Llano en llamas. Jóvenes contemporáneos y mercado de riesgos. Entre la precariedad y el desencanto Rossana Reguillo1 Dios diseñó al hombre para arriesgarse. Si no, mire los sueños y los anhelos escritos en el corazón de todo muchacho: ser héroe, ser guerrero, vivir una vida de aventura y riesgos. Tristemente la mayoría abandona esos sueños y anhelos… John Eldredge (Salvaje de corazón) Solo yo sé lo lejos que está el cielo de nosotros, pero yo sé acortar veredas. Juan Rulfo (Llano en llamas) Una postal María Ceja, se arregló con desgano como cada noche desde que dejó la escuela para entrar a trabajar como fichera, es decir, como acompañante de baile en un antro de mala muerte en Uruapan, Michoacán. Se acomodó la minúscula falda de mezclilla sobre su cuerpo casi niño y su pelo ondulado cayó sobre el escote de su espalda. María tenía ya la piel curtida por varios meses de noches al filo del peligro, entre borrachos y matoncillos que le pagaban con una ficha 1 Profesora investigadora del Departamento de Estudios Socioculturales del ITESO. –1– de 20 pesos el favor de un baile y una copa. Pero María no estaba preparada para enfrentar lo que la madrugada del 26 de septiembre de ese caótico 2006 le deparaba. A las tres de la mañana, cuando había logrado casi la cuota de diez fichas que se exigía a si misma cada noche, y mientras bailaba desganada con un machito que insistía en llevársela a un hotel, oyó a lo lejos unos gritos, sintió movimientos extraños, la semioscuridad del antro no le permitía ver nada. Solo pudo retener la lentitud pasmosa, como en cámara lenta de los acontecimientos que fueron deshilvanando el horror. Al grito de “nadie se mueva”, un comando armado de hombres encapuchados y vestidos de negro arrojó al centro de la pista de baile el contenido macabro de una bolsa de plástico, salieron rodando cinco cabezas humanas, recién cortadas, sangrantes aún. María no supo qué hacer, se quedó mirando con una mezcla de incredulidad y fascinación, no pudo evitar fijar sus ojos desvelados en esos rostros que aún era posible reconocer en las cabezas. No sintió nada, en el momento, quizás por lo inesperado y ridículo del espectáculo, todo fuera de lugar, pasando irrealmente. Pero todo era cierto y María Ceja se sintió arrastrada por la gente, empujada hacia la puerta del antro, en medio de gritos y órdenes confusas. Luego, salió de la anestesia y tuvo que enfrentar el brutal interrogatorio de los agentes federales, que la trataron a ella y a sus amigas como culpables del suceso, como las putas que eran, asumió uno de los agentes, debían saber, seguro que escondían algo, con certeza eran cómplices de los decapitadotes o, tal vez, amantes de los decapitados. Entre el cuerpo de María y los agentes, un vacío, una enorme ausencia de democracia, un orden colapsado. Esta “postal” intenta mostrar a la manera etnográfica el paisaje en el que miles de jóvenes mexicanos construyen sus biografías. En contextos signados por la pobreza, la exclusión, la violencia, el desencanto. Y justamente al filo constante del riesgo como dimensión constitutiva de sus vidas. Si bien la postal alude al “caso mexicano”, me parece que en su particularidad rebela un conjunto de procesos que no son estrictamente “nacionales”, sino que aluden a problemas derivados del orden sociopolítico y especialmente económico en el mundo y que, de manera especial me parece, permiten calibrar el deterioro de las instituciones modernas y su creciente incapacidad, ya no ni siquiera para operar como espacios de contención y certezas, sino para ofrecer respuestas a las necesidades y problemas de los individuos, los colectivos, las sociedades. –2– Quise titular esta conferencia aludiendo a un poderoso libro del mexicano Juan Rulfo, publicado en 1953 y hoy un clásico no solo de la literatura mexicana sino universal. En este libro de cuentos, titulado Llano en llamas, Rulfo construye un paisaje en el que la ficción habla por la realidad. Situados en la región sur de Jalisco, los diecisiete relatos del libro