Mis queridos amigos: Tal como anuncié en la carta con la que les

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ECUETRO DIOCESAO DE FAMILIAS
GUATIZA, 20 DE MAYO. MASPALOMAS, 3 DE JUIO DE 2007
Mis queridos amigos:
Tal como anuncié en la carta con la que les invitaba a participar en este
Encuentro Diocesano, les animo a tomar conciencia, reflexionar, y actuar en el campo
de las relaciones entre la Familia, tal como la entendemos los seguidores de Jesús, el
Señor Resucitado, y la Parroquia, esa experiencia de Iglesia, que nos resulta casi tan
inmediata como la misma Familia.
Quiero agradecer los hermosos testimonios que acabamos de escuchar de
distintas situaciones familiares o de vocaciones brotadas y alimentadas en el ámbito
familiar. Acabamos de ver en la pantalla unas fotografías que nos presentaban, con un
texto precioso, las imágenes de parejas jóvenes, guapas, con sus hijos, niño y niña. La
forma de presentarlas invita a exclamar: ¡Cómo se quieren! ¡Cómo se aman! Se aprecia
en la felicidad que irradian las imágenes, las risas y las sonrisas. Y es cierto, pero
parecen sacadas de un mundo sin problemas. Si viéramos fotos de familias cristianas
con problemas vividos en cristiano, entonces es cuando con rigor exclamaríamos:
¡Cómo se quieren! ¡Cómo se aman! Se aprecia en la ayuda, en la compañía, en el
aguante, en la risa y la sonrisa a pesar del dolor, en la cercanía… Mucho le debe la
sociedad a la familia que, con amor y por amor, vive tantas situaciones sociales
problemáticas en el terreno de la enfermedad, de la atención a discapacitados, en
atención a situaciones de droga o alcohol, en acompañamiento y cuidado de mayores.
Creo que cuantos estamos aquí estamos de acuerdo en la valoración sobre la
familia, y su vivencia hoy; como lo estamos en los ataques que está sufriendo por
muchas instancias culturales, y por la influencia nociva de las iniciativas políticas que
no la protegen suficientemente o incluso le resultan perjudiciales. Pero nos quedamos
bloqueados, en la alabanza o el lamento, sin dar pasos concretos. El tema que se ha
propuesto y se ha tratado en este encuentro quiere motivarnos y estimularnos a
reflexionar y a actuar, influyendo también nosotros, como familias cristianas, en la
sociedad en la que vivimos.
ECESITAMOS HACER FAMILIARES LAS PARROQUIAS.
Ya lo son, por supuesto. Por poco que nos detengamos a repasar nuestra vida nos
daremos cuenta de que en la Parroquia hemos vivido y hemos celebrado muchos
acontecimientos fundamentales de nuestra vida, y precisamente los acontecimientos más
familiares. La Parroquia, como Iglesia cercana y abierta, de permanente ayuda y
atención, se nos manifiesta muy claramente como el ámbito de la maternidad, la
paternidad, la fraternidad.
“La esposa de Cristo engendra espiritualmente a los hijos de Dios... Para que
uno pueda tener a Dios por Padre, que tenga antes a la Iglesia por Madre”1, en frase
1
Carta 74, c. 7
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famosa de San Cipriano. Nacemos como creyentes por el Bautismo, amparados por la fe
de la Iglesia, que no estábamos en condiciones de profesar personalmente. Y nos
integramos en una comunidad que es una familia de hermanos. En esa familia, la Madre
Iglesia nos ha alimentado, nos ha ayudado a crecer, nos ha enseñado a hablar con los
hermanos y a hablar con Dios nuestro Padre, nos ha enseñado a perdonar. En esa
familia, la Madre Iglesia ha llorado por nosotros cuando nos veía lejanos, fríos y
distantes, y ha saltado de gozo y ha llorado de alegría cuando nos ha visto aparecer por
el umbral de la puerta. En esa familia, la Madre Iglesia ha bendecido el amor de
nuestros padres ante el altar de su Maestro y Esposo, y ha bendecido nuestro amor, ese
amor que nos llevaba a formar una familia, o a cuidar de sus hijos como un pastor que
se preocupa y da la vida por las ovejas. En esa familia, la Madre Iglesia ha acompañado
nuestro dolor y la debilidad de nuestras dudas en la enfermedad, consolando y
fortaleciendo nuestra fragilidad. En esa familia, la Madre Iglesia ha llorado junto a
nosotros al despedir a nuestros seres queridos, pero nos ha fortalecido con la esperanza
de volver a encontrarlos en el gozoso banquete que el Padre tiene preparado para sus
hijos. En esa familia, la Madre Iglesia nos ha regalado la protección de la Madre de
Jesús, tan suya como nuestra, tan madre y tan virgen como ella misma; y nos ha
confiado a su cuidado y al cuidado y protección de una gran familia de hermanos, los
Santos, que han llegado ya a la meta, después de pasar situaciones, dificultades y
bonanzas como las que vivimos y pasamos todos nosotros.
