historia de la filosofía 2º de bachillerato temas y comentario de texto

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Rosario Arana
Historia de la Filosofía
2º de Bachillerato:
Edad
Moderna
Edad
Media
Historia de la filosofía 2º bachillerato
Currículum
LOE
Madrid
TEMAS Y
COMENTARIO
DE TEXTO
Pilar García Zarza
Edad
Comtemporánea
Educàlia
Edad
Moderna
Rosario
Arana
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HISTORIA DE LA FILOSOFÍA
2º DE BACHILLERATO
TEMAS Y COMENTARIO DE TEXTO
CURRICULUM LOE MADRID
ROSARIO ARANA
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Primera edición, 2011
Autor: Rosario Arana Pérez
Maquetación: Patricia Penavella Soto
Edita: Educàlia Editorial, S.L.
Imprime: Publidisa S.A.
ISBN: 978-84-15161-42-4
Depòsit Legal: En trámite.
Printed in Spain/Impreso en España.
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PRESENTACIÓN
Este libro pretende atender a las necesidades académicas del alumno de Historia de la Filosofía de
Segundo de Bachillerato en la Comunidad de Madrid. Por eso, sus contenidos se ajustan al currículum
establecido por la Consejería de Educación de dicha comunidad autónoma y a la estructura de la prueba
de Selectividad vigente en las Universidades de Madrid.
Una primera parte del libro se ocupa del desarrollo de los temas del currículum de Historia de la
Filosofía, tal como lo establece el Decreto 67/2008 del Consejo de Gobierno de la Comunidad de Madrid.
En este decreto, los contenidos de la asignatura se presentan en cinco apartados. El primero, llamado
“Contenidos comunes”, se refiere a una serie de actitudes y habilidades no específicos de la materia.
Los cuatro apartados propios de Historia de la Filosofía corresponden a cada uno de los períodos en que
convencionalmente se divide la historia. El resultado, entonces, es que la historia de la filosofía queda
distribuida en los siguientes cuatro períodos: Filosofía Antigua, Filosofía Medieval, Filosofía Moderna y
Filosofía Contemporánea, distribución a la que se atiene el presente libro.
La mayor parte de los temas del currículum corresponde a un autor. Además, y por lo general, a cada uno
de los autores, corresponde un texto (algún fragmento de alguna de sus obras) como lectura obligatoria.
La prueba de selectividad consistirá en un comentario de texto sobre un fragmento de alguna de esas
lecturas. En consecuencia con lo anterior, el desarrollo de cada uno de los temas se dividirá en apartados,
que corresponderán con bastante exactitud a cada una de las preguntas de la prueba de Selectividad, es
decir, del comentario de texto. Uno de los apartados en el desarrollo de los temas corresponde siempre
al análisis del contenido de la lectura obligatoria vinculada al tema o autor. Hay dos temas no vinculados
a autor ni a texto. Son el primero de la filosofía antigua (“Los orígenes del pensamiento filosófico”) y el
primero de la filosofía moderna (“El renacimiento y la revolución científica”). El primero lo trataremos
brevemente. El segundo lo trataremos como apartado dentro del titulado “El racionalismo continental:
Descartes”, que es el siguiente tema del currículum de Historia de la Filosofía.
Una segunda parte del libro se dedica específicamente al comentario de texto, siguiendo el modelo de la
prueba de acceso a la Universidad en la Comunidad de Madrid. El primer apartado se orienta a analizar
la estructura de la prueba, los criterios de corrección establecidos por las Universidades de Madrid, y
algunas orientaciones sobre cómo interpretar el sentido de cada una de las preguntas y cómo enfocar la
respuesta de las mismas. A continuación, se presentan ejemplos de comentario de cada uno de los textos
(o autores). Para cada autor, figura uno de los ejemplos de comentario con el esquema de respuestas a
cada una de las cuatro preguntas.
Rosario Arana
Madrid, Abril 2011
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LA FILOSOFÍA ANTIGUA
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LOS ORÍGENES DEL PENSAMIENTO FILOSÓFICO
El conjunto de hombres griegos, considerados como los primeros filósofos, se agrupan bajo la
denominación común de “presocráticos”, es decir, pensadores anteriores a Sócrates.
No conocemos directamente la obra de los presocráticos. Lo que tenemos son, en el mejor de los casos,
fragmentos de sus obras, citadas por autores posteriores. En ocasiones, ni siquiera tenemos fragmentos,
sino noticias, referencias o comentarios sobre sus obras, por parte de autores posteriores.
Los presocráticos, dado que son los primeros filósofos, no tienen una referencia anterior. La filosofía es
un tipo de pensamiento nuevo y están por definir la problemática y la terminología propias de la misma.
Ni siquiera existe el término “filosofía”, puesto que la primera ocasión en que aparece es en un fragmento
de Heráclito. Esta circunstancia la debemos tener en cuenta, junto con el carácter fragmentario e indirecto
en que ha llegado hasta nosotros la obra de los presocráticos. La filosofía es una actividad caracterizada
mucho más por plantear preguntas que por ofrecer respuestas, y el valor de estos autores radica en el
esfuerzo por comenzar a formular dichas preguntas.
Los tres primeros filósofos son Tales (del 624 al 546 a.n.e1. , aproximadamente), Anaximandro (610 a
545 a.n.e., aproximadamente) y Anaxímenes (muerto hacia el 525 a.n.e.). Los tres son de Mileto, ciudad
jónica del Asia Menor: por eso se les denomina “milesios”. Cada uno de ellos ofrece una interpretación
sobre el arjé, o principio de la realidad. Es difícil decir con precisión a qué se refieren los milesios con
el término “arjé”. Hay quien lo interpreta como el elemento material del que están compuestas todas
las cosas. Hay quien dice que es el origen de todas las cosas. También se afirma que es el medio en el
que se desenvuelven las cosas. El arjé también puede significar la ley que gobierna el ser y el cambio
de todas las cosas. Probablemente todas estas interpretaciones estén ya condicionadas por la evolución
que ha experimentado la filosofía y por los planteamientos, que, pasados más de 27 siglos, son ahora
mismo predominantes. Lo mismo cabría decir respecto al hecho de que a los milesios se les denomine
“físicos”, dado que se ocupaban de la physis, término que acostumbra a traducirse como “naturaleza”.
