Edgar Simón Salazar - Página inicial

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BIBLIOTECA OCTAVIO ARIZMENDI POSADA
UNIVERSIDAD DE LA SABANA
Chía - Cundinamarca
En las cimas más altas del mundo
Autores:
Diana Yinela Rodríguez Méndez
Édgar Simón Salazar Salazar
Proyecto creativo de carácter escrito
Compilación de crónicas
Tutor:
Jairo Enrique Valderrama Valderrama
Doctorando en Ciencias de la Información
Universidad de La Sabana
Facultad de Comunicación
Comunicación social y Periodismo
Chía
2014
2
1. Agradecimientos
En primer lugar, queremos dar gracias a Dios por la oportunidad de seguir con
vida para llevar a cabo cada una de las labores necesarias para finalizar este
trabajo.
También agradecemos a nuestras familias, quienes nos apoyaron, aconsejaron
e hicieron un acompañamiento a lo largo de este proceso.
Por supuesto, queremos agradecer el acompañamiento y la asesoría de
nuestro tutor, el profesor Jairo Enrique Valderrama, quien estuvo pendiente de
nosotros y nos ayudó para que este trabajo pudiera realizarse.
Agradecemos a la Universidad de La Sabana por ser aquella institución
educativa que nos formó intelectualmente y que nos brindó todas las
herramientas necesarias para terminar este trabajo de grado.
Por otro lado, damos las gracias por su tiempo, colaboración y asesoría a todos
los grandes personajes sobre quienes escribimos estas crónicas, así como a
sus familias y amigos: Alex Torres, Juan Pablo Ruiz, Luis Felipe Ossa, Marcelo
Arbeláez, Mónica Bernal y Víctor Correa.
3
2. Resumen
Este trabajo de grado está conformado por seis crónicas sobre la vida de seis
montañistas y escaladores que con entrega y perseverancia marcaron la
historia de ese deporte en nuestro país. Estos escritos periodísticos pretenden
resaltar la labor de quienes dedican su vida a esta actividad deportiva y, así,
contribuir para la formación de una cultura mediática que los visibilice. Es
necesario mencionar que la escalada y el montañismo aportan grandemente al
cuidado de los recursos naturales de Colombia y del mundo. Los seis
personajes sobre los que hablan las siguientes crónicas fueron escogidos
porque son ejemplos de esfuerzo, dedicación y sacrificio.
Abstract
This undergraduate thesis is made up of six chronicles about the lives of six
mountaineers and climbers that marked the history of this sport with dedication
and perseverance in our country. These journalistic writings aims to highlight
the work of whose dedicate their lives to this sport and thus contribute to the
formation of a media culture, that show more to these athletes. It should be
mentioned that climbing and mountaineering greatly contribute to the care of the
natural resources of Colombia and the world. The six characters about the
following chronicles were chosen because they are examples of hard work,
dedication and sacrifice
4
Tabla de contenido
1.
Agradecimientos…..………………………………………………………….2
2.
Resumen/abstract …….……………………………………………………...3
3.
Justificación del género de crónica….………………….…………………..5
4.
Justificación del tema del montañismo……….…………….……….…….12
5.
Las cimas más altas del mundo………..…………………..……………...17
5.1
“Vivir para escalar y escalar para vivir”- Alex Torres……………………17
5.2
“Entre más canas, más ganas”- Juan Pablo Ruiz……………………….20
5.3
“Cuando falta oxígeno, sobran las ganas”- Luis Felipe Ossa…….……24
5.4
“De noche pero de día, 432 horas sin oscuridad”- Marcelo Arbeláez...30
5.5
“Valentía, tesón y lágrimas congeladas”- Mónica Bernal..…..………...36
5.6
“Montañas, esencia de vida para quienes mueren por ellas”- Víctor
Correa…………………………………………………………………………45
6.
Referencias bibliográficas…………………………………………………..54
5
3. JUSTIFICACIÓN DEL GÉNERO
“Si el cronista es de raza, disfruta su género como si fuera el
mismísimo paraíso, pues allí encuentra la posibilidad de contar
historias perdurables que le permitan trascender el mero registro de
las cifras. La crónica es, además, la licencia para sumergirse a fondo
en la realidad y en el alma de la gente” (Salcedo, s.f.).
A la crónica se le ha llamado en varias ocasiones el rostro humano de la
noticia. Y no es para menos. De hecho, este género periodístico permite
mostrar una historia real, adentrarnos en la vida de un personaje, conocer a
fondo sus miedos, deseos y problemas. Por eso, muchos expertos consideran
que este género periodístico es uno de los más completos, teniendo en cuenta
que exige gran rigor e investigación, pero también permite destacar la mirada
interpretativa por parte del periodista. Eso sin mencionar la trascendente labor
social que cumple al resaltar la historia de una persona o denunciar una
injusticia mediante la profundización en la vida del protagonista.
De la misma forma, podemos afirmar que la crónica es el “antecedente
directo del periodismo actual. Es el relato pormenorizado, secuencial y
oportuno de los acontecimientos de interés colectivo” (Leñero & Marín, 1986, p.
155). De hecho, desde el momento en que el periodismo comenzó a
concebirse como relevante herramienta de la modernidad, los periodistas se
definían a sí mismos como cronistas y a los informes que elaboraban les
llamaban crónicas.
Sin embargo, el maestro español Gonzalo Martín Vivaldi es enfático al
explicar que la crónica ya era un género literario en virtud de la cual el cronista
contaba hechos históricos de forma lineal, incluso, antes de que el periodismo
se concibiera como medio de comunicación social. Y añade que la crónica es
en esencia una información interpretativa de hechos actuales o noticiosos
donde se juzga al tiempo que se narra. “Se trata de narrar los hechos a través
de una subjetividad; de colorearlos con nuestra propia apreciación, al tiempo
que se van narrando; de fundir relato y comentario en la misma frase” (1998, p.
123).
Otros autores como Susana Rotker afirman que la crónica nació mucho
antes de latinoamericanos como José Martí, Rubén Darío o Manuel Gutiérrez
Nájera, entre otros.
“Sucedió en el paso del siglo XIX al siglo XX, y sucedió en
castellano. Junto a los restos de una retórica romántica, la
modernidad, la industrialización y el cosmopolitismo provocaban un
sismo que estos autores reflejaron en sus obras. Se funda entonces
el modernismo que, lejos de concentrarse en la poesía, abarca
también la crónica. Los líricos, a la vez, eran redactores y
corresponsales. Y en ese tembladeral supieron mezclar literatura y
periodismo en la justa dosis” (2006).
La crónica es, además, la exposición objetiva de un suceso en la que el escritor
le agrega una valoración subjetiva, “recreando para el lector, desde un punto
6
de vista personal, la atmósfera en que se produjo el suceso”. Características
que hacen de este género periodístico una mezcla ideal entre humanidad,
subjetividad y sensibilidad con la objetividad, la información y la estadística. Se
convierte, así, en el escrito y la marca propia en la que el periodista cuenta los
acontecimientos del momento que, por supuesto, debe contar con un mínimo
de continuidad temática y temporal, que lleve al lector a reflexionar (CIDE,2009,
p. 21).
Tal como lo asegura Alberto Salcedo Ramos, uno de los màs
reconocidos cronistas de Colombia, “la noticia es la materia prima del
periodismo, pero se envejece pronto. La crónica vale como información para el
momento y como memoria para el futuro. La crónica le pone rostro y alma a las
noticias” (Oblitas Zamora, 2013). Por eso, la crónica trasciende en que va más
allá de la mera información, se convierte en un texto que cautiva y que busca
sensibilizar al lector con los sucesos noticiosos.
De igual forma, otro de los reconocidos cronistas colombianos, Germán
Castro Caicedo dice que el periodismo escrito sólo puede minimizar a la radio o
a la televisión retomando la crónica, ofreciéndole más elementos al lector que
la sola información. Además, insiste en que una rigurosa investigación es clave
para que la crónica pueda impactar. “En crónica no se trata de inventar nada.
Eso que algunos llaman ‘novelar’ es una trampa, un adefesio. Cuando eres
facilista y quieres todo rápido, entonces inventas” (Arango Duque, 2012).
Historia de las crónicas
Las primeras crónicas que aparecieron fueron textos históricos que describían
acontecimientos de forma cronológica sobre escenarios y personajes reales,
todo a partir de la observación del propio narrador “tomando como fuente de
referencia las informaciones recogidas junto a protagonistas o testigos
oculares” (Márques, 1992). Posteriormente, y a lo largo de la historia, la crónica
fue evolucionando de forma muy variada. Algunas relataban, por ejemplo, los
matrimonios de la realeza en las distintas monarquías, los entierros de
personas reconocidas públicamente, nacimientos de príncipes, etc. Gil
González explica que el gran desarrollo de la crónica se produjo en los siglos
IX y XIV, cuando los monjes se encargaron de producirla y ampliarla como
fuente de conocimiento (2009, p. 27).
Por su parte, en la Sagrada Biblia encontramos el libro de
Paralipómenos o Crónicas, que contiene la historia de Israel, narrada desde el
punto de vista del templo y del culto legítimo. Al inicio del libro, se explica que
“el género de su composición es de compilación de documentos, retocados con
adiciones aclaratorias, supresiones, correcciones, para amoldarlos mejor a su
propósito, aunque con alguna divergencia (…). El autor cita cuidadosamente
sus fuentes. Los títulos de estas llegan a catorce, aunque tal vez se reduzcan
todas a una o dos obras generales de la historia de Israel” (p. 398).
Sin embargo, cuando se habla puntualmente del origen de las crónicas,
nos remontamos a las épocas llamadas Descubrimiento y Conquista, en el
Nuevo Mundo. Aquellos expedicionarios que buscaban riquezas escribían
cartas para relatar todo lo que veían.
De acuerdo con Rubén D. Medina, poeta mexicano y uno de los
fundadores del movimiento infrarrealista, la crónica española es un género
7
antiquísimo, cuyos antecedentes pueden encontrarse en las crónicas de las
conquistas romanas. El descubrimiento de nuevas tierras, las realidades
inimaginables por los europeos y la convivencia con grupos ‘bárbaros’ como los
habitantes del norte de México eran sucesos extraordinarios que merecían ser
relatados y dejar una memoria escrita (1993, p. 154).
A los primeros cronistas de la conquista de América se les denominó “los
primeros historiadores generales de las Indias”, entre los que se incluyen Pedro
Mártir de Anglería, Gonzalo Fernández de Oviedo, Bartolomé de Las Casas,
Juan Ginés de Sepúlveda, Francisco López de Gamarra y José de Acosta,
quienes relataron, por ejemplo, cómo fueron las conquistas de los imperios de
México y Perú.
De Pedro Mártir se sabe que escribió la obra Nuevo Mundo en 1493 y
que se la dedicó al cardenal Ascanio Sforza. Él comparó a los indígenas con
los itálicos y concluyó “que los isleños de la Española son más felices porque
viven desnudos, sin pesas, sin medidas y, sobre todo, sin el mortífero dinero en
una verdadera edad de oro, sin jueces calumniosos y sin libros” (CRO, 1986, p.
417). Incluso, explicó que ellos no conocían la propiedad privada o las palabras
“tuyo” y “mío”.
Esta visión es poco compartida por Oviedo, quien describió al indígena
en sus crónicas como un ser imperfecto y de estatus menor, curiosamente, por
las razones que Mártir había descrito como cualidades. Oviedo afirmó que
estos rasgos tan diferentes a lo conocido por él, “lejos de constituir indicios
seguros de la edad de oro, son pruebas irrefutables de la barbarie de sus
portadores” (1986, p. 420). Relató, por ejemplo, que los indígenas podían
‘poseer’ a cuantas mujeres quisieran pero que, si había voluntad de separarse
por parte de alguno de los dos, se concedían a otro hombre sin que hubiera
conflictos o celos por ello.
A pesar de los diferentes puntos de vista y de la abundancia de crónicas,
Rubén D. Medina reúne unas características generales de las crónicas de
Indias. En primer lugar, se elaboraron de acuerdo con las “reglas preceptivas
clásicas”, en las que se narra la inteligencia del rival y los sacrificios que
debieron hacerse para lograr el objetivo elogiado. De igual manera, su
composición denota conciencia de los cánones tradicionales de la literatura de
la época (p. 162).
En segundo lugar, los primeros colonizadores y cronistas de América
eran de diversos estratos socio-económicos en España pero tenían en común
que eran lectores “y especialmente lo eran de los libros de caballería, lo cual
modifica sustantivamente la apreciación de sus crónicas” y otros órdenes (p.
161).
En tercer lugar, las crónicas procuraron ser testimonio de los
acontecimientos que ocurrieron, tuvieron un ánimo de objetividad e intentaron
describir de forma verídica cómo veían el Nuevo Mundo (p. 161).
Por otro lado, estas crónicas constituyeron en varios casos una
argumentación en defensa de la expansión imperialista de España. “Para
muchos de los cronistas, el derecho natural y la ley divina justifican la
intervención en la vida de un pueblo en defensa de lo que se considera…la
verdad” (p. 162).
8
En un quinto lugar, las crónicas de Indias se caracterizaron por
dignificar, de alguna manera, las lenguas populares pues el castellano presentó
una evolución relativamente cercana al español que se habla hoy en día.
Finalmente, Medina describe las crónicas como un antecedente a la
cultura literaria desarrollada. Por ejemplo, en la organización del tiempo que se
narra, en la composición literaria y en la perspectiva del autor (p.162).
Sin embargo, José Marques de Melo, profesor e investigador de gran
relevancia académica de Brasil, explica que del estilo tan literario se pasa al
periodismo para contar hechos cotidianos o coyunturales, pero desde una
perspectiva mucho más personal y humana. Precisamente, es esa valoración o
juicio del acontecimiento durante la narración lo que le da valor a la crónica
que, sumando la información y la investigación periodística, hacen de este
género algo único (1992).
Cabe resaltar, por otro lado, que como lo expone Miriam Rodríguez
Betancourt, profesora y fundadora de la carrera de Periodismo en la
Universidad de La Habana (Cuba), esta categoría periodística la describimos y
la estudiamos desde los países que hablan y escriben en español, puesto que
es diferente lo que es crónica para los latinoamericanos a como la conciben los
anglosajones. Por ejemplo, de acuerdo con varios teóricos estadounidenses, la
crónica se insertaría en lo que se denominaría action story (reportaje de
acción), es decir, narración de hechos que ocurren una sola vez en el tiempo.
Mientras que para expertos latinoamericanos la relacionarían con el feature, en
el que se destaca el fondo humano del acontecimiento (1999). De igual forma,
el profesor Martínez Albertos asegura que este género periodístico es uno de
los más desarrollados en el periodismo latinoamericano y, en cambio, poco
conocido en el anglosajón (1983, p.360).
Marques asegura que en la literatura hispanoamericana del periodismo,
la crónica ocupa el carácter de un género polémico por cuanto el periodista
analiza los datos y los valores que en su vivencia personal juzgue pertinentes,
enfocándolos de acuerdo con su propio juicio (p. 11).
Lo cierto es que a lo largo de la historia se ha visto que periodismo y
literatura han ido de la mano desde siempre. Como bien lo dice Daniel Samper
Pizano “algunos notables escritores del siglo XVIII, como Daniel Defoe, fueron
también periodistas. El siglo XIX reunió definitivamente los dos géneros, y son
pocos los grandes literatos que no asoman su pluma en publicaciones
periódicas” (2003).
La crónica en Latinoamérica y en Colombia
Según Darío Jaramillo Agudelo, ensayista y uno de los mejores poetas de la
segunda mitad del siglo XX de Colombia, la crónica periodística es uno de los
relatos narrativos más apasionantes para leer y de los mejores escritos que hay
actualmente en Latinoamérica. Incluso, dice que los cronistas latinoamericanos
encontraron una forma de arte sin necesidad de inventar algo, únicamente
narrando una realidad en primera persona y dejando a un lado la carga de
producir noticias con urgencia (2012, p. 11).
De hecho, la crónica latinoamericana se ha expandido y se ha formado
en su propio universo. Actualmente, revistas y periódicos que se venden
masivamente contienen crónicas de diversas temáticas, con múltiples
9
personajes reales y que varían en su extensión. Ejemplos como Gatopardo, de
Colombia y Argentina; El Malpensante, de Colombia; Soho, de Colombia;
Letras Libres, de México; The Clinic, de Chile; y Pie Izquierdo, de Bolivia.
Uno de los padres fundadores del periodismo narrativo en Latinoamérica
es Carlos Monsiváis, reconocido cronista y narrador mexicano, quien define la
crónica como la “reconstrucción literaria de sucesos o figuras, género donde el
empeño formal domina sobre las urgencias informativas” (1980, p. 13).
En Colombia, inicialmente se valoraba al periodismo por su dialéctica, su
nivel literario y político. Tal como lo explica Daniel Samper Pizano, periodista
colombiano, escritor, y libretista de series de televisión, se desarrolló un
periodismo en el que se comunicaba literariamente lo que sucedía en el país y
en el resto del mundo. La crónica, entonces, era un relato en el que se
ubicaban diferentes géneros periodísticos. De hecho, los primeros cronistas
fueron historiadores que describieron el periodo de la conquista y colonia de las
Indias, aunque mezclando datos ficticios y otros reales. Posteriormente, se
siguió llamando crónica a los escritos que narraban un suceso pasado con
contenido humano y social (2008, p. 13).
Sin embargo, la crónica en otros países como Argentina formó parte
fundamental de su historia literaria. Tomás Eloy Martínez, periodista argentino,
guionista de cine y fundador de El Diario de Caracas, asegura que la crónica es
el género central de la literatura argentina y cita algunos libros como Una
excursión a los indios ranqueles, de Mansilla; En Viaje, de Cané; e Historia
Universal de la Infamia, de Borges (Caparrós, 2008, p.p. 12). “Hoy en día, la
crónica latinoamericana es un género autónomo, con su propio territorio que
tiene tratados de límites –o de ilímites-, por un lado, con la información neutra
del periodismo establecido y, por otro lado, con la literatura” (Jaramillo, 2012,
p.p. 30).
Características
Una “acepción de la palabra crónica se ha utilizado para designar
cierto tipo de ensayos ligeros, de corte literario… Y, con el
transcurso de los años, la crónica ha llegado a ser una modalidad
periodística que algunos profesores tratan de separar
minuciosamente del reportaje” (Samper, p.p. 14).
