LA LIBERTAD EN EL ESPIRITU COMO FUNDAMENTO DEL COMPROMISO José Reyes S. 18-05-95 La CVX de Santiago me ha pedido reflexionar sobre el tema de la libertad y el compromiso. Me alegro, porque este es un tema propio de una Comunidad que camina hacia la madurez. En un proceso de crecimiento comunitario o institucional, distintos temas se van presentando en el camino y merecen reflexión. Al inicio, por ejemplo, tendrá más importancia el tema de la actividad y la metodología: cómo operamos, qué hacemos en nuestras reuniones, qué actividades comunes proponemos a los miembros. Andando un poco de camino, aparecerá inevitablemente el tema de la identidad: quiénes somos, nuestros fines y objetivos, lo que nos distingue de los demás. Más allá, surge imperativo el tema de la formación: qué tipo de formación ofrecemos, qué medios privilegiamos, qué actividades proponemos. No pretendo aquí definir metódicamente los pasos que sigue una comunidad en su proceso de crecimiento, aunque sería interesante hacerlo en otro artículo. Me interesa simplemente que ustedes comprendan que hay temas que van cobrando más relevancia según sea el momento del camino en el que nos encontramos. Estilo de vida, libertad y compromiso, compañerismo en la misión, son temas propios de una comunidad en la que ya varias personas sienten que su pertenencia a ella no es sólo una cuestión de afiliación o membresía, sino un asunto de vocación y orientación de la propia vida. Esto lo he graficado otras veces diciendo que en un proceso auténtico, toda persona sentirá en algún momento que la CVX ha pasado del nivel de la camisa al nivel de la piel. No vibro por una camiseta que me pongo y me saco, por mucho que la quiera. Vibro por un don recibido que ha pasado a formar parte de mi corazón - mi centro vital - desde el que emanan mis opciones, en el que habita el Espíritu del Señor y me guía. 1. La libertad en el Espíritu En la Biblia, vemos el llamado a vivir "la gloriosa libertad de los Hijos de Dios" (Rom 8,21). Individualmente y como comunidad, podemos oír la enseñanza de Pablo: "habéis sido llamados a la libertad" (Gal 5,13), o la de Pedro: "obrad como hombres libres" (1 Pt 2, 16). Humanamente, intuimos que la libertad es algo delicado: nos cuesta darla a nuestros hijos, nos parece un juego peligroso, nos cuesta usarla activamente y a veces nos parece más cómodo no tenerla. Es que nos olvidamos que se trata de "la libertad que tenemos en Cristo Jesús" (Gal 2, 4), que no nos hace esclavos de la ley sino que nos hace participar de la libertad de Dios. La "ley perfecta de la libertad" (Stg 1,25; 2,12) de la que habla el apóstol Santiago es la misma "ley interior del amor" de la que hablan nuestros Principios Generales. Es la libertad en el Espíritu la única y verdadera libertad, "porque el Señor es el Espíritu, y donde está el Espíritu del Señor, allí está la libertad" (2 Cor 3,17). Sólo en Cristo podemos vivir nuestra libertad sin ansiedad y sin arrogancia. Nuestros actos más libres no son actos de la voluntad; son actos de fe y de esperanza. La radicalidad de nuestros compromisos no se funda principalmente en nuestras propias posibilidades, sino en que "para que seamos libres nos liberó Cristo" (Gal 5, 1). En la espiritualidad ignaciana, hay un equilibrio afectivo que llamamos "indiferencia" que es el comienzo de la libertad. Es el fruto del Principio y Fundamento: apertura, libertad, disponibilidad ante Dios que me ama y que tiene propuestas que hacerme. Es el fruto de la ley interior del amor que "nos capacita para ser abiertos, libres y siempre disponibles para Dios" (PG 2). En la dinámica ignaciana, la libertad aparece después vinculada a la elección y a la oblación. Nuestra respuesta al llamado del Rey Eterno es "ofrecernos" (EE.96), incluso en "oblaciones de mayor estima y momento" (EE.97). En las Dos Banderas, nuestra libertad es atraída por Dios y por el mal espíritu, interpelada y agitada, desencadenándose un proceso que acompañará al ejercitante durante todos los Ejercicios. "Demandar