de los dioses aztecas a la cristianizacion de mã

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DE LOS DIOSES AZTECAS A LA CRISTIANIZACION DE MÉXICO
CategorÃ-a : HISTORIAS 2
Publicado por Admin el 10/6/2015
DE LOS DIOSES AZTECAS A LA CRISTIANIZACION DE MÉXICO
Actualmente prevalece una visión negativa de la labor realizada por España en América:
conquista, hispanización y evangelización. Con demasiada frecuencia se olvidan los aspectos
más positivos cargándose las tintas sobre los acontecimientos más reprobables. Dicha negativa
valoración tiene unas largas raÃ-ces en el tiempo y ha sido alimentada desde sus orÃ-genes por la
cultura anglosajona, que, de paso, ha sabido desviar la atención sobre el genocidio sufrido por los
pueblos indÃ-genas que habitaban dentro de las fronteras de los actuales EEUU.
Dejando de lado las polémicas, trataremos en este artÃ-culo de aportar algunas luces,
centrándonos en un espacio concreto, México, y estableciendo las diferencias esenciales entre
las creencias prehispánicas y el cristianismo.
1.
El Imperio azteca y su religión.
El Imperio azteca que conocieron los españoles en 1519 abarcaba un extenso dominio situado en
el centro-sur del actual México, una zona que desde antiguo habÃ-a sido el solar de diferentes
pueblos y culturas.
Provenientes del norte, los aztecas o mexicas se asentaron en este territorio entre los siglos XII y
XIII, asimilando distintos aspectos culturales y religiosos de sus vecinos y de las grandes
civilizaciones que les precedieron. En 1325 fundaron una ciudad, que se convirtió en su capital,
Tenochtitlán (la actual México), levantada sobre una isla del lago Texcoco. El engrandecimiento y
expansión de los mexicas tuvo lugar durante el siglo XV y los primeros años del XVI, perÃ-odo en
el cual construyeron un extenso imperio, unido por la fuerza de las armas y el miedo, donde las
ciudades y pueblos conquistados, aunque conservaban su autonomÃ-a, debÃ-an entregar
regularmente cuantiosos tributos. El Imperio era regido por un soberano de carácter electivo, el uei
tlatoani, con amplios poderes civiles, militares y religiosos.
La sociedad azteca estaba fuertemente jerarquizada y en su cima se encontraba una privilegiada
élite dominante, formada por aristócratas, nobles guerreros, sacerdotes y funcionarios. HabÃ-a
también mercaderes, artesanos y campesinos. En la base de la pirámide social se encontraban
los esclavos.
Tanto los mexicas como los pueblos que sometieron practicaban cultos religiosos que, al menos a
los ojos de los europeos, presentaban grandes semejanzas. Dos caracterÃ-sticas sobresalÃ-an: el
politeÃ-smo y los sacrificios humanos. También estaba muy extendido en Mesoamérica honrar a
las diferentes divinidades en lo alto de pirámides truncadas y escalonadas.
La suprema deidad de los aztecas era Huitzilopochtli, dios solar de la guerra. En el centro de
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México-Tenochtitlán existÃ-a un amplio y espectacular recinto que reunÃ-a monumentales
edificaciones, sobre todo templos, entre los que sobresalÃ-a el Gran Teocali o Templo Mayor. Dicha
edificación era una pirámide escalonada de unos 60 metros de altura con una doble escalinata
frontal, la cual terminaba en una terraza con dos templos: uno dedicado a Tláloc, dios de la lluvia, y
otro al ya mencionado Huitzilopochtli. Los sacerdotes eran de distintas categorÃ-as y solÃ-an
mostrarse con un aspecto terrible: tiznados de hollÃ-n y con una la larga cabellera untada de tinta y
sangre.
Se practicaban varios tipos de sacrificios humanos, si bien el más generalizado era el que se
realizaba por extracción del corazón. Destacaban los sacrificios en honor de Huitzilopochtli.