configuran un paisaje no solo de desolación e indefensión frente a las fuerzas políticas y naturales, sino una intensa metáfora de lo cotidiano frente al relato heroico del acontecimiento. Dirá el también mexicano Juan Villoro: “El tema de Rulfo no son los acontecimientos sino su reverso, los hombres privados no sólo de posibilidad de elegir, sino, de manera más profunda, de que algo les ocurra. Al margen del acontecer, los fantasmas rulfianos trazan su ruta circular”.2 Y es justamente esta ruta “circular de hombresfantasmas” privados de posibilidad de elección y de ser protagonistas de su propia historia la que quisiera colocar como telón de fondo en esta discusión. Llano en llamas no alude al estallido, a la emergencia, al accidente, sino a lo real en su devenir contingencia (en su sentido de fatalidad) y su potencia para rebelar que, pese a ello, los sujetos actúan y esperan, aguardan un futuro. Códigos guerreros En 2006, La Familia, un cártel de drogas de Michoacán, se volvió visible a escala nacional e internacional con el episodio de las cabezas que narro en la postal. Ciertamente no era la primera vez que en México aparecían cabezas decapitadas por la fuerza implacable del narco, pero La Familia irrumpía con un fuerte mensaje que venía a confirmar el creciente empoderamiento del narco (como se le llama en México, singularizando su sentido): su capacidad para penetrar todas las estructuras y pliegues de lo social en la región conocida como Tierra Caliente. Con un mensaje que decía “la familia no mata por paga, no mata mujeres, no mata inocentes. Solo muere quien deve (sic). Sépanlo toda la gente. Esto es justicia divina” a un lado de las cabezas, La Familia rebelaba un rostro desconocido de los cárteles del narcotráfico, uno mesiánico y justiciero. Hace poco tiempo se hizo público que el cártel reparte entre sus seguidores los libros de John Eldredge (véase el epígrafe), un escritor de autoayuda, de mucho 2 Disponible en http://www.sololiteratura.com/rul/rulvilloro.htm –3– éxito, radicado en Colorado e impulsor de los llamados “Ministerios Ransomed heart” (ministerios del corazón redimido), que se dedican a ayudar a personas que quieren recuperar lo que hay muy adentro de sus corazones. Nazario Moreno, conocido como “El más loco” o “El Chayo”, líder de La Familia, según se dice en reportes de inteligencia3 reparte entre sus seguidores los libros de Eldredge y paga a profesores rurales para que enseñen los preceptos que contienen los libros de este autor. Travestido en un discurso moral y ético, La Familia asesina, trafica, controla grandes extensiones de territorio y eso transforma radicalmente las cosas. Más que como organización delictiva, este cártel opera como una secta religiosa, que cree en la superación personal y en el crimen justificado por ciertos valores éticos y morales. ¿Puede combatirse este neopoder con armas y con la estrategia militarista del presidente Calderón? Me parece que la respuesta es obvia, no. Este grupo, considerado por las autoridades como uno de los más peligrosos del país, controla así dos importantes espacios para la construcción de biografías juveniles: se constituye en una fuente de trabajo y es capaz de ofrecer sentido, finalidad, referentes. La opacidad que caracteriza las estructuras y lógicas de operación del narco y del crimen organizado en México dificulta construir “indicadores” y datos precisos en torno a su influencia o capacidad de acción en la sociedad; pero para nadie es un secreto que en el transcurso de los últimos diez años, el empoderamiento de estos actores ha ido en aumento. Si asumimos como indicadores de esta fuerza la normalización o estabilización en algunos ámbitos como el lenguaje, las rutinas periodísticas, la conversación ciudadana, resulta innegable la centralidad de la presencia de las estructuras del crimen organizado en las dinámicas de la sociedad. En los tempranos ochenta, comenzamos a aceptar términos como el de narcocultura o el de narcoarquitectura, y la notable visibilidad de