LA DEMOCRACIA EN MÉXICO: ANÁLISIS REPRESENTATIVO Mauro Arturo RIVERA LEÓN1 SUMARIO: I. Los fines de la representación. II. La nación como tercer agente y el juicio crítico: origen de nuestra representación III. La representación constitucional. IV. Ex mea sententia. Resumen: El modelo democrático de un ordenamiento jurídico tiene una alta relación de quasi co-dependencia con el modelo de representación que se acoja. En la presente ponencia se pretende analizar la democracia mexicana a la luz de su representación. Para ello, se estudiarán los fines perseguidos por la institución representativa. Con posterioridad, se estudiarán las teorías inglesas y francesas que derivaron directamente en nuestro modelo representativo. De igual forma, analizando el trasfondo ideológico, se demarcará la representación en la constitución mexicana y se brindarán breves notas sobre algunos modelos propuestos en la reforma política. Palabras clave: Democracia, Representación, Mandato Imperativo. 1 Universidad Complutense de Madrid. . 1 I. LOS FINES DE LA REPRESENTACIÓN. Ante todo, la representación es un mecanismo que tiene como fin último el externar la voluntad. Si fuese posible el conocimiento preciso y particularizado de la opinión popular, la representación carecería de sentido en la democracia, por lo menos en la democracia de los antiguos2. El nacimiento de la representación viene a ser accesorio e instrumental. El representante es un instrumento del representado, es la forma directa de su participación y no goza de un poder independiente. El proceso representativo se caracterizará por su bilateralidad, es tanto un proceso desde el representado al representante, como su correlativa respuesta del representante al representado. Sin embargo, a diferencia del representante, el representado depende del representante para conformar su identidad en la Ekklesia, su voluntad se conforma mediante percepción. En efecto, un representante se encarga de percibir efectivamente la voluntad popular en círculos pequeños y números razonables, para transmitir a través de su voto esta voluntad a la nueva Ekklesia, sea ya las cámaras o el parlamento. Aquí, en este proceso de transmisión, surgen inmediatamente numerosos problemas: ¿es capaz la representación de transmitir efectivamente la voluntad popular? ¿Esta transmisión es eficaz? ¿Se vuelve incompatible la representatio con el modelo democrático primario? El modelo democrático incide directamente sobre el modelo de representación y el modelo de representación tiene incidencia directa sobre el modelo democrático. De tal suerte, la democracia, basada en el modelo clásico ateniense, debía presuponer que es posible la transmisión fidedigna de la 2 Más adelante se argumentará que, inclusive ante una transmisión exacta de preferencias, la democracia representativa podría prescindir de ella dado que es, eminentemente, un modelo delegacional. 2 voluntad popular a la asamblea; en caso contrario, habría una clara vulneración del principio mayoritario, base del concepto democrático clásico. Debemos comprender que la representación puede tener varias acepciones: 1) representación preferencial, que es la capacidad de transmisión exacta de opiniones, percepciones y preferencias, 2) Representación presupuesta, que es aquélla en que se le otorga a individuos la potestad de tomar decisiones o emitir opiniones que suponen una representación preferencial, 3) representación composicional, que es aquélla en la que determinado cuerpo colegiado se integra para ser una exacta muestra no de las preferencias, sino de la composición misma mayoritaria y 4) representación mandato, que es el seguimiento exacto de una orden y el otorgamiento de facultades para ese fin exclusivo. De las nociones mencionadas con antelación, sólo la representación preferencial es compatible con la democracia directa. Bajo esta noción, los representantes son sólo una extensión de la Ekklesia. Claro, que esta extensión de la Ekklesia conlleva defectos imposibles de evitar. Si un representante tiene un voto y este voto es emitido en base a sus representados, ¿qué pasa con la facción minoritaria? Evidentemente, al momento de externar su voto, (al momento de ejercer esta representación) toda la facción minoritaria es subrepresentada, situación que no ocurre en la Ekklesia. El propio intento de conservar la democracia directa a través de la representación, conlleva a la negación del principio fundamental de la democracia directa3. 