Por lo común, la vÃ-ctima, tras ascender a lo alto de la pirámide, era tumbada boca arriba sobre
una piedra (techcatl) y sujetada por los brazos, las piernas y la cabeza. Seguidamente, un sacerdote
realizaba un rápido corte con el cuchillo -al parecer, justo debajo de las costillas- e introducÃ-a la
mano en las entrañas para hacerse con el corazón, el cual era extraÃ-do y ofrecido a la divinidad.
A continuación, el preciado órgano era depositado en un recipiente llamado cuauhxicalli. (1)
Acabado todo, era normal que el cadáver fuese arrojado escaleras abajo, sirviendo de alimento
entre los asistentes: «y tenÃ-an muchas ollas grandes y cántaros y tinajas dentro en la casa
llenas de agua, que era allÃ- donde cocinaban la carne de los tristes indios que sacrificaban y que
comÃ-an los papas (^)» (2). El dios Tláloc exigÃ-a que se le inmolaran niños, y el llanto de los
inocentes camino de la muerte era considerado como buen augurio para obtener lluvias ese año.
Para honrar al dios del fuego, Xiutecutli, las vÃ-ctimas, luego de ser arrojadas a las llamas, eran
recuperadas para, todavÃ-a con vida, arrancarles el corazón (3).
Muchas veces el rito sacrificial se completaba con el desollamiento, y las pieles humanas asÃconseguidas se usaban a modo de un especial ropaje con el que recubrirse: «En México para
este dÃ-a guardaban alguno de los presos en la guerra que fuese señor o persona principal, y a
aquél desollaban para vestir el cuero de él el gran señor de México, Moctezuma, el cual con
aquel cuero vestido bailaba con mucha gravedad, pensando que hacÃ-a gran servicio al demonio
que aquel dÃ-a honraban» (4). Igualmente, algunos huesos eran conservados por los guerreros
como trofeos.
Estos sangrientos rituales se realizaban con demasiada frecuencia a lo largo del año y, en
determinadas ocasiones, con un elevado precio en vidas humanas. AsÃ- por ejemplo, en el reinado
de Axayacatl (1469-1482), cuando se inauguró el Calendario Azteca, fueron sacrificadas 700
vÃ-ctimas. Aunque el mayor holocausto tuvo lugar en 1486, coincidiendo con la consagración del
Templo Mayor. En aquella ocasión, en catorce lugares distintos y durante cuatro dÃ-as, fueron
inmoladas unas 20.000 personas. En la ciudad de Tenochtitlán las calaveras se amontonaban en
un monumento erigido dentro del recinto ceremonial. Según los cálculos de Andrés Tapia, uno
de los hombres de Cortés, en aquel lugar habÃ-a cerca de 136.000 cráneos.
La necesidad de obtener vÃ-ctimas para los cultos sacrificiales llegó a ser tan acuciante que
muchas veces las campañas bélicas se emprendÃ-an para obtener prisioneros que inmolar.
Los españoles, pese a ser hombres duros, acostumbrados a las crueldades de la guerra, quedaron
sobrecogidos por los atroces espectáculos de muerte que encontraron en México. El escenario
de aquellas matanzas fue descrito más de una vez por Bernal DÃ-az del Castillo, uno de los
españoles que participó en la expedición de Cortés. Un buen ejemplo es el relato de la visita al
Templo Mayor de Tenochtitlán: «Y estaban todas las paredes de aquel adoratorio tan bañado y
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negro de costras de sangre, y ansimismo el suelo, que todo hedÃ-a muy malamente.(^). Y allÃtenÃ-an un tambor muy grande en demasÃ-a, que cuando le tañÃ-an el sonido dél era tan triste y
de tal manera como dicen instrumento de los infiernos, (^). E en aquella placeta tenÃ-an tantas
cosas muy diabólicas de ver, de bocinas y trompetillas y navajones, y muchos corazones de indios
que habÃ-an quemado, con que sahumaron a aquellos sus Ã-dolos, y todo cuajado de sangre.
