Revista Iberoamericana, Vol. LXXI, Núm. 210, Enero-Marzo 2005, 311-331 ELENA ALTUNA. El discurso colonialista de los caminantes (siglos XVII–XVIII). Ann Arbor, MI: Centro de Estudios Literarios “Antonio Cornejo Polar” y Latinoamericana Editores, 2002. El libro va trazando un itinerario que recorre el diseño textual propuesto en las Ordenanzas, Memorias, Relaciones y Cuestionarios formulados desde el centro imperialista español, para sumergirse en los relatos de los caminantes y viajeros que transitaron el espacio peruano y rioplatense de los siglos XVII y XVIII. Conforma, de esta manera, su propio recorrido: un arduo itinerario de lectura que va cercando la mirada imperial trazada sobre el continente americano del período estudiado y que da acabada cuenta de las instituciones y prácticas políticas y discursivas que la sostienen a través de una lectura eficaz y rigurosa de la razón de ser que guiaba estas textualidades. En la primera parte, nominada “La voluntad imperial de representación”, la autora releva el proceso de consolidación de un “modelo descriptivo” que se constituye en un principio estructurador de los relatos de viaje y del rol del caminante. Es a través de las Relaciones Geográficas como se sientan las bases para la conformación de este modelo de “escritura por mandato” que, más allá de las diferentes prácticas escriturarias coloniales, inaugura una “retórica descriptiva” surgida “como consecuencia de una política estatal en el ámbito de una situación colonial” (34). Altuna cita dos tipos textuales que lo reflejan: el caso de la carta auna del misionero Alonso de Barzana [1594] (donde se entrecruzan la Relación con la epístola) y la carta del Licenciado Matienzo [1562] (donde la confección de los itinerarios sigue el modelo de las Relaciones). Este capítulo presenta una reflexión reiterada a lo largo del trabajo: las Relaciones instituyen formas de la construcción territorial que expresan el espesor ideológico de la mirada imperial, la que pasará a constituir una característica específica de los relatos de viaje (47). La autora confirma la eficacia del modelo mediante un análisis contrastivo de semejanzas y divergencias entre las Relaciones y el relato de viaje. Para tal fin, lleva a cabo una lectura exhaustiva de una serie de Relaciones, entre las que se encuentran las de Salazar de Villasante, pasando por la de Reginaldo de Lizárraga, que refieren al territorio del Perú; para concentrarse en el diseño territorial de la región del Tucumán a través de las Relaciones de Diego Pacheco, Gerónimo Luis de Cabrera, Pedro Sotelo Narváez y 312 RESEÑAS Diego Rodríguez Docampo. Este análisis le permitirá rastrear las estrategias de nominación seguida en las descripciones y señalar el rol social del enunciador y sus destinatarios, demostrando los mecanismos de control de la información en el marco de la situación colonial. Si “la voluntad imperial de representación” acude a un modelo descriptivo que señala esa voluntad de domino de las cosas de Indias, la autora completa esta primera parte con la institucionalización de un saber que se proyecta en la preparación del Libro Descriptivo: suma de las informaciones provenientes de América a ser recopiladas en un libro general que elaboraría el Consejo de Indias a través de la figura del Cosmógrafo Cronista. Se instala, a partir de aquí, una dimensión diferente a las Relaciones, otorgada a través de la introducción de una serie de cronistas de oficio y de la función del compilador. La Geografía y Descripción Universal de las Indias [1574], de Juan de López Velasco, se erige como ejemplo prototípico de este saber general capaz de compendiar la multiplicidad de la información y que la autora precisa con la noción de archivo foucaultiana (52). Altuna señala que el conjunto de textos examinados en la primera parte del libro prefiguran el relato de viaje –aunque en rigor no lo sean– a través de un dispositivo que los organiza y les confiere coherencia y progresión: el camino. La emergencia del relato de viaje, entonces, viene a configurarse –a fines del siglo XVI y comienzos del XVII– a partir de los escritos del dominico Lizárraga y de Diego de Ocaña, que se caracterizan por ser el resultado de la obediencia a un mandato y por consolidar la figura del caminante que seguirá vigente hasta el Lazarillo de ciegos caminantes. En la segunda parte, “Miradas y representaciones”, el libro avanza en detenidos análisis de los relatos del dominico fray Reginaldo de Lizárraga, el jerónimo fray Diego de Ocaña, el franciscano Pedro José de Parras, culminado su recorrido en El Lazarillo de ciegos caminantes de Carrió de la Vandera. En el estudio dedicado a la Descripción breve de toda la tierra del Perú, Tucumán, Río de la Plata y Chile [1591-1615] de fray Reginaldo de Lizárraga, se expone un programa de escritura sujeto a la experiencia del caminante que permite acentuar el carácter testimonial asumido por el dominico. La breve descripción se organiza a la manera de un mapa de lectura que privilegia las particularidades del camino con un propósito didáctico orientado hacia la figura de un lector-caminante. Este didactismo se asienta en el “saber-decir” del descriptor que surge de un entrecruzamiento entre lo personal y lo institucional, es decir, en el cruce entre la experiencia directa del tránsito y el modelo descriptivo estereotipado en los cuestionarios del Consejo de Indias de los siglos XVI y XVII. A la constatación de una mirada construida en la experiencia directa del tránsito por los caminos virreinales, la autora suma otro rasgo fundamental de este sujeto enunciador: la emergencia de una “conciencia criolla” –hacia 1620– que entra en conflicto con su posición de letrado colonial. Tomando como eje de análisis a “la ciudad como suma y centro de las Indias” y, a la luz de los estudios que José Luis Romero y Angel Rama dedicaron al proyecto urbano en América, la autora nos alerta sobre la función ideológica que ésta desempeña en los letrados indianos. La patria, como afirmación de la ciudad y reivindicación identitaria, irá forjando un lugar de enunciación complejo desde el cual se proyectan imágenes cruzadas del sujeto de la escritura frente a la alteridad del indio y el mestizo. RESEÑAS 313 Caminante, “hombre curioso”, letrado, religioso y “criollo”, Lizárraga va acentuando en su escritura la relación texto–viaje desde diferentes posicionamientos de sujeto. Altuna examina con rigor e inteligencia las prácticas discursivas de este sujeto colonial escindido, frente a la búsqueda del reconocimiento metropolitano y su condición de ser de “los que en estas regiones vivimos”. Un viaje fascinante por la América Hispana del siglo XVII [1599-1605] de Diego de Ocaña, se origina en el mandato de recoger las limosnas del santuario de la Virgen de Guadalupe. Situado dentro de un circuito de delegaciones, la discursividad hegemónica naturalizada por las Relaciones volverá a ser un eje de reflexión sobre el texto de Ocaña. Un análisis centrado en los tópicos del “olvido” y el “mundo al revés”, y la participación del jerónimo en las fiestas barrocas consagradas a la Virgen –con la consiguiente aparición del rol de “autor”–, serán los que conduzcan a la autora a relevar los rasgos distintivos de esta escritura. A la actividad descriptiva –dependiente de su condición de procurador– suma la emergencia en el texto de una mirada detenida en “lo notable”, la que supone un punto de fuga respecto de la centralidad del binomio memoria/olvido que fundamenta este relato. El recorrido del texto de Ocaña se enriquece, ya que permite la lectura del lugar de emplazamiento del sujeto escriturario entre un “allá” y un “aquí” en constante relación de discontinuidad. Estas localizaciones, producto de una construcción ideológica “contaminada” por el orden de la memoria y el olvido, oponen: el mundo de la cultura, de la diferenciación y el orden; a un mundo cambiante y sin permanencia que representa un “mundo al revés” respecto del anterior, metropolitano (136). A raíz de esta conflictividad, instaurada por la disociación del sujeto entre dos ámbitos socioculturales, Altuna advierte un “posicionamiento múltiple” del sujeto colonial, que se muestra en la heterogeneidad textual, y que atribuye a su condición de “sujeto migrante”. El relato del itinerario de Diego de Ocaña demuestra el modo en que la travesía impacta en el sujeto colonial, provocando la emergencia de la dimensión autobiográfica y la apertura a la exploración de diferentes prácticas escriturarias, como el sermón o la comedia, en ocasión de las fiestas barrocas. El Viaje de un monje gerónimo al virreinato del Perú en el siglo XVII [1629], de fray Pedro del Puerto, continua esta serie de “avatares de la memoria”. El interés en este texto se deriva de su carácter testimonial respecto de los conflictos que se van evidenciando entre la metrópolis y las colonias, a causa de la limosnas. El relato de viaje, en este caso, es funcional a la necesidad argumentativa para la defensa ante una acusación de mala administración de fondos. El itinerario no se ajusta a una descripción del camino, sino que es utilizado con la intención de otorgar mayor claridad a la defensa. Escrito en el horizonte de un memorial, este breve relato se distancia de la escritura de Diego de Ocaña y da paso a un proceso de “absorción de los componentes de heterogeneidad que la situación colonial expresa” (159). Ya “en los límites del imperio”, la autora nos presenta el Diario que el Padre Pedro José de Parras escribe en cumplimiento de sus funciones como visitador. En este caso, la escritura se particulariza por no responder a un mandato, sino por viabilizar ciertos rasgos de la mentalidad ilustrada. La inclusión del tipo textual del “diario” dentro de la conformación del canon del relato de viaje, el interés que este tipo de relatos comienza a 314 RESEÑAS despertar en los lectores europeos cuando refieren a sitios remotos y el carácter didáctico que asume el sujeto que lo produce, serán algunos de esos aspectos que el siglo XVIII aporta a la literatura de viaje. El viajero asume el rol de agente intercultural con una marcada actitud utilitaria y de distanciamiento respecto de los miembros de la sociedad colonial. La perspectiva del visitador adquiere una centralidad que se confirma en los prejuicios etnocéntricos y que coloca a los otros –indígenas, criollos– en el lugar de una absoluta subalternidad, que reafirma el colonialismo. El libro cierra este itinerario con El Lazarillo de Ciegos Caminantes [1776], de Alonso Carrió de la Vandera, que Altuna presenta como “la expresión culminante del discurso colonialista”. A la par de la ficcionalización del plano autoral –derivado de un pacto de escritura entre Concolorcorvo y Carrió de la Vandera–, la autora destaca que unos de los mayores logros del Lazarillo consiste en “la sustanciación de la imagen del público” (189), con la apertura a una convocatoria múltiple de lectores que señala la ampliación social de la práctica de lectura. Estos aspectos permiten superar los límites estereotipados de la escritura por mandato –a la que adscribe este relato– e introducir la función literaria. El Lazarillo, “constituye un paso previo a la elaboración del discurso reformista” (207), lo que le otorga un carácter diferenciado respecto del relato de viaje, evidenciado en la tendencia homogeneizadora que expone en el planteo de la oposición entre la civilización y la barbarie, articulado en la distribución ideológica de los espacios –ciudad/ campo– y la propuesta de una política lingüística de imposición de la lengua castellana. La impronta de esta propuesta le otorgan una vigencia que excede el tiempo de su producción y que se prolonga hasta las tesis de Sarmiento y Alberdi en sus proyectos para la nación argentina. El Discurso colonialista de los caminantes (siglos XVII-XVIII), de Elena Altuna, se inscribe dentro del horizonte crítico contemporáneo y lleva a cabo una rigurosa indagación por estas textualidades coloniales desde un ángulo de enfoque situado en un sistema de imposición que regula los procedimientos y las prácticas discursivas del período. El trabajo con una serie de categorías y oposiciones fundantes como: centro/periferia, ciudad/ámbito rural, dinámicas de frontera, dimensión autobiográfica, enunciación letrada, identidades y alteridades –raciales, sociales, culturales–, serán –entre otros– los dispositivos teóricos que le permitan exhibir la complejidad del mundo colonial y su incidencia en las condiciones de emergencia de los sujetos escriturarios. En el párrafo final, la autora manifiesta que su indagación sobre las representaciónes propias del pasado colonial están orientadas a contribuir a una reflexión que profundice el conocimiento de “los componenetes reales de la heterogeneidad latinoamericana y (a) valorar positivamente las diferencias que le son inherentes” (237). El estudio detallado y lúcido de Elena Altuna, constituye un valioso aporte a los estudios de las discursividades coloniales. Universidad Nacional de Rosario ANALÍA COSTA RESEÑAS 315 LUCÍA MELGAR y GABRIELA MORA, eds. Elena Garro: lectura múltiple de una personalidad compleja. México: Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, 2002. Esta edición, apropiadamente publicada en Puebla, lugar de origen de Elena Garro, recopila una serie muy diversa de textos (cartas, entrevistas, memorias) es decir, un conjunto de “semblanzas” múltiples y muy personales que reflexionan sobre la complicadisima (y notoria) vida y obra de Garro. En las “Palabras preliminares” Melgar y Mora toman por los cuernos la “leyenda negra” que rodea a Garro a partir de 1968, destacando el hecho de que los rumores acerca de su vida personal han resultado en valoracions extraliterarias de la obra de esta escritora afectando su recepción y valoración. Tratan de reivindicar la obra de Garro al revisar la imagen que se ha formado de la escritora, y de esta manera la rescatan del olvido inmerecido a que ha sido sometida y amplían su influencia más allá del pequeño y devoto círculo de admiradores de su obra. Sin embargo, el volumen no es una valoración de la producción literaria de Garro, sino más bien una lectura de su vida y circunstancias desde múltiples ángulos que complica aún más la imagen que tenemos al dejar no sólo que Garro hable a través de cartas publicadas por primera vez en el volumen, sino también que otros hablen sobre ella (en la correspondencia que tuvieron con la escritora; en entrevistas con las editoras del volumen, y en “semblanzas” escritas a pedido de éstas). Poco a poco, a medida que una se va adentrando en el libro, empiezan a emerger fundamentales divergencias y contradicciones no sólo en y entre las “semblanzas” sobre Garro sino también en lo que ella misma afirmó sobre sí misma a diferentes amigos a lo largo de los años. A pesar de esta Garro multifacética y profundamente contradictoria, las editoras no sucumben a la tentación de un psicoanálisis superficial. Como más señalan lo obvio cuando afirman que Garro era (como se espera de muchos escritores) una mitómana. Más aún, la persistencia de la leyenda negra que rodea a la escritora y que ha eclipsado su obra marginándola inmerecidamente del boom, es implícitamente criticada por Mora en su defensa de la escritora como ataques, que en el caso de un escritor, habrían sido olvidados prontamente pero que perviven hasta hoy no sólo por ser Garro mujer sino porque ella misma, lamentablemente, contribuyó a su persistencia (particularmente hacia el final de su vida cuando se hallaba en mal estado emocional y psíquico). Así, el volumen “propone un prisma de lecturas de la figura de Elena Garro como un acercamiento posible a una mejor comprensión de su personalidad, de las circunstancias en que escribió y de las relaciones entre autobiografía y ficción que subyacen a muchos de sus textos” (8). La intención entonces, es revisar la imagen que muchos se han hecho de Garro y que se propagó sin cuestionar en 1998 con motivo de su muerte, imagen que discrepa profundamente de la Garro que Mora conoció (y con quien se carteó durante muchos años) y de la Garro que Melgar entrevistó en varias ocasiones. A pesar de este afán de reivindicación, la figura escurridiza de la escritora triunfa por sobre las intenciones de Mora y Melgar quienes deben empezar el volumen afirmando que como “hablar de Garro es hablar de controversias, el lector encontrará aquí más fuego para alimentarlas” (10). Si esto es cierto, más cierto aún es la inevitable sensación que el texto deja en el lector de que el fracaso de Mora y de Melgar no se debe tanto a la figura compleja de Garro sino mucho más aún al hecho de que la historia de lo que verdaderamente pasó en los sesentas y setentas en México no se ha escrito aún y permanece un misterio 316 RESEÑAS tenebroso tanto o más que la vida de la escritora sobre cuyas circunstancias se quiere echar luz. A pesar de estos contratiempos, gracias a los esfuerzos de las editoras y de los que escribieron las semblanzas, lado a lado con la Garro paranóica y problemática emerge una Garro fascinante, intelectualmente brillante, seductora, políticamente comprometida con el movimiento campesino en México, y una persona que nunca dejó de hechizar, ni aún poco antes de morir, a todos los que la rodeaban con los cuentos que contaba y con la vida que se inventaba sobre la marcha y según las circunstancias. Desde las