a Dios nuestro Señor lo que quiero y deseo" es una fórmula que aparece a menudo en los Ejercicios y que interroga la libertad una y otra vez. Las contemplaciones de la vida de Cristo son nuevamente un llamado a nuestra libertad, para "hacer nuestras las opciones de Jesucristo" (cfr. PG 1). Al contemplarlo en camino al Jordán y en su bautizo, veremos a Jesús haciendo opciones y recibiendo la confirmación del Padre y el Espíritu. En las tentaciones del desierto, experimentaremos también nosotros los falsos motivos que atraen nuestra libertad. Irá creciendo en nosotros el deseo, y casi naturalmente nos encontraremos diciendo frases asertivas "teniendo en Cristo bastante libertad" (Flm 0,8) y "guiados por el Espíritu" (PG, 2): "Yo quiero y deseo, y es mi determinación deliberada" (EE. 98). Ignacio ve clara la relación entre libertad y voluntad, y actúa como "el que ha tomado una firme decisión en su corazón, en pleno uso de su libertad" (1 Cor 7, 37). La "determinación deliberada" es un impulso a la acción, es lo que hoy los sicólogos llamarían una "frase de contrato", por oposición a vagas declaraciones de intención del tipo: "me gustaría y quizás algún día...". Esta intuición se encuentra en los Tres Binarios, y trasunta con claridad en el tercer tipo de hombre, el que sabe distinguir los medios de los fines (Cfr EE 155, 169). Como Ignacio conoce los límites de la naturaleza humana y sus propias limitaciones personales, necesita que su libertad no se quede en la elección y la determinación deliberada, en un peligroso voluntarismo. Vuelve entonces en él el sentido de la libertad como capacidad de oblación, y no sólo como capacidad de elección. La oblación es don de sí, abandono en Dios, confianza total. Sin esta dimensión, nuestra libertad se paraliza en el temor, no pasa a la acción, se queda en libertad conceptual. Hay que volver al ofrecimiento de sí, de todas nuestras cosas y de nosotros mismos con ellas, "afectándose mucho" (EE 234). Es en este tono espiritual que Ignacio Dice: "Tomad, Señor, y recibid toda mi libertad" (id). La libertad es movida por el Amor de Dios y a El se ofrece. 2. El Compromiso en el proceso de crecimiento en CVX Recuerdo que una vez fui invitado a hacer una presentación de la CVX a un grupo de comunidades cristianas que podían llegar a ser CVX. Ellos habían leído textos seleccionados de los Principios Generales, y mi intervención partió recogiendo de ellos las impresiones y preguntas que traían sobre la CVX. Uno me dijo: "a mí me suena como demasiado militante y radical". Otro me dijo: "tengo la impresión que si entro a CVX, desde mañana tendría que rezar todos los días, asistir a misa varias veces en la semana, hacer Ejercicios Espirituales una vez al año, ir a reunión de comunidad, tener Dirección Espiritual, inscribirme en un apostolado, etc". Ante estas dos intervenciones, mi respuesta fue más o menos así: La CVX es un camino de crecimiento que parte de un deseo y que va desarrollándose "en la singularidad de cada vocación personal" (PG 2). Pero, admitirán ustedes que todo camino de crecimiento, si es que no se trunca, termina por ser militante. Piensen en la relación de pareja, tan entretenida y hasta ingenua al principio. ¿Acaso no va convirtiéndose naturalmente en compromiso? Si vamos creciendo y conociéndonos mejor el uno al otro y cada uno a sí mismo, se irá creando una relación de mutuo compromiso, hasta llegar a la radicalidad del matrimonio. Entonces, la CVX no es militancia por definición, sino por consecuencia de un camino de crecimiento en Cristo. Mi compromiso, después de algunos años de camino, no es afiliación voluntarista ni perseverancia sufrida. Es relación viva, es lo que fluye de mis más profundos deseos. Y respecto de la lista de actividades propias de la CVX, éstas son medios de crecimiento y no exigencias inhumanas. Se ponen a tu servicio para que puedas avanzar en el camino, cada cosa a su tiempo, y a través de ellas vas viendo si tu relación es legítima y si te hace feliz. ¿ Por qué temer a la