3 Ejemplo sencillo. Supongamos que existen tres grupos de 20 personas, grupo A, B y C. Cada grupo tiene un representante, quien se encarga de recoger el sentir mayoritario para tomar una decisión. Consideremos que existe una decisión “x” propuesta, en donde se pide su voto afirmativo o negativo. En el grupo A, la votación (18-2) claramente favorece a rechazar la medida, por lo que el representante A vota en contra; el representante B, basado en una votación (11-9) vota a favor de la medida; el representante C basado en una votación (12-8) vota a favor de la medida. Evidentemente la medida ha sido aprobada pues los representantes votarán (2-1) por su aprobación. Sin embargo, ¿dónde está la facción minoritaria? Si hacemos un simple conteo de votos veremos que los votantes totales son 60, de los cuales sólo 25 han votado a favor de la decisión, mientras que 35, una clara mayoría, han votado en contra de la misma. ¡la decisión mayoritaria aparente vulnera la decisión mayoritaria real! La representación es contramayoritaria y acarrea el costo de la subrepresentación. 3 Además, el conceptualizar a la representación como una representación preferencial, equivale a equipararla con una especie de mandato (la transmisión de esta voluntad específica). Si esta representación democrática conlleva la obligación de votar de cierta forma para el representante, evidentemente tiene que haber un mecanismo que permita la consecución de este fin: el mandato imperativo. El mandato imperativo, independientemente de cómo sea regulado, vendrá a ser el único instrumento de los representados para obligar totalmente a su representante a actuar en consecuencia a la voluntad popular. Cuando un representante intenta vulnerar la voluntad de sus representados (titulares legítimos del derecho de voto) éstos disponen del mandato imperativo para reparar la vulneración. Un sistema democrático establecerá o no una representación preferencial en tanto establezca el mandato imperativo. Bastante ilógico es afirmar que el representante tiene la obligación de transmitir las decisiones de sus representados, aun cuando éstos no tengan forma alguna para obligarlo a comportarse efectivamente de esta forma. Así, el mandato imperativo o los mecanismos que aseguren esta representación directa, establecerán el grado de responsabilidad del representante para con los representados. II. LA NACIÓN COMO TERCER AGENTE Y EL JUICIO CRÍTICO: ORIGEN DE NUESTRA REPRESENTACIÓN. La “Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano”, manifestaba ya, en su artículo III, que la nación es la fuente de toda soberanía. Además, en su artículo VI, afirmaba también que: “La loi est l’expression de la volonté générale. Tous les Citoyens ont droit de concourir personnellement, ou par leurs Représentants, à sa formation…” Si la ley se forma por voluntad general y los ciudadanos tienen el derecho de participar en ella (de forma directa o mediante representantes) significa que, si bien la doctrina francesa no consideraba excluir completamente a la democracia directa, sí contemplaba un proceso representativo. Dado que el 4 poder legítimo dimana de la soberanía y la soberanía, a su vez dimana de la nación, es la nación (como entidad metafísica) y no el pueblo, quien legitima el ejercicio del khratos. Un rasgo bastante particular de la teoría representativa francesa es que introduce a un tercer agente entre representantes y representados: la nación. La nación no debe ser equiparada con la simple voluntad mayoritaria. La nación es la volonté générale y esta voluntad general no se crea por la simple suma de voluntades particulares, es decir, no es una voluntad mayoritaria. La línea equidistante entre representantes y representados, da entonces paso al triángulo de la representación y a la eliminación del mandato imperativo. La Revolución Francesa y el movimiento independentista norteamericano, debieron recurrir entonces a una noción diferente de representación que no planteara un mandato imperativo: la representación presupuesta, manifestada a través del mandato representativo. Tanto la independencia de Estados Unidos como la Revolución Francesa, recurren a