la virtud de la epiqueya

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E. HAMEL
LA VIRTUD DE LA EPIQUEYA
La epiqueya se nos revela como una virtud que traduce en ortodoxo y positivo el
sentido de la «situación» en Moral. Más aún, en su lucha contra el literalismo
farisaico, Jesús emplea con maravillosa discreción y sabiduría esta «virtud».
La vertu d’Epike, Sciences Ecclésiastiques, 13 (1961), 35-36.
Es frecuente en los manuales de Teología Moral -al tratar de la epiqueya- omitir su
trascendencia perfectiva en el proceso de la operación humana. En contraste se recalcan
los peligros a que su empleo expone: ¡nos engaña tan fácilmente nuestro inconsciente!
En el subsuelo de estos temores parece ocultarse un juicio más o menos explícito, que
podríamos formular así: ¿no será toda excepción de la ley positiva un debilitamiento y
desviación del verdadero derecho?
Contra tal actitud de recelo ha surgido en las últimos veinte años un poderoso:
movimiento de revalorización de la epiqueya en revistas y monografías. No se la
considera ya únicamente como norma de interpretación favorable de la ley, simple
actitud intelectual o jurídica; es mucho más, y se subraya unánimemente su importancia
piara la vida moral.
La epiqueya es una virtud íntimamente relacionada con la justicia legal, que nos indica,
en la situación concreta existencial, la actitud primaria del hombre ante la ley positiva.
Tiene por objeto el derecho natural. Si la epiqueya nos incita a pasar por alto la letra de
la ley, la razón de esto ha de buscarse en el ansia de una mayor fidelidad a la justicia en
situaciones concretas forzosamente imprevistas por la ley positiva universal.
No veamos en la epiqueya- virtud una canonización más de nuestra época, benévola para
cuanto mina la majestad de la ley. Ya Santo Tomás la definió como norma superior de
los actos humanos, y su relación con la doctrina de la justicia y prudencia nunca fue
olvidada por la tradición tomista. Sin embargo, hasta hoy, poco se ha dicho acerca de las
consecuencias que de su aplicación pueden brotar para la vida moral.
EPIQUEYA Y JUSTICIA
La relación epiqueya-justicia es afirmada por grandes moralistas, con anterioridad a
1940. Citemos dos testimonios al azar. Nos dirá Vermeersch que la epiqueya es una
interpretación de la ley humana, contraria a la letra, pero conforme al pensamiento del
legislador; es un juicio prudencial que sustrae ciertos casos a las disposiciones de la ley:
como hábito virtuoso, la epiqueya se identifica con la justicia legal bien entendida. Para
Henry, lejos de ser la epiqueya una especie imperfecta de justicia es, al contrario, la flor
de esa virtud, ya que alzándose contra una superstición de la letra, destructora del bien
común y perjudicial para el individuo, nos manifiesta que la ley debe estar al servicio
del hombre y del bien.
Fue, sin embargo, Egenter, en 1940, el que en artículo memorable de la "Philos,
Jahrbuch", inició el movimiento de revalorización de la epiqueya, que había de
conquistar un primer plano en el enfoque de la moral. El punto de partida es una frase
de la Suma: "La justicia legal está sometida a la dirección de la epiqueya. Es, por lo
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tanto, la epiqueya como una regla superior de los actos humanos" (2. 2 q. 120 a. 2 in c.):
rehúsa ver en la epiqueya un mero principio de interpretación de la ley positiva y la
eleva al rango de virtud moral que tiene por objeto al derecho natural. Consistirá, pues,
en el arte de orientarse en los conflictos que oponen derecho natural y ley positiva, de
un modo conforme a las exigencias del derecho natural y de la situación concreta,
realizando de este modo un derecho más perfecto. Así considerada, es la virtud de los
que desean proceder según la verdadera justicia y conforme a las exigencias reales de la
situación, sin refugiarse en un legalismo facilitón.
La resonancia de este artículo fue enorme, sobre todo en Alemania. Dirá el P. Azpiazu:
en el conflicto entre legalismo y conciencia, la epiqueya afirma el primado de la
conciencia y constituye la cumbre del derecho, al aplicar sabia y prudentemente un
derecho, por fuerza general y abstracto, a la vida singular y concreta.