semblanza de su sobrina Gloria Prado (“Lazos de familia”) donde se narra la vida de la autora vista “desde dentro” y donde la niñez de Garro no pudo haber sido tan paradisíaca como ella no se cansaba de afirmar; hasta la memoria de la entrevista que le hizo a Garro la traductora al alemán de algunas de sus obras (Verónica Beucker) poco antes de su muerte (con la casa llena de gatos, una Garro conectada al tanque de oxígeno que sin embargo no deja de fumar a pesar de arranques de tos) en la que Beucker cuenta que “se sabe” que Garro recibe ayuda financiera del estado mexicano, del propio Octavio Paz y de varios amigos y sin embargo, inexplicablemente, vive en la “desolación y …pobreza” (43) vemos a Garro desde la niñez hasta la vejez. La entrevista radiofónica que le hicieron Emmanuel Carballo y Huberto Batis a Garro en 1981 en el programa “Crítica de las artes, Sección Literatura” de Radio Universidad que fue publicado en el artículo de Carballo sobre Garro incluido en Protagonistas de la literatura mexicana es seguido por la generosa semblanza que escribe Mora basándose en su amistad (entre 1974 y 1980) y correspondencia con Garro (50 cartas inéditas). Este último texto conmueve por la fuerza del entendimiento solidario y feminista que Mora le extiende a Garro quien no se afirmaba feminista, a pesar de criticar la ciudad letrada en México en los años 60 como una “homocracia.” El terrible peso de las circunstancias que la llevó a Garro a publicar textos escritos con demasiada rapidez para ganar dinero en tiempos de vacas flacas, o a destruir valiosos textos al no saber valorarlos debido a la falta de valoración pública de sus obras y a mil otros dramas, lleva a Mora a concluir con verdadera tristeza que Garro no mereció “el destino que le tocó vivir desde el 68”, pero aun cuando ésta “perdió mucho, sus lectores perdimos lo que su gran talento, de haber sido mejor cuidado, pudo haber seguido produciendo” (91). A esta semblanza le siguen los recuerdos de la periodista Patricia Vega (que narra el interesantísimo hecho de que Garro conoció a Lee Harvey Oswald –el asesino de John F. Kennedy– en una fiesta de su primo Rubén Durán en el DF) y que es la que más detalladamente describe las circunstancias del 68 que llevaron a Garro a temer por su vida y la de su hija; además menciona los homenajes que se le hicieron a Garro con motivo de su regreso a México (y el premio Sor Juana Inés de la Cruz que se le otorgó en 1996 en la Feria Internacional del Libro en Guadalajara). La semblanza de Melgar se basa en las cartas aún inéditas a Garro de José Bianco, Octavio Paz (el “Bello Tenebroso”), y Ninfa Santos y que están ahora en el archivo de la Universidad de Princeton. A través de ellas Melgar establece importantes correspondencias entre las personas reales y los personajes que crearon. Por ejemplo, el “Pepe” de Testimonios sobre Mariana ‘es” un José Bianco transformado y en La pérdida del reino, Rufo, el “protagonista y alter ego de Bianco, queda cautivado ante Laura, personaje inspirado en Elena Garro” (155). Así también, la Elena Garro de 1950, para Melgar, nos recuerda a la Isabel de Los recuerdos del porvenir. Este mosaico es ampliado RESEÑAS 317 y matizado aún más por las entrevistas de Reynol Pérez Vásquez (1993 y 1996); Lady Rojas-Trempe, los retratos de Garro de Vilma Fuentes y José Miguel Naveros, el recuerdo de Electa Arenal, y el “retrato dialogado” de Guillermo Schmidbuber de la Mora; las conversaciones de Melgar con la escritora entre 1993 y 1997 en Cuernavaca; y fragmentos de algunas de las cartas que Garro le escribió a Mora. El volumen se cierra con una útil cronología de la vida y obra de Garro seguida por una bibliografía selecta. La Garro que emerge de entre las semblanzas es tan múltiple y compleja somo lo anuncian Melgar y Mora en el título. El resultado es un texto interesantísimo de la historia cultural de México que va más allá de Garro y sus circunstancias. Mientras que ésta emerge de las semblanzas yuxtapuestas como un personaje absolutamente contradictorio y por ende indescifrable, la época que le tocó vivir se vuelve, para nosotros, tanto o más indescifrable que la misma Garro. Esta complejísima figura a su vez transforma forzosamente a las editoras en rastreadoras de una historia laberíntica que se lee casi como una novela detectivesca a lo Eco. Darmouth College SILVIA D. SPITTA GEORGE YÚDICE. El recurso de la cultura. Usos de la cultura en la era global. Barcelona: Editorial Gedisa, 2002. El recurso de la cultura. Usos de la cultura en la era global es, según los editores de la Serie Cultura de Editorial Gedisa dirigida por Néstor García Canclini, “el primer libro publicado en español por George Yúdice en el campo de los estudios culturales”. Estas palabras nos hacen reflexionar desde el principio, porque Yúdice ha escrito y publicado una gran cantidad de artículos sobre el tema, pero era notorio que hasta el momento no hubiera tenido o tomado el tiempo para juntar y editar sus textos en forma de un libro en sí. Siempre estaban por salir este y otros libros y no salían porque Yúdice estaba escribiendo otro ensayo, entrando en otro debate, corriendo a otra conferencia en otro rincón de las Américas o Europa. De hecho, a lo largo de muchos años Yúdice ha sido una de las estrellas que más brillo ha tenido entre quienes habían elaborado los estudios culturales latinoamericanos tanto en los Estados Unidos como en la misma América Latina. Es, tal vez, el mejor equipado de su generación dentro de los latinoamericanistas en los Estados Unidos, sobre todo con respecto a los temas de producción y política cultural en esta nueva era en que resaltan cuestiones como la globalización y la teoría y práctica transnacionales. Sus primeros trabajos fueron sobre poesía vanguardista y también se ocupó de los movimientos revolucionarios latinoamericanos frente a la emergente democratización neoliberal. Luego de una estadía en Brasil y el paso por Duke University, hace ya muchos años, lideró las discusiones sobre la post-modernidad en América Latina. Renovó una vez más su trabajo y fue capaz de tomar ventaja de su posicionamiento en New York (reflejado en su mudanza del Hunting College a NYU): se juntó con otros dos prominentes estudiosos de América Latina y los estudios culturales latinoamericanos, Jean Franco y Juan Flores, y 318 RESEÑAS editó On Edge (1992), una antología de textos sobre las nuevas tendencias en Latinoamérica, la cultura popular latina y la política cultural emergente en la nueva era. Dicha antología sólo fue el preludio del protagonismo que sobre los estudios culturales obtuvo. A mediados de los noventa Yúdice, junto a Néstor García Canclini y otros muchos (Jesús Martín-Barbero, Silvano Santiago, Beatríz Sarlo, Nelly Richard, etc.) consolidaron el campo de los estudios culturales latinoamericanos. Trabajando con Tomás Ybarra Frausto y García Canclini forjó una serie de iniciativas sobre los estudios culturales y la política cultural a través de las Américas. Pronto Yúdice estuvo en constante movimiento, presentando trabajos en importantes conferencias, en cada lugar importante e imaginable en Latinoamérica. Escribió notables trabajos que aparecieron en muchas publicaciones importantes: fue él uno de los padres de muchos de los proyectos desarrollados por la fundación Rockefeller sobre los estudios culturales desde Canadá, California y Nueva York hasta la Patagonia; inició un proyecto de tres años, patrocinado también por la fundación Rockefeller, con cede en su institución (NYU); volvió a unirse con Franco y Flores para coordinar una de las series de la Universidad de Minessota, hecho que le otorgó gran notoriedad en este campo, entre otras razones por su traducción del libro de García Canclini Consumidores y Ciudadanos (2000) en el que escribió una importante y polémica introducción defendiendo básicamente los logros de García Canclini de los ataques de John Beverley y otros trabajos de los estudios subalternos. Mientras tanto Yúdice se había tomado el tiempo para consolidar su tan esperado libro sobre un campo que tanto le costó elaborar. Las alusiones a las conexiones entre los estudios culturales y la política cultural, que Yúdice hace en este libro, marcan una brecha importante con respecto a la dirección de los trabajos de los estudios culturales sobre América Latina en estos días: una dirección que rechaza predominantemente el postcolonialismo, la subalternidad y en general la “teorización” de tendencias, e insiste en preguntas concretas acerca de la política y la práctica culturales. Mientras algunos se han conformado con producir más trabajos en el ámbito teórico (e.g. Alberto Moreiras, Walter Mignolo) y otros han aplicado las