suponer que el representante transmite de forma eficiente la voluntad de sus representados, y toma la decisión basándose en un criterio racional y con libertad absoluta. A partir de entonces, los representantes tienen la facultad para desviarse de la opinión del electorado bajo el argumento de que representan a la nación y no directamente a la voluntad popular. Esta distinción entre voluntad popular y volonté générale, será de frecuente auxilio en el nuevo esquema representativo y fungirá como freno a la democracia de asamblea, a la democracia directa. Ahora, el pueblo no puede tomar directamente las decisiones por votación mayoritaria, tiene que recurrir a sus representantes. Más aún, sus propios representantes no se encuentran constreñidos a la participación política en el sentido mayoritario. Si antes la libertad del ciudadano permeaba en todos los ámbitos del gobierno y en cada decisión, ahora el ciudadano es libre al momento de elegir a sus representantes, pero pierde en gran medida el poder decisorio particularizado. 5 La volonté générale como razón de la actuación estatal y la inserción del concepto de nación a la teoría representativa, serán los padres de la moderna democracia representativa. El nacimiento de la democracia representativa viene a modificar algunas de las imputaciones hechas a la democracia. Como el modelo democrático estudiado por Sócrates, Platón, Kant, etc., era una democracia directa, la transformación de la democracia en representativa produce una solución temporal a los problemas planteados a la democrática clásica, pero a la vez genera nuevos problemas. Dado que la representación había surgido inicialmente como una respuesta a los grandes números que imposibilitaban la Ekklesia, el cumplimiento de esta tarea había constituido su propia legitimidad. Bajo esta concepción, la representación era más o menos legítima según cumpliese el propósito original, a saber, la formación precisa de una Ekklesia de enormes dimensiones utilizando una menor cantidad de individuos. Introducir a la nación como agente representado planteaba a los representantes una facultad más amplia para velar por el bien nacional. Sin embargo, este sistema del tercer agente también generaba la consecuencia de producir un sistema paternalista de representación. Paternalista en tanto considera al pueblo como un ente débil, incapaz de tomar sus propias decisiones. Por ello, un representante debía venir en su auxilio y en auxilio de la nación: sustituir una voluntad débil e imprecisa por una voluntad general y reflexionada. Además, frecuentemente se cuestionó si la introducción de un intermediario planteaba la tutela de la voluntad nacional o la tutela de intereses muy específicos de las élites intelectuales y/o políticas. Con el cambio del concepto de representación, inevitablemente vino a sucederse una nueva legitimación. Dado que el representante no tenía la obligación de actuar conforme a la voluntad mayoritaria, su legitimidad debía ser derivada de factores ajenos a la misma, ¿cuál era pues la causa legitimadora de la nueva representación? 6 Anteriormente, la causa legitimadora en la democracia era la participación directa. Con la introducción de la nación como tercer agente, la decisión vendrá a ser legítima sólo si es tomada mayoritariamente por representantes a su vez electos por una mayoría. Es decir, si de forma previa la causa legitimadora era la mayoría, la nueva causa será la mayoría de una minoría electa. Dado que se presupone la representación de los intereses nacionales, una decisión es incuestionable sólo bajo el argumento de una deficiente representación. No es posible argumentar que el representante no ha transmitido los intereses de la nación o de los representados. Si antes el representante podía ser cuestionado en su representación, el nuevo representante quedará inmune mientras haya emergido de un proceso electoral. Esto nuevamente altera el foco de legitimidad de la toma de una decisión. Antes, la legitimidad se evaluaba de forma particular en cada decisión, ahora, la legitimidad sólo se produce de origen. La representación con independencia del mandato imperativo se presenta simultáneamente en Inglaterra también. Es pertinente aclarar que, mientras que en Francia esta ausencia de mandato imperativo se presenta por la vía de la