El término “physis” volverá a surgir, especialmente cuando hablemos de los sofistas y de Aristóteles, en
temas posteriores. Pero una cosa es clara: el sentido en que Tales, Anaximandro y Anaxímenes puedan
ser considerados físicos no se parece en nada a lo que hoy entendemos cuando usamos ese término. Para
Tales, el arjé es el agua; para Anaximandro, lo indeterminado (apeiron); para Anaxímenes, el aire.
Parménides de Elea (en la época, ciudad griega del sur de Italia) vivió en la segunda mitad del siglo VI
y primera mitad del siglo V a.n.e. Es el autor del que se conserva una obra más extensa, concretamente
amplios fragmentos de un poema. Parménides dice que el ser es, y que el no ser no es. Añade que el ser
puede conocerse y que el no ser no puede conocerse. También diferencia entre conocimiento del ser, por
un lado, y opinión (doxa) sobre el no-ser, por el otro. La tradición posterior, comenzando ya con Platón, ha
tomado a Parménides como autor que establece una diferenciación radical entre la realidad y la apariencia.
La realidad, objeto de conocimiento racional, sería, según esta interpretación, de carácter inmutable,
eterno. La apariencia, lo que “aparece” a los sentidos –y no es objeto de conocimiento racional, sino
de opinión particular- es cambiante, múltiple y perecedera. Veremos que este planteamiento, por el que
realidad y apariencia se oponen, recorre toda la historia de la filosofía. Buena parte de la responsabilidad
de que se haya impuesto esta visión sobre Parménides la tiene un grupo de filósofos, todavía de la época
presocrática, que son los llamados eláticos, o de la Escuela de Elea, y muy especialmente Zenón de Elea.
Zenón de Elea (madurez en torno al 460 a.n.e.) planteó varias paradojas o contradicciones a las que
llevaba la suposición del cambio o del movimiento. Quizá la paradoja más conocida es la de Aquiles y
la tortuga. Supongamos que Aquiles corre mil veces más rápido que la tortuga, y que Aquiles empieza a
correr cuando la tortuga le lleva mil metros de ventaja. Cuando Aquiles haya recorrido los mil metros, la
tortuga habrá avanzado 1 metro, y Aquiles aún no la habrá alcanzado. Cuando Aquiles corra el metro que
le separaba de la tortuga, ésta habrá avanzado 1 milímetro, y Aquiles no habrá aún alcanzado a la tortuga, y
1
El acrónimo “a.n.e.”, significa “antes de nuestra era”. En ocasiones se dice también “antes de Cristo”, o “antes de la
era común”. En lo sucesivo, hay que interpretar de esta manera las tres iniciales.
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así sucesivamente. Es decir, Aquiles nunca conseguirá alcanzar a la tortuga. Sin embargo, parece evidente
que, corriendo a una velocidad 1000 veces mayor, Aquiles alcanzará y rebasará a la tortuga sin ninguna
dificultad. Pero, al analizar detalladamente la situación, vemos que no es así. Suponer el movimiento,
entonces, lleva a una contradicción. Por tanto, hemos de negar el movimiento. El movimiento no es algo
real, sino meramente aparente.
Heráclito de Efeso (ciudad griega en Asia Menor) fue prácticamente contemporáneo de Parménides.
Vivió, por tanto, durante la segunda mitad del siglo VI y primera mitad del siglo V a.n.e. Heráclito es
apodado “el oscuro”. De él conservamos también bastantes fragmentos, pero, a diferencia de lo que
ocurre con el poema de Parménides, los fragmentos de Heráclito son todos muy breves, en ocasiones
una sola palabra. Heráclito dice que “la guerra es el padre de todo”. Con esta frase y otras semejantes,
Heráclito quiere destacar la tensión de los contrarios y la alternancia de los mismos en la realidad.
También se le atribuyen otras sentencias. Por ejemplo, “todo fluye” (panta rei). “Nadie puede bañarse
dos veces en el mismo río” es una frase que Platón pone en boca de Crátilo, en el diálogo del mismo
nombre. Este mismo personaje añade: “… ni siquiera puede alguien bañarse una sola vez en el mismo
río”. Crátilo es un discípulo de Heráclito, y Platón fue, en su juventud, seguidor de Crátilo. Así como
de Parménides veíamos que se había impuesto la interpretación de que opone realidad a apariencia,
que niega la realidad del cambio, y que afirma la inmutabilidad del ser, a Heráclito se le atribuye la
posición opuesta. Heráclito sería quien acepta el testimonio de los sentidos, y no acepta la diferenciación
entre realidad y apariencia; afirma, por tanto, el cambio y el movimiento. Esa rivalidad, esta división de
corrientes filosóficas entre los partidarios de Parménides y los partidarios de Heráclito, rivalidad entre
razón y sentidos, entre inmutabilidad y cambio, veremos que se prolonga durante toda la historia de la
filosofía, con distintas variantes.
Pitágoras (570 a 496 a.n.e., aproximadamente) era de Samos, una isla próxima a Asia Menor, aunque
desarrolló su actividad en el sur de Italia. Pitágoras fundó una especie de secta, cuyos miembros llevaban
un estilo de vida reglamentado rigurosamente, con la finalidad de “purificar” su alma. Esta cuestión está
vinculada a las creencias de los pitagóricos, relativas a la transmigración de las almas (reencarnación)
de cuerpo a cuerpo, y que, en algún momento, podría terminar en la total purificación y liberación del
alma de toda “prisión” corporal. Los pitagóricos consideran que el arjé es el número. Así, la realidad se
constituye por una permanente dialéctica y oposición entre unidad y multitud, impar y par, limitado e
ilimitado, recto y curvo, bueno y malo, macho y hembra,…
Empédocles, de Agrigento (Sicilia) vivió aproximadamente entre el 492 y el 432 a.n.e. Sostenía que las
cuatro “raíces de todo” eran fuego, aire, agua y tierra. El amor lleva a la unión y composición de estos
elementos, y el odio a su disgregación. Amor y odio están permanentemente pugnando por gobernar la
realidad.