militancia si ésta brota de la vida, del amor, del Espíritu? Hasta aquí mi diálogo con estos amigos. Hace poco hablaba de la libertad cristiana, o la "libertad en el Espíritu", como sugiere el título de esta intervención mía. Siguiendo esa línea de pensamiento, el compromiso ha de ser entendido como esa determinación deliberada de seguimiento de Cristo, como esa oblación de mayor estima y momento, ese abandono confiado del "tomad Señor y recibid". Sólo será posible si entendemos que Dios se comprometió primero, que el tema de la promesa de Dios es central en nuestra historia personal y comunitaria de salvación. Más aún, "la promesa del Padre" (Lc 24,49; Hch 1,4; Hch 2,33; Hch 2,39) es nada menos que el Espíritu Santo, el que da la libertad y hace posible el compromiso nuestro. Recordemos: nuestros actos más libres - nuestros compromisos - son actos de fe y de esperanza, en el marco de "esta entrega de Dios a los hombres y de los hombres a Dios". Nuestro compromiso es "participación en esta iniciativa amorosa que expresa la promesa de Dios de sernos fiel para siempre" (PG 1). El compromiso nuestro es el "tomad Señor y recibid", primer punto de la Contemplación para alcanzar Amor. Pero, más importantes me parecen los puntos segundo tercero y cuarto, que expresan el compromiso de Dios: 2º) Mirar como Dios habita en mí, me anima, me da sentido; 3º) considerar como Dios trabaja por mí; 4º) mirar como todos los bienes y dones descienden de arriba, y pensar que así como del sol descienden los rayos y de la fuente brotan las aguas, así de Dios nos viene la potencia, justicia, piedad, misericordia y voluntad necesaria para vivir en El nuestro compromiso (EE. 235, 236, 237). 3. El compromiso en la CVX: dificultades y propuestas Después de estas consideraciones espirituales sobre la libertad y el compromiso, puedo plantear el tema desde un punto de vista más pedagógico e institucional. En los Principios Generales y en la sabiduría acumulada de la CVX, queda de manifiesto que en la relación de una persona con la comunidad hay un crecimiento que puede resumirse en la siguiente secuencia de palabras: vocación o llamada, entrada, aprendizaje, probación y crisis, confirmación, estabilidad en la vocación, compromiso, crecimiento continuo. Mucho se ha hablado y se ha hecho sobre las primeras fase: cómo una persona puede ser atraída a la CVX, cómo se incorpora a la comunidad, cómo se le van presentando los medios de crecimiento, cómo se le acompaña en sus momentos más álgidos y en sus crisis, cómo se le ayuda a discernir sus opciones, cómo se le presentan oportunidades de servicio individual o asociado. Son preocupaciones que tienen que ver con la CVX como camino de formación, muy legítimas y necesarias. Sin embargo, poco hemos reflexionado y pocas cosas hemos hecho con relación a la CVX como estilo de vida y como Asociación apostólica de fieles. Estas últimas dimensiones tienen que ver con la estabilidad en la vocación, el compromiso y el crecimiento continuo. Dicho bien simplemente: aunque en los Principios Generales se habla de un compromiso permanente en la CVX, nadie en Chile - que yo sepa - ha hecho tal compromiso. Muy pocos lo han hecho en el mundo, y no siempre bien fundamentado según me parece. Yo he dicho oralmente varias veces que mientras no tengamos un grupo significativo de personas que vivan en forma estable su vocación CVX y que expresen esto sacramental e institucionalmente, la CVX no podrá desarrollar los grandes sueños eclesiales y apostólicos que tantas veces compartimos. Es como una eterna pareja de novios, que nunca llega al altar ni abre una libreta de familia. Podrán ser felices como convivientes, sus hijos podrán ser numerosos y bellos, pero falta el vértigo de la promesa de fidelidad para siempre, el toque divino, eclesial y social que hace que todo siga igual pero que transforma todo misteriosamente. Está claro que los ricos fundamentos teológico espirituales que yo he repasado no han bastado para entusiasmar a muchos a asumir formalmente un