HEIDEGGER. PSICOSOMÁTICA. SEMINARIOS DE ZOLLIKON HEIDEGGER. PSYCHOSOMATICS. ZOLLIKON SEMINARS ENSAYO HEIDEGGER Y LA PSICOSOMÁTICA (Rev GPU 2016; 12; 3: 255-256) Hernán Villarino E l año 1947 comenzó el amistoso vínculo que uniría hasta la muerte a Heidegger y Medard Boss, iniciado con una carta enviada por el segundo, psiquiatra y psicoanalista, hondamente impresionado con la lectura de Ser y Tiempo. Esta relación daría origen a un fructífero intercambio de ideas entre el filósofo y una serie de psiquiatras suizos, en la casa de Boss, en Zurich, a donde Heidegger viajaba una o dos veces al año. Las actas de estos encuentros, diálogos y discusiones, además de otros textos pertinentes (algunos de ellos muy sabrosos, como p. ej. el jocoso comentario de Heidegger sobre Lacan), están recogidos en Los Seminarios de Zollikon, que han sido traducidos al castellano recién el año 2013. Antes de entrar en materia nos gustaría hacer tres observaciones. En primer lugar, los motivos de cómo se dieron estos seminarios: en una casa particular que garantizaba la más completa libertad, seriedad y responsabilidad, merece de suyo una reflexión y un comentario sobre las formas efectivas de la transmisión del saber y sobre la decadencia mundial de la actual institución universitaria, reconvertida al negocio de vender títulos y diplomas. En segundo lugar, en este texto se materializa aquello que aseguraba Jaspers: no se puede hacer psiquiatría ajenos a la filosofía. Por último, como en el escrito hay una multitud de consideraciones y debates sobre diversos temas atingentes a la psiquiatría, tales el estrés, el psicoanálisis, etc., solo vamos a tocar de pasada uno de ellos, el referido a la psicosomática, cuyo ámbito excede a la psiquiatría y ocupa a toda la medicina. Hablar de psicosomática supone el reconocimiento de dos entes, la psiquis y el cuerpo. Si admitimos esta división se supone que el acceso a ellos es distinto también. En efecto, el conocimiento de lo psíquico se estima directo, intuitivo, en cambio al cuerpo se lo conoce por medio de la objetivación y mensuración propia de las ciencias naturales. Ahora bien, estos dos entes tan diferentes se relacionan de modo tan íntimo y milagroso que el movimiento o afección de uno modifica también al otro, incluso se admite que la psiquis origina enfermedades corporales del mismo modo que el cuerpo enfermedades psíquicas. La psicosomática pasa por ser un gran descubrimiento científico del siglo XX; no obstante, la más superficial observación revela que esta partición es al menos tan vieja como Platón, que distinguía el alma del cuerpo. Pero el alma platónica, a diferencia de la psiquis moderna, no se conocía ni se reconocía como sujeto. Que haya algo así como un alma no era el fruto de un conocimiento directo o de una intuición del alma sobre sí misma, sino ganado por el conocimiento del mundo. He allí dos cosas iguales; a través del cuerpo, los órganos de los sentidos y la sensibilidad se ven las cosas, pero no hay ningún órgano sensorial que nos informe que son dos ni que son iguales; no obstante, su dualidad e igualdad son tan reales como las cosas mismas. Desde luego, sin conceptos ni término sincategoremáticos, como las preposiciones, conjunciones, deícticos, etc., no podríamos hablar ni conocer nada, pero nadie tiene un conocimiento sensible de la o (disyunción), de la y (conjunción) o del que (pronombre), etc. No vemos ninguna o, ninguna y ni tampoco ningún que, etc., adosado sensiblemente a un objeto, pero no es menos cierto que los vemos y los usamos correctamente para referirnos al mundo y a nosotros mismos. Pero si no los vemos con los ojos de la cara tiene que haber otro “órgano” que los vea, al que Platón llama el alma, de modo PSIQUIATRÍA UNIVERSITARIA | 255 Heidegger y la psicosomática que la vía para su conocimiento no es la introspección, sino el comercio con el mundo. El alma no está referida a sí misma, sino a las ideas, que son intramundanas, no intrapsíquicas. Aunque compartan la misma partición, lo propio de la psicosomática no es la concepción platónica, se inspira más bien en el sujeto cartesiano. Las razones a