanos y hermanas, ustedes también han
llegado a creer. Este es el tiempo para que ustedes hablen de la palabra salvadora de nuestro
Señor:
JESÚS
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31
Porta Fidei, 7.
Evangelii Nuntiandi, 41.
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