VIAJE AL MUSEO ZULOAGA, EN PEDRAZA. ( pdf , 106,55 Kb )

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Mariano Gómez de Caso Estrada.
Segovia, junio 2012.
Viaje al museo Zuloaga, en Pedraza.
Para ir desde Segovia hasta el castillo de Pedraza, donde admirar obras de
Zuloaga y parte de la colección de objetos de arte que fue formando, creo que
es preciso echar bota y merienda.
Puede uno detenerse en Torrecaballeros para visitar la iglesia parroquial.
A un par de kilómetros la carretera asciende una ladera en cuyo punto alto se
nos presenta, a la derecha, la sierra, en todo su esplendor: verdes las praderas,
añiles los pinares, grises los canchales, azul, azul del cielo que recorta las
crestas.
El camino sube y baja suavemente, y, quien lo conozca, verá dónde se
esconden los restos del monasterio de Santa María de la Sierra, pero no se
descuide, porque, entre robles, a la izquierda, nos avisa de su presencia la
torre de la iglesia de Sotosalbos, donde sería pecado de excursionista no
entrar a verla. San Miguel da su nombre al templo, hermosísimo ejemplar
románico que se comenzó en el siglo XII. Los canecillos y las metopas, de
inmediato, nos hacen recordar a los de San Juan de los Caballeros, en
Segovia. Ambos aleros son de los más importantes en tierras segovianas. El
atrio de la iglesia de Sotosalbos, con puerta a Naciente y a Mediodía
presenta riquísimas en decoración. Los capiteles entretienen, mirando el reloj
se piensa que, de contemplarse como debiera, se echarían un par de horas. Se
representan temas bíblicos, caballerescos, mitológicos, vegetales. Yo,
visitante asiduo, pienso en otras joyita del románico Segoviano: la coqueta
iglesia de Duratón; si hay que enumerar cinco templos de ese estilo en
nuestras tierras, contando con los dedos de la mano, ya tengo dos ocupados.
Para otro día, nueva sisita, al exterior y al interior.
Dejada, con pena, hay que llegar a Collado Hermosos para subir hasta los
restos del monasterio cisterciense de Santa María de la Sierra, al inicio del
puerto de Malagosto, citado por el arcipreste de Hita hacia la mitad del siglo
XIV, pues era paso natural para las tierras de Segovia, allende la sierra, al
valle del Lozoya, término de Rascafría donde Juan I quería construir una
cartuja.
Cincuenta años duró la primera parte de la construcción del monasterio,
que se denominó El Paular. Juan I cumplía las promesas realizadas a su
padre, Enrique II, que a la hora de su muerte, le pidió que se ocupara de lo
que sería el primer cenobio de la orden de San Bruno en Castilla, lugar
ameno, frondoso, arrullado por las cantarinas aguas del Lozoya, que bajan
desde la laguna de Peñalara.
Del monasterio Santa María de la Sierra (fundación del obispo de
Segovia, el cluniacense don Pedro de Agen en 1331), sólo hay ruinas. Restos
de una gran roseta remata la puerta principal, al Oeste. El interior es una pena;
ménsulas que sostienen el arranque de las pilastras y de las columnas; algún
arco en pie y el azul del cielo por techo.
Más allá de La Salceda, la bifurcación hacia Pedraza. Al poco, Torre Val
de San Pedro, agachado, esparcido por la cuesta para abrigarse del cierzo.
Luego, pasado El Valle de San Pedro, se abre la cuenca, y al poco, otra
iglesita que va a entretener: Las Vegas de Pedraza, donde en siglos pasados,
junto a ella, se elegían a los procuradores generales de la Tierra de Pedraza.
Esta iglesia está asentada sobre restos de templo visigodo, y considerada
como de las más antiguas de Segovia. Creo que arqueólogos han descubierto
en el suelo del atrio una gran pila bautismal para realizar el sacramento con
inmersión.
Aislada, sola, la iglesia saluda al caminante desde el borde de la carretera.
Cárcavas de interesantes colorido se abren en las laderas que forman en
valle por donde corre el Cega, hijo del nevero de Navafría.
En La Velilla, un puente le salva y se adentra en el caserío, mas se debe
poner mucha atención porque, al poco, hay que desviarse a la derecha y
atender al indicador de la dirección a Pedraza.
Desde el coche, por la
derecha pasan prados, limitados
por fresnos y otras especies de
árboles entre cuyas copas nos va
a dar un susto el castillo roquero
de la villa.
Muestra su enorme lienzo
norte; las ventanas dejan ver el
azul del cielo, lo que avisa de
carecer de techumbre. Al poco,
culebreando,
asciende
la
carretera; el castillo, en su sitio,
sobre la escarpa, parece que sigue
cumpliendo su misión: vigilancia de quienes se acercan. El talud, a medida
que se asciende, es más estrecho; sobre él, se asoma el caserío.