que responde el planteamiento cartesiano son filosóficas, no científicas, y en el fondo constituyen un maravilloso y coherente esfuerzo por salvar racionalmente al individuo y su libertad frente a la autoridad y la tradición. Pero Descartes también habla del alma y del cuerpo, aunque su sentido sea opuesto al de Platón: ahora, el acto primero del conocimiento no es el mundo ni las ideas del mundo, sino el alma. Lo primero conocido con seguridad y certeza es el alma misma, que desde entonces se empezó a llamar el sujeto. Pero este es un sujeto sin mundo, que alcanza el conocimiento de sí mismo por medio de la introspección y a través de una intuición directa. El primer y único conocimiento seguro es el de que pienso, siento, deseo, imagino, etc., mientras que el mundo, lo pensado por mí, bien podría ser o un sueño o un engaño instalado por un genio maligno. A la certeza del cogito se opone un conocimiento indirecto y secundario del mundo, no por medio de ideas, como en Platón, sino a través de la medición y el cálculo de la res extensa de la que el cuerpo propio forma parte. Para Descartes, el alma y el mundo, la res cogitans y la extensa, y con ella el cuerpo, son dos sustancias, dos entes, completamente diferentes e independientes, legando a la posteridad la ardua discusión y el insoluble problema de cómo es posible que se relacionen entre ellos. La inspiración y argumentos de la psicosomática son los mismos, por ende, son eminentemente filosóficos, de modo que la solución, si hubiera alguna, es filosófica también. En la solución del problema han intervenido diversos actores. La neurociencia, p. ej., o el conductismo, niegan la res cogitans, y todo lo entienden como cerebro o res extensa. Otros, presos aún del conflicto, aspiran todavía –y como Kandel incluso la demuestran– a una especie de armonía y correlación mágica entre la 256 | PSIQUIATRÍA UNIVERSITARIA res cogitans y la extensa. Sin embargo, son la fenomenología, y particularmente Heidegger inspirado en ella, quienes, a nuestro entender, consiguen no resolver, sino disolver el problema. Por eso, los Seminarios de Zollikon constituyen un inapreciable documento, porque en ellos, más allá de las difíciles obras filosóficas que le sirven de fundamento, Heidegger disputa directamente con los términos y conceptos propios de la psiquiatría y la psicosomática. No podemos hablar del asunto por extenso, pero quisiéramos poner un ejemplo de la argumentación heideggeriana. En el llanto por una pena la psicosomática distingue lo extenso, las lágrimas, y la cogitatio, la pena. Para estudiar lo extenso se envían las lágrimas al laboratorio (es lo mismo si se manda el cerebro entero), el que no halla la pena en ninguno de sus ingredientes. Estudiando lágrimas no sabemos nada de penas, y estudiando penas no sabemos nada de lágrimas. La res cogitans es irremisiblemente distinta y está completamente separada de la extensa, y lejos de unirlas, vincularlas o relacionarlas, la psicosomática las muestra en sus irreconciliables diferencias. Insistir en su mutua pertenencia, que el método ha descartado, es un mero acto de fe (o de terquedad) psicosomática con el que no avanzamos nada. Pero si bien las lágrimas no son un accidente exterior a la pena, sino la pena misma, con el escrutinio científico rompemos una unidad que luego no se puede recomponer: no son dos sino una y la misma cosa. Pero tampoco son una y la misma cosa: no puedo mandar la pena al laboratorio para que la analicen. Entonces son y no son lo mismo. ¿Cómo entenderlo? Frente a estas antinomias insolubles es preciso otro punto de partida. La psicofisiología es un debate filosófico importado por la medicina, que si está mal planteado ninguna investigación científica puede resolver. Si el alma es el cuerpo entonces el cuerpo es el alma, no hay dos sustancias, pero si no hay dos sustancias carece de sentido hablar ni del alma ni del cuerpo, o del sujeto y su cuerpo. Heidegger, para eludir estas circulares y mareantes contradicciones intentó un nuevo comienzo, y lo llamó Dasein (ser-ahí-el ser), que ni es un sujeto (res cogitans) ni su mundo es un objeto (res extensa).