Anaxágoras de Clazómenas, en Asia Menor vivió aproximadamente entre el 500 y el 428 a.n.e., y
habla de las semillas (homeomerías) en que están presentes todas las cualidades. Las distintas realidades
resultan de la mezcla, en mayor o menor proporción, de dichas semillas. En las distintas realidades
o entes, por tanto, están todas las cualidades; la diferencia, no obstante, entre ellas, el que unas sean
calientes y otras frías; que unas sean líquidas y otras sólidas,..., depende de cuáles son las cualidades
predominantes.
Demócrito de Abdera (460 a 370 a.n.e., aproximadamente) afirma que hay unos elementos indivisibles,
átomos, a partir de los que se conforma toda la realidad: atomismo es el nombre que se asigna a la
doctrina de Demócrito. Los distintos átomos se diferencian por su forma y tamaño. Los átomos no nacen
ni perecen, tampoco cambian. Las cosas que nacen y perecen lo hacen por el movimiento de los átomos,
el cual da lugar a la descomposición (muerte) y composición (nacimiento) de los entes. El movimiento y
el cambio son posibles porque, además de los átomos, existe la no-realidad, el vacío.
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EL HUMANISMO DE LOS SOFISTAS. SÓCRATES Y PLATÓN
1. PLATÓN. BIOGRAFÍA Y OBRAS
Platón nació y murió en Atenas, entre los años 427 a.n.e. (antes de nuestra era) y 347 a.n.e.
El siglo V a.n.e. es el que se conoce como el siglo de la Atenas de Pericles. Ésta es una época floreciente
en las artes, la cultura y el pensamiento. Pero, sobre todo, es la época de la democracia ateniense. Durante
este siglo, el régimen democrático pasa por distintas fases y reformas, así como hay épocas en que
se disuelve para posteriormente volverse a restaurar. De hecho, cuando Platón nace, Pericles ya había
muerto y el período álgido de la democracia ateniense ya había pasado2.
Platón tiene inicialmente una decidida vocación de participación en la vida pública y en las instituciones
atenienses. Así nos lo cuenta en la Carta VII, una especie de autobiografía. La primera oportunidad clara
se produce cuando le llaman para participar en el gobierno de los Treinta Tiranos, un período precisamente
en que la democracia estaba suspendida. Esta experiencia le produce una profunda decepción. Más
definitiva es, sin embargo, en cuanto a su desengaño por la vida pública, la condena a muerte de Sócrates,
su maestro, por votación popular en la Asamblea ateniense de ciudadanos, en el año 399 a.n.e. (en el 403
se había producido una nueva restauración de la democracia). Así podemos leer en la mencionada Carta
VII lo siguiente:
“Al observar yo estas cosas y ver a los hombres que llevaban la política, así como las leyes y las
costumbres, cuanto más atentamente lo estudiaba y más iba avanzando en edad, tanto más difícil
me parecía administrar bien los asuntos públicos. (…). … tanto la letra de las leyes como las
costumbres se iban corrompiendo hasta tal punto que yo, que al principio estaba lleno de un gran
entusiasmo para trabajar en actividades públicas, al dirigir la mirada a la situación y ver que todo
iba a la deriva por todas partes, acabé por marearme. Sin embargo, no dejaba de reflexionar sobre
la posibilidad de mejorar la situación y, en consecuencia, todo el sistema político, pero sí dejé
de esperar continuamente las ocasiones para actuar, y al final llegué a comprender que todos los
Estados actuales están mal gobernados; pues su legislación casi no tiene remedio sin una reforma
extraordinaria unida a felices circunstancias. Entonces me sentí obligado a reconocer, en alabanza
de la filosofía verdadera, que sólo a partir de ella es posible distinguir lo que es justo, tanto en el
terreno de la vida pública como en la privada. Por ello, no cesarán los males de género humano
hasta que ocupen el poder los filósofos puros y auténticos o bien los que ejercen el poder en las
ciudades lleguen a ser filósofos verdaderos, gracias a un especial favor divino.”
Como leemos en la cita, Platón desistió de participar activa y directamente en la vida política3, lo cual
no quiere decir que se desentendiese de la misma en absoluto. Pensó, sin embargo, que sus propuestas
tendrían más efecto planteadas a través de la actividad filosófica, fuese ejercida de modo oral (como
Sócrates) o escrita, que es lo que nosotros conocemos.
La figura de Sócrates, así como su condena a muerte, determinan el contenido y la forma de la obra
platónica. Por un lado, la casi totalidad de los escritos platónicos tienen forma de diálogo, intentando
así mantener la autenticidad de la actividad filosófica, tal como la concebía Sócrates: la forma dialogada
se aprecia por ejemplo en el fragmento del Fedón, que analizaremos en el siguiente apartado. Por otro
lado, Sócrates aparece como el principal personaje-interlocutor en todos los diálogos; es el otro u otros
interlocutores los que van variando de diálogo a diálogo. En ocasiones, es ese otro personaje el que da
título al diálogo, como ocurre, por ejemplo, en Fedón (éste es el nombre de uno de los interlocutores de
Sócrates en la obra con este título).
2
Pericles es el estratego o general gobernante por elección de la Asamblea de ciudadanos, entre el 445 y el 429 a.n.e.
3
Platón fue llamado hasta en 3 ocasiones a Siracusa (en Sicilia) para asesorar a los respectivos gobiernos, aunque en
las tres ocasiones salió malparado, llegando en una ocasión a ser hecho esclavo, condición de la que le liberó (comprándolo)
un amigo suyo.
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Platón lo que busca en sus diálogos es recrear la controversia histórica que tuvo lugar entre los sofistas
(movimiento filosófico del que hablaremos a continuación) y Sócrates. Controversia que se producía a
propósito de temas diversos, pero que a la base tenía el enfrentamiento entre concepciones antagónicas
sobre cómo construir una democracia. Tal controversia no era meramente verbal, sino que, como veremos,
ponía en juego serios intereses de los contendientes dialécticos. Prueba de ello es que esta disputa llevó a
Sócrates a la muerte, decidida en Asamblea democrática. Este hecho debiera llevar a muchos a cuestionar
la imagen de la filosofía como actividad puramente contemplativa y alejada de la vida y los problemas
cotidianos, estereotipo éste que se aplica muy particularmente, entre otros, a Platón.