Para Fuelis, aceptar el valor de la epiqueya en Teología Moral, es reconocer la
supremacía de la ley natural sobre la positiva incapaz de expresar enteramente la
realidad de una situación concreta. La ley positiva se fundamenta siempre en la ley
natural, de ésta saca su valor y carácter obligatorio. Cuando una acción individual no
halla su norma en la ley positiva, no se produce una situación de vacío como si el
hombre quedara sin ley. En virtud de la primacía de la ley natural, la epiq ueya. permitirá
y aun exigirá, según las circunstancias, una acción que se inhiba de las exigencias,
ocasionalmente excesivas de la ley o hará otras veces que se vaya más lejos de lo
prescrito. Tan fundamental es el valor de la epiqueya, que no duda en proclamarla como
la virtud que controla cualquier aplicación de la ley positiva a la situación real concreta,
no sólo cuado ésta escapa a la letra de la ley, sino en todo momento.
Häring acentúa cómo la epiqueya favorece el espíritu de verdadera. libertad,
liberándonos tanto de falsas esclavitudes a la letra como del egoísmo confortable.
Supone la verdadera disponibilidad, la abertura a la voz de Dios a través de las
necesidades del momento, el don del discernimiento, la prudencia viril.
La concepción de Santo Tomás queda un tanto ampliada. Ya no se trata únicamente de
ordenar la conducta frente a una ley deficiente. Egenter, Giers, etc. amplían el ámbito de
la epiqueya: el progreso y la complejidad actual de la vida social multiplican
necesariamente el aspecto de imperfección de toda ley positiva. Nuestra virtud
expresará más bien la actitud fundamental del hombre ante la ley y su obligación,
actitud que une el sentido de la realidad con el de responsabilidad, derecho natural y
libertad de conciencia.
De ahí que para Schöllgen la interpretación según la epiqueya se nos imponga no como
acto de bondad, misericordia, dispensa . o privilegio, sino como una exigencia de la
justicia. De este modo la acción cobra perfección al no someterse tan sólo de modo
externo y literal a la fórmula de la ley. La epiqueya es una parte principal (pars potior)
de la justicia.
Cuándo hacer uso de la epiqueya
Desde Suárez la enseñanza tradicional suele limitarla a los tres casos siguientes:
Primero. Cuando en una situación particular, las prescripciones de la ley positiva entran
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en conflicto con una ley superior que ordena salvaguardar intereses de mayor cuantía.
Segundo. Si por causas excepcionales, la sumisión a la ley positiva viene a resultar
demasiado insoportable y no se sigue un bien proporcionado que compense el sacrificio
exigido. Tercero. Cuando el cumplimiento de la ley positiva, por circunstancias
especiales e imprevistas, se hace más dificultoso que lo previsto en la mente del
legislador.
Donde los autores no se ponen de acuerdo es en el principio que justifique el uso de la
epiqueya en dichos casos. Veamos las dos tendencias, consecuentes con su definición
de la virtud.
A) Interpretación benigna del pensamiento del legislador: en la mente de éste creen
hallar algunos la razón última de la epiqueya (por escapar en el primer caso a su
jurisdicción; ya que es injusto que en tales circunstancias exija en el segundo ese
enorme esfuerzo; y al presumirse en el tercero que, dispensaría en el supuesto de
conocer esta situación.
B) La de aquellos autores que suponen la definición aristotélico-tomista: la epiqueya
corrige la ley cuando ésta es deficiente a causa de su universalidad. Más allá de la mente
del legislador (su poder y querer) se remontan a los principios superiores del derecho
natural. Egenter y sus seguidores militan en este grupo. Nos dirán que en el primer caso
el legislador carece de poder para exigir el cumplimiento de tal ley; el súbdito debe
prescindir de la letra en nombre de una exigencia superior de la ley natural, ya que la
voluntad del legislador no es soberana sino que se subordina a la ley natural (v g., la ley
de asistencia a misa los domingos es accidentalmente perjudicial para el que se expone,
si la cumple, a dejar morir a un enfermo. En estas circunstancias si obedece a la ley
superior de la caridad ni siquiera viola materialmente el precepto ya que no puede
considerarse trasgresión de la ley positiva lo que contradice a una ley superior). En el
segundo caso es la misma ley, natural la que le prohíbe exigir un heroísmo injustificado.