TenÃ-an tanto, que los doy a la maldición; y como todo hedÃ-a a carnicerÃ-a, no vÃ-amos la hora
de quitarnos de tan mal hedor y peor vista.» (5).
2.
La conquista.
Hernán Cortés comenzó la conquista del Imperio azteca en 1519, con 400 españoles, y la
culminó en 1521. El éxito de aquella empresa, en tan poco tiempo y con tan escasos medios, se
debió a una combinación de factores. Dos son las razones que mejor explican el rápido triunfo
español. En primer lugar, las leyendas de la religión mexica sobre el dios Quetzalcóatl, la
Serpiente Emplumada: un rey y sacerdote, de aspecto grave, blanco y barbado, que volverÃ-a
algún dÃ-a, a través del mar, por Oriente, y pondrÃ-a fin al reinado de los dioses sanguinarios del
mundo azteca. La vuelta de Quetzalcóatl tendrÃ-a lugar en un año de ce ácaltl (1- cañas), y
dicha circunstancia coincidió con el 1519. Desde el principio, el emperador Moctezuma II
(1502-1520) identificó a Cortés y a los españoles con la fatal profecÃ-a. En segundo lugar, fue
determinante y decisivo para conseguir la conquista la estrategia adoptada por Cortés concertando
alianzas con los pueblos enemigos o directamente sometidos al opresivo yugo del Imperio azteca.
De este modo el conquistador español terminó poniéndose al frente de una gran rebelión
indÃ-gena, que logró reunir un imponente contingente de millares de guerreros.
Después de fundar Veracruz, en la costa del golfo de México, Cortés se dirigió tierra adentro
en dirección a Tenochtitlán, a la que llegó con su ejército de españoles e indios en noviembre
de 1519, siendo recibido por Moctezuma. DÃ-as más tarde, Cortés, que habÃ-a sido hospedado
en uno de los palacios de la magnÃ-fica capital, se apoderó de la persona del soberano azteca. En
junio de 1520 la empresa española estuvo a punto de hundirse cuando los conquistadores se
vieron obligados a abandonar la capital a causa de un gran levantamiento popular en el cual murió
apedreado Moctezuma. Sin embargo, Cortés se recuperó, volviendo al año siguiente, y, tras
casi cuatro meses de asedio, tomó Tenochtitlán, en agosto de 1521.
3.
Evangelización e implantación de la Iglesia en México.
Los españoles que desembarcaron en México, en 1519, por regla general eran hombres rudos
que buscaban oro y fama. Eran también católicos, y, aunque conocÃ-an los principios básicos
de la Doctrina, no estaban especialmente ejercitados en la siempre difÃ-cil lucha contra las
pasiones, sucumbiendo con frecuencia ante la soberbia, la ira, la lujuria o la avaricia. A pesar de
estas serias deficiencias, poseÃ-an una arraigada, sencilla y sincera fe cristiana que, a su modo, les
impulsó a sentar las bases de la evangelización, objetivo siempre prioritario para la Corona
española.
La religión que traÃ-an los conquistadores presentaba llamativas ventajas que pronto fueron
apreciadas por el pueblo mexicano. En contraste con los opresivos y lúgubres cultos
centroamericanos, Jesucristo, el Dios del amor, se presentaba como la luz liberadora de miedos y
tinieblas. Este nuevo Dios no exigÃ-a la vida de los seres humanos. Todo lo contrario, en el más
importante rito de la Iglesia, en el centro de la Misa, el único Dios se hacÃ-a presente e invitaba a
los hombres a comer su carne y a beber su sangre. Más aún, la población indÃ-gena descubrió
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con sorpresa que Jesucristo era padre, y un padre muy cercano, ante el cual no habÃ-a diferencias
entre ricos y pobres, libres y esclavos.
En el proceso evangelizador, la Virgen MarÃ-a ocupó, desde los primeros pasos, un puesto
privilegiado. Su imagen de mujer sencilla, amorosa y dulce, portando en brazos al Niño, no podÃ-a
dejar indiferentes a los mexicanos.