Las obras platónicas pueden dividirse en 3 etapas:
• Época de juventud. Diálogos socráticos. Encontramos en ellos una actitud interrogante. Sócrates,
que se declara desconocedor del tema de que se trate en cada ocasión, pregunta a quien se presenta
como experto (muchas veces, algún sofista). El considerado experto, sin embargo, se muestra
incapaz de responder a las, en apariencia, sencillas preguntas de Sócrates, y la cuestión planteada
queda sin resolver. Los principales diálogos de esta época son: Apología de Söcrates, Crítón y
Protágoras.
- Diálogos de la etapa de transición. Hay controversia en cuanto a qué títulos incluir en esta
etapa, pero se podrían mencionar. Gorgias y Menón.
• Época de madurez. Diálogos doctrinales o dogmáticos. Aquí, Sócrates sigue siendo el personaje
principal, pero no sólo interroga, sino que también expone, valiéndose de preguntas y respuestas,
a veces también de mitos. Podría decirse que el personaje Sócrates es aquí ya menos socrático y
más platónico. Las obras principales son: Banquete, Fedón, República y Fedro. Es especialmente
destacable el tercer título.
• Época crítica. Platón considera que los diálogos de la época anterior encierran ciertos problemas,
insuficiencias y contradicciones, y son estos los problemas que se ponen de manifiesto en las obras
de la época crítica (podríamos decir que, en realidad, se trata de una época autocrítica). Las obras
principales son: Parménides, Teeteto, Sofista, Timeo y Leyes.
2. ANÁLISIS DE FEDÓN (74a – 83d)
Las cuestiones planteadas en este fragmento giran alrededor de la idea de que aprender es recordar. Desde
esta idea se plantean las siguientes cuestiones:
• ¿A partir de qué se produce el recuerdo? A partir de lo que vemos, oímos,…, en general, a partir de
lo que percibimos mediante los sentidos, es decir, a partir de entidades sensibles.
• ¿Qué se recuerda a partir de los entes sensibles? Lo que no vemos ni oímos, ni, en general captamos
mediante los sentidos. Se trata de entes no sensibles, en concreto, entes inteligibles. Entes que son
aprehendidos o captados mediante la inteligencia o el intelecto.
• El hecho de que a partir de entidades sensibles (lo que vemos, oímos,…) se produzca el recuerdo de
entidades inteligibles (lo que no vemos, oímos,…), se da debido a la semejanza entre las primeras
y las segundas. A modo de ejemplo:
-Caballos bellos, paisajes bellos, vestidos bellos,… (entidades sensibles) nos evocan el
recuerdo de la belleza en sí (entidad inteligible), así como leños iguales, piedras iguales,…
(entes sensibles) nos hacen recordar lo igual en sí (ente inteligible). Y así sucesivamente.
• Los entes sensibles, entonces, se asemejan a los correspondientes entes inteligibles (por eso es
posible que se despierte el recuerdo de estos últimos a partir de los primeros). Sin embargo, los
entes sensibles no son idénticos a los entes inteligibles, sino que, aún queriendo ser como estos
últimos, les separa una gran distancia. En el anhelo de los entes sensibles por equipararse a los
entes inteligibles correspondientes va implícita precisamente la desemejanza entre ambos tipos
de realidad. Un pasaje de la lectura nos dice que las entidades inteligibles tienen “existencia en
grado sumo”. De donde puede deducirse que las entidades sensibles no poseen ese grado sumo de
existencia o realidad, aunque lo anhelan; su grado efectivo de realidad será menor que ese grado
sumo que se dice corresponde a las entidades inteligibles.
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• El conocimiento de los entes inteligibles (lo bello en sí, lo justo en sí, lo igual en sí,…) se ha
producido con anterioridad a la percepción de los entes sensibles (antes de ver, oír,…). En efecto,
el hecho de recordar (lo inteligible a partir de lo sensible), presupone: 1. Que lo recordado se tenía
olvidado; 2. Que lo olvidado se conocía antes de olvidarse. Debido a que la percepción sensible se
tiene desde el momento mismo de nacer, el conocimiento de los entes inteligibles tiene que haberse
producido con anterioridad a nuestro nacimiento (El texto dice: “antes de tomar nosotros forma
humana”)
• Existe antes de nuestro nacimiento el órgano con el que captamos los entes inteligibles: la
inteligencia o el alma.
• También perdura nuestra alma tras nuestra muerte porque:
-El surgimiento de la vida se produce a partir de la muerte, y tiene que perdurar nuestra alma
tras nuestra muerte para volver de nuevo a la vida (volver a nacer)
-En la unión de cuerpo y alma, el alma manda sobre el cuerpo, es decir, asume una función
propia de lo divino, que es inmortal.
-Y porque:
• El alma pertenece al tipo de realidades que no se disuelven, que son las entidades inteligibles. En
efecto, el alma, al igual que estas entidades, es simple e inmutable.
-El cuerpo, por su parte, al igual que las entidades sensibles, es compuesto y cambiante. Por
eso se disuelve (muere)
• Durante el tiempo vital (el tiempo de unión de cuerpo y alma) pueden llevarse distintos tipos de
vida:
- La vida que afirma la realidad absoluta de las entidades sensibles, y que es, por tanto, una
vida apegada a lo cambiante y perecedero. Esta es una vida antifilosófica.
- La vida que afirma la realidad absoluta de las entidades inteligibles. Una vida apegada a
lo inmutable e imperecedero. Ésta es la vida filosófica, una vida de liberación y un proceso
hacia la felicidad.
3. LÍNEAS PRINCIPALES DEL PENSAMIENTO DE PLATÓN, EN RELACIÓN
CON SU ÉPOCA.
El fragmento analizado en el punto anterior hace alusión principalmente a aspectos teóricos del
pensamiento del autor. Cuestiones como la epistemología o teoría del conocimiento; ontología o teoría
del ser (de la realidad); antropología, o teoría sobre el hombre;… En los apartados siguientes, veremos la
filosofía práctica (ética y política) de Platón, así como la relación entre los aspectos teóricos y prácticos
de su pensamiento.