teorías de los estudios culturales a la realidad actual en estudios monográficos, Yúdice –como uno de los iniciadores claves de la sección sobre cultura, poder y política de la Asociación de los estudios latinoamericanos LASA– ha encabezado y enfatizado las preguntas que involucran las prácticas culturales en relación con la construcción de los procesos democráticos y la sociedad civil durante este período intenso de globalización. Este enfoque sobre las políticas culturales y su relación con las prácticas y los activistas culturales como actores de la sociedad civil emergente y globalizada es tal vez el aporte más importante que ofrece en este su nuevo libro. Yúdice expone su perspectiva teórica en función de datos y perspectivas que entregan tanto una mirada general como un detallado análisis de la producción cultural y sus múltiples usos en un mundo globalizado. Este texto es, en cierto sentido, una síntesis de todas las discusiones actuales en torno al significado de los estudios culturales. Como él mismo anota en sus “Agradecimientos”, el libro es producto de “polémicas que se remontan a décadas y configura sus visiones cotidianas del mundo” (11-12); es también, en otro sentido, un nuevo y gran impulso para los estudios culturales. RESEÑAS 319 El adjetivo nuevo tiene aquí un sentido “natural”, que no se relaciona con ninguna opción epistémica porque, como Yúdice nos ilustra, el acento en el libro está puesto en reconfigurar la comprensión de los fenómenos culturales, y los leguajes en que éstos se dan, a la luz de múltiples factores: el papel de los gobiernos contemporáneos y de los vientos ideológicos; el rol de las empresas transnacionales y su diversidad y flexibilidad; el rol de los productores, artistas, directores y músicos; los programas televisivos, los intelectuales, la situación de las inmigraciones; la integración cultural y el libre comercio; el lugar de las ONG, la sociedad civil, las instituciones y grupos no alineados (como expresiones culturales de ciertos movimientos sociales), entre muchos de los tópicos implicados en este trabajo. En particular, lo nuevo de este libro está vinculado -y en plena concordancia con la evolución de las teorías y acercamientos de los estudios culturales en sus continuidades y cambios- a la problematización de la palabra cultura como recurso, a la profundización y/o extensión de esquemas y periodizaciones históricas (como en el caso de la propuesta foucaultiana del conocimiento), a la redirección de conceptos tales como la performatividad, el trabajo y el ya tan generalizado tema de la globalización. Dividido en nueve capítulos, además de la introducción y la conclusión, el libro nos va mostrando el camino escogido por Yúdice para desmantelar las viejas teorías sobre la cultura y proponer su propia concepción de la misma. De la mano de estadísticas y porcentajes, de reportes de las organizaciones mundiales más protagónicas en el manejo de las políticas culturales, de discursos emitidos por personajes encumbrados en las altas esferas de poder en los Estados Unidos y de la mano también de descripciones de, por ejemplo, la cultura funk brasileña, la música reggae o el papel casi paradigmático de la ciudad de Miami en el concierto global, el autor nos entrega una visión ampliada. El primer capitulo, “El recurso de la cultura”, expone lo medular de la idea de cultura en tanto recurso que sirve a fines específicos en un mundo de rápido, o instantáneo, y masivo intercambio, y cuyo procedimiento de uso, como pasa con toda mercancía, supone las actividades de gestión, producción, administración, inversión y trabajo, sea en los ámbitos políticos, económicos o civiles, en los que la cultura funciona como expediente para el mejoramiento social, económico o político, y en cuyo seno la desmaterialización de los bienes intercambiables hace que la virtualidad y los bienes simbólicos ocupen el lugar privilegiado, producto, claramente, del aceleramiento que precipitó la globalización, inaugurando el nuevo episteme de la performatividad. Precisamente “Los imperativos sociales de la performatividad”, título del segundo capítulo, es la propuesta de Yúdice para explicar las maneras en que los intercambios del recurso cultura tienen forma, sobre la base del movimiento de fronteras, dependencias sectoriales, regionales y transnacionales, y sobre la base de lo que llama la performatividad: esto es, la política de producción por la presencia (aunque sea silenciosa), el acto o la discursividad que juegan, con un nítido accionar ético, entre la identidad o la representación y una estructura imaginada (de fantasía) que modela un comportamiento y conocimiento del ritual a través de minorías, grupos étnicos o instituciones específicas. Ya en el tercer capítulo, “La globalización de la cultura y la nueva sociedad civil”, asistimos a ese movimiento de continuidad teórica con la tradición de los estudios culturales, donde el autor expone su posición frente a sus posibilidades para aprehender 320 RESEÑAS el fenómeno de la cultura como recurso de la globalización en general, y de qué manera éstos son -y podrían ser- una plataforma sólida para describir y explicar el papel de las instituciones, la sociedad civil, los partidos políticos y las ONG. Haciendo una revisión de la actividad académica “americana” de los años ochenta y noventa del siglo pasado, Yúdice caracteriza el papel de los intelectuales de izquierda y derecha frente al cambiante escenario latinoamericano sumido en las políticas neoliberales. La ciudadanía y su organización en la era de la globalización son la preocupación del capítulo cuatro, “La funkización de Río”. Allí primero nos ofrece un estudio de caso, en el que comparte las herramientas metodológicas de la antropología cultural. Revisa la temática de la exclusión racial y la ilegalidad de las favelas de Río y se concentra, sobre todo, en cómo ciertos musicales de jóvenes responden inaugurando el funk, una forma musical contestataria a la samba y al aparato socio-político que eso involucra. De esta manera, los grupos y sus fanáticos absorben y reciclan, por sus propios usos, lo que la política neoliberal puede ofrecer como recurso cultural. Siguiendo con el mismo caso particular, el próximo capítulo, “La cultura al servicio de la justicia social”, examina cómo la actividad de las redes culturales juveniles puede generar una iniciativa de acción ciudadana que alcanza cuestiones políticas y económicas. Aquí Yúdice monta su caso anti-subalternista: muestra cómo los grupos sociales buscan salir de su situación de marginalización no para romper con el sistema total, sino a través de su lucha como ONG por espacios dentro de la sociedad civil del neo-liberalismo existente. Todo eso se hace, Yudice no deja de notar, con la ayuda de organismos gubernamentales y de las fundaciones locales, incluso las corporaciones transnacionales como el Banco Mundial (BM) y el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) –y, claro está, gracias a entidades como la Fundación Rockefeller. Relacionado con este último aspecto, es de importancia el sub-tema “La ONGización de la cultura”, en el que desarrolla las maneras en que la organización ciudadana, bajo el formato de la organización profesional, promueve el servicio de la justicia social, pero también el servicio del turismo, dado que estas ONG actúan como puente entre los gobiernos y la comunidad representada que se esfuerza por comercializar la diferencia. El sexto capítulo es una extensión y, fundamentalmente, una conclusión teórica de los dos capítulos anteriores que bajo el nombre de “¿Consumo y ciudadanía?” aglutina una serie de reflexiones vinculadas a la formación –un tanto fantasiosa– de una posible ciudadanía libre. Por el contrario, y evidentemente opuesto a todo acercamiento que pretende alabar una supuesta racionalidad del sistema ciudadano, Yúdice desenmascara, en lo posible, algunas dependencias que limitan la acción ciudadana, tales como el propio sistema jurídico de los países centrales, la educación con claro tinte conservador y los sistemas electorales que impiden la participación de los no afiliados, todo lo cual es rematado por la cultura del consumo que posibilita “la compra de mercancías como acto político” (199), que es precisamente el título de uno de los apartados de este capítulo. Las imbricaciones, complejas por definición, entre los involucrados en una cultura global se encarnan en el uso o consumo espacial, temporal y económico de las ciudades. Para ilustrar con propiedad tal situación, Yúdice se ayuda del ejemplar caso de Miami como ciudad mundial (aunque menor en comparación con otras). Este capítulo se titula “La globalización de América Latina: Miami” y está dedicado al análisis de las características RESEÑAS 321 de las ciudades globales, a la descripción de las fuerzas culturales comunitarias que las integran y, sobre todo, a la explicación de por qué Miami es el puente o corredor, como ya nos anuncia Yúdice, entre Estados Unidos y América Latina. Le pasa revista así al histórico papel de los cubanos en ella y desarticula la combinatoria de la expresión cultural-simbólica entre música, programas televisivos, multiculturalismo, transculturación (de comida, vestimentas o modas, artesanía y cosmopolitismo variado en ropaje turístico) y las características comunitarias según el origen étnico; sin serlo del todo, éste también es un capítulo que hace uso de un estudio de caso. Este estudio de caso se retoma en el siguiente cápitulo (el número 8), “Libre comercio y cultura”, donde encara el problema de la propiedad intelectual, la nueva división del trabajo cultural, el papel de las agencias económicas mundiales (FMI, BM, la Organización Mundial del Comercio) y los acuerdos bilaterales y multilaterales (MERCOSUR, NAFTA), en especial para el caso de Canadá, México y Estados Unidos, explorando críticas en la medida en que se exponen los riesgos asociados a estos acuerdos, las consecuencias negativas evidentes de los mismos y la existencia de mercados paralelos como expresión de la exclusión. Este cuadro general se conjuga con el papel del desarrollo cultural clásico (arte, artesanía, promotores, directores) y la política del reembolso, la subvención y la integración estratégica del producto cultural binacional. El último capítulo, “Producir la economía cultural: el arte colaborativo de inSITE” es, nuevamente, un estudio de caso que Yúdice comparte describiendo, casi exclusivamente, la experiencia de inSITE, un proyecto de colaboración artística en el que el artefacto binacional (Tijuana-San Diego) tiene una manifestación peculiar. Esta manifestación se relaciona con el compromiso cultural de los agentes artísticos, pero en plena complementariedad con la política de comercio, en cuyo acto de compra, venta, arriendo, inversión y consumo se vive la cultura como recurso. El libro de Yúdice es un mapeo al territorio de la cultura. En tanto propuesta teórica y analítica, nos sitúa en las coordenadas actuales de la reproducción masiva, la transnacionalización, la globalización, sus repercusiones y protagonistas. Haciendo gala de un trabajo de cita con lo último sobre la materia, Yúdice avanza con sus argumentos y sus supuestos, mezclando muchos datos y ofreciendo lecturas sugerentes de aquellos investigadores vinculados a los estudios culturales. Es un libro de 475 páginas en el que, dado los conceptos tratados y las hipótesis sugeridas en cada capítulo, muchas veces el punto central se desvanece en las múltiples relaciones que se hacen con autores y disputas históricas. En este sentido, su lectura es para alguien ya iniciado en la discusión tratada, a pesar de que el título es más generoso en la apertura de sus términos. Es un libro ambicioso, que responde en algunos puntos a las expectativas de su introducción, pero que también abandona muchos de los temas que necesitarían un tratamiento más matizado. Por ejemplo, muchas de las querellas conceptuales expuestas por Yúdice han sido, de uno u otro modo, contestadas a través de referencias que vienen de la sociología y/o la antropología: esto es, la mirada panorámica que se ofrece adolece a veces de ser, precisamente, muy general. Mucho hubiese ayudado a la lectura un índice analítico y de nombres que ubicara al lector en todo lo contenido en él y, también, un repaso, en nombre de la misma transdisciplinaridad tantas veces 322 RESEÑAS comentada, de algunas referencias necesarias cuando se habla de culturas provenientes de la sociología y/o la antropología. Pero yéndonos más al grano, también se debe cuestionar la tendencia integralista del libro, el afán totalizante que nos hace cuestionar el manejo de particulares puntos de vista, a veces demasiado reflexivos, sin vida o dinamismo propios, y sin un juego adecuado de contradicciones posibles. El rechazo firme de Yúdice a las políticas de identidad y a las perspectivas subalternas, aún en el sentido táctico y provisional, expresa cierta aceptación o conformidad con la fuerza del mercado de consumo constituido por los poderes de la globalización. Su visión de los estudios culturales resulta en una reproducción más que en una posible superación del sistema dibujado a través de los capítulos del libro. Parece que queda poco espacio para un pensamiento anti o contra-sistémico. Una lógica sistémica o positivista o luhmanesca (basada en los datos duros del capitalismo globalizado) pesa sobre los intentos de oposición y rompimiento. La lógica lleva a la tendencia de concluir que el hecho de la performatividad de los actores sociales (incluso las ONG, los grupos rebeldes de rock o quienes sean) está estructurada y tiene la necesidad de moverse dentro del sistema globalizante, sin mayor capacidad de rompimiento. Sin duda no se puede jugar si se está fuera del juego; y, si se está dentro, no se puede ganar, aunque así parezca en algunos lindos momentos. De un estudioso con tanta energía teórica y empírica, uno esperaría una búsqueda más allá de los determinantes inmediatos del nuevo tiempo globalizado, una búsqueda más abierta a las aperturas que el sistema mismo sugiere. En este sentido, Yúdice no parece negar las teorías subalternas, sino reproducir el mapa sistemático de esta negación. Con todo, este libro es sin duda un intento crítico y a la vez constructivo de un adecuado marco de inteligibilidad; por sobre todo es un aporte sustantivo para comprender las formas culturales y geopolíticas que dirigen nuestras vidas en estos tiempos globalizados. LACASA-Modern & Classical Languages University of Houston CRISTIÁN SANTIBÁÑEZ YÁNEZ con la colaboración de MARC ZIMMERMAN JOSIAH BLACKMORE. Manifest Perdition. Shipwreck Narrative and the Disruption of Empire. Minneapolis/London: University of Minnesota Press, 2002. Este sugestivo libro de Josiah Blackmore, centrado en la peculiar relación de los relatos de naufragio con la historiografía imperial portuguesa durante el apogeo de su expansión marítima, constituye, sin duda, su segundo valioso aporte a los estudios ibéricos. Aunque muy diferente de Queer Iberia –la colección de ensayos que editara hace unos años junto con Gregory Hutcheson–, Manifest Perdition comparte con aquel libro la voluntad de renovar la crítica luso-hispánica con la incorporación de nuevas perspectivas críticas y teóricas, sometiendo a los textos ibéricos a lecturas a tono con los debates académicos más contemporáneos. En este trabajo podría decirse que el movimiento es, en algún sentido, opuesto al del anterior. Si en Queer Iberia Blackmore incentivaba –en su calidad de editor– análisis que RESEÑAS 323 invitaran a leer bajo nueva lupa obras mayormente canónicas, en Manifest Perdition se trata más bien de llamar la atención crítica sobre un tipo de literatura tradicionalmente considerada marginal, pero definitivamente imprescindible –como deja claro el trabajo de Blackmore– a la hora de entender tanto la dinámica textual contemporánea con la expansión marítima portuguesa como sus relecturas y apropiaciones en el siglo XVIII. El argumento central de su libro es que estos relatos de naufragio deben ser leídos como una especie de contra-historiografía que problematiza, presentando una visión alternativa, el orden y el impulso unificador dominante en la historiografía oficial durante el máximo apogeo expansionista portugués. El material con el que trabaja Blackmore es, tanto por razones literarias como históricas, de por sí fascinante. La Historia Trágico-Marítima (1735-1736) –el corpus canónico de relatos de naufragio en la tradición portuguesa, recientemente traducida al inglés por el mismo Blackmore– reúne una serie de dieciocho textos muy heterogéneos cuyo hilo común es el de centrarse en una experiencia de naufragio. Tom Conley ha llamado la atención sobre el valor estético de estos relatos, ligándolos a los grandes textos de naufragio de la literatura occidental como los de Rabelais, Shakespeare, Defoe y Melville. Por otra parte, y en términos estrictamente históricos, raramente un corpus permite, como éste, trazar de forma tan nítida el itinerario ideológico de un imperio a lo largo de tres siglos tal como se manifiesta en sus lecturas y apropiaciones textuales. La História Trágico-Marítima pertenece, como señala acertadamente Blackmore, a por lo menos dos épocas distintas que, a su modo, le imponen a estos textos sentidos muy diferentes, incluso contradictorios. Los relatos fueron originariamente