Tal como lo menciona Rafael Yanes Mesa, doctor en Periodismo y autor de
varios libros de ciencias de la comunicación, la información y la interpretación
son dos componentes fundamentales y necesarios en este género periodístico.
Esa es su misma esencia. Indispensablemente, necesita ser algo más que la
mera información noticiosa pero no llega a ser sólo opinión (2010).
Igualmente, otra de las características que le dan dinamismo a la crónica
es que no necesariamente es relatada de forma cronológica, es decir, en el
orden en que ocurrieron los hechos.
“El cronista tiene licencia para comenzar por la parte de la historia
que estime más conveniente para sus necesidades narrativas…
10
aunque los acontecimientos no se narren en el mismo orden en que
se presentaron, al lector le debe quedar claro qué fue lo primero y
qué fue después” (Salcedo, p. 2). El tiempo determinará, además, el
ritmo y la credibilidad.
Vicente Leñero y Carlos Marín, experimentados periodistas mexicanos,
explican en una lista las características que definen la crónica. En primer lugar,
es un relato que pretende recrear la historia de un suceso, describiendo los
hechos tal cual sucedieron de forma cronológica. Valga aclarar que si bien
debe haber un orden cronológico no necesariamente la crónica debe ser
contada desde el inicio hasta el final del acontecimiento. De hecho, lo que
enriquece a este género periodístico es su versatilidad y la flexibilidad existente
en el tiempo que se desea manejar. Por ejemplo, la crónica puede empezar su
narración desde el final del suceso y terminar en su inicio (1986, p. 155). Sin
embargo, sí se debe responder en algún momento a las principales
interrogantes periodísticas: ¿qué?, ¿quién? , ¿cómo?, ¿cuándo?, ¿dónde? y
¿por qué?
También, explican que es necesario que el hecho que se describe sea
real, lo más completo posible y no deben faltar detalles relevantes. Cabe
aclarar, además, que parte del deleite de la crónica es el uso de figuras
literarias como las metáforas o las analogías. Sin embargo, nunca se debe
faltar a la verdad.
Otras características que debe tener la crónica son el lenguaje sencillo y
claro, pues debe dirigirse al público en general, debe ser oportuno y tener una
vigencia generosa en el tiempo. Procurar que se trate de un hecho actual o
novedoso. En caso de que se trate de un tema ocurrido en el pasado, debe
tener datos nuevos, actuales y aportar algo adicional a lo que ya se conocía.
En resumen, según Leñeros y Marín, la crónica debe ser un relato
dirigido a un público general y que se fundamente en responder a cómo
sucedió el hecho.
De igual forma, lo que destaca a la crónica periodística es que es el
mismo autor quien decide y quien define su estilo personal. Su forma de narrar,
el orden de cómo cuenta los acontecimientos, las figuras literarias que usa, y
los demás elementos que constituyen la crónica dependen del periodista.
“Si quisiéramos delimitar el estilo de la crónica, por tanto,
llegaríamos a la conclusión de que es fundamentalmente libre. Los
elementos creativos que le dan la autoría del cronista conforman su
esencia como texto diferenciado. Por ello, la firma es un dato
importante para el lector por su triple función noticiosa-informativavalorativa, aunque esa libertad está condicionada por el hecho que
se narra, y que consiste en el núcleo informativo que la origina”
(Yanes, 2010, p. 5).
Claro está que esa libertad debe enmarcarse dentro de los límites éticos del
periodismo que evitan la deformación de la realidad. Si bien la ideología y la
subjetividad del cronista van a definir el enfoque de la crónica, éstas no deben
11
nunca distorsionar la veracidad de los hechos, pues este género sigue teniendo
la función de informar.
Para Leila Guerriero algunas características de la crónica están
presentes en “el tono, el ritmo, la tensión argumental, el uso del lenguaje, y un
etcétera largo que termina exactamente donde empieza la ficción. Porque la
única cosa que una crónica no debe hacer es poner allí lo que allí no está”
(2008).
Lo cierto es que la crónica está formada e influenciada por elementos
tomados de otros géneros literarios y periodísticos, lo que la hace rica en
contenido y forma.
“De la novela extrae la condición subjetiva, la capacidad de narrar
desde el mundo de los personajes y crear una ilusión de vida para
situar al lector en el centro de los hechos; del reportaje, los datos
inmodificables; del cuento, el sentido dramático en espacio corto y la
sugerencia de que la realidad ocurre para contar un relato
deliberado, con un final que lo justifica; de la entrevista, los diálogos;
y del teatro moderno, la forma de montarlos; del teatro grecolatino, la
polifonía de testigos, los parlamentos entendidos como debate: la
"voz de proscenio", como la llama Wolfe, versión narrativa de la
opinión pública cuyo antecedente fue el coro griego; del ensayo, la
posibilidad de argumentar y conectar saberes dispersos; de la
autobiografía, el tono memorioso y la reelaboración en primera
persona”. (Villoro, 2006)
De igual forma, Leñeros y Marín proponen distinguir tres tipos de crónicas:
1) La crónica informativa: Se centra primordialmente en la información y
deja de lado las opiniones o los juicios. En esta, se amplía la
información, se desglosan los datos y se describe gran cantidad de
detalles. Este tipo de crónicas, generalmente, suele estar dirigido a un
lector que desea profundizar un determinado suceso y dispuesto a
dedicar el tiempo necesario a la lectura del mismo (p. 156).
2) La crónica opinativa: Es el relato de un acontecimiento reconstruido por
el reportero. De esta forma, elementos objetivos y subjetivos encuentran
su punto de equilibrio. Además, simultáneamente se está informando y
comentando. En esta crónica, el periodista debe tener pleno
conocimiento y detalles minuciosos del hecho que se narra (p. 167).
3) La crónica interpretativa: Básicamente, consiste en un relato de opinión
más que de información. El periodista, a partir de la realidad, interpreta
los fenómenos sociales. Además, ya se enjuician los hechos para
orientar al público frente a un determinado suceso (p. 174)
12
4. JUSTIFICACIÓN DEL TEMA
Este trabajo periodístico pretende demostrar la importancia del montañismo y la
escalada en nuestro país a través de las crónicas de seis montañistas
colombianos. Igualmente, se hace necesario que los grandes medios y los
medios especializados empiecen a formar una cultura de montaña en el común
de la sociedad y se enseñe la manera de cuidar estos recursos naturales de
nuestro país.
Escogimos el tema del montañismo porque entendemos la importancia
de conservar las historias, anécdotas y vivencias de los escaladores
colombianos en sus diferentes hazañas y porque intentamos mostrarle al lector
lo interesante de este deporte extremo que cada día tiene más acogida en
nuestro país.
Además, teniendo en cuenta que Colombia tiene gran cantidad de
nevados y montañas para practicar el deporte, se hace necesario aprender a
conservarlos y a encontrar un equilibro ambiental en el desarrollo del
ecoturismo.
Para escoger el tema de una crónica “es recomendable que haya
conflicto, es decir, obstáculos entre el personaje y sus metas, enfrentamiento
con otros seres o a veces consigo mismo, choque con su entorno, dificultades
en su rutina cotidiana” (Salcedo, 2011). En las crónicas sobre montañismo
presentadas en este trabajo periodístico se muestran los obstáculos presentes
en la vida misma y en las montañas, donde es necesario trabajar en equipo y
hacer algunos sacrificios para llegar a una meta o a una cumbre.
Con el tema escogido tratamos de captar la atención del lector, dándole
emoción, acción, también expectativa y suspenso respecto a los destinos de
los protagonistas. Escalar una montaña es difícil, de hecho es muy peligroso y
para algunos únicamente encontrarán la muerte.
El periodismo deportivo es una de las especialidades más apetecidas
por los comunicadores y una de las más consumidas. El futbol, como sabemos,
está en primer lugar al momento de informar, tiene mayor fanaticada y mueve
mucho dinero. Otros deportes son registrados por los medios cuando ocurre
algún evento de interés mundial, como los Juegos Mundiales en Cali, los
Juegos Olímpicos, los Juegos de Invierno, etc.
Sin embargo, las publicaciones sobre montañismo o escalada son tan
escasas que pueden contarse con los dedos de una mano. Únicamente las
grandes hazañas del montañismo mundial ‘mojan prensa’ durante algunos
días, como el ascenso al monte Everest y otras importantes montañas.
La mayoría de publicaciones son pequeñas noticias o entrevistas; sin
embargo, han sido pocos los cubrimientos que realmente profundizan con una
crónica, un reportaje o un documental.
Así mismo, las publicaciones especializadas en estos deportes han ido
desapareciendo junto con la Federación Colombiana de Escalada y
Montañismo que se fue desintegrando lentamente a la par con las ligas y
clubes de escalada. Durante muchos años, los escaladores trabajaron sus
proyectos individualmente sin el apoyo de una federación. Sin embargo, el año
pasado para participar en los Juegos Mundiales en Cali, se hizo un gran
13
esfuerzo para restablecer la Federación Colombiana de Escalada Deportiva. A
pesar de que hay un apoyo para la escalada competitiva, el respaldo para el
alpinismo y montañismo no está incluido.
Publicaciones especializadas en montañismo
En la actualidad, la única revista especializada en temas de montañismo y
escalada es ‘La Piola’, una publicación que nació hace tres años bajo iniciativa
de Jhonatan Pardo, miembro del Club de Escalada de Suesca.
Pardo, director actual de ‘La Piola’ nos hizo un breve recuento de
algunas de las publicaciones de montaña que existieron en Colombia. Una de
ellas fue la revista ‘PAN’, que apareció por los años 40. “Se trataba de una
revista cultural y de variedades, pero publicaban artículos escritos por Erwin
Kraus, pionero del montañismo en nuestro país”, recordó Pardo.
La importancia de Kraus es notoria en toda la historia del montañismo; él
se dedicó durante toda su carrera al único tema de la alta montaña colombiana.
Además de ser montañista, Kraus fotografiaba y pintaba lo que para él tuvo un
profundo e importante significado espiritual y filosófico, evidente, en la
intensidad y la calidad con la cual fotografió estos lugares durante más de dos
décadas.
“Las fotografías de Kraus, realizadas en su mayoría alrededor de la
mitad del siglo XX, fueron, por varias décadas, no solo el primero
sino el único documento sobre nuestros páramos y nevados, lugares
lejanos e inhóspitos adonde muchos colombianos nunca se han
acercado” (Echavarría, 2006)
Otra de las publicaciones fue ‘Campo Abierto’, una revista pequeña,
impresa en blanco y negro que salió por los años 80. “Fue el primer boletín de
montaña que se hizo en Colombia; salió de la Federación de montañismo de la
época y solamente tuvo cinco ediciones”, explicó Pardo.
También existió la ‘Revista Retorno’; “era una revista enfocada un poco
más a los viajes de montaña, de turismo de montaña, de excursiones y de
caminatas, no tanto de escalada técnica sino de naturaleza, campo abierto,
etc.”, relató Pardo. Esta publicación alcanzó las once ediciones, y desapareció.
Por su parte, la revista ‘Vertical’ publicó contenido únicamente de
escalada en roca, tuvo tres o cuatro ediciones y se acabó. ‘Viajes y aventura’,
que actualmente existe, es una revista especializada en viajes, en la que
ocasionalmente publican contenido de montaña.
“El motivo por el cual han ido desapareciendo es por el tipo de mercado
de montaña en Colombia, porque no es tan robusto como para lograr mantener
una publicación”, explicó Jhonatan. Sumado a esto, la mayoría de las
publicaciones han sido independientes, por lo cual no han sido sostenibles
económicamente, y el poco mercado las ha llevado a la quiebra.
Libros
Respecto a libros sobre montañismo, encontramos dos publicaciones en
Colombia. En primer lugar, el libro “8848 Everest, el sueño de uno es el sueño
de todos”, cuyos autores son Juan Pablo Ruiz, Nelson Cardona, Marcelo
14
Arbeláez y Fernando Araujo Vélez. El libro relata la historia de Nelson Cardona,
un montañista discapacitado que subió al Everest y resalta la autenticidad, el
valor, el trabajo en equipo, el liderazgo y los objetivos presentes en cada
expedición.
El otro libro es “Los hijos de la roca”, un libro de Luis González
Sarmiento que ilustra lo que significó la expedición Everest del 2007 a través
de las historias de montañistas como Luis Felipe Ossa, Katty Guzmán, Mónica
Bernal y Ana María Giraldo.
La Piola
Esta revista es actualmente la única publicación especializada en montañismo
y escalada en Colombia. La publican cada tres meses, lleva tres años y ha
llevado al mercado doce ediciones. La Piola es de distribución gratuita, se
financia principalmente con pauta publicitaria de almacenes que venden
artículos de montaña y outdoor. Sin embargo, una buena parte ha sido
mantenida con dinero del bolsillo de Jonathan Pardo, su director.
Las primeras ocho ediciones las pagó completamente él, ya que aún no
contaba con el apoyo económico de la pauta. Luego de gestionar en los
diferentes almacenes, ha logrado financiar la impresión; sin embargo, no se
financia el trabajo, ni la graficación, ni las fotografías, ni el diseño, ya que todo
esto se hace a partir de los colaboradores y miembros del Club de escalada de
Suesca.
El alcance de esta revista llega a los 15.000 lectores a la semana en su
versión digital (lapioladigital.blogspot.com) y en la versión impresa, a
aproximadamente 2.500 lectores por edición (cada tres meses).
El público al que está dirigida La Piola lo conforman personas
interesadas en la escalada en roca y el montañismo y con algún tipo de
cercanía a estos deportes.
“La idea [el objetivo] es que cualquier persona la pueda leer porque
es cultura, sin embargo tiene un componente técnico importante y
una persona que nunca ha sabido lo que es el montañismo no va a
entender muchas de las cosas porque algunos artículos y reportes
están escritos en lenguaje técnico”, dijo Pardo.
La Piola es una revista que sigue vigente porque Jhonatan está dispuesto a
pagar todo lo que implica.
“No es una revista comercial que busque vender pauta grande, sino
más bien una revista de cultura de montaña. No es para vender
productos ni moda, sino para enseñarle a la gente lo que es la
cultura de montaña, para contar historias, mostrar personajes, hablar
de geografía, etc. Realmente es una revista de leer, no tanto de
mirar, por eso es en blanco y negro, la gente no llega por las
fotografías, sino que llega por los textos”, explicó Pardo.
Se trata de una labor filantrópica. Mantener la revista es un compromiso con él
mismo, porque le gusta el tema de la montaña y porque genera cultura de
montaña. Para Pardo, los escaladores de hoy en día solamente escalan, pero
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no les interesa aprender sobre montañismo y sobre personajes, ni conocer las
historias, ni las anécdotas o situaciones que se han vivido en la montaña.
Además, la mayoría de personas que no conocen el deporte no
entienden lo que es el sentimiento y la filosofía de estar en una montaña. Es
decir,
“¿por qué se hace montaña, para qué se hace montaña, por qué una
persona va y arriesga su vida para ir a un lugar donde no hay nada,
por qué uno se queda cinco minutos y luego se baja? Entonces, ese
trasfondo es la filosofía de montaña y es lo que yo trato de
transmitirá través de La Piola”, aseguró Pardo.
Para el director de este medio, en Colombia no hay cultura de montaña debido
a que el común de las personas no entiende lo que es esta actividad y su
importancia.
“A la gente que no sabe sobre el deporte le da lo mismo quién haya
subido Monserrate a quién haya subido el Kanchenjunga (tercera
montaña más alta del mundo), porque no tienen idea de lo que
significa, su importancia y el valor espiritual que representa para la
gente de allá y para los montañistas. Las personas tampoco
entienden por qué los montañistas se están todo ese tiempo por allá
arriba aguando hambre, sed, sueño, frio, de todo, para alcanzar una
cumbre”, expresó Pardo.
Y es precisamente por esta falta de cultura de montaña que la mayoría de
periodistas colombianos y de medios no se interesan por el deporte, porque no
lo conocen y no se han atrevido a investigar y profundizar un poco más en él.
Justamente, si los periodistas no pueden transmitir el sentimiento y la pasión
con que los montañistas colombianos realizan sus hazañas, el común de la
gente no podrá valorar y entender la importancia de esta actividad que va muy
de la mano con el cuidado de la naturaleza.
A través de esta colección de crónicas que dan cuenta de la vivencia de
seis montañistas en diferentes lugares del planeta, intentaremos mostrar al
lector la importancia de sus hazañas y las motivaciones por las cuales se
enfrentan a tantas incomodidades para alcanzar una cumbre que las personas
solo recordaran por unos días, pero que para ellos representa un eslabón muy
valioso en sus vidas.
Si nadie publica todas esas epopeyas y hazañas, se quedan en el olvido;
finalmente, es como si no se hubiera hecho nada. En muchas montañas no hay
quien certifique que se alcanzó la cumbre; la mayoría de ellas se quedan en el
olvido aunque sean grandes proezas. Si no hay medios que las visibilicen,
nadie se interesa ni se entera.
Como bien lo dijo Kraus, uno de los primeros fotógrafos de alta montaña:
“Subir una montaña no es un deporte como tal, sino una filosofía.
Uno encuentra un reto en la montaña, pero no es ella la que lo
plantea, sino que el reto está dentro de uno mismo. Uno trata de
escalarla y de verla, de sentirla e intenta compaginarse con ese tipo
del globo terráqueo, y tiene acceso a cosas que los demás mortales
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no ven porque no van. Es una relación espiritual indudablemente”.
(Vega, 1996, p. 139)
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5. LAS CIMAS MÁS ALTAS DEL MUNDO
5.1 VIVIR PARA ESCALAR Y ESCALAR PARA VIVIR
A las siete y media de la mañana, como todos los días, llega Alex Torres a la
vieja bodega donde guarda su equipo de escalar. Toma un arnés, unos zapatos
“pie de gato”, busca rápidamente las cuerdas y los seguros de escalada. Alex
toma un sorbo del café sin azúcar y muy oscuro que estaba en la mesa y sale
del lugar agarrado de la mano de su acompañante.
A esta hora rastros de neblina todavía continúan posándose en el
hermoso paisaje de las rocas de Suesca, un municipio no muy lejano de
Bogotá. La brisa aún corre y el frío se hace notar.