San Pablo comparaba su tarea evangelizadora a la acción del padre y de la madre
en la familia. Y con expresiones sorprendentes por su atrevimiento, pero profundamente
auténticas en su realidad. “o os escribo esto para avergonzaros –dice a los Corintios-,
sino para haceros recapacitar como a hijos; ahora que sois cristianos tenéis mil
tutores, pero padres no tenéis muchos; por medio del Evangelio soy yo quien os ha
engendrado para Cristo Jesús” (1 Cor 4, 14-15). La manifestación de una queja no es la
de un maestro no secundado, sino la de un padre o una madre heridos: “Corintios, os
hemos hablado con toda franqueza; nuestro corazón está abierto de par en par. o está
cerrado nuestro corazón para vosotros; los vuestros sí que lo están. Correspondednos,
os hablo como a hijos; abrid también vosotros vuestro corazón” (2 Cor 6, 11-13).
“Como apóstoles de Cristo –dice a los cristianos de Tesalónica-, podíamos haberos
hablado autoritariamente; por el contrario, os tratamos con delicadeza, como una
madre cuida de sus hijos. Os teníamos tanto cariño, que deseábamos entregaros no sólo
el Evangelio de Dios, sino hasta nuestras propias personas, porque os habíais ganado
nuestro amor” (1 Tes 2, 7-8). Encuentro su expresión más audaz en la carta a los
Gálatas, cuando se atreve a comparar su tarea de recuperar la auténtica fe de los
creyentes, alterada por la falsa predicación de los advenedizos, a la gestación del niño
en el vientre de su madre, para un nuevo parto que en el ámbito de la naturaleza sería
simplemente impensable: “¡Hijitos míos! Por quienes sufro de nuevo dolores de parto,
hasta ver a Cristo formado en vosotros” (Gal 4, 19).
Sería realmente muy extenso acumular y añadir citas y citas de la Palabra de
Dios para recordar algo que realmente está en nuestra conciencia con bastante claridad:
padre, madre, hijo, hija, hermano, hermana, son las categorías denominativas básicas de
la familia creyente. No las ha aprendido de ningún pedagogo singular, ni siquiera de
Pedro y Pablo, sino de labios, mejor, del corazón de su Maestro y Señor: Dios es Abba,
Padre; María es Madre, los demás, hijos, hermanos y amigos. No tienen sentido en esta
familia ni los apelativos de origen, ni los de condición social, ni las diferencias de
género, que tanto peso discriminador tenían en aquel tiempo: “Todos sois hijos de Dios
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por la fe en Cristo Jesús. Los bautizados en Cristo os habéis revestido de Cristo: ya no
hay judío ni griego; ni esclavo ni libre; ni hombre ni mujer; ya que todos vosotros sois
uno en Cristo Jesús” (Gal 3, 26-28; cf. Col 3, 9-11).
No quisiera omitir una sencilla idea, que creo nos puede enriquecer bastante en
este propósito que deberíamos asumir. La Iglesia es nuestra Madre, pero muchas veces
y para muchos es también ‘nuestra hija’. Es anterior a nosotros y a cualquiera de
nuestras iniciativas y proyectos, es ante todo un don, un regalo del Padre, nos vió nacer
de su propio seno y nos acompañó continuamente. Y, misteriosamente, es también
nuestra hija. La hacemos nacer cada día, y le ayudamos a crecer continuamente, nos da
preocupaciones y calentamientos de cabeza, nos hace llorar con los defectos y gozar con
los aciertos de los hermanos, nos quita el sueño y nos obliga a pasar en vela a su
cabecera calculando entre termómetros y jarabes… La encontramos envejecida y
arrugada, y su Señor renueva como un águila su juventud (cf. Salmo 102). Su rostro de
Esposa de Cristo se ensombrece por las infidelidades de tantos hijos suyos (cf. Juan
Pablo II, NMI n. 6), pero Jesucristo, «luz de los pueblos», su Esposo y Señor, ilumina
siempre su rostro (cf. LG 1). La Iglesia nuestra Madre y nuestra hija, nuestra hija y
nuestra Madre, el gran don del Padre y la gran tarea cotidiana, nuestra Familia.
ECESITAMOS
HACER ECLESIALES LAS FAMILIAS Y LLEAR LAS PARROQUIAS DE
FAMILIAS
La familia cristiana – que es comunión de vida y amor con la preciosa expresión
de la Exhort. Apostólica Familiaris Consortio- “está llamada además a hacer la
experiencia de una nueva y original comunión, que confirma y perfecciona la natural y
humana… La familia cristiana puede y debe decirse "Iglesia doméstica"” (FC 21).