escritos, impresos y vendidos como panfletos sueltos en los siglos XVI y XVII –durante el apogeo del imperio portugués–, y lejos de corresponder al circuito culto y selecto de la historiografía oficial, en este primer momento formaron parte de un tipo de literatura de circulación popular llamada literatura de cordel. La compilación, sin embargo –realizada por Bernardo Gomes de Brito en el siglo XVIII– responde a gustos y necesidades muy diferentes. La inclinación estética de este siglo por lo exótico y lo monstruoso favorece su aparición, pero es sobre todo determinante la coincidencia de intereses profesionales y políticos entre Gomes de Brito y la corona portuguesa. Mediante este trabajo editorial dedicado al monarca, conjetura sensatamente Blackmore, Brito busca infructuosamente incorporarse a la recientemente fundada Academia de Historia Portuguesa, resemantizando ahora estos relatos en una compilación que los presenta como ejemplos trágicos del pasado heroico portugués. Por su parte, este proyecto coincide con la época en que, con el dinero generado por el intercambio comercial con Brasil, el rey João V intenta elevar a Portugal dentro de la escena internacional invocando, en parte, las glorias de un pasado imperial, propósito al que la História Trágico-Marítima parece ajustarse a la perfección. Así, desde el corpus mismo, Blackmore nos invita a superar los límites temporales a los que nuestros hábitos de especialización disciplinaria suelen confinarnos, y a seguir –junto a él– más las necesidades de nuestros textos que las reglas de nuestros campos, que tan nítidamente suelen separar la temprana modernidad del siglo XVIII. Al mismo tiempo, este gesto nos fuerza a considerar –sobre todo en lo que tiene que ver con discursos ligados a cuestiones imperiales– el modo en que el sentido va cambiando a lo largo del tiempo e incluso cómo textos que parecen tan estrechamente 324 RESEÑAS ligados a la necesidad de un momento determinado, vuelven a resignificarse y a utilizarse con diversas intenciones, mucho tiempo después de haber sido producidos, en un contexto político y estético radicalmente diferente. Manifest Perdition podría dividirse en cuatro partes. En la primera, que correspondería al capítulo 1, Blackmore presenta un panorama general de lo que él considera los dos modelos básicos a través de los cuales los relatos de naufragio han sido entendidos en la tradición literaria ibérica: la lírica devocional medieval (en especial las Cantigas de Santa María de Alfonso X) y las Lusíadas de Camões, contemporáneas con los primeros relatos de la História Trágico-Marítima. En el primer caso, el naufragio aparece metaforizado dentro de un marco cristiano del todo ajeno con las problemáticas imperiales, dentro del cual la dinámica entre catástrofe y milagro ilustra la relación entre el hombre y Dios. Así, el naufragio se presenta como un estado temporario que en última instancia desemboca, gracias a la intervención divina, en redención espiritual. En el segundo caso, Manifest Perdition relee la tradición que ve en las Lusíadas un claro ejemplo de la vertiente épica donde el naufragio está indisolublemente ligado –como lo estará en la lectura de Gomes de Brito– con el heroísmo nacional. Blackmore se rehúsa a leer el episodio de Adamastor, central en relación a este tema, como una afirmación unívoca del proyecto imperial, pero también rechaza la visión que hace de las Lusíadas una diatriba anti-imperialista. El modelo de Camões, en esta lectura, “construye intencionalmente la relación entre gloria nacional y fracaso en términos equívocos” (“Camõoes intentionally construes the relationship between national glory and failure in equivocal terms”, 26), señalando la coexistencia, sin relación de causa y efecto, entre naufragio e imperio. La segunda parte, “The discourse of the shipwreck” (capítulo 2), combina aspectos teóricos con discusiones historiográficas, y es sin duda la más rica de todo el libro. El argumento central, avanzado en el prólogo, adopta aquí una gran sutileza que matiza y elabora algunas de las ideas antes presentadas. La discusión sobre el modo específico en que Blackmore entiende la relación entre los relatos de naufragio y la textualidad imperial, así como su carácter contrahegemónico, sin duda será de gran utilidad para otros críticos, a quienes el problema de identificar la ideología en diversos textos del período suele presentar enormes inconvenientes. En primer lugar, Blackmore radicaliza la posición de los críticos que, en los últimos tiempos, han identificado a estos relatos como problemáticos para el proyecto imperial. No se trata, para él, simplemente de una relación casual sino que “su lugar en la red de la textualidad expansionista debe considerarse esencial, y no accidental, como el momento de nacimiento de la narrativa de naufragio” (“their place in the weave of expansionist textuality needs to be made essential, rather than incidental, as the birth moment of shipwreck narrative”, 41). En segundo lugar, Manifest Perdition se plantea una de las preguntas centrales para todo estudioso del período y para todo crítico literario en general preocupado por la relación entre lo literario y lo político: ¿cómo leer la ideología de un texto?, ¿dónde reside el carácter hegemónico o contrahegemónico de un relato: en las afirmaciones explícitas del narrador, en el tipo de experiencia que narra, en la recepción, etc.? Lo contrahegemónico, según lo entiende Blackmore, no reside en las declaraciones explícitas de los autores en los mismos relatos de naufragios, que por otra parte parecen casi siempre afirmar las ideas y los valores centrales del proyecto imperial. Según lo plantea este libro, lo importante es –incluso más allá del contenido de los relatos RESEÑAS 325 (historias de pérdida, desposesión y fracaso)– la creación de un nuevo locus de enunciación, de un espacio narrativo alternativo que contradice los presupuestos y propósitos básicos de los textos oficiales. En estos relatos la presencia portuguesa en territorios no europeos aparece representada por sujetos dislocados y en posición de marcada vulnerabilidad respecto de la naturaleza, de los instrumentos de navegación, pero sobre todo de los pueblos indígenas sobre los cuales la cultura europea postula –en parte como justificación de la empresa colonial– una superioridad evidente. Esta segunda parte, a su vez, es la que mayor interés presenta para los hispanistas ya que integra algunos textos españoles claves de este período a la discusión sobre los relatos portugueses. En especial, Blackmore contrasta su corpus con los Naufragios de Álvar Núñez Cabeza de Vaca –indudablemente el relato de naufragio más importante del siglo XVI español– para enfatizar la sustancial diferencia que, a su juicio, separa estas dos tradiciones ibéricas. En primer lugar, sostiene polémicamente, que incluso cuando los Naufragios incluyen casi todos los topoi identificados en los textos portugueses, se trata sin embargo de una historia de “edificación y renovación” (“a story of building and renewal”, 55), de un “texto de conquista, redactado en el molde de la narrativa y relaciones de poder conquistatoriales” (“a conquest text, redacted in the mold of conquistatorial narrative and power relations”, 56-57). En segundo lugar, según Blackmore, la relación como género se distingue crucialmente de la relação en que la variante portuguesa incluye lo fantástico, se extiende hasta el siglo XIX y –sobre todo– se sitúa al margen de toda textualidad relacionada con el poder al no estar –como la española– dirigida a la autoridad real o a figuras muy ligadas a ella. Esta comparación es sin duda controversial. Por un lado, es difícil ver –sobre todo porque Blackmore no lo especifica– en qué sentido los Naufragios participan de las “trampas retóricas características” (“rhetorial trappings characteristic” 57) de la narrativa colonial. O mejor, en qué punto es posible afirmar que estas características (sean cuales fueren) opacan o anulan las otras que claramente comparten con los relatos de naufragio portugueses. Por otro lado, los Naufragios no parecen del todo ajenos a la inclusión de lo fantástico: baste recordar la enigmática figura de Mala Cosa o ciertas prácticas paramédicas de difícil explicación racional. En último lugar, quizás la diferenciación entre relación y relação esté algo exagerada. De hecho Blackmore mismo señala, en una nota al pie, la impertinencia de su propio criterio para los relatos del tercer volúmen de la História, varios de ellos dirigidos a figuras de poder. Pero, incluso más importante, puede discutirse qué tan central es, para el sentido que le asignamos a un texto, el carácter apologético que –como