Alex tiene 27 años, es instructor de escala desde hace 7 y ama escalar
tanto como enseñar. Su novia, Cindy, ha aprendido mucho de este deporte al
lado de él y rápidamente se ha ido acostumbrando a acompañarlo todas las
mañanas para entrenar. Llevan poco más de tres años de novios.
Con un tono serio y parco, Alex empieza a hablar de sus inicios en la
escalada. “Empecé como a los 12 años porque un amigo me dijo que
viniéramos a Suesca a escalar. Me trajo de ‘parche’, de salida de fin de
semana. Obviamente, yo no tenía ni idea de cómo hacerlo, no sabía nada, pero
me encantó desde el primer momento. Ahí conocí a Lucho”.
Lucho es el amigo que lo inspiró y que le dio la oportunidad de trabajar
como guía de escalda. Su nombre es Luis Felipe Ossa, dueño de un
reconocido restaurante llamado Vámonos Pa’l Monte. Precisamente, cuando
empezaba a trabajar allí, a Alex le ofrecieron la posibilidad de trabajar en un
almacén que, en ese momento, se llamaba Gravedad.
Su desempeño contribuyó a que ambos negocios se fusionaran y de ahí
nació una tienda de equipos de montaña que hoy se llama Monodedo. Este ha
sido uno de los proyectos de los que se siente más orgulloso porque le permitió
crecer como profesional en el campo del montañismo como en el de los
negocios. Trabajó, después, como auxiliar de guía y luego se inició como guía
independiente FreeLancer.
Alex y Cindy caminan pausadamente por la vía del tren que lleva a las
piedras. Esta vía queda a un metro de distancia del farallón de roca y lo
acompaña hasta que termina después de tres kilómetros. A las altas y
grandiosas montañas rocosas, les cuelga musgo desde sus alturas y están
rodeadas por vegetación silvestre.
En las rocas hay tranquilidad y paz. Los pájaros cantan desde las alturas
de la roca y de otros árboles cercanos a las fincas aledañas. A lo lejos un perro
ladra y una vaca muge, pero nada más interrumpe la calma y serenidad de este
lugar.
Alex y su novia caminaron un poco más por la vía del tren mientras
discutían qué ruta hacer. Mencionaron “el hormiguero”, “el canal de Panamá” y
“el gusanito de fuego”. Al poco tiempo, decidieron situarse en la entrada, cerca
de dos escaladores que montaban una ruta.
Alexander escala hace más de 10 años y se ha dedicado a la guianza de
esta actividad desde el 2006, a lo largo de este tiempo se ha podido preparar
en parques de escalada como la Mesa de los Santos, la Sierra nevada del
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Cocuy y Güicán, el Parque de los nevados, las Rocas de Suesca, entre otros
parques nacionales.
La trayectoria internacional de Alex comenzó en la Cordillera blanca en
Perú y posteriormente en el Himalaya donde participó de la expedición
colombiana al Manaslu, la octava montaña más elevada del mundo, en 2008.
Actualmente es reconocido como guía de alta montaña por la escuela de
guías e instructores de Bolivia, título que lo acredita como aspirante a guía de
la Unión Internacional de Asociaciones de Guías de Montaña, UIAGM.
A partir de todas estas experiencias, Alex descubrió en la escalada una
actividad divertida, agradable y se apasionó por “cierta dificultad que hay en
los movimientos del cuerpo”; sumándole la aventura y el vértigo de estar en las
alturas.
Alex de repente sonríe con sus grandes dientes, unos más largos que
otros, y menciona lo increíble que es adaptar el cuerpo a una pared vertical con
“agarres”, que son las formas de la roca. Dice que es una coincidencia y una
maravilla que una piedra de 100 metros de altura tenga “agarres”.
Alex se colocó el arnés y de su maleta sacó un enjambre de
mosquetones, cintas y grigri (sistema de seguridad que permite dar seguridad
en una cordada de escalada de manera semiautomática). Seleccionó los
necesarios y empezó a colgarlos en su arnés. Mientras tanto, Cindy con sus
delgadas y blancas manos sacó la cuerda y la anudó, pero su novio no le
permitió “puntear”, es decir, montar la ruta y colocar los seguros en la roca con
la cuerda por debajo del cuerpo porque, mientras se coloca el primer seguro,
no hay más garantía de no darse un golpe que el agarre y la adherencia del
cuerpo con la roca. Alex dice que puntear es verdaderamente escalar, porque
se tiene la cuerda debajo, lo cual conlleva a riesgos y adrenalina propios de
este deporte.
El instructor, de tez morena y pelo negro crespo, anudó la cuerda en
forma de ocho en la parte delantera de su arnés, se colocó los pies de gato o
zapatos especiales para escalar, éstos quedan tallados al pie para mejores
movimientos y precisión. Cindy lo aseguró atada a la misma cuerda con un
grigri. Sin pensarlo más, subió 5 ó 6 metros fácilmente gracias a sus grandes
músculos tonificados, tan bien trabajados que le permiten realizar diversas
hazañas en las montañas. Colocó el primer seguro colgado de una sola mano,
empezó a montar la ruta de “el gusanito de fuego” y avanzó 12 metros en
menos de 10 segundos.
Alex miró la roca con suma concentración buscando dónde apoyar su
siguiente mano o pie para ascender, rebuscó una ranura cercana, muy
pequeña, donde apenas cabía la punta de su pie de gato, se apoyó
rápidamente para alcanzar con su mano un agarre más grande. De pronto, se
encontró con un hueco lleno de agua y resbaló. Frunció el ceño, escupió hacia
el suelo y pegó un par de patadas a la roca.
Tomó aire y, con gran fuerza, regresó a donde se encontraba, untó sus
manos con magnesio para no resbalar de nuevo y, buscando una ranura tras
otra, llegó a colocar su cuarto y último seguro.
Tras llegar a la estación, pidió que lo sostuvieran, se sentó un momento
en el aire colgando de su arnés y solicitó bajar. Entonces Cindy soltó el grigri
que le permitió descender en rapel en menos de un segundo. Quedó colgado
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en el aire, pues Cindy le frenó la bajada para jugar con él. Durante varios
minutos, rieron, jugaron, se persiguieron y se hicieron cosquillas. Luego, Alex
pudo tocar el piso y soltarse la cuerda para que Cindy pudiera trepar la ruta.
Por un momento hablaron y recordaron momentos de escalada libre en una
pared en la Sierra Nevada del Cocuy hace unos años.
Alex es escalador pero también montañista y prefiere la alta montaña por
encima de la roca. “Escalar en Suesca se convierte en una actividad, después
de unos años, más rutinaria; igual, en ningún caso, la escalada es un juego.
Pero, la alta montaña tiene, además, un ingrediente, una incertidumbre
adicional, como el clima, las condiciones, el lugar y generalmente es muy
desconocido, todo eso la hace más interesante”.
Su facilidad para trepar las paredes de roca y su rapidez dan la
impresión de que fuera una labor que no requiriera gran esfuerzo físico.
Además, no se cansa, no suda y no necesita mucha hidratación durante su
entrenamiento. Al parecer, la roca ahora es para él un calentamiento para
enfrentarse a la montaña de nieve.
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5.2 ENTRE MÁS CANAS, MÁS GANAS
Por los espacios de su casco se alcanzaban a ver algunos hilos de plata,
muchos de ellos sólo son cabellos llenos de nieve y otros simples marcas de la
vejez. A sus 56 años todavía se mantiene en forma. Clava con fuerza los
crampones (zapatos con agarres en la suela) en el hielo, respira rápidamente,
sostiene el aire y arremete hacia la cima de una hermosa montaña.
Juan Pablo Ruiz, uno de los más experimentados montañistas de
nuestro país, caminaba junto con su compañero de expedición, rumbo a la
cima de una montaña colombiana, una sin nombre conocido, ubicada en la
Sierra Nevada de Santa Marta.
La inmensidad y la sabiduría de la naturaleza pueden encontrarse en
todo su esplendor en aquellas alturas, donde es fácil divisar los más bellos
horizontes, los más claros amaneceres y los más rojos ocasos. A punto de
llegar a la cumbre Juan Pablo vio un cóndor que se levantaba de su nido para
prestar atención a esos humanos que llegaban hasta su morada. Tras varias
vueltas en el aire, el ave tan solo se posó estática sobre las cabezas de estos
exploradores para observar todos sus movimientos.
Más que las montañas para escalar fuera del país, Juan Pablo prefiere
las de Colombia. Subir al Everest fue importante para él, por supuesto, pero las
montañas colombianas son demasiado especiales, sobretodo porque han sido
poco exploradas.
Mientras aquel cóndor los observaba desde lo alto, Juan Pablo
recordaba aquello que lo había llevado hasta allí. Desde hacía varios años
Juan Pablo tenía la ilusión de recorrer todas las montañas de Colombia, por lo
que inició una expedición para recorrer los 64 picos más altos del país.
“Hicimos los 22 picos de la Sierra Nevada del Cocuy, 18 de la Sierra Nevada
de Santa Marta, 4 del Nevado del Huila, todos los del parque de los nevados y
los volcanes de más de 4.400 metros que tiene nuestro país”, explicó con cierta
seriedad.
En Santa Martha pocas personas habían escalado, por lo que había
varios picos sin ascender y otros tan solo habían sido tocados una vez por
extranjeros, así que para Juan Pablo era perfecto inaugurar estas montañas.
El pico Colón y el pico Bolívar son los más conocidos de esta cadena
montañosa, así que iniciarían por los demás, aquellos a los que no les habían
puesto nombre. Para nuestro experimentado montañista en esa expedición
hubo dos momentos muy importantes: el primero respecto a la sensación que
tuvo; y el segundo respecto a la escalada.
El de la sensación lo vivió cuando escalaban una montaña en un
costado norte de la Sierra, de los picos que dan contra el mar. Juan Pablo y su
acompañante habían hecho la promesa al “Mamo de la Sierra”, es decir, el jefe
máximo de la tribu indígena, de no tomar fotografías y no tomar las ofrendas de
sus dioses, todo esto con el fin de obtener el permiso y la bendición para
escalar la montaña. Con el permiso espiritual los expedicionarios iniciaron la
travesía.
–Había morritos en piedra a manera de señal y de ubicación dentro de la
montaña. Cuando hacíamos la caminata nos encontramos con esta montaña
sin nombre que estaba rodeada por nieve pero en el centro tenía roca.
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Llegando a la cima nos encontramos con una pared y un altar hecho con dos
piedras. Se trataba de una sensación de paz interior que es indescriptible -sus
palabras revivían el momento como si lo estuviese viviendo nuevamente.
Juan Pablo relata sus aventuras al tiempo que mueve sus manos
tratando de hacernos entender lo que las palabras no pueden explicar.
En el borde, a 5.500 metros de altura, vieron al cóndor… aquél cóndor
que duró cerca de veinte segundos suspendido en el aire. – Es uno de los
momentos más mágicos que he vivido en una montaña – comentó Juan Pablo
mientras sonríe.
En términos de montaña, de técnica, de dificultad, Juan Pablo y su
compañero deseaban hacer la travesía integral de los tres picos más altos de
Colombia: el pico Bolívar, el pico Colón y el pico Santander. La hazaña ya la
habían intentado hacer unos alemanes y no lo lograron, por eso mismo era un
gran reto.
Iniciaron por el pico Colón, una montaña de 5.700 metros de altura. En el
Santander había una cresta muy difícil que nadie había finalizado. Las
formaciones de la montaña les impidieron seguir por el camino planeado, así
que tuvieron que descender, sin alcanzar su propósito, después de un recorrido
de 23 horas.
– En términos de placer y logros de alta montaña los más importantes
fueron en esa Sierra Nevada, aunque no logramos realizar la travesía integral
cada una de las dificultades que se nos presentó estuvo llena de lecciones
importantes de montaña– recalcó Juan.
Estas dificultades fueron mínimas en comparación con aquellas veces
en las que ha tenido que tomar decisiones de vida o muerte como jefe de
expedición o cuando tuvo que definir cuáles miembros del equipo iban a
intentar hacer la cumbre y quienes irían tan solo de apoyo.
Un compañero de vida
La amistad entre Juan Pablo y su compañero de expedición, el montañista
Marcelo Arbeláez, se ha mantenido desde que los dos tenían 17 años, cuando
alcanzaron su primera cumbre juntos. Aún viajan a cada expedición para
apoyarse y ayudar a otros a alcanzar logros como los que ellos han entregado
a nuestro país.
– Cuando con Marcelo escalábamos, había cosas que yo sabía que no
podía hacer, pero que él sí podía; era tal el nivel de conocimiento que nos
teníamos que éramos capaces de inducir este tipo de evaluaciones -dijo Juan
Pablo al tiempo que miraba a su amigo.
– ¿La montaña los ha unido?
– Con Juan Pablo, mi relación es de vida, desde que nos conocimos,
desde que fuimos juntos por primera vez a una montaña, desde que juntos
alcanzamos también la cumbre más alta de la tierra (el Everest). Juntos hemos
realizado, si no todos, la gran mayoría de los proyectos de montaña en los que
yo he estado. Juan Pablo Ruiz es un compañero de vida, es un amigo y es un
socio, es a quien también admiro, respeto y de quien también aprendo
permanentemente mucho – explicó Marcelo devolviéndole a su amigo una gran
sonrisa.
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Según Juan, Marcelo siempre ha sido un gran escalador en roca, y él le
ha dado la seguridad a los momentos difíciles. Como en aquella montaña que
tenía formación rocosa en el centro, el apoyo entre los dos fue fundamental.
Marcelo punteaba la ruta, mientras que su compañero Juan Pablo lo
seguía. A pesar de los agarres tan pequeños presentes en esa roca, Marcelo
lograba ascender con facilidad. Sostenía la respiración y trepaba, miraba a su
compañero que estaba abajo y le hacía una seña para que siguiera tras él. El
camino rocoso fue corto, por lo que rápidamente lograron llegar a la nieve y
continuar caminando. En aquel punto ya estaban los dos, bebiendo agua de
sus cantimploras y contemplando el paisaje.
– Por ejemplo, la primera vez que fuimos al Ritak’wa negro, en la Sierra
Nevada del Cocuy; ir con él era una garantía; él y Cristóbal Von Rothkirch son
las dos personas más importantes para mí en términos de escalada y montaña
– dijo Juan Pablo –Marcelo estuvo conmigo en la cumbre del Everest, llegamos
juntos, tomamos determinaciones juntos, fuimos comprometidos de lado y lado.
Marcelo es la persona con la que más he vivido intensamente la montaña –
indicó Ruiz y dibujó una sonrisa en su rostro.
Y precisamente juntos lideraron la segunda expedición al Everest, en el
2007, cuando ayudaron a Luis Felipe Ossa a convertirse en el primer
colombiano en subir el Everest sin oxígeno suplementario y llevaron a nuestras
tres primeras mujeres hasta la cima. Juntos también realizaron la expedición en
el 2010 (Juan Pablo como jefe de expedición) y ayudaron a Nelson Cardona a
ser el primer colombiano discapacitado en alcanzar la cumbre del mundo.
La preparación física y actividad constante hace que Juan Pablo se vea
mucho más joven y sano. A sus 56 años le sigue dando ‘sopa y seco’ a muchos
montañistas. – A mi edad, uno se encuentra con compañeros de colegio y ellos
tienen apariencia de abuelo, mientras que a mí la montaña me ha motivado a
continuar en forma. Me gustaría seguir haciendo montañismo, obviamente
autoevaluando a cuáles montañas se puede exponer y a cuáles no; hay que
saber cuándo hay que devolverse -expuso este veterano montañista.
– Parece un campesino de Machetá, es para “totiarse” de la risa, por su
forma de expresarse, de vestirse y la manera de contar las cosas. Pero es un
tipo supremamente inteligente y los cuentos de él son divertidísimos– dijo Juan
Pablo Montejo, un amigo de montaña.
Pero el humor no es su única cualidad. Sus amigos cuentan que es una
persona llena de sencillez y humildad; de cualquier manera, las montañas
despojan a los hombres de sus máscaras. En una montaña inhóspita, pasando
hambre o dificultades, las personas son tal cual son y se ayudan como
verdaderos amigos, sobre todo en las cordadas, que son los grupos que se
forman para apoyarse en el ascenso, donde todos van atados a la misma
cuerda. En esos momentos, se trata de un motivo de hermandad y, como dice
Montejo – en las montañas uno construye las mejores amistades.
Su amigo Montejo solo tiene palabras de agradecimiento para él: –Hacia
Juan Pablo siento un profundo cariño y un profundo respeto como persona y
como montañista, él es una persona con un amor genuino por la montaña y ha
hecho que yo haya podido escalar montañas y haya conocido lugares
increíbles.
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Y allá estaba el montañista más experimentado de Colombia, en una
montaña sin nombre, disfrutando de lo indescriptible y a punto de descender.
Cada uno de los elementos, perfectamente puestos en aquellas alturas, le daba
un toque mágico al momento. Realmente estar en una cima, encontrar paz,
vegetación, animales, nieve, cielo despejado y una vista maravillosa es algo
que Juan Pablo no puede expresar con palabras. – Es necesario estar en aquel
lugar, despojados de todo lo material, para entender lo magnifico de la creación
–esbozó el montañista.
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5.3 “CUANDO FALTA OXÍGENO, SOBRAN LAS GANAS”
Nosotros lo esperábamos ansiosos en su restaurante en Suesca. Sin saber por
qué, teníamos afán y queríamos conocerlo pronto. El lugar dice mucho de él y
de su profesión, ya que es una construcción con arquitectura tibetana y
decoración totalmente oriental. Todo traído de esos bellos lugares que él ha
visitado en su experiencia como escalador y montañista; en especial del Tíbet,
ya que allí se encuentra la montaña que lo hizo portador de la Antorcha
Olímpica en Beijing 2008 y en el primer colombiano en alcanzar “la cima del
mundo”: el monte Everest, sin la ayuda de oxígeno suplementario.
Actualmente, Luis Felipe Ossa es conocido como uno de los mejores
escaladores y montañistas de nuestro país. Está vinculado al proyecto Iconos
de la Escalada Mundial. También, dicta charlas de motivación empresarial,
tiene un restaurante y una escuela de escalada en Suesca, en sociedad con
Guillermo Prieto “Pirry”, y una hermosa familia conformada por su esposa y sus
tres hijos varones.
