El País, «Babelia», 2014/04/13 Jorge Wagensberg, «La evolución en aforismos» Para que un conocimiento nuevo trascienda se necesitan tres cosas: primero, tener una buena idea; después, darse cuenta de que la idea es buena y, finalmente, convencer de ello a los demás. Curiosamente, no es siempre el mismo pensador el que logra las tres cosas. A veces la idea se enciende, pero palidece por falta de entusiasmo. Otras veces el pensador incluso se entusiasma, pero lo que no consigue es seducir al prójimo. Charles Darwin logró las tres cosas con un libro que se agotó en el almacén de su editor el mismo día de su aparición, el 24 de noviembre de 1859. La idea se escribe con dos palabras que suenan a explicación completa: selección natural. Nunca menos evocó más en la historia del pensamiento dentro y fuera de la ciencia. Alfred Wallace tuvo la misma idea, sí, pero se empeñó en que el ser humano fuera la única excepción, y, como bien se sabe, en ciencia una excepción no confirma una regla, sino que más bien la liquida. Ahí van unos aforismos en honor de la selección natural. 1. 2. 3. 4. 5. 6. 7. 8. 9. 10. 11. 12. 13. 14. El viejo dilema de qué fue antes, el huevo o la gallina, ya tiene respuesta: fue el huevo, ¡pero no era de gallina! Dios no crea los fósiles para ver si nos pilla en una falta de fe. La paleontología tiene padre: fue Leonardo da Vinci, el primero en percatarse de que los fósiles no son los restos de una descomunal paella. En la selección natural, la solución precede al problema: las jirafas no tienen el cuello largo de tanto estirarlo. Cuando la incertidumbre aumenta, individuos similares tienden a reunirse en un colectivo para inventar una nueva individualidad capaz de sobrevivir, la cual, cuando la incertidumbre aumenta, tiende a buscar a sus similares para inventar una nueva individualidad capaz de sobrevivir, la cual, cuando la incertidumbre aumenta… Si no fuera por las crisis, aún seríamos todos bacterias. Una ballena de 200 toneladas y una musaraña de 2 gramos se parecen más por dentro que por fuera porque comparten la misma historia, una historia de mamíferos (homología). Una ballena y un tiburón se parecen más por fuera que por dentro porque comparten una misma apuesta de futuro, la de vivir en el océano (convergencia). Cripsis: el arte de pasar desapercibido para comer y no ser comido (el pulpo, el camaleón…). Aposematismo: el arte de destacar para comer y no ser comido (avispas, salamandras, los taxis de Barcelona, las camisas del Peñarol…). Mimetismo: el arte de parecer lo que no se es para comer y no ser comido (serpientes inofensivas que se parecen a otras letales, arañas que parecen hormigas para convivir con ellas sin despertar sospechas…). Los pájaros vuelan gracias a la pelvis inventada por los dinosaurios, y Elvis tampoco sería Elvis sin su pelvis. La ciencia, como la vida misma, funciona a golpe de error. Una multitud de errores aplaude a la evolución desde la cuneta. 1 15. 16. 17. 18. Decir que el depredador aprende con cada error es casi una evidencia; decir que la presa hace lo mismo es casi un sarcasmo. Los primeros insectos volaron con cuatro alas, como los primeros reptiles voladores, como los primeros pájaros voladores, como los primeros peces voladores o como los primeros aviones, pero todos los casos acaban apostando por solo dos alas: la evolución funciona a golpe de error, sí, pero ¿por qué se repite aquí siempre el mismo error? «¡Ahí te quedas!», exclamó el primer animal que logró volar a su frustrado y sorprendido depredador (al tiempo que frenaba en seco justo en el extremo de una rama o al borde de un barranco): el primer vuelo fue de arriba abajo (planeando) y no de abajo arriba (despegando); de ahí las cuatro alas para sustentarse mejor en el aire. Todo lo que empieza acaba o se transforma. 2