El uso de la epiqueya es facultativo en el tercero; si juzga preferible soslayar la letra de
la ley es no sólo en nombre de la benignidad del legislador, sino principalmente para
mejor realizar el espíritu de esa ley. Los principios superiores de la ley natural le
facultan a esa sustracción para de este modo realizar, fuera del texto legal, la verdadera
justicia.
Resumiendo esta segunda interpretación de la epiqueya: cuando la ley positiva es
incapaz de abarcar completamente una situación concreta, la ley natural permite y aun
exige, según el caso, poner una acción conforme a la situación presente. El punto de
vista debe ser no tanto el liberarse de la ley cuánto el mejor cumplirla según la exigencia
del bien común.
Una aplicación nueva de la epiqueya
Puede surgir también conflicto cuando la ley natural impone sobrepasar el mínimo
estricto impuesto por la ley positiva; ya que en situaciones concretas ésta puede
contradecir al bien común.
En tal nueva conclusión de los modernos tratadistas, la epiqueya sugiere y aun impone
una acción no demandada por la ley positiva, en el sentido de mayor carga y fatiga,
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como medio de realizar la justicia natural. Ya autores anteriores a Egenter, como
Merkelbach, entrevieron esta posibilidad al insinuar . que la epiqueya corrige y mejora
el derecho positivo allí donde es deficiente por su universalidad. Ahora bien, este
defecto puede provenir por exceso y por defecto, y la epiqueya es capaz de corregirlo en
ambos sentidos.
Pero ¿cómo determinar en la situación concreta .si nos hallamos en presencia o no de
este nuevo cuarto caso? Los criterios tradicionales no sirven, ya que en la presente
ocasión el conformismo a la letra no es inmoral, imposible o heroico en demasía, sino
simplemente insuficiente. ¿Dónde hallar una norma de discernimiento? En la doctrina
social cristiana, responde Giers. La moral social guiará nuestros pasos en este nuevo uso
de la epiqueya, invocando las exigencias superiores del bien común más allá de la
justicia legal positiva.
Epiqueya y justicia social
Por razón de este cuarto uso, la epiqueya se nos presenta como actitud básica en el
dominio social, que se aproxima mucho al discutido concepto de justicia social. La idea
ya es de Santo Tomás: "De donde se deduce que (la epiqueya) es parte subjetiva de la
justicia, y lo es más propiamente que la legal, pues ésta se halla sometida a la dirección
de la epiqueya" (2.2 q. 120 a.2 in e.).
Esta relación varía según las diversas definiciones de justicia social. Si la consideramos
como virtud que impele a los miembros a devolver a la sociedad como tal lo que le es
debido, en virtud de los derechos positivo y natural y siempre en nombre de una común
necesidad patente, entonces aparece con evidencia que la epiqueya es el coronamiento
de la justicia social.
Según grandes autores, la función específica de la justicia social es proteger el respeto
debido, a los derechos naturales insuficientemente definidos por la legislación civil. La
justicia social y la epiqueya, en presencia de una ley positiva insuficiente, nos impulsan
a cumplir lo que el derecho natural impone en nombre del bien común.
Fundamento de la epiqueya
Es el carácter necesariamente imperfecto de toda ley escrita, humana, Por una parte la
ley natural exige al hombre que se someta, como condición de su ser social, al
legislador humano; pero por otro lado, al no estar fundada la ley positiva en la
naturaleza de las cosas, sino en la realidad tal y como es entrevista por un legislador
forzosamente limitado, no puede tener vigencia más que en la mayor parte de los casos.