Un amplio campo de trabajo y una hermosa responsabilidad de todos se abre en
este campo. Junto a realidades maravillosas de familias que viven su experiencia de
comunión como una auténtica realidad creyente, tenemos que reconocer que nos falta
mucho camino por andar. Cuando abordamos los problemas de la debilidad o
inconsistencia de la fe en los niños, adolescentes y jóvenes, en seguida aterrizamos en la
última de las motivaciones: en muchos, en demasiados casos, no se ha recibido la
iniciación en la vida cristiana, no se han aprendido los más elementales rudimentos de la
fe, en la trama familiar desde los primeros instantes. Cuando lamentamos la ausencia de
los niños, adolescentes y jóvenes de nuestras asambleas dominicales, en seguida nos
preguntamos cómo vendrán si no encuentran una mano que les guíe y acompañe, y unos
pasos que recorran los mismos caminos. Cuando con sorpresa advertimos que hemos de
enseñar el Padrenuestro, el Avemaría a los 8 años, cuando se inicia la Catequesis mal
llamada de Primera Comunión, nos damos más cuenta de que deberíamos empezar la
tarea por acompañar a los padres y hablarles con entusiasmo de lo que la gracia del
Señor Jesús ha hecho en nosotros mismos.
Muchos de los temas que tenemos pendientes, que nos preocupan, que nos
mueven a buscar soluciones en la tarea evangelizadora, en la misión de renovar la vida
creyente y la transmisión de la fe, pasan necesariamente por este trabajo de anuncio y
acompañamiento a la familia. Nadie como la familia puede asegurar el futuro de la fe
cristiana; y nada como la fe cristiana, el aliento del Señor Jesús, puede asegurar mejor el
futuro de la familia.
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adie como la familia puede asegurar el futuro de la fe cristiana. Los niños,
adolescentes y jóvenes son en muchos casos auténticos terrenos de misión. Merodean
por nuestras parroquias, o, mejor, por nuestros salones parroquiales, para ‘conseguir’
‘hacer’ la ‘Primera Comunión’ o ‘conseguir’ equívocamente ‘confirmar su fe’. Todas
las expresiones entre comillas son equívocas por no decir falsas. Ni se ‘consiguen’, ni se
‘hacen’ sacramentos, y es el Espíritu del Señor Jesús quien confirma nuestra debilidad.
Es verdaderamente urgente y apremiante, para acercarnos a los más pequeños y a los
jóvenes, que pensemos, trabajemos, alentemos, acompañemos, a las familias. En
nuestras Parroquias faltan por lo general ámbitos suficientes de atención a las Familias:
encuentros, catequesis, debates, conferencias… Es impensable una Comunidad
parroquial que no ofrezca Catequesis, y, sin embargo sí que es posible que en la
mayoría de las Parroquias no se atienda específicamente a las Familias. Bueno será
fomentar en la práctica la visión creyente y eclesial de la Familia. Sin ello no podremos
atender, como nos hemos propuesto, el objetivo de la vivencia y transmisión de la fe.
“La familia cristiana –nos insistió el Santo Padre Benedicto XVI en Valencia- transmite
la fe cuando los padres enseñan a sus hijos a rezar y rezan con ellos (cf. Familiaris
consortio, 60); cuando los acercan a los sacramentos y los van introduciendo en la vida
de la Iglesia; cuando todos se reúnen para leer la Biblia, iluminando la vida familiar a la
luz de la fe y alabando a Dios como Padre” (Homilía del Encuentro Mundial, 9 Julio
2006).
ada como la fe cristiana, el aliento del Señor Jesús, el Amor del Señor
Jesús, el que nos tiene y el que nos enseña, puede asegurar mejor el futuro de la
familia. El amor es el fundamento de la unidad y de la vitalidad de la familia, repetimos
todos; pero dudo mucho que estemos de acuerdo en lo que todos entendemos por amor.
Como he repetido en más de una ocasión, la fe cristiana tiene una visión del matrimonio
y de la familia que podemos calificar “con denominación de origen” porque tiene una
visión y vive de una realidad del amor que también tiene “denominación de origen”.
“Hablar de >denominación de origen= está aludiendo inmediatamente a que la
visión del matrimonio y la familia, que podemos proponer
- tiene su origen en el amor de Dios
- es signo del amor que Dios es y nos ha manifestado
- es mantenido en su ser auténtico y permanente por Dios, a pesar de nuestra
debilidad” (Encuentro D. de Familias, Gáldar 2006).