los llamados narcocorridos (Valenzuela, 2002). Ya para la última década del siglo XX era evidente que el narco había penetrado capilarmente no solo en las estructuras políticas, sino en la sociedad en su conjunto. No es este el espacio para un análisis detallado 3 V er “La Familia, salvajes de corazón”, de Diego Osorno. En M Semanal. Núm. 606, México 1/06/09. p. 8-13. –4– del papel e impacto que ha tenido en la reconfiguración del país.4 Se trata de discutir su capacidad para ofertarse como un territorio fértil para el intercambio de “posición por reconocimiento”. Desde el pánico moral, algunos “portavoces” de la sociedad mexicana, “sinceramente consternados”, como diría Monsiváis, se concentraron en el problema de la expansión “epidémica” del consumo de drogas entre los jóvenes, preocupación consecuente con la lógica tutelar y proscriptiva que gobierna los imaginarios sociales en torno a los jóvenes. Lo que ha sido obturado por este debate fue el hecho de que mucho más allá del consumo, la situación en el país (el quiebre de la institucionalidad, el crecimiento de la impunidad, el aumento de la pobreza y la exclusión) resulta un caldo de cultivo harto propicio para que las estructuras del narco comiencen un trabajo tan callado como eficaz en el reclutamiento de un ejército de jóvenes desencantados, empobrecidos y en búsqueda de reconocimiento.5 Un seguimiento puntual y atento de los reportes de la prensa nacional me permite afirmar que en un 70% de los casos vinculados a la delincuencia organizada que acceden a visibilidad pública hay participación de jóvenes menores de 25 años, y que un 49% de estos casos son de jóvenes cuyos cuerpos y “cabezas” aparecen como mensajes del poder acumulado por estos grupos.6 Los costos relacionados con la violencia representan anualmente para América Latina más del 12% del PIB, cifra que supera el porcentaje de inversión en salud y educación (OPS, 2007). En el año 2007, el número de personas ejecutadas por el narcotráfico ascendió en México a 2.270, lo que representaba casi siete personas asesinadas al día. Para 2008, esta cifra se había incrementado al doble, un promedio de catorce ejecutados por día. El número de muertos lleva a los especialistas a señalar que se trata de una guerra que va perdiendo el Estado mexicano, pese a la insistencia de las autoridades de que se trata de una guerra ya ganada. 4 R emito al lector interesado a Carlos Monsiváis et al. (2004); González Rodríguez (2002), Reguillo (2007). 5 A lo largo del 2007 y 2008, he intentado de diversas maneras, apelando a la Ley de transparencia, obtener las estadísticas simples sobre la edad y el género de los ejecutados y encarcelados vinculados a los llamados “delitos contra la salud”. Las respuestas de la SSP (Secretaría de Seguridad), de la PGR (Procuraduría General de la República) y otras instancias es siempre la misma: indique en qué documento están los datos que solicita. 6 Esta información provienen de una base de datos propia constituida por 650 notas periodísticas, reunidas desde diciembre de 2006, que provienen de cuatro diarios de circulación nacional: Reforma, El Universal, Milenio y La Jornada. Su validez o confiabilidad no es absoluta, pero es una estrategia para resolver la opacidad del tema y el control gubernamental sobre datos claves. –5– En un momento histórico en el que los cárteles de la droga en México y en otras partes de la región se disputan fuertemente el control de territorios y nuevas rutas para el trasiego de drogas, una estrategia importante de esta batalla es el reclutamiento de jóvenes. Según algunos especialistas en delincuencia organizada, esto provoca un escenario de mayor violencia, dada la inexperiencia de los nuevos sicarios (jóvenes que reciben una paga por matar). Se afirma al respecto que “los nuevos sicarios son jóvenes entre los 15 y 20 años” y que “los cárteles de la droga han aprovechado la falta de valores e integración familiar para nutrir sus filas delictivas; en regiones como Nuevo Laredo y Matamoros (Tamaulipas), en Badiraguato y Culiacán (Sinaloa), los buenos son los delincuentes y los malos son la policía” (opinión de Paulino Jiménez Hidalgo, investigador de la Academia Superior de Policía en México). Estos jóvenes ingresan como victimarios a la órbita del narcotráfico, pero también como víctimas. “La vida del narco es un ejemplo para ellos, aspiran al poder económico y al reconocimiento del grupo al que se han integrado (narcotráfico); sin embargo, su inexperiencia se demuestra en la excesiva violencia que ejercen con sus víctimas”, y “la vida útil de los nuevos reclutas es muy corta dentro de una organización de este tipo; son asesinados por los integrantes de una organización antagónica o los meten en la cárcel, por ello aceptan el encargo de cualquier ejecución y la violencia que ejercen es para demostrar su valía”. No comparto la idea de que los jóvenes se “afilien” a las actividades del narcotráfico por “la falta de valores y la desintegración familiar”, como suelen machacar algunos expertos y muchos políticos. Esta lectura moralizante y psicologista resulta simplista y miope, porque niega, elude o invisibiliza las condiciones estructurales en las que muchos jóvenes intentan armar y construir sus biografías. Y porque desconoce el contexto real en el que el narcotráfico opera como mecanismo de empoderamiento de los jóvenes reclutados. De un lado está la dificultad objetiva de acceder al mercado formal del trabajo por parte de la juventud que busca oportunidades de empleo para contar con un ingreso propio. En el caso de América Latina y el Caribe, la tasa de desempleo juvenil duplica y hasta triplica el desempleo adulto, según el país, y la tasa de desempleo entre jóvenes de familias de bajos ingresos es mucho mayor que entre jóvenes de sectores más favorecidos. Todo esto plantea una situación de alta vulnerabilidad y obstáculos muy serios a la inclusión e inserción juveniles. El –6– problema más fuerte en este sentido lo afrontan los jóvenes que no estudian ni trabajan, porque la escuela ya no los atiende y el mercado laboral tampoco los integra. Doblemente desafiliados: ¿dónde están, quién se hace cargo de estos jóvenes?7 Pero por otro lado esta condición de exclusión no agota la explicación y es peligroso asumir que hay una relación directa entre pobreza y delincuencia, o entre exclusión y violencia juvenil. En cuanto al narcotráfico en particular y al crimen organizado en general, su poder no estriba sólo en poder de muerte, sino principalmente en su poder de alterar y quebrar distintos órdenes sociales. Las “escenificaciones” de este poder (más que escenas aisladas) ratifican el creciente empoderamiento del narco en diferentes ámbitos de la vida social. Además de la debilidad y la corrupción de las instituciones del Estado, sugieren algo mucho más profundo: la compensación de un vacío, de una ausencia y de una crisis de sentido. Dicho de otro modo, a través de estas continuas escenificaciones (narcomensajes, cabezas cercenadas con mensajes para otros grupos, cuerpos torturados “ejemplarmente”) se hace visible el desgaste de los símbolos del orden instituido, mientras los actores del narco se van mostrando capaces de generar sus propios símbolos. Tales símbolos no se explican desde la mera oposición legalidad-ilegalidad. Por ello propongo abrir un tercer espacio analítico: la paralegalidad, que emerge justo en la zona fronteriza abierta por las violencias. No es un orden ilegal lo que aquí se genera, sino un orden paralelo que construye sus propios códigos, normas y rituales. Al ignorar olímpicamente a las instituciones y al contrato social, la paralegalidad se constituye en un desafío mayor que la ilegalidad. Y es justo en ese espacio que el código guerrero despliega su potencia como ruta de vida: vender riesgo se convierte para numerosos jóvenes en la única alternativa, como ha planteado y desarrollado de manera excelente José Antonio Pérez Islas (en prensa). 