EL NEOCONSTITUCIONALISMO BOLIVIANO: ENTRE LO IDEAL Y LO REAL Federico Escóbar Klose Asesor Legal Las características fundamentales en todo Estado de Derecho son el imperio de la Ley como expresión de la voluntad general, la división de poderes, el respeto a los derechos y las libertades, y que la Constitución se constituye en una norma de carácter más político que normativo. Con el devenir de los tiempos, se fue considerando a la Constitución Política del Estado como una norma con contenido jurídico vinculante a todo órgano de poder y a la sociedad en su conjunto; en palabras de Eduardo García de Enterría, con valor normativo inmediato y directo (citado en la Sentencia Constitucional Nº 1017/2010 de 22/06/2010). Es así que, en la actualidad la Constitución Política del Estado “es entendida no sólo de manera formal, como reguladora de las fuentes del Derecho, de la distribución y del ejercicio del poder entre los órganos estatales, sino como la Ley Suprema que contiene los valores, principios, derechos y garantías que deben ser la base de todos los órganos del poder público, en especial del legislador y del intérprete de la Constitución” (S.C. Nº 1017/2010). En ese contexto, para varios autores, el Estado Constitucional representa una fórmula mejorada del Estado de Derecho; en el que las Constituciones tienen un ambicioso programa normativo, con principios, valores, amplios catálogos de derechos y garantías, que vinculan a todos los órganos de poder y en general, a toda la sociedad; en el que se busca no sólo el sometimiento a la ley, sino a la Constitución; y en el que los operadores jurídicos ya no acceden a la Constitución a través del legislador, sino que lo hacen directamente (Prieto Sanchis, Luis; citado en la S.C. Nº 1058/2010-R de 23/08/2010). Y es que, conforme lo modulado por el Tribunal Constitucional (hoy Tribunal Constitucional Plurinacional), el modelo de Estado asumido en el país se constituye en un verdadero Estado Constitucional de Derecho, lo que equivale al neoconstitucionalismo. En el neoconstitucionalismo, según el autor Miguel Carbonell, las Constituciones no se limitan a establecer competencias o a separar el poder público, sino que contienen altos niveles de normas materiales o sustantivas que condicionan la actuación del Estado por medio de la ordenación de ciertos fines y objetivos. Adicionalmente, en la doctrina del neoconstitucionalismo, se sostiene que las Constituciones incrementan su contenido normativo; más precisamente, los contenidos normativos idóneos para determinar el examen material del ejercicio de las competencias públicas. Ferrajoli relaciona el surgimiento de las denominadas Constituciones rígidas con la evolución del Estado Legislativo de Derecho al Estado Constitucional de Derecho; ese autor señala que “La subordinación de la ley a los principios constitucionales equivale a introducir una dimensión sustancial no sólo en las condiciones de validez de las normas, sino también en la naturaleza de la democracia, para la que representa un límite, a la vez que la completa. Un límite porque a los derechos constitucionalmente establecidos corresponden prohibiciones y obligaciones impuestas a los poderes de la mayoría, que de otra forma serían absolutos”. El Tribunal Constitucional sostiene que el modelo de Estado asumido en el país es un verdadero Estado Constitucional de Derecho, puesto que la C.P.E., vigente desde febrero de 2009, establece un amplio catálogo de derechos fundamentales, garantías constitucionales, principios y valores; además, señala como fines y funciones del Estado, entre otras, el garantizar el cumplimiento de los principios, valores, derechos y deberes reconocidos y consagrados en la C.P.E. (Art. 9, Numeral 4 C.P.E.); asimismo, se vuelve a consagrar el principio de supremacía constitucional (Art. 410 C.P.E.). En este neoconstitucionalismo boliviano, la Ley tiene que estar sometida -formal y materialmente- a la C.P.E. También, todos los órganos del Estado (ejecutivo, legislativo, judicial y electoral) y las funciones estatales están sometidos a las normas constitucionales; que se constituye en el fundamento final de toda la actividad estatal. En ese sentido, la jurisprudencia constitucional ha reiterado en diferentes ocasiones que todo el ordenamiento jurídico, entre ellas la ley, debe desarrollar coherentemente los mandatos constitucionales para guardar armonía con los principios, valores, derechos y garantías que proclama la Ley fundamental. Definitivamente, nuestra C.P.E. cuenta con un catálogo ampliado no sólo derechos fundamentales, sino también de principios, valores y garantías. Todos ellos son el referente para la validez del resto de las normas jurídicas, son la base del accionar de los órganos de poder, entre ellos el de los legisladores; cuyas leyes, como se indicó, deben guardar armonía con ese catálogo de derechos, principios, valores y garantías consagrados en nuestra C.P.E. Por lo tanto, no es congruente que se promulguen leyes, se emitan normas, o el actuar de los órganos de poder sea contrario al espíritu de la C.P.E.; situación que ha estado caracterizando la producción normativa (sobre todo legislativa) de los últimos años; es decir, se promulgan leyes o se emiten normas que vulneran los preceptos constitucionales. Consideramos que entre las normas constitucionales más vulneradas se encuentra la establecida en el Art. 311-I de la C.P.E. de que todas las formas de organización económica gozan de igualdad jurídica ante la ley; puesto que es innegable la inequidad existente entre la regulación de la actividad empresarial estatal (de alguna u otra manera más favorecida) frente a la privada. Otro ejemplo de que estamos nadando en contra de la corriente señalada por nuestra propia C.P.E., son los decretos de incremento salarial que el Ejecutivo ha estado emitiendo en los últimos años, los que contravienen una ley vigente (Ley de Inversiones Nº 1182) y por ende vulneran la jerarquía normativa establecida en la C.P.E. La lista podría ser larga, así como los posibles recursos ante el flamante Tribunal Constitucional Plurinacional; pero en sí ello no es la idea, sino que se reflexione que es hora de que ese catálogo de derechos, principios, valores y garantías constitucionales se conviertan en una realidad palpable, se efectivicen, y no queden en la retórica.