Luis es montañista desde 1985. Ha viajado por todo el mundo y ha
escalado en montañas de Colombia, Ecuador, Perú (Cordillera Blanca), Alaska,
California, El Cáucaso en Rusia, Himalaya, Karakorum en Pakistán y La
Patagonia en Argentina.
Luis Felipe llegó en bicicleta. Como buen deportista siempre se mantiene
en forma y ejercitándose físicamente. Nos saludó con una enorme sonrisa, ya
que se veía agradado con nuestro encuentro. Luego, nos sentamos en una
zona del restaurante llena de cojines y fotografías de sus viajes, allí tomamos
un café.
Un colombiano llega a la cima del mundo sin usar oxigeno
Luis Felipe es una persona muy amable y meditadora. Piensa cada una de las
palabras que va a decir antes de pronunciarlas. Al principio, sus respuestas
eran agitadas, pues aún venía cansado de su viaje en bicicleta, así que
jadeaba de forma muy acelerada; en esos momentos, lo imaginamos tratando
de respirar a más de 8.000 metros en el Everest, cuando envió un mensaje a
su familia con el poco aire que podía tomar.
“Le había prometido a Matías y a María que me iba a parar aquí…
gracias a la montaña”, exclamó Lucho en la cima del Everest con gran dificultad
para respirar, mientras mostraba con su cámara la hermosa panorámica a su
alrededor y derramaba las lágrimas de felicidad que muy pronto quedarían
congeladas.
Luis ha viajado por todo el mundo y ha escalando muchas montañas,
conoce todo tipo de culturas y, por supuesto, la que más le gusta es la oriental.
Lucho, como lo llaman sus amigos y allegados, considera que se hizo
merecedor de portar la Antorcha Olímpica en el 2008 porque, como él lo dice,
su oficio encierra muchos valores que se querían destacar, como el
compañerismo, la amistad, la lealtad, la entrega, el compromiso y el trabajo en
equipo. Además, porque la Antorcha Olímpica iba a subir a la cumbre del
Everest y él era el símbolo de ese ascenso.
Lucho es consciente de muchas cualidades que él desarrolló como
montañista, como su resistencia, buen estado físico, tenacidad, entre otras y
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sabe que por ellas pudo llegar a “la cima del mundo”. Pero, además, admite
que tiene una ventaja sobre otros escaladores ya que su propia genética lo
ayuda a adaptarse a la altura fácilmente, habilidad que no posee todo el
mundo.
Gracias a esto, fue capaz de subir solo a la cima del monte Everest sin
la necesidad de usar oxígeno, mientras que algunos de sus compañeros tenían
que bajar con edema pulmonar o congelamiento.
“La adaptación a la altura no está directamente relacionada con el
estado físico, en realidad el cuerpo debe contar con unas condiciones
especiales para asimilarla, para dormir bien, comer bien, controlar los dolores
de cabeza, mantener unas pulsaciones estables y el nivel de oximetría alto”,
explicó Lucho con gran seriedad.
A medida que hablaba, trataba de ser lo más minucioso posible,
explicando cada término que podría ser desconocido para nosotros, queriendo
ser lo más claro posible.
Todo inició con un “pegue”
Sus comienzos en la escalada fueron de un momento a otro, algo repentino
para él. “Un día vine a Suesca con unos amigos, hice algunos ‘pegues’ o rutas
de escalada sencillas. Eso me gustó. Luego, tomé un curso y ahí me quedé. En
realidad esta nueva forma de vivir me hizo abandonar todo en mi vida: la
universidad, la casa y mis antiguos sueños”, relató Lucho mientras desviaba su
mirada hacia cualquier destino.
Y fueron varias las cosas que tuvo que abandonar para alcanzar lo que
ahora es, empezando por su carrera universitaria. Nuestro escalador estudió
tres ingenierías diferentes, se retiró de todas debido a su necesidad de ir a
escalar. De ninguna carrera logró graduarse.
En este punto de la conversación nos respondió con mucha más
confianza, como si tratara a unos amigos. Así que nos dijo que “si no hubiera
sido escalador estaría por ahí vagando por las calles” y nos pusimos a reír.
Vámonos pa’l monte
Más adelante, “después de mucho escalar y pasarla chévere con el parche”,
Luis Felipe tuvo que pensar en cómo mantenerse. Decidió empezar a enseñar
a escalar. Lo hizo, pues pensaba que esa era la forma de ganarse la vida, pero
descubrió que le gustaba educar y transmitir los conocimientos que había
adquirido durante más de 25 años de experiencia. También, pensaba que si
para él la escalada fue el cambio más grande de su vida, de pronto para otros
también lo fuera.
“Le he enseñado lo que sé a muchas personas, algunos de ellas se han
interesado bastante y actualmente son mis colegas en el tema de la escalada,
lo cual me llena de mucho orgullo”, dijo Lucho agradado.
En esta aventura llena de naturaleza y amigos encontró al amor de su
vida, a María Isabel Ramírez, una ecóloga que hacía su proyecto de grado en
Suesca y que quedó encantada con la nobleza de su espíritu. Desde el
momento en que se conocieron, empezaron a frecuentarse en las Rocas de
Suesca, lugar que los unió y que ha visto crecer a sus hijos.
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Luis Felipe Ossa y María Isabel Ramírez se casaron en octubre del 2000
en Suesca. Fue una ceremonia sencilla (al igual que ellos), al aire libre. Solo
estuvieron sus amigos más cercanos.
“Queríamos algo que fuera como nosotros y nos identificara, así que nos
fuimos para los Monolitos, un sitio turístico de Suesca, donde hay formaciones
rocosas pequeñas y se practica Boulder (una modalidad que consiste en
escalar bloques de roca sin necesidad de protección). Allí, en medio de rocas y
verdes prados, sellamos nuestro amor”, relató María con una gran sonrisa y un
poco sonrojada.
Luego de la luna de miel y con 2 millones de pesos que les regalaron de
matrimonio, compraron todo el equipo necesario para empezar el negocio que
habían soñado: un lugar en el que pudieran hacer lo que les gustara: escalar,
salir de expedición y por supuesto obtener su sustento.
Ese 9 de diciembre del año 2000, nació Vámonos pa’l monte, un
restaurante y escuela de escalada y montañismo. Un lugar pensado para que
los amigos de esta pareja comieran los fines de semana y para que ‘Lucho’
llevara a los pocos turistas de la época a escalar a las Rocas de Suesca y,
¿por qué no?, a los nevados de nuestro país.
Surgió la idea cuando Lucho y María eran novios. Mucha gente iba a
comer a su casa. En ocasiones había hasta 18 amigos comiendo con ellos.
Lucho, que siempre ha sido escalador, dictaba cursos de vez en cuando en las
Rocas de Suesca y, en ocasiones, hacía guianzas a la Sierra Nevada del
Cocuy.
Entre los dos cocinaban y, en el momento en que llegaba alguien a
escalar, Lucho se iba con él; así que María quedaba sola en el restaurante
cocinando, atendiendo mesas, lavando, haciendo jugos y cobrando.
“Al lugar le pusimos ‘Vámonos pa’l monte’ porque es un nombre
llamativo que expresa todo lo que somos y que nos diferencia. Además, la
canción favorita de mi esposo es ‘Vámonos pa’l monte’ del cantante Eddie
Palmieri, no solo por su ritmo, sino porque se siente identificado con la idea de
irse a escalar al monte”, explicó María al tiempo que movía sus manos para
hacerse entender.
Los equipos de escalada los compró Lucho con una herencia que le dejó
su mamá. Compró dos cuerdas, dos arneses, unas cintas, unos seguros y dos
pares de zapatos ‘pie de gato’. “Era un rack personal (equipo mínimo necesario
para escalar). En la medida que guiábamos y obteníamos ingresos pudimos
adquirir más equipo”, afirmó Lucho con cierta satisfacción.
El negoció de Lucho pasó por bastantes dificultades: fines de semana en
los cuales no vendían nada, en los cuales la producción de comida se perdía y
se descomponía, días en los cuales no llegaba nadie a escalar, incluso días en
los que no podían pagar a los empleados.
Desde que Guillermo Prieto ‘Pirry’ grabó la crónica en la que Lucho haría
su más grande epopeya se convirtieron en buenos amigos. Un buen día Pirry
llegó hasta Suesca a escalar y a comer en ‘Vámonos pa’l monte’. “Me di cuenta
del gran potencial del lugar y por un momento se me pasó la idea de invertirle
dinero, ayudar a mis amigos y darle un concepto sólido”, dijo Pirry, mientras se
tomaba un café con azúcar dietética en el restaurante y se preparaba para ir a
montar bicicleta.
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Y así fue. Quinientos millones de pesos se invirtieron en la creación de la
nueva infraestructura al estilo tibetano, con decoración asiática y con el
concepto de comida tailandesa. El 22 de mayo del 2010 se abrió el nuevo
Vámonos pa’l monte, con su renovador concepto y desde entonces les ha
abierto a Lucho y a su esposa, María, una oportunidad de crecer y de mejorar
su condición de vida.
Con todo esto, la empresa de Lucho ha diversificado sus productos y
actualmente ofrece guianzas técnicas y enseñanza en montañismo y escalada,
expediciones guiadas a montañas y trekkings (largas caminatas) del mundo,
eventos empresariales, conferencias de emprendimiento y montajes en altura.
Alex Torres es un amigo de la pareja, alumno de Lucho y uno de los
empleados más constantes y antiguos de Vámonos pa’l monte. Ahora es el jefe
de guías y actividades turísticas. “VPM es mi parche, acá están mis amigos,
hago lo que más me gusta y vivo en el lugar que me gusta. Además, de algún
modo, le estoy siguiendo los pasos a Lucho en su carrera como montañista”,
opinó Alex, mientras levantaba un maleta pesada y los bíceps se brotaban.
El crecimiento del negocio
Cuando empezaron el negocio, hacían cursos de escalada de 5 días por un
costo de $200.000. Ahora el mismo curso cuesta $700.000. También, se
ofrecen guianzas de cuatro horas a $70.000 por persona.
El equipo para guiar está compuesto en la actualidad por 25 pares de
zapatos ‘pie de gato’, 20 arneses, 20 cascos, 6 crampones, 6 piolets, 7
cuerdas, 2 carpas, 20 friends, 40 cintas, 8 sistemas de seguridad, 2 estufas, 1
carpa comedor y varios elementos que componen un menaje para montaña.
Para montajes en alturas cuentan con poleas, mosquetones de
seguridad, guayas y tensores. El equipo, según Lucho, está valorizado en
quince millones de pesos.
Otra de las facetas de ese montañista son las charlas de motivación
empresarial que ha empezado a ofrecer desde que coronó la cima del mundo.
“Cuento mis experiencias de vida, mostrándole a la gente que uno tiene
que soñar en la vida, uno tiene que luchar por los sueños y en esa lucha por los
sueños está hacer lo que a uno le gusta, encontrarse con gente que quiere
hacer lo mismo, trabajar en equipo con una misma misión para alcanzar un
objetivo, mantener buenos sistemas de comunicación, que aflore el liderazgo,
la honestidad, la entrega el compromiso, todas estas características son
compartidas por las expediciones de montaña y por los grupos de trabajo de
una organización”, explicó con cierto aire de profesionalismo.
Han hecho montajes en altura para la clausura del Mundial Sub-20 de
fútbol en Colombia, el Festival Iberoamericano de Teatro, los Juegos
Deportivos Nacionales de Venezuela y muchos otros que llenan la lista de las
grandes recompensas que ha obtenido el negocio.
Vámonos pa’l monte ha guiado a más de 200 personas a la Sierra
Nevada del Cocuy, a cerca de 15 personas a la cordillera Blanca del Perú, al
Aconcagua en Argentina y al Cotopaxi en Ecuador.
Han guiado, aproximadamente, a 50 turistas extranjeros de Israel,
Estados Unidos, Rusia, Filipinas, Suiza y Alemania a montañas y parques de
escalada colombianos.
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Al preguntarles si se consideraban exitosos la pareja nos dijo que sí, ya
que se desempeñan en un oficio que les gusta y lo hacen con pasión y gracias
a esto han podido alcanzar sus sueños y trabajar por los que vendrán.
“Este lugar nos permite seguir yéndonos de expedición a la montaña.
Somos felices, nos sentimos a gusto con lo que hacemos. Nuestra vida no es
sólo trabajo. Por eso, desde el principio el objetivo fue claro: poder hacer lo que
nos gusta y vivir en el lugar que queríamos que es Suesca. Desde esta
perspectiva, nuestra calidad de vida ha mejorado”, explicó María, mientras
miraba fijamente a uno de sus hijos que jugaba alegre en la fuente de agua del
restaurante.
“Mis sueños siempre han sido montañeros”
Luego de contarnos todo lo que ha logrado en su empresa, retomamos su vida
de montaña. Luis Felipe revivió sus sensaciones al relatar lo que siente arriba
de ocho mil metros. Las cosas allá son diferentes debido al cambio de presión
atmosférica. Lucho comentó que por la altura se genera hipoxia, es decir, falta
de oxígeno en el cerebro, a causa de esto, se empiezan a tener alucinaciones,
a ver todo más lento, a pensar barbaridades y a ver personas que no existen.
“Arriba de los 7.600 metros en las montañas se ingresa en la zona de la
muerte, es un lugar en el que el cuerpo se deteriora permanentemente porque
no recupera la energía que está gastando. Arriba de 8.000 metros se siente la
dificultad para respirar, es como si tuviéramos dos personas de nuestro mismo
peso encina y uno tratara de respirar”, manifestó Luis con un aire de confianza
como si se tratara de algo normal.
Todas estas situaciones hacen necesario que los montañistas adapten el
cuerpo a la altura subiendo y bajando varias veces entre los distintos
campamentos que se montan en las montañas.
Ya que la mente empieza a sufrir por la falta de oxígeno, Luis Felipe
aconseja saberlo manejar. “Hay que estar tranquilo. Si uno siente que alguien
le habla pero está solo, puede aceptarlo como una verdad, continuar sin
asustarse, mantener la calma, la tranquilidad y no pensar que se está volviendo
loco”, indicó Lucho.
Así mismo, las reacciones ante un rescate no son tan rápidas ni lúcidas.
Por eso se han presentado casos de pérdida de compañeros en la montaña;
situaciones que por supuesto son lamentables en la vida de cualquier
escalador. La cuestión de los accidentes y la pérdida de amigos en la montaña
quedaron de ese tamaño. Dijo que prefería no hablar sobre eso pues eran
situaciones muy tristes.
Lucho continuó resaltando que cada montaña es un ser, que tiene una
personalidad, merece un respeto, hay que conocerla y que de cada una se
desprende un aprendizaje y una experiencia para la vida en general. “Las
montañas son mi vida y mis sueños son montañeros, siempre deseo ir a
nuevos cerros, paredes o rocas y afrontar diferentes retos”, comentó el
montañista con una expresión de alegría en su rostro.
Ahora, Luis Felipe sigue trabajando en proyectos de escalada. Está
vinculado a ‘siete cimas’ para escalar la montaña más alta de cada continente y
de los dos polos y, con esto, dejar algo de Colombia en cada rincón del mundo
y en lo más alto de cada montaña.
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En este proyecto, ya logró el Everest de 8.848 metros en Asia, el
McKinley de 6.198 metros en Norteamérica y el Elbrus de 5.642 metros en
Europa. Aún le falta el Carstensz de 4.884 metros en Nueva Guinea, Oceanía;
el Vinson de 4.892 metros, en la Antártida; el Kilimanjaro de 5.895 metros en
África; y el Aconcagua de 6.960 metros en Suramérica. También, ideó el
proyecto “Iconos de la escalada mundial”, tratando de escalar las montañas
más difíciles en cada cordillera del planeta.
“Luego de haber escalado en Everest se me abrieron las puertas para ir
a las montañas que uno siempre ha querido ir y son montañas que nadie
conoce y que ni siquiera saben que existen. El Everest es como esa llave que
abre las puertas para luego poder ir a las demás montañas, y siempre hay
retos más grandes. El Everest es la montaña más grande del mundo,
físicamente lo más difícil, pero técnicamente hay montañas que lo son más.
Ahora, estoy intentado escalar otras que aunque no sean tan altas son muy
grandes y técnicamente son más complejas”, explicó Lucho con seriedad.
Luego, dijo que su forma de ver la vida ha cambiado por el hecho de
estar en las cimas del mundo, por ir a las montañas y dedicarse a hacer lo que
le gusta. Ha aprendido de la naturaleza y de su inmensidad el respeto, la
entrega y el amor por lo que cada uno hace, así como proteger y ser amigo del
medio ambiente.
“Las montañas me han dado, yo creo, una visión diferente de lo que es
el mundo. Siento el verdadero puesto del ser humano en el universo, lo
pequeños que somos y, a la vez, lo grandes que podemos llegar a ser, pero
con toda la dependencia que tenemos de la naturaleza y de lo lindo del
universo y este planeta”, expresó Lucho con gran satisfacción.
Después de recordar todo lo que ha hecho en su exitosa vida de
escalador, Lucho sonrió, suspiró y levantó los hombros para decir que no le
falta hacer nada en la vida, aparte de continuar con su negocio, seguir
escalando por todo el mundo y cultivar a su familia. Allí surgió la reflexión de
que la vida siempre presenta cosas nuevas, deudas en el negocio, montañas
difíciles, montañas que no pudo alcanzar y que ahora se dispone a volver a
intentar y por lo menos 50 años más de escalada.
Cuando terminamos de hablar, llegaron unos clientes al negocio. Él sería
el instructor, así que alistó el equipo y se fue con ellos para la roca a
enseñarles mucho de lo que sabe y ha vivido. Tal vez algún día lo acompañen
a una montaña y se enamoren de este oficio.
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5.4 DE NOCHE PERO DE DÍA, 432 HORAS SIN OSCURIDAD
El 8 de enero del 2013 Marcelo se despidió de sus familiares y amigos muy
temprano en el Aeropuerto Internacional Eldorado de Bogotá, antes de partir
hacia Santiago de Chile. En esta oportunidad, sería el jefe técnico de la
“expedición Vinson Proyecto Siete Cumbres Antártica 2013” y Coordinador del
Programa de Liderazgo en acción que se llevó a cabo con la Universidad
Corporativa de Pacific Rubiales para la formación de líderes. A partir de ahora
emprendería una nueva aventura.