LA FAMILIA Y LA PARROQUIA JUTAS E LA IGLESIA Y E LA SOCIEDAD
Es bueno que nos demos cuenta de que la Parroquia, cada parroquia, puede hacer
mucho para hacer su vida y su funcionamiento más familiar y más cercana y atenta a las
familias. Igualmente, la Familia, cada familia, puede hacer mucho para ser más fiel a
Cristo, para convertirse en una verdadera vivencia de Iglesia como ‘Iglesia doméstica’,
para contribuir mucho más desde su identidad cristiana a la tarea de la transmisión de la
fe. Pero se puede enriquecer mucho la vida de la Iglesia y de la sociedad, y se puede
contribuir mucho al bien de ambas si la Parroquia y la Familia caminan juntas, se
ayudan mutuamente, se compenetran en las intenciones y en las actuaciones.
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Este tema, el de la influencia de la Parroquia y la Familia en la vida de la Iglesia
y de la Sociedad merecería desarrollos más amplios, que ahora me limitaré tan sólo a
enunciar.
1.- Está por consolidar una cultura de la familia y de la vida en la
construcción del porvenir de nuestra civilización. Algunos rasgos de nuestra cultura
occidental, y algunas medidas legislativas de nuestro país y de otros países, facilitan una
disolución de la figura de la familia, una falta de protección de la visión cristiana de la
familia, y una clara desvalorización de la vida humana. Necesitamos cuidar la familia
cristiana y la visión cristiana de la familia, y esto lo haremos fácilmente en la Parroquia
y desde la Parroquia.
2.- Está por configurar una política familiar más rica y positiva, que
beneficie y proteja el ámbito familiar, y le ayude en muchos de los problemas que la
agobian y la amenazan.
Leyendo los Informes del Instituto de Política Familiar, el presentado en el
Parlamento Europeo sobre la Unión Europea, y el relativo a las Políticas familiares de
España en sus Comunidades Autónomas, se percibe el retraso en el que vivimos. Les
invito a acercarse a estos Informes, publicados en Internet, y abundar en los datos y en
las necesidades que se plantean.
Algunos ligeros apuntes nos pueden ayudar a motivar nuestra inquietud: España
y Polonia son los únicos países de la UE que no llegan ni al 1% del PIB dedicado a la
Familia; Dinamarca es el que más dedica, un 3,9 % del PIB. Europa dedica 466 €
persona/año de media en ayuda familiar: España, 134 €; Dinamarca, 1.417 €;
Luxemburgo, 2.291 €.
Podemos y debemos cuidar la familia en y desde la parroquia, también podemos
promover y reivindicar juntos políticas familiares más beneficiosas para la familia y
para la vida: para la atención de las familias jóvenes, de las familias emigrantes, de los
problemas de la vivienda, de la educación, de la conciliación de la vida laboral y
familiar, etc.
En estas últimas fechas se está extendiendo por toda España una actuación, que
les animo a considerar y apoyar, precisamente a través de las Parroquias. Se trata de la
Proposición de Ley de Iniciativa Legislativa Popular (ILP) por la que se establece y
regula una red de apoyo a la mujer embarazada.
Desde que entró en vigor en 1985 la legislación actual sobre aborto, en España
se han producido un millón de abortos. Es muy frecuente en nuestra sociedad que ante
un embarazo imprevisto la mujer se sienta sola y abandonada frente a los problemas,
especialmente cuando concurren especiales circunstancias. En muchos casos, el aborto
puede aparecer, subjetivamente, como la única solución, y la que apoyan incluso
personas del entorno. He vivido personalmente situaciones en las que he podido
comprobar cómo la invitación al aborto procedía de familiares de la embarazada, que
eran tenidos en el barrio como creyentes cabales.
Todo aborto es una inmensa tragedia, para el niño que no llega a nacer, pero
también para la mujer, que muchas veces no es libre de verdad pues nadie le ofrece
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alternativas que le ayuden realmente. El objeto de la presente Iniciativa Legislativa
Popular es hacer las previsiones normativas necesarias para que en el ámbito territorial
de la Comunidad Autónoma de Canarias exista una red solidaria de ayuda a las
embarazadas para ofrecerles esas soluciones alternativas compatibles con la
continuación de la gestación.
He tomado estas ideas de los últimos párrafos de la información que he recibido
de cuanto se está haciendo en todo el territorio nacional para promover esta Iniciativa
Legislativa Popular. Podríamos colaborar aportando nuestra petición al Parlamento con
las firmas que recogeríamos en las Parroquias. Ruego a los Sacerdotes que colaboren
con las familias que les llamarán para realizar esta tarea en las condiciones que requiere
la ley. Es una forma de colaborar Familia y Parroquia en la instauración de un clima
social más beneficioso para la Familia y para la Vida.
Que el Señor nos bendiga con su amor y nos llene de amor mutuo
Francisco, Obispo
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