señala el autor– suele imponerle la relación discursiva directa con la autoridad. Se podría pensar que, siendo este tono resultado de una obligada posición retórica, su importancia respecto al resto de las características narrativas afines a los relatos de naufragio, tal como las presenta Blackmore, debe ser necesariamente matizada. Este segundo capítulo incluye además una de las secciones más interesantes del libro, en la que Blackmore se detiene a contrastar los relatos de naufragios con la tradición historiográfica oficial portuguesa en la temprana modernidad. Encuentra, como era de esperarse, un constante uso de navíos y rutas de navegación como medio para figurar el orden imperial. João de Barros (1497-1562), por ejemplo, considerado el máximo apólogo del proyecto expansionista portugués, no menciona ni una sola experiencia de naufragio 326 RESEÑAS en su voluminosa obra, interesada exclusivamente en resaltar la triunfante marcha conquistadora de Portugal. El caso más interesante (y sobre el que el lector de Manifest Perdition se queda esperando más) es el de Diogo do Couto. Continuador del gran proyecto historiográfico que Barros deja incompleto, a cargo además de los archivos de Goa, do Couto alterna su trabajo como cronista oficial con la redacción de una serie de textos en los que presenta una mordaz crítica del imperio, el más famoso de los cuales es su O soldado prático donde condena la corrupción de los soldados portugueses en India. Así, no es de extrañar –pero extraña– que do Couto sea el autor de tres relatos de naufragio que en un primer momento iban a formar parte de sus Décadas. La figura de do Couto –cronista oficial a la vez fascinado por experiencias y textos en conflicto con los intereses de su cargo– resulta sumamente intrigante, y a pesar de que Blackmore no se detiene demasiado en él, abre indudablemente caminos para nuevas investigaciones. La tercera parte, podría decirse, está compuesta por los capítulos 3 y 4. Es aquí donde Blackmore intenta bosquejar lo que él denomina una “poética del naufragio” a través de análisis textuales particulares de algunos de los relatos más representativos de la História Trágico-Marítima. Algunos de los rasgos fundamentales que Blackmore identifica en estos textos son, entre otros, su independencia respecto de un marco narrativo mayor que los contenga y les dé un sentido dentro de una historia teleológica más amplia, el desplazamiento de la narración histórica desde el centro de poder metropolitano a territorios desconocidos y hostiles, la inversión de ciertas categorías como la de género, la escritura al margen de la autoridad real y el desmembramiento como modo dominante de figuración del cuerpo humano. Los análisis individuales contribuyen a ilustrar el argumento central del libro en tanto invitan al lector a comparar mentalmente las estrategias narrativas utilizadas en estos relatos con las de los textos historiográficos oficiales conocidos. Detalladas y minuciosas, podría decirse sin embargo que en algunos momentos las lecturas de Blackmore pecan de forzadas analogías (como cuando compara el navío con el vientre materno o con un libro, y elabora sobre estas comparaciones), aunque en líneas generales funcionan como un buen complemento que precisa y expande las afirmaciones más generales del capítulo 2. La última de estas cuatro partes, el capítulo 5 –“An illustrious School of Caution”– ofrece un deslumbrante análisis sobre el modo en que el siglo XVIII resemantiza los relatos de naufragio de siglos anteriores, convirtiéndolos en ejemplos de heroísmo individual que –lejos de cuestionarlo– pasan a definir el pasado imperial portugués para una época interesada en revivir su memoria. Blackmore utiliza en esta sección un acercamiento metodológico diferente al de los otros capítulos, que complementa de forma impecable los análisis anteriores. Aquí se centra sobre todo en instancias editoriales y paratextuales como espacios privilegiados de construcción del sentido. El acto compilatorio mismo de Gomes de Brito (que hace formar parte de un conjunto textos cuya independencia era crucial para el sentido contrahegemónico que les asigna Blackmore en sus apariciones originales) y la dedicatoria al monarca inscriben estos relatos dentro del circuito de poder del que inicialmente se alejaban, a la vez que le quitan todo su potencial perturbador al asociarlos metonímicamente con la figura real. Las licencias inquisitoriales, por su parte, constituyen –como indica Blackmore– “la primera respuesta crítica sistemática a la RESEÑAS 327 narrativa de naufragio” (“the first, systematic critical response to shipwreck narrative”, 109) y postulan la idea de que estos relatos son, en algún sentido, advertencias divinas de las que se puede extraer una enseñanza moral. Así, este capítulo presenta –con una solidez y elegancia notables– el modo en que una multiplicidad de intereses convergen y se materializan en una empresa editorial que responde a valores y propósitos muy diversos de los que originariamente produjeron los relatos que recupera. En suma, Manifest Perdition tiene mucho para ofrecer a sus lectores y cuenta en su haber con una considerable cantidad de logros, no siendo el menor de ellos el poner en diálogo las tradiciones portuguesa y española que -quizás por tener tanto en común- siguen ignorándose tanto como les es posible. La amplitud temporal del análisis y la cantidad de material que Blackmore logra incluir en su estudio son, también, dignos de consideración y hacen de este libro un texto imprescindible para todo aquel interesado en la literatura ibérica. Universidad Torcuato Di Tella, Buenos Aires KARINA GALPERÍN CARLOS JÁUREGUI. Querella de los Indios en las Cortes de la Muerte. México: Universidad Nacional Autónoma de México-CONACYT, 2002. DOBLE SIGNIFICACIÓN EN EL RESURGIMIENTO DE UN TEXTO La colección Fuentes para el estudio de la Literatura Novohispana, de la que reseñamos el volumen número cinco, es valiosa por muchos motivos. Deseo resaltar en especial dos que creo se cumplen a plenitud en la edición que Carlos Jáuregui hace de la escena XIX de las Cortes de la Muerte de Michael de Carvajal, obra publicada en 1557. Por una parte, como ya es costumbre en esta prestigiosa colección que rescata textos inéditos o de difícil acceso, la obra que se edita va precedida de un estudio introductorio sólidamente investigado en sus fuentes originales y cimentado en las diversas obras críticas que han abordado el texto. En cuanto a la presentación misma de la obra publicada va acompañada de un sólido aparato de notas explicativas que facilitan y enriquecen la lectura de la obra. Considero que estas dos condiciones se cumplen con largueza en Querella de los indios en las Cortes de la Muerte. La introducción que el investigador nos ofrece, como expresaremos a continuación, es excepcional en muchos sentidos. En cuanto a la presentación de la escena XIX, el crítico logra un cimentado estudio filológico en el más amplio sentido de la palabra. La primera parte de esta reseña se detiene en el estudio introductorio que Carlos Jáuregui realiza; en él nos refiere que, pese a la importancia de esta obra impresa en Toledo en 1557, ha sido escasamente estudiada. El texto en cuestión es Cortes de casto amor y Cortes de la Muerte con algunas obras en metro y prosa de las que compuso Luis Hurtado de Toledo, por él dirigidas al Muy poderoso y muy alto Señor Don Felipe Rey de España. Hurtado aclara que él prosiguió y terminó las Cortes de la Muerte, de Michael Carvajal. 