teorización revolucionaria, en Inglaterra la necesidad de suprimir el mandato imperativo se presenta producto del notable empirismo inglés: la praxis política. Se ha sugerido que el propio monarca alentaba la ausencia de mandato imperativo con la finalidad de cooptar a la asamblea legislativa. Inclusive bajo esta perspectiva pragmática, el ejemplo de Burke, presenta también argumentos elaborados contra el modelo clásico de la representación. En 1774 ya Edmund Burke se dirige a los propios electores que lo han nombrado parlamentario para sostener que un representante, no es ya más un diputado de Bristol, sino un miembro del parlamento con el derecho natural de libre juicio. Burke sostiene abiertamente que no existe un mandato que ha de obedecer un parlamentario contra su conciencia. Más aún, Burke afirma que el gobierno no se nutre sólo de voluntad (mayorías) sino de razón. Por tanto Burke reniega de la democracia directa y del modelo preferencial de representación 7 Esta simultaneidad del desarrollo representativo en Francia, Inglaterra y Estados Unidos, en modo alguno es una simple coincidencia, sino una muestra de la expansión ideológica de la nueva democracia. La propia asamblea revolucionaria francesa a través de las ideas de Sieyès, Barere, Montesquieu y Talleyrand dejará asentada la imposibilidad de la representación bajo el mandato imperativo. Mientras que en Inglaterra el nuevo concepto de representación se basa en motivos prácticos de gobernabilidad bajo el concepto de razón (el gobierno platónico de la verdad), en Francia se basa en el modelo teórico de soberanía. Habíamos mencionado que, en el modelo francés, la soberanía viene a residir, en la nación. Esta entidad, que excede a una suma de individualidades, tiene en sus representantes la única forma de expresión de voluntad. Dado que la legitimidad del representante proviene de la nación, sólo la nación y no los ciudadanos son capaces de revocar esta representación. En el modelo inglés la representación no es revocada porque se ejerce por el sano juicio del representante; en el caso francés, la representación no puede ser revocada porque no existe un sujeto capaz de revocarla o, ¿cómo expresaría la nación (titular de la soberanía) su deseo de revocar una representación si su voluntad es expresada por los representantes mismos? A menos que el representante revoque su propio mandato en un prurito de honestidad, el mandato se ha vuelto irrevocable. Ahora bien, tanto el modelo inglés como el modelo francés, nos proveen inmediatamente de una rápida respuesta para legitimar la falta de un mandato imperativo, pero nos presentan también problemas insalvables para esta justificación. En el caso inglés, se le impide al electorado ejercer una presión sobre sus representantes bajo la apelación a un principio natural, la razón. Fundamentar el desfase entre la voluntad del pueblo y la voluntad del representante es utilizar una razón secundaria para negar un vínculo primario. Para el caso francés el problema se agudiza. Debemos conceder que introducir a la nación como tercer agente en el proceso representativo es una solución 8 ingeniosa, pero no deja de ser una solución meramente teórica. Con Laumiére y Demichel sostenemos que la representación parece no expresar la voluntad nacional, sino más bien crearla4. Lo que es una ficción jurídica no puede sino convertirse en una ficción política irresoluble ¿cómo hacer compatible con la democracia a la liberación de toda obligación del representante para con los representados? La asamblea constituyente retornará entonces a los argumentos de Montesquieu. Afirmaba Montesquieu que el pueblo tenía una capacidad admirable para elegir quiénes debían ser confiados con autoridad. Esta misma capacidad era inexistente en el caso de la discusión de los asuntos públicos. El representante, entonces, debía tener una libertad de actuación porque, a diferencia del pueblo, éste sí podía ejercer la autoridad de una manera efectiva y racional5. En Montesquieu se conjugan previamente los argumentos que de forma separada emplearán los ingleses y la propia convención constituyente francesa. Es decir, no sólo el legislador representa a la nación y no al electorado (doctrina francesa) sino que además es más apto que el propio pueblo para el ejercicio de la autoridad por