7 E n América Latina y el Caribe, la población joven es la más afectada por la pobreza, definida por el nivel de ingreso familiar. Así, el 41% de los jóvenes entre 15 y 29 años de edad vivían en pobreza, y el 15%, en pobreza extrema; en Bolivia, Guatemala, Honduras, Nicaragua, Paraguay y Perú más del 50% de los jóvenes viven en pobreza. Sin embargo, hay grandes diferencias entre las zonas urbanas y rurales: en 2002, uno de cada tres jóvenes de residencia urbana era pobre, en contraste con la mitad en zonas rurales; además, la probabilidad de que los jóvenes del campo sean pobres es un 64% más alta que la de los que viven en las ciudades de la Región (OPS, 2007). –7– Y para fortalecer esta línea analítica, acudo ahora, ya no al discurso y acciones de la delincuencia, sino nada menos que a los llamados “Objetivos del Milenio” de la ONU. Dice el documento maestro: “Las batallas por los Objetivos de Desarrollo del Milenio se están peleando en las ciudades de los países en desarrollo. Los jóvenes estarán en primera línea. El éxito depende de la medida en que las ciudades, los países y la comunidad internacional puedan darles apoyo y fortaleza”, señala el informe sobre el Estado de la Población Mundial (UNFPA, 2007).8 La metáfora bélica utilizada por Naciones Unidas no puede ser más reveladora, se asume que hay una guerra y que los soldados en la primera línea son y serán los jóvenes. No hay metáfora inocente, por lo que resulta preocupante —por decir lo menos—, que sea la misma ONU a través del Fondo de Población la que considere que los jóvenes son “soldados”, “guerreros” en una guerra que ellos no pidieron librar. Los expertos en cuestiones militares saben de la importancia de la “primera línea de fuego” y lo que ello significa; se trata de una línea de defensa (o ataque), estratégica, formada por los combatientes más aguerridos pero al mismo tiempo los más sacrificables. Lo saben bien los jóvenes reclutas de la zona paralegal abierta por el crimen organizado. Riesgo y contingencia Desde distintos enfoques, tres sociólogos europeos han señalado que una de las consecuencias perversas del tardo-capitalismo en lo que toca a la constitución subjetiva de las identidades contemporáneas es la llamada “inadecuación biográfica del yo”. Me refiero a Bauman (2001), a Beck (1998) y a Giddens (1995). Esta “inadecuación biográfica”, por utilizar la formulación de Bauman, se refiere a la autopercepción del sujeto del hecho que es responsable de manera individual y a partir de sus propias decisiones de su condición de vida, es él o ella quien resulta inadecuado o inadecuada para el orden social; ello significa, en palabras del autor, que “apartar la culpa de las instituciones y ponerla en la inadecuación del yo ayuda o bien a desactivar la ira potencialmente perturbadora o bien a refundirla en las pasiones de la autocensura y el desprecio de uno mismo o incluso a recanalizarla hacia la violencia y la tortura contra el propio cuerpo” (Bauman, 2001;16). Esta formulación se intercepta sin duda con la condición juvenil contemporánea 8 El subrayado es mío. –8– en América Latina y en Europa, con características diferenciables y desiguales. La “inadecuación del yo”, es decir, la insuficiencia biográfica, la narrativa precarizada de la propia vida, la sensación de ser culpable de algo inaprensible, se aplica de manera nítida a las expresiones y testimonios de muchos jóvenes que la viven como experiencia cotidiana. La responsabilidad que se desliza fácilmente hacia la “culpabilidad” está, como ya señalé, atada a su posición diferenciada en la estructura social. Me parece que múltiples ejemplos empíricos iluminan este drama, al que Beck llamaría “la solución biográfica a las contradicciones sistémicas” (1998). Pensemos por ejemplo en el caso de la migración internacional. Frente a la precarización creciente tanto económica como vital,9 frente a la carencia objetiva de oportunidades, frente al deterioro de la seguridad social, miles de jóvenes “deciden” migrar como una solución “individual”, que se organiza con recursos propios (los de las redes primarias a las