La ley perfecta es utopía. Si nuestro legislador se refugia en la región serena de los
grandes principios tendremos una ley vaga e inútil, dado que las acciones de los
hombres son concretas. Si por el contrario desea prever todas las posibilidades, acaricia
una quimera con su casuismo; y aun suponiendo que lo logre, la misma abundancia de
disposiciones la hará oscura e ineficaz y nos cegaremos en la polvareda de detalles. Por
su misma naturaleza el derecho exige cierta generalización e inflexibilidad, bajo pena de
incurrir si no en lo arbitrario o en parcialidad. De ahí la necesidad de las excepciones: el
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legislador debe poder dispensar, y al subordinado hay que facilitarle el recurso a la
epiqueya.
Esta doctrina de la epiqueya recordará a legisladores y súbditos que jamás deben
separarse ley positiva y ley natural, y que aquélla fundamenta su valor en la segunda ése
es el verdadero sentido de la obediencia. La epiqueya es una, mejora del derecho y
garantiza, en fórmula feliz, el salir de la legalidad para entrar en el derecho.
EPIQUEYA Y PRUDENCIA
La norma de realización de la epiqueya es la justicia, su principio de dirección radica en
una elevada prudencia, más exactamente en la gnome. La gnome, parte potencial de la
prudencia, es la virtud de los casos excepcionales que escapan a los principios comunes.
Sirve de guía, a la epiqueya. Que se requiera tal esfuerzo nadie puede dudarlo: el uso de
la epiqueya se presta a excesos y defectos, sea juzgando fácilmente como insólitas y
excepcionales situaciones sólo corrientes o, viceversa, queriendo regir con principios
ordinarios situaciones que no lo son. Examinemos brevemente los dos extremos.
La inconsideración: no es fácil ser buen juez en causa propia. La lucidez y objetividad
sólo puede garantizarlas una actitud sincera y bien intencionada. Pero no basta una
conciencia bien dispuesta, se requiere además la ciencia y un juicio recto y seguro;
Precisamente a causa de esas dificultades puede comprenderse su carácter de virtud. La
sensibilidad a cuanto se relaciona con el bien común que soslaya el -peligro de
egocentrismo en las decisiones, ayudará a hacer este buen uso.
El culto a la letra: vicio contrario al laxismo, fue el de los fariseos. Muchas personas
tenidas por virtuosas no conciben más que un modo de aplicación de la ley: el de la
significación material de las palabras (Peinador). A éstos conviene recordar que la
epiqueya "ocurre más frecuentemente de lo que se sospecha" (Lumbreras). La epiqueya,
especie superior de justicia, es el gran preventivo para tantos buenos cristianos que se
extenúan por causa de la letra, infravalorando el espíritu de ella. Azpiazu desearía que la
virtud de la epiqueya fuese más conocida, incluso por los laicos, ya que sus
posibilidades de aplicación son vastísimas y las situaciones imprevistas aumentan sin
cesar en todos los campos de la actividad humana.
Es notable la plena conformidad entre la doctrina expuesta sobre la epiqueya y la moral
de Jesús respecto a la actitud farisaica hacia la ley positiva. Veamos brevemente el
proceder de los fariseos y el de Jesús, tal y como nos lo propone el Evangelio, en
particular a propósito de las prescripciones sabáticas.
Los Fariseos san claro ejemplo de las aberraciones a que puede conducir la ausencia de
la virtud de la epiqueya; sólo cuenta para ellos la realización material y minuciosa de la
prescripción jurídica; importa menos comprender que ejecutar; La preocupación del
detalle hace que pierdan la visión del verdadero espíritu de la ley. Al fin ni siquiera
realizan la justicia a que la ley se destinaba (Mc 7,10-13). Ofuscados por su. formalismo
sitúan todos los preceptos al mismo nivel, sin jerarquía alguna, en confuso amasijo de
preceptos ceremoniales y morales.
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El ejemplo farisaico patentiza, cómo la fidelidad rígida a las prescripciones mínimas
puede ir acompañada de una conducta sir escrúpulo en materias de mayor importancia;
de ahí la acusación que les dirige Cristo de doblez e hipocresía (cfr. Mt. 23,23-25; Lc.
20,47).