3. 1. La dimensión ético-política del sistema platónico
Como hemos mencionado anteriormente, Platón acabó renunciando a la participación directa en la
política, aunque no a pronunciarse y a elaborar y plantear una propuesta política, una propuesta sobre un
modelo de sociedad democrática. La propuesta es particularmente explícita y sistemática en la República
(Politeia), aunque fragmentos o acercamientos a esa propuesta los vemos en toda la obra platónica. En
el fragmento de Fedón analizado apenas se aprecia el aspecto ético-político de la filosofía platónica. Este
fragmento está más orientado a aspectos teóricos de la filosofía, como la ontología (teoría de la realidad),
epistemología (teoría del conocimiento) o a la antropología (teoría sobre la constitución del hombre).
Únicamente las últimas páginas presentan algunas alusiones a las distintas formas de vida que el hombre
puede adoptar, en función de si da prioridad a la realidad sensible, cambiante y perecedera, o a la realidad
inteligible, inmutable e imperecedera. Es en estas últimas páginas en donde se pone de manifiesto el
vínculo entre filosofía teórica (ontología, epistemología, antropología,…), y filosofía práctica (ética y
política).
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Nos ocuparemos de exponer sucintamente la dimensión ético-política del pensamiento platónico y
su vinculación con la filosofía teórica. Para ello, tenemos que comenzar por hablar de la Sofística y
de Sócrates, pues es como recreación y reinterpretación del antagonismo entre los sofistas y Sócrates
como se construye el pensamiento y las propuestas platónicas, siendo ello manifiesto en la misma forma
dialogada de las obras de Platón y en la intervención de los personajes mencionados como interlocutores
en tales diálogos
3.2. La Sofística
El sofista es literalmente el experto o el entendido (“Sofía” significa sabiduría; “sofista” es “el que sabe”).
La Sofística fue un movimiento que proliferó en la Atenas democrática y, por extensión, en toda la Grecia
del siglo V a.n.e.4 Los sofistas iban de ciudad en ciudad, enseñando el arte de la Retórica o la oratoria
persuasiva. Se trataba de “hacer fuerte el argumento más débil”, tal como ellos mismos decían. Los
sofistas cobraban por sus enseñanzas, y algunos de ellos amasaron así grandes fortunas, además de un
gran prestigio social. Esto implica que había gente adinerada, dispuesta a pagar por tales enseñanzas, que
debían considerar muy valiosas.
El ejercicio sofista típico consistía en aprender a argumentar de modo convincente una afirmación,
para acto seguido aprender a argumentar de modo convincente la afirmación contraria. La cuestión no
consistía en averiguar cuál de dos afirmaciones contrarias era verdadera y cuál era falsa, porque se partía
del supuesto de que no existe ni puede existir una verdad universal válida siempre y para todos los
seres humanos. La cuestión residía en que, una vez que se tomaba esa posición relativista (lo falso o lo
verdadero es relativo a la persona, al momento y al lugar) y escéptica (el conocimiento no es posible,
puesto que no hay una verdad universal, sino sólo son posibles las opiniones particulares), se trataba de
saber argumentar convincentemente tanto una postura como la contraria, dando por hecho que ninguna
de las dos será cierta, o no lo será una más que su contraria.
Dos de los sofistas más célebres y prestigiosos fueron Protágoras y Gorgias. Una frase célebre de
Protágoras dice: “El hombre es la medida de todas las cosas; de las que son en tanto son, y de las que no
son en tanto que no son”. “El hombre” al que se refiere Protágoras es cada uno de los hombres (o seres
humanos) individuales. Y el ser “medida de todas las cosas” de cada uno de los hombres particulares se
produce a través de los sentidos. Por tanto, es cada uno de los hombres, a través de sus sentidos, el que en
cada momento es la “medida” o el criterio último de “lo que es” y de “lo que no es”. Pensemos que los
sentidos siempre nos ofrecen una imagen relativa de la realidad que nos circunda; es decir, una imagen
que es tal o cual dependiendo de la perspectiva en que nos encontremos. Si yo me encuentro ante, por
ejemplo, una pizarra, la veré más grande o más pequeña en función de la distancia a la que me encuentre
con respecto a ella. Asimismo, con respecto a la forma, apreciaré una forma rectangular o romboidal
según me sitúe en posición frontal o ladeada respecto de la pizarra. Lo mismo podríamos decir respecto
del color de la pizarra,… La reacción habitual consiste en decir que, a pesar de que yo veo la pizarra
mayor o menor según mi distancia respecto de la misma, sin embargo la pizarra es siempre del mismo
tamaño (no va aumentando o disminuyendo de tamaño según mi distancia respecto de ella). También
pertenece a la reacción habitual el decir que a pesar de que yo veo la pizarra de forma rectangular o de
forma romboidal en función de mi posición, sin embargo, la pizarra es rectangular. Es decir, pertenece a
la reacción habitual el diferenciar entre lo que yo veo y lo que el objeto es.
4
Recordemos que en la Antigüedad, Grecia no formaba una unidad política, aunque sí una unidad cultural, lingüística
y, en algún sentido, religiosa. La unidad política eran las polis o ciudades-estado y, si bien, podía ocasionalmente establecerse
una alianza entre diversas polis griegas (como Atenas, Esparta, Corinto, Tebas,…), para combatir militarmente un enemigo
común (los persas), también podía en otro momento producirse un enfrentamiento militar entre diversas polis, como ocurrió
en las Guerras del Peloponeso.