328 RESEÑAS Es en esta obra en la que Jáuregui se centra, particularmente en su retablo XIX. En cuanto a la personalidad de Michael de Carvajal plantea la hipótesis de la existencia de dos autores, ambos originarios de la ciudad de Plasencia. El segundo Carvajal estuvo en Las Indias, en Santo Domingo y Si es el mismo que escribió las Cortes habría tenido la oportunidad de conocer de primera mano el debate entre los dominicos y los encomenderos en la Española sobre la injusticia de la servidumbre a que tenían sometidos a los indígenas mediante el sistema de encomiendas, tema de la escena o retablo XIX que se edita en este volumen (23). Es precisamente alrededor de esta temática sobre la que van a girar los esenciales planteamientos del iluminador estudio introductorio que el crítico ofrece a los lectores. Precisa que, aunque las Cortes se inscribe dentro de la tradición medieval de las Danzas de la Muerte, no la continúa dócilmente, sino que como es lógico suponer, por estar escrita en pleno Renacimiento es “su reformulación en el marco de las corrientes humanistas y moralistas de la cultura imperial española de mediados del siglo XVI” (12). En efecto, la polémica escena XIX manifiesta una dura crítica humanista a la cruel acción que conquistadores y encomenderos habían desplegado en América. Es por ello que el lector coincide plenamente con el estudioso cuando éste asevera que la obra tiene una clara “modernidad política y un extraordinario valor histórico” (13) pues, además de su virulencia ideológica, “es la primera representación teatral de los indios del Nuevo Mundo” (13). Este texto es, pues, de gran trascendencia dentro del ámbito de los orígenes de la historia de la cultura hispanoamericana. La inspiración tópica del dramaturgo son las tesis antiimperialistas que Bartolomé de Las Casas había sustentado en su obra Brevísima relación de la destrucción de las Indias, impresionante catálogo de las atrocidades que los codiciosos conquistadores habían cometido con los naturales para saciar su avaricia por las riquezas materiales. La obra de Carvajal gozó de fama en su tiempo, tanto que, como expresa Jáuregui, “se ha insinuado que la Compañía de Angulo el Malo que encuentra don Quijote venía de, e iba a representar la obra de Carvajal” (30). El estudioso hace un minucioso análisis de este episodio que se encuentra en la segunda parte de la magna novela cervantina y, después de cotejar las similitudes que el retablo que presencia don Quijote tiene con la pieza de Carvajal y con las Cortes de la Muerte atribuida a Lope de Vega, concluye que es ésta la que influye a la que Cervantes presenta. Después de este tan interesante paréntesis, retomemos las tesis del lascasianismo que el investigador presenta y que hacen de su introducción un estudio inter y multidisciplinario de gran importancia para el análisis de la ideología política y cultural de la conquista del Nuevo Mundo. Jáuregui expone una doble vertiente en la percepción polarizada que sobre el “hombre salvaje” se tenía en el imaginario europeo. Por un lado, se le ubicó en un estadio antropológico primitivo y, por el otro, se pensó vivía en un estado idílico de edad dorada. El autor nos refiere la mención que el humanista Pedro Mártir de Anglería propone en su De orbo Novo, cuando “relaciona las imágenes edénicas colombinas con los mitos del ‘buen salvaje’ y la Edad Dorada” (34). La personalidad inédita del hombre americano va a plantear una serie de interrogantes y reflexiones morales, así como de representaciones de los aborígenes, que entrañan una fuerte crítica ante el proceso de “civilización” y RESEÑAS 329 “pacificación” que los españoles impusieron en las Indias occidentales. El personaje “indígena” va a construir un discurso con el que cuestiona acremente la pretendida bondad de la conquista y descubre las palabras para manifestar los valores cristianos y humanistas que los peninsulares no poseen, y es así que se va a convertir en interlocutor y acusador de sus dominadores. De esta manera expone al europeo la propia vulnerabilidad moral de su civilización. En la pieza dramática de Carvajal, dice Jáuregui, “los salvajes funcionan como personajes conceptuales de la ‘cuestión indiana’ y de una modernidad colonial que se encuentra y se desencuentra en el otro americano” (37). Después de aceptar la religión cristiana, los naturales del retablo se desencantan al constatar que aun en su condición de fieles católicos, son tratados como el “otro” inferior. Ante el tribunal de la Muerte, afirma el investigador: “Reprochan la codicia, explotación, crueldades, tortura, muertes y despojos que padecen” (38). Entre estas iniquidades uno de los agravios mayores es el abuso que de la honra de las mujeres –valor tan apreciado por la cultura patriarcal española– cometen los conquistadores con sus féminas. El Cacique, protagonista principal de la pieza, se multiplica en otros indios, lo cual confiere al drama de Carvajal un dinamismo y una diversidad dialógica muy vivaz. La presencia de San Agustín, Santo Domingo y San Francisco, como patronos de las órdenes mendicantes que emprendieron la evangelización americana, y su inicial repudio a la acción de los conquistadores confiere una promesa de justicia y de castigo a los españoles que han incumplido con los preceptos cristianos de caridad y amor. Como asegura el estudioso, Pese a su formato medieval, la Escena XIX resulta plenamente moderna, justamente en la medida en que las quejas de los “indios” remiten a las reflexiones jurídicas sobre el derecho de conquista y la razón imperial a la misión imperial de España en América, a tropos coloniales y contracoloniales respecto de la explotación del trabajo indígena, y a los conflictos entre la corona y los encomenderos a mediados del siglo XVI. (39) Jáuregui resalta no sólo la presencia de las tesis lascasianas sino los planteamientos del gran jurista Francisco de Vitoria, cuando asegura que conforme a derecho, “Los príncipes cristianos sobre estos infieles no tienen más poder con la autoridad del Papa que sin ella […] porque los infieles no son súbditos del Papa [quien] no puede conceder ninguna autoridad a los príncipes sobre ellos” (42). A esta postura se suma la de Las Casas en cuanto a que la evangelización de los naturales se debe emprender con persuasión, pacíficamente, sin violentar sus derechos. Como se sabe, el dominico logra la promulgación de las Leyes Nuevas de 1542 que combatían el abuso de las encomiendas “al excluirlas de la masa patrimonial de las sucesiones hereditarias” (48). Aunque no se debe olvidar, expresa Jáuregui, que los argumentos de Las Casas reforzaban la razón imperial y la autoridad de la Corona. Estos importantes argumentos ideológicos, políticos y filosóficos que expone el investigador, los aplica al estudio crítico de la Escena XIX, verdadera y asombrosa obra dramática que es expresión impactante en la que los “indígenas” se invisten de una fuerza acusadora terrible hacia las injusticias de la conquista. Los personajes son el Cacique indio (que, como decíamos, se multiplica en otros naturales no anunciados), la Muerte, San Agustín, San Francisco, Santo Domingo y los antagonistas que son Satanás, Carne y 330 RESEÑAS Mundo, identificados por la doctrina cristiana como enemigos del género humano. En los versos 131 a 135 se resume de forma patética en voz de “Otro indio” la condición de los naturales bajo el yugo de los conquistadores. De paso se cuestiona el incumplimiento de la Ley natural y de la más importante aún Ley de Gracia: ¿Qué ley divina ni humana permita tales molestias, que una gente que es cristiana, y que a Dios sirve de gana, la carguen como a bestias? Es interesante destacar que Carvajal presenta la injusticia de la conquista y la dialéctica argumentativa que de ella se hace en boca de los indios. Esto se patentiza en que de los 450 versos que integran la escena, en 320 hablan los naturales. Lo que quiere el autor es dar voz dramática e ideológica al indígena y lo logra de manera muy eficaz. La Muerte les asegura que los infractores, concebidos como “lobos feroces” serán castigados y que Dios ha premiado al indígena al recibirlo como oveja del rebaño del Señor. Jáuregui observa agudamente en sus notas al texto dramático: “El modelo del rebaño y las ovejas sacrificadas usado por Carvajal corresponde al paradigma de representación lascasiano de la Iglesia-pastor” (125). La escena XIX, si bien de corte lascasiano, termina inculpando al Nuevo Mundo. En una conminatoria participación, y con el tono de un profeta que es portavoz de Dios mismo, Santo Domingo exclama, ¡Oh India que diste puertas a los míseros mortales para males y reyertas! Indias que tienen abiertas las gargantas infernales. ¡India abismo de pecados! ¡India rica de maldades! ¡India de desventurados! ¡India que con tus ducados entraron las torpedades! (vv. 401-410) La obra termina con la participación de Satanás, Carne y Mundo, quienes refuerzan las quejas de Santo Domingo; estos tres personajes aseveran que en efecto, el Nuevo Mundo es espacio propicio para los pecados de los conquistadores. El tono es de negativo y condenatorio desencanto, pues en vez de que América sea el territorio de una nueva y anhelada Jerusalén se ha convertido en un ámbito de perdición. Unida a la espléndida edición que Jáuregui hace del texto, como apéndice agrega un resumen de las otras 22 escenas que componen las Cortes de la Muerte. Como consideración final, no me queda más que felicitar al investigador por su erudito y muy completo estudio introductorio y su edición anotada de la obra, y al director de la colección Fuentes para el estudio de la Literatura Novohispana, José Pascual Buxó, por dar cabida a este texto que, RESEÑAS 331 como pocos, reivindica la presencia del indio americano dentro de la dramaturgia renacentista. Universidad Nacional Autónoma de México MARÍA DOLORES BRAVO ARRIAGA