NIÑEZ Y REVOLUCIÓN: Reseña del libro Fundamentos de la escuela del trabajo de Pistrak, Expressao popular, 2000 Paula Shabel Los niños no hacen la revolución. A pesar de la cantidad de experiencias de reflexión y acción desarrolladas con chicos en sindicatos, partidos y movimientos sociales en el pasado y en el presente, pareciera ser que la cuestión de la transformación social es potestad de los adultos y los jóvenes. Sin embargo, Pistrak (1888-1940) explica en su libro Fundamentos de la escuela del trabajo por qué esa percepción es errónea. Pedagogo ruso, pensador y hacedor de la Revolución de Octubre, la única preocupación de Pistrak como funcionario del Estado soviético y defensor acérrimo de la libertad fue la continuidad del proyecto revolucionario y allí coloca en los niños una importancia fundamental. Publicado en 1924, este único libro del autor analiza la experiencia educativa de la Escuela Lepechinsky, de la que fue educador y teórico, en un intento por traducir en clave pedagógica los principios de la reciente revolución. Entiende que una sociedad nueva necesita una escuela nueva y que, para construirla, no alcanza con un cambio en los contenidos, sino una transformación radical de la institución y del rol que tienen educadores y educandos en el proceso de enseñanza y aprendizaje. El libro se presenta así atravesado por posibilidad de llevar esa práctica local a un proyecto pedagógico estatal que, sin desconocer lo particular, logre consolidar los principios del Partido en la consciencia del pueblo para que ninguna guerra civil o intervención imperialista pueda vencerlos. En particular, esta edición en portugués hecha en Brasil por Expressao Popular, comienza con un prólogo de Roseli Caldart escrito en el año 2000. La elección de esta intelectual del campo popular para hacer la presentación del libro da cuenta de la influencia que viene teniendo Pistrak en la educación del vecino país, sobre todo en las organizaciones sociales y en la formación de los educadores. Esta tradición contrasta con la historia local, donde encontramos traducciones de Makarenko y Krupskaya y varias referencias a estos teóricos como pedagogos de la Revolución Rusa, pero ni una sola edición de su colega. Esta diferencia no es azarosa sino que refleja las tradiciones que primaron en el campo intelectual (y en el Partido Comunista) de los distintos países: mientras que las propuestas de Pistrak fueron olvidadas después de la muerte de Lenin, Makarenko pasó a ser uno de los intelectuales más leídos de la URSS durante el estalinismo. El escrito original comienzan con un pequeño prefacio del autor donde nos advierte que el libro no es un recetario para copiar, sino una experiencia exitosa para analizar y, con una llamativa humildad, Pistrak habla de su propio proceso de aprendizaje en la Escuela Lepechinsky gracias a los niños y a sus colegas. Luego, propone una reflexión sobre Teoría y práctica donde expone la necesidad que tienen de construir teoría pedagógica revolucionaria donde afianzar las nuevas prácticas educativas. Pistrak deja ver aquí su preocupación por la formación de formadores, la necesidad de tener un proyecto revolucionario formalizado, una base teórica sólida basada en el marxismo como lectura de la realidad en clave política. El rol del educador en este sentido es el de un militante del Partido que, conociendo profundamente la teoría comunista puede adaptarla creativamente a su realidad para transformarla. “¿Pero dónde está, entonces, esa teoría comunista de la educación?” se pregunta el autor y se responde: “Nuestro objetivo no es formular esa teoría: recién ahora es que ella comienza a surgir para nosotros, en el contexto de la práctica escolar guiada por el marxismo”1 Este presente en constante construcción marca toda la obra de Pistrak, que titula a la segunda parte de su obra La escuela del trabajo en la fase de transición. El autor da cuenta de estar escribiendo sobre lo nuevo mientras lo viejo todavía no pasó y está seguro de que la escuela es una pieza fundamental en la continuidad de la transformación: “La escuela refleja siempre su tiempo y no puede dejar de reflejarlo; siempre estuvo al servicio de las necesidades de un régimen social determinado y, si no fuese así, habría sido eliminada como un cuerpo extraño inútil”2. Pero también sabe que los niños son constructores de socialismo en su presente y no como futuros ciudadanos de lo que vendrá. Por este motivo es que Pistrak recomienda a los pedagogos alejarse de