Marcelo Arbeláez es geólogo de la Universidad Nacional de Colombia.
Inició su pasión por el montañismo a los 17 años cuando decidió ir con su
amigo Juan Pablo Ruiz al nevado del Tolima en una Semana Santa a
aventurar. En el Vinson como en otras montañas aguantó mucho frío e
incomodidades.
Marcelo recordó aquella vez en el Nevado del Tolima, donde el bichito
de la montaña lo picó y desde aquella vez no ha dejado de ir. Repitió el
ascenso seis veces y sólo en las dos últimas logró llegar a la cumbre, siempre
en compañía de Juan Pablo, y gracias a que ya empezaba a conseguir el
equipo de montaña. Así mismo, pasó por el Nevado de Santa Isabel, ubicado
en la misma Sierra Nevada.
“De noche pero de día, a las 7:15 p.m., aterrizamos en Punta Arenas
Chile, la ciudad más austral del continente americano. Llegando, pudimos
apreciar desde el aire los hielos patagónicos y el sinnúmero de lagos y lagunas
propias del paisaje austral”, relató Marcelo con gran alegría.
Después de que el grupo se instalara en Punta Arenas, se alistó para
recibir la charla de la Adventure Network International (ANI), la agencia
encargada de dar todas las pautas logísticas y ambientales en la expedición.
Las malas condiciones climáticas no les permitieron viajar cuando lo tenían
planeado. Así que tuvieron tiempo para conocer a los pingüinos de la Isla
Magdalena y los leones marinos y focas de la Isla Marta, ubicadas en el
estrecho de Magallanes a tan solo 40 minutos de navegación.
En esta nueva travesía, mientras veía a las familias de pingüinos,
Marcelo pudo remontarse al pasado y recordar cuando empezaba a escalar
montañas y su familia tan solo le pedía que lo hiciera bien y con mucha pasión.
Aunque a su mamá le aterraba la idea de que su hijo se fuera para esas
lejanías a practicar un deporte poco conocido en el país, considerado peligroso
y riesgoso, siempre le deseaba mucha suerte y le daba bendiciones para que
volviera sano y salvo de todas sus expediciones.
En esos inicios y después de conocer el Nevado del Ruiz, Marcelo se
encaminó hacía la Sierra Nevada del Cocuy dónde ha escalado casi todos los
picos y ha disfrutado de la inmensidad y la belleza de esa naturaleza de
páramo que está enclavada en el corazón de Boyacá.
Montañas como el Ricacuba Negro, el Ritacuba blanco, el Pan de
Azúcar, el Pico Cóncavo, el Concavito, los picos sin nombre, la Aguja, el
Picacho, el Puntiagudo, el Pulpito del Diablo y el Campanillas empezaron a
llenar la lista de logros y de cimas que Marcelo alcanzó. Sin embargo, el único
que le hace falta es El Castillo.
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Luego de los paseos, Marcelo y los demás integrantes de la expedición
se encontraban ansiosos por llegar al Polo Sur.
“Partimos de Punta Arenas (Chile) a las 7:20 a.m. hacia Unión Glacier
(Antártida). Fueron 4.20 horas de vuelo en un avión ruso, el Iluyshin 76, con
una tripulación rusa muy simpática”, comentó Juan Pablo Ruiz, el jefe de la
expedición y el mejor amigo de Marcelo.
Mientras Marcelo subía a este enorme avión, sin ninguna comodidad y
muy rústico, pasaban por su cabeza algunos recuerdos de otras
incomodidades que enfrentó cuando apenas empezaba esta aventura.
Luego de escalar las montañas de la Sierra Nevada del Cocuy, partió
hacia el norte hasta llegar a la Sierra Nevada de Santa Marta, donde escaló el
Pico Colón y el Pico Bolívar, que son los más altos de Colombia.
Después de estas experiencias, se fue hacia el sur del país hasta llegar
a escalar el Volcán Galeras, cerca de Popayán, y los farallones de Roca en
Suesca. Con estas montañas agotaba las posibilidades que hay en Colombia
de escalar, así que Marcelo empezó a salir del país y a organizar expediciones
que poco a poco le llevarían a ser reconocido como uno de los mejores
montañistas de Colombia.
Pero regresemos a la nieve y a la luz constante del polo sur…
El avión ruso aterrizó sobre ruedas en la nieve, no había pista de aterrizaje y
no usó los frenos. Solo el motor. Ya en Union Glacier, a 700 metros sobre el
nivel del mar, se desempacaron del gran avión para montarse en una avioneta
para 10 personas que al cabo de 45 minutos los dejó en campamento base del
Vinson a 2.150 m.s.n.m., en la base de la montaña.
En aquellas lejanías, Marcelo se encontró con María Paz, una
escaladora chilena que había escalado en San Gabriel -cerca de Santiago de
Chile- una ruta que se llama “Colombianos” y que fue abierta por Marcelo en
1982 junto con Lucho Romero. Ahora esa ruta es una de las más clásicas y
populares del lugar.
Tras recordar ese encuentro, Marcelo nos contó de sus viajes por el
continente americano.
Marcelo recorrió Suramérica para alcanzar en Ecuador el monte
Cotopaxi, algunas montañas en la Cordillera Blanca, el Aconcagua en la
Patagonia, el ‘Tupungato’ y ‘Ojos del salado’ en Chile. También en paredes de
roca de Estados Unidos y en el monte McKinley, también conocido como
Denali en Alaska, en mayo del 2004.
Y aquí empiezan sus hazañas más importantes
Del continente americano salió directamente para Asia en 1984, allá por los
Himalayas, hasta llegar al Broad Peak en la primera expedición colombiana en
esas tierras donde se encuentran las montañas más altas del mundo. En
aquella primera aproximación, Marcelo no hizo cumbre, pero llegó a una altura
de 7.800 metros, al tiempo que ayudaba a su amigo Manolo Barrios a
convertirse en el primer colombiano en alcanzar una cumbre de más de 8.000
metros. Desde aquella experiencia, Marcelo empezó a ver que no siempre
alcanzaría triunfos individuales, sino que muchas veces debería desistir tan
solo para ayudar a sus compañeros a alcanzar la gloria.
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Rápidamente, Marcelo se preparó en otros ‘ochomiles’, subió al monte
‘Cho Oyu’ de 8.201 metros, estuvo en la expedición al Monte Manaslu aunque
no logró la cumbre. Y posteriormente estuvo en 1997 en el Everest y alcanzó
tan solo los 8.200 metros en compañía de Manolo.
Ya casi no quedan montañas en el mundo para que Marcelo pueda
escalar, ya que incluso estuvo en Los Alpes, en montañas cercanas al Mont
Blanc; en Parques de escalada de Colombia, Europa, Perú, Chile y Argentina.
Estas experiencias le sirvieron para alcanzar uno de sus mayores logros:
conseguir la cumbre del Everest, la montaña más alta del mundo, el 24 de
mayo del 2001, junto con Juan Pablo Ruiz, convirtiéndose así en la primera
expedición colombiana en haber alcanzado esta cumbre.
Pero no serían los únicos, ya que durante esta expedición sus amigos
Manolo Barrios y Fernando González Rubio también pudieron ver la tierra
desde su punto más alto y alcanzar la gloria de poner la bandera colombiana a
8.848 metros.
Marcelo siguió llevando colombianos al Himalaya para que siguieran
cosechando logros para nuestro país.
Es así que fue otras dos veces. Sobre las dos primeras ya les
comentamos. En la tercera vez, desde al campamento base avanzado, ayudó a
Luis Felipe Ossa en el 2007 a convertirse en el primer colombiano y el segundo
latinoamericano en alcanzar la cumbre del mundo sin usar oxigeno
suplementario. Así mismo, apoyó a las tres primeras colombianas que subirían
hasta la cumbre durante la misma expedición.
Este gran bagaje y experiencia lo han llevado a gestar grandes
proyectos, por eso mismo, se encontraba en la Antártida o Antártica muy
debajo de nosotros en la primavera, una época en la que es de día las 24
horas.
“Queríamos mostrar a Colombia ante el mundo como un país de gente
trabajadora, comprometida, con actitud positiva y de servicio, capaz de hacer
grandes cosas, con confianza en el porvenir, con conciencia ambiental y
responsabilidad social”, dijo Juan Pablo.
“Ese continente congelado hace que uno no vea el final. Es un blanco
infinito donde se confunde el horizonte y uno no sabe si son nubes o es nieve,
donde las grietas parecen los nidos de los ángeles y donde los sueños son
demasiado reales”. Con estas palabras Juan Pablo Montejo, amigo de Marcelo
y compañero de expedición, describió aquel lugar al que apenas llegaban.
El doce de enero saldrían hacia el low camp, después de revisar todo el
equipo técnico que necesitaron para subir, empacar la comida que llevarían y
repartir las cargas que constan de baterías, acumuladores, paneles solares y
objetos personales para el ascenso al Vinson.
Desde ya se definían las cordadas o grupos de ascenso. Marcelo sería
parte de la primera. Iría con Juan Montejo y José Francisco Arata. Las
cordadas o grupos de personas que se atan a la cuerda para apoyarse son
muy importantes para lograr exitosos ascensos. Allí está presente el trabajo en
equipo, en el que Marcelo se volvió experto después de ir en múltiples
ocasiones al Everest. Por ejemplo, cuando en el 2010 estuvo acompañando a
Nelson Cardona y a Rafael Ávila a alcanzar la cumbre de esta anhelada
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montaña. Con esta cumbre Nelson se convertiría en el primer colombiano
discapacitado en alcanzar esta cima.
En aquella ocasión, Marcelo no sólo sirvió de apoyo, sino que se escapó
por varias horas para escalar el monte Lobuche de 6.119 metros, junto con un
grupo de empresarios dentro de un programa de liderazgo de su empresa
Epopeya.
Otro de los compañeros de Marcelo, Sergio Vargas, narró en la bitácora
del viaje lo que siguió cuando empezaban a ascender: “Subíamos por el
Sendero de los 4 colores, blanco, negro, azul y amarillo. El blanco de la nieve,
negro de las rocas que se descubren en algunas montañas, azul del cielo y
amarillo del sol. Este Sendero que nos conduce no solo a nuestro objetivo
común, llegar a la Cumbre, sino que nos lleva al camino del Ser: a la
introspección”.
Después de 6 horas de marcha y 30 minutos en 2 paradas para
descansar, llegaron a su primer destino: el Low camp o campo uno. Había
mucho viento y frío. Estaban aproximadamente a 35 grados centígrados bajo
cero.
“El trayecto tiene grietas y por eso el recorrido lo hicimos encordados
para minimizar los riesgos”, relató Juan Pablo Ruiz. Después de armar dos
carpas, los miembros de la expedición bebieron algo caliente y disfrutaron una
pequeña comida con sabor a gloria en aquellas alturas.
En este campamento estuvieron expectantes. El clima parecía malo, así
que descansaron ese 13 de enero. Cada uno se concentraba en sus propios
pensamientos y dificultades, ya que encontraron en la montaña ese silencio
necesario para encontrarse consigo mismo.
El 16 de enero de 2013 ascendieron 1.020 metros desde el
Campamento Uno (Campo Bajo) hasta el Campamento Dos (Campo Alto).
“Debíamos subir varias cuerdas fijas de 200 metros cada una, en pendiente de
45 grados, reto que superamos sin ningún problema y con muy buen tiempo.
Era muy importante que no nos cogiera el viento sobre las cuerdas fijas porque
pega muy duro y uno se enfría mucho”, nos contó Marcelo.
Descansaron ese día allí porque al siguiente intentarían llegar a la
cumbre.
El ascenso lo iniciaron hacia las 7 de la mañana (hora colombiana), con
deseos de alcanzar la cumbre a las 4 de la tarde. En la cordada irían Juan
Pablo Ruíz, Carlos Gómez y Marcelo Arbeláez. “Son 1.100 metros de ascenso,
80 metros más que el día anterior pero con menos pendiente, lo que implica
trayectos más largos y más tiempo para llegar”, relató el jefe de la expedición
en la bitácora del viaje.
“A unas 2 horas de la cumbre, comenzó una travesía sobre una arista o
cresta que nos permitía ver a lado y lado de la montaña, es decir, teníamos una
visual de 360 grados sobre este continente gigante de hielo”, comentó Juan
Montejo.
Después de este gran esfuerzo y de mucha paciencia, los siete
miembros de la expedición Vinson alcanzaron la cumbre. Todos sanos, salvos
y llenos de alegría. En la cima ondearon la bandera colombiana, se tomaron
fotos, grabaron videos y llevaron en una mochila “Arawak” los mensajes que los
colombianos habían escrito por medio de las redes sociales.
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Un momento sublime, lleno de frio pero también del calor de la amistad y
la confianza que se creó entre los compañeros de expedición.
“Nos mirábamos a los ojos y una risa llena de lágrimas hacía que nos
abrazáramos unos con otros. Todos a la vez repetíamos los abrazos mientras
unos alzábamos los puños al aire y gritábamos de la emoción.
Afortunadamente el clima era el ideal, estábamos a tan solo menos 25 grados
centígrados (-25º C), que en la Antártica sin viento y con sol, es un clima ideal”,
relató Marcelo.
Desde la cima hablaron con el Presidente Juan Manuel Santos, quien los
felicitó y los engrandeció mucho más.
Pero, como ellos mismos lo dicen, el triunfo se celebra al llegar
nuevamente abajo. Y así fue. Los siete empezaron su descenso, campamento
por campamento, hasta llegar a la base de la montaña y cubrir el mismo
recorrido relatado al principio pero en reversa.
Todos llegaron sanos y salvos a Colombia a relatar las experiencias,
hazañas y epopeyas de su viaje.
Su epopeya se hizo empresa
La cantidad de hazañas y proezas llevaron a Marcelo a crear, en compañía de
su amigo Juan Pablo Ruiz, una organización que les permitiera transferir sus
experiencias de montaña y de desarrollo de proyectos en el Himalaya a la vida
cotidiana, al ámbito social y al de las organizaciones.
“Esa idea comienza a tomar forma cuando estuvimos en el Cho-Oyu.
Allá pensamos en dar testimonios y conferencias donde hacíamos analogías de
lo que es subir una montaña en el ámbito de la vida y las empresas, sobre todo
mostrando lo que es el trabajo en equipo, el desarrollo de confianza, la
importancia de la comunicación”, relató el experimentado montañista.
En el año 2000, escogieron el nombre de la idea porque alguien les dijo
que lo que hacían parecía una epopeya. “Buscamos en el diccionario el
significado y encontramos que es una gesta gloriosa que evoca triunfo, lo que
tiene que ver con hazañas que implican un gran esfuerzo que terminan el
éxito”, explicó Marcelo.
De las dificultades se aprende mucho más
El momento más difícil que ha debido afrontar este montañista lo vivió en el
Manaslu en 1986, a la altura de 6.300 metros, entre los campamentos dos y
tres en la denominada Cascada de Hielo. “En aquella ocasión se rompió un
puente de hielo que estaba sobre una grieta y caí al vacío, justamente porque
yo no estaba encordado”, contó Marcelo un poco angustiado. Por fortuna, un
bloque de hielo empotrado en la grieta lo sostuvo unos 8 metros más abajo,
mientras que Juan Pablo lo rescató.
En la misma montaña y en compañía de Manolo tuvo que esperar una
noche, en uno de los campamentos cercanos a la cumbre, a que los
desprendimientos de hielo, habituales en el Manaslu, rompieran su carpa y los
dejaran a la intemperie a 30 grados bajo cero. “Los dedos de mis manos
alcanzaron congelamiento de segundo grado, fue una noche terrible. Yo
alcancé a pensar que hasta allí llegaba mi vida”.
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Afortunadamente, Marcelo y Manolo lograron pasar la noche
golpeándose para mantener el calor y la energía, y apenas la luz del día se los
permitió descendieron la montaña y recibieron tratamiento médico.
Marcelo tiene claro que las derrotas hacen parte de la vida, por lo mismo,
no se preocupa demasiado cuando no alcanza una cumbre. “Yo siento que la
derrota es un resultado que permite aprender más que el triunfo mismo, porque
nos lleva a un estado de reflexión y a ver los errores que cometimos”.
En situaciones de riesgo, lo primero que surge para Marcelo es la idea
de devolverse y retroceder al lugar más seguro. “Definitivamente, para mí no
tendría sentido subir montañas si no regreso para compartirlo y para aprender
de esa experiencia”, dijo el montañista.
Las siete cumbres
Marcelo también estuvo en el monte McKinley, también conocido como Denali,
en Alaska, en mayo del 2004; en el monte Kilimanjaro, en África, el 2 de
octubre de 2002, y en el monte Elbrus, en Rusia, el 1º de septiembre de 2003.
Con todos estos logros, más la cumbre del Vinson, Marcelo está muy
cerca de decirle a Colombia que pudo alcanzar la cumbre de la montaña más
alta de cada continente y de los dos polos. Con todas estas epopeyas, este
montañista compatriota llevará nuestra bandera tricolor por cada rincón del
mundo.
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5.5 VALENTÍA, TESÓN Y LÁGRIMAS CONGELADAS
Todo estaba blanco. Ella caminaba lentamente mientras algunos copos de
nieve le golpeaban el rostro. A su lado estaba su esposo, pero ella pensaba
con dificultad. Los crampones (dispositivos metálicos terminados en forma
puntiaguda que se instalan en la suela de las botas para adherirse mejor en
terrenos nevados o helados) le pesaban más que nunca y se enterraban en el
hielo. Nevaba, pero el frío no penetraba su gran traje de plumas que la
mantenía caliente. Blanco arriba, blanco abajo, blanco a los lados. La nieve de
las montañas era lo único que veía Mónica Bernal, una de las tres primeras
mujeres colombianas que alcanzó el monte Everest en el 2007.