que ya aludí), que se asume como riesgo inevitable, que se vislumbra como un destino “natural” en el contexto de la propia biografía. Lo sistémico, es decir, la articulación de procesos, políticas, instituciones, dispositivos, se invisibiliza, no hay “interlocutor” visible o agente responsable de la situación, a lo sumo aparecen atisbos de referencias formales: “porque ya era imposible vivir allá, desde que cerró la azucarera, nos jodimos todos”, “porque todos los hombres de mi familia se fueron p´al otro lado y ya me tocaba a mí”, “pos porque ya no podía seguir estudiando, mi jefe (papá) se quedó sin jale (trabajo) y yo no pude encontrar trabajo y eso que acabalé la secundaria”.10 Los testimonios se multiplican y marcan con nitidez que es el sujeto joven el que se (auto) considera responsable de “inventar” (hacer venir) una solución personal (la migración) a las condiciones objetivas (de pobreza o exclusión). Por ello resulta fundamental, de cara a los desafíos, problemas y contradicciones que marcan y definen la sociedad contemporánea, asumir la centralidad analítica y sociopolítica de la llamada condición juvenil y que defino aquí 9 P or precarización vital o subjetiva me refiero a las enormes dificultades que experimentan muchos jóvenes para construir su biografía, lo que se vincula a la acelerada desinstitucionalización y desafiliación, vale decir, a la corrosión en las dinámicas e instituciones que durante la modernidad han operado como espacios de acceso e inclusión sociales. 10 Fragmentos de entrevistas a jóvenes en situación migratoria que provienen de mi trabajo de campo en proceso, “Gramáticas de la violencia en la migración juvenil: precarización, desencanto, paralegalidad”. –9– como conjunto multidimensional de formas particulares, diferenciadas y culturalmente “acordadas” que otorgan, definen, marcan, establecen límites y parámetros a la experiencia subjetiva y social de los jóvenes. La condición se refiere a posiciones, categorías, clases, situaciones, prácticas, autorizaciones, prescripciones y proscripciones que se asumen como “naturales” al orden vigente y tienden a naturalizarse como “propios” o inherentes a esta franja etaria. Entonces, la condición juvenil alude a los mecanismos tanto estructurales como (especialmente) culturales que enmarcan los procesos de inserción de sujetos concretos, considerados jóvenes, en una dinámica sociocultural histórica y geopolíticamente configurada. Dicho de otro modo, la condición juvenil es un concepto que posibilita analizar, de un lado, el orden y los discursos prescriptivos a través de los cuáles la sociedad define lo que es “ser joven” y, de otro, analizar los dispositivos de apropiación o resistencia con que los jóvenes encaran estos discursos u órdenes sociales. Se trata de armar un análisis de doble vía que no elude los marcos constrictivos de las estructuras sociales y que busca incorporar la dimensión subjetiva de los jóvenes en su proceso de constitución como actores sociales. En esta lógica, la cuestión que articula la condición juvenil, tal y como la he definido aquí, y la perspectiva sociológica de la “inadecuación del yo”, encuentran, en el caso latinoamericano en general y en el mexicano en particular, su ángulo analítico en lo que he venido llamando la “desapropiación del yo”, concepto que pude elaborar a partir de las múltiples entrevistas y etnografías que he realizado entre el 2004 y el presente, a jóvenes centroamericanos y mexicanos en situación carcelaria, en conflicto con la ley y, especialmente, vinculados a procesos migratorios (Reguillo, 2008). Por desapropiación aludo a la subjetividad juvenil en continua tensión por constituirse. La inestabilidad en el contexto, en las condiciones, arranca a los jóvenes la certeza de que su “yo” hubiera sido el mismo de no haberse presentado la situación que los lleva brincando hacia delante: ellos y ellas son definidos por la “situación” (el encuentro con la migra, la negociación con algún narcotraficante, la pelea a muerte con otro