Frente a esos esclavos de la ley, miopes a sus verdaderos límites y alcance, desarrolla
Jesús el auténtico sentido de la obediencia. Distingue claramente entre voluntad de Dios
y expresión de esa voluntad en la ley. Obedecer automíticamente y sin discernimiento a
la letra, no es necesariamente la mejor manera de cumplir la voluntad de Dios. Lo que
debe apremiarnos, es principalmente su sentido profundo, y a veces será preciso
trascender para esto la formulación literal.
Es en particular a propósito del sábado donde Jesús, enseña la primacía del espíritu
sobre la letra y reconoce, de facto, el valor moral de esta parte principal de la justicia
que es la epiqueya: En Mt 12,1-8 y con ocasión del escándalo de los fariseos al ver a los
discípulos cogiendo espigas en sábado, da Jesús el principio que establece la legitimidad
de la virtud de la epiqueya: los preceptos de orden positivo deben ceder a veces a las
exigencias superiores de la ley natural; además toda interpretación de la ley debe
realizarse según la primacía de la ley de caridad para con el prójimo: Misericordia
quiero y no sacrificio. La ley del sábado debe procurar el bien del hombre; si en un caso
particular va contra ese bien, cesa la obligación, el sábado es para el hombre y no el
hombre para el sábado (Mc 2,27). Nada se ha dicho nunca tan sublime sobre la grandeza
del hombre y el valor del alma humana; incluso el sábado de institución divina, cede
ante la indigencia de ese ser de excelsa dignidad que es el hombre. Una actitud parecida
se observa en el proceder de Jesús con motivo de la curación del, hombre de la mano
seca (cfr. Mt 12,9-13).
Jesús no pretendía con esto abolir el sábado, ordenado por Dios para el bien del hombre;
es mas, lo observó fielmente y quería que se guardase. Pero aun reconociendo su
legitimidad ha insistido en el hecho de que las prescripciones sabáticas podían entrar en
conflicto con obligaciones más graves, y en ese caso, el hombre debe soslayar con
limpia conciencia la letra de la ley, precisamente para seguir con fidelidad la intención
del divino Legislador. En caso contrario contradice el mismo sentido de la ley.
EPIQUEYA Y MORAL DE SITUACIÓN
De lo dicho hasta aquí, inferimos que la doctrina moderna sobre la epiqueya se mueve
en una línea de profundización de algo que los antiguos sólo apuntaron. Pero los rasgos
que hemos esbozado, ¿no tienen un mucho de común con una moral de situación más o
menos larvada? Es verdad que la epiqueya ejercida sin discernimiento, para
desembarazarse de una ley que nos molesta, o con el fin de sancionar las propias faltas
de juicio e imprudencias, se le parece bastante, Reconozcamos que, se trata de un
peligro no ilusorio: "Cuanto más necios e ignorantes son los hombres, con tanta mayor
audacia hacen uso de la epiqueya" escribe Prumer, con razón. Sin embargo, no es ése el
caso del uso legítimo de la epiqueya dirigida por la prudencia. Sin duda la epiqueya, que
supone un agudo sentido de la, complejidad de lo real singular, responde a una legitima
exigencia de los situacionistas cuando dice que la, ley positiva puede, por excepción, ser
inadaptable a la situación dada que escapa a la letra de la ley. La Teología Moral nada
tiene que oponer a ,esto. Pero la virtud de la epiqueya difiere totalmente de la` moral de
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situación tal como está condenada por el Magisterio, ya que nunca deja al súbdito sin
ley. Incluso cuando en su nombre se sustrae legítimamente a la letra de la ley positiva (y
no a la ley natural) no es para escapar a toda norma objetiva, como patrocinan los
situacionistas, sino por respecto a la jerarquía de valores que nos obliga a pasar a otro
nivel superior de obligación.
Pío XII indicaba en un discurso, acerca de la nueva moral, que el tratado de Santo
Tomás sobre la prudencia y virtudes anejas "muestra un sentido de la actividad personal
y de la actualidad, que contiene iodo lo que hay, de justo y positivo en la ética de
situación, evitando sus confusiones y desviaciones" (AAS 44, 1952).
Tradujo y condensó: JULIÁN MARISTANY
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