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Tal es la costumbre de corregir y ajustar permanentemente nuestras sensaciones para configurar un mundo
estable y coherente que incluso nos cuesta ser conscientes de lo que realmente vemos (oímos,…) en cada
momento5. Lo que hemos descrito como reacción habitual, y que presupone una diferenciación entre lo
que vemos y lo que las cosas son, o, lo que es lo mismo, una diferenciación entre apariencia sensible y
realidad, nada tiene que ver con Protágoras y con la Sofística. Protágoras no establece distinción entre lo
que cada uno ve en un momento determinado y lo que el objeto es, sino que equipara una cosa y la otra:
eso es lo que significa que “el hombre es la medida de todas las cosas; de lo que es en cuanto es y de
lo que no es en cuanto que no es”. Se parte precisamente de que no hay una verdad universal, sino sólo
perspectivas individuales cambiantes, que dan lugar a opiniones igualmente individuales y cambiantes,
es decir, relativas (al individuo, al momento y al lugar). Tal como decíamos anteriormente, la Sofística
es un movimiento que defiende el relativismo (no hay verdades universales y permanentes, sino sólo
opiniones particulares y cambiantes, relativas a la persona, al momento y al lugar) y el escepticismo (el
conocimiento universal no es posible).
El sentido del relativismo y el escepticismo de los sofistas no se comprende bien, sin embargo, si lo
mantenemos en el ámbito de la filosofía teórica, es decir, de la epistemología (teoría del conocimiento)
y la ontología (teoría de la realidad). Este sentido lo apreciamos en su plenitud cuando el relativismo
y el escepticismo lo aplicamos a la filosofía práctica, a la ética y a la política, que era el uso último de
las posiciones sofísticas, las cuales, como decíamos antes, florecieron en el contexto de la democracia
ateniense, y con el fin de defender un concepto muy específico de democracia. En el ámbito ético y
político, el relativismo y escepticismo sofista ya no sostiene que no hay verdades teóricas universales,
sino que no hay verdades éticas o políticas de validez universal, con lo que lo justo, lo bueno,... es relativo
a cada individuo, en un lugar y en un momento determinado. Lo justo o lo bueno queda reducido a lo
conveniente o ventajoso para mí, aquí y ahora.
A partir del planteamiento expuesto, entendemos la función que cumple en el contexto de la democracia
ateniense la Retórica, o arte de la argumentación persuasiva, que es la habilidad que los sofistas dominan
y transmiten. Las personas de posición privilegiada, que quieren defender y mantener sus intereses y
privilegios, necesitan tener la capacidad de persuadir a la Asamblea de ciudadanos para que éstos voten en
apoyo de tales intereses y privilegios. Si la prioridad la tienen los intereses particulares y los privilegios,
el concepto universal de justicia carece enteramente de sentido y está de más. Hoy me interesa defender
la idea de que el abuso sexual es un delito que debe ser castigado, porque mi hija ha sido víctima de
abuso, mientras que mañana defiendo la idea de que el abuso sexual no es delito y no debe ser castigado,
porque quien ha abusado esta vez es mi hijo. No se plantea nunca la pregunta de si en sí es o no es un
delito el abuso sexual, sino qué idea quiero defender y transmitir persuasivamente a la Asamblea, para
que ésta vote siempre a mi favor, un día para castigar a quien abusa; otro día para exculpar a quien abusa.
Recordemos el tipo de ejercicio planteado por los sofistas (argumentar primero a favor de una postura y,
a continuación, a favor de la contraria) y el lema que les precedía: “Hacer fuerte el argumento más débil”
Se comprende el éxito que tenían los sofistas con la enseñanza de la Retórica y las grandes sumas que
estaban dispuestos a pagarles las personas posicionadas ventajosamente en la sociedad ateniense, con el
fin de no perder su posición ventajosa o incluso mejorarla.
La Sofística se basa en una idea de democracia en que se impone la ley del más fuerte y donde la palabra
se considera como el arma más poderosa en la lucha de todos contra todos, para obtener la mayor ventaja
individual posible a costa de la derrota y la pérdida del contrincante.
Debemos tener en cuenta que la condición de ciudadano en la democracia ateniense no estaba en absoluto
extendida a toda la población. De unos 300.000 habitantes en Atenas, apenas 30.000 eran ciudadanos.
Estaban excluidos de esta condición los extranjeros, las mujeres, los esclavos y los menores de 30 años.
En la práctica, además, las personas con pocos medios no se podían permitir el dedicarse a la política y
acudir a las reuniones de la Asamblea. Así, para muchos de los ciudadanos, el participar en política era el
5
Así, por ejemplo, si me alejo o me acerco a la pizarra, no “noto” que la veo más pequeña o más grande. Sólo lo noto
si, por ejemplo, miro por el objetivo de una cámara fotográfica, al tiempo que me alejo o me acerco a la pizarra.
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medio para seguir manteniendo su posición privilegiada y mantener apartados de la vida pública, en una
posición subordinada, a extranjeros, esclavos, mujeres, menores de edad, etc.
Son precisamente estas insuficiencias y deficiencias del sistema democrático ateniense las que cuestionan
y quieren subsanar, primero Sócrates y después Platón, sustituyendo el sistema de privilegios y
discriminaciones, que decide el destino de los individuos en función de su pertenencia a una familia, a un
sexo, a una casta social y un lugar de nacimiento, por otro sistema en que sea el mérito individual el que
determine la posición de cada uno dentro de la sociedad. A esta idea responderá el concepto de justicia
que Platón defenderá en la República.
3.3. Sócrates
Sócrates nació en el año 470 a.n.e. en Atenas, y murió en Atenas también, condenado a muerte por sus
conciudadanos, el año 399 a.n.e.
Sócrates representa en la historia de la filosofía un punto de inflexión, lo que hace que a todos los
filósofos anteriores a él se los englobe bajo la categoría de “presocráticos”. Esta circunstancia resulta
especialmente sorprendente, teniendo en cuenta que la obra escrita de Sócrates es inexistente, y que
su obra filosófica se desarrolló intencionadamente de manera oral, pues este autor consideraba que la
filosofía debía construirse en diálogo, y el genuino diálogo sólo puede ser de carácter oral.
Lo que conocemos de Sócrates es por referencias de autores que sí tienen obra escrita, y muy especialmente
por su discípulo Platón, que lo toma como personaje principal de casi todos sus diálogos. Frente a los
sofistas, Sócrates defiende la existencia de verdades y valores universales, tanto en el campo de la filosofía
teórica (en el conocimiento) como en la ética y la política. Es decir, más allá de las variadas, cambiantes
y perecederas maneras en que puede aparecer lo bello en nuestra experiencia sensible (en los caballos
bellos, paisajes bellos, vestidos bellos,…) existe de modo único e inmutable lo bello en sí. Y, más allá
de las opiniones cambiantes que las distintas personas en distintos momentos puedan tener acerca del
ser o no ser bello de los caballos, paisajes y vestidos, existe una verdad permanente e inmutable sobre la
belleza en sí.