En el municipio de Suesca, un lugar reconocido por sus grandes rocas
aptas para escalar, queda ubicado el domicilio de Mónica. Es una cabaña
redondeada de color rojo situada en medio de verdes prados. Junto a ella un
pequeño lago, que reafirma lo campestre de la zona, es atravesado por un
puente de lisas piedras de todos los tamaños. A sus alrededores hay unas
sillas de madera cuidadosamente dispersas de cara al lago para que sus
visitantes admiren este parque convertido en jardín. Algunos árboles de
eucalipto, ubicados al fondo del lote, bordean el lugar sirviendo de muro
natural. Varias fincas más allá, se logra distinguir la siguiente casa, en la que
viven los vecinos más próximos. Lo único que perturba el silencio es el ruido de
los carros que pasan por la carretera y los ladridos de los diez perros que
cuidan el terreno.
Luego de pasar por la puerta de su cabaña, y para llegar al refectorio,
hay que atravesar una fila de elefantes hindús que Mónica compró en uno de
sus viajes. Elefantes que, junto con los bordados de lentejuelas, adornaban la
textura suave de la sala de cojines.
Mónica agarró un lápiz que estaba sobre la mesa, seguramente de su
hija, ya que habían varios útiles escolares por el lugar, lo movía de un lado a
otro entre sus dedos mientras hablaba, como buscando sus recuerdos en el
objeto.
Esta escaladora soñaba con ser bióloga marina, y su ilusión no estuvo
lejos. De hecho, se le facilitaron las cosas mejor que a nadie. Cuando se
graduó de la secundaria viajó a Londres a estudiar inglés durante un año.
Conoció el país, escaló algunas montañas en Escocia y realizó algunos cursos
libres de dibujo, siempre con el objetivo de hallar su verdadero camino.
Finalmente, fue aceptada en la Universidad de Essex para estudiar biología
marina pero, antes de iniciar su semestre, decidió volver a Colombia. Como por
obra del destino, no regresó a la ciudad londinense pues se dio cuenta que su
lugar estaba entre las rocas y las montañas de Suesca.
Se instaló en este hermoso y frío municipio. Empezó a trabajar con
Gravedad, un almacén de equipo de montaña, y en el reconocido restaurante
Andrés Carne de Res en Chía los fines de semana. Al poco tiempo, conoció a
Hernán Wilke, un argentino que estaba de visita en Colombia, también
escalador, y se fue a vivir con él.
“En Suesca la conocí. Yo estaba de visita en un viaje por Suramérica.
Podríamos decir que la pasión en común por el montañismo nos unió… Nos
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complementamos y la pasamos bueno”, dice Hernán con ese acento cantado
extranjero que resulta tan atractivo para los colombianos.
Después de un tiempo, empezaron a organizar actividades para grupos
de personas. Iniciaron con niños de colegios, los traían a Suesca para que
practicaran actividades recreativas, como acampar y escalar. Mientras Mónica
cuenta esto, mira al techo, a sus alrededores y levanta algunos granos de arroz
regados sobre el mantel, en el que se ubican unos majestuosos dragones y
elefantes de Nepal que se mezclan de manera perfecta con el color del mantel.
La cima del mundo
Mónica recibió la invitación para ir a escalar el Everest en el 2006, un año antes
de que se realizara la expedición. Los organizadores querían que una mujer
alcanzara la cima. Ella sintió que su sueño más anhelado de llegar a la cima
del mundo había llegado a sus manos y pensó que sería un orgullo para su
esposo y sus padres. Lamentablemente, no fue tan fácil pues Valentina, su
única hija, había nacido diez meses atrás. Cuando la entrevistaron, había otras
dos escaladoras de gran trayectoria. Decidieron que otra montañista llamada
Andrea subiera la gran montaña.
“Yo me imagino y siento que fue por Valentina, porque yo fui a la
entrevista con ella, fresca, pues porque esa soy yo, ¿si me entiendes?”, dice
Mónica con un tono más serio y moviendo el lápiz con nerviosismo, pasándolo
a lado y lado de la mesa. El cabello no le molesta pues lo tiene envuelto en una
gran balaca negra con símbolos blancos, diseñada por ella misma en su
almacén de equipo de montaña y escalada: Monodedo Colombia.
Al parecer, que Mónica tuviera una hija tan pequeña era un problema,
pues ella todavía la amamantaba. A pesar de ello, no pensó que Valentina
fuera un inconveniente dado que la expedición se realizaría hasta dentro de un
año. Además, tenía el respaldo de su esposo y de sus padres, quienes podrían
ayudar en el cuidado de la bebé.
“Ella estuvo en el primer grupo de las convocadas para ir al Everest. Sin
embargo, a Mónica no la aceptaron porque decían que Valentina era muy
chiquita. El grupo que organizaba esa expedición dijo, entonces, que no creía
que fuera oportuno – Menciona Hernán – Ella no lo tomó mal, sólo que le hacía
mucha ilusión hacer parte de eso y tenía todas las capacidades. Era un poco
absurda la razón porque a ella la habían convocado. No era una razón justa,
era un pretexto, como si hubiera sido por otra razón que desconocemos. Y
sabían que técnicamente estaba tan bien como las otras chicas o incluso
mejor”, dice este argentino residente en Colombia como adulando a su esposa
y queriendo resaltar su fuerte personalidad.
“Cuando me dijeron que no, que iba a ir Andrea, me dio superduro. Lloré
y todo. No pensé que me fuera a afectar tanto, porque yo sabía que era una
posibilidad que me dijeran que no”, asegura Mónica contradiciendo
radicalmente la versión de su marido. En ese instante, cierta inquina reflejaba
sus ojos al recordar el mal suceso, su mirada cautiva se ve perdida.
De momento, su comienzo como montañista se evidencia en la
conversación. Apelar a la memoria para contar su juventud aventurera llena de
alegría su rostro, y una sonrisa se escapa. Mónica empezó a escalar en
Suesca, en los farallones de Roca. En 1999 fue a la montaña Santa Isabel, de
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aproximadamente 5.000 metros, con su hermano, sus amigos María, Lucho,
Carlos y Juan Cristóbal a El Parque de Los Nevados.
Este fue su primer contacto con la nieve y, a pesar de que hubo mal
clima, disfrutó esta primera experiencia, se emocionó tanto que sus ojos se
aguaron, la alegría y la dicha la invadieron. “Me puse superfeliz, ahí me di
cuenta de que eso me gustaba mucho: el caminar, el ponerse un objetivo y
alcanzarlo, el cómo vas a hacer y llegar”, menciona Moni, como la llaman sus
amigos, señalando con sus manos un objetivo en el infinito y dejando ver sus
dedos delgados y blancos que finalizan en unas uñas muy cortas y sin arreglar.
Son uñas de escaladora.
Las experiencias de Mónica no cesan. Continúa contando que la
segunda montaña que visitó fue el Nevado del Ruiz y la Sierra Nevada del
Cocuy, se enamoró de estos lugares y se dio cuenta de que el montañismo es
la actividad en la que se siente cómoda. Luego fue a Perú a la Cordillera
Blanca con unos amigos en carro, donde abrieron algunas rutas y escalaron
durante dos meses en montañas de más de 6.000 metros. Otros países a los
que ha viajado para hacer montañismo son Ecuador y Argentina. Estas
primeras aventuras inspiradas en la adrenalina y el riesgo le permitieron a esta
exitosa mujer descubrir su vocación y encontrar el grupo de amigos que hasta
hoy permanecen con ella y la apoyan.
Superada la negativa del viaje al Everest, Mónica continuó con su vida.
Cuando Valentina ya tenía un año, dejó de amamantarla y empezó a entrenar
nuevamente. Siguió escalando en las Rocas de Suesca y llevando su
existencia con normalidad. Una sorpresa algo inesperada llegó, pues meses
después la llamaron de la expedición y le dijeron que habían conseguido a
Leonisa como patrocinador, así que ella podría ir tal y como lo soñaba, junto
con Andrea y Ana María, las otras escaladoras escogidas.
“Tras varios entrenamientos, Andrea empezó a tener roces con los
demás escaladores, entonces decidieron sacarla del grupo”, comenta Mónica
mientras levanta un grano de arroz y lo arroja a la cocina. “Pero debían ir tres
mujeres, así que todos decidieron que la mejor opción era Katty Guzmán, una
mujer muy fuerte, a pesar de que era más escaladora que montañista, pero
pensaron que sería una gran integrante para compartir los dos meses de
expedición”.
Las mujeres que representarían a nuestro país en la montaña más alta
del mundo estaban listas, escalando fuertemente y trabajando en equipo, a la
espera del gran día. En total iban doce personas, algunos hombres iban a
intentarlo sin oxígeno y otros iban de apoyo.
“Yo empecé a entrenar y entrenar, a trotar todos los días tempranito
antes de que Valentina se despertara. También montaba en bici, aunque la bici
nunca ha sido mi fuerte. Lo hacía más porque sé que es un buen
entrenamiento”. Mónica sonríe con algo de picardía y complicidad.
Llegada la hora, Moni partió 5 días antes rumbo a París con Raymond,
uno de los organizadores e integrantes del equipo, para comprar los materiales
que hacían falta para sus compañeros y ella, como sleeping y trajes de plumas,
algunos equipos muy técnicos que se consiguen allá y, luego, mandar todo a
Nepal.
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“Yo sabía que mi Vale me iba a hacer falta, pero también era una
motivación darle ese orgullo a ella”. Dicho esto, Mónica miró hacia un gran
collage de fotos de su hija que estaba justo al frente del comedor, admirándola
y pasando rápidamente por cada uno de los recuerdos que encierra cada
fotografía. “Mucha gente me cuestionaba como madre, pero yo no podía ser
otra que la que siempre he sido, y si he descubierto algo en lo que soy buena,
me encanta y me siento bien es escalar. Incluso, quería darle un ejemplo a ella
en el futuro para que pueda llegar a hacer lo que quiera, proponiéndoselo y
trabajando duro”.
Una vez en Nepal, según lo expresa Juan Pablo Ruiz, jefe de la
expedición, “el primer paso fue la tradicional visita al lamasterio del Rombuck
(monasterio de los lamas) para pedir autorización a los dioses para ascender la
gran montaña. Además, en esta oportunidad, éramos emisarios de un mensaje
para los lamas de parte de los indígenas de la Sierra Nevada de Santa Marta”.
Mónica también recuerda este suceso pues, en esa visita, les dijeron a las tres
mujeres que lo más importante era mantenerse unidas.
Con el grupo reunido en Katmandú, empezaron el proceso de
aclimatación. En la montaña hay tres campamentos grandes: el campo base es
a 5.200 metros, el campo intermedio a 5.800 y el campo base avanzado a
6.400. Luego, en la parte más alta, se establecen el campo uno (7.100 m), el
dos (7.500 m) y el tres (8.300m). Para Mónica fue difícil ese proceso porque
ella no había estado nunca a más de seis mil metros, ya que las montañas
colombianas están alrededor de 5.000, donde apenas empezaba la gran
montaña.
Este proceso de aclimatación hay que hacerlo muy despacio, al ritmo
propio, pero caminando hacia el campo Base Avanzado. Mónica se aceleró un
poco, quería caminar al ritmo que iban todos, pero se sentía muy mal desde
que salió del campo intermedio. Fue un error no haber parado y haber
escuchado que su cuerpo no le permitía seguir, además se cohibió pues no
quería devolverse y quedarse sola. “Daba diez pasos y me tocaba parar,
estaba muy agitada, cansada y sin aliento pero logré llegar al campamento”.
La primera noche fue horrible para todos, no sólo para Mónica. Hicieron
terrazas porque les tocó en el hielo, ubicaron piedras e intentaron acomodarse
tan bien como podían, pues en la carpa se quedaron todos y fue difícil
adaptarse. Además, tenían dolor de cabeza. En el día todo mejoró para Mónica
pues logró subir un poco más, pero el problema era cuando anochecía. Así que
en la tercera noche se bajó sola hasta el campo base. Tomar este descanso
fue clave para su salud. Estuvo dos noches muy bien atendida, recuperándose.
“La siguiente subida fue superrápido, mucho mejor. Fue superimportante
para mí bajar y recuperarme completamente”. Mientras relata su historia,
detallamos su casa. Muchos de los objetos de la decoración son orientales, al
parecer se ha enriquecido de la cultura que la recibe en las montañas. Su
rostro delgado se parece al de la cantante Andrea Echeverri y su vestimenta
deportiva consta de una sudadera ceñida al cuerpo y una chaqueta térmica de
capucha diseñada por ella misma en Monodedo Colombia. Esta empresa fue
creada por Mónica y su esposo en el 2002 como importador y distribuidor de
equipo deportivo outdoor.
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Y en el gran outdoor Everest, luego de alcanzar el campo base
avanzado, los sherpas (personas de una tribu local de Nepal que se han
destacado como los montañistas locales más fuertes y que acompañan a los
turistas a las montañas a cambio de dinero) montan el campo uno y dejan un
depósito para el dos.
Los expedicionarios suben, duermen allí y vuelven a bajar. Cuando
Mónica bajó, todos subieron al campo dos a dormir. Mónica se sentía mal, pues
no era fácil ver que todos subían y ella bajaba. Pero, poco a poco, se aclimató
y, tras dormir en el campo dos, al día siguiente subió lo más que pudo. La meta
para los que querían alcanzar la cumbre eran 7.500 metros antes de bajar al
campo base avanzado.
Mónica alcanzó la cuota, algunos de sus compañeros llegaron un poco
más alto y luego bajaron. De todas formas, se tuvo que dividir el grupo. Ana
María fue con los más rápidos en el primer grupo, mientras Katty y Mónica, con
otros dos escaladores, en el segundo grupo.
Después de decir esto, comenta que su empresa ha crecido paso a
paso, pues actualmente tienen dos almacenes: uno en Bogotá y el otro en
Suesca. Ella misma diseña la marca propia, y cinco mujeres cabeza de familia
trabajan para ella confeccionándola. Además, esta ropa es exportada a los
otros almacenes Monodedo en Perú y Ecuador, que pertenecen a un amigo
alemán.
Los proyectos futuros para esta empresa indican sacar una línea de ropa
deportiva y térmica para niños. Los sueños de Mónica no se detienen.
Actualmente, pertenece a la Corporación de Turismo de Suesca y a una
fundación para el desarrollo humano del municipio iniciada por ella y dos
amigas más. Este proyecto busca apoyar los procesos educativos de las
veredas.
Mencionó esto sobre Monodedo porque ellos proporcionaron el equipo
necesario para la expedición.
Ahora sí intentarían la subida a la cumbre. Ana María las esperó en el
campo tres y subieron las tres juntas. Para Mónica era una montaña
impresionante, no sólo por su altura y hermosura sino por la logística que
demanda poder subir a la cima. Las mujeres iban todo el tiempo con tres
sherpas, pues ellos estaban más pendientes de ellas, por ser la primera vez
que iban. Empezaron el ascenso a las nueve de la noche. Y hacia las seis y
media de la mañana del 24 de mayo de 2007 lograron llegar a la cumbre.
“Por encima de 8.000 metros no piensas tan rápido, todo es como más
lento, algunos alucinan. Yo escuchaba voces, y pensaba más lento”, dice Moni
mientras alarga cada palabra, pronunciándola de forma pausada.
No llegaron exactamente al tiempo, una llegó tras otra, pero acordaron,
antes de subir, que dirían que las tres eran las primeras y que sería un ascenso
en grupo. Intentaron no darle importancia a eso, así que Mónica no quiso decir
quién llegó primera. Sin embargo, antes de este acuerdo, hubo una discusión
porque, según las mediciones de oximetría y de palpitaciones, Ana María se
encontraba mejor y había algunos intereses de por medio para que ella llegara
antes que las demás en el primer grupo.
A Mónica y Katty no les importó y dijeron que iban a escalar, así que
aceptarían cualquier trato.
La discusión incrementó pues algunos
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argumentaban que Ana María no cargaba su equipo, además llegaba y se
acostaba a dormir, mientras que Mónica sí lo cargaba y llegaba a picar el hielo
y hacer el agua para todos. Al final, cuando Ana se tuvo que quedar
esperándolas pudieron pactar la llegada al tiempo.
“Íbamos a llegar de noche a la cumbre, entonces nos tocó esperar, pero
fue hermosísimo ver el amanecer desde lo más alto del mundo. Espectacular el
salir del sol. Divino porque se veía al horizonte una línea naranja al fondo, poco
a poco se empezó a iluminar el cielo gradualmente. Eso fue superbonito”. El
firmamento no sería el único que se iluminaría pues los ojos de Mónica
comenzaban a destellar emoción y felicidad mientras expresaba estas
palabras. Igualmente, movía sus manos con gran agilidad, tratando de dibujar
la escena.
Esta gran experiencia hace notorio el carácter de Mónica, que tal como
lo describe Teolinda Berrio, su amiga desde hace 6 años, es muy generosa,
comprensiva, noble, pasiva y muy confiada. A pesar de esto, dice que “es una
caja de sorpresas, a veces dice una cosa y hace otra, pero tiene una inocencia
bacana”.
Las tres primeras mujeres colombianas que alcanzaron la cima del
monte Everest estuvieron media hora en la cumbre, tomándose fotos, bebiendo
algo, abrazándose y grabando el hermoso paisaje de amanecer. Las lágrimas
bajaban por el rostro de Mónica, la alegría y la emoción la invadían
completamente, pero las gotas que se deslizaban fueron congelándose
lentamente justo bajo la nariz.
La satisfacción de la meta cumplida no tiene palabras que la describan.
Tal como lo comenta Moni, lo primero en lo que pensó, aunque lentamente por
la falta de oxígeno, fue en su hija Valentina y en poder bajar pronto de la
montaña para tenerla en sus brazos nuevamente.
“La verdadera cumbre es llegar a abajo”
Al devolverse, la más acelerada era Ana María, pero Mónica venía muy
mal de un ojo, pues en la noche se quitó las gafas y, cada vez que el viento
corría la nieve le golpeaba el rostro.
“Me empezó a arder y lagrimear horrible”. Mónica se rasca el ojo como si
estuviera reviviendo ese dolor otra vez. Decidió quedarse con Katty en el
campamento a descansar y comer algo antes de bajar al campo base.
Prepararon una pasta y se acostaron a dormir para bajar al día siguiente.
Como bien lo dice Mónica, hasta no llegar a abajo no se ha coronado.