compromiso permanente. Es que hay otras dificultades conexas, de naturaleza muy diversa, que hacen que muchos de los más comprometidos miembros CVX no acepten con facilidad la idea de pronunciar explícitamente un compromiso permanente. Yo mismo he vivido esas dificultades, y no las he resuelto porque las hemos conversado poco. Déjenme ofrecer algunas pistas para que juntos sigamos descubriendo lo que Dios quiere de nosotros en este tema. a) El individualismo en la relación con Dios: todos participamos en alguna medida de esa fórmula que dice que "hay una línea directa entre yo y Dios". Siendo esto verdadero, no es toda la verdad y puede inducirnos a errores. Aplicada a los sacramentos, esta mentalidad permite ser cristiano sin ir a misa, o confesarse solo en la intimidad con Dios. En forma más sutil, lleva a veces a pensar que mis compromisos los tomo y los evalúo en secreto con Dios, que no pasan por la comunidad concreta que me ha hecho crecer hacia ellos, y que tienen un carácter eclesial más bien implícito y genérico. Esto es fruto de una formación muchas veces individualista en una sociedad que no ayuda a desarrollar una dimensión más social de los compromisos, y más abierta a la gracia. Yo en esto soy optimista, pues creo que la tendencia hoy es a superar el individualismo exacerbado: somos capaces de rezar juntos, de compartir en comunidad los problemas reales de la vida y practicar incluso la corrección fraterna. Hemos aprendido a valorar el discernimiento en común y nos hemos abierto al acompañamiento espiritual. Estamos lentamente recuperando el valor de los signos, especialmente en la liturgia. Pero no vemos todavía en el CP una consecuencia de este movimiento de apertura... nos resignamos a que "lo interior" no puede exteriorizarse ni ser convalidado y confirmado por la comunidad. Propongo que inspirados en los textos litúrgicos de las promesas del matrimonio y del bautismo - estas últimas se repiten en la confirmación y en cada Vigilia Pascual busquemos fórmulas y formas que den vida al compromiso permanente en la CVX. b) La interrupción de los procesos: Hace poco relacionaba el CP con la Contemplación para Alcanzar Amor y sus cuatro puntos. La vocación CVX madura está ligada a la experiencia completa de los Ejercicios, no necesariamente como retiro cerrado o en la vida diaria, sino como resultado de largos años de profundización, de sucesivos retiros de 8 días, y de otros medios de formación propios nuestros. A veces interrumpimos los procesos, y no llegamos nunca a las etapas ulteriores de los Ejercicios, repitiendo año tras año el Principio y Fundamento y la Primera Semana. Esto naturalmente hará que no lleguemos nunca al Compromiso Permanente, pues el proceso CVX es análogo al de los Ejercicios. Propongo que profundicemos la experiencia de los Ejercicios, y que en algún momento de su camino todo miembro CVX haga ejercicios de elección y de tercera y cuarta semana, en vistas a reconocer los dones recibidos en CVX y elegirla como estilo de vida. c) El empequeñecimiento de los horizontes: Yo creo que, respetando la necesaria vinculación a una comunidad particular y a un territorio específico, uno de los problemas que impiden llegar a la etapa de CP es precisamente el ligar demasiado el compromiso a estos límites. A mí personalmente no me atrae asumir un compromiso permanente con un grupo. Más aún, tengo serias dudas de que sea eclesialmente deseable y síquicamente sano. ¿ Por qué ligarme con un grupo en forma permanente? ¿No será mejor decir que a medida que se madura en la vocación se crece en universalidad y se tiende naturalmente a un respiro más amplio? La opción por la Comunidad Mundial, entre otras cosas, va en esta línea. Propongo que el CP quede ligado claramente al estilo de vida CVX, a la Comunidad Mundial CVX que éste genera y a los Principios Generales, que son nuestro solemne pacto con la Iglesia. d) El problema de la autoridad: ¿ Quién recibe el compromiso, quién lo autentifica? Me impresionó ver los últimos votos de un