Del mismo modo, en el ámbito moral y político, la realidad y verdad sobre lo justo no se reduce (como
pretendían los sofistas) a lo que a cada uno en cada momento le conviene que se considere justo. O sea, no
se reduce a un conjunto cambiante de opiniones relativas, sino que existe lo justo en sí, y hay una verdad
universalmente válida sobre lo justo.
En otros términos, no puede ocurrir que un mismo suceso sea para unos justo y para otros injusto, de
modo que unos ganen y otros pierdan (como sostenían los sofistas), sino que, si algo es justo lo es para
todos y, si algo es injusto lo es también para todos, de modo que, o todos ganan o todos pierden.
Ahora bien, que existan verdades y valores universales, y que, en consecuencia, sea posible el
conocimiento universalmente válido sobre tales verdades y valores, no significa que ese conocimiento
nos sea inmediatamente alcanzable, sin requerir ningún esfuerzo por nuestra parte. Por el contrario,
el conocimiento y la realización de esos valores universales es un fin que debemos poner en nuestro
horizonte y dedicar cada minuto de nuestra existencia a perseguirlo.
De hecho, la vida del filósofo no es posesión ni conservación de lo que se posee (como pretendían los
sofistas), sino búsqueda, y en primer lugar la vida de Sócrates, como ejemplo que fue de vida filosófica.
En efecto, decíamos que la obra filosófica de Sócrates consistió en dialogar. En ese diálogo, sin embargo,
su función era la de preguntar, buscando quien diera respuesta y satisfacción a sus preguntas. Acudía a
quienes decían saber, es decir, a los sofistas. Sócrates, sin embargo, no se contentaba con una respuesta
cualquiera, sino que si veía puntos oscuros, contradicciones,… seguía pidiendo aclaraciones. El resultado
final era que los sofistas se mostraban incapaces de dar respuesta a preguntas aparentemente sencillas.
Esta actividad de Sócrates se nos muestra en todos los diálogos platónicos, aunque especialmente en los
llamados diálogos socráticos, que son los diálogos de primera época. En la Apología de Söcrates, éste
cuenta cómo su actividad está en el origen de la enemistad y hostilidad que se va formando contra él,
pues, con sus preguntas, Sócrates pone en aprietos a personas de gran prestigio, poniendo en cuestión
justamente la base de su posición y su prestigio, consistente en su (supuesta) capacidad de argumentar y
de convencer.
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Este punto al que llega Sócrates en sus diálogos con los sofistas, por un lado, pone de manifiesto la
naturaleza de la sabiduría socrática y, por otro lado, muestra su rotundo fracaso. En primer lugar, ¿en qué
consiste la sabiduría socrática? En reconocer la propia ignorancia (“Sé que no sé nada”). Quien reconoce
su ignorancia no es enteramente ignorante, pues sabe en qué estado se encuentra, y está en situación
de remediar su ignorancia. En cambio, quien es ignorante y no reconoce su situación (que es lo que les
pasa a los sofistas), es doble e incurablemente ignorante. Y en esto consiste el fracaso de Sócrates, como
resultado de sus encuentros con los sofistas, pues, aunque queda de manifiesto la incapacidad de estos
últimos para responder a las “sencillas” preguntas de Sócrates, éstos se niegan, sin embargo, a reconocer
que no saben, y atribuyen, además, su confusión a algún tipo de (supuesto) efecto maléfico producido por
la presencia o por la acción de Sócrates.
Más suerte tiene Sócrates cuando dialoga con gente que socialmente no tiene nada que perder.
Concretamente, en el diálogo Menón vemos cómo Sócrates consigue que un esclavo de Menón (un
seguidor de la Sofística) aprenda o “recuerde” una cuestión geométrica (un caso particular de aplicación
del teorema de Pitágoras). En este pasaje de Menón, vemos desarrollado completamente el método de
“enseñanza” que el propio Sócrates denomina mayeútica, que es el nombre que se da al oficio de las
parteras o comadronas, y que Sócrates dice haber heredado de su madre. Por este método de “enseñanza”,
el maestro no es lo que se entiende por maestro, porque tampoco enseña como habitualmente se entiende
que hay que enseñar. De hecho, Sócrates niega que él se dedique a enseñar (¿cómo podría hacerlo él, que
dice que no sabe nada?). Lo que Sócrates hace es que, mediante preguntas, orienta y ayuda a que quien
aprende, con sus respuestas, vaya construyendo por sí mismo el conocimiento. Y es que, según Sócrates,
lo que está haciendo quien aprende es extraer de sí mismo un conocimiento que ya tiene en germen y se
halla “dormido” y olvidado. Sócrates, con las preguntas, provoca que ese conocimiento aletargado vaya
despertando y que el que aprende vaya progresivamente “recordando”6
Ahora bien, ese proceso de aprendizaje o recuerdo tiene una primera fase, consistente en reconocer la
propia necesidad de aprender, es decir, la propia ignorancia. Éste es el paso primero y crucial, sin el que
no es posible seguir adelante. Este primer paso (y los que le pueden seguir) es el principio de una actitud
y una vida filosófica o de búsqueda del conocimiento. Y es algo de lo que todos los seres humanos son
igualmente capaces: es revelador en este sentido que Platón elija a un esclavo en el diálogo Menón, para
demostrar la igualdad de todos los seres humanos en cuanto a la capacidad cognoscitiva. Ahora bien,
como hemos visto, hay quien se resiste rabiosamente a dar este primer paso (Menón y los sofistas en
general), por lo que significaría precisamente de aceptación de la igualdad entre todos los seres humanos
y de ruina de los propios fundamentos de un sistema social de privilegios y discriminaciones. En efecto,
si Menón, no menos que su esclavo, debe reconocer su ignorancia, ¿cómo justificar que el esclavo sea
esclavo? O, por otro lado, si el esclavo, no menos que Menón, tiene la capacidad de aprender (por
ejemplo, un problema de matemáticas), de nuevo, ¿cómo justificar que el esclavo sea esclavo?