Ella lo aprendió en esta montaña. Cuando llegaban al campamento base salió
Luis Felipe Ossa, quien alcanzó la cima sin oxígeno suplementario un día antes
que ellas y les dio un recibimiento muy emotivo. Se abrazaron, lloraron y no lo
creían. Todos estaban abajo sanos y salvos, con tan buenas noticias llamaron
a Colombia y pudieron hablar con sus respectivos familiares y los medios de
comunicación.
Les quedaba algún tiempo antes de viajar de regreso así que se
dedicaron el resto de días a pasear y conocer. Mónica era la que más afán
tenía por regresar a Colombia para ver a su bebé, pero no pudieron cambiar
los tiquetes.
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Ahora, Mónica desea ir nuevamente al Everest e intentarlo sin oxígeno
suplementario, en compañía de Hernán y el hermano, que también es
montañista, pero es difícil porque no ha empezado a tramitar lo que necesita ni
a buscar patrocinadores que le provean el dinero que requiere tan magna
expedición. En cuanto al entrenamiento, no tiene inconveniente en empezarlo 5
ó 6 meses antes de la expedición, dice que no es necesario hacerlo con tanta
anticipación porque muchas veces se pierde.
La siguiente expedición fue a Pakistán al monte Gasherbrum. Aunque no
tenían patrocinador deseaba ir con su esposo Hernán, así que tuvo que
financiarse con recursos propios, porque era su sueño ir juntos, era el
momento. Fue difícil por Valentina porque, aunque ya estaba más grande, no
iba a estar con ninguno de los dos.
“En el 2010 viajamos a Pakistán y estuvimos los dos por fuera un buen
rato. Valentina lo tomó muy bien”, comenta Hernán, transmitiendo tanta
seguridad y pareciendo estar acostumbrado a ser ‘víctima’ de los periodistas
que desean entrevistarlo pues la grabadora que colocamos cerca de su boca
no lo intimida. Eso sin contar que íbamos en un bus de servicio público repleto
de personas. “Al menos al comienzo no hubo mucho problema. Al volver sí nos
dijo que había sido muy largo. Tú sabes que los niños no estiman bien el
tiempo”.
“Para mí fue superchévere. Es la montaña en la que mejor me he
sentido, porque queríamos hacer el G1 (Gasherbrum 1) y el G2 (Gasherbrum
2) o alguna de las dos. Decidimos ir al G1 porque la mayoría del grupo quería ir
para allá también”. La respiración de Mónica se agita y tose constantemente.
Su garganta está algo seca de tanto hablar. De repente, sentimos que
estábamos siendo observados. Nos tranquilizamos al saber que no se trataba
más que de unas estatúas de madera en forma de tótems y de elefantes que
hay alrededor de la mesa y que nos acompañaban en la charla.
La montaña G1 es más difícil y alta que el G2. De hecho, tuvieron que
fijar algunas cuerdas para garantizar mayor seguridad en la parte más vertical y
empinada de la montaña.
“De ahí para arriba el último campo estaba a 7.000 metros y la cumbre a
8.068. Entonces por eso es más difícil y duro, yo lo quería hacer sin oxígeno y
para mí fue lo máximo”. Realmente en sus palabras se nota la satisfacción que
le dio, pues habla lento, con propiedad y en la forma de pronunciar las palabras
se escapa la alegría.
A pesar de que no logró hacer cumbre, pues llegó sólo hasta 8.000
metros, aproximadamente, disfrutó la montaña y ha sido la experiencia que
más le ha gustado. De esta montaña aprendió más que en ninguna otra por los
errores que se presentaron. “Yo me sentí feliz, para mí fue increíble llegar ahí
con Hernán. Fue como medirme realmente a la altura de muy buenos
escaladores y sentir que podía dar más”.
Aunque tenía la satisfacción de estar aprendiendo mucho durante esa
escalada, Valentina siempre estuvo presente en sus pensamientos y era claro
que la poca comunicación con ella la hacía sentir muy mal. “Básicamente,
usamos un teléfono satelital. Pero el uso es bastante costoso. Entonces,
realmente no eran llamadas muy largas. Además, Valentina a veces no le
interesaba mucho hablar o nos contaba algo muy como ‘estoy donde la abuela
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y chao’. Para mí era un alivio que ella no tuviera ese apego. Para Mónica sí fue
más duro porque pensaba que no le importaba que la hubiéramos llamado”.
Hernán insiste en usar ese tono de voz seguro y fresco que transmite
tranquilidad.
Era el tercer intento de cumbre, empezaron a subir de noche porque la
textura de la nieve es más compacta, se presenta menos desgaste en el
cuerpo y para escapar de los rayos del sol que hacen más agotadora la subida
y derriten el hielo. Además, es importante usar las horas de luz para bajar de la
montaña.
En este asenso todo estaba blanco. Ella caminaba lentamente. Algunos
copos de nieve le golpeaban el rostro. A su lado estaba su esposo, pero ella
pensaba con dificultad. Los crampones le pesaban más que nunca y se
enterraban en el hielo. Nevaba, pero el frio no penetraba su gran traje de
plumas que la mantenía caliente. Blanco arriba, blanco abajo, blanco a los
lados.
Luego de haber estado lejos varias semanas del hogar, de la familia, de
algunos amigos y, principalmente de Valentina, Mónica y su esposo regresaron
a Colombia. “En esa momento, nos dijo que nos había extrañado mucho y que
había sido mucho tiempo. Pero nada que le fuera a crear problemas
psicológicos o cosas de estas, digamos que fue muy normal”, asegura Hernán
como queriendo justificarse y añade: “Pasamos mucho tiempo juntos, mucho
tiempo con ella más que unos padres promedio, entonces digamos que
compensamos estos viajes de escalada con el tiempo en Suesca”.
Y es cierto, al menos en parte. Los tres hacen viajes juntos, comparten
mucho tiempo y se divierten. Hace poco subieron al Nevado del Cocuy. Sin
embargo, Valentina tiene sólo 7 añitos y no toma esta actividad de forma seria
o como un deporte. Sigue siendo un juego para ella y una forma de conocer el
mundo y las preciosidades que lo rodean.
Saliendo de la casa de Mónica, Hernán tomaba de la mano a su esposa
y en la otra a su hija. Caminaban sin prisa y tres grandes sonrisas se reflejaban
en sus rostros. Moni se alejó un momento y, mientras Hernán se quedaba
observándola, aprovechamos ese instante para preguntarle sobre su relación
con ella, a lo que respondió: “Tenemos discusiones como cualquier pareja; sin
embargo, casi siempre nos ponemos de acuerdo y hemos logrado casi todos
los proyectos que nos hemos propuesto”.
Como todas, esta respuesta de Hernán fue pronunciada con cierto tono
de seriedad y seguridad, seriedad que no duraría mucho porque, después, le
pedimos que definiera a Mónica: “Bueno, no me vayas a meter en problema ahí
¿no? (Risas) Mónica pues es persistente en lo que quiere, es una cabeza dura
en el buen sentido de la palabra. Cuando quiere algo lucha hasta conseguirlo.
Es un poco ehmm ¿cómo se dice? Se me olvida la palabra”. Hernán piensa,
mira hacia abajo, se rasca la cabeza y demora alrededor de unos 15 segundos
para continuar.
“Es desordenada en cuanto a las cosas que quiere. Desea muchas
cosas, tiende a dividirse y, a veces, se le hace difícil cumplir todo lo que se
propone. Quiere estar en todo: en la parte social, en el negocio. ¡En todo! Es
bastante involucrada pero no logra cumplirlo todo hasta cuando se propone
algo serio, pero en el camino quedan cosas. Todo no se puede. Es una buena
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mamá, buena compañera, buena montañista, muy valiente en lo que es la
montaña. Muchas veces ha sido ella la que más ganas le pone y que más
insiste en que se puede. Muy valiente, comprometida con el proyecto”.
Valentina es una niña encantadora y risueña. Además, tiene mucho por
aprender de su madre, una mujer luchadora, guerrera, sensible cuando debe
serlo y emprendedora. Por ahora, habrá que esperar que comiencen una nueva
aventura con valentía, tesón y lágrimas congeladas.
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5.6 MONTAÑAS, ESENCIA DE VIDA PARA QUIENES MUEREN POR ELLAS
“Llevo ocho horas de viaje… Estoy en Namche Bazaar. Voy a dormir aquí. La
altura es más o menos 3.400 metros. Esperemos que todo salga bien. La
cámara está funcionando un poco mal. Vamos a ver qué pasa”. Víctor Correa
se encuentra cerca del Himalaya. Está cansado y se graba a sí mismo con una
pequeña filmadora. Montañas grandes por todas partes son lo único que se
logra ver.
Víctor es oriundo de Güicán, Boyacá. Su mamá, Silvina Pérez, lo
describe como alguien muy inquieto y se remonta a sus años de niñez. “Era
muy, muy travieso. Para el estudio era regular, él perdía años, lo echaron del
colegio. Él tenía como unos 13 ó 14 años cuando llegó Roberto Ariano que fue
amigo de Ángela, de mi hija, y lo llevó para la montaña. A él le gustó
muchísimo la montaña. De vez en cuando iba y subían”, dice Silvina con tono
cariñoso.
Roberto Ariano, alias “Paitón”, montañista y quien fue mentor de Víctor,
lo describe como alguien que piensa siempre en bares y cantinas. Asegura que
como no es un tipo de taberna, ni de billar, ni de ese estilo de actividades, no
sabe exactamente qué “espectáculos” habría realizado Víctor cuando era más
joven.
Por los lados de El Himalaya, muchas personas viven de las artesanías
en aquel lugar rodeado de montañas. Algunos viajeros pasan por allí
emprendiendo su camino y deciden comprar recuerdos de sus viajes. “Estas
son algunas de las artesanías que hacen las personas locales de acá… Hay
unos elefantes raros. Me imagino que todos tienen un significado”, mencionó
Víctor mientras tomaba uno de los paquidermos.
Estuvo en Namche Bazaar (una ciudad de Nepal) dos noches. Luego,
caminó cuatro horas y llegó a un pueblo que se llama Tengboche. En realidad,
es una aldea que tiene un monasterio y 5 hoteles, cuyo baño es compartido
con todos. Ahora está cerca de la ‘famosísima’ Adama Blanca. “Es una
montaña bastante técnica. Pienso yo. Muy linda por supuesto y que, realmente,
espero algún día escalar”.
“Bueno, mi sueño era estar acá y lo logré. Sin embargo, obviamente,
aquí quisiera escalar todas las montañas que más pudiera pero pienso que es
muy costoso. Necesito pagar las entradas y me valen muchísimo. Creo que no
tengo el dinero para escalar nada. Es triste pero también llena toda mi
expectativa respecto al tema de que tengo que volver”.
Víctor después conoció a unos brasileros y habló con la gente del
pueblo. “Lindo el sitio. Tiene muchos hoteles. Me encanta los aspectos de las
casas y de las personas que viven acá”, dijo con tono emotivo. Cerca de allí
queda Lobuche, uno de los cementerios del Everest. Ahí se hallan los cuerpos
sin vida de aquellos que han muerto en esa zona.
Finalmente, Víctor arribó a la base del tan mencionado Everest. Estaba
con una expedición nepalí. Él, como buen colombiano, amable y solidario,
ayudó a organizar el campamento y a ordenar todas las cosas. Luego, lo
invitaron a almorzar.
Víctor: “Thank you. Very good”
Nepalí: “This is your lunch”
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Al día siguiente, Víctor se levantó un poco afligido. Ya tenía que irse del
campamento base. Pero, igualmente, se sintió muy feliz de haber podido
conocer un lugar tan emblemático para cualquier montañista. “Imposible el
tema de la expedición – mencionó bajando la mirada, con un volumen de voz
más bajo y un poco resignado– Realmente, se necesita venir con un equipo y
con mucho más presupuesto. Estoy triste pero, bueno, feliz también de haber
estado acá. Espero estar en uno o dos años representando a mi compañía y
tratando de llegar, pues, a una de las montañas”. El estado de ánimo de Víctor
estuvo decayendo durante esos minutos pero, en ese sentido, sus sueños se
fortalecieron, al igual que su esperanza de algún día estar en la cima del
mundo. No dejó de pensar en el orgullo de representar a un país, a la gente, a
Boyacá, a las personas más cercanas y de decir que sí logró su meta… Por lo
pronto, tuvo que descender.
El sueño de escalar el Everest quedó aplazado pero lo que tenía Víctor
frente a él era escalar el Island Peak. Así que con su cámara personal y su
equipo emprendió el viaje a la cima, no a la más alta del mundo, pero sí aquella
que lo motivaría a enamorarse aún más de las montañas.
“Es un personaje extrovertido, ‘mamagallista’, de buen humor,
colaborador en las actividades de la montaña y pues esa es la impronta que
tengo yo de Víctor en cuanto a su comportamiento. Tal vez el único defecto,
entre comillas, que le podría yo endilgar es que es más terco que yo – Roberto
Ariano no puede evitar reírse y continúa describiendo a Víctor- y no sé, creo
que ese carácter terco que tenemos pues a veces no nos lleva siempre a feliz
puerto, porque hay que tratar es de ser ecuánime y de sopesar puntos de vista
y tratar de llevar siempre las cosas a un término medio”. “Paiton” prende un
cigarrillo y comienza a fumarlo lentamente, girando su cabeza a su lado
derecho cuando expulsa el humo inhalado.
Sin embargo, su madre no lo apoyaba en su carrera de montañista
porque, según ella, Víctor no conseguía un trabajo estable, dejaba todo en
desorden cuando llegaba y, por ende, se armaban peleas a diario en la casa.
“A mí me gustaba verlo bien arregladito, verlo bien con sus manos limpias, sus
zapatos, todas esas cosas. A mí me gustaba verlo era como Ángela, como
empleados”, comentó doña Silvina.
A cualquier lugar al que iba llevaba su sombrero, eso sí manteniendo
como ley la letra de esa canción que dice “soy boyacense de pura raza, amo a
mi tierra como a mi mama, siempre de abrigo llevo una ruana, echa en el viejo
telar de casa”.
Era un frío miércoles en el Island Peak. Nuestro héroe tenía sed. Tomó
un pedazo de hielo del piso y se lo metió a la boca. “Tuve que pagar un
montonón de plata por un permiso- Víctor habló con un poco de dificultad
mientras el hielo se iba derritiendo- Pagué un guía y ahora estoy aquí,
intentado la cumbre del Island Peak que tiene un poquito más de 6 mil metros.
Bueno, todo va bien. O sea, ni siquiera he sufrido”.
Salieron a las 2 de la mañana y ya habían pasado 5 horas. El montañista
sentía que debía mejorar su técnica. La inseguridad lo invadía un poco pero, de
todas formas, se sentía contento por estar escalando.
Las montañas que se podían apreciar en ese paisaje eran muy
parecidas a las del Cocuy. Obviamente, un poco más altas. Picos y picos era lo
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que se podía observar durante esa excursión. Eso sin contar las casi 60
personas que acompañaban a Víctor y que, también, se propusieron el para
nada despreciable reto de llegar a la cumbre del Island Peak.
Pasaron largas horas, eternos minutos. Cada pisada se colmaba del
cansancio que sea hacía más notorio y se hacía más lenta. Pero ya casi
llegaban a la cumbre. “Esto es relativamente fácil. Aunque para mí
personalmente… no es que sea tan, tan, tan fácil”, dijo Víctor con la respiración
agitada y tomando una gran bocana de aire.
“¡Güicán! Para la gente de Güicán, estoy aquí, en la cumbre de Island
Peak. 6 mil algo de metros- 6.200 metros dice aquí… Pues no, nada, decirle
primero que todo a mi familia que muchas gracias por el apoyo. A Miguel,
gracias por el apoyo, también por el dinero, bacano. Fercho ‘el Boyaco’, gracias
por despedirme. Espero que en un año estemos aquí… Para Treisy, también,
muchas gracias por todo, muchas cosas se dieron porque tú estabas ahí y
pues, en general, gracias a la gente de Güicán”.
Güicán es un municipio ubicado en el departamento de Boyacá, en la
provincia de Gutiérrez, aproximadamente a 225 kilómetros de Tunja, la capital
boyacense. Víctor es oriundo de allá. Terminó su grabación con un “estoy muy
feliz y no más”.
Comenzando una nueva expedición
Hernán Wilke es amigo de Víctor. Se conocieron hace diez años porque Víctor
se había dedicado mucho tiempo a guiar personas que deseaban escalar.
Compartieron muchos momentos en el municipio de Suesca, en Bogotá, en la
Sierra Nevada del Cocuy y Güicán. Pronto organizaron un especial viaje al
Himalaya. “Bueno fue un poco casualidad que fuéramos juntos a esta
expedición, de hecho, Víctor tomó la decisión primero, obtuvo los recursos y
consiguió los permisos y todo para ir al Manaslu, la octava montaña más alta
del mundo. Cuando me lo comunicó pues yo me alegré mucho porque era una
ilusión grande que él tenía, ir a escalar una montaña al Himalaya”, mencionó
Hernán.
Varios amigos también le recomendaron a Víctor que intentara conseguir
más recursos para contratar la asistencia de un sherpa.
Días después y luego de tomar unos tres tintos en la cafetería ‘El Pulpito’
en el municipio de El Cocuy, Boyacá, Víctor se despidió de sus familiares y
amigos. “Chino, suerte porque usted está abriendo un camino para mí, la sola
información que usted me está proporcionando de cómo llegar allá para mí es
valiosísima. Usted es la ficha clave porque pertenece a mi generación,
pertenece a mi región, entonces es la ficha clave”, le dijo Omar Elisio López,
amigo de Víctor, con un fuerte abrazo.
En el Manaslu ya había perecido un colombiano también de Boyacá,
Lenin Granados. “Él me dijo que quería ir al Manaslu porque, porque… esa
montaña la han intentado escalar colombianos muchas veces, incluido mi
hermano Lenin, todas sin éxito, entonces Víctor soñaba tener éxito en esta
montaña y de alguna manera rendir un homenaje a mi hermano y a Boyacá”,
mencionó Julio César Granados, otro de los conocidos de Víctor. Julio le dijo
que esa montaña era peligrosa, que no le convencía la idea de escalarla pero
que le aliviaba saber que Hernán lo iba a acompañar. “Vaya con toda, le dije”.