joven, la participación en una acción delictiva), lo que genera pérdida de control sobre el curso de vida y devienen biografías atrapadas por la contingencia. En el caso concreto de los jóvenes migrantes, la biografía se constituye en una historia compleja de desapropiaciones, historias en las que la realidad y los contextos se imponen como condición tan inestable como tiránica, tan imprevisible – 10 – como angustiosa, lo que deja poco o ningún margen para la agencia y, por consiguiente, para una acción (o, mejor, práctica) sustentada en la anticipación de “posibilidades” y, especialmente, anula o disminuye el peso de los “capitales” de los que un joven se siente portador o poseedor. Por estas razones, considero que para muchos jóvenes (precarizados) el desafío y la lucha central es la de “reapropiarse” o “reinscribir” su biografía en contextos de mayor estabilidad, con (mínimas) certezas de lugar, lealtades, solidaridades, garantías y, especialmente, reconocimiento. En otras palabras, se trata de restituir valor al capital político que por la vía de los hechos se les niega, por más que los programas oficiales argumenten retóricamente su interés en la situación de los jóvenes. La pregunta que sigue a esta formulación es quiénes, dónde, cuáles son las instancias que pueden proveer al joven de estas mínimas certezas en el contexto actual. La situación es compleja y no admite respuestas unívocas y simplistas. ¿Significantes vacíos o destino? Por significante vacío, Laclau (1996) entiende un significante desprovisto de significado y, por ende, susceptible de ser utilizado como un “muro” (a la manera de Facebook) para inscribir en él códigos que adquieren su sentido en cadenas discursivas que articulan y fijan un significado particular. En el actual contexto sociopolítico del tardo-capitalismo, la disputa por fijar ciertos sentidos, explicaciones, se constituye en un elemento fundamental para la construcción hegemónica de representaciones e imaginarios, que se asumen como “únicos posibles”, legítimos, totalizadores. ¿Quiénes inscriben significados en disputa, en el muro vacío del Factbook, que intentan dotar y fijar la condición juvenil contemporánea? Las respuestas no son sencillas. Pero en el intento por construir un mapa que pueda dar cuenta de esta complejidad, me permito plantear que reconozco tres instancias claves que hoy operan como espacios para la “inscripción” del yo juvenil: a) Las estructuras del crimen organizado o narcotráfico; b) la diversidad de ofertas y ofertadores de sentido, y c) el mercado a través de sus ofertas de identidad. – 11 – Esta manera de enumerar las “opciones” no implica un orden de jerarquías ni pretende agotar el espectro posible en la constitución de las biografías juveniles, porque como he intentado argumentar, la condición juvenil no es unívoca y siempre es el resultado de la articulación compleja de múltiples factores, donde la cuestión de clase y género se convierten en factores constituyentes o estructurantes de esta condición. Pero lo que sí es posible afirmar, a partir de los análisis —cuantitativos y cualitativos—, es que estas tres “instancias” se configuran como territorios que se disputan no solo la construcción de ofertas de sentido, sino la posibilidad de ofrecer el territorio más fértil para la reapropiación del yo, de los jóvenes, en un mercado de riesgos que alimenta el relato heroico que alimenta, a su vez, la implosión de las instituciones modernas. Lo central me parece que es colocar la pregunta sobre el riesgo en la diversidad y complejidad de complejas pertenencias del sujeto juvenil en las búsquedas de “lugar” frente al vacío rulfiano que han dejado las instituciones, que no siempre se busca, desde la ciudadanía o desde la demanda política del reconocimiento del yo actor. Y en los contextos que he tratado de delinear, el riesgo es la posibilidad de encontrarse con otros afines en el trance de resolver, con los recursos a mano, la biografía propia. 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