jesuita, quien los hacía ante el Provincial como representante de Dios. Nosotros no tenemos una estructura de superiores ni estamos ligados por obediencia. Sin embargo, podemos y debemos conferir a la Comunidad la autoridad para acoger y autentificar nuestros compromisos. En nuestro subconsciente, tenemos un concepto muy clerical de autoridad, y como nuestra Asociación es laical, nos quedamos sin autoridad, a veces por simple infantilismo. No se la damos al sacerdote ni a las autoridades de la Comunidad, a las que a veces nos cuesta elegir porque hay pocos candidatos disponibles. Hay muchos errores detrás de este fenómeno. Me impresionó también que al hacer los últimos votos, el jesuita testa en favor de la Compañía. Me imagino que el mínimo equivalente a esto sería que los miembros CVX que hacen el CP destinen religiosamente al menos el 1% de sus ingresos reales a la Comunidad, sin perjuicio que esta cotización pueda preceder al CP. Propongo que la autoridad que recibe y autentifica el compromiso CVX en Chile sea el Consejo Nacional, representado al menos por el Presidente Nacional y por el Asistente Eclesiástico Nacional. Ellos representan también a la Comunidad Mundial de vida Cristiana, que en definitiva es la que acoge el compromiso. Propongo también que en este sentido nos tomemos más en serio los Estatutos Nacionales en los puntos 7g, 8, 19, 21c, 24. e) Conceptos errados sobre el laicado: paradojalmente, junto a la creciente conciencia de la misión del laicado, (y a veces junto con una arrogante e inmadura reafirmación de la propia identidad laical), subsiste en nosotros una autoimagen algo deteriorada del laicado. No es poco difundido el concepto de los laicos como los que en la Iglesia no toman compromisos radicales y viven un estado menos perfecto pero "más libre". En este concepto, quien desee explicitar su deseo de seguir de cerca a Jesucristo debería hacerse sacerdote o religioso y profesar sus votos, asumiendo el estado de vida célibe. Así, hablar de compromiso de los laicos sería una "clericalización del laicado", que sólo se podría proponer a personas especialísimas. Hoy estamos aprendiendo a valorar las distintas vocaciones particulares en la Iglesia desde la única vocación a la santidad y desde la común llamada a la misión. En este nuevo contexto, no es difícil aceptar la idea de laicos que expliciten su compromiso. Propongo difundir en la CVX una adecuada teología del laicado, que sirva de fundamento al CP y que permita construir una Asociación de Fieles en la que todos deben aportar talentos y medios materiales (cfr. Estatutos CVX-Chile, Nº 7, h.) f) El miedo a la libertad: formados en la Escuela de los Ejercicios, nuestro concepto de libertad no es reductivo. Queda, sin embargo, la lucha diaria por vencer nuestros temores y retrocesos espirituales. Nos asusta, por ejemplo, el adjetivo "permanente", pues le damos connotaciones terribles. Ligamos demasiado la fidelidad a la voluntad, olvidándonos que el CP es del orden de la oblación, del deseo y de la gracia. Por último, nos negamos a entender que el temor a fallar no puede ser impedimento para comprometerse, y que si fallamos en forma irreparable, alguna salida se encontrará. Propongo que en la CVX adulta hablemos sólo de compromiso permanente, pues me cuesta encontrarle sentido a un compromiso temporal. ***** En fin, creo que los beneficios de profundizar este tema individual e institucionalmente podrían ser muchos. Repito: mientras no tengamos un grupo de personas que con sencillez expresen su compromiso permanente en CVX, muchos sueños se quedarán en sueños. Necesitamos personas que pongan su nombre en un catálogo y su plata en la caja común, que estén dispuestas a ser elegidos para los cargos de servicio, que inspiren nuevos proyectos apostólicos, que participen de alguna manera en la formación de los más jóvenes, que se hagan disponibles a la Comunidad Nacional y Mundial, a la Iglesia, que encarnen la CVX como estilo de vida y den testimonio de estabilidad en la vocación.