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Víctor llamó a su mamá y la invitó a almorzar. La acompañaba a todas
partes, le ayudaba en su trabajo y era su gran confidente. “Yo cerré el almacén
a las doce, nos sentamos en el hotel, almorzamos… nos vinimos aquí, hicimos
un tinto, nos lo tomamos, nos acostamos un rato ahí en la cama de él. Nos
quedamos un buen rato, hablando del viaje… que apenas llegara íbamos a
arreglar la casa... íbamos a arreglar la oficina de él”. Víctor ya tenía las maletas
listas. Agarró a su mamá del brazo y le dijo que fueran a dar un paseo. Se
comió dos pasteles y se devolvieron a la casa.
Ya iban a ser las 7:00 p.m. Víctor se sentó en el mueble, se tomó un
tinto, subió a la terraza, ordenó unas cosas, bajó y tomó su maleta. “Mamita,
¿está triste?”, le preguntó. “No, mijito, yo no estoy triste. Yo estoy es contenta
porque se va de paseo”, contestó doña Silvina. Sin embargo, como toda madre,
no soportaba la idea de tener que alejarse de su hijo por una gran temporada.
“Yo lo despedí, le eché las bendiciones y le dije que Dios me lo llevara y me lo
trajera con bien… Le pedí mucho a la [Virgen] ‘morenita’… que me lo volviera a
traer como yo lo mandaba porque ¿qué tal por allá le pasara, por ejemplo, que
se le partiera una mano, una pierna... tantas cosas?... todos los días yo rezaba
el santo rosario… señor, Dios mío, se lo recomiendo, tráigamelo, protéjalo,
favorézcalo”.
Él viajó para Nueva Delhi, la capital de India, pero no tenía pasajes para
llegar a Katmandú, la ciudad más grande de Nepal. Pensó hacerlo por tierra
pero le sugirieron que no lo hiciera, ya que viajaba con mucho dinero en
efectivo y con todo el equipo de alta montaña. Así que una semana después
consiguió un pasaje aéreo barato y voló hasta Katmandú. Allí se encontró con
Hernán y con otro grupo de escaladores.
“Realmente fue una experiencia muy bonita, unos paisajes increíbles,
mucho contacto con la gente y pues me acerqué mucho a Víctor porque
hicimos una larga caminata [trekking] casi los 7 días juntos, compartíamos las 6
ó 7 horas de caminata diarias. Llegábamos siempre a algún pequeño pueblito
donde acampar o donde dormir en un hotelito. Allí normalmente en la tarde nos
tomábamos unas cervezas juntos, charlábamos, entonces fue una experiencia
bien bonita de acercarme a él”, afirmó Hernán. Y de hecho hablaron de sus
proyectos, de la familia, de sus novias, sus triunfos, etc. Víctor no paraba de
mencionar su gran experiencia en Güicán, de cómo llegó a la montaña y cómo
eso había impactado en su vida.
Una vez llegaron al campamento base, después de caminar varios días,
colocaron la carpa, con piedras sueltas por todos lados. Víctor ayudaba al
cocinero, a Hernán, a los otros expedicionarios, siempre preguntando en qué
más podía ayudar. “Estuvimos dos o tres noches. El objetivo era aclimatarnos
lentamente, ir adaptando el cuerpo a la altura. Sin embargo, una sherpa me
pidió un día el teléfono prestado porque se había presentado una avalancha
muy grande de la cual hubo cobertura en casi todos los medios internacionales.
Un pedazo de hielo que se desprendió de por allá arriba y al caer causó una
avalancha de nieve que barrió completamente con el campo tres e incluso llegó
a romper carpas en el campo dos”, comentó Hernán con los ojos atónitos. Por
ese motivo, el proyecto de subir tuvo que ser aplazado.
De hecho, vieron cómo bajaron las trece personas muertas como
resultado del incidente. Eso lo tomaron como un aviso o una señal que les
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advertía que debían tener cuidado con la peligrosa montaña. Para ese
entonces, el único colombiano que había fallecido en dicho lugar era Lenin
Granados. Ambos decidieron hacer ‘la puya’, es decir, la ceremonia budista en
la cual se le hace una ofrenda a la montaña y se le pide permiso para subir.
Luego de unos días, en los que la situación se fue calmando y ya habían
‘limpiado’ la zona, los muchachos subieron al campo uno que estaba a 5.000
metros aproximadamente. Era una caminata de muchas horas por un glaciar
muy largo, con mucho calor. En ese día, el sol les brillaba muy fuerte pero la
subida fue fácil para ellos porque la vía estaba totalmente marcada y con
cuerdas en los sitios que lo requerían.
“Habíamos decidido compartir una carpa un poco apretados para evitar
de esa manera cargar más peso, no tener que llevar dos tiendas, sino solo una.
Pasamos una noche bastante bien. A mí siempre la aclimatada me da mal, me
da lento, entonces yo sufrí de los dolores de cabeza esa noche. Dormí pero no
muy bien, lo que para mí es normal. Yo sé que eso se mejora con el tiempo
entonces iba tranquilo. Víctor también estaba muy tranquilo. Recuerdo eso.
Estaba que cocinaba, iba y buscaba nieve y charlaba”, afirmó Hernán Wilke.
Luego de descansar intentarían llegar al campo dos. Hernán comentó
que era mejor bajar de la montaña porque había nieve acumulada de los días
anteriores. Pero, cuando vio que empezaron a pasar más personas por la zona
y se dio cuenta que no era tan empinado, decidió seguir.
El campo dos quedaba a 6.300 metros más arriba. Víctor se desenvolvió
muy bien durante ese trayecto y tenía muy claro que tenía que llegar a la
cumbre como fuera, sin importar las condiciones que hubiera. Entonces, llamó
a Treisy Alexandra Lizarazo, su novia.
Víctor conoció a Treisy en Suesca. Escalando. Se habían encontrado en
alguna oportunidad en Güicán, junto con otras compañeras de trabajo, y ahí
inició su relación. “Víctor, en preparación física, hizo cinco o seis expediciones
antes de irse. Hizo la vuelta a la Sierra Nevada en 24 horas, un récord que
nadie sabe que hizo pero lo batió”, comentó Treisy, explicando el
entrenamiento que tuvo su novio antes de partir al Himalaya.
“Nos preocupamos porque algo iba mal con Víctor. No estaba siendo
coherente en sus pensamientos. Se puso a buscar su teléfono satelital. Se lo
encontré en el morral. A la media hora, empezó de nuevo a buscarlo. Y,
nuevamente, se lo encontré en su morral. Eso fue una alerta”, explicó Hernán.
Se dio cuenta de que Víctor estaba confundiendo las cosas, no coordinaba sus
palabras, le cambiaba el nombre a los objetos pero no sabía si se trataba de un
edema o si era alguna otra cosa producida por la adaptación a la altura. Un
médico de otra expedición le midió el oxígeno de la sangre y dijo que no era de
muerte pero que era urgente que bajara. Incluso, ya no lograba desplazarse
bien y se le notaba más confuso.
Descendieron del campo dos. Hernán le preguntó por el número de
teléfono de su casa pero no supo decir cuál era. No lograba decir su dirección.
Ya en el campo uno, Víctor quería parar a dormir pero le insistieron que no era
recomendable. Pero ya se le notaba mejor. Ya se acordaba de su número
telefónico, coordinaba sus ideas y se movilizaba mucho más ágil. El dolor de
cabeza se le pasó, al igual que el vómito, sin embargo era necesario bajar aún
más.
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“Al llegar al campo base, él estaba totalmente repuesto de estos
síntomas, sin embargo, fue tratado por un médico especialista en altura, en
enfermedades de alta montaña, y lo medicó con Dexametasona, un
medicamento especial para el edema cerebral, y le dijo que tenía más de un
50% de posibilidades de que si volvía a subir el edema fuera más agresivo”,
aseveró Wilke. Tanto el médico como los demás expedicionarios le
recomendaron que abandonara la intención de subir.
Víctor descendió hasta el pueblo, Samagaon, se conectó a internet y se
recuperó. Ya habían pasado 4 días, tiempo en el que todos pensaron que las
posibilidades de que se presentara un edema eran mínimas. Por supuesto,
Hernán estaba muchos metros más arriba, en el campo tres, pero él estaba al
tanto de todo lo que ocurriera con su compañero, abajo.
Al día siguiente, Treisy le comentó a Hernán que Víctor iba a ascender.
Sin embargo, “esto causó que nos preocupáramos bastante. Yo personalmente
lo que hice fue llamar a Colombia e intentar que la gente allegada a mí que me
estaba apoyando se comunicara con la gente allegada a él y tratara de
convencerlo de que esperara más o de que no subiera solo”.
Hernán estaba realmente alarmado y, cuando bajó al campo base, se
encontró con Víctor. Él estaba subiendo muy cargado, con mucho equipo. Le
insistieron en que no lo hiciera solo, que consiguiera compañía o que lo
intentara después. Pero él estaba decidido a intentarlo, aun afirmando que
estaba consciente del riesgo que corría.
“Yo le insistí que por favor me pusiera un SMS a mi teléfono satelital o
que me llamara todos los días para darme su posición y su estado, para saber
cómo iba, dónde estaba, si necesitaba ayuda. Él no lo hizo sino que se
comunicó con Colombia directamente, llamó a familiares y amigos,
comunicándoles sus planes, sus decisiones día a día. Además, siguió sin parar
en vez de quedarse varias noches en el campo uno como me dijo a mí cuando
nos vimos”. Wilke no pudo evitar sentirse nervioso al decir estas palabras y, a
la vez, conmoverse con su propio relato.
Palabras que no se olvidan
Víctor llamó a su madre el 2 de octubre, día de su cumpleaños. “Me llamó a las
6 en punto de la mañana. Él se acordó de mis cumpleaños. Me dijo: ‘Vea, el 29
de septiembre cumplía años Ángela y yo no pude llamarla porque no tengo el
teléfono de ella, entonces no pude llamarla pero me la saluda’. Ahí sí me dijo
‘feliz cumpleaños, mamita, que los cumpla muy feliz, que esté muy contenta
hoy, que la pase feliz. Me ha ido muy bien, estoy en la montaña, voy subiendo,
está haciendo un día muy maravilloso y me va a ir muy bien, mamita. En ocho
días la llamo y en un mes nos vemos en Güicán’ y me colgó. No se me
olvidarán nunca esas palabras que él me dijo, así, pero feliz. Me llenó de
alegría, Dios mío, escucharlo”.
“La última llamada que él me hizo fue el 3 de octubre en Colombia, creo
que allá era 4 de octubre- Treisy hace una pausa y retoma su respuesta- Él me
dijo pues que estaba bien, que estaba en el campamento dos, me contó que se
encontró con una pareja de brasileros, que estuvieron hablando mucho tiempo,
que los había invitado a Güicán… me dijo que tenía un poco de dolor de
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cabeza, que estaba un poco cansado y que se iba a acostar a dormir, que
descansaba esa noche y al otro día volvía y se comunicaba”.
“Nos llegó el mensaje de que estaba en el campo dos y que iba a subir
para el tres y ya en ese momento nos dimos cuenta que la situación se ponía
un poco grave, porque en la montaña ya no quedaba gente. Los pocos que
había arriba empezaban ya a bajar. Todos iban abandonando la montaña y las
condiciones no se perfilaban buenas para los siguientes días. Él iba quedando
un poco solo arriba entonces eso nos fue empezando a preocupar cada vez
más… decidimos nosotros intentar subir a ver si necesitaba ayuda. A todo esto
no sabíamos si estaba bien, como nos decían en Colombia los mensajes, o si
había algún problema. Subí, junto con otro compañero y dos polacos que se
ofrecieron a acompañarnos”, aseguró Hernán.
Las condiciones en la montaña habían empeorado bastante. La nieve en
la mayoría del recorrido ya llegaba a las rodillas. Incluso, las cuerdas fijas
estaban enterradas. Ya la vía, que en un comienzo estaba marcada, se había
esfumado. Hernán no logró llegar ni siquiera al campo uno pues una parte de
hielo se desplomó. La situación se había tornado en exceso complicada. Wilke
decidió devolverse. Era bastante frustrante para él haberse devuelto sin tener
una mínima señal de lo que le hubiera podido ocurrir a Víctor.
Hernán comenzó a buscar expediciones vecinas para ver si alguien
podía ceder uno o dos sherpas. “Tocó pagarles una suma bastante grande de
dinero pero accedieron a intentar llegar al campo dos”, explicó.
Los sherpas lograron llegar al campo uno y subieron un poco más de lo
que Wilke pudo hacerlo. Pero más arriba se encontraron con el mismo
problema. Nieve hasta la cintura, muy inestable, muy peligrosa. El camino
estaba sin marcar y había grietas que no permitían el paso. Entonces estos
sherpas tomaron fotos del panorama y se devolvieron. El reporte que
entregaron fue que, si Víctor estaba en el campo dos, no había posibilidad de
que pudiera bajar solo por más maniobras que pudiera usar.
“Me fui a rezar el santo rosario, bajé a mirar la veladora y yo la veía,
contenta la veladora ahí. Yo aquí llorando por el Víctor, ¿por qué se fue Víctor?
Él no había llamado a Treisy ni a nadie. Me dijeron que no sabían nada de él.
Pasó la cosa más terrible. Nosotros no sabíamos qué hacer. ¡Virgen, santísima!
Fue terrible el sufrimiento para nosotros. Llame al uno, llame al otro, que a ver
qué, cómo lo buscaban, cómo que… qué debíamos de hacer”, explicó doña
Silvina con los ojos entrecerrados.
Desde Colombia, se gestionó el alquiler de un helicóptero especial, el
cual puede volar arriba de los 7.000 metros pero cuesta mucho dinero. Se logró
conseguir los recursos para que al día siguiente la máquina estuviera
sobrevolando la zona. Hernán alistó un equipo de alta montaña, de
supervivencia y de premios auxilios.
“El helicóptero me recogió en el campo base. Subimos siguiendo la vía
buscando si hallábamos huellas o algo, que no vimos. Veíamos sólo las
nuestras y las de los sherpas. Sobrevolamos el campo dos y el piloto intentó
tres veces aterrizar o por lo menos acercarse a la nieve para que yo pudiera
saltar del helicóptero e ir y mirar en las carpas… esta maniobra no fue posible
porque cada vez que el helicóptero intentaba aterrizar había demasiada nieve
suelta que se levantaba y empezaba a cubrir el helicóptero. Volamos al campo
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tres sin chance de aterrizaje tampoco y sin señales de movimiento. Las carpas
tenían más de medio metro de nieve, todo alrededor. Eso indicaba que nadie
había salido o entrado de la carpa el día anterior. El piloto me dijo que el
combustible escaseaba en la máquina entonces que debíamos bajar a
tanquear. Sin embargo, al llegar al pueblo, la montaña se tapó. Era algo que
ocurría normalmente al medio día. Entonces ya el piloto me dijo que ya ese día
no se podía volver a volar alto, que eventualmente había que esperar a la
mañana siguiente… a mí me tocó comunicarme con la gente de aquí en
Colombia y decirles que no habíamos podido obtener ningún dato del paradero
de Víctor y que no sabíamos qué hacer… me mandaron a decir que no, pues
que abandonara la búsqueda y que si eventualmente en los días siguientes
aparecía Víctor que no le quitáramos su sombrero. Él siempre usaba un
sombrero ‘boyaco’. Entonces básicamente para mí ahí terminó la búsqueda de
Víctor”.
El mentor de Víctor, Roberto Ariano, estaba de viaje por Europa. Se
encontraba examinando la conservación y la operación del turismo en países
que habían estado sometidos al régimen de Rusia. Durante ese viaje, le
comunicaron la desaparición de su educando. Como parte de su trabajo, tuvo
que viajar a Bucaramanga y estar al lado de personas que no conocía. “Para
mí fue muy embarazoso porque estaba en una reunión de la ‘burdocracia’
ambiental en Bucaramanga y yo ‘berriando’ cada 20 minutos. Para mí fue
incómodo todo ese trance porque yo hubiera preferido estar acá en el Cocuy
rodeado de mi familia, de parques y mis amigos”.
Por su parte, Treisy dice que lo que él más deseaba era ser el primer
boyacense en subir el Manaslu. “Víctor está en las montañas, feliz de estar allá,
era donde él quería quedarse. Él está seguramente con su perro, seguramente
con muchos de sus amigos con los que quiso reencontrarse”. Termina diciendo
que un montañista prefiere morir en la montaña porque esa es su vida. “Viven
por ellas y mueren por ellas”.
“Yo sigo con alguna esperanza de que él está vivo- Asegura doña
Silvina- Yo quiero que algún día digan que encontraron el sombrero,
encontraron la carpa, encontraron a Víctor en el Himalaya. O simplemente que
esté vivo y llegue, que sea una sorpresa… Eso sería maravilloso para mí”. La
señora se da la vuelta, sirve un poco de tinto y vuelve a sentarse. “¿Sabe?... Lo
que más extraño de él es que era como el papá de la casa, como el que… sí…
la compañía, y yo lo siento a todo momento. A mí me parece que él está al pie
mío, que me está acompañando”.
“Bueno, a nivel personal puedo decirles que esta es la expedición para
mí más frustrante y más triste que me ha tocado. Hasta ahora con cumbre o sin
cumbre siempre habíamos vuelto todos enteros y contentos. Básicamente de
eso se trata ir a la montaña, más que nada a disfrutar, pasarla bien.
Obviamente pasarla bien pues suena raro si les digo que toca caminar 7.000
metros, con mucho frío, con un morral muy pesado, pero es nuestra forma de
pasarlo bien, es lo que nos gusta entonces está claro que para mí esta ha sido
la expedición más frustrante y más triste de todas”. Hernán no deja de
lamentarse por el suceso y más sabiendo que, aunque él hizo lo que estuvo en
sus manos, Víctor era su compañero de escalada en ese momento. Por ende,
la responsabilidad era de cuidarse mutuamente.
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Wilke también dice llorando que hubiera querido que las cosas pasaran
de otra forma, que él hubiera podido hacer algo más para evitar el trágico final.
“Yo lo recuerdo… pues alegre, él era un tipo muy alegre… muy motivado,
estaba muy ilusionado con esta escalada, y quisiera que lo recordemos así
como una persona muy feliz, muy alegre, que se gozaba mucho la vida, que se
la gozó, yo creo, hasta el último momento… y eso, que lo recordemos con una
sonrisa… aunque a mí no me sale”.
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