las ciencias de la infancia, de aquellos enfoques que fragmentan a los niños de su contexto y, muy por el contrario, hacer una escuela profundamente arraigada a la realidad actual, a las circunstancias de la revolución en movimiento. Saber lo que hubo antes y analizar lo que se está viviendo tomando posición por lo justo a cada paso, eligiendo siempre el socialismo. Pero lo que realmente le da a la Escuela del Trabajo una originalidad propia de un proceso revolucionario es el principio de auto-organización que propone Pistrak para los chicos y chicas. Entendiendo que el triunfo soviético depende de la construcción de un poder de abajo para arriba en el camino hacia una sociedad sin Estado, le otorga a los niños/as la agencia de ser sujetos de su propia historia, construir socialismo a su modo, desde la libertad que les da la escuela para elegir cómo cambiar al mundo, cómo hacerlo mejor. Según Pistrak, los principios básicos para realizar 1 2 Pistrak, Fundamentos de la escuela del trabajo, Expressao popular, 2000, Pag 27 Pistrak, Fundamentos de la escuela del trabajo, Expressao popular, 2000, Pag 29 esta tarea serían: el trabajo colectivo, el análisis de los problemas y la organización. Principios que tiene que transmitir el educador y la comunidad toda, que se rige en los fundamentos comunistas para garantizar su existencia. Aquí aparece el tema que más páginas le lleva a Pistrak en su reflexión, que es El trabajo en la escuela. Tema recurrente en los pedagogos de la revolución, el trabajo aparece como una necesidad nacional de desarrollo económico y un anclaje en la realidad para los niños y niñas. La enseñanza de las técnicas de trabajo fabril o agrícola se presenta como eslabón fundamental en la educación integral de los chicos, respetando las características psico-físicas de cada período de la vida. Además de hacer una descripción detallada de los tipos de trabajo que pueden hacerse en la escuela (doméstico, en talleres, agrícola, fabril, intelectual) para contribuir al desarrollo de una atrasada economía rusa, Pistrak pone al trabajo siempre en relación con la comunidad donde la escuela está funcionando, adaptada a su contexto, a sus formas y, sobre todo, a sus necesidades. Trabajar es lo más natural de la vida social y así tiene que ser la escuela, un espacio que contemple todos los aspectos de la vida infantil, no un laboratorio escindido del resto de la sociedad. El trabajo es la forma de la realidad humana y el trabajo organizado científica y colectivamente de abajo para arriba es la forma de la realidad socialista. Por este motivo es que preguntarse por el lugar del trabajo en la educación soviética es reflexionar sobre la naturaleza misma del proceso educativo: “Y para solidificar la base de la educación comunista, no basta con hacer estudiar a los niños el esfuerzo realizado por la actividad humana, es preciso (…) que participen en el trabajo social de forma activa, de forma consciente, socialmente esclarecida: así nacerá un conjunto de impulsos interiores (…) para llevar a la práctica convicciones llenas de energía, de entusiasmo y de impetuosidad revolucionaria”3. La enseñanza para Pistrak es otro núcleo problemático en la construcción de este nuevo proyecto pedagógico. Criticando los métodos eduativos burgueses, propone una enseñanza por complejos que recuerda automáticamente a la palabra generadora de Paulo Freire. Como ideas-fuerza aglutinadoras de sentidos significativos para los educandos concretos con los que se trabaja, los complejos se abordan desde las distintas disciplinas que los chicos estudian para darle una comprensión integral. Pistrak dedica varios párrafos a explicar cómo esto NO significa enseñarle a los chicos a hacer zapatos y luego contarles un cuento sobre zapateros, sino problematizar la producción de zapatos y la producción del lenguaje habilitando un proceso reflexivo profundo e integral. De acuerdo con la experiencia de la Escuela Lepechinsky, estos complejos logran tener un 3 Pistrak, Fundamentos de la escuela del trabajo, Expressao popular, 2000, Pag 106 anclaje local sin perder la relación con el sistema educativo general porque no es una propuesta metodológica cerrada, sino una forma de estructurar el proceso educativo que responde a la dialéctica marxista de aproximación a la realidad. En la última parte del libro el autor desarrolla los principios de La auto-organización de los alumnos en la escuela del trabajo. Para Pistrak este es el principio garante del triunfo del socialismo