La carretera se empina más y más hasta formar una curva cerrada donde
confluyen dos carreteras, que vienen de pueblos serranos, Arcones y
Navafría. Y desde allí, la subida es más penosa, como para ir más despacio,
lo que suponía que, durante muchos siglos, quienes pretendieran entra en la
villa, estuvieran al alcance de tiros de arco o de ballestas. La fortaleza, el arco
en la muralla, aún tiene practicable la enorme puerta de maciza madera para
cerrar cuando convenga. Que yo sepa, única que queda en poblados
fortificados de toda España.
En calles, plaza, edificios nobles o de arquitectura popular compiten para
que Pedraza pueda parangonarse, cuando no superar, con lugares seculares
señalados por su belleza, que el autor de estas líneas conoce: En las esencias
castellanas, Fuentidueña, Maderuelo, Atienza, Sigüenza, Urueña; bajo
influencias morisco-judaicas, Hervás, Candelario, Miranda del Castañar,
La Alberca, y, en fin, diseminadas por todo el territorio patrio, Santillana
del Mar, Albarracín, Arcos de la Frontera y un sin fin de lugares de
singular belleza.
Desde la Plaza Mayor, en el ángulo noroeste sale una calle que lleva
directamente al castillo.
Cinco garitones se adelantan del
muro
donde
maciza
puerta
claveteada ofrece la entrada,
salvado un puentecillo sobre el
foso.
La heráldica dice de un escudo
que sobre ella se halla, que el señor
del castillo, en el siglo XVI, era el
condestable de Castilla don Pedro
Fernández de Velasco.
No quedan apenas merlones que
recuerden las almenas que entre ellos hubo. Pero sí emerge, hasta muy alto, la
torre principal, hoy con balcones que alivian la contundencia de antaño. Los
abrió Ignacio Zuloaga, a partir del año 1925, que el pueblo le proclamó señor
de Pedraza, pero sin cuchillo y sin horca, porque son empresas de arte y de
amor las que en él iba a realizar.
De miércoles a domingo se abre para visitas del público. Dos
encargados, Pablo y Gerardo, darán cumplida cuenta de todo lo que hay que
conocer y admirar.
Las defensas interiores del castillo son formidables. Allí esperaba al
atacante el bajado rastrillo, luego un reducido zaguán, antes de la entrada al
patio de armas, la torre del homenaje de tres pisos, también fortificada. A la
derecha, para acceder al patio, una puerta ojival con peine, a los pies de
compacto muro; luego un pasadizo estrecho, fácil de defender, y al fondo, la
plaza de armas, defendible desde los altos muros que la limitaban. Para el
invasor todo eran trampas: estrecha escalera de caracol, pozos, pasadizos
subterráneos y las lóbregas mazmorras.
Hoy, el cuidado jardín, alivia al visitante. Jardín que fue patio de armas
en cuyo muro aún se ven los huecos donde se empotraron las vigas que
llegarían hasta las correderas que sujetaban las galerías, y en ellas
habitaciones para diversos usos. Entre los pilares que sustentaban la primera
galería, quizás de piedra, jugarían al escondite Luis, de 11 años, y Enrique, de
10, hijos de Francisco I de Francia, que durante cinco meses permanecieron
como rehenes, entregados al emperador Carlos V.
Quien sea amigo de fantasías, que os enseñen los cicerones las
mazmorras, aljibes y otros depósitos subterráneos. Y si de leyendas –no
faltan en castillos medievales- , que os cuentes la titulada “La corona de
hierro” de contenido terrible.
Luego se pasa al torreón del noroeste para deleitarse con obras salidas de
pinceles y paletas de Ignacio Zuloaga, y otras maravillas evocadoras de su
afición a coleccionar cualquier objeto de valor artístico.
En el caso de que en el castillo se encontrara María Rosa Suárez Zuloaga,
recibirá a amigos o a enviados por estos.
María Rosa, es nieta de Ignacio Zuloaga y propietaria de la fortaleza y
cuanto encierra. Suele mostrar, gustosa, salas privadas, familiares, llenas de
objetos artísticos. Toda su vida consagrada a la obra de su abuelo contestará,
solícita, a cualquier tema que interese al o los visitantes.
Quienes deseen preparar el viaje con antelación a este museo pueden abrir
la página web museoignaciozuloaga.com donde se exponen los más
peculiares detalles.
En ella encontrarán toda la información sobre el museo, castillo y la
villa, ordenada cuidadosamente. Alivio de seguir escribiendo, y así, este
narrador, se ajusta a las normas de extensión de artículos que impone la
Excma. Diputación para ser editados.
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