3.4 La noción platónica de justicia.
Platón presenta su propuesta política de modo elaborado y sistemático en la República. La noción central
que allí trata de elucidarse es la de justicia (de hecho, la obra se titula República o de la justicia).
También es en esa obra donde se ofrecen más precisiones sobre epistemología (teoría del conocimiento)
y ontología (teoría de la realidad). De modo que la República puede considerarse más en general la obra
en que Platón nos ofrece la totalidad de su sistema filosófico de modo más integral y articulado, tal que
los distintos aspectos aparecen interrelacionados y formando una unidad.
6
Esta idea del aprendizaje como recuerdo es la que se toma como punto de partida en el fragmento de Fedón. Vemos
aquí la noción inversa de aprendizaje a la que estamos habituados. Solemos pensar en una mente en blanco o una mente
vacía que se va llenando de conocimientos que proceden del exterior (de un profesor, de un manual,...). Sin embargo, en la
visión socrática o platónica, la mente o el alma está ya “llena” de conocimiento y lo que hay que hacer es sacarlo a la luz. Por
eso se entiende que el “maestro” no llena la mente de conocimientos, sino que ayuda con preguntas a que se produzca ese
“alumbramiento” o salida a la luz (parto) del conocimiento; esto justifica también el nombre del método socrático: mayeútica.
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En la República se insiste en la prioridad ontológica de los entes inteligibles, también denominados cosas
en sí, formas o ideas, frente a los entes sensibles. Los primeros son inmutables e imperecederos, mientras
que los segundos son cambiantes y perecederos. Los entes sensibles no carecen enteramente de realidad,
pero su realidad es insuficiente, y se encuentran en una situación intermedia entre el no ser y el ser. En el
plano epistemológico, y en relación a lo anterior, se sostiene que la aprehensión de las ideas se produce
mediante la inteligencia o la razón, y da lugar al conocimiento (episteme). En cambio, la aprehensión
de los entes sensibles se produce mediante los sentidos y da lugar a la opinión (doxa). La opinión no es
completa ausencia de conocimiento, es decir, no es completa ignorancia, sino que es un estado intermedio
entre el conocimiento y la ignorancia. Sin embargo, como hemos señalado ya en varias ocasiones en este
escrito, el interés fundamental de Platón es un interés ético-político o de filosofía práctica.
La República nos habla de cómo hay una tendencia poderosa en todos los seres humanos a considerar
lo más valioso y preciado de su existencia el conjunto de sus “bienes” privados, se trate de posesiones
materiales, prestigio, salud, familia o amigos, o la propia vida. Esta tendencia es algo “natural” y
“humano” podríamos decir, es incluso algo legítimo. Pero, llevada hasta sus últimas consecuencias (como
debiéramos hacer, dado que consideramos esos bienes como los más preciados), conduce al individuo a
su autodestrucción.
El individuo aislado, se nos sigue diciendo en la obra que comentamos, no se basta a sí mismo. Sólo la
asociación cooperativa (la sociedad) hace posible la supervivencia del individuo. En esa asociación, el
individuo acepta trabajar y esforzarse, no sólo para sí mismo, sino también para todos los demás, puesto
que, al aceptar también los demás trabajar y esforzarse para mí, es como todos conseguimos sobrevivir.
Es decir, sólo renunciando al aislamiento y al solipsismo (dedicarme sólo a mí mismo) y poniendo
límites o restringiendo mis inicialmente insaciables (e insociables) intereses particulares es como mi
existencia misma es posible. Ese “pacto” de sociedad (explícito o implícito), que me da la vida, es lo que
Platón considera la justicia, la cual es definida como la virtud consistente en “hacer cada uno lo que le
corresponde”.
Los sofistas, proclamando como valor supremo la defensa sin límites de los propios intereses y bienes
individuales, a costa de los intereses y bienes ajenos, están de hecho minando las bases mismas de ese
pacto que hace posible al mismo tiempo la vida social y la vida individual. Es decir, la actitud sofista es
destructiva y autodestructiva. Es, por tanto, un atentado contra la justicia, en el sentido que acabamos de
exponer. El sofista quiere recibir, arrebatar, acumular para sí, sin dar nunca, y quiere ser el más astuto y
que sean los otros los que siempre den y nunca reciban.
Un hombre o ciudadano justo es el que admite que sus bienes e intereses particulares no son bienes e
intereses que deban perseguirse o reclamarse de manera incondicional y sin restricciones, sino que la
búsqueda de esos bienes debe ser sometida a límites y condiciones. Que, en lo esencial, puedo aspirar
a recibir de otros en la proporción en la que yo mismo doy a otros. Una sociedad justa es aquélla en
que la vida colectiva transcurre de acuerdo a ese principio de proporción y “cada uno hace lo que le
corresponde.”
Ahora bien, tanto en la sociedad como en el individuo, hay una poderosa tendencia a “forzar” la situación
a favor de los propios intereses particulares, y en detrimento de los intereses comunes. Es decir, hay
una poderosa tendencia a seguir los principios sofistas, que, como sabemos, representan el principio de
disolución del pacto social y, en consecuencia, de los individuos.
Esa poderosa tendencia a poner por encima de cualquier otra cosa el dinero, el prestigio o posición social,
el bien familiar y afectivo, la salud o la vida, equivale vitalmente a considerar absolutamente valioso y
real, sin restricciones, el mundo que me rodea y que me es cercano, que aprecio mediante mis sentidos,
que es mudable y perecedero, pero que yo sobrepongo a cualquier otra cosa, y quiero conservar, así como
temo perder.
El filósofo es el que se da cuenta de que la defensa sin restricciones de esos intereses individuales, si no
es sometida a límites y no es regulada, y se convierte en la conducta común, acabará con la sociedad y
con el individuo, y hará imposible la consecución o la conservación de los bienes que dichos individuos
dicen querer obtener o conservar. El filósofo apuesta por dar prioridad al bien universal o el bien común,
por entender que es la condición de posibilidad de los bienes particulares. La propuesta sofista es, en
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