vías racionales (pragmatismo inglés). Montesquieu transforma a la representación en una sofocracia representativa, en una representación del más apto, del sabio platónico. En este proceso Sieyès viene a ser un colaborador al proponer la especialización de una clase política, lo que implica nuevamente un elitismo representativo. Por más que encontremos fines óptimos o papeles adecuados para la representación, somos incapaces de privarla de su carácter arbitrario y elitista. III. LA REPRESENTACIÓN CONSTITUCIONAL. Habiendo sido dicho lo anterior, podemos constatar que nuestro modelo democrático es un modelo democrático representativo, que se circunscribe al mismo modelo de representación: nuestros representantes adolecen de un mandato imperativo y tienen a la nación como tercer agente del juicio crítico. 4 5 Lalumiére, Pierre y Demichel, Andre, Les régimes parlamentaires européens, París, 1966, p.10. Montesquieu, El espíritu de las leyes, Libro II, Cap. II, Tomo, Madrid, 1980. 9 El artículo 40 constitucional sostiene que “Es voluntad del pueblo mexicano constituirse en una república, democrática, representativa y federal…”, la majestuosidad de esta terminología debe interpretarse a la luz del resto de disposiciones constitucionales. Al regular la instalación del congreso, el artículo 51 constitucional afirma que “La cámara de diputados se compondrá de representantes de la nación…”, mientras que la cámara de senadores se reglamenta en los artículos 56-58. En ambos casos, existe una ausencia de mandato imperativo y, aunque a los senadores no se les fija la ficción constitucional de representar a los estados, a los diputados sí se les obliga a ser representantes de una entidad metafísica como lo es la nación. Esta peculiaridad, nos lleva a la consecuencia de que, independientemente de nuestro agrado, tanto diputados como senadores se encuentran exentos de ser representantes de los votantes, porque los primeros (diputados) se erigen en representantes de la nación en virtud de una ficción constitucional y los segundos (senadores) en representantes de los estados en cumplimiento de su papel político. Las dos constantes de la teoría francesa e inglesa se vuelven patentes y manifiestas aquí: al permitirles representar a “la nación” como un ente distinto de sus ciudadanos, se sigue la doctrina francesa de la representación, mientras que al impedirle al ciudadano destituirlos por no transmitir su voluntad se les da el poder al juicio crítico de los ingleses. IV. LA REPRESENTACIÓN CONSTITUCIONAL. Ante lo anterior, se ha afirmado con frecuencia que en México existe una crisis de la representación. De tal suerte, si diputados y senadores no transmiten la voluntad popular, incurren en un defecto del sistema. Sin embargo, si hemos observado con detenimiento no sólo el origen histórico y el fundamento filosóficos de la representación y en concreto de los parlamentarios, podremos constatar que no sólo la representación no se encuentra en crisis en México, sino que funciona perfectamente. 10 El modelo mexicano es un modelo democrático-representativo que desconfía del juicio de los electores y relega la autoridad a representantes que cree tienen mayor capacidad, visión o aptitudes para gobernar el país. Si el sistema democrático en México se encuentra diseñado para que un representante pueda tomar decisiones independientemente de su representado y que éste no tenga ninguna forma de control político, entonces es un sistema exitoso, porque esto es lo que ocurre precisamente en la práctica. La solución, no se encuentra en modificar a la representación, sino en modificar a la democracia. Aisladamente, una modificación del sistema representativo es insuficiente si no se encuentra aparejada de una modificación sustancial. Por ello, es necesario: Implementar instrumentos que permitan la participación ciudadana aún de naturaleza refrendaria. Implementar elementos de la democracia participativa. Establecer un procedimiento que permita la ratificación o pérdida de confianza de un representante como en el caso del mandato imperativo. Regular la reelección de legisladores: sólo generando una parcial independencia entre los partidos y los legisladores el legislador podrá alcanzar la autosuficiencia necesaria como para privilegiar a los electores sobre el mandato político. 11