También fue relevante el papel jugado por la iconografÃ-a de ambas religiones. Aun entendiendo
las diferencias en cuanto a mentalidad y cánones de belleza entre las dos civilizaciones, las
representaciones del arte católico de la primera mitad del siglo XVI resultan objetivamente mucho
más atractivas que las imágenes de los dioses mexicanos. Aquellos Ã-dolos de aspecto terrible
espantaron a los españoles, los cuales, atendiendo también al derramamiento de sangre, los
identificaron muchas veces con demonios: «eran de manera de dragones espantables, tan grandes
como becerros, y otras figuras de manera de medio hombre y de perros grandes y de malas
semejanzas;» (6).
Si Cortés, sus soldados y capellanes dieron los primeros pasos de la cristianización, fueron los
frailes misioneros que llegaron muy poco tiempo después los que acometieron dicha labor de
manera organizada y eficiente. Sobre esta cuestión hay que recordar que, gracias a diversas
medidas reformistas, el clero español del siglo XVI se caracterizaba por su buena formación,
calidad humana y elevada espiritualidad. Los primeros en desembarcar fueron los franciscanos, en
1523 y 1524, seguidos de los dominicos (1526) y agustinos (1533). Por estas fechas se establecÃ-a
el obispado de México (1527), que tuvo como primer titular a fray Juan de Zumárraga. Ya en un
perÃ-odo posterior llegarán los jesuitas (1572).
Estos misioneros supieron ganarse la confianza y el cariño de la población amerindia que sintió
natural inclinación hacia aquellos hombres humildes y mansos que andaban descalzos, vestÃ-an
de sayal viejo y compartÃ-an su misma pobreza. Apreciaban también el ejemplo y la coherencia
entre lo que enseñaban y lo que practicaban, la entrega desinteresada de sus vidas, el trato
amoroso que con ellos tenÃ-an y el valor que demostraban defendiéndoles ante los abusos de
algunos españoles.
Paralelamente a la evangelización y construcción de iglesias y conventos, el clero misional
levantó numerosas escuelas para indÃ-genas y hospitales. Además, los eclesiásticos de Nueva
España manifestaron un destacado interés por aprender con prontitud las lenguas del paÃ-s, en
especial el náhuatl, que era la más difundida. Se escribieron gramáticas y vocabularios de dichas
lenguas, e Igualmente fueron elaborados tratados en los que se recopiló minuciosamente la
historia, religión, cultura y costumbres de Mesoamérica, quedando de este modo preservado
dicho patrimonio hasta hoy.
Según fray Toribio MotolinÃ-a, uno de los primeros franciscanos, después de quince años,
hacia 1537, se contaban por cientos de miles -hasta varios millones- los indios que habÃ-an recibido
el bautismo (7). Aquella monumental labor apostólica fue tempranamente recompensada con
reconocidos frutos de santidad indÃ-gena: los tres niños mártires de Tlaxcala (1527-1529), y el
indio Juan Diego Cuauhtlatoatzin, testigo de las apariciones de Nuestra Señora de Guadalupe
(1531), canonizado por Juan Pablo II en 2002.
Luis Somarriba.
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Santander, febrero del 2013.
NOTAS:
(1)
6.
BENAVENTE MOTOLINÕA, Fray Toribio, Historia de los indios de la Nueva España, I,
(2)
DÕAZ DEL CASTILLO, Bernal, Historia verdadera de la conquista de la nueva
España, Espasa-Calpe, Madrid, 1992, XCII, p. 227.
(3)
BENAVENTE MOTOLINÕA, op. cit. I, 7.
(4)
Ibid., I, 6.
(5)
DÕAZ DEL CASTILLO, op. cit., XCII, p. 225.
(6)
Ibid., LI, p. 129. El autor se refiere en este caso a los Ã-dolos de los totonacas, vasallos
y tributarios de los aztecas.
(7)
BENAVENTE MOTOLINÕA, op. cit., II, 2 y 3.
DOCUMENTO ARVO.NET: SECCION AUTORES > LUIS SOMARRIBA
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