porque es la única forma de producir sujetos libres pero organizados, creativos pero conscientes de la realidad en la que viven. Lejos de las versiones conservadoras de auto-organización, donde este concepto no es más que la internalización de la autoridad para repetir lo que ya está hecho, una sociedad que se está revolucionando necesita ciudadanos que subviertan el orden, que obliguen al Estado a caminar hacia adelante hasta su propia disolución y esa tarea comienza en la niñez porque los niños son tan capaces de hacerlo como cualquier otro (y porque la URSS necesita de todos para salir adelante en 1924). Bajo estos principios todos los niños aportan a la construcción de la escuela y por eso todos tienen capacidad de tomar decisiones sobre ella: “Todos los cargos del colectivo deben ser ocupados según la decisión de la asamblea general de los niños. Este es el principio fundamental del colectivo (…) La autoridad suprema del colectivo autónomo, a la cual todas las otras están sometidas, es la asamblea general de los alumnos”4. De este modo, todos mandan cuando es necesario y todos obedecen cuando hace falta, los cargos van rotando, los niños dividen las tareas necesarias y resuelven ante los conflictos y “la escuela asume así la lógica de la vida” como dice Caldart al principio. Ahora bien, esta organización es siempre en colectivo, siempre a partir del trabajo en conjunto. Y aquí es donde Pistrak define el rol del educador en este proyecto, que parece hasta este punto desdibujado en la reafirmación de los niños como pequeños sujetos revolucionarios. El educador, entonces, es el encargado de transmitirles a los chicos los valores del trabajo colectivo y la autoorganización, para que no se formen divisiones ni competencias entre ellos. Con más saberes que los estudiantes, el educador es más un guía moral, un compañero con más experiencia, que cualquier otra cosa y, sostenido también por un colectivo de educadores, él debe inculcarle a los niños “un sentimiento real de los principios marxistas en todos los casos, que se crie en ellos una especie de sentimiento marxista que servirá de base para forjar en ellos una mentalidad 4 Pistrak, Fundamentos de la escuela del trabajo, Expressao popular, 2000, Pag 203 marxista”5. Esto a veces significa llamarle la atención a los chicos y muchas otras veces significa modificar la escuela para adaptarse a los educandos que asisten a ella. Por supuesto que además del rol del educador, Pistrak describe el rol del Partido dentro de la escuela, otorgándole el verdadero rol de educadora a la vanguardia de niños comunistas (pioneros, afiliados al Partido) siempre que no intenten sustituir la autonomía escolar antes mencionada. En la escuela Lepechinsky sucedió aquello que para Pistrak es obvio y natural: aquellos que pertenecían al movimiento de pioneros dentro de la escuela se transformaron en líderes morales, guías de referencia para los demás por ser los más comprometidos, los más entrenados y compañeros. Así, fueron llevando al resto hacia el Partido y, sobre todo, hacia la producción de una escuela cada vez mejor, más cercana a las necesidades del pueblo y con más capacidades de satisfacerlas. Fundamentos de la escuela del trabajo fue escrito en un escenario de refundación social y por ello en la problematización de la nueva escuela le surgen a Pistrak preguntas por casi todos los aspectos de la vida en el socialismo. Con esto quiero decir que el libro es un aporte para cualquier debate pedagógico porque recorre todos los temas que atraviesa el hecho educativo en cualquier lugar y momento, desde la formación para el trabajo, la relación con el Estado y con el partido, la formación política de los niños, el rol del educador y del educando, todo está expuesto en esta síntesis maravillosa entre teoría y práctica, hecha por un gran equipo de trabajo que se formó y escribió al calor de la Revolución. En esta oportunidad recuperamos el valor de infancia que presenta la obra por la radicalidad con la que se describe. Niñez y revolución no son variables que suelen acompañarse en los análisis y Pistrak los cruza con una naturalidad propia de quien conoce el campo y trabajó allí, con esos sujetos a los que refiere. Esto no quiere decir que no existan trabajos sobre estos temas, sólo que, en general, la bibliografía que los aborda recorta temáticas que aquí aparecen inescindibles, como los niños y la revolución. 5 Pistrak, Fundamentos de